Capítulo 10.
Aristóteles
María Susana se alejó de mí con paso ligero y no pude reaccionar ante su rechazo. De repente la ira y la decepción llegaron a mí, aceptaba salir con mis primos y hasta le regaló una hierba a Aquiles pero a mí me inventaba una excusa muy patética para no ir, preferiría que me dijera en la cara que no quería salir conmigo... o mejor no, tal vez habría llorado. Me quedé unos segundos ahí como idiota, hasta que la voz de Luis atrajo mi atención.
—Uy, eso sí dolió.
Adonis y Aquiles lo miraron mal.
—Yo sí te parto tu madre, ¿quieres el otro ojo morado? —Aquiles alzó el puño, así que Luis tragó grueso y entró al salón. En seguida se acercaron a mí.
—¿Estás bien? —Preguntó el rubio.
—Hermano, yo creo que deberías empezar a olvidarla, es obvio que no le interesas —me indicó Aquiles pero Adonis negó con la cabeza.
—No, no, esfuérzate más, yo sé que en el fondo le gustas pero se está haciendo la difícil.
—Lo bateó bien gacho.
—Es evidente que quiere que se esfuerce más.
Por mi parte, me sentí más patético que nunca. «Siempre me dijeron que podía impresionar a cualquier chica pero veo que es mentira» pensé desilusionado. «Aquiles tiene razón, debería olvidarla... ¿Pero y si Adonis dice la verdad?». Volteé hacia ellos y me vieron con atención.
—¿Cómo puedo...? —Dejé el cuestionamiento al aire, de seguro Aquiles pensó que preguntaría cómo olvidarla y Adonis cómo podía esforzarme más—. ¿Qué debo hacer para impresionarla? —El rubio sonrió con triunfo y Aquiles rodó los ojos.
Para que no hubiera fallos, seguí el plan de Adonis al pie de la letra. El sábado al mediodía, me presenté en casa de María Susana y toqué la puerta, sintiéndome muy nervioso. «Lo bueno es que cuento con el apoyo de la señora Jessica». Después de unos minutos, Karen abrió la puerta.
—¡Oh! —Exclamó—. Aristóteles, ¿cómo estás? —Preguntó con amabilidad.
—Bien, Karen. ¿Se encuentra María Susana?
—Sí, pasa.
Entré después de Karen y vi que, en el comedor, la mamá de María Susana estaba platicando con otros señores. La señora Jessica, al verme, me saludó con efusividad.
—¡Aristóteles! —Exclamó—. Ven aquí, mijito. —Obedecí su petición y me acerqué—. Ellos son unas amistades de hace tiempo. —Presentó a dos parejas que tenían más o menos su edad. Me saludaron con amabilidad y yo hice lo mismo—. Él es mi yerno.
Me ruboricé un poco. «Señora, yo quisiese».
—¡Ay, qué suertuda! ¿De quién es novio?
—¿A quién viniste a ver, querido? —Preguntó Jessica—. ¡No me digas, yo adivino...! El güerito es de Karen y el pelirrojo de Lira, así que debes buscar a Maricucha, ¿verdad?
Abrí la boca para responder que sí pero la voz de María Susana atrajo nuestra atención.
—¿Aristóteles, qué haces aquí? —La vi con atención, llevaba una blusita de tirantes y unos shorts muy cortos, además de unos guantes de cocina, un mandil mojado, aunado a su cabello amarrado en un chongo malhecho. Me arrepentí por haber dudado de ella, al parecer sí estaba muy ocupada con los platos.
—Bueno, es que yo... —No podía decirle que creí que me mintió—. Es que me dijiste que hoy tendrías muchos platos qué fregar, así que vine a ayudarte —inventé con rapidez, aunque nunca en mi vida había lavado un traste.
—Ay, Maricucha, ¿por qué le dices eso a tu novio? Va a creer que te traigo como Cenicienta.
—¡Pues así me traes! —Reclamó.
—¡Cállate!
—Es que es verdad.
—Te voy a dar con la chancla.
Antes de que la discusión se hiciera más grande, atraje la atención de Jessica.
—Es que la invité a la feria pero me dijo que no podría ir porque estaría muy ocupada, así que vine a echarle una mano. —Sonreí con encanto.
Jessica abrió los ojos con pasmo.
—¡Maricucha! —Exclamó de repente—. ¿Por qué no me dijiste que saldrías con Aristóteles?
—Es que tenías esta comida y...
—¡Ay, no! Ve a cambiarte, órale, no dejes a tu novio esperando mucho tiempo.
—¿Pero y los trastes? —Preguntó con preocupación. Sonreí al notar que no negaba que era su novio—. Además no somos pareja —agregó, haciendo que mi gesto de felicidad desapareciera—. Solo es un amigo. —«Bueno, peor es nada».
—Pues si sigues así no será tu novio, así que apúrate y ponte algo decente para que salgas con él. Karen se encargará de lavar los trastes.
María Susana volteó hacia su hermana mayor pero esta asintió con la cabeza.
—Está bien.
—¡Gracias!
Sue corrió hasta su habitación y minutos después salió con una blusa azul y unos jeans.
—Vámonos, vámonos, antes de que se arrepientan —musitó tomándome de la mano para que avanzara con ella—. ¡Nos vemos después!
—¡Claro! ¡Y recuerden que sin gorrito no hay fiesta! —Gritó Jessica. Sentí que la sangre volvió a subir a mis mejillas.
—¡Mamá! —Se quejó—. Agh. —Cerró la puerta. En seguida me enfocó y me dio un abrazo—. ¡Gracias por librarme de eso! —Exclamó con felicidad.
Sentí que mi corazón empezó a latir con fuerza y, por enésima vez en el día, me sonrojé. Después de unos segundos, se alejó y me enfocó con atención.
—Bueno, ¿ya vamos?
Asentí con la cabeza, así que se dirigió al auto dando saltitos y se subió al asiento del copiloto. Sin hacerla esperar más tiempo, me subí al vehículo y fuimos hacia nuestro destino. Tenía pensado algo tranquilo como ganar algún premio para ella en algún puesto de juegos, entrar a la Casa del Terror para que se abrazara de mí cuando tuviera miedo y subirnos a la rueda de la fortuna para admirar el paisaje pero no contaba con que le gustaba lo extremo.
Cuando llegamos a la feria lo primero que quiso fue hacer fila para los carritos chocones. No me agradaba esa idea pero no quería decepcionarla, así que acepté. Esa experiencia no estuvo tan mal, me sentí tenso todo el tiempo dentro de ese pequeño auto pero fue pasable, sin embargo después se quiso subir a la montaña rusa. Tragué grueso cuando lo propuso pero tuve que asentir, no quería parecer un cobarde frente a ella.
Mientras hacíamos fila, sacó su nuevo celular y activó la cámara.
—Ven, acércate.
Hice caso a su petición y puse mi mejor sonrisa mientras nos tomaba varias fotografías. Una vez que terminó, las vio con una expresión feliz.
—¡Amo la calidad que tiene la cámara! —Me vio directo a los ojos. Segundos después se volvió a fijar en la pantalla—. Tienes bonita sonrisa —aceptó.
—Gra-gracias —tartamudeé. No me esperaba ningún cumplido de su parte—. Tú eres bonita.
—¿Qué? —Fijo su mirada en mí.
—Mira, ya casi subimos. —Tomé su mano para avanzar, ignorando su pregunta. No era que no quisiera repetir el cumplido que dije, por supuesto que era bonita, pero temía que no me tomara en serio.
La experiencia en la montaña rusa fue aún peor que los carritos chocones, no solo me tensé, sentí que me desmayaba ahí dentro, incluso pensé que moriría, aunque solo fueron exageraciones mías. Lo cierto era que salí muy mareado.
María Susana estaba emocionada y feliz, salió del juego dando saltitos y grititos de felicidad. Sonreí al verla de esa manera, me pareció adorable. De repente volteó hacia mí y su expresión cambió a una preocupada.
—¿Estás bien? Te ves muy pálido.
—Sí, solo necesito descansar un poco.
Le compré un algodón de azúcar y nos sentamos en una banca cercana a esperar que se me pasara el malestar. Mientras María Susana comía su golosina, me preguntó cómo era que mis primos y yo teníamos la misma edad y procedí a contarle parte de mi historia familiar.
—Vaya, y creí que mi familia era rara —comentó, aunque en seguida me enfocó con culpa—. Lo siento, no quise decir eso.
—Está bien, nosotros pensamos lo mismo —admití—. No me molesta, son como mis hermanos y me alegra compartir mi tiempo con ellos, solo que... —Pausé, tal vez empezaba a hablar de más.
—¿Qué?
—No sé. Adonis y Aquiles nunca mostraron inconformidad por que yo heredara la empresa, incluso he soñado con ese momento, pero a veces pienso que es demasiada presión para mí solo.
—Entiendo. —Sue me tendió su algodón de azúcar para que tomara un poco, así que acepté y me llevé un pedazo a la boca—. ¿Has hablado con tu familia acerca de cómo te sientes?
—No realmente —suspiré—. Mis primos lo sospechan pero no he hablado con mis padres ni mi abuelo.
—No es bueno que te presiones de esa manera, está bien pedir ayuda de vez en cuando.
—¿No crees que me hará ver como alguien incapaz?
—Claro que no, al contrario, pedir ayuda cuando se necesita es una señal de fortaleza.
Me mostró una gran sonrisa que logró que mi corazón se acelerara, así que desvié la mirada un segundo para no delatarme pero no funcionó, pues en seguida volví a enfocarla, no podía dejar de verla y se dio cuenta.
—¿Por qué me ves así? ¿Tengo algo en la cara?
—Sí.
—¿Qué?
—Esto. —Sin darle tiempo a reaccionar, tomé un poco de algodón de azúcar y se lo embarré en la nariz. Ella la arrugó en una mueca graciosa, tomó el caramelo y lo llevó a su boca.
—Ya verás —me amenazó a modo de juego, sin dejar de sonreír.
Quiso hacer lo mismo que yo e intentó embarrarme un poco de aquel dulce pero antes de lograr su cometido, tomé su extremidad con mis dos manos y, sin pensarlo, la llevé a mi boca para comerme aquel pedazo de nube de azúcar. Cuando me di cuenta en la situación en la que nos encontrábamos, me alejé con rapidez y limpié su mano con la manga de mi camisa.
—Lo siento, me pasé, no debí hacer eso.
Me sentí avergonzado conmigo mismo por actuar sin pensar. Creí que se enojaría, así que me sorprendí un poco cuando rio.
—No te preocupes, en mis sueños hemos hecho cosas peores.
Dejé de limpiar su mano y la enfoqué con perplejidad.
—¿Qué?
—¿Qué? —Como siempre, se hizo la que no sabía nada. Por mi parte, no supe si escuché bien o fue producto de mi imaginación—. ¿Ya te sientes mejor?
—Ya —acepté—. ¿Qué quieres hacer?
—Ahora tú decide. Ya elegí dos juegos, es tu turno.
—Me parece justo.
Le dije que entráramos a la Casa del Terror y aceptó; nos dirigimos ahí con paso rápido e hicimos fila hasta que fue nuestro turno. Una vez dentro, enroscó su brazo en el mío y admitió que era muy miedosa y que no soportaba las películas de miedo.
—No te preocupes, todo es falso... Además yo te protegeré —añadí en un murmuro creyendo que no me escucharía pero sí lo hizo.
—Bueno, entonces me quedo más tranquila.
Al principio salieron unas versiones chafas de vampiros, hombres lobos, payasos, momias y zombies y, con cada nuevo ser, María Susana soltaba un chillido y se pegaba más a mi cuerpo, tanto que casi me arrepentí de haber entrado ahí, no era que no me gustara su contacto, al contrario, pero me daba miedo que mi cuerpo empezara a reaccionar por su repentina cercanía.
Después de la primera parte, pasamos a un pasillo oscuro en el que no se veía nada, donde se escuchaban lamentos de fondo y personas ocultas te agarraban el cabello, la espalda o los brazos. De repente sentí una mano en una parte que no debía estar.
—María Susana —susurré—, ¿tú me estás agarrando el trasero?
—No.
—Vámonos, vámonos... —Hice que caminara con rapidez.
Cuando salimos de ahí, ambos suspiramos con alivio.
—¿Te dio miedo? —Pregunté viéndola con atención.
—Un poco pero valió la pena —sonrió y le devolví el gesto—. Al menos estuve entre tus brazotes. —Mi gesto desapareció, a veces me confundía lo que decía, no sabía si le gustaba en serio o no—. ¿Ahora qué hacemos? Iba a proponer que nos subiéramos a las tacitas locas pero si te mareaste con la montaña rusa, de seguro que con esas te vomitas.
—Sí —acepté—. Ya sabes que tengo estómago sensible. ¿Quieres ir a la rueda de la fortuna?
—Vamos.
Fuimos hasta esa atracción, que tenía unas cabinas de colores para que entrara la gente. Una vez que estuvimos dentro de la noria, nos sentamos en silencio, admirando el paisaje mientras el compartimento subía con lentitud. Cuando estuvimos en el punto más alto, María Susana se asomó y vio el panorama con un gesto asombrado. Mientras tanto, no podía apartar mi vista de ella, sus ojos color miel brillando por la emoción, su rostro sublime, su perfil detallado, toda ella era hermosa.
—Sue —murmuré, atrayendo su atención. Nos vimos a los ojos unos segundos mientras colocaba mi mano izquierda en su mejilla.
—Aristóteles...
Sin poder contenerme, cerré la distancia entre ambos, posando mis labios sobre los de ella durante unos segundos. Al notar que no me correspondía, me alejé con rapidez.
—¡Lo siento! —Exclamé sintiendo que la culpa me recorría—. Debí preguntarte antes, no quería ser un aprovechado, yo...
María Susana agarró mi camisa con sus dos manos y, estampando sus labios contra los míos, me calló. Sin esperar más, le correspondí con ímpetu, tomando su rostro y enredando su cabello entre mis dedos. A pesar de que era mi primer beso, traté de que fuera apasionado y afectuoso, quería decirle tantas cosas pero me costaba expresarme con palabras, así que lo demostraría con hechos.
Después de un rato, nos separamos para tomar aire, así que junté mi frente con la de ella. Alzó su rostro para enfocarme, tenía una hermosa sonrisita adornándolo, así que me agaché un poco para volver a besarla con devoción. «Mi Sue».
***
Cuando regresé a casa, no me sorprendí que mis tíos y mis primos se encontraran ahí, a mis padres les encantaban las reuniones familiares.
—Buenas noches —saludé a todos con cortesía—. Voy a mi cuarto, tengo unas cosas pendientes.
Mis papás y mis tíos asintieron pero Adonis y Aquiles me siguieron, era tanta nuestra confianza que ni siquiera preguntaban si podían. Una vez que estuvimos en mi habitación, me recosté en mi cama y abracé mi almohada mientras Adonis se sentaba en un puf y Aquiles en la alfombra en lo que prendía la consola de videojuegos.
—¿Sí saliste con María Susana? —Preguntó Adonis mirándome con atención.
—Sí. —Me senté en la cama. Aquiles, al oír mi respuesta, también me enfocó.
—¿Y cómo te fue?
—Bien. —Me limité a responder.
—¿Solo bien? ¿Hablaron de algo?
—Sí.
Adonis frunció el entrecejo, cansado de oír monosílabos como respuesta.
—¿Y qué más pasó?
—Ella y yo... Bueno...
—¡Ya habla!
—Nos besamos —acepté en tono bajito.
Adonis y Aquiles se miraron entre ellos y luego me volvieron a enfocar.
—¿Es en serio? —Preguntó el rubio con una sonrisa.
—Sí.
—¡Gané! —Le tendió la mano a Aquiles—. Págame. —El pelirrojo rodó los ojos y le pasó un billete.
—¿En serio nos usaron a Sue y a mí como apuesta? —Pregunté con tono indignado.
—No te pongas así —rio Adonis—. Yo confié en ti, reclámale a él. —Señaló a nuestro primo.
Negué con la cabeza y volví a abrazar mi almohada, preguntándome qué estaría haciendo Sue en esos momentos.
—¿Le pediste que fuera tu novia? —Preguntó Adonis.
—Emmm, no realmente. Pero no creo que haya problema, digo, me correspondió el beso.
—Es mejor ser claros desde un inicio —insistió el rubio pero para mí exageraba.
—Eso sí —concordó Aquiles.
—Tú ni siquiera le has preguntado a Karen si quiere ser tu novia —le reclamé al rubio.
—Lo haré formal cuando cumpla dieciocho —sonrió.
—¿Crees que acepte?
—¿Por qué no?
Me encogí de hombros y volví a recostarme, rememorando los cálidos y afectuosos besos que Sue y yo nos dimos.
*Gritos de perra loca*
Levanten la mano los que querían cita :D y hasta beso y todo, para que vean:D
Muchas gracias a todos los lectores que han llegado hasta acá, en verdad agradezco su apoyo, sus vistas, votitos, comentarios. Ya lo he mencionado muchas veces pero sin ustedes, no tendría caso compartir nada de mis escritos, ver que estén pendientes me anima mucho.
Quiero saber, ¿ya tienen a su Gold favorito?
¿Les agrada la Maricucha? En el siguiente vuelve a narrar ella:D
Les recuerdo que tengo un grupo de Whats, si alguien quiere entrar solo mándeme mensaje al privado, es que por ahí veo más rápido para que no se pierda con las notificaciones. Ahí compartimos teorías y pueden preguntar dudas:3
¡Nos vemos pronto!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro