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Capítulo 9.



Al siguiente día regresé a la escuela, ya estaba bien físicamente pero mi estado de ánimo no era el mejor, me encontraba muy enojada con los Triple P. Al llegar al aula, ignoré las habladurías de Mindy, que siempre que me veía lanzaba algún comentario desdeñoso hacia mi persona, y les pedí a los Gold que me siguieran al pasillo para hablar con ellos. Notaron mi furia, pues obedecieron sin rechistar.

Una vez que llegamos a nuestro destino, me miraron con atención.

—¿Qué sucede? —Se atrevió a preguntar Aristóteles con nerviosismo.

—Uno de ustedes estuvo removiendo el cajón donde guardo mi ropa interior —dije con tono acusatorio. Aristóteles y Aquiles señalaron a Adonis con rapidez, así que le di una cachetada.

—¡Auch! —Se quejó el rubio, llevando su mano a su mejilla enrojecida.

—Sé que te llevaste una foto de Karen, y eso no me importa, pero por tu culpa tuve que lavar todo lo que había en el cajón —dije con furia—. Y a mano porque mi mamá no me dejó usar la lavadora.

—¡Tenía las manos limpias! —Se quejó.

—Vi tus fotos con el pinche gato, que anda en la caja de arena, lamiéndose el culito, tragando cucarachas y revolcándose en el suelo. —Apreté los puños—. Además eres un degenerado, atreviéndote a tocar mis calzones... ¡Y hablando de pervertidos, ustedes dos! —Señalé a Aristóteles y a Aquiles, que dieron un pequeño brinco al ser enfocados—. Me estaban viendo dormir, par de sucios.

—Él era el que te veía todo endiosado, el muy pervertido. —Aquiles señaló a Aristóteles—. A mí solo me causaste curiosidad, no entendí cómo una cosita tan chiquita pudiera babear tanto.

Me ruboricé por la vergüenza y el enojo.

—¡No soy un pervertido! —Exclamó Aristóteles—. Tú fuiste el que le tomó fotos.

Me puse en alerta al escuchar eso, ¿me tomó fotografías el muy desdichado? Ni siquiera Karen se atrevía.

—¡¿Me tomaste fotos!? —Coloqué las manos en mi cintura pero en seguida extendí mi extremidad derecha—. Dame tu celular.

—No te tomé fotos. —Sacó su celular de su bolsillo y lo desbloqueó para ver la pantalla. Lo miré con el entrecejo fruncido, así que movió sus pulgares con rapidez—. Bueno, tú ganas, ya las borré.

—No te creo. —Entrecerré los ojos.

—¡Ya las borré!

—A ver, enséñame tu galería.

—¡No, eso no!

—¡Dámelo o te demando!

—¿Ah, sí? A ver, demándame. —Me mostró una sonrisa mientras movía su celular de un lado a otro para burlarse de mí.

La paciencia no era mi mejor cualidad, así que le arrebaté su equipo de mala gana y entré a su galería para borrar las fotos que me tomó durmiendo. Lo bueno era que estaba desbloqueado, pues lo estuvo usando segundos antes.

—Tienes suerte de que las eliminara, si no te habría demandado por acoso.

—Igual las respaldé en mi computadora —farfulló.

Fruncí el ceño con enojo, seleccioné todas las imágenes de la galería y toqué el icono de suprimir. Una vez que concluyó esa acción, le tendí su celular a Aquiles. El pelirrojo, al ver su equipo, me vio con una mezcla de enojo y estupefacción.

—¡Borraste todas las imágenes de mi galería! —Exclamó con tono acusatorio. Me encogí de hombros.

—Igual debes tener el respaldo en tu computadora, ¿no?

—¡No! —Expresó con enojo—. Era broma, no tenía ningún respaldo de tus horribles fotos, ¡y borraste todo! —Se quejó—. Las fotos de mi familia...

—De seguro tus primos las tienen. —Alcé una ceja.

—¡Pero no las fotos de mis amigas con derecho! ¡Y mis videos triple equis! ¡No puede ser! Ahora sí te pasaste. —Se alejó con paso firme.

Nos quedamos en silencio unos segundos, hasta que me dirigí a Aristóteles.

—Y tú me debes un reloj despertador —afirmé—. Por tu culpa se rompió el mío.

—¡Tú me lo aventaste en la espalda! —Reclamó—. No fue mi culpa.

—Fue tu culpa por meterte a mi cuarto y verme dormir, degenerado.

Adonis soltó una risita.

—Yo dije eso.

—Tú cállate, no tienes derecho a reclamar.

De repente escuchamos una carcajada, así que volteamos hacia la persona que la emitió. Luis nos miraba con una ceja levantada.

—Ustedes sí que son un caso.

—No te rías —se quejó Aristóteles.

—¿Por qué no? Son como mis payasos.

—¡Ahora sí te parto tu madre!

Luis corrió con velocidad y Aristóteles salió tras de él. Tuvo suerte de que no fuera Aquiles.

Adonis y yo vimos por dónde se fueron. De repente, el rubio volteó hacia mí y habló, atrayendo mi atención.

—Oye, Chaparrucita, ¿no tienes más fotos de Karen que me regales? —Rodé los ojos y me metí al aula, con el rubio detrás de mí—. Lo digo en serio, ¿no tienes? ¿Y sí le enseñaron mis fotos con Pelusita...? ¡Chaparrucita, no me ignores!

El profesor de la primera clase llegó pero Luis y Aristóteles no, lo cual me pareció extraño pues, al igual que yo, eran unos nerds que no toleraban perderse las clases. Después de un rato, apareció el prefecto con ambos y pidió al profesor que los dejara entrar. Me sorprendí cuando, al alzar la mirada, vi que Luis tenía un raspón en la cara, el ojo morado y el labio partido. «¿En serio le pegó? ¿Y acaso los Triple P son tan poderosos que no lo castigarán?».

Ambos entraron en silencio y se sentaron en sus respectivos lugares. El profesor vio a Luis unos segundos más pero no se atrevió a preguntarle nada.

—¿Le pegaste? —Escuché la voz de Adonis.

—Sí, me pegó. — Luis se apresuró a responder.

—¡Qué va! Lo estaba persiguiendo para darle un zape pero el muy imbécil se tropezó y se cayó de cara, lo tuve que levantar y llevar a la enfermería. Hasta lo cargué —farfulló.

El coro de risitas de nuestros compañeros no se hizo esperar; tuve que morderme el dedo índice para no carcajearme.

—No se rían, sí me espanté —indicó Aristóteles.

—Ni si riin, sí mi ispinti —dijo Luis con tono enojado—. Me debes unos lentes, Aris.

—Hasta crees. Tú me debes un bolillo por el susto que me diste, animal.

—¡Ya cállense, muchachos! —Indicó el profesor con su voz aguardentosa—. Seguimos con la clase.

Sin quererlo solté una pequeña risita, empezaba a notar que Aristóteles pretendía ser frío y duro pero en el fondo era muy dulce.


***


Aquiles no me volvió a dirigir la palabra el resto del día. «Creo que sí me pasé» pensé mientras mascaba un chicle con discreción. A pesar de que fue su culpa, el viernes, en cuanto llegó, me dirigí a él.

—¿Aquiles, podemos hablar?

No me respondió, así que le tendí una flor. Él me miró con duda.

—Es la flor de la amistad... Háblame —insistí.

—No —masculló—, y eso es una hierba, no una flor.

—Ah, ya me hablaste —sonreí—, y no es una hierba, es la flor de la amistad para pedirte disculpas.

—No la quiero. —Antes de responder a su negativa, Aristóteles le dio un golpecito en el hombro—. Agh, está bien, si vas a ser mi cuñada tenemos que resolver nuestras diferencias. —Tomó la planta.

Abrí los ojos con impresión al oírlo decir eso.

—¿Qué? ¿Es cierto que esperarás a que Lira crezca para pedirle que sea tu novia? —Lo vi con pasmo. El día anterior mi hermanita se la pasó parloteando acerca de cómo sería su boda con Aquiles pero la ignoré, sin embargo que el pelirrojo dijera eso no me dejaba tranquila. Aristóteles y Adonis se soltaron a las risas—. Hey, cuidado, aún es una niña.

—¡No me refería a eso! —Exclamó con un gesto frustrado.

—¿Entonces? ¿Te vas a pelear con Adonis por Karen?

—¡¿Qué?! ¿Me quieres quitar a mi mujer, Aquiles? —Adonis reclamó.

—¡No! —Expresó el pelirrojo—. Agh, olvídalo. —Se dirigió a mí—. ¿Qué quieres? —Se cruzó de brazos.

—Ya te dije, pedir disculpas. Lamento haber borrado tus imágenes —murmuré—. Es que me sacaste de quicio. —Aquiles me enfocó, tenía una mueca en su rostro, así que le puse carita tierna para que me perdonara más rápido.

—Ya, lamento haberte tomado fotos sin tu permiso, no debí hacerlo.

—¿Quedamos a mano?

—Sí, Pulguita, quedamos a mano. —Acarició mi cabeza, revolviendo mi cabello—. Además pude recuperar mis fotos. —Supongo que puse cara de susto, pues se apresuró a aclarar—. Borré las tuyas, te lo prometo. —Me enseñó la galería de su celular. Su última imagen era una selfie—. No hay respaldo ni nada, lo prometo.

Antes de que pudiera comentarle algo, Aristóteles me tomó del brazo y me llevó afuera del salón. Empecé a pedirle explicaciones y me quise zafar pero no me lo permitió.

—¿Qué pasa? —Pregunté una vez que me soltó. Los pasillos estaban solitarios, así que no me importó alzar la voz—. ¡¿Estás loco?!

—No. Yo solo quería darte eso. —Me tendió una caja envuelta con papel plateado y un enorme moño dorado.

Alcé una ceja y lo vi con duda pero él me instó a abrirla. Sin perder más el tiempo, obedecí y me quedé de piedra al ver un celular último modelo con un montón de funciones que no entendía muy bien.

—¿Qué es esto? —Pregunté luego de unos segundos.

—No encontré ningún reloj despertador como el que tenías, con el que me golpeaste —aclaró, logrando que me sintiera culpable—, y la neta tu celular está bien feo y viejo, así que espero compensar el daño con esto.

—¿Estás reemplazando mi viejo reloj chafa con un celular moderno? —Lo vi con impresión.

—Emmm, sí, ¿por? ¿No te gustó? ¿Quieres de otro color?

—¡Este es perfecto! —Exclamé con emoción, casi echándome a llorar. Siempre quise un celular moderno pero no podíamos comprarlo porque teníamos que solventar otros gastos y cuando mi padre ganó la lotería, antes de perderlo todo, solo le compró uno a Lira, su consentida, pero a mí no me quiso dar nada—. ¿Pero por qué lo hiciste? ¿Acaso quieres acostarte conmigo?

—¿Qué? —Me vio conmocionado—. No lo hice por eso, esa nunca fue mi intención, yo solo quería darte algo bonito.

—Aww, la verdad me acostaría contigo sin que me dieras nada a cambio —admití—. ¡Pero gracias por el celular! —Estaba tan feliz que lo abracé. Sentí que su cuerpo se tensó, así que quise alejarme rápido pero no me lo permitió, pues en seguida rodeó mi espalda con sus brazos y se agachó un poco.

—Me alegra que te haya gustado —me susurró en el oído. Antes de alejarse, me dio un pequeño beso en la sien, logrando que mi piel se erizara. Sin poder contenerme, solté una risita nerviosa—. Por cierto, Sue, yo quería saber si... —Lo miré con atención pero se detuvo.

—¡Dile! —Escuchamos la voz de Adonis. Ambos volteamos hacia el rubio, que se limitó a sonreírnos y alzar el pulgar. Aquiles y Luis estaban a su lado, asintiendo con la cabeza.

—¿Qué hacen aquí de chismosos? ¡Ya váyanse! —Reclamó Aristóteles pero lo ignoraron.

—No hasta que le digas —indicó Adonis y los otros dos volvieron a asentir.

—¿Decirme qué? —Volteé hacia el pelinegro con duda.

—Nada, yo...

—¡Dile! —Insistió el rubio.

—¿Qué? —Di un pisotón, me ponía de malas que dejaran los chismes a medias.

—¿Te gustaría salir conmigo el sábado? —Preguntó luego de unos segundos. Su pregunta me descolocó, así que no atiné a responder nada. Nos vimos a los ojos unos segundos, hasta que él rompió el silencio—. Hay una feria local que llegó hace poco a la ciudad, ¿quieres ir?

Estuve a punto de aceptar pero recordé que tendríamos invitados ese día y yo era la encargada de lavar todos los platos de la comida, si no lo hacía mi mamá me insultaría por desobedecerla. Sí tenía ganas de salir pero no podía cambiarle los planes a Jessica de repente, estaba bien loca, si un día antes pedí permiso para salir al cine con Lola y Ronny ese mismo fin de semana y amenazó con jalarme el cabello, esa doña daba miedito. Además no me gustaba dejar los trastes para después porque se me juntaban demasiadas ollas.

—Lo siento, el sábado estoy ocupada, tengo que lavar los platos —suspiré—. Será para la otra.



Ay, pobre Aris, lo rechazaron xD Pero hay que recordar que María Susana no se manda sola.

Muchas gracias a todos los nuevos lectores que han llegado a esta historia, en verdad:3 Me gusta que se emocionen, sobre todo porque amo la comedia y es divertido compartirla con ustedes.

Aún falta ver muchas cosas de los Gold y de la Maricucha y sus hermanas. Dejo espacio por si quieren decirle algo a los personajes.

María Susana

Aristóteles

Aquiles

Adonis

Karen

Lira 

¡Nos vemos pronto! :D 

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