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Capítulo 9

—No me creo que estemos yendo a casa de mis padres —me dijo en voz baja.

No pude evitar sonreír al ver a la pequeña y temblorosa Jen apretujándome la mano con fuerza. ¿Por qué estaba tan nerviosa?

—Esto va a ser interesante —murmuré.

No dijo nada más en lo que quedaba de trayecto. Solo se mordía las uñas y se colocaba compulsivamente el mechón de pelo de siempre. Era divertido verla, la verdad.

Estábamos yendo a casa de sus padres para Navidad. Mis padres —había hecho una tregua con mi padre, por cierto—, mi abuela Agnes y Mike vendrían al día siguiente para que cenáramos todos juntos. Jen había querido presentarme por separado. 

Qué raro era todo eso de conocer a... bueno, la familia de otra persona. Realmente nunca había conocido a los padres de ninguna de mis parejas. No me había interesado demasiado. De hecho, más bien  me había aburrido solo la idea de tener que caerle bien a unos cuantos desconocidos solo porque eran la familia de mi novia.

Eso no me pasaba con Jen. Con ella... bueno, realmente quería no decepcionarla y caerle bien a toda su familia. Porque, si todo iba bien, iban a tener que aguantarme muuuucho tiempo como yerno. 

Si a Jen no le daba un infarto antes de que llegáramos a conocerlos, claro.

—¿No se supone que yo debería ser el nervioso? —pregunté cuando ella resopló, temblando.

Para mi sorpresa, me enganchó del brazo justo antes de cruzar la puerta de salidas. Por su cara de espanto, cualquiera habría dicho que iba a presentarme a unos asesinos en serie.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Antes de que vayamos ahí... tengo que advertirte de algo.

Creo que debería haber estado centrado en tomármela en serio, pero es que se había puesto mis pantalones favoritos y mi atención se desviaba continuamente.

—Muy bien, ¿qué pasa? —pregunté igualmente.

—Mi hermano mayor se cree que tiene la necesidad de espantar a cualquier chico que se me acerca porque se cree que eso le hace un mejor hermano.

¿Hermano mayor sobreprotector? Podría lidiar con ello.

—Vale.

—Mis otros dos hermanos son horribles, ¿vale? Son como dos monos peleándose por una banana.

—Jen, ¿qué...?

—Y mi hermana mayor va a interrogarte —me sujetó los hombros, mortalmente seria—. Va a empezar a bombardearte con preguntas hasta que respondas sin siquiera pensar.

—Vale...

—Por favor, no te creas que soy como ellos. Es decir, ellos están bien, pero... ya me entiendes.

Esta vez no pude ocultar la sonrisa divertida.

—No lo creeré.

—Y mi madre te va a empezar a acosar y achuchar. Es muy pesada. Como... MUY pesada. Pero... ¡no lo hace para molestar! Es su forma de ser, ¿sabes?

Ya podrías haber heredado un poco más de eso, mi querida Jen.

—Podré vivir con ello.

—Y quizá te haga muchas preguntas. Muchas. Se pone muy intensa cuando quiere.

—Jen...

—Y mi padre es muy...

—Jen —esta vez tuve que sujetarle la cara con una mano para cortarla—, relájate, ¿vale? Son tus padres, no los Addams.

Pensé en besarla para que se calmara, pero me dio la sensación de que lo que necesitaba era mentalizarse, así que en su lugar le hice un gesto para que guiara el camino. Ella suspiró.

—Yo no estaría tan segura.

Pero me guió hacia la puerta de salidas. No se detuvo hasta que llegamos junto a un grupo pequeño que reconocí enseguida como su familia. Era tan obvio que estaban emparentados que casi me eché a reír. Todos con el pelo y los ojos castaños, la cara algo delgada y la misma nariz. La habían sacado de su madre, que era una especie de Jen un poco más alta y con más signos de edad.

Cuando me dio la sensación de que mi querida novia estaba a punto de pensar mejor lo que hacía y salir corriendo, le di un codazo. Eso la hizo reaccionar enseguida.

—¿Mamá?

Su madre se dio la vuelta al instante.

—¡Jennifer, cariño!

Sonreí al pensar que iba a abrazarla a ella por haberla echado de menos, pero no. Vino directamente hacia mí y casi pude ver los rayos láser que le salían de los ojos al revisarme por el camino.

—¡Y tú debes ser Jack! —me dijo alegremente. 

Examen visual: superado.

—Venid aquí, cielitos.

Empecé a reírme cuando nos abrazó a ambos por el cuello, apretujándonos el uno contra el otro. Jen estaba completamente roja cuando consiguió que nos soltara.

—Mamá —protestó en voz baja.

—Siempre avergonzándose de mí —ella me miró al instante.

Vale, quería apoyo. Mensaje captado.

—Eso no está bien, Jen.

Su madre asintió con aprobación.

Examen práctico: superadísimo.

Las otras dos personas que había ahí eran la hermana mayor de Jen, Shanon, que era la menos parecida a ella de los tres —supuse que se parecería más a su padre que a su madre—, y un chico que supuse que sería Spencer.

La que se acercó fue Shanon con una sonrisa.

—He oído mucho hablar de ti —me aseguró, poniendo los ojos en blanco—. Muchísimo. Como... todo el día. Jenny es muy pesada.

Si supieras lo harto que está el pobre Will de oírme hablar de ella...

—Gracias por la bienvenida —masculló Jen de mala gana.

—Soy Shanon —ella la ignoró—. Bueno, ya nos habíamos conocido por teléfono.

Sí, todavía recordaba la breve conversación después de que el imbécil del ex de Jen le destrozara las cosas. Me había pedido que cuidara de su hermana y que, básicamente, me asegurara de que el imbécil no volviera a acercarse a ella porque era capaz de perdonarlo otra vez si lo hacía. Le aseguré que estaría encantado de hacer ese trabajito.

—Yo también he oído hablar de ti —le aseguré.

Dejé de sonreír cuando una mano apartó a Shanon. Su hermano se plantó delante de mí con los brazos cruzados y los labios apretados. 

Me ofreció una mano bruscamente.

—Spencer —casi escupió.

Pues sí que era un poco sobreprotector. Si yo solo quería cuidar a su hermanita...

Bueno, y echar polvos de diez con ella cada noche, pero principalmente cuidarla.

—Jack. O Ross. Lo que prefieras —le dije, ofreciendo también mi mano.

Me apretó tanto con los dedos que me dio la sensación de que quería rompérmela.

—Espero que estés cuidado muy bien de Jenny.

—Spencer... —Jen estaba tan roja que parecía que iba a explotarle la cabeza. Sería una verdadera lástima, era mi cara favorita.

—Hago lo que puedo —le aseguré.

—Espero que sea suficiente —volvió a apretar los dedos con fuerza—, ¿eh?

Esta vez me soltó la mano, pero solo para rodear a Jen con un brazo posesivamente. Ella me miró, abochornada, con la disculpa escrita en los ojos.

—Es suficiente —le aseguré a su hermano.

—Eso está por ver.

Pareció que iba a decir algo más, pero su hermana mayor intervino con una sonrisita.

—Spencer, ¿te he contado que fue él quien se encargó del idiota de Monty?

De pronto, el hermano de Jen cambió totalmente de expresión al mirarme. Soltó tan bruscamente a su hermana que casi pareció que se había olvidado repentinamente de su existencia.

—¿Eso es cierto? —me preguntó.

Vaya si lo era.

—No me gustaba cómo trataba a tu hermana —le aseguré.

Él empezó a sonreír tan rápido que ni siquiera lo había procesado cuando se acercó y me dio una palmadita en la espalda.

—¡Podrías haber empezado por ahí! Ven, te ayudo con la mochila.

***

Pasar Navidad con la familia de Jen resultó ser inesperadamente divertido. 

La verdad es que toda su familia era genial, y no creí poder decir eso al ir hacia ahí. El único que realmente me había intimidado un poco había sido su padre, pero no era muy hablador. Apenas habíamos intercambiado unas cuantas frases, pero me daba la sensación de que le caía bien.

Y su madre y sus hermanos me adoraban, claro. No voy a negar que estaba encantado de haberles gustado.

Quizá la parte de que viniera mi familia era la que menos feliz me hacía, pero tampoco supuso un problema. Ni siquiera con Mike, que se hizo muy amigo del sobrino de Jen —la misma edad mental, supuse— o con mi padre, que fingió que se interesaba por lo que la madre de Jen le parloteaba durante toda la cena, cosa muy inusual en él. Ni siquiera puso una sola cara de desdén. De verdad intentó ser simpático.

Quizá sí que había cambiado, después de todo.

Cuando se marcharon, su madre insistió en que nosotros nos quedáramos un poquito más y yo acepté encantado cuando Jen me lo preguntó. De hecho, casi me daba lástima tener que marcharnos cuando entramos en su vieja habitación a recoger las maletas. La observé de reojo mientras curioseaba sus cajones. De hecho, no me detuve hasta llegar a una libretita.

—¿Es un diario? —pregunté, entusiasmado, pero enseguida puse un mohín—. ¿Por qué hay una lista de nombres de lugares... y de personas?

—Cuando era pequeña, tenía una lista de cosas de las que me sentía orgullosa. Haber ido a Disney, aprobar cálculo... tonterías.

La chica que fue a Disney sin haber visto NI UNA SOLA película de Disney.

Si es que tenía que quererla.

Revisé concienzudamente cada nombre hasta levantas la cabeza, ofendido.

—¿Y yo no estoy aquí?

Ella sonrió, divertida.

—Tú estás detrás. En la lista de errores de mi vida.

Le di la vuelta enseguida y lo leí todo el voz alta antes de volver a mirarla, esta vez todavía más ofendido.

—¿Por qué no está escrito Monty?

—¡Hace años que no escribo nada ahí!

—Nunca es tarde —le aseguré.

El viaje de vuelta fue casi aburrido. Digo casi porque me dio la sensación de que Jen estaba distraída por algo que no quería decirme. No dejé de echarle ojeadas una y otra vez, pero no le pregunté. Si tenía algo que decir, me lo diría ella misma, a su tiempo. Ya nos habíamos presionado bastante el uno al otro.

Pero la sensación no desapareció después de llegar, ni tampoco cuando ya nos habíamos instalado en casa. Ni al día siguiente.

Empecé a pensar que quizá se había agobiado porque el día de la noria le había pedido que viniera oficialmente a vivir con nosotros. Quizá... ¿era demasiado pronto? ¿La estaba presionando mucho? Tampoco es que fuera un experto en relaciones. Quizá lo mejor era esperar a que ella me lo pidiera.

Uno de esos días decidí ir a beber algo con algunos amigos de clase para dejarle algo de espacio y que pensara en lo que tuviera que pensar. Me daba la sensación de que lo necesitaba. Sin embargo, estuve todo el tiempo pensando en ella. En si se estaba arrepintiendo de haberme presentado a su familia o algo así, porque había estado rara desde que habíamos vuelto.

Bueno, tendría que preguntar a Will, experto en consultorios amorosos.

Cuando volví a casa, casi me esperaba encontrarla ya durmiendo. Pero no. Estaba en el sofá con Will. Cerré la puerta, sorprendido.

—Hola de nuevo —sonreí—. ¿Qué hacéis? ¿Conspiráis contra Sue y su helado?

Me acerqué y le di un beso a Jen en los labios. Después, me quité la chaqueta y la lancé al sillón, suspirando. Al volver a girarme, Will me hizo un gesto casi imperceptible que me decía clara y amorosamente aquí sobras, así que sonreí y me encogí de hombros.

—Voy a cambiarme.

Me desvestí y me puse unos pantalones de algodón. Como no quería molestar, fui directo a la cama y pasé el tiempo con el móvil hasta que escuché la puerta abriéndose. 

Estuve a punto de sonreír, pero no lo hice porque Jen tenía una expresión triste que odié al instante.

—¿Qué pasa? —pregunté enseguida, dejando el móvil a un lado.

Ella sorbió la nariz sin mirarme.

—Naya me ha puesto la película del perrito que se queda esperando a su dueño muerto. Estoy triste.

Maldita Naya y malditas películas lacrimógenas.

Abrí los brazos hacia ella.

—Ven aquí. Te quitaré la tristeza.

Ella esbozó una pequeñita sonrisa triste y se acercó a mí. En cuanto sentí su cuerpo pegado al mío, apagué la luz y nos tumbé a los dos debajo de las sábanas, pasándole los brazos alrededor. Jen me rodeó el cuello con los brazos y escondió la cara en la curva de éste. Le acaricié la espalda, sorprendido. Sí que le había afectado la peliculita.

—¿Mejor? —pregunté.

Ella asintió con la cabeza. Pero seguía agarrándose a mí como si no pudiera aguantarse las ganas de llorar. Vale, tocaba hacerla sonreír un poco.

—Podemos adoptar un perro algún día —le dije—. Siempre he querido uno.

Al instante, noté que su agarre se suavizaba un poco.

—¿Un perro? —repitió.

—Sí. Biscuit segundo.

—Lo dices como si estuviera muerto —pero por su tono supe que ya estaba sonriendo un poco.

—No es que esté muerto, pero necesita su representación en esta casa.

Esta vez, noté sus labios curvándose hacia arriba contra mi cuello.

—O un gato —añadí—. Los gatos son más independientes. ¿Qué me dices? ¿Gato? ¿Perro? ¿Dragón de cinco cabezas?

SSe separó y me dedicó una pequeña sonrisa.

—El dragón suena bien.

—Pues un dragón. Aunque yo no pienso hacerme cargo de limpiar lo que destroce.

Iba a añadir que obligaríamos a Sue a encargarse de ello, pero me interrumpió al besarme.

La verdad es que no me esperaba que me besara tan pronto y tan triste, pero correspondí al instante. Estuve a punto de dejarme llevar como siempre, pero me contuve cuando noté que me estaba besando de forma diferente. Casi como si fuera la última vez que lo hacía.

Estuve a punto de asegurarle que no sería la última vez ni por asomo, pero era mejor demostrárselo.

La sujeté con ambos brazos para darle la vuelta y dejara tumbada debajo de mí y seguí besándola de la forma más suave que pude reunir. Solo me separé para sacarle la sudadera por encima de la cabeza. Volví a besarla en los labios, en la punta de la nariz y la barbilla antes de empezar a bajar por su cuello, entre sus pechos y...

Me detuve encima de su ombligo cuando noté que algo iba mal. Levanté la cabeza y me quedé helado cuando vi que se había cubierto la cara con las manos. Estaba llorando.

—¿Qué...? No, no, no... Jen, ven aquí.

No se quitó las manos de delante de la cara cuando volví a ascender hasta su rostro. Le quité suavemente una muñeca tras otra y ella fue incapaz de mirarme. Todavía tenía rastros de lágrimas por la cara cuando se la sujeté con una mano.

—¿Qué pasa? —pregunté, porque estaba claro que no era lo de la maldita película.

—Es solo q-que...

Ella se detuvo y negó con la cabeza, todavía llorando. No sabía qué hacer y eso siempre me desesperaba con ella, así que le quité las lágrimas con el pulgar. 

—¿Qué? —la insté a seguir.

—Q-que... ¿nunca te ha dado la sensación de que tienes más d-de lo que te mereces?

Fruncí un poco el ceño, confuso, cuando me miró. No me gustaba que llorara. De hecho, lo detestaba. Los ojos dejaban de brillarle y, en lugar de una sonrisita divertida, solo conseguía ganarme expresiones tristes.

—¿Lo dices por ti? —pregunté en voz baja, confuso.

—N-no... no lo sé.

Dejó de llorar un momento al mirarme.

—¿C-crees que soy una mala... persona?

Casi me eché a reír.

—Eres la mejor persona que conozco.

—No me digas eso p-porque... porque sea tu novia. Dime la verdad.

—Es la verdad —insistí, sonriendo—. Si no lo fueras, no me habría enamorado de ti.

Creía que eso sería algo que la haría sonreír, pero solo conseguí que se le llenaran los ojos de lágrimas. Entreabrí la boca, sorprendido, pero ella me interrumpió.

—Yo... solo q-quería decirte que... que te qui... —se interrumpió a sí misma y cerró los ojos—. Que nada de esto hubiera valido la pena... e-el venir aquí... si no te hubiera conocido.

Si algo no era Jen, era una de esas personas que hablaban de sus sentimientos. O que se abrían para decirte cosas bonitas. Creo que por eso me quedé tan sorprendido.

—Jen... —empecé, perplejo.

—No —me tapó la boca con un dedo—. Ahora no... s-solo... ahora mismo te necesito.

Sonreí un poco al asentir con la cabeza. Ella se limpió el resto de lágrimas con el dorso de la mano y me volvió a rodear con los brazos y las piernas. Dejé que me abrazara durante casi cinco minutos antes de que ella volviera a girarse y me besara con una intensidad que me dejó sorprendido.

Esta vez, no se puso a llorar.

***

Al despertarme, me acomodé un poco mejor en la almohada y volví a cerrar los ojos. No tenía ganas de despertarme. Estiré el brazo inconscientemente hacia mi lado, pero no encontré nada.

Parpadeé, bostezando, y vi que el lado de Jen estaba vacío. 

Seguro que había salido a dar brincos por el parque.

Volví a tumbarme y me froté la cara con las manos, todavía medio dormido. Seguía sintiendo que algo estaba mal con ella, así que tenía que hacer algo para mejorarlo. A lo mejor si íbamos al cine... bueno, no, eso me gustaba a mí. ¿Y si la acompañaba alguna mañana a dar brincos? No. Me daría un infarto. Mejor no. Podía volver a hacerle tortitas, ¿no? Aunque me entraran ganas de ahogarme contra la almohada cada vez que pensaba en cocinar.

Fue entonces cuando me di cuenta de un pequeño detalle.

El armario estaba entreabierto.

Fue una tontería, pero sabía perfectamente que Jen tenía una obsesión insana con tenerlo siempre cerrado. 

A lo mejor se había despistado, pero realmente tenía que estar muy despistada para dejárselo abierto. ¿Qué demonios le pasaba esos días?

Me quité la sábana de encima y alcancé mi ropa. Hora de ir a consultar a Will y Sue. Mientras me terminaba de vestir, vi que había una nota doblada con mi nombre sobre la mesa. Sonreí de lado.

¿Una notita de amor? No sabía que le fuera lo cursi, pero por mí no había problema, te lo aseguro.

La alcancé con una sonrisita y la abrí.

La sonrisa desapareció casi al instante en que leí la primera frase.

Lo siento, Jack, tengo que volver a casa. Ahora mismo no puedo explicártelo, pero ya lo entenderás... aunque no te culparía si no lo hicieras. He dejado tus cosas dentro del armario y el dinero de Chris encima de la cómoda. Dáselo cuando puedas, por favor. Y hay algo de sobra. No es mucho, pero quédatelo. Como agradecimiento. Ya sé que no vas a quererlo, pero... solo quédatelo.

Durante unos instantes, solo fui capaz de mirar fijamente esa nota, como si no tuviera sentido. Y no lo tenía.

¿Qué era? ¿Una broma de mal gusto?

La dejé en la cama y capté por el rabillo del ojo un sobre con dinero en la cómoda.

El corazón ya empezó a temblarme cuando abrí el armario y vi que estaba completamente vacío... excepto por mi sudadera de Pumba, la de Pulp Fiction... todo lo que le había regalado estaba ahí.

Y ella no.

Creo que todavía no era consciente de qué estaba pasando cuando volví a leer la nota como si fuera a decirme algo que no me hubiera dicho ya. Ni siquiera tenía una despedida. 

No tenía... nada.

Abrí la puerta del pasillo antes de ser consciente de que lo hacía y llegué al salón, todavía perdido.

Sue, Mike y Will habían estado hablando en voz baja hasta que yo llegué. Mis ojos fueron directos a Will, que apartó la mirada. Mike y Sue fingieron que  no me veían, cabizbajos.

—¿Dónde está? —le pregunté directamente a Will.

Él dudó un  momento.

—No lo sé, Ross, no...

—¿Dónde está? —repetí, enfadado.

Will suspiró y se pasó una mano por la cara.

—En la reside... ¡Ross, espera!

Tarde. Ya había salido de casa.

Sinceramente, no sé ni cómo conduje, porque no sabía ni qué demonios hacía. De repente, me encontré a mí mismo entrando en la residencia. Chris se interpuso en mi camino, mirándome con confusión.

—¿Ha pasado algo? Jenna vino anoche muy triste y... —se calló cuando pasé por su lado sin responder—. ¡Oye, todavía no estamos en horario de visi...!

Creo que la mirada que le eché por encima del hombro le dejó bastante claro lo que me importaba su horario de mierda.

Subí a su pasillo y me detuve delante de la puerta de su habitación. Ni siquiera estaba seguro de lo que sentía cuando golpeé la puerta unas cuantas veces.

—¡Jen, abre la puerta!

Había oído murmullos en el interior, pero se callaron al instante. Cerré los ojos. Tenía la respiración acelerada y ni siquiera sabía por qué. Apoyé la frente en la puerta. 

No podía ser. Esto era una broma. Tenía que serlo. 

Volví a golpear la puerta.

Ya estaba a punto de ser menos diplomático cuando la puerta por fin se abrió. Me aparté con la respiración en la garganta, y no sé si me sentí mejor o peor cuando vi a Naya con cara de precaución.

—Ella no...

Oh, no. Si había algún momento en que me importara escuchar excusas sobre no querer verme, te aseguro que no era ese.

—Naya, quítate ahora mismo.

Ella dudó por un breve momento antes de apartarse y dejarme el paso. Entré precipitadamente en la habitación.

Creo que fue justo cuando la vi cuando me di cuenta de que no, no era una maldita broma. Por mucho que quisiera creerlo, no lo era.

Jen tenía un aspecto terrible. Como si no hubiera dormido en años. Y tenía los ojos hinchados. No entendía nada. ¿Había llorado? ¿Se iba? ¿Qué...?

Naya dijo algo, pero ya era como si estuviera en otra galaxia. Bajé la mirada hacia la maleta de Jen. Sus cosas no estaban tampoco en esa habitación. El armario también estaba abierto y vacío. 

En cuanto escuché que la puerta se cerraba, me giré hacia ella.

—¿Qué...? —empecé—. No... no entiendo nada, ¿qué? ¿Te vas?

Jen no me sonrió. Ni me entrecerró los ojos, divertida. Ni siquiera me enarcó una ceja para indicarme que estaba haciendo algo mal.

No hizo... nada.

—Sí —dijo, sin más.

Tardé unos segundos en poder responder. Era como si mi cerebro no quisiera asumir lo que estaba pasando. Y yo tampoco quería hacerlo.

—¿Por qué? ¿Qué...? ¿Qué ha pasado?

—Quiero irme.

¿Cómo podía decirlo tan segura? ¿Cómo podía no... dudarlo?

—Anoche... yo... —había intentado consolarla. ¿No lo había hecho bien? ¿Era eso? ¿Tendría que haberme limitado a abrazarla?—. Joder, ¿no estaba todo bien?

No respondió. Solo me siguió mirando con esa expresión vacía que nunca había visto en ella.

No. Esto no estaba pasando.

Me pasé una mano por el pelo solo por hacer algo. De pronto, no sabía ni qué pensar.

—No puedes irte —no así. Teníamos que encontrar una solución—. No sé que ha pasado, pero no puedes irte.

Me acerqué a ella y noté que mi pecho se llenaba de alivio cuando no se apartó.

—Quiero irme —repitió, sin embargo.

No. Estaba mintiendo, lo sabía. La conocía.

Le sujeté la cara con las manos. Todavía tenía las mejillas húmedas. Le revisé cada centímetro de la expresión. Cada puto centímetro... en busca de esa mentira que tenía que estar diciéndome.

Y no encontré nada.

No, no, no...

—Jen, yo... —no sabía ni por dónde empezar—. ¿Por... por qué?

Por primera vez, pareció que su expresión se suavizaba. Pero no por amor. Sino por compasión.

—Solo quiero irme a casa, Jack.

—No lo entiendo, ¿qué ha pasado? Anoche todo estaba bien.

—Jack... —empezó, pero no quería oírlo.

—¿Qué he hecho mal? Sea lo que sea, te lo compensaré, te lo juro, yo...

—No es por nada que hayas hecho —le temblaba la voz.

—¿Y qué es? ¿Qué pasa? ¿Por qué quieres irte?

Cuando no respondió, sentí que mi desesperación empezaba alcanzar niveles que ni siquiera conocía.

—Solo dímelo, por favor. Solo...

—No quiero seguir contigo.

Me quedé en silencio de golpe.

Sentí que le soltaba la cara y me apartaba, pero ni siquiera fui consciente de ello. Solo de su mirada inexpresiva clavada en mí.

—¿Qué? —pregunté en voz baja.

—No puedo seguir con esto —insistió—. No puedo seguir... con nada de esto. No puedo ir a vivir contigo, Jack. No... no quiero. Quiero ir a casa.

—¡Ya estás en casa!

—¡No lo estoy! Este no es mi hogar, es el tuyo.

—Jen...

—No formo parte de esto, Jack.

—Formas parte de mí.

No podía ser capaz de irse así, sin más. No después de todo lo que habíamos pasado. No después de... de todo. De estos tres meses. Era imposible que yo me hubiera enamorado hasta ese punto y ella ni siquiera parpadeara antes de irse.

—Tengo que irme —insistió en voz baja.

—No, no tienes por qué hacerlo. Quédate... quédate en el piso un tiempo más. Dormiré en el sofá, no me importa. Piénsalo... déjame compensarte y...

—No. Tenía un trato con mi madre, ya te lo dije. Si en diciembre quería volver a casa.

—Ya ha pasado diciembre.

—Por eso. Ya ha pasado. Todo que sucedió antes de diciembre... es pasado.

Lo dijo con una simpleza y una honestidad... como si no lo importara.

Y ya ni siquiera fui capaz de medir lo que decía.

—No me dejes.

Ya no me importaba suplicar. No lo había hecho nunca. Ni una sola vez. Nunca me había arrastrado por nada. 

Casi me reí de la ironía que era esa. Durante años, me había reído de cualquiera que pudiera hacer eso. De Will por disculparse con Naya por tonterías, por ejemplo. Me había reído de él tantas veces que ni siquiera recordaba el número, y él me había dicho en broma, en todas y cada una de esas veces, que algún día sería él quien se riera cuando yo me arrastrara por una chica.

Y ahí estaba, suplicándole a la chica que quería que no me dejara. Abriéndole mi corazón.

Y ella no se quedaría. Ya lo sabía. Lo había sabido desde que había entrado.

Pero era incapaz de aceptarlo.

—No me dejes. Te quiero, Jen. He estado seguro de muy pocas cosas en mi vida, pero esta es una de ellas —cuando apartó la mirada, la obligué a mirarme de nuevo—. Quédate conmigo. Aunque sea viviendo aquí, en la residencia. Vendré a verte cada día si hace falta. Te compensaré por lo que sea que haya pasado.

Solo no me dejes. No así.

—Jack...

—¿Es por algo que dije? ¿Te... te he hecho algo sin darme cuenta?

—No es eso, Jack.

—¿Y qué es? ¿Qué ha pasado?

—¡Nada!

—¡Eso no es verdad!

—¡Sí lo es! ¡Solo quiero irme! 

—¡No es cierto, hay algo más, algo...!

—He vuelto con Monty.

Y ahí estaba. Justo lo que necesitaba para terminar de perder la esperanza de que fuera a quedarse conmigo.

Intenté negarme a mí mismo la posibilidad de creerla. Lo intenté de verdad.

—No —empecé, apartándome.

Su expresión era decidida, indiferente a lo que yo estaba sintiendo.

—Era mi novio antes de llegar aquí. Y... me he dado cuenta de que... lo echo de menos. Por eso... tengo que volver.

—No —repetí como un idiota.

—Lo siento, Jack.

No quería que lo sintiera. Quería que me dijera que era mentira y que volvía conmigo a casa. Y olvidarnos de todo esto. No quería su puta disculpa. La quería a ella, conmigo.

Sentí que se me formaba un nudo en la garganta.

—Pero... no... me dijiste... pensé...

—Nunca te he dicho que te quisiera.

Silencio.

Casi al instante en que lo dijo, su móvil sonó. Yo me había quedado helado en mi lugar.

—Tengo que irme —insistió ella, mirándome—. Yo... lo siento.

No dije nada. No había nada más que decir, ¿no?

Ella pasó por mi lado sin siquiera mirarme.

Sentí que, por primera vez en mi vida, había abierto mi corazón a alguien. A ella. Y ella acababa de pisotearlo sin siquiera dudarlo.

Cerré los ojos. No, no iba a llorar. Estaba enfadado, triste y perdido a la vez. Conocía esa sensación. La había vivido mil veces en casa de mis padres. Si no había llorado entonces, no iba a llorar ahora, y menos por alguien que acababa de decirme, mirándome a los ojos, que nunca me había querido... cuando yo había estado enamorado de ella desde el primer día.

No sé qué me impulsó a hacerlo, pero de pronto me di la vuelta y la sujeté de la muñeca. Jen me miró como si quisiera irse, pero no me importó.

—¿Estás enamorada de él? —musité.

Ella asintió con los ojos llenos de lágrimas.

—¿Lo has estado todo el tiempo? —pregunté en voz baja, con la voz rota.

Jen cerró los ojos un momento antes de mirarme y volver a asentir.

—Siempre.

Le solté la muñeca al instante y me di la vuelta.

No quería verla. No ahora. No cuando acababa de... de...

Cerré los ojos cuando escuché que se marchaba por el pasillo y las conversaciones con mi padre vinieron a mi mente. Él siempre me había dicho que esto pasaría. Que me dejaría, como todas las otras. Siempre lo había visto. ¿Por qué yo no? ¿En qué momento me había abierto tanto con ella? ¿En qué momento había permitido que se metiera tanto en mi vida como para destrozármela al marcharse?

¿En qué maldito momento mi felicidad había dependido tanto de otra persona? ¿Cómo coño lo había permitido?

Miré la puerta y me di cuenta de lo que significaba que Jen se marchara; volver a mi antiguo estilo de vida. Debería alegrarme. Pero no lo hacía.

No quería nada de eso. La quería a ella. Estaba enamorado de ella.

Y ella nunca lo había estado de mí.

Por primera vez en mi vida, mi padre tendría razón al reírse de mí. Me lo merecía. Realmente me lo merecía.

Me encontré a mí mismo recorriendo el pasillo como quien vaga sin rumbo fijo. Bajé las escaleras y vi que Chris me miraba desde el mostrador como si quisiera saber qué decirme para hacerme sentir mejor. No encontraría nada. No había nada.

Will, Sue y Naya me miraron cuando salí con ellos, pero mi mirada fue directamente a Jen, en el coche de su hermana. Ella me la devolvió. Y realmente pareció que sentía tener que irse. Que quería quedarse.

Pero ¿cómo podía creérmelo después de todo lo que acababa de decirme?

Ni siquiera sabía por qué seguía queriendo que se quedara. Pero lo necesitaba.

Y ella no lo hizo. No se quedó.

Se giró hacia delante, dijo algo en voz baja y el coche de su hermana empezó a avanzar hasta perderse en la carretera.

Se había ido.


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