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Cap. 15 Demasiado tarde

Al día siguiente, Oliver se levanta muy temprano, como es habitual en él, y se marcha de casa antes de que sus amigos se despierten. 

Necesita pensar. Bueno, en realidad no quiere pensar y su intención es llegar pronto a la universidad para ponerse a preparar unos exámenes y así tener la mente distraída. Pero no lo consigue.

Sí que llega a su despacho y enciende el ordenador, pero el documento en blanco aparece en su pantalla, con el cursor parpadeante en la misma posición durante largos minutos, pues en su mente solo se suceden argumentos para intentar justificar su reacción de la noche anterior. 

No podía creer que hubiera conseguido controlar sus sentimientos durante tantos años, haciendo que tanto Emy como Alan ignoraran por completo lo que ocultaba, y que una simple frase le hubiera descubierto. Y eso, además, había hecho que se despertaran esos sentimientos aletargados, durmientes, que se mantenían quietos con el convencimiento de lo que creía que tenía asumido: que se conformaba con la amistad de Emy. 

Pero su subconsciente le había fallado,  y de qué manera. 

Y aun así, Oliver se repetía una y otra vez, que lo único que había manifestado era su temor a que Emy se enfadara con él por haber mantenido la mentira de la enfermedad de Alan durante tanto tiempo. 

Era un recurso para convencer a su mente; si repetía esa misma frase, acabaría convirtiéndose en verdad... O no. Quizás él consiguiera engañarse, pero eso no iba a conseguir que fuera una realidad. Pues la realidad era que estaba profundamente enamorado de Emy desde hacía muchos años.

Pero no podía pensar en eso. 

No. 

Ese pensamiento tenía que apartarlo para que todo siguiera como antes.

Cuando llega la hora de entrar a dar su primera clase del día, el documento sigue estando en blanco. Ya prepararía el examen en otro momento, porque ahora, al menos, tendría su mente ocupada en el trabajo, que era en realidad lo que necesitaba.

Mientras está en clase, tiene el móvil en silencio, y como sale de un aula para entrar en otra, no tiene tiempo para consultar su pantalla, que representa un frenético movimiento de llamadas sin contestar y mensajes sin leer. 

Y es que, durante esa jornada, ha ocurrido lo que era previsible que podía ocurrir, aunque esperaban haber podido evitar a tiempo.

Emy se ha levantado antes que Alan, quien sigue tumbado en su cama, aunque ya despierto.  De hecho, estaba fingiendo que dormía hasta escuchar que Emy se marchara de casa, pues prefería evitar el contacto con ella hasta que regresara Oliver de la universidad y, juntos, le contaran toda la verdad.

Pendiente de cada uno de sus movimientos, él permanece medio incorporado en su cama, esperando escuchar el sonido de la puerta al cerrarse. Justo cuando le parece que ella está cogiendo su bolso y las llaves para marcharse, escucha también el peculiar tono que tiene en su teléfono, para avisar de una llamada entrante. Casi al mismo tiempo que abre la puerta, Alan escucha también cómo ella contesta a la llamada.

Después de eso, se levanta, se despereza y se dirige a la cocina para encender la cafetera, que espera que se caliente mientras se dirige al ordenador para darle al botón de arranque. 

De nuevo en la cocina, empieza a prepararse el desayuno. Al cabo de unos minutos, escucha otra vez la puerta al abrirse y una airada Emy entra en la casa, sin percatarse de su presencia frente a la bancada, de cara a la cafetera, pues con paso enérgico se dirige por el pasillo y abre con ímpetu la puerta de la habitación de Alan.

—¡¿Dónde estás?! —la oye preguntar con energía. Mientras la escucha cómo se dirige hacia otra habitación, que también abre con el mismo ímpetu, soltando algún improperio inaudible. Alan deduce que ha ido a abrir la puerta de la habitación de Oliver.

Al ver que tampoco está este, vuelve hacia la cocina, justo en el momento en el que Alan se asoma hacia el pasillo, dándose de bruces con ella. 

—¿¡De qué cojones va todo esto!? —exclama Emy, con la cara desencajada.

—Pero, ¿qué pasa...? —intenta preguntar Alan. Pero ella lo aparta de un manotazo, camina un par de pasos, llevándose las manos a la cabeza, y se vuelve a parar frente a él.

—Espera, Emy, tranquilízate —se dice a sí misma. Cierra los ojos, llena sus pulmones de aire y lo suelta lentamente, en un intento de relajarse y controlar sus nervios—: A ver, Alan. Te voy a hacer una pregunta y quiero que seas completamente sincero. 

—Sí, claro... Di...

—Solo quiero un sí o un no. No quiero la respuesta larga, ¿de acuerdo? 

—Vale...

—¿Es mentira que tienes una enfermedad terminal? —le pregunta Emy directamente. Y Alan se queda mudo, con los ojos muy abiertos, buscando una respuesta corta con la que pueda justificarse. 

—Ah, eso... —empieza a decir Alan, pero Emy lo interrumpe para insistir:

—¿Sí o no? 

—No —consigue responder Alan.

—¿No es mentira?

—Sí, bueno, pero...

—¡A ver, aclárate! ¿Es mentira o no es mentira? 

—Es que no es una mentira... del todo. Verás, yo...

—¿¡Te estás muriendo o no te estás muriendo, Alan!? —pregunta Emy, levantando la voz.

—No..., yo...

—¡Así que es mentira!

—Fue un error de...

—Vale —le vuelve a interrumpir Emy—: Solo necesitaba saber eso.

Y sin que Alan pueda darle más explicaciones, se da la vuelta y se marcha, dando un fuerte portazo cuando sale de casa.

Alan no sabe qué hacer. En un principio, tiene la intención de salir tras Emy, pero luego piensa que primero tiene que llamar a Oliver. Y mientras decide qué camino tomar, se queda inmóvil, con el corazón acelerado y tomando consciencia de que ocultarle el error del diagnóstico a Emy había sido la peor decisión de todas.

Por su lado, Emy baja las escaleras a toda prisa, mientras va marcando el número de Oliver, quien después de varios tonos, no le contesta.

Lo intenta un par de veces más, hasta que entre todo el maremágnum de pensamientos que cruzan por su mente en ese momento, es capaz de recordar que Oliver estará en clase y no verá sus llamadas.

Emy quiere una explicación más extensa, la necesita, pero en ese momento no se ve capaz de escucharla. Se siente indignada, dolida, extrañada, incrédula..., pero sobre todo dolida, porque no puede creer que sus amigos, sus hermanos, le hayan contado semejante mentira.

Sabe que habrá una explicación para todo ello. Tiene que haberla. Pero ahora mismo, solo puede sentir el dolor que le provoca una traición. No imaginaba que entre ellos pudiera existir la mentira. Habían hablado cientos de veces sobre ello. Los tres estaban de acuerdo en que la base de cualquier relación era la sinceridad, la confianza. Los tres habían confesado que podrían esperarse la mentira de cualquier persona, excepto de uno de ellos. Entonces, ¿por qué le habían mentido? Y lo habían hecho los dos. ¡Era inconcebible!

Estaba tan enfadada que necesitaba hacer algo. Aunque en el fondo sabe que tomar decisiones empujada por un sentimiento tan negativo y fuerte como el que la invadía en ese momento, no era lo más recomendable y podría hacer que se arrepintiera cuando se le hubiera enfriado la sangre, coge de nuevo el teléfono y marca el número de Cooper. En cuanto este le contesta, dice:

—Me voy contigo a Los Ángeles —y cuelga.

Cuando Cooper la había llamado hacía unos minutos, para preguntarle si ya sabía que su amigo Alan no estaba al borde de la muerte, había sentido una sensación tan extraña que no se veía capaz de poder explicarla.

Por un lado, pensar que esa afirmación fuera cierta, le había abierto un atisbo de esperanza que le había acelerado el corazón de inmediato. A su vez, la confusión por que fuera Cooper quien le diera una noticia así, la había dejado algo bloqueada. Pero cuando le cuenta que había escuchado cómo sus amigos hablaban sobre cuándo contarle a ella, que Alan no estaba enfermo, la había dejado estupefacta. 

Por un momento no quiso creerle, e insistió en decirle a Cooper que debía estar equivocado, que lo habría entendido mal. Pero él solo le había dicho que le preguntara  si era o no era cierto que se estaba muriendo. Mientras Cooper le argumentaba que estaba convencido de que le habían mentido, para así evitar que ella se marchara a Los Ángeles, Emy le cuelga el teléfono para entrar en el piso echa una furia. 


Al llegar al estudio, Emy se va directamente a hablar con el jefe, para decirle que seguirá trabajando desde Los Ángeles e irá colgando en el servidor los bocetos en los que está trabajando, puntualmente como había hecho hasta ahora. 

A su jefe le sorprende esa repentina decisión, pero el trabajo remoto no era ningún problema, pues tenían otros colaboradores que entregaban sus proyectos de esa forma. Solo que sabía que a Emy le gustaba mucho trabajar en el estudio. Sabía que le parecía un lugar muy inspirador y su presencia siempre traía alegría, generando allí un buen ambiente.

Sin embargo, la vio tan decidida que solo supo contestarle un «muy bien» casi inaudible, antes de que ella saliera del despacho y fuera a sentarse a la mesa que normalmente ocupaba.

Sumergirse en sus bocetos e ilustraciones le ayuda a despejar su mente y olvidarse, por un momento, del dolor que sigue oprimiéndole el pecho.

Cuando escucha sonar su teléfono, en el que se veía la llamada entrante de Alan, apaga el móvil y sigue dibujando. Lo hace a un ritmo tan frenético, que al llegar la hora de parar para comer, casi había completado las viñetas que tenía programadas para todo el mes. 


Oliver termina su última clase y sale del aula dispuesto a marcharse a casa. Mientras recoge sus papeles, saca el teléfono de su mochila y ve todas las notificaciones que aparecen en su pantalla. Tantos mensajes de Alan sin leer y varias llamadas perdidas, tanto suyas como de Emy, hacen que se alarme, pero antes de poder reaccionar, su teléfono vuelve a sonar y responde de inmediato la llamada de Alan:

—¿Qué pasa? —pregunta asustado.

—¡Lo sabe, tío! ¡Lo sabe!

—¿Qué? ¿Quién? ¿De qué...?

—¡Emy! —le interrumpe Alan—: Me ha preguntado directamente si es cierto que voy a morirme. ¡Ese capullo de Cooper se lo ha dicho! ¡Seguro! ¡Qué hijo de puta!

Oliver empieza a soltar también improperios, y por un momento, la conversación es un bombardeo de palabrotas e insultos contra Cooper, maldiciendo lo que ha hecho y lo que ha provocado. Hasta que al final, Oliver intenta poner calma, para pedirle a Alan que le explique cómo ha ocurrido toda la situación. 

Y cuando le relata la reacción que ha tenido Emy, es consciente de hasta dónde han metido la pata.  

Acelera el paso para llegar a casa cuanto antes. Con el teléfono en la mano, duda si llamar a Emy o esperar a encontrarse con ella para hablar cara a cara. Pero no tiene opción de tomar la decisión, pues en ese momento le entra su llamada y Oliver responde de inmediato.

—Emy, lo siento. Yo... —empieza a decir en cuanto contesta. Pero ella le interrumpe.

—No me esperaba esto de vosotros —dice ella, en un tono mucho más calmado del que Oliver se esperaba—: Todavía no termino de creer que me hayáis mentido en algo así...

—Tienes toda la razón, Emy, y entiendo perfectamente que estés enfadada con nosotros. Pero...

—Ya no estoy enfadada—dice ella con voz afligida. Lo que hace que Oliver se preocupe todavía más. 

Solo hay algo que teme más que Emy se enfade con él; haberla decepcionado. Y por lo que intuye en el tono de voz de su amiga, piensa que casi preferiría que siguiera enojada. 

La línea se queda un momento en silencio, un silencio demasiado revelador. Al cabo de unos segundos, Oliver dice:

—Lo siento.

Y después de otro espeso silencio, Emy contesta, antes de colgar:

—Yo también.

Oliver desacelera el paso. Siente que el mundo se derrumba ante él. Pero pronto se repone, pues no va a dejar las cosas así. Está dispuesto a hacer cualquier cosa para recuperar la confianza de Emy, para darle todas las explicaciones que sean necesarias para justificar esa idiota decisión que tanto él como Alan habían tomado. Le encantaría tener un máquina del tiempo para retroceder al momento en el que descubren la verdad del diagnóstico, pero eso no es posible. Así que, acelera el paso para llegar a casa y esperar el regreso de Emy, para intentar enmendar su error. 

Al dar la vuelta a la esquina, se da de bruces con ella, quien había estado parada en el portal durante unos minutos, pensando si subir o no a casa, tomando finalmente la decisión de seguir caminando un rato más antes de hacerlo.

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Se me ocurre que, quizás, Oliver esté dispuesto a confesar lo que siente por Emy, para intentar justificar su comportamiento. 

Pero también pienso que, quizás, eso solo empeore las cosas y que Emy se afiance más en su decisión de marcharse.

¿Qué pensáis?

Cavaliere


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