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Capítulo 7

Si pudiera elegir a alguien a quien hacer desaparecer de la faz de la tierra, solo a una persona, y preferiblemente sufriendo en el proceso... sería el imbécil del novio de Jen.

Oh, espera.... ex-novio.

Je, je, je.

Qué palabra tan preciosa. Exnovio. Mi palabra favorita.

Deja de sonreír, idiota.

¡No podía!

Sin embargo, con todo el tiempo que llevaba fantaseando —aunque no quisiera admitirlo— con que cortaran, me sorprendió lo agrio que fue el momento. Especialmente porque esa ruptura que tanto había esperado había significado que Jen perdiera muchas de sus cosas y me la encontrara llorando en la residencia.

Imbécil.

Bueno, al menos había desaparecido de su vida, cosa que era un alivio.

Miré a Jen de reojo. Ella acababa de discutir sobre no sé qué dieta que Naya le estaba imponiendo —bastante innecesaria, si querían mi opinión, porque viendo ese culo perfecto no le hacía falta nada más—. Estaba en la cocina, terminando de prepararse su asqueroso plato sano y se mordía el labio inferior por la concentración. 

Quizá miré esa última parte un rato más del necesario.

—¿Qué miras tanto, amigo mío?

Volví a girarme automáticamente hacia delante cuando Will empezó a reírse de mí.

La parte buena fue que Jen tuvo que sentarse en mi regazo al volver, cosa con la que estuve más que encantado.

Ya casi me daba la sensación de que se había relajado sobre mí —ojalá fuera en un sentido más sucio, pero no— cuando vi que la pantalla de su móvil se iluminaba por una llamada. Me tensé al pensar que podía ser el imbécil de su ex, pero no. Era su madre. No pude evitar una sonrisita.

—Si es mi suegra.

Pero Jen no estaba sonriendo. De hecho, yo dejé de hacerlo al ver su cara de horror. Estaba a punto de preguntarle cuando se puso de pie de un salto.

—Mierda, mierda —empezó a mascullar.

Miré a Naya en busca de ayuda —seguramente le contaba más cosas a ella que a mí—, pero parecía tan perdida como yo.

—¿Qué pasa? —preguntó Will por mí.

—Nada, es que... se va a enfadar conmigo.

—¿Por qué? —Naya enarcó una ceja, curiosa.

—Porque... mierda.

Ella respiró hondo y vi que deslizaba lentamente un dedo por la pantalla antes de llevarse el móvil a la oreja. Me tensé incluso yo sin saber muy bien por qué.

—Hola, mam...

—¡JENNIFER MICHELLE BROWN!

El grito había sido tan fuerte que lo había escuchado perfectamente. ¿Michelle? ¿Acababa de decir Michelle?

Maravilloso. Perfecto para bromas crueles.

Empecé a reírme a carcajadas sin poder evitarlo. Jen me dirigió una mirada furiosa.

—¿Michelle? —repetí, riendo tanto que me dolía el estómago.

Pero más me dolió el hombro cuando me dijo que me callara y me pellizcó.

—¡Oye! —yo también le puse mala cara.

—¿ME ESTÁS ESCUCHANDO? —la voz de mi (ojalá) futura suegra volvió a resonar a través del móvil.

—Claro que sí, mamá —Jen se apresuró a hacerle caso—, es que...

—¡¿HAS ESTADO VIVIENDO CON UN CHICO DURANTE SEMANAS Y NO ME HAS DICHO NADA?!

Oh, la cosa se ponía interesante.

—¿Ese soy yo? —pregunté, entusiasmado con la idea.

—No creo que sea yo —murmuró Will, sonriendo ampliamente.

Jen intentó irse antes de que Naya le dijera que solo había cobertura en el salón. Bendita cobertura.

—Iba a decírtelo, mamá —le dijo ella, abochornada—. Es que con todo el lío de clase se me olvidó y...

—¡SE TE OLVIDÓ!

No pude escuchar lo demás. Solo vi a Jen hablando en voz baja con ella, abochornada. Me giré hacia los demás cuando ella se alejó tanto como pudo de nosotros. Naya y Will hacían lo imposible por escuchar cada detalle.

Cuando volví a mirar a Jen, vi que estaba girada hacia mí con aspecto dubitativo. No necesité que me dijera qué le había preguntado para saberlo.

—Háblale bien de mí —sonreí, levantando y bajando las cejas.

—Es un poco pesado, pero no está mal —murmuró ella, entrecerrando los ojos hacia mí.

—Cuánta gratitud a quien te ha abierto las puertas de su casa, Michelle.

Y las de su camita bonita.

Ella dio un respingo y me miró, más enfadada de lo que hubiera esperado.

—Vuélveme a llamar Michelle y te quemo todos los paquetes de tabaco que te queden.

Whoa, iba en serio.

Volvió a centrarse en su conversación y yo me entretuve mirando sus pantaloncitos y lo bien que le quedaban. Eran una buena distracción.

Sin embargo, me distraje completamente cuando escuché que hablaba de dinero y de no sé qué viaje. Fruncí el ceño al darme cuenta de que estaba hablando del cumpleaños de su madre. Me lo había contado. No sabía cómo pagarlo. 

Menos mal que yo sí.

Hora de ganarnos a nuestra futura suegra.

Me puse de pie y le quité el móvil de la mano sin siquiera titubear. Ella se giró hacia mí con los ojos muy abiertos, pero la ignoré y me llevé el móvil a la oreja.

—¿Señora Brown?

—¡¿Qué haces?! —me chilló Jen, que se había quedado pálida.

La esquivé y la sostuve lejos con un brazo mientras intentaba recuperar su móvil.

—Vale, tú no eres mi hija —me dijo su madre a través del móvil.

—No, soy el dueño del piso —sonreí.

—¡Oh! —noté que el tono cambiaba drásticamente a uno mucho más alegre—. ¿Y cómo te llamas, cielito?

—Jack Ross.

—¡Jenny nos ha hablado mucho de ti! ¡Nos ha dicho que le has ofrecido tu casa!

La miré de reojo e intenté no sonreír maliciosamente, pero no pude evitarlo. La pobre Jen parecía desesperada por recuperar su móvil.

Esto es genial.

—Sí —murmuré—, es un placer.

—Oh, es un detalle por tu parte. Uno muy grande. No le he dicho nada a Jenny porque se pone muy nerviosa con el tema del dinero, pero si quieres ponerle un alquiler o algo así, lo entenderemos perfectamente. Un piso conlleva muchos gastos.

—No se preocupe —le aseguré enseguida.

—¿Estás seguro? ¿No has venido a hablar por eso?

—En realidad, no. Mire, si mi madre hiciera sesenta años y no fuera a su fiesta se pondría muy, muy triste, y no puedo dejar que eso le pase a usted.

—Qué pelota es —Will empezó a reírse.

Le sonreí antes de mirar a Jen, que parecía mucho más confusa que antes.

—¿Qué dices? —me preguntó en voz baja.

Pero tenía que centrarme en su madre.

—Si lo que estás insinuando —me dijo ella— es que quieres pagárselo tú... no creo que podamos aceptarlo sin más, cielo. Ya has hecho mucho por Jenny. Aunque es verdad que no querría pasar mi cumpleaños sin ella.

—No, claro.

—Mira... —suspiró—, no quiero que te sientas presionado a nada. Ni siquiera sé la relación que tienes con Jenny, y mira que ella es complicada... pero si de verdad no te importa hacerlo... te devolveremos el dinero. Tienes mi palabra.

—Sí, no se preocupe —sonreí—. Ya me lo devolverá cuando pueda. No hay prisa.

Ni siquiera quería que me lo devolviera, la verdad.

—¡Oh, eres un cielo! —exclamó la señora Ross efusivamente—. Que sepas que Jenny nos habla mucho de ti. Yo creo que le gustas más que ese exnovio loco que tenía, aunque tampoco es que sea muy difícil. ¡A mí también me gustas mucho más tú y ni siquiera te conozco! Por cierto, a ver cuándo nos conocemos. ¡Te recibiremos con los brazos abiertos y mucha comida casera! Bueno, no quiero robarte más tiempo. ¡Que sepas que ha sido un placer hablar contigo!

—El placer es mío —le aseguré, riendo—. ¿Quiere hablar con su hija?

—Sí, claro.

Sonreí y le ofrecí el móvil a Jen.

—Es tu madre.

Ella me quitó el móvil al cabo de unos segundos, todavía un poco confusa. Mantuvo una corta conversación con su madre antes de colgar y girarse hacia mí con lo que habría sido el ejemplo perfecto de cara de asesina.

—Bueno —Naya se puso de pie—. Creo que es nuestro momento de ir a tu habitación, amor.

Y, claro, en cuanto nos dejaron solos empezó la pelea por el dinero. Suspiré y dejé que ella discutiera prácticamente sola. No me gustaba discutir con Jen, y menos por dinero. El noventa por ciento de las peleas que había tenido que soportar en casa de mis padres habían sido por dinero. Siempre todo se reducía al maldito dinero.

Quizá me habría puesto de mal humor con otra persona, pero no podía hacerlo con ella, y menos cuando se le pasó el enfado, se lanzó sobre mí y me abrazó como un koala. Bueno, había sido una discusión corta.

Esperemos que la reconciliación no sea tan corta.

—Y no es por presumir —le dije—, pero creo que ya le caigo mejor a tu madre que tú.

Ella empezó a reírse y se separó un poco para mirarme. Fijamente. Demasiado fijamente, quizá. Dejé el plato que le había robado hacía un rato en la mesa de café y la miré con curiosidad.

—¿Qué? —sonreí un poco.

Ella apartó la mirada enseguida y sus mejillas se tiñeron de rojo. No supe muy bien cómo tomármelo.

—¿Tienes sueño? —preguntó de repente.

Me quedé mirándola antes de empezar a reír, confuso.

—¿Qué tienes en esa cabecilla maligna?

—Nada —dijo demasiado rápido como para que la creyera.

Me echó una miradita de reojo que conocía muy bien. Muy, muy bien. Empecé a entusiasmarme incluso antes de que dijera nada.

—¿Estás muy cansado? —preguntó.

—Para ti, no.

Y nunca había dicho algo con tanta sinceridad.

Ella sonrió ampliamente y se acercó a mí. Le sujeté la nuca instintivamente cuando inclinó hacia mí para besarme, pero ese beso no llegó. Abrí los ojos, confuso, y vi que estaba mirando fijamente el pasillo. 

A Sue, más concretamente, que cerró los ojos al instante.

—Oh, no. Más parejas no, por favor.

¡Acababa de interrumpir nuestro beso y todavía se quejaba! La miré con cara de fastidio.

—¿Qué quieres, Sue?

—Iba a limpiar esto, pero no puedo hacerlo si estáis ahí besuqueándoos.

Bueno, eso tenía una fácil solución. 

Miré a Jen. Ella me miró. Y en menos de un minuto estuvimos encerrados en nuestra habitación.

***

Vale, igual me arrepentía un poco de haberle prestado el dinero. ¿En serio no podría verla en dos días y medio? ¡Eso era una eternidad!

Puse una mueca disimuladamente mientras la acompañábamos por el aeropuerto. Jen casi parecía molesta al vernos a todos con caras de amargura. Especialmente a Naya, que era una dramática y tenía un paquete de pañuelos preparados.

—Solo son dos días —le dijo Jen.

—¡Dos días y medio! —protestó.

Bueno, por primera vez, estaba de acuerdo con ella. Yo también quería montar un poco de drama.

Pero a la vez no me importaba que se fuera porque parecía realmente ilusionada. Se me hizo extraño pensar que alguien pudiera estar ilusionado con la idea de volver a ver a su familia. En mi caso, era lo opuesto. Me emocionaba más cuando pasaba mucho tiempo sin verla.

—Pásatelo bien —Will le dio una palmadita en la espalda a Jen, que le sonrió.

Mientras Sue hacía lo que podía por no ser una antipática por una vez en su vida, yo suspiré e intenté aparentar normalidad. No quería que se sintiera mal por irse. Y menos por irse solo dos días y medio.

Cuando Jen se detuvo delante de mí, tuve que contenerme para no besarla antes de que se fuera. Y no lo hice. Me porté bien. Ella solo me miró unos segundos antes de acercarse y abrazarme por la cintura.

Bueno, tendría que conformarme.

Quizá la abracé unos segundos más de los necesarios antes de que ella se separara con la cabeza agachada.

—Nos vemos en dos días, chicos.

—Dos días y medio —le recordó Naya, señalándola.

Jen nos dedicó una última sonrisa. O más bien se la dedicó a todo el mundo menos a mí. De hecho, me pareció que me evitaba con la mirada. Y lo hizo hasta que desapareció entre la gente.

—Bueno —Sue se giró hacia nosotros—, no sé si es un buen momento decirlo en medio de todo este drama, pero la verdad es que me he quedado sin helado, así que si nos pasamos por el supermercado de camino a casa...

—Venga, vamos —Will sonrió y le pasó un brazo por encima de los hombros a Naya.

Yo no dije gran cosa por el camino. La verdad es que me sentía un poco raro. Especialmente cuando llegamos al piso. Naya decidió quedarse en la residencia y Mike seguía ahí, así que el balance no fue muy positivo para nadie.

No tardé en ir a la habitación y ponerme una película cualquiera. Incluso en esa tontería se me hizo raro que Jen no estuviera ahí, irritándome para elegir ella la película. Suspiré. Iban a ser dos días y medio muy largos.

***

Mi madre me llamó al día siguiente para volver a ayudarla con lo de la galería —es decir, para tener una excusa y que fuera a verla— y, como no tenía mucho más que hacer, le dije que sí. Fui a su casa y la ayudé a organizar los cuadros que quería en cada caja. Era un aburrimiento, pero al menos estaba distraído. Además, Mike había decidido venir conmigo y, aunque no aportaba mucho —estaba sentado en un rincón de la sala mirando su móvil—, hacía compañía.

—Vale —mamá me detuvo de repente, cruzándose de brazos—, ¿te ha pasado algo con Jennifer?

Levanté la cabeza, sorprendido, y escuché la risa ahogada de Mike.

—¿A qué viene eso? —pregunté.

—¡A que siempre que vienes a ayudarme pareces distraído por esa chica! ¿Os habéis peleado?

—No.

—Solo se ha ido de su casa —murmuró Mike.

—Por dos días y medio —puse los ojos en blanco—. Mamá, déjalo. Estoy bien.

—¿La echas de menos? —mamá sonrió tan disimuladamente como pudo.

Oh, no. No iba a tener esa conversación con ella. Suspiré y solté el cuadro en la caja que me había dicho.

—Voy a por agua —murmuré.

—Siempre huyendo de las conversaciones que no te gustan —ella negó con la cabeza.

Mike me sonrió ampliamente cuando pasé por su lado y yo lo ignoré, pero no pareció importarle demasiado. Fui directo a la cocina y escuché las teclas de un piano en el piso de arriba. Ni siquiera me había dado cuenta de que mi padre estaba aquí. ¿Cuándo había sido la última vez que no me había dado cuenta de su presencia? Maldita sea, necesitaba centrarme.

Llené un vaso de agua y ya me había bebido la mitad cuando las notas del piano dejaron de sonar, siendo sustituidas por los pasos de mi padre bajando las escaleras. Ni siquiera me di la vuelta para mirarlo cuando escuché que se detenía en la puerta de la cocina.

—Hijo —saludó frívolamente.

Dejé el vaso en la encimera sin responder. Él soltó una risa algo amarga.

—¿Sigues enfadado por lo de tu amiga? No seas ridículo.

—No hables de mi amiga —murmuré, girándome hacia él.

—Realmente te ha afectado, ¿eh? —él se cruzó de brazos con media sonrisa—. Nunca pensé que te vería realmente comprometido con algo.

—¿Y tú qué sabes lo comprometido que estoy?

—Solo lo supongo por tu expresión. Y por tu forma de mirarla el otro día. ¿Dónde está?

—Eso no es problema tuyo.

—Bueno, está claro que no está contigo. ¿Se ha ido? ¿Ya?

—No, todavía me aguanta —sonreí irónicamente.

—Pero no está aquí, ¿no?

¿Cómo demonios podía saberlo? Odiaba lo rápido que leía mis expresiones. Y lo fácilmente que las usaba todas en mi contra.

No respondí, y eso fue todo lo que necesitó para echarse a reír.

—Solo espero que ella esté tan comprometida como tú —me dijo lentamente.

—No hay nada a lo que comprometerse, así que déjala en paz.

—Entonces, si se marchara de repente... ¿no te importaría?

Sí, claro que me importaría. Joder si me importaría. Pero eso no era algo que quisiera compartir con mi padre.

—No —mentí.

Durante unos segundos, solo me miró fijamente, analizando mi expresión. Yo sabía mentir muy bien —aunque no me gustara—, pero él también. Era de las pocas personas que conocía capaces de identificar mis mentiras.

—¿No? —repitió, enarcando una ceja.

—Ya me has oído.

Sonrió y se separó del marco de la puerta, yendo de nuevo a las escaleras. Casi creí que había dado por zanjada la conversación, pero no fue así.

—Entonces, tienes suerte —me dijo, subiendo las escaleras sin mirarme—, porque algo me dice que es exactamente lo que te hará algún día.

Apreté los labios.

—Confío en ella —murmuré, más para mí mismo que para él.

Y lo hacía.

Ahora, solo cabía esperar que ella fuera mejor que las otras dos chicas con las que había confiado.

***

Las noticias perfectas eran que Jen había vuelto.

Las noticias malas eran que el imbécil de su exnovio la había golpeado.

Las noticias esperanzadoras eran que iba a partirle la nariz en cuanto le viera.

Las noticias GENIALES eran que ahora Jen era mi novia.

Las noticias regulares eran que habíamos pasado el fin de semana en la casa del lago de mis padres.

Las noticias que no sabía calificar eran que Jen había decidido hacerse el mismo tatuaje que yo en la cadera mientras estaba borracha.

Las noticias buenas a pesar de todo eran que ahora tenía una excusa para pedirle que se levantara la camiseta más veces.

Nota para el futuro: pedirle que se haga un tatuaje en el culo para tener una excusa y pedirle que se baje los pantalones más veces.

—¿En qué demonios estás pensando?

Levanté la cabeza hacia Will. Estábamos los dos delante del edificio de Jen, esperando que terminara su examen. Me había comprometido a comprarle un pastelito a Jen si le salía bien. Esperaba tener que ir a comprarlo.

Pero ahora tocaba centrarse en Will, que me miraba con curiosidad.

—En nada.

—Venga ya. ¿En qué piensas?

—En la vida. En el universo. En la inhóspita y efímera existencia del ser humano.

—Sigue sin gustarme tu sentido del humor, ¿sabes?

—Pues a mí me encanta.

—Viva la humildad.

Sonreí y eché una ojeada a mi alrededor, pero volví a centrarme en cuanto él me clavó un codazo en las costillas. Mi sonrisa se congeló cuando vi a Jen bajando las escaleras de su edificio con una mueca de disgusto.

Parece que algún profesor debe morir.

Me acerqué automáticamente a ella y la envolví con los brazos.

—¿Quieres que vayamos a amenazar al profesor?

Ella sonrió, sacudiendo la cabeza.

—No hace falta.

Y, de pronto, su sonrisa se amplió, borrando cualquier signo de amargura de antes.

—Era broma —me guiñó un ojo—. Me ha ido genial.

—¿Eh?

—Era broma —repitió—, pero has pasado la prueba de consolador.

Creo que se dio cuenta de su error casi al instante, porque vi que su cara se volvía completamente roja. Tanto Will como yo empezamos a reírnos a la vez.

—¿Consolador? —repetí, divertido.

—¡No... no quería decir eso!

—Yo creo que querías decir exactamente eso —le aseguró Will, riendo a carcajadas.

—¡Que no!

—Oye, yo no tengo ningún problema en ser tu consolador personal —le aseguré—. Siempre y cuando no uses otros, ¿eh? Mi única condición es ser exclusivo.

—Oh, cállate.

No pude seguir con las bromas durante mucho tiempo, porque ella se irritó, y con razón. Jen se bajó del coche antes de que entráramos al garaje para comprar no sé qué y, en cuanto estuvimos solos, Will sonrió maliciosamente.

—Bueno, por fin puedo decirlo.

Fruncí el ceño, confuso.

—¿Eh?

—Ya me has oído.

—Sí, pero no te he entendido.

—Por fin puedo decir... que te veo comprometido con algo.

¿En serio? Ya era la segunda persona que me lo decía. Puse mala cara cuando sonrió aún más.

—Yo soy una persona muy comprometida con la vida —protesté.

—Mira, seré sincero...

—No sé si prefiero que mientas.

—...cuando lo vuestro empezó a ser... oficial, por así decirlo... —suspiró—, la verdad es que me daba algo de miedo por los dos. Especialmente por ti porque, bueno, no es que seas muy experto en relaciones.

—¡He tenido dos novias!

No dijo nada, pero lo entendí todo por su expresión. Puse los ojos en blanco mientras salía del coche.

—Jen es diferente.

—No. Tú eres diferente con ella.

—¿Y eso es bueno o malo?

Will cerró el coche y se quedó quieto unos segundos, pensativo.

—Se te ve mejor desde que estáis juntos —concluyó—. Diría que bueno.

—Se me ve mejor porque cada noche echamos unos buenos polv...

—Vale, estamos entrando en esa delicada franja de información innecesaria.

Sonreí ampliamente y lo seguí hasta la entrada del edificio.

—Nunca te he preguntado cómo funcionáis tú y Naya en la cama —comenté, divertido—. Seguro que folláis lento y aburrido.

—Estoy odiando cada segundo de esta conversación.

—Lento y aburrido... y romántico. Ugh.

—¿Qué tiene de malo lo romántico? —protestó él, pulsando el botón del ascensor.

—No hace falta ser lento y aburrido para que sea romántico. Es mucho más divertido cuando es rápido, duro y guarro. 

—...

—Y luego le das tu toque romántico, pero sin quitar lo divertido.

—Vale, Ross, cállate.

Empecé a reírme. ¿Por qué a nadie le gustaba hablar de sexo? Jen también enrojecía cuando lo intentaba. ¡Y era mi tema de conversación favorito!

Lo estaba pensando cuando noté que Will se tensaba a mi lado. Le eché una ojeada, confuso.

—¿Qué? —pregunté con media sonrisa.

—Mierda —masculló él.

Parpadeé, sorprendido, cuando me sujetó del hombro bruscamente y me giró hacia la entrada del edificio. Estaba tan confuso que no lo miré demasiado.

—¿Se puede saber qué te pas...?

Me corté a mí mismo cuando me di cuenta de lo que me estaba enseñando.

A Jen. Y a un chico corpulento que la sujetaba con fuerza del brazo, inclinándose amenazadoramente sobre ella mientras la empujaba hacia el coche que tenía ahí aparcado.

Ni siquiera necesité más para saber quién era ese gilipollas. Noté que se me tensaba el cuerpo entero cuando me zafé del agarre de Will y empecé a avanzar hacia la puerta. 

Parecía que hacía una eternidad que no me había peleado con nadie, y te aseguro que disfrutaría cada segundo en que pudiera desahogarme con la cara de ese imbécil.

Creo que tenía el cuerpo tan tenso que ni siquiera fui consciente de que había salido del edificio hasta que me encontré a mí mismo sujetándole la camiseta con un puño y estampándolo contra la puerta del coche que había abierto para Jen. Probablemente me hubiera reído en otra ocasión de su expresión de terror, pero no en esa. Estaba furioso. Verdaderamente furioso.

—¿Qué...? —empezó a balbucear como un idiota, haciendo el intento más patético que había visto en mi vida de zafarse de mí—. Suéltame ahora mismo o...

Cerré los ojos un momento. Necesitaba acabar ya con eso, pero no me atrevía a hacerlo con Jen horrorizada detrás de mí. No sé de dónde saqué el autocontrol suficiente como para no darle un puñetazo al imbécil de su ex en ese momento.

—Llévatela de aquí —le dije a Will en voz baja.

Escuché que le decía algo, pero solo podía estar pendiente de los pasos alejándose. Y no se alejaban. Maldita sea.

—Will —repetí.

Por fin escuché que se metían en el edificio. Esperé unos segundos en los que el imbécil solo me miró con expresión de enfado.

No te preocupes, ahora te daré un verdadero motivo para enfadarte.

Me giré y miré por encima del hombro. No había nadie. Will se la había llevado. Solté todo el aire de mis pulmones. Ya me sentía realizado y ni siquiera lo había tocado. 

Oh, esto iba a ser divertido. Muy divertido.

—¡Suéltame ahora mismo! —me gritó, devolviéndome a la realidad.

Me di la vuelta y tiré de su camiseta hacia mí lo justo para volver a empujarlo hacia atrás. Y con fuerza. Quizá más incluso de la que había pretendido al instante, porque él intentó darse la vuelta y la mitad de su cara chocó bruscamente con el cristal de la ventanilla, haciendo que crujiera ruidosamente.

Pareció que se quedaba paralizado cuando se giró y vio unas cuantas gotas de sangre en el cristal crujido, pero reaccionó al instante y se giró hacia mí, intentando agarrarme del cuello.

Con la cantidad de veces que lo había hecho mi padre, incluso borracho, no recordaba ni una sola vez en que lo hubiera hecho tan sumamente mal. Me eché hacia un lado y se lo agarré yo a él, sujetándolo para poder darle un puñetazo con todas mis fuerzas en el lado de la cara que no había chocado contra el coche. El muy imbécil se giró hacia mi mano y le di directamente en la nariz, que empezó a sangrar cuando lo solté y cayó al suelo, gimoteando. Le sujeté el cuello de la camiseta y le dio otro en la mandíbula.

—¡Para! —gritó de repente, retrocediendo.

Y se chocó él mismo contra el coche con la cabeza. Puse los ojos en blanco sin poder evitarlo.

Mientras gimoteaba de dolor y la sangre de las heridas del cristal y de la nariz se mezclaban por el cuello de su camiseta, no pude evitar pensar que era realmente patético. ¿Cómo había podido salir Jen con ese chico tanto tiempo?

Y, de pronto, vi que miraba algo por encima de mi hombro. No, no iba a caer en ese truco tan barato para darme la vuelta y que pudiera atacarme. De hecho, me dio tanta rabia que lo intentara de una forma tan sumamente sucia que no pude evitar agacharme y amenazar con golpearlo de nuevo.

—Escúchame bien —empecé—, no vuelvas a...

—¡Voy a llamar a la policía!

Me quedé helado cuando escuché la voz de esa señora. Miré por encima del hombro sin soltar al imbécil y vi que un grupo de gente se había reunido a nuestro alrededor, todos con cara de horror. Bueno, no me extrañaba. Menuda cara le había dejado al imbécil. 

Y lo que le queda.

Suspiré cuando vi a la mujer que había hablado, que tenía el móvil en la mano.

—Voy a llamarla —repitió, señalando el móvil—. ¡Suelta ahora mismo a ese pobre chico!

El imbécil estaba llorando. Sí, llorando. Qué triste.

Suspiré y miré a la mujer.

—Créeme, se lo merece —murmuré.

—¡Nada se soluciona con violencia! ¡Suéltalo ahora mismo o llamo a la policía y...!

Solté al imbécil y me puse de pie, furioso. La mujer retrocedió un paso, asustada, al igual que el resto de los que me rodeaban. Pero yo solo señalé al imbécil.

—Este chico tan simpático y ensangrentado que ves aquí, hizo que el otro día la chica a la que quiero viniera con un golpe horrible en las costillas. Y la ha estado torturando psicológicamente durante meses sin que yo pudiera hacer absolutamente nada porque solo se atreve a atacar a gente que sabe que no le va a responder.

Hice una pausa, frunciéndole el ceño a la mujer.

—Así que no, igual la violencia no lo soluciona todo, pero te aseguro que voy a darle unos cuantos golpes más a este imbécil. Y los voy a disfrutar. Si quieres llamar a la policía para que vengan a verlo, adelante. Pero la verdad es que soy más de espectáculos privados.

Hubo un momento de silencio cuando todo el mundo se quedó mirándome. La mujer bajó la mano lentamente y se escondió el móvil en el abrigo. Al cabo de unos segundos, todos empezaron a marcharse. Me giré hacia el imbécil con una sonrisa al ver que se intentaba sujetar la nariz con una mano torpemente.

—¡M-me has... me has roto la nariz! —gimoteó.

Le quité la mano de un manotazo, negando con la cabeza.

—Si te la hubiera roto, ahora mismo estarías retorciéndote de dolor en el suelo. Y ni siquiera sentirías esto.

Él ahogó un grito cuando me adelanté y le sujeté el puente de la nariz con fuerza suficiente para que doliera, pero insuficiente como para que empezara a sangrar de verdad. Y conocía muy bien ese tipo de dolor. Yo había estado al otro lado muchas veces. Y una parte de mí se sentía miserable, pero la otra deseaba demasiado hacer sufrir a ese gilipollas.

Le apreté la nariz entre los dedos y él intentó retorcerse para escapar, pero tenía el coche detrás, así que era imposible.

—Te estaba diciendo algo antes de que nos interrumpieran, ¿no?

—¡Para, por favor, por favor...! —empezó a suplicar.

—Oye, imbécil, te estoy hablando. Interrumpir es de muy mala educación. Cállate y escucha.

—¡Para, por favor! ¡Para! —siguió.

Puse los ojos en blanco otra vez.

—Escúchame bien —le apreté la nariz y él se centró en mí—, solo te he dado dos golpes y te he dejado así, por lo que puedes imaginarte cómo terminarías si siguiera. Estoy intentando ser bueno porque sé que a Jen no le gustaría que te hiciera más daño del necesario, pero no te recomiendo que me provoques, imbécil, porque ahora mismo tengo muchas ganas de seguir dándote puñetazos. ¿Me has entendido ahora?

Él asintió vehementemente con la cabeza.

—Genial, imbécil. Vamos avanzando. ¿Vas a escucharme ahora sin interrumpir?

—Sí, voy a...

—Cállate. Tu voz nasal me pone de los nervios. Solo asiente.

Asintió de nuevo.

—Bien. No sé que has venido a hacer aquí, pero sí sé que Jen no quiere saber nada de ti. Y tú también lo sabes, ¿no? Y aún así has estado llamándola y acosándola sin parar.

—Lo... l-lo siento... yo no quería...

—¿Quieres callarte? Me importa una mierda lo que querías antes, y me importa menos todavía lo que quieres ahora —enarqué una ceja—. Pero, teniendo en cuenta la situación en la que te encuentras, a ti te interesa mucho lo que yo quiero ahora mismo, ¿verdad, imbécil?

Asintió con la cabeza enseguida.

—Genial, porque lo que quiero es que la dejes en paz de una vez. A ella y a su familia. No quiero volver a verte. No quiero volver a oír tu voz insoportable. Ni siquiera quiero volver a ver tu maldita cara en el móvil de mi novia porque la estás llamando cuando ella solo quiere que desaparezcas de su vida. ¿Me has entendido?

Asintió de nuevo.

—¿Vas a volver a llamarla, imbécil?

—M-me llamo...

—Tu nombre no podría importarme menos. Ahora te llamas imbécil. ¿Vas a volver a llamarla o no, imbécil?

Negó rápidamente con la cabeza.

—¿Vas a volver a molestarla?

Volvió a negar.

—No voy a tener que volver a decirte nada de esto, ¿verdad, imbécil? Porque te aseguro que la próxima vez no voy a ser tan amable. ¿Va a tener que haber próxima vez?

Él negó enseguida y con vehemencia. 

Sonreí de lado y le solté la herida de la nariz, que volvió a sangrar mientras él suspiraba, aliviado por librarse del dolor. Sin embargo, volvió a poner una mueca cuando le di unas cuantas palmaditas en la mejilla herida.

—Genial, veo que nos entendemos muy bien —ironicé—. Ahora, sé un buen chico y desaparece de mi vista.

Me puse de pie y suspiré cuando intentó imitarme tan rápido que volvió a darse con la cabeza en el coche.

—¿Vas a matarte tú solo antes de irte o qué?

—P-perd...

—Que te vayas. Ahora.

Esta vez sí se puso de pie. Sujetándose la nariz ensangrentada, se apresuró a dar la vuelta al coche echándome ojeadas de terror. Subió al asiento del conductor y yo no entré en el edificio hasta que desapareció.

Uf, me sentía como si acabara de quitarme un gran peso de encima.

Sonreí ligeramente y subí al piso. Ni siquiera sentía los nudillos. Realmente le había dado con mucha fuerza. Sacudí la mano y antes de abrir la puerta.

Me quedé un poco sorprendido al encontrarme a Sue y Mike en el sofá, Jen sentada en el sillón con la cara entre las manos y Will de pie a su lado. ¿Qué demonios?

Will me miró y le dediqué una sonrisa que lo decía todo. Él sacudió la cabeza y me hizo un gesto hacia Jen, que se puso bruscamente de pie. Estaba pálida y... ¿asustada? ¿De qué diablos estaba asustada? ¿Le daba miedo que ese imbécil volviera?

—¿Estás bien? —le pregunté enseguida.

La revisé con los ojos. Quizá le había hecho algo antes de que yo llegara, pero parecía estar bien.

—¿Yo?

Su voz sonó tan enfadada que me detuve antes de tocarla, sorprendido.

—¿Se puede saber qué te pasa? —me espetó.

Vale, estaba enfadada.

Confirmado.

La pregunta era... ¿por qué?

Porque está preocupada por ti, idiota.

¿Por mí? ¿Qué...?

Estás teniendo una conversación contigo mismo. Lo sabes, ¿no?

Vale, sí. Concentración.

La miré mejor y... sí, parecía asustada. Vi que me revisaba con los ojos.

—Jen... —empecé, pero realmente no sabía muy bien qué se suponía que tenía que decirle.

—¡No tienes ni idea de lo loco que se vuelve cuando se enfada, Jack! —me espetó.

Casi me empecé a reír al recordar sus gimoteos de pánico.

—Estoy bien —le dije, sin embargo.

—¡No vuelvas a quedarte solo con él! —se acercó a mí, enfadada—. ¡Me da igual lo bueno que seas peleándote o lo que sea!

—Jen, escúchame...

—¡No! ¡Escucha tú! ¡No me vuelvas a hacer esto! ¡No vuelvas a dejarme al margen mientras tú te vas solo a hacer algo así! ¡Nunca! ¿Me oyes?

Creo que en muy pocas ocasiones me había quedado sin saber qué decir. Esa era una de ellas. Parecía tan enfadada y a la vez preocupada que no estaba muy seguro de qué decirle para que se calmara. O para que no me lanzara un cojín a la cara, al menos.

Intenté dar un paso hacia ella, y me sorprendió ver que no se apartaba. Cerré la distancia entre nosotros y le sujeté la nuca con una mano.

—Tranquila —murmuré, todavía algo confuso—, estoy perfectamente.

Ella respiro hondo y volvió a recorrerme con la mirada. Esta vez, se detuvo en la mano y me la sujetó con la boca entreabierta, horrorizada. Suspiré e intenté evitar que viera eso. Tampoco era para tanto. Solo eran unos nudillos rojos.

—Puedes olvidarte de ese idiota —le aseguré.

Ella me miró fijamente.

—¿Qué has hecho?

Desahogarme.

Volvió a mirarme la mano y tragó saliva. Suspiré y eché una ojeada a Will. Él me había advertido mil veces que le contara a Jen la verdad sobre lo que había hecho en el pasado. Y nunca le había hecho caso. Ahora, su cara era el perfecto te lo dije.

Qué odioso era cuando tenía razón.

—Nada que ahora sea importante —volví a la conversación con Jen e intenté ocultar mi mano en su nuca junto a la otra—. Siento no haber llegado antes.

Y lo sentía de verdad. Si hubiera llegado antes, ella ni siquiera tendría que haber hablado con él. No tendría que estar mal por culpa de ese idiota.

Me sorprendió un poco ver que esbozaba una pequeña sonrisa.

—Estaba a punto de darle un puñetazo en la nariz y una patada en la ingle.

Hubiera pagado por ver eso.

Y lo hubiera grabado para ponérmelo cada vez que estuviera de mal humor y alegrarme el día.

—Entonces, menos mal que he llegado antes de que lo noquearas —bromeé.

Jen suspiró y se acercó a mí, apoyando su frente en mi muñeca. Parecía realmente agotada. Y aliviada. Estuve a punto de sugerirle que fuéramos ya a la habitación cuando Sue se aclaró ruidosamente la garganta.

—No es por interrumpir —sí era por interrumpir—, pero, ¿alguien podría decirnos qué demonios está pasando?

Miré a Will. Él miró a Jen. Ella me miró a mí. Sí, no hacía falta explicar nada.

—Genial —Sue lo pilló enseguida—. Déjalo. Prefiero no saberlo.

—Pues no preguntes —le puse mala cara.

—Qué lástima que no te hayan golpeado a ti —murmuró ella de mal humor.

—Créeme, lo han intentado.

—Menos mal que tú eres un ninja —murmuró Mike, mirando la televisión.

Sonreí y di por zanjada la conversación al acercarme a Jen. Le pasé un brazo por encima de los hombros y fuimos los dos juntos a la habitación.


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