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Capítulo 5

Jen había estado evitándome otra vez durante todo el día y mi frustración empezaba a ser notable. MUY notable.

Estaba en medio de una guerra fría con la chica que me gust... que me interesaba, y ni siquiera sabía por qué.

Mascullé una maldición cuando vi que solo me quedaban dos cigarrillos y Will, desde el sofá, soltó una risita bastante impropia en él. Lo fulminé con la mirada al instante.

—¿Qué? —pregunté directamente.

—Nada.

—Si no es nada, no te rías como un idiota.

—Oye, no pagues conmigo tus frustraciones sexuales con compañeras de piso que pasan de ti.

Volví a meterme el tabaco en el bolsillo, me giré en dirección a donde aparecería Jen en cualquier momento y solté otra maldición. Él soltó también otra risita, claro.

—¿Qué? —pregunté, esta vez de muy mal humor.

—Solo me pareces gracioso.

—Pues tú a mí me pareces un capullo.

—¿Quieres hablar del motivo de tu tensión?

Metí las llaves del coche en mi bolsillo de un golpe, irritado.

—No estoy tenso.

—Vale, eso díselo a tus pobres llaves.

Escuché que Sue les gritaba a Jen y Naya que se dieran prisa y suspiré. Will se puso de pie para acercarse a mí.

—¿Y bien? —preguntó.

—¿Sabes qué demonios le pasa? —le pregunté en voz baja, señalando el pasillo con la cabeza.

Will se estiró y lo pensó un momento. Me dio la sensación de que no iba a decírmelo pese a saberlo, como siempre que quería que llegara yo solito a una conclusión. Era insoportablemente listo.

Además, ¿cómo demonios lo sabía? ¿Es que todo el mundo lo sabía menos yo, joder? ¿Tan ciego estaba?

—Tú sabes qué le pasa —concluyó.

—Si lo supiera, te aseguro que no habría estado prácticamente sin hablar con ella una semana.

—Eres tan ciego para algunas cosas, Ross...

Vale, pues debía ser eso: estaba ciego.

—Pues por eso necesito un poco de ayuda, imbécil.

—¿Llamas imbécil al amigo que quiere ayudarte?

—Mira, déjalo.

Me di la vuelta, todavía más irritado, pero me detuve cuando escuché que me llamaba. Esbocé media sonrisita antes de volver a adoptar mi expresión seria y mirarlo. El truco de dar la discusión por finalizada nunca fallaba con Will. Siempre terminaba contándome todo lo que quería saber.

—¿Y bien? —pregunté, impaciente.

—¿Me estás diciendo en serio que no lo sabes?

—¡¿Quieres decírmelo ya?!

—Está celosa.

Parpadeé, considerándolo por un momento. Por un momento, me vino a la mente que seguía teniendo muchos números de chicas guardados en el móvil. ¿Quizá los había visto? No, era imposible.

Por cierto, igual debería empezar a borrarlos. Aunque ese no era el momento de pensar en eso.

—¿Jen? —Will asintió con la cabeza, dejándome más confuso todavía—. ¿De quién?

—De Sue —puso los ojos en blanco—. ¿Tú qué crees?

—No hay nadie que... —me detuve en seco—. Dime que no es por Lana.

—Pues claro que es por ella.

Oh, venga ya.

—¿Y se puede saber qué le hace pensar que Lana me interesa en lo más mínimo?

—No creo que sea eso, Ross. Ya conoces a Lana. Es una experta en hacer que los demás se sientan fatal sin dejar de sonreír en el proceso.

—No le ha dicho nada a Jen. Si lo hubiera hecho, no la invitaría. En absoluto.

—Quizá no lo ha hecho delante de ti.

—¿Y cuándo han estado a solas?

—No lo sé. Pero está claro que algo va mal desde que Lana volvió, ¿no crees?

Pero, ¿en serio se creía que Lana podía hacer que me olvidara de ella en lo más mínimo? No la había visto en un año y ni siquiera me acordaba de su existencia. En cambio, no había hablado con Jen en una semana y ya sentía que iba a matar a alguien en cualquier momento. Preferiblemente a Mike.

Suspiré y me acomodé en el respaldo del sofá, pensativo. Will también se recostó, pero solo me miraba con expresión divertida. Intenté ignorarlo con todas mis fuerzas, pero dejé de hacerlo cuando clavó la mirada en el pasillo, por encima de mi cabeza.

—Lista —escuché que decía Jen alegremente.

Bueno, al menos, un poco de alegría en su voz. Ahora solo faltara que yo fuera el motivo. Pero la cosa estaba complicada.

—Ya era hora —le dijo Sue.

Cuando escuché sus pasos por el salón, me pasé una mano por la cara y traté de aparentar tanta naturalidad como pude. No sabía cómo acercarme a ella cuando estaba enfadada conmigo.

—¿Para qué meterle prisa? —pregunté a Sue sin mirarla—. Si Naya va a hacer que nos esperemos media hora más.

—Porque cuando Naya ve que la esperamos, se da más prisa —me dijo Will, poniéndose de pie—. Qué guapa vas, Jenna.

Yo hice un ademán de ponerme también de pie, pero me quedé clavado en el sitio cuando la vi de pie junto a Will.

Mis ojos se clavaron directa e irremediablemente en el vestido que llevaba puesto. Uno negro, pequeño y ajustado. Jen. Con ropa ajustada.

Mierda.

Se me secó la boca. Y ella dijo algo, pero yo no sabía ni qué decía ni en qué planeta estaba. Supliqué en mis adentros que no hablara conmigo, porque no iba a enterarme de nada.

Estaba tan embobado mirando la curva de su culo perfecto que apenas fui consciente de que Sue me hacía un gesto. Volví a la realidad cuando vi que Jen también me miraba, confusa.

Vale, hora que concentrarme otra vez en el mundo que me rodeaba.

Aparté la mirada de ella y fui directo al ascensor escuchando que me seguían.

—Vamos a emborracharnos —escuché que decía Jen.

—A que todo el mundo se emborrache menos yo, que tengo que conducir —aclaré, intentando recuperar la compostura.

¿Cómo podía quedarle tan bien una maldita prenda de ropa? La sangre ya se me estaba calentando y solo la había visto. El día en que me dejara tocarla, iba a darme un infarto. Bueno, si es que ese día llegaba, porque cada vez parecía menos probable.

Si la cosa ya era complicada de por sí, empeoró notoriamente cuando decidió que lo mejor era sentarse delante conmigo en el coche. Tenía las rodillas desnudas y pegadas a menos de veinte centímetros de mi mano y juro que casi sentía que un imán me guiaba a tocarlas. Cerré los ojos por un breve instante y me obligué a mí mismo a centrarme solo en conducir.

¿Por qué me comportaba como un maldito crío? Tenía que calmarme un poco. Solo eran unas rodillas. Unas rodillas muy perfectas, sí, pero solo unas rodillas, al fin y al cabo.

La tensión entre nosotros fue horrible cuando Sue y Will fueron a buscar a Naya a la residencia y nos dejaron solos. Ni siquiera había podido escuchar lo que decían al marcharse, solo podía ser consciente de que la tenía justo al lado, en silencio. Y probablemente enfadada. ¿Qué podía decirle sin que las cosas se volvieran todavía más incómodas?

La miré de reojo y me volví a tensar cuando vi que repiqueteaba los dedos en sus rodillas. Mirarla era una especie de tortura, así que clavé la mirada en la carretera oscura, suplicando porque los demás vinieran pronto. Su perfume inundaba el coche. Y su presencia. Toda ella. Maldita tensión sexual no resulta.

Bueno, esa tensión solo emanaba de mi parte, porque ella solo parecía incómoda.

—Parece que tardan —me dijo en voz baja.

—Eso parece.

Me giré hacia Jen y recorrí cada centímetro de su cuello, incluidos los dos pequeños lunares que tenía bajo la oreja mientras ella miraba fijamente la puerta de la residencia. Ya no pude más. Necesitaba hablar con ella.

—Nunca te había visto con vestido.

Volvió a mirarme y casi perdí la compostura cuando se ruborizó.

—Bueno... el invierno no es la mejor época del año para llevar vestidos —sonrió, apartando la mirada por un momento—. A no ser que tengas una fiesta, claro.

—Ya podrían invitarnos a más fiestas.

Lo dije en broma, pero no era tan broma.

Bueeeeno, vale. No era nada broma.

—Nunca lo había usado —añadió—. Es un regalo de Mo... mamá.

Había intentado decir el nombre de su novio y no lo había hecho, ¿verdad?

Interesante. Muy interesante.

Se me formó una sonrisita orgullosa en los labios, pero la borré en cuanto me miró.

—Yo nunca te había visto con una chaqueta de cuero —murmuró, recorriéndome con la mirada.

Oh, mierda, que no me mirara así.

Espera, me había dicho algo. ¿El qué? Maldita sea, ¿por qué me resultaba tan difícil centrarme?

Ah, sí, la chaqueta que me había regalado Lana.

—La usaba mucho cuando iba al instituto —le dije, divertido—. Intentaba parecer un chico malo.

Y funcionaba bastante bien con las chicas. Esperemos que funcione contigo.

De hecho, todavía recordaba el día exacto en que me la había dado. Por aquel entonces, yo ni siquiera sabía que Lana sentía algo por mí, y la verdad es que me sorprendió que me diera algo. Especialmente porque eligió un día de San Valentín para hacerme ese regalo.

La cosa fue que... bueno, yo ni siquiera sabía que era San Valentín. Y aunque lo hubiera sabido, tampoco le habría comprado nada. ¡Ni siquiera éramos pareja! Pero Lana se puso a llorar de todas formas y Naya se pasó una hora gritándome. Al final, no me quedó otra que comprarle algo a Lana para compensar. Ni siquiera recordaba qué le había dado, pero se había quedado satisfecha y me habían dejado en paz.

Bueno, al menos había conseguido una chaqueta, así que el balance final había sido positivo.

—El clásico chico malo, ¿eh? —sonrió Jen, devolviéndome a la realidad.

—Sí. Muy clásico. Pero nunca pasa de moda.

—¿Y lo eras?

—¿El qué?

—Un chico malo.

Pensé en todas las peleas, las chicas, las veces en las que había terminado en comisaría, borracho o herido... habían sido tantas que ni siquiera podía recordarlas.

Y, sin embargo, cuando la miraba a ella, no era capaz de decírselo. Si se lo decía, la imagen que tenía de mí cambiaría. Y no me gustaba esa perspectiva. Ya... se lo diría. O no. Ahora era un buen chico. Había cambiado. Igual no tenía por qué saberlo. Igual solo tenía que conocer la parte buena de mí.

—No quiero que te lleves una mala impresión de mí —le dije finalmente.

—Me has dejado entrar en tu casa y en tu cama siendo prácticamente una desconocida. No tengo una gran impresión de ti.

¡Sí! Por fin volvía esa sonrisa malvada. No pude evitar inclinarme un poco hacia ella.

—Cuánta gratitud.

—Vamos, cuéntame lo del instituto —se giró hacia mí y apoyó la cabeza en el asiento, dejando su cuello al descubierto de nuevo—. ¿Hablabas mal a los profesores? ¿Salías con muchas chicas? ¿Te metías en problemas? ¿En peleas?

Tuve que contenerme para no reír. Joder, las hacía todas menos una.

—No hablaba mal a los profesores —sonreí.

—Así que eras un chico malo que salía con muchas chicas, se metía en problemas y en peleas. No te pega nada.

Me sorprendió un poco eso último. ¿No? Era lo que había estado haciendo toda mi vida. Ser un puto desastre. Lo que veía todo el mundo que me conocía cuando me veía. ¿Cómo es que ella no lo hacía?

—¿Por qué no?

—No lo sé. Pareces tan... tranquilo.

—¿Tranquilo? —no pude evitar reírme.

¡Tranquilo! Jamás me habían calificado como tranquilo. Me imaginé las carcajdas que habría soltado Will de haber estado presente y me alegré enormemente de que se hubiera ido en busca de su novia.

—¿Cuál fue tu peor castigo? —preguntó Jen de repente.

Como si quisiera responder por mí, noté que la cicatriz en mi espalda me mandaba un escalofrío por la columna vertebral. Los recuerdos de los gritos de mi madre y los insultos de mi padre vinieron a mi mente y me apresuré a alejarlos. No, es no. Jen no tenía por qué saber esa mierda.

Le conté lo del campamento militar. Fue lo más suave que se me ocurrió. Ella escuchó atentamente y empezó a reírse, así que le pedí que me contara alguna anécdota suya. Saber más de Jen siempre era extrañamente gratificante.

Pero mi interés aumentó todavía más cuando se puso roja.

—¿Qué hiciste? —insistí—. Yo te he contado lo mío.

—Es que, al lado de lo que tú hiciste, lo mío parece una tontería...

Dudaba tanto que algo suyo me pareciera una tontería, que no pude hacer otra cosa que sonreír todavía más.

—¿Y por qué te has puesto roja?

No dijo nada, pero su cara estaba completamente roja. Cuando se ruborizaba, tenía todavía más ganas de besarla que de costumbre. Me estaba idiotizando.

—Necesito saber qué hiciste —insistí.

—Solo te lo diré si me prometes que nunca jamás se lo contarás a nadie.

—Lo juro —me llevé una mano al corazón al instante.

—Y que no harás bromas con el tema.

Todo menos eso.

—Eso no puedes quitármelo. Sin bromas no sería yo.

—Bueno... —suspiró—. No te rías.

Esperé pacientemente a que hablara, con las ganas de escucharla aumentando a cada segundo.

—Yo... no me puedo creer que esté diciendo esto en voz alta.

—Esto pinta muy bien —le aseguré.

—Yo tenía unos... quince años. Había un chico que me gustaba. Era mayor. Creo que tenía diecisiete. Y era guapísimo.

La forma en que suspiró al decirlo hizo que me preguntara si alguna vez me describiría también así, con ese suspiro.

—Me siento celoso.

Me sonrió antes de seguir.

—La cosa es que quería hacerme la mayor con él para resultarle inteligente. Y a Nel, mi mejor amiga... eh... se le ocurrió que... mhm... como lo había hecho nunca con nadie y me daba miedo perder la virginidad... mhm... podía intentar un método alternativo.

Por un momento, mi sonrisa se esfumó.

—¿Un método alternativo?

—Él me mandó una foto de su... de eso. Y como no sabía qué hacer...

Cerré los ojos un momento. Ay, Jen...

—Dime que no le mandaste una foto tuya.

—¡No! —me aseguró enseguida.

Mejor. Si había una foto así, quería que solo fuera para m...

—Spencer me pilló antes de hacerlo.

La miré, pasmado.

—¿Spencer? ¿Tu hermano mayor?

Por lo que más quieras, no te rías.

—Sí. Ese Spencer. El único que conozco.

No. Te. Rías.

—¿Y te pilló...? —estaba haciendo verdaderos esfuerzos por no reírme—. ¿Sin ropa?

—Sin sujetador. Me quitó el móvil y empezamos a gritar mientras yo me ponía una camiseta a toda velocidad. Mi madre nos oyó y Spencer se lo contó todo, el muy traidor. Me quitaron el móvil durante un mes. Y cuando mis hermanos, los gemelos, se enteraron... iban a la misma clase que el chico. Creo que le dejaron bastante claro que no volviera a acercarse a mí.

No pude evitarlo y me empecé a reír a la mitad del relato mientras ella parecía cada vez más y más avergonzada. Me puso una mueca cuando terminó, suspirando, y yo no pude evitar intentar imaginarme lo que pensaría su familia de mí si me conociera.

Nunca me había planteado eso con nadie. Y no estaba seguro de si me gustaba empezar ahora.

—No me lo puedo creer —murmuré, sacudiendo la cabeza.

—Mi primer fracaso sentimental.

¿Primero? ¿Con cuántos había estado?

No eres el más indicado para reprocharle eso a nadie, Ross.

Cierto.

—Ahora, mi anécdota del campamento es una mierda.

—¿Me estás comparando un mensaje con un verano entero en un campamento?

—Mi historia no tiene fotos de genitales. Eso suma puntos.

Se puso roja al instante y sonreí.

—¡No suma...! Has prometido que no se lo contarás a nadie, Ross.

—Lo sé.

Y no iba a hacerlo. Pero iba a reírme. Y mucho.

Me sonrisa se tambaleó un poco cuando se acercó a mí y me puso un dedo en el pecho, haciendo que mi sistema nervioso se centrara solamente en ella al instante.

—Como Naya me haga una sola broma con esto, sabré que has sido tú y voy a...

—¡Que no lo contaré! —no pude evitarlo y le rodeé la muñeca con la mano. La tenía delgada. Y la piel suave. Y no debería centrarme en eso, sino en que me estaba hablando—. Pero eso no quita que no vaya a irritarte con esto durante lo que me quede de vida.

—¡No es divertido! ¡Mis tetas estuvieron a punto de ser públicas! ¡Las habría visto todo mi instituto!

Yo me habría cambiado de instituto solo para verlas.

—Seguro que te hubieran salido muchas más pretendientes.

—No quería más pretendientes —protestó—. Ya tuve uno después de eso. Y fue el peor.

Cuando vi que intentaba apartarse, tiré de su mano. De eso nada. Iba a disfrutarlo un poco más. No me regalaba muchos momentos así.

—¿Mason?

—Se llama Monty. Y no es el peor.

—Vale, Malcolm no es el peor. ¿Y quién fue?

—¡Monty!

Sonreí inocentemente cuando suspiró, frustrada.

—Fue un chico que conocí después. A los dieciséis. Me di mi primer beso con él y fue... bastante asqueroso. Parecía un caracol, con tantas babas... ¡no te rías!

No podía evitarlo. Y tampoco podía evitar pensar que yo podía enseñarle lo que era besar de verdad a alguien. ¿Por qué mi pervertido interior salía tanto a la luz con ella alrededor?

—Pero lo peor no eran los besos, sino que un día intentó meterme mano y empecé a reírme como una histérica.

Dejé los pensamientos pervertidos por un momento, mirándola.

—¿Por qué?

Dudaba que yo me pusiera a reír si me dejaba meterle mano, la verdad.

—Porque tengo cosquillas por... casi todo el cuerpo —confesó en voz baja—. Cuando intentó llegar a mi sujetador, me rozó las costillas y... bueno, me puse a reír y no se lo tomó muy bien.

Sacudí la cabeza, divertido.

—Pobre chico.

—¡Yo no tengo la culpa!

Le recorrí el vestido de arriba abajo y no pude evitar suspirar.

—¿Así que tienes cosquillas?

—Sí, pero no...

Intentó apartar su mano de mi pecho en cuanto me incliné hacia delante. Vi que abría los ojos como platos, aterrada y divertida a partes iguales. No pude aguantarlo más y le pasé un solo dedo por las costillas. Y eso fue suficiente para que se retorciera, riendo.

—¡Para, Ross! ¡PARA!

Creo que me amenazó con un puñetazo, pero me daba igual. Le solté la mano y le hice cosquillas en el estómago. Ella retrocedió y escuché un golpe contra el cristal. Me detuve al instante, asustado, pero vi que se estaba riendo.

Y creo que fue precisamente por esa risa que ya no pude más y le agarré ambas piernas por debajo de las rodillas, pasándomelas por encima. Sonreí de lado cuando vi que no se apartaba. Al contrario, seguía riéndose. Mantuve una mano en su rodillas y me entraron ganas de subirla, pero opté por seguir torturándola un poco más mientras ella intentaba apartarse, agotada.

—¡Para, por favor!

Justo cuando apreté los dedos en su rodilla, escuché la puerta del coche abriéndose y me entraron ganas de maldecir a todos y cada uno de los que entraron en él. Les dediqué una mirada de odio profundo a los tres. Naya y Will tenían una sonrisita malvada mientras Jen se apartaba de mí, abochornada. Sue solo parecía aburrida.

—¿Interrumpimos algo? —preguntó Naya sin borrar esa sonrisita.

Le saqué el dedo corazón disimuladamente cuando vi que Jen se ponía todavía más roja, mascullaba un no y evitaba mirarme a toda costa.

Mierda. Otra vez el silencio incómodo no, por favor.

Pero cuando vi que ella tenía la respiración acelerada y las mejillas rojas, que me echaba miradas de reojo y que se colocaba la falda, no pude evitar una sonrisita estúpida. Bueno, por fin no era el único alterado. Me dio un manotazo en el brazo cuando se dio cuenta, pero no consiguió borrarla.

Cuando llegamos a la fiesta, no pude evitar seguirla con la mirada mientras me interrumpían unos cuantos compañeros de clase. Intenté deshacerme de ellos tan rápido como pude, especialmente cuando vi que se quedaba sola. Me acerqué por detrás y me asomé por encima de su hombro. Siempre olía tan bien...

—¿Estás buscando a alguien para mandarle fotos de tus tetas? —pregunté, divertido.

Ella me dedicó una mirada fulminante, rozándome la mandíbula con el pelo.

—¿Estás buscando a Terry?

Maldita Terry.

Nunca se lo contaría, pero había sido mi primera vez metiendo mano a una chica. En una fiesta. Junto a una piscina. En cuanto le toqué una teta, chilló y me empujó al agua. En pleno invierno. Will seguía recordándomelo hasta ese día. Y Naya también. Idiotas.

—No sabes qué pasó, así que no tienes derecho a usarlo en mi contra.

—¿Qué pasó?

—Nunca lo sabrás.

—¡Venga ya, Ross! —me sonrió, divertida.

Abrí la boca para decir algo, pero me detuve cuando escuché el grito de Lana detrás de mí.

—¡Cariño!

Joder, Lana. Ahora no.

No me quedó otra que aceptar el abrazo con una sonrisa tensa. Me entraron ganas de apartarla cuando vi que Jen miraba hacia abajo, incómoda.

—Me alegra que hayas venido. ¡Te has puesto mi chaqueta favorita!

—Sí. Ha sido casualidad, pero...

—¡Ya sabes cómo me encantaba en el instituto!

Le dediqué una mirada de advertencia y ella sonrió como un angelito, girándose en redondo hacia Jen.

—¡Jenna! ¡Por un momento, pensé que no vendrías!

Me alegró ver que ella levantaba la cabeza y nos sonreía un poco.

—Soy imprevisible.

Y tanto.

—Ya lo veo —dijo Lana—. Si queréis beber algo más, recordad que hay barra libre. Pedid lo que queráis. ¡Yo invito!

Yo dejé de prestar atención mirando a ya sabéis quién. Tuve que volver a la realidad cuando vi que Jen me devolvía la mirada. Y me di cuenta de que Lana me había preguntado algo. Vi que señalaba con la cabeza a unos del instituto y miré a Jen al instante.

—Pero...

—Yo he visto a unos de mi clase —me dijo atropelladamente—. Ya nos veremos por aquí.

Intenté decir algo, pero Lana ya me estaba arrastrando y la vi desaparecer entre la gente. Puse mala cara y me detuve. Lana la siguió también con la mirada y luego me sonrió.

—Por fin te tengo para mí —me dijo, sonriente.

—Más te vale tratarla bien.

—¡La estoy tratando bien, cariño!

—Y no me llames cariño. Ni siquiera me lo llamabas cuando estábamos juntos.

Puso los ojos en blanco.

—¿Qué pasa? —se cruzó de brazos—. ¿No te ha dejado meterte en sus bragas todavía?

—Eres muy romántica.

—No hables de romanticismo como si tú alguna vez lo hubieras experimentado.

—Contigo no, eso seguro.

No me esperaba una expresión dolida y no la encontré. Solo unos ojos desafiantes y una sonrisa petulante.

—Supongo que todavía no se ha dejado, entonces. ¿Por eso te gusta tanto? ¿Porque es la primera que se te resiste un poco?

—¿Y tú qué sabes de lo que me gusta y lo que no?

—Joder, Ross, la miras de arriba abajo cada vez que no te presta atención. A mí nunca me miraste así.

—Porque ahora me gusta lo que veo.

Apretó los labios en una dura línea y yo la señalé.

—No sabotees esto —le dije.

—Te recuerdo que tiene novio.

—Y yo te recuerdo que tiene una relación abierta.

—Sí, y seguro que se la replantea ahora que te ha conocido. ¿Eso te dices a ti mismo para mantener las esperanzas?

Sonreí irónicamente.

—Pásalo bien en tu fiesta, Lana. Me voy a dar una vuelta.

Me detuvo por el brazo al instante y me puso un mohín.

—Vale, lo siento, es que estoy un poquito borracha.

Sacudí la cabeza tras pensarlo un momento.

—Solo no te metas.

—Sabes que no me metería. Te quiero demasiado.

Por suerte, no volvió a sacar el tema en toda la fiesta. Y yo tuve la mala suerte de no volver a ver a Jen en un buen rato.

Al menos, no hasta unas horas más tarde. Yo no había bebido una gota de alcohol, claro, pero la tentación había sido grande cada vez que me ponía a buscarla y no la encontraba. Me estaba empezando a comportar como un psicópata obsesivo.

Finalmente, la vi hablando con Lana y me relajó un poco ver que ella le estaba sonriendo. Me acerqué a Jen, que me daba la espalda, y no dudé en rodearle los hombros desde atrás. Había bailado. Su piel estaba tibia. Y me daba la sensación de que olía incluso mejor.

—Mira a quién he encontrado. ¿De qué habláis?

Lana me sonrió.

—Le decía a Jenna lo bien que le queda el vestido.

Joder si le quedaba bien. Cada vez que había estado con ella no había sido capaz de apartar la mirada.

—No me cansaré de decirlo.

Sonreí a Jen, pero me detuve en seco cuando vi que parecía estar a punto de llorar. Se me paró el corazón cuando se separó bruscamente de mí. ¿Qué...?

—Tengo que irme —murmuró sin mirarme—. Pero no te preocupes, llamaré a un taxi.

Miré a Lana, que se encogió de hombros. Apreté los labios y le aseguré con la mirada que ya hablaría con ella. Pero ahora no era, ni de lejos, mi principal preocupación.

Me apresuré a seguir a Jen. La conseguí alcanzar en el pasillo. Iba en dirección contraria a la salida, mirando a su alrededor. Intenté adelantarla apresuradamente, pero no se detuvo y tuve que andar de espaldas para poder mirarla a la cara.

—¿Qué haces? —pregunté.

Por favor, que no estuviera enfadada conmigo.

—Irme —no me miró—. No sé ni qué hago aquí.

—Pero... —¿por qué estaba tan jodidamente nervioso?—, ¿no te lo estabas pasando bien con Naya? Detente un momento.

Para mi sorpresa, lo hizo y le puse las manos en los hombros. La piel tibia y suave hizo que me despistara por un momento en que ella me miró por fin. Me entraron ganas de ir a por Lana cuando vi que parecía realmente dolida. ¿Qué demonios le había hecho?

—Te he visto antes —murmuré—, y parecía... parecía que te lo pasabas bien.

—Me lo estaba pasando bien. Con ella. Con Naya.

Maldita Lana.

—¿Qué te ha dicho?

Se hizo la inocente. ¿Por qué no podía, simplemente, decírmelo?

—¿Naya?

—No. Lana.

Pareció ponerse nerviosa y apreté más los labios.

—No sé a qué te...

—Sabes perfectamente a lo que me refiero.

Ella pareció intentar pensar algo, pero terminó apartándose de mí y eso me molestó más que el resto de la semana sin hablarme. Y todo por culpa de Lana. Joder.

La volví a seguir y vi que se detenía, frustrada.

—¿Por dónde demonios se sale de esto?

Gracias, Dios mío, por las fraternidades gigantes.

—Dudo que encuentres la salida sin mi ayuda.

Se giró hacia mí, irritada.

—¿Cómo se sale?

—¿Qué te ha dicho?

No me iba a ir hasta poder negar lo que fuera que le había dicho.

Volvió a soltar un suspiro de frustración y yo, por mi parte, volví a seguirla. Por algún motivo, se metió en una de las terrazas vacías y soltó un ruidito de exasperación que me hizo sonreír un poco pese a la situación.

Se dejó caer en una de las tumbonas y yo cerré la puerta, acercándome a ella. No supe muy bien qué hacer, así que me quedé de pie justo delante, mirándola.

—No quiero sabotear lo vuestro —murmuró finalmente.

Casi me entraron ganas de zarandearla para que se diera cuenta de la tontería que acababa de soltar.

—No hay nada nuestro.

—¿Y ella lo sabe? —masculló.

Suspiré pesadamente, pasándome una mano por el pelo.

—¿Qué te ha dicho?

De repente, me miró y su mirada dolida me hizo sentir tan mal que me sorprendió incluso a mí mismo.

—¿Por qué me habéis ofrecido venir si sabíais cómo era? ¿Es que os divierte o algo así?

Oh, no, eso no. Por favor, que no se enfadara conmigo. No sabía cómo gestionar esa mierda.

Por impulso, me agaché y le puse las manos en las rodillas. Estaba tan tenso que ni siquiera me di cuenta de que ella no se apartó en absoluto.

—¿Qué? No, claro que no.

Joder, si solo la había mirado a ella en toda la noche. ¿Cómo demonios no podía verlo?

—¿No sabías cómo era una chica que conoces desde el instituto y con la que saliste?

Estaba a punto de preguntarme cómo sabía que había estado conmigo cuando, de pronto, empezó a llorar.

Delante de mí.

Mierda.

Nunca había tenido que consolar a nadie. ¡Mierda! Entreabrí los labios, perdido, y vi que ella agachaba la cabeza. ¡Mieeerda! ¿Por qué solo me salía intentar abrazarla? ¡Obviamente, iba a apartarme!

—Pensé que... —intenté buscar cualquier excusa— no lo sé. Que podíais llevaros bien. Que había cambiado. Lo parecía.

Sí que lo parecía. Maldita sea. Maldita Lana. Esta no era la noche que quería con Jen.

—¿Crees que quiere llevarse bien conmigo? —preguntó, negando con la cabeza—. Ross, siente que le he quitado su vida. Y yo también. Soy su sustituta barata.

Maldito Will. Siempre teniendo razón en todo.

—No eres la sustituta de nadie —solo me faltaba ponerme una mano en el corazón para jurárselo.

—Claro que lo soy. La echabais de menos, por eso me aceptasteis tan rápido.

La tentación de besarla para probar lo contrario era grande, pero me contuve.

—¿Eso te ha dicho?

—No necesito que nadie me lo diga para verlo. No soy idiota.

No, eres perfecta. Ojalá lo vieras.

—Sé perfectamente que no lo eres.

—Entonces, ¿es eso? ¿La echabas de menos?

Me miró, expectante, y vi que lo preguntaba completamente en serio. ¿Cómo podía tener dudas? No había mirado a nadie en mi vida como la miraba a ella. ¿Cómo podía no darse cuenta?

—No —le aseguré.

Y, para mi sorpresa, sacudió la cabeza.

—No es cierto.

—No te estoy mintiendo.

—Ross...

—No te estoy mintiendo —fruncí el ceño—. ¿Crees que podría echar de menos a alguien se se acostó con mi hermano para llamar mi atención?

Pareció quedarse sin ideas por un momento, así que decidí seguir.

—No hace falta que disimules, me imaginaba que ya lo sabrías. Todo el mundo que nos conoce lo sabe. No me gusta Lana. Nunca me ha gustado. En el instituto era una buena chica y podía llegar a pasarlo bien con ella, pero... salir con ella ha sido uno de mis mayores errores. Lo hice porque sí. Ni siquiera me importó cuando me enteré de lo de Mike.

Y lo decía muy en serio. Aunque ella parecía demasiado sorprendida para creerlo.

—¿Cómo no te va a importar? —preguntó—. Son tu hermano y tu ex.

Suspiré, intentando buscar las palabras adecuadas.

—Me refiero a que no me puse celoso. Claro que me importó. Mike es mi hermano. y no es la primera vez que hace algo parecido. Pero Lana... no sentí que hubiera perdido nada que quisiera recuperar.

Vi que se quedaba pensativa y bajaba los ojos a mis manos. No me había dado cuenta de que le había rodeado las rodillas. Por un momento, creí que me apartaría, pero solo esbozó media sonrisa.

—Si le dijeras eso, quizá su ego bajaría un poco.

Si le dijera a Jen la verdad, quizá el suyo subiría.

—No escuches a Lana —murmuré.

—Ella sigue sintiendo algo por ti —insistió.

Esbocé una sonrisa irónica.

—Lana nunca ha sentido nada por mí. Solo está acostumbrada a que todo el mundo haga lo que ella quiere.

Al menos, había dejado de llorar. Suspiré, aliviado.

—Y a ti no te gusta mucho eso de obedecer órdenes.

Si me las dieras tú, las aceptaría todas.

—Pues no —dije, sin embargo—. Como habrás comprobado.

Me miró un momento con su pequeña sonrisa y mis ojos bajaron irremediablemente a sus labios. Si ya de por sí eran apetecibles, cuando se los pintaba eran todavía mejores. Tragué saliva y volví a mirarla a los ojos.

—¿Y se puede llegar a ser tan mezquina solo por eso? ¿Por conseguir lo que quiere?

—Ella es así.

—¿Y cómo pudiste salir con alguien así?

Buena pregunta.

—No lo sé. Pero me prometí a mí mismo que no volvería a cometer ese mismo error.

Ella asintió con la cabeza, mirándome fijamente. Yo tragué saliva y no pude aguantarlo más. Y menos si me seguía mirando así.

—Pero esa no es la única razón por la que está tan enfadada contigo, Jen.

Parpadeó, sorprendida. Me cosquillearon los labios cuando entreabrió los suyos, sin saber qué decir. Joder, solo quería besarla.

—¿Y cuál es la otra? ¿Le he roto un jarrón y no me he enterado? No sería la primera vez.

Sonreí, divertido.

—No que yo sepa.

—¿Entonces?

Esa mirada inocente, esos labios pintados, mis manos en sus rodillas... era demasiado. Tenía que apartarme. Ya. Cerré los ojos un momento y fue justo cuando ella puso una mano encima de las mías.

Y ya no pude más. Tenía que decírselo. Aunque lo arruinara todo. Me daba igual. Tenía que decirlo o iba a explotar.

Ella era todo lo que no había sido y había querido ser Lana. Y Lana se había dado cuenta, claro. Por eso la trataba tan mal, porque lo nuestro siempre había sido algo parecido a la amistad, pero yo sabía que jamás podría tener solo una amistad con Jen. Jamás. No podría simplemente mirarla y sentir cariño amistoso.

Y no pude seguir ocultándolo.

—No le gusta que otra persona se le haya adelantado —le dije en voz baja.

Ella abrió los ojos un poco más y volvió a separar los labios. Se me secó la boca en cuanto clavé los ojos en ellos, pero fue todavía peor cuando vi que ella hacía lo mismo, mirando los míos. Volvió a subir la mirada a mis ojos al instante y, por un momento, solo nos miramos el uno al otro. Y, por primera vez en mi vida, sentí que el mundo dejaba de existir a mi alrededor. Solo existía ella. Y mis ganas de besarla.

Me incliné hacia delante y se me detuvo la respiración cuando ella me respondió a medio camino. Pegué mis labios a los suyos y, justo en ese momento, ya supe que, para mi suerte o desgracia, no querría volver a besar a nadie más después de eso.

Cerré los ojos cuando noté que me ponía una mano tímidamente en la nuca y me incliné hacia delante, apretando los dedos en sus rodillas. Tuve que contenerme con todas mis fuerzas cuando las separó un poco para que pudiera pegarme por completo a su cuerpo.

Podía sentir su vestido debajo de mi camiseta. Y su corazón palpitando a toda velocidad. El mío también se aceleró cuando agarró mi pelo con más fuerza, arqueando la espalda e inclinándose hacia atrás. Le puse una mano en la espalda y soltó una bocanada de aire contra mis labios que fue mucho más intensa que lo que había sentido acostándome con cualquier persona en mi vida.

Abandoné su boca y le besé la mandíbula. Justo la zona donde podía sentir que su pulso palpitaba a toda velocidad. Casi gruñí de placer cuando ella echó la cabeza hacia atrás para facilitarme el acceso. No podía creerme que me estuviera correspondiendo. Era demasiado bonito para ser cierto. Era demasiado perfecto.

Y entonces no pude más y moví la mano que tenía en su rodilla. Le ardía la piel cuando subí lentamente por el interior del muslo aunque la velocidad que deseaba era una mucho más rápida. Jen apretó los dedos en mi espalda y hundió la cabeza en mi hombro mientras yo besaba su mandíbula.

Tuvo que ser ese el maldito momento que eligieron dos idiotas para abrir la puerta de la terraza.

¿Alguna vez había odiado tanto a alguien? Yo creo que no.

Me aparté impulsivamente y ella se quedó petrificada cuando la pareja nos miró fijamente. Ellos intercambiaron una mirada divertida y se marcharon. Habían interrumpido para volver a irse entre risitas, los muy idiotas.

Vi que Jen se colocaba torpemente la falda, roja y con la respiración acelerada. Estaba evitando mi mirada, y podía entender el por qué. Yo sí que estaba acelerado. Joder. Era lo más intenso que había sentido en mi vida. Y solo la había besado. Todavía podía sentir su piel suave bajo mis dedos. Miré sus rodillas y cerré los ojos, intentando centrarme.

Mierda. ¿Qué había hecho? ¿O qué haría ella? Porque yo tenía muy claro lo que quería hacer, pero estaba claro que ella no. Oh, no. ¿Y si quería irse? Me pasé una mano por el pelo, frustrado, antes de incorporarme. Ella seguía sentada en su lugar, abochornada.

—¿P-podemos irnos? —preguntó torpemente.

—Vamos —mascullé.

Necesitaba una ducha fría. O unas cuantas.

Nos reunimos con los demás sin que yo pudiera volver a mirarla. Era incapaz de hacerlo y centrarme. Ya estábamos en el coche y escuchaba a los demás hablando atrás mientras yo repiqueteaba los dedos en el volante. Quería volver a sentir su piel, no ese maldito volante. Solo a ella. Joder, ¿qué me estaba pasando?

La miré de reojo y me sorprendió pillarla observándome. Le sostuve la mirada y me sorprendió todavía más ver que no la apartaba. De hecho, bajó la mirada a mis labios y vi que la respiración se le agolpaba en la garganta. Todas las sensaciones de antes volvieron, aumentando mis ganas de mandar a los demás a la mierda a irme con ella al piso. Solos. Y terminar lo que habíamos empezado. Joder, estaba harto de tanta tensión sin resolver.

Pero no podía hacerlo. Frustrado, encendí la radio de un golpe y me centré en la jodida carretera.

Intenté volver a pillar su mirada en el ascensor y supe que ella la había notado, pero no se giró. Tragó saliva y recordé cómo había echado la cabeza hacia atrás para facilitarme el acceso a su cuello. Cerré los ojos, frustrado. Iba a volverme loco.

No me giré en absoluto cuando empezamos a cambiarnos dándonos la espalda el uno al otro, pero era demasiado consciente de su presencia. Me puse mi pijama, intentando mantener tantas capas de ropas entre nosotros como fuera posible, y ella desapareció en el cuarto de baño. Yo aproveché para pasarme las manos por la cara, tumbado en la cama. Respiré hondo y solté una palabrota en voz baja.

Iba a explotar en algún momento, estaba seguro. Nunca me había sentido tan atraído por nadie. No sabía cómo manejarlo. ¿Se suponía que ahora tenía que fingir que no había pasado? ¿O intentar llegar al final?

Cuando vi que aparecía por el pasillo y se detenía en la puerta para mirarme, tuve que preguntarlo.

—Oye, si quieres que vaya a dormir al sofá...

—¿Qué? No —me pareció que iba a acercarse, pero se detuvo a sí misma—. No, Ross... es tu cama.

Mi cama era una mierda sin ella.

—No quiero que te sientas incómoda.

—No me siento incómoda.

Se le encendieron las mejillas cuando volvió a mirarme.

—¿Tú te sientes...?

—En absoluto —casi me reí.

Lo mío no era incomodidad. Era algo mucho peor.

Ella me miró un momento y luego se acercó a la cama. Vi que se quitaba las lentillas, como siempre, y se metía bajo las sábanas. Me tumbé mirando el techo y Jen hizo lo mismo. Podía escuchar su respiración. Podía notar su maldito cuerpo irradiando calor. ¿Me estaba volviendo loco? Porque eso no era normal.

Y, entonces, escuché los estúpidos ruidos de Naya y Will haciéndolo.

Idiotas.

¡Yo también quería hacerlo!

Me pasé las manos por la cara, frustrado.

—¿Ross?

Me detuve en seco cuando escuché su voz. Me giré hacia ella y me sorprendió verla mirándome tímidamente. Oh, oh. ¿Iba a mandarme al sofá? No podría culparla si lo hacía. Me lo merecía por no saber controlarme a mí mismo.

—¿Sí?

Dudó un momento.

—Lo que ha pasado antes...

Mierda.

—¿Sí...?

—¿Te acuerdas de lo que te conté sobre mi relación?

Joder si me acordaba. Lo tenía grabado a fuego.

Espera.

Espeeeera...

¿Estaba...? ¿Estaba insinuando...?

No, imposible. Demasiado bonito para ser cierto.

Pero, ¿y si...?

Me tensé por completo solo por la anticipación.

Dilo, por favor.

—Sí.

Ella tragó saliva. Yo la miraba fijamente, esperando que dijera las palabritas mágicas.

—Que no pasa nada si tenemos a alguien con quien... bueno...

Dilo, dilo.

—...con quien hacer... cosas...

—Sí.

Dilo, vamos, Jen.

—Bueno... respecto a lo de antes...

A la mierda. Ya lo digo yo.

—Sí —la corté.

Me giré hasta quedar encima de ella, que contuvo la respiración. Me aceptó enseguida cuando me incliné hacia delante y la besé algo más bruscamente de lo que había pretendido en un principio. Pero es que llevaba demasiado tiempo esperándolo. Me pegué completamente a su cuerpo y noté que su piel ardía. Seguro que no más que la mía.

Casi sonreí cuando sentí que agarraba mi camiseta y tiraba hacia arriba. Eso estaba pasando realmente, ¿no? Porque si era un sueño esperaba, al menos, seguir dormido hasta que mis fantasías perversas se cumplieran.

Me daba igual si era un sueño o no. Solo podía centrarme en ella. La miré mientras la ayudaba a quitarme la camiseta. Le brillaban los ojos. Nunca la había visto así. Y pensar que esa mirada era solo para mí, hizo la situación todavía mejor. Me pasó una mano por el pecho con suavidad y me sentí que se me aceleraba el pulso. Entonces, me miró otra vez y se arqueó para quitarse la sudadera que le había dejado.

Sabía que la incomodaría, pero me quedé mirándola sin poder evitarlo. Era jodidamente perfecta. No podía creerme que no lo supiera. Era imposible.

Bueno, siempre podía demostrárselo.

Me volví a inclinar hacia delante y le besé los lunares pequeños que le había visto debajo de la oreja, pasándole las manos por las costillas. Por un momento, me acordé de lo que me había contado en el coche y casi esperé que se retorciera por las cosquillas. Y se retorció, pero no se empezó a reír. Y no intentó apartarme en absoluto. De hecho, sentí su mano apretándose en mi espalda para atraerme más cerca. Subí las manos y ella soltó una bocanada de aire cuando la miré y bajé los besos hacia la piel que había dejado descubierta.

No podía dejar de besarla y tocarla. Solo quería acabar con eso. Sentía que iba a explotar, pero a la vez solo quería alargarlo para que no terminara.

—Ross... espera.

Levanté la cabeza al instante, asustado. Dime que no la había espantado ahora, por favor. Ahora no. Una ducha fría ya no iba a ser suficiente. Tendría que irme al maldito Polo Norte para calmarme.

—¿Qué? —noté la urgencia en mi propia voz.

—No... no tengo...

Se puso roja y supe al instante a qué se refería. Mi pecho se deshinchó por el alivio.

Volví a subir a sus labios y la besé antes de inclinarme hacia mi cómoda y agarrar un condón. Se lo enseñé y me dedicó una mirada abochornada cuando le sonreí. Incluso en esa situación era tímida conmigo. Y, de alguna forma, me encendía todavía más. ¿Desde cuándo me gustaba tanto la ternura? Si siempre la había odiado.

Cualquier pensamiento racional desapareció cuando ella me rodeó el cuello con los brazos y pegó su pecho desnudo al mío. Dejé que guiara el beso durante unos segundos, pero era demasiado tierno. Y, aunque me encantaba su ternura, en ese momento quería algo todavía mejor. Le sujeté la cabeza con una mano y la besé más intensamente, bajando una mano entre sus pechos y hacia el inicio de sus pantaloncitos.

Oh, mi pervertido interior había tenido ganas de asaltar esos pantaloncitos inocentes desde que los había visto por primera vez.

Seguía teniendo la sensación de que en cualquier momento iba a decirme que parara y toda esa fantasía se borraría, pero no lo hacía. De hecho, parecía quererlo tanto como yo.

Apenas la había rozado cuando noté que ella soltaba una especie de jadeo y me sujetaba la muñeca, apartándola. Me quedé congelado. ¿Se había arrepentido? Apoyó la mano junto a mi cabeza y vi que alcanzaba algo que yo había dejado abandonado. Se quitó el resto de la ropa con una urgencia que me sorprendió y casi perdí completamente el control cuando me bajó los pantalones y los bóxers, acariciándome por todas partes.

—Jen... —intenté detenerla. No íbamos a poder hacer mucha cosa si seguía tocándome así.

—Déjate de tonterías y hazlo de una vez —exigió, rompiendo el condón y dándomelo.

Vale, definitivamente esa era la mujer de mi vida.

Bueno, si no quería tonterías, no iba a ser yo quien se las diera. Yo solo quería alargar el momento, pero... oye, teníamos toda la noche para alargarlo. Porque eso no iba a quedarse en un solo asalto. De eso nada.

***

Todavía tenía la respiración acelerada cuando me dejé caer de espaldas a su lado. El pecho de Jen subía y bajaba a toda velocidad. Todavía tenía su mano agarrada con fuerza al cabecero de la cama. Estaba completamente sonrojada, desnuda y agitada. Mi sueño hecho real. No pude evitar una sonrisita orgullosa. Yo había provocado esa expresión.

Buen trabajo, soldado.

—¿Qué hora es? —preguntó con voz agitada.

Miré a un lado y agarré mi móvil.

—Las cinco de la mañana —murmuré—. Tenemos tiempo para un asalto más.

Empezó a reírse y me dio un manotazo en el hombro. Atrapé su muñeca al instante y tiré de ella hacia mí hasta que la tuve tumbada encima, mirándome. Joder, no iba a acostumbrarme nunca a su piel rozando la mía de esa forma.

—¿Es que tú nunca descansas? —preguntó con una sonrisita.

Estaba completamente despeinada y algunos mechones de pelo le caían delante de la cara. Se los aparté con los dedos. Especialmente el mechón de siempre. Por fin podía apartarlo yo.

—Contigo, espero que no.

—Sinceramente, dos por una noche es más que suficiente por mi parte —me aseguró, suspirando—. Además, tengo que ir al baño.

—¿No has ido antes de venir a la cama?

—Sí, pero solo me he mirado en el espejo y he intentando calmarme —masculló.

Tanta sinceridad me sorprendió. Especialmente porque yo había hecho lo mismo aquí, en la habitación.

—Tomo prestada tu camiseta —añadió.

—¿Mi camiseta? ¿Para qué?

—No pienso pasearme desnuda por el piso, Ross.

—Todo el mundo está dormido, ¿qué más da?

—Tú no estás dormido.

Abrí la boca, ofendido, cuando se tapó los pechos con un brazo para incorporarse y recoger mi camiseta.

—Sabes que te los he visto, ¿no? Y les he hecho cosas peores que solo verlos.

—¡No lo digas... así! —protestó, enrojeciendo—. Y no me mires el culo al salir.

—Vale.

—No lo hagas, Ross.

—¡Te he dicho que vale!

Está claro que se lo miré.

Escuché sus pasitos por el pasillo y me pasé las manos por la cara. La cama estaba hecha un desastre. Yo entero estaba hecho un desastre. Pero me daba igual. Porque por fin había sucedido. Y había sido mucho mejor de lo que había imaginado.

Sonreí y me dije a mí mismo que, definitivamente, necesitaba un tercer asalto. Me puse de pie y recorrí el pasillo sin molestarme en vestirme. Jen no había cerrado la puerta del cuarto de baño, solo la había empujado. Al abrirla, vi que se estaba intentando peinar con los dedos. Se giró hacia mí, sorprendida, cuando cerré la puerta a mi espalda.

—¿Qué...?

Se calló cuando me incliné hacia abajo para sujetarle la cabeza y besarla. Noté que sonreía bajo mis labios al girarla hacia la encimera. Su cadera chocó con ella, quedando atrapada. Me recorrió la espalda con los dedos y yo intenté subirle la camiseta, pero me detuvo.

—¡No vamos a hacer eso... aquí! —susurró, mirando furtivamente la puerta.

—¿Por qué no?

Nunca lo había hecho en un cuarto de baño. Y empezar con Jen me parecía bastante apetecible.

—P-porque... podrían oírnos y...

—Ya te he dicho que están dormidos.

—¡Pueden despertarse!

—Pues no hagas ruido —sugerí con una sonrisita.

Para mi sorpresa, no se opuso cuando la levanté por el culo —¡por fin podía tocarle el culo como un pervertido!— y la senté en la encimera, separándole las rodillas y metiéndome entre ellas. De hecho, ella bajó las manos por mi espalda y me empujó todavía con más ganas. Me incliné hacia delante, obligándola a hacer lo mismo hasta que su espalda chocó con el espejo. Ya estaba empañado. Metí una mano entre nosotros y sonreí al ver que ella echaba la cabeza hacia atrás. Joder, podría acostumbrarme a eso. Quería acostumbrarme a eso.

—Vale, a la mierda —masculló—. Vamos a por un...

Se detuvo cuando levanté el condón que había estado sujetando con la mano libre y me puso mala cara.

—¿Cómo sabías que iba a aceptar, pervertido?

—Porque soy un pervertido muy persuasivo.

—Ya lo creo.

Rompí el envoltorio y me lo coloqué tan rápido como pude. Ella clavó los dedos en mi nuca para atraerme de nuevo en un beso tan intenso que casi hizo que perdiera el equilibrio. Le sujeté el muslo con una mano y la atraje, dejándola justo donde quer...

Me detuve en seco cuando escuché tres golpes furiosos en la puerta.

Oh, oh.

Jen también se quedó petrificada. Nos miramos el uno al otro sin movernos en absoluto. Ella abrió la boca para decir algo, pero justo en ese momento escuché la voz de Sue justo al otro lado de la puerta.

—Maldita sea, Will —espetó—. ¿Desde cuando echáis polvos en el cuarto de baño? Mejor me aguanto las ganas de hacer pis.

Y escuché sus pasos alejándose hasta que se encerró en su habitación.

Jen esbozó una pequeña sonrisa divertida y yo empecé a reírme entre dientes.

—Mejor dejamos el polvo en el cuarto de baño para otro día —murmuré.

—Sí, mejor.

La sujeté con un brazo y ella me rodeó la cintura con las piernas. Recorrí el pasillo sin soltarla y, en cuanto nos encerramos de nuevo en la habitación, nos dejé caer en la cama de nuevo.

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