Cuando Kageyama Shoyo No Está En Casa
Capítulo dedicado a: Sandri-saurio, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!
Shoyo y Tobio tenían una pequeña casa en el espacio rural de Miyagi, demasiado cerca al hogar de los Hinata y un poco más alejada a la de los Kageyama. Espacios abiertos de campo, mucha vegetación a los alrededores, pocos caminos pavimentados y un niño de apenas seis años de edad, era la vida diaria que había tomado la joven pareja.
—Papá, ¡vamos a jugar! —Una voz infantil eufórica se oyó a espaldas de Tobio, que estaba sentado en la sala, con una pelota de voleibol en las manos—. ¡Vamos a jugar! —Volvió a exclamar un alegre niño de sonrisa genuina de par en par, de cabellos lacios y potentes ojos rasgados. El único hombre adulto que en ese momento se encontraba en casa, giró un poco su cabeza para encontrarse con el pequeño niño detrás del sofá, con una enorme sonrisa de oreja a oreja y jalando de él.
—Hishou, ¿no quieres esperar a que llegue Shoyo? —Muy al contrario, el mayor de los Kageyama se quedó quieto y estático, quizás no creyendo que alguien le pudiera decir ese tipo de palabras porque casi siempre su hijo tomaba a Shoyo para jugar.
—¡No!, ¡juguemos nosotros y cuando regrese le diremos que se una! —insistió todavía más, soltando a su padre por unos segundos, y así poder rodear el sillón que impedía un mejor movimiento, antes de quedar frente a su padre, con una enorme sonrisa de par en par. Lo volvió a tomar del brazo y lo obligó a levantarse.
«Se parece a Shoyo», pensó por mero impulso el adulto, cuando dejó de poner resistencia y dejó que lo condujeran a la sala.
Al entrar al espacioso cuarto con el piso hecho de tatami Tobio pudo divisar todo el desastre que había al estar repleto de juguetes: entre ellos había cuerdas para saltar.
—¡Vamos a jugar! —Encaró sin nada de tacto Hishou, enseñando sus dientes en una sonrisa y señalando al hombre adulto que había traído.
Tobio supo que ya no podía escapar de ésa, sólo esperaba que Shoyo no tardara tanto en las compras ese día.
—¿Quieres jugar voleibol? —cuestionó el mayor, al no saber qué decir cuando se suponía se iniciaba un juego. No podían culparlo, él no tenía amigos cuando era más pequeño.
—¡No! —dijo sin dudar, logrando sacar a flote la preocupación más reciente de Kageyama en su pequeño niño: no parecía estar interesado en ese deporte, Hishou se divertía mucho más viendo el baloncesto y le encantaba correr.
—¿Entonces...?
—Juguemos a policías y ladrones —pidió ahora el chico que se parecía demasiado a Tobio, con una mueca un tanto ilusionada por ese juego tan maravilloso que había encontrado en una caricatura que había visto el día anterior con Shoyo.
Tobio sólo pudo ladear un poco su cabeza.
—No sé cómo se juega.
—Yo tampoco entendí, pero te enseñaré las reglas, papá. —Se señaló a sí mismo el de hebras negras alborotadas, con mucha emoción y una sinceridad que Kageyama no sabía cuánto agradecía que tuviera—. Yo seré el policía, y tú serás el ladrón. —Incriminó sin perder el tiempo, mientras en sus manos jalaba una cuerda para saltar que había ocupado esa tarde en su escuela para la clase de Educación Física. Estaba de más hacer saber que Hishou era tan expresivo, que esa idea le había gustado demasiado que ya se había puesto a brincar de la felicidad.
Hishou empezó a tomar un respiro largo y certero antes de afilar un poco sus facciones, para mostrar la seriedad que su «tío» Daichi utilizaba cuando debía de pelear contra los malos, y sin reparos, señaló con su dedo al alto hombre de mayor estatura con una pelota de voleibol en manos que no sabía ni qué hacer en un juego.
—¡Papá-... Kageyama Tobio-san, quedas arrestado por...! Quedas arrestado por... —Después del pequeño tropiezo en su lenguaje por haber soltado primero que era su padre y corregido con su nombre, se encontró con otro obstáculo: no sabía por qué lo estaba arrestando, y el gesto inexpresivo de su padre lo llegaba a poner nervioso. Ser policía era difícil, anotado a los oficios y carreras que nunca tomaría—. Arrestado por... por... por... no sé. —Se rindió demasiado fácil, bajando su mano y empezando a mirar al suelo, y pensó con seriedad, con mucha seriedad.
—Entonces no tienes ninguna razón para arrestarme —confesó el mayor, sólo logrando que Hishou lo viera raro—. Significa que yo gané el juego.
—Es cierto, no puedo arrastrarte porque no tenemos nada-... —Hishou fue interrumpido de golpe por la idea meticulosa que pudo formar en su mente. Ahora el de hebras lacias había tomado el control de la policía, y nadie podría detenerlo—. ¡Estás arrastado por robarme a papá! —declaró, empezando a sacar más un problema personal que ahora se presentaba en modo de juego.
—¿Qué? —pronunció el único adulto de la casa. Suficiente para que Hishou inflara sus mejillas ante su reacción y se preparara para encarar a su padre roba-Shoyos.
—¡Diario me mandas lejos para que no pueda estar con papá! —Encaró con el enojo acumulado.
—No es cierto, sólo vas a la escuela y todos los niños de tu edad deberían ir ahí —contestó a su primer reclamo con mucha facilidad—. Yo también fui a la escuela...
—¡Pero tú ibas con papá! —Muy curioso ver como alguien tan sutil y tranquilo empezaba a inquietarse.
—Porque tenemos la misma edad.
—¡Incluso ahora cruelmente lo mandaste lejos de mí! —Hishou sacó el coraje que tenía atorado en su pecho, colocando su única mano que no sostenía la cuerda en su pecho y empezaba a dejar que sus ojos se llenaran de lágrimas que aprisionaban con empezar a bajar. Tobio entró en pánico cuando el menor de los Kageyama daba indicios de querer llorar. Shoyo lo iba a regañar—. Le dijiste que se fuera muy lejos, ¡lo corriste de la casa!
—No es cierto, sólo fue al supermercado para comprar los ingredientes de la cena y el desayuno de mañana. —Tobio cortó el drama de Hishou en un instante.
—Yo he visto que es demasiado feliz cuando está contigo —siguió con su monólogo el más pequeño, sólo logrando que Kageyama abriera sus ojos con sorpresa ante esa afirmación, permitiendo que un rubor inocente empezara a amueblar sus blancos cachetes. Hishou no pudo pasar por alto la obviedad del asunto.
—¿En serio? ¿Es feliz a mi lado? —Como un pequeño colegial enamorado que en sus tiempos fue, actualmente se mostraba emocionado por ese detalle que su hijo le había hecho saber.
—¡Así que quedas bajo arrasto! —confirmó de improviso el pequeño, sin entender del todo a su propio corazón y ahora siendo él quien señalaba a su papá de forma autoritaria. Más tarde, continuó con su juego—. Debes de soltar el arma que llevas...
—¿El arma? —Tobio estaba seguro de que no llevaba ninguna arma.
—La pelota es un arma, ¡papá! —chilló Hishou un poco más insistente, aceptando el extremo de la cuerda y se preparaban para arrestar al mayor—. Kageyama Tobio-san, manos atrás de la espalda. Quedas arrastrado por llevarte el amor de papá —continuó con el monólogo que había escuchado una vez en televisión, pero saltándose ciertas partes al no recordarlas. Tobio, un poco indeciso por las decisiones del menor, aceptó las raras condiciones de Hishou, dejando caer la pelota al suelo y colocando sus manos atrás de su espalda, y se tuvo que sentar en el suelo para que su pequeño pudiera maniobrar la cuerda con mayor facilidad al atrapar sus manos. Bastaba recalcar que Hishou no sabía hacer nudos aparte del que Tobio le había enseñado para que se pudieran amarrar solo las agujetas de sus zapatos deportivos.
En menos de un minuto, Hishou arrestó a su padre y le había amarrado las manos en la espalda.
Cuando el crimen fue resuelto, el niño se quedó completamente estático, sin saber qué hacer a continuación. Tobio se quedó quieto, absolutamente quieto, empezando a sentir una obvia inquietud porque el silencio inundado era demasiado sospechoso como para que fuera real. Si bien era cierto que Hishou era su querido hijo, también era cierto que era hijo de Shoyo, y lo demostraba por lo ruidoso e imprescindible que lograba ser.
—¿Qué pasa? —interrogó, un poco extrañado el adulto por el silencio derrumbado que tuvieron de improviso. Sólo recibió absoluto silencio del pequeño de seis años, una vez más, puso los nervios de punta a Kageyama. ¿Por qué ya no contestaba?
Hishou fue el primero en reafirmar la idea de que todavía seguía ahí, volviendo a dar unos cuantos pasos para quedar frente a él, y se recargó de Tobio con un medio abrazo algo cariñoso a pesar de que tiempo atrás era acusado con brutalidad por sus celos infantiles.
—Ya me aburrí —soltó de improviso el de orbes azules, con una mirada perdida y siendo completamente serio al compartir su inquietud: ya lo había arrestado, ¿y ahora qué?
—Hishou —habló de repente el único adulto en casa, al ver que el pequeño había vuelto a pensar una vez más para buscar un nuevo medio de entretenimiento—. ¿Por qué no juegas con tus amigos afuera?
Con lo obvia que era esa afirmación, fue impresionante que Hishou no haya pensado en esa posibilidad, mostrándose entusiasmado e impresionado como si su padre fuera un genio.
—Sí, ¡iré a buscar a Ryusei! —habló un entusiasmado Hishou, empezando a emocionarse porque ya había captado todo con mucha facilidad y emoción.
—¿Eh? ¿Irás a buscar un meteoro? —cuestionó Kageyama, perdido.
—Iré a buscar a Ryusei Tsukishima para jugar con él —contó sus planes el chico de cabellos lacios y ojos azules emocionados que temblaban en el aire. Se notaba muy emocionado, y cuando los niños estaban emocionados, ellos acostumbraban a olvidar ciertas cosas—. ¡Debe de estar en casa! —afirmó con más emoción, dando brincos largos en su propio lugar antes de salir de la sala a pasos presurosos con una sonrisa.
A Tobio no le gustaba adónde estaba yendo eso... no lo iba a dejar solo, ¿verdad? Antes de irse a jugar con sus amigos lo iba a desatar, ¿no es así?
—¡Oye, Hishou! —gritó con la voz quebrada y temblorosa el mayor, al oír su pequeña risa infantil y la puerta principal de su casa abriéndose y cerrándose.
«Me dejó atado», la cruda realidad empezó a golpear el cuerpo de Kageyama, dando un gran suspiro pesado y quedándose consternado ante su terrible suerte. Estaba solo en casa, con las manos atadas en la espalda y sin poder hacer algo.
Kageyama bien podía decir que ése era uno de los momentos más vergonzosos de su vida. Tampoco podía hacer fuerza y romper la cuerda de Hishou porque éste lloraría cuando se enterara.
Media hora después, Tobio, que ya había perdido cualquier esperanza de que su hijo regresara a salvarlo, la puerta principal fue abierta, y los pasos calmados y serenos de su pareja le regresaron la vida a Kageyama.
—¡Estoy en casa! —habló el chico con su habitual tono angelical que lograba erizar a Kageyama. Y como siempre, fue el mismo resultado de antes, poniéndose de pie en el lugar donde se había quedado congelado—. ¿Estás en casa, Tobio? Vi a Hi-chan jugando en el pequeño campo abierto hace unos momentos con Ryusei-chan... —Mientras decía esas palabras, caminaba a pasos lentos y alegres por la casa, abriendo de golpe y con una gran sonrisa la puerta de la sala, topándose en primer plano con un imponente Tobio de estatura mucho más alto que él con las manos en la espalda, atadas. Se quedó congelando.
—¡S-shoyo! —Lloró un poco el mayor al ver al mencionado en casa, aliviado de que su salvador llegara por fin—. ¡No te quedes ahí parado y ayúdame!
En lugar de preocuparse, Hinata dibujó una sonrisa torpe en sus labios.
—No tenía idea de que tenías esos fetiches, Tobio-san... —Hizo saber Hinata, con un puchero un poco sutil.
—¡No es eso! ¡Hishou me arrestó! —respondió agitado el otro, con un enorme rubor en su cara. Esa respuesta fue más lógica para Shoyo, pero aún no entendía del todo la situación presentada.
—¿Qué diablos pasó mientras yo no estaba? —pronunció lo poco que pudo decir ante la situación tan extraña.
Recapitulando Páginas Atrás: Kei Y El Secreto Romántico De Ryusei
Cuando el timbre resonó y la voz de un niño afuera de su casa se hizo presente, Kei supo de inmediato a qué venía y quién era. Cuando abrió la puerta, casi le dio un paro cardíaco al ver a Hishou realizando una aterradora sonrisa que siempre le mostraba cada vez que se encontraban. Tuvo que tocar su pecho y arrugó su nariz al verlo así.
—¡Buenas tardes, Tsukishima-san! —saludó con una exorbitante energía el chico llamado Hishou, no concordando para nada con esa expresión heredada no muy linda.
—Hola —habló Kei, un poco más realista en cuanto a ser educado con niños muchísimo menores que él a pesar de que a veces le causaban cierto conflicto—. ¿Necesitas algo? —No quería dejarlo pasar por simple pereza, pero si era necesario hacerlo, lo haría. Pero ese niño era demasiado juguetón, había sacado una de las peores cualidades que tenía Hinata.
Hishou trató de hablar, pero siempre que éste se emocionaba demasiado, sus mejillas rojizas se presentaban y de su boca no salían palabras, por más que la abriera, el sonido simplemente no salía.
—¡Quiero! ¡Jugar! ¡Ryusei! —contó, respirando agitado. Luego, a su propio comportamiento trató de corregir, al sacudir su cabeza con obvio recelo de lo que podía salir de su boca, dio un respiro, y por fin pudo calmarse lo mejor que pudo—. Quiero jugar con Ryusei... —Por fin, el mensaje perfecto llegó de la forma correcta.
Fue cuestión de tiempo antes de empezar a dar largos saltos de arriba a abajo, en señal de felicidad.
«Un saltamontes», pensó el mayor de los Tsukishima con mucha facilidad, sin quitar ese gesto serio en su cara que a veces hacia que sus compañeros de voleibol le preguntaran si tenía problemas en casa, y de paso asustaba a los compañeros de aula de Ryusei cada vez que había una junta de padres de familia: ¿qué esperaban? Había nacido con esa cara y era cansado e irritante sonreír.
Pero con ese niño era diferente. Siempre lo miraba con esos grandes ojos azules que tenía, y lo contemplaba con una inocencia demasiado pura, que quemaba, quemaba demasiado. Era tan tierno que debería ser ilegal.
—¡Ryusei! —Su voz llamando a su único hijo sonó firme y sin quebraduras, a pesar de que Hishou lograba tocar una parte crítica de su corazón. Tal vez sería mucho más amable con él si no fuera hijo de los idiotas de Tobio y Shoyo. Par de enamorados, pero muy idiotas.
Las pequeñas pisadas de un niño bajando las escaleras a una increíble velocidad en la espaciosa vivienda de estilo occidental moderno, y la voz de Tadashi indicándole desde la planta alta que no bajara las escaleras corriendo, presentaron al pequeño niño que era sólo un mes menor que el hijo de la familia Kageyama en el umbral, con sus ojos verdes escondidos a través de unos lentes cuadrados, piel nívea sólo estropeada por un mar de pecas cerca de su nariz y en la parte alta de sus cachetes, sus cabellos rubios cortos que tenían completamente despejada la mayor parte de su frente, sólo hacían resaltar más al alegre chico que se emocionó de sobremanera cuando vio a Hishou buscándolo.
El niño, mostrando su completa emoción, tomó el impulso suficiente como para poder dar una carrera directo a los brazos de Hishou, siendo demasiado obvio de que Ryusei era una persona mucho más baja que el niño de cabellos lacios de color negro.
—Ryusei —llamó un emocionado Hishou, al ver como el mencionado envolvía con demasiada fuerza su delgado cuerpo entre sus brazos.
—¡Vamos a jugar, Hishou! —Invitó Ryusei con una enorme sonrisa al mayor, alejándose del delgado cuerpo de su amigo y sonrió con mucha felicidad. El susodicho, emocionado, asintió.
Kei los vio bajar los pequeños escalones de la casa y correr afuera del pequeño dominio de la casa, creyendo que a vista de cualquier otra persona, ellos podrían parecer un pequeño grupo de dos amigos, pero Tsukishima sabía que Ryusei tenía un secreto, un secreto que si bien no le gustaba, supuso que sólo sería cuestión de tiempo para que ese inocente enamoramiento pasara.
El primer amor nunca duraba para siempre...
—Vayan con cuidado —advirtió, con una voz aparentemente tranquila.
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