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Cap. 8 Mal de amores

Alan acaba de irse de la consulta de Robert. En cuanto lo ha auscultado, ha podido hacerle un diagnóstico claro: mal de amores.

Conoce a Alan desde hace bastante tiempo y ha estado al tanto de sus enamoramientos fugaces, algunos de ellos acompañados de síntomas parecidos a los que mostraba ahora. Sabía que era hipocondríaco y que cualquier alteración en su ritmo cardíaco, lo achacaba a una dolencia coronaria, que le provocaba otros síntomas asociados, precisamente a su temor a enfermar.

Sin embargo, esta vez le había notado algo diferente. Y no porque sospechara de alguna dolencia, sino porque esta vez no quería confesarle de quién se había enamorado. 

—No es nada de eso, Robert, creo que tengo alguna arritmia o soplo en el corazón —le dice Alan, después de que su amigo le insinuara que sus dolencias fueran un mal de amores.

—A ver, Alan, no es la primera vez que vienes porque tienes palpitaciones y siempre ha sido cuando te gustaba una chica, aunque según tú, cuando te habías enamorado.

—Pues esta vez es diferente. No me gusta nadie, no me he enamorado de nadie y tengo taquicardias, luego algo no funciona bien aquí dentro.

—De eso no me cabe ninguna duda, pero es tu cabeza la que no funciona bien —Y después de extraerle la sangre para el análisis, añade—: Pero bueno, los resultados me darán la razón y entonces, si quieres, me cuentas quién es la chica que acelera tu corazón.

Alan se levanta, dispuesto a rebatir de nuevo las sospechas de Robert, pero en ese momento, una enfermera entra en la sala, bastante alterada, solicitando los servicios del médico por una urgencia.

Robert tiene que salir rápidamente, pero antes pega la etiqueta con el nombre de Alan en el tubo donde ha extraído la sangre. Pero el momento de caos que se genera por la premura de la enfermera, hace que se ponga nervioso y se confunda con las etiquetas, poniendo el nombre de Alan en el tubo de sangre del paciente anterior. 

Un par de días después, Robert se queda blanco al ver unos resultados que diagnostican una enfermedad terminal. No lo puede creer, se repite una y otra vez que no puede ser. Así que manda al laboratorio una nueva muestra de sangre, para asegurarse de que no se trata de ningún error. 

Mientras tanto, en casa de los tres amigos se respira un ambiente algo tenso. Alan intenta evitar a Emy, tarea que se vuelve muy complicada al vivir juntos. Oliver está preocupado por la actitud de Alan, que se está haciendo muy evidente para él, pero también para Emy, quien está empezando a sospechar que algo ocurre que no le quieren contar, y no para de hacer preguntas.

Ese día le toca a ella hacer la comida y, mientras está en la cocina, Oliver y Alan están en el invernadero, cada uno a sus cosas. Cuando llega la hora de comer, Emy los llama y los cita en la mesa de la cocina que todavía está vacía. Ella está sentada en un silla y los espera con las manos cruzadas sobre la mesa.

—No vamos a comer hasta que no me contéis qué está pasando aquí —dice Emy cuando sus dos amigos aparecen en la estancia.

—¿Qué dices, Emy? No está pasando nada —comenta Alan con tono despreocupado—: Anda, vamos a comer que tengo hambre.

—No. Hasta que no habléis claro, no hay comida.

—Es la excusa más tonta que te has buscado para no cocinar —bromea Oliver.

—Sí, ya... Tonta es lo que creéis que soy, pero no. Estáis muy raros y tengo la sensación de que me estáis ocultando algo y no me pienso mover de aquí hasta que no me digáis qué es.

Alan y Oliver se miran de soslayo y, aunque intentan disimular, Emy se ha percatado de esa mirada de complicidad.

—¡Aha, algo pasa! ¿Qué es? ¿Es por lo de Desi? ¿Qué pasa? 

—¡No pasa nada con Desi! —protesta Oliver. Pero casi a la misma vez, Alan dice:

—¡Claro que es por Desi! 

Oliver le lanza una mirada increpadora a su amigo, quien ha encontrado en el tema de Desi la mejor manera de evitar hablar de lo que le ocurre a él.

—¿Qué pasa con Desi? ¿Es que has aceptado ser su novio postizo? 

—No, no lo he decidido todavía...

—Pero se lo está pensando —interviene Alan—: Y me parece que es una locura. ¡Ella está loca!

—Creo que Alan tiene razón, Oliver. Esa chica ya te creó problemas sin que tú le dieras pie a nada. Si accedes a fingir que eres su novio, a saber lo que se le puede ocurrir para meterte en algún lío...

—Estáis sacando las cosas de quicio —protesta Oliver—: Si aceptara, que todavía no lo he hecho, tengo muy claro hasta dónde querría llegar y así se lo haría saber.

—Ya le dejaste bien clarito que no querías nada con ella y tuviste que bloquearla para que dejara de llamarte a todas horas... —sigue diciendo Emy. Aunque su discurso se ve interrumpido, cuando a Oliver le entra una llamada.

Contesta al teléfono y su gesto cambia bruscamente, ante la atenta mirada de sus amigos. Se queda escuchando a su interlocutor.

—Oliver, soy Robert. Tengo los resultados del análisis de Alan, y no tengo buenas noticias. He pensado en llamarte a ti primero, porque no sé si debemos darle la noticia directamente o...

—¿Grave? —le interrumpe Oliver.

—Una enfermedad rara. No tiene cura...

—¿¡Qué!?

—Lo siento, Oliver. He repetido la analítica por si acaso, pero he vuelto a recibir el mismo resultado. Puede que le queden un par de meses de vida, tres a lo máximo...

Oliver escucha la noticia en silencio, sin saber qué decir. Su rostro se ha quedado blanco y sus amigos empiezan a preguntarle.

—¿Qué pasa, Oliver? ¿Quién es?

—Oliver, ¿estás bien? ¿Qué ocurre?

Pero Oliver sigue sin contestar, sosteniendo el teléfono en la oreja. Mudo. Paralizado. 

—Oliver, por favor, dime algo. ¿Crees que debería decírselo a Alan? —le está preguntando Robert, justo en el momento en el que Alan decide quitarle el teléfono de las manos y preguntar:

—¿Qué pasa? Soy Alan.

—¡Alan! —exclama Robert sorprendido—: ¿Cómo...?

—¿Qué deberías decirme, Robert? Te he escuchado. ¡Habla!

—¡Alan, espera! —exclama Oliver, intentando recuperar su móvil. Pero Alan lo espanta de un manotazo y sigue exigiendo a Robert que le diga lo que le acaba de contar a su amigo.

—Alan..., lo siento... —empieza a decir Robert.

—Robert, por favor, dime qué pasa. Son los resultados, ¿no?

—Sí...

—Dime, ¿qué ha salido? 

—¿Qué pasa, Oliver? —le está preguntando Emy, asustada.

—Malas noticias —responde Oliver.

Y cuando Robert le da el diagnóstico a Alan, este suelta el teléfono y se deja caer sobre la silla, completamente aturdido. Oliver coge el móvil y se despide de Robert, mientras Emy se acerca hacia Alan y le pregunta qué le ocurre.

—Me muero —contesta, con un hilo de voz.

—No seas dramático, Alan. Sea lo que sea, seguro que tendrá solución.

—No. Es una bacteria mortal. Solo hay una secuencia genética capaz de destruirla, y yo no la tengo —sigue diciendo Alan, como un autómata—: Me quedan dos meses de vida.

—¿¡Qué estás diciendo!? —estalla Emy furiosa—: ¿De qué mierdas estás hablando? ¿Qué cojones está diciendo?

—Lo que ha dicho Robert. Es lo que le ha salido en el análisis...

—¡No puede ser! —sigue diciendo Emy enfadada—: ¡Repetiremos el análisis! ¡Buscaremos otro médico! ¡No puedes..., no puedes...!

—Tengo que pensar —la interrumpe Alan, poniéndose de pie para marcharse a su habitación. Y aunque sus amigos intentan retenerle, camina sin hacerles caso y cierra la puerta.

Oliver y Emy se quedan allí de pie, mirándose el uno al otro, sin saber qué decir. Oliver recibe a Emy en sus brazos, cuando esta empieza a llorar desconsolada. 


Alan no sale de su habitación en toda la tarde, por mucho que sus amigos le insisten en que hablen sobre la horrible noticia. Oliver decide salir a dar una vuelta, dejando sobre la mesa la comida que había preparado Emy, y que ella tampoco había podido probar. Cuando se queda sola en la cocina, decide llamar a Robert para que le dé más detalles sobre el diagnóstico de Alan. 

Los resultados son muy claros, le explica y también le cuenta que se ha dedicado a buscar toda la información posible sobre esa letal enfermedad, de la que todavía no se tenía mucho conocimiento. 

Emy acepta la noticia con desolación, aunque empieza a pensar en posibles soluciones, y se pasa toda la tarde consultando en Internet todo tipo de terapias alternativas. Cuando Oliver regresa de su largo paseo, ya casi anocheciendo, momento que Alan también elige para salir de su habitación, Emy los recibe con un largo listado de centros, médicos y chamanes a los que podría probar para buscar un remedio a su enfermedad.

—Déjalo, Emy, ya me he hecho a la idea, y tengo un plan.

—Pero no puedes rendirte tan pronto, Alan. Tenemos que buscar alternativas, probar todos los remedios posibles que...

—No voy a quedarme los últimos meses de mi vida probando experimentos. Quiero disfrutarlos y, de momento, quiero dejar todo bien atado.

—¿Bien atado? ¿A qué te refieres? —le pregunta Oliver. Pero Alan se gira hacia Emy y directamente, le pregunta:

—¿Quieres casarte conmigo, Emy?

—¿¡Qué!? —exclaman Emy y Oliver al unísono.

—¿Te has vuelto loco? —pregunta Oliver.

—Dejadme que os explique, por favor.  Sentaos —les pide. Y Alan comienza un relato, que sus amigos escuchan en silencio, completamente alucinados—: Ya sabéis que soy el heredero de una grandísima fortuna, pero no sé si sabéis que mi abuelo dejó un testamento muy explícito. Su único nieto, es decir yo, podría heredar su fortuna, siempre  y cuando estuviera casado antes de los a los 40 años, y si los albaceas que había elegido aprobaban dicho enlace. En caso contrario, su herencia iría a parar a su sobrino nieto. Ahora que voy a morir, no quiero que toda esa fortuna se pierda. Nada me haría más feliz que pudierais disfrutarla vosotros. 

Los dos amigos se quedan en silencio cuando Alan termina su relato. No saben qué decir ni cómo reaccionar ante aquella revelación. Tienen muchas preguntas que hacerle, pero ninguna palabra sale de sus bocas, impedidos por la incredulidad que les provoca todo ese asunto. 

—Entiendo que os haya sorprendido todo esto —continúa hablando Alan—: No había vuelto a pensar en ello desde que me enteré. Sinceramente, nunca me ha preocupado esa herencia. Pero ahora no quiero que se pierda y deseo que la disfrutéis vosotros. Por eso he pensado que esta es la mejor solución. Por favor, decidme qué opináis. 

—Estoy flipando —dice Oliver.

—Yo..., no sé qué decir... —comenta Emy.

—Lo sé... Y lamento mucho tener que ponerte en esta situación, Emy. Obligarte a que te cases conmigo no es muy romántico, je, je. Pero no tienes que preocuparte, porque solo sería durante unos meses...

—¡Eso es lo que menos me importa, imbécil! —estalla Emy, arrastrando la silla con fuerza para levantarse—: ¡No voy a dejar que te mueras, entiendes! ¡Como se te ocurra morirte, te mato! ¿Te queda claro?

Y con lágrimas en los ojos se marcha a su habitación. Alan y Oliver se quedan sentados, en silencio, con sus cabezas agachadas y sus miradas perdidas. 

—No quiero que todo esto se convierta en un drama —dice Alan casi en susurros—: Solo os pido que, cuando superemos el shock, me ayudéis a pasar los días más felices de mi vida, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —responde Oliver, al cabo de unos segundos.

—Habla con Emy y convéncela. Os necesito a mi lado, y os necesito felices, por favor. Fuera dramas, ¿vale?

Oliver lo mira aguantando sus lágrimas y le choca la mano. A los pocos segundos añade:

—No me esperaba esto de ti —le dice—: Llegar a morirte para conseguir a Emy... Ahora, si tienes huevos, afirmas que no te has enamorado.

—¡Qué cabrón! —exclama Alan, ante la broma de su amigo—: Es la mayor locura que he hecho por amor, ¿eh?

—¡Sin duda! Ven aquí, anda —y los dos amigos se funden en un abrazo.

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Nosotros sabemos que es un diagnóstico erróneo, pero ellos no...

¿Qué creéis que pasará ahora? 

¿Descubrirán que ha sido todo un error y que Alan no tiene una enfermedad terminal? 

¿Aceptará Emy casarse con Alan?

Os espero en el próximo capítulo para descubrirlo.

Cavaliere






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