Capítulo 3
—¡BUENOS DÍAS, ROSS!
Gruñí contra mi almohada antes de lanzársela y fruncí el ceño cuando algo impactó contra mi cama.
—Vete —le mascullé a Naya de mala gana, dándole la espalda.
—¡Es tarde, Ross!
—Nunca es tan tarde como para no dormir un poco más. Cállate.
—¡Venga, Ross Rossi Ross! Vamos, ven a desayunar.
—Déjame en paz.
—¿No vas a venir?
—No.
—Vamos, despierta y...
—Estoy despierto —me giré, malhumorado—. Lo que no estoy es de humor para tont...
—Jen ha venido conmigo —añadió con una sonrisa malvada.
Me quedé mirándola un momento y vi que su sonrisa se ampliaba. Me froté la cara y miré la hora. Era tarde. Vale. Sabía por qué era. Había intentado salir a noche y encontrar alguna chica para llevarme a casa. Había encontrado algunas, pero... de pronto, parecía que me daban placer vacío. Ninguna tenía ojos castaños brillantes —ni un culo perfecto—. Ni siquiera me besé con ninguna. Solo volví a casa y me fui a dormir de mal humor.
Estúpida Jen.
—Bueno —me estiré—, haré el esfuerzo.
—Claro que lo harás —ella soltó una risita—. Esperaba encontrarme una chica aquí.
—Tú eres una chica y estás aquí —me incorporé, mirándola—. Enhorabuena. La has encontrado.
—Qué gracioso eres.
La ignoré y fui a la cocina, donde vi a Jen charlando con Will. Joder, ¿por qué siempre se veía tan bien? Igual debería verla recién levantada, menos atractiva. Así se me pasaría esa obsesión rara que estaba desarrollando.
Aunque pensar en ella despertándose en mi cama, precisamente, no provocaba sentimientos de rechazo en mí.
—¿Quién la ha dejado suelta por la casa? —protesté.
Me deslicé junto a Jen, que sonrió divertida.
—Oye —Naya se cruzó de brazos—, que no soy un perro.
—No, eres peor. Un mosquito molesto —abrió la nevera tras sacarme el dedo corazón.
—¿No hay nada para desayunar? —Naya empeoró su mueca.
—Claro que hay algo —sonreí ampliamente—. Pizza fría, agua tibia y cervezas. Un desayuno rico en proteínas.
Hubo un momento de silencio cuando me giré hacia Jen para ver si estaba sonriendo. Lo estaba haciendo con la mirada clavada en la barra. Bien. Estaba a punto de sonreír cuando noté que Will me miraba demasiado significativamente como para no irritarme.
Le puse mala cara cuando sus ojos se desviaron hacia Jen y luego a mí de nuevo para después sonreír maliciosamente. No, capullo. Le puse mala cara, pero no sirvió de nada.
—Ross, ve a comprar algo —me dijo.
—¿Y por qué tengo que ir yo? —no quería irme tan pronto, ni siquiera había hablado con ella.
—Porque siempre lo hago yo.
—¿Y por qué no lo hace Sue?
—Yo desayuno mi helado —protestó ella.
—¿Desayunas helado? —Jen puso cara de asco.
Vi que la mirada asesina de Sue se clavaba en ella y se le enrojecían las mejillas. Sacudí la cabeza, atrayendo la atención de nuevo.
—Ya voy.
Fui a comprar de todo. No sabía qué le gust... es decir, que les gustaba a todos para desayunar. Cuando volví al piso, abrí con una sonrisita de triunfo.
—Queredme —las dejé sobre la barra.
Sin embargo, mis ojos se desviaron a Jen, que intentaba hablar en voz baja por el móvil. No me gustó su expresión apenada. No me gustó nada.
—¿El qué? —preguntó en voz baja—. ¿Qué...?
Sus ojos se levantaron a nosotros y los cerró un momento, avergonzada.
—¿Podemos hablar de esto más tarde? Es que ahora no es un buen... ¿y tú a mí? ¿Por qué siempre tengo que hacerlo yo? —pausa, su ceño se frunció arrugando ligeramente su frente perfecta—. Y tú estabas de acuerdo, ¿o te has olvidado de eso?
Miré a Will. Gesticuló un novio con los labios. Oh, era eso.
Qué mal me caía ese pobre chico.
Y ahora me caía todavía peor, porque no podía soportar ver que alguien cambiaba la sonrisa de Jen por algo que no fuera algo mejor.
Dios, qué cursi había sonado eso. Solo me faltaba vomitar arcoíris.
—Tú lo has dicho —insistió una Jen bastante irritada—. Llevo tres semanas aquí. ¿Qué harás cuando lleve un mes? ¿Venir a secuestrarme o qué?
Para entonces, ya te habré enamorado y te habrás olvidado de ese imbécil.
¡Yo no haría que su ceño se frunciera!
—Nada. Te acabo de decir que nada. Pero...
Se quedó mirando el móvil. ¿Le había colgado? ¡Yo no le colgaría!
Levantó la cabeza y, cuando vi que entraba en pánico porque no sabía qué hacer, le pasé una bolsa de comida.
—Gracias, pero no desayuno nunca —su voz sonaba mucho más apagada que antes. No pude evitar apretar un poco los labios.
Imbécil.
—¿Y no comes nada hasta el mediodía? —pregunté con una media sonrisa.
—No —murmuró, apartando la mirada.
Vi que dudaba un momento con la cabeza agachada y juro que me entraron ganas de decirle que dejara a ese imbécil aunque realmente no fuera problema mío. Menos mal que me detuvo al levantar la mirada y dedicarme una pequeña sonrisa
—Pero haré una excepción.
Mientras ella sacaba algo de comer de la bolsa, Will se aclaró la garganta.
—Bueno, ¿y qué hacemos esta noche?
—A mí no me apetece salir, la verdad —murmuró Naya con la boca llena.
—Ni a mí —dijo Jen, otra vez un poco demasiado apagada para mi gusto.
Will me miró un momento y supe que planeaba algo malvado. Especialmente, porque su siguiente mirada se clavó en Jen. Mhm... igual podía gustarme ese plan malvado.
—Podríamos ir al cine —dijo casualmente
—Nunca diré que no a ir al cine —dije enseguida.
Miré a Jen esperando que dijera algo, pero vi que toda su incomodidad de antes se transformaba vergüenza. Se le encendieron las mejillas. Eso estaba mejor.
—¿Qué? —preguntó Naya, curiosa.
—Es que... no quiero que os penséis que soy muy rara.
Y solo con eso ya supe qué tenía en esa cabecita tan bonita. Esbocé una sonrisa de oreja a oreja.
—Dime que has ido alguna vez al cine.
Su cara se volvió escarlata y no pude evitarlo. Empecé a reírme con ganas. Me puso mala cara.
—Dios, es como si viniera de un universo paralelo.
—Es que... —buscó una excusa—, a mis amigos nunca les gustó demasiado.
—Pues hoy será tu primera vez —le aseguró Naya—. Pero por la noche. Tengo un montón de trabajo acumulado.
—La verdad es que yo también.
Hablar de trabajo hizo que me acordara de que tenía que terminar el maldito proyecto en grupo. Mierda, ¿a qué hora había quedado con esos inútiles? A las diez y media. ¿Qué hora...? Genial, eran las diez. Me puse de pie.
—Y yo tengo que irme —les dije. Iba a llegar tarde, mierda—. Nos vemos esta noche. Ya me diréis la hora.
Me fui sin decir nada. Ojalá hubiera tenido tiempo de girarme y decirle algo a Jen, pero dudaba que estuviera de humor para eso.
***
Estaba fumándome un cigarrillo frente al edificio mientras esperaba a Will. ¿Por qué tardaba tanto? Ah, sí. Había movido uno de los cojines de Sue y esa loca estaba gritándole por todo el piso.
Di la última calada y vi que su coche aparecía. Subí a su lado y empecé a reírme al ver su expresión de cansancio.
—Que sea la última vez que tocas sus cojines, señorito —me burlé.
—Oh, cállate —sacudió la cabeza y empezó a conducir hacia la residencia.
Hubo un momento de silencio mientras yo escondía el paquete de tabaco en el bolsillo. Noté que esbozaba una pequeña sonrisa y fruncí el ceño.
—¿Qué?
—Nada.
—No, ¿qué?
—Sabes qué.
—No, no lo sé.
Vaaaaaale, sí lo sabía.
—Sea lo que sea que estés pensando, estás equivocado —añadí.
—Ni siquiera te he dicho nada —se rió de mí.
—Sé lo que ibas a decir.
—¿No has dicho que no lo sabías?
—¿Quieres dejar de intentar sonsacarme cosas como si esto fuera un interrogatorio de una película mala de detectives? Ya te he dicho que lo sé.
—¿Y qué es?
—Que quiero algo con la amiga de Naya. No es así.
—Con la amiga de Naya —repitió, divertido—. ¿Ya no es Jenna? ¿O Jen, mejor dicho?
—Ni me acordaba de ella —murmuré, mirando por la ventanilla.
—Oye —dejó de reírse por un momento—, no es para tanto. Es decir, en ti es raro, pero si te gusta una chica, es nor...
—No me gusta. Solo... me parece interesante.
—Sí, a mí Naya también me parecía interesante. Por eso empecé a salir con ella.
Clavé los ojos en la carretera, malhumorado. Dejó que me comiera yo solo la cabeza un rato antes de girarme hacia él de nuevo.
—Tiene novio —le recordé.
—Sí, Naya me ha hablado de su novio.
—¿Y?
—Dice que cree que no la trata muy bien —se giró un breve momento para mirar mi expresión.
No sé si me gustó —porque eso quería decir que yo podía ser mejor— o lo odié —porque odiaba pensar que alguien podía tratarla mal—. Era extraño.
—Pues que lo deje —murmuré, fingiendo que me daba igual.
—Podrías convencerla tú.
—No es mi problema.
—Ya lo creo que lo es.
—Aunque lo fuera, tampoco podría convencerla.
—Creo que podrías hacerlo.
Silencio. Lo miré de reojo.
—¿Y eso por qué? —y esta vez se me olvidó fingir indiferencia.
—Lo primero que ha hecho esta mañana ha sido preguntar por ti.
Repiqueteé los dedos en mi rodilla, un poco impaciente. Sabía que tenía más cosas que contar. Y me daba un poco de miedo la ansiedad que no podía controlar por saberlas. Will sonrió.
—¿Y qué más? —insistí.
—¿No has dicho que no era tu proble...?
—Dímelo de una maldita vez, pesado.
—Vale, vale —empezó a reírse de nuevo—. Naya y yo hemos notado... ciertas miradas.
—Ciertas miradas —repetí, más interesado de lo que me gustaría.
—Siempre quiere sentarse contigo en el sofá, acompañarte a fumar, escuchar tus tonterías... es decir, si escucha tus tonterías y no se aburre con ellas... cásate con esa chica, porque es única.
—Yo no digo tonterías.
—...y te mira. Te mira mucho.
Me removí incómodo en el asiento antes de fruncir el ceño otra vez.
Iba a preguntar más, pero decidí que no quería saberlo. No quería seguir aumentando esa estúpida emoción que me estaba recorriendo. No me gustaba. En su lugar, me giré hacia delante. Él también decidió dejar el tema, pero me entraron ganas de golpearlo cuando vi que seguía riendo disimuladamente.
Ya en la residencia, estaba un poco ansioso por descubrir si lo que había dicho era verdad. Ese día, iba a fijarme en si me miraba o no. Después de todo, lo único que necesitaba a esas alturas era una pequeña señal y pensaba lanzarme y acabar con toda esta mierda de espera que me estaba desquiciando.
Admito que mi desilusión fue notable cuando Naya me abrió la puerta en lugar de ella.
—¿Y Jen? —pasé por su lado y revisé la habitación con los ojos.
—Duchándose —ella me enarcó una ceja—. Hola a ti también. Estoy genial, gracias por preguntar.
Le dediqué una sonrisa encantadora y miré el lado de la habitación que sabía que era de Jen. ¿Por qué quería ver sus cosas? Me acerqué y me senté en su cama mientras esos dos se empezaban a besuquear. Agarré el primer libro que vi y me di cuenta de que era un álbum pequeño. Me tumbé en la cama y esbocé media sonrisa al verla con la que supuse que sería su hermana mayor —me había hablado de ella— y otro de sus hermanos en la playa, de pequeños.
Ya había pasado unas cuantas fotos cuando algo interrumpió mi investigación de su vida. Ya había llegado a las fotos de instituto. Lástima.
—Eh... hola.
La miré por encima del álbum. Joder. Solo llevaba un albornoz. Y de Dori. No sé si me entró ternura o algo peor, pero mis ojos se clavaron irremediablemente en su clavícula descubierta. Mierda. Tenía que hablar algo o se daría cuenta.
—Empezaba a sentir que me estaba fundiendo con el entorno. Estoy cansado de oír succiones y lametazos.
Will rió y me lanzó una almohada. Conseguí atraparla y la dejé en la cama de Jenna, que se acercó directamente a mí y me gustó más de lo que debería ver que me dedicaba una pequeña sonrisa.
—Bonito albornoz —murmuré—. Se nota que hasta hace poco solo habías visto Buscando a Nemo.
—No tengo otro —me dijo, un poco molesta. Era adorable incluso molesta—. ¿Se puede saber qué haces con mi álbum?
Oh, no. Se sentó a mi lado. Y solo llevaba ese trozo de algodón encima. Además, se inclinó hacia delante y el escote se abrió un poco. Mierda.
Vista al frente, soldado.
—Me aburría —dije con toda la tranquilidad que pude reunir, que no fue demasiada.
—¿Y no tienes móvil? —sonrió, enarcando una ceja.
—Sí. Pero me gusta más el drama realista.
Ella pareció divertida cuando se adelantó y me robó el álbum, rozándome el proceso. Miró la foto que yo había considerado que era con dos amigos y vi que esbozaba media sonrisa. Me incorporé hasta quedar sentado y me incliné encima de su hombro para poder ver mejor. Olía demasiado bien. Podría pasarme horas solo oliéndole el pelo. Se me estaba yendo la olla.
—¿Quiénes son? —le pregunté.
Señaló al primer chico.
—MI novio, Monty...
—¿Monty? —se me olvidaron las dos primeras palabras por un momento. Qué mierda de nombre—. Por Dios, ¿qué le hizo a sus padres para que lo odiaran al nacer?
Empezó a reírse y cuando se le sacudieron los hombros me rozó el pecho con ellos. Mierda. Repiqueteé un dedo en el colchón cuando se giró para mirarme. Creo que nunca había estado tan cerca de mí.
—Viene de Montgomery —me explicó.
—No sé si lo hace peor.
Volvió a sonreír, se me quedó mirando un momento, y luego pasó a la siguiente foto. Yo me quedé mirando un pequeño lunar que tenía bajo la oreja. De pronto, quería besarlo. Y descubrir todos los que tenía en el cuerpo. Vale, tenía que centrarme.
Volví a la realidad y vi que Will me miraba con una sonrisita malvada, mientras que Naya parecía querer matarme. Por lo tanto, se me estaba notando demasiado.
—Nel, una amiga —siguió explicándome Jen sin siquiera darse cuenta—, y un amigo de Monty. Ganaron un partido de fútbol por primera vez.
Un momento, ¿ese de ahí era mi competencia? Por favor. Me entraron ganas de reír. Y de hacer comentarios ofensivos. Pero no quería cabrear a Jen.
—Tienen pinta de ser malisimos —no pude evitarlo, lo siento.
Por un momento, me dio la impresión de que iba a ponerme mala cara, pero volvió a reírse y cerró el álbum, mirándome otra vez. ¿Por qué estaba tan cerca? O mejor dicho ¿por qué normalmente no estaba tan cerca? Podría llegar a acostumbrarme.
—Lo eran —me aseguró, mirándome—. Solo iban a los entrenamientos para salir después con sus amigos a beber.
Ella dejó el álbum donde lo había encontrado y por un precioso momento, cuando se acercó al armario, creí que iba a cambiarse ahí mismo. Pero, evidentemente, no fue así. Agarró algo de ropa y volvió a mirarme. Yo seguía medio atontado en su cama.
—Cinco minutos y estoy lista —me aseguró.
Sonreí y volví dejar caerme en la cama.
—Yo creo que voy a ponerme tapones.
Volvió rápidamente y yo me pregunté por enésima vez cómo podían quedarle tan bien unos estúpidos vaqueros. En serio, iba a mandar un correo de agradecimiento a donde fuera que los había comprado solo para que me mandaran diez más y poder ponérselos —y quitárselos— una y otra vez.
¿Ves? Se te va la olla.
Subimos al coche y apreté un poco los labios cuando no se sentó a mi lado, sino detrás con Naya. Bueno, no todo podía ser perfecto.
—¿Dónde íbamos? —con tanto pensar en ella, se me había olvidado.
—Centro comercial. Cine. ¿Podemos ir a ver la película esa de guerra? —Naya se asomó entre nuestros asientos con una sonrisa inocente.
—No me apetece llorar —aseguró Jen.
—Me uno a Jenna —dijo Will.
Y yo. En cualquier cosa.
Bueno, iba a necesitar un cigarrillo. A estas alturas, era lo único que podía calmarme un poco. Aceleré y me encendí uno con la mano libre.
—¿Y cuál es la alternativa? —preguntó Naya.
—La de miedo —dije enseguida—. La de la monja esa.
Quería que cierta señorita se aferrara a mí, aunque fuera por estar asustada.
—¡Sí, esa! —Will siguió mi plan malvado.
—No sé... —empezó Jen.
—Ni de coña —dijo Naya.
Oh, no. No iba a quitarme eso también. De eso nada. Quería mi excusa para que Jen se abrazara a mí. Me lo había ganado.
—¿De quién es el coche?
—Tuyo, pero...
—Entonces, la de la monja.
—Eso no es justo, Ross.
—Repito, ¿de quién es el coche?
Jen se asomó en ese momento entre los asientos.
—Sí, pero el cine no es tuyo.
Dios, voy a casarme con esta chica.
Estuve a punto de esbozar una sonrisa, pero me detuve cuando Will me echó una ojeada divertida. Así que me limité a mirar con mala cara a Jen.
—Yo confiaba en ti.
—¡Mira al frente! —me chilló, volviendo a colocarme.
—¡Pero si estoy en una carretera recta!
—¡Anda que no ha muerto gente en carreteras rectas!
Pasado su momento de reina del drama, aparqué en el centro comercial y los cuatro fuimos a la zona del pequeño cine. Yo ya me comía mis palomitas. Jen iba delante de mí y aproveché la ocasión para mirarla de arriba abajo unas cuantas veces más de las que me gustaría admitir.
Sin embargo, me detuve cuando ella se giró en redondo hacia mí. Por un momento, me dio la sensación de que iba a darme una bofetada —merecida, la verdad— por haberle estado mirando el culo, pero vi que solo señalaba la pantalla de la sala.
—¡Es gigante!
Parpadeé antes de darme cuenta de qué hablaba. Lástima. Solo yo era el pervertido.
Esbocé una pequeña sorisa y negué con la cabeza. Al menos, pude sentarme a su lado. Me acomodé en mi asiento y empecé a engullir.
—¿Siempre tienes tanta hambre? —me preguntó Jen en voz baja.
Pese a que solo había publicidad en la pantalla, ella se había inclinado hacia mí para hablarme en voz baja. Definitivamente, podía acostumbrarme a eso.
—Siempre —le aseguré.
—¿Y no engordas?
—Nunca.
Puso una mueca.
—Creo que te odio.
Estuve a punto de reír. No, no iba a dejar que me odiara. Aunque teniendo en cuenta mi experiencia con otras chicas era probable que lo hiciera.
—Yo creo que no. Toma, anda.
Metió su pequeña mano en las palomitas y la miré de reojo mientras se las comía lentamente. Cuando vi que empezaban los créditos iniciales, me incliné hacia ella y pude oler su perfume. Ella se giró un poco hacia mí, intrigada.
—Oye —murmuré.
—¿Qué pasa?
—¿Alguna vez has visto una película de terror?
—La verdad es que no.
Sonreí y ella me entrecerró los ojos.
—¿Qué?
—Creo que esta noche te arrepentirás de haber venido.
Pareció confusa, pero no dijo nada.
Sin embargo, no se esperaba que la primera escena fuera de terror puro y duro. Creo que nunca me había alegrado tanto de algo como cuando surgió el primer susto y ella soltó un grito ahogado, rodeándome el brazo con ambas manos. Contuve una pequeña sonrisita divertida mientras seguía comiendo y ella sufría, aferrada a mí.
De pronto, el terror era mi género favorito.
Terminó con ambos brazos literalmente rodeando el mío y la mejilla pegada a mi hombro. Y no recuerdo haber estar tan cómodo con el contacto humano en mucho tiempo. Estaba mirándola de reojo cuando, de repente, sus dedos se apretaron en mi brazo con fuerza. Otro susto.
Benditos sustos.
Jen levantó la cabeza hacia mí.
—¿Cómo se mete ahí? —pareció sinceramente irritada.
—Si no lo hiciera, no habría película.
—Lo sé —volvió a apoyar la mejilla en mi brazo—. Pero es estúpida.
Yo sí que soy estúpido.
Estaba disfrutando demasiado de eso. Demasiado. Me incliné un poco hacia ella para que tuviera mejor acceso a mi brazo y, efectivamente, se pegó con más fuerza. Pero una parte de mí sabía que no lo hacía por mí. Sino por el miedo que le causaba la película. Intenté no parecer muy decepcionado mientras ésta terminaba.
Y me soltó. Y yo suspiré. Ella abrió los ojos como platos cuando vio que tenía marcas rojas en el brazo que había estado agarrando. Pero te aseguro que no me dolían. No pude decírselo porque se puso de pie enseguida y siguió a la parejita feliz.
—¿Ya nos vamos? —preguntó Naya.
Yo abrí la boca y volví a cerrarla, mirando a Jen de reojo. Ella parecía ocupada asegurándose de que no nos perseguía nadie. Cuando volví a levantar la cabeza, vi que Will me sonreía. Le fruncí un poco el ceño, pero su sonrisa se amplió.
—Podéis venir a casa —sugirió él, estúpidamente feliz.
Jen dio un respingo cuando vio que todos la mirábamos.
—Yo debería irme a la residencia, la verdad... —murmuró, jugando con sus dedos. Siempre hacía eso cuando se ponía nerviosa, ¿no?
—No seas así —le suplicó Naya—. Vamos, por fa, por fa...
Pareció que Jen iba a negar con la cabeza y me encontré a mí mismo suplicando que no lo hiciera. Quería que volviera a mi habitación. Aún sin hacer nada. Quería pasar más tiempo con ella.
—Luego te puedo llevar a la residencia —dije demasiado precipitadamente, así que intenté arreglarlo con una broma—. Estoy empezando a asumir que soy el chico de los recados.
La verdad es que no me esperaba que fuera a decir que sí, pero sus ojos se clavaron en los míos y me pareció que no dudaba un segundo en dedicarme una pequeña sonrisa.
—Bueno... vale.
—¿En serio? —Naya se indignó—. ¿A mí me dices que no y a él que sí?
—Es que a mí me gusta Tarantino, Naya —le sonreí ampliamente—. Estamos en diferentes puestos sociales.
—Exacto —bromeó Jen, sonriéndole ampliamente.
Para mi sorpresa, cuando me encaminé al coche, ella se colocó a mi lado y enganchó su brazo con el mío. Intenté disimular, pero se me habían tensado todos los músculos del cuerpo sin saber muy bien por qué.
Ya habíamos cenado cuando fui con Jen a mi habitación. Ella eligió una película cualquiera, pero no tardé en darme cuenta de que no le estaba prestando ni un poco de atención... porque estaba pendiente de cada rincón de la maldita habitación.
Contuve una sonrisa.
—¿Qué haces? —pregunté.
Ella dio un respingo cuando pausé la película y me miró.
—¿Yo? —se le tiñeron las mejillas de rojo—. Nada.
—¿Estabas mirando el rincón? —enarqué una ceja, sin poder contener la sonrisa por más tiempo.
—No —mintió rotundamente.
—¿Tienes miedo? —la irrité un poco más.
—¡No!
Y esta vez no me hizo tanta gracia porque pareció demasiado incómoda con la situación.
Vamos, idiota, compórtate un poco para variar.
—No pasa nada —le aseguré enseguida—. Tener miedo de una película de miedo es... casi obligatorio.
Ella pareció un poco más animada por un momento y tuve el impulso de alargar la mano y apartarle el mechón de pelo de siempre antes de que ella lo hiciera inconscientemente.
—Pues no te veo muy asustado —murmuró.
—Porque ya he visto muchas. Te aseguro que no va a salir ninguna monja asesina de ahí.
Ella asintió con la cabeza, pero vi que algo le rondaba la cabeza.
—¿Qué? —pregunté.
—Es de noche...
—Gracias por avisarme. No me había dado cuenta.
Suspiró y sonreí. ¿Qué le pasaba?
—Es que está oscuro —insistió, jugueteando con sus dedos.
—Vale —tenía mi atención, pero seguía sin entender qué pasaba—, eso también lo había visto.
Se mordió el labio inferior y se incorporó un poco bajo mi atenta mirada.
—¿Puedes... acompañarme al baño?
Vale, no pude evitar ser el idiota que los dos sabíamos que era y me puse a reír. Ella volvió a enrojecer y se incorporó bruscamente, irritada.
—Sabía que no tendría que habértelo pedido.
Oh, no. Mierda. Me puse de pie precipitadamente, siguiéndola.
—No, espera. Yo te cubro las espaldas.
La seguí al cuarto de baño admirando las vistas y ella se detuvo en la puerta, señalándome.
—Espera aquí.
—Como ordenes —hice una reverencia.
Me puso mala cara y se apresuró a entrar en el cuarto de baño. Apoyé el hombro en la pared y sonreí un poco, divertido.
—¿Sigues vivia?
Escuché su suspiro incluso a través de la puerta.
—Sí, Ross.
—¿Y cómo sé que eres tú y no te está obligando a decir eso un espíritu de monja?
Hubo un momento de silencio. Mi sonrisa se ensanchó.
—Porque te lo digo yo.
—Pero, ¿cómo sé que eres tú y no...?
Me empecé a reír cuando abrió la puerta, poniéndome mala cara.
—No tiene gracia —me frunció el ceño—. Estoy asustada.
—Sí que tiene gracia. Admítelo.
—Que te den.
Dejé de reír, sorprendido, cuando me lo dijo con ese enfado. Espera, ¿estaba enfadada de verdad? Vi que entraba en mi habitación y me apresuré a seguirla. Sin embargo, mi alivio fue evidente cuando vi que solo estaba irritada por la situación. Esbocé una sonrisa y me dejé caer en la cama. El portátil rebotó y ella lo salvó justo a tiempo, poniéndome mala cara. Otra vez.
—¿Nunca has tenido miedo de una película de terror? —preguntó, sentándose a mi lado.
Entrelacé los dedos en mi nuca solo para no tener la tentación de estirarme y arrastrarla justo a mi lado.
—Bueno... —sí, la verdad era que sí—, de pequeño vi un trozo de El exorcista. La escena de las escaleras. Estuve unas cuantas noches asustado.
—¡Y te ríes de mí! —me empujó por el hombro, indignada.
—¡Yo tenía ocho años, tú diecinueve!
—Dieciocho —me corrigió.
La edad perfecta para estar aquí sentadita en mi cama.
Pareció que iba a decir algo, pero se detuvo cuando el ruido de esos dos tortolitos haciéndolo empezó a escucharse en la habitación. Suspiré sonoramente.
—Que empiece la fiesta —murmuré.
—¿Siempre son así de...? ¿Mhm...?
—¿Pesados?
—Iba a decir cariñosos.
La miré de reojo. No era capaz de decir algo malo de ellos ni en una situación así. Esbocé media sonrisa. Era demasiado buena.
—Sí, siempre son unos pesados cariñosos —le aseguré—. Pero no te preocupes, Sue no tardará en cortarles el rollo.
—¿Qué quieres decir?
Casi al instante, escuché los pasos de Sue hacia su habitación justo antes de que golpeara su puerta con un puño.
—¡Tengo que despertarme a las seis! ¡Si queréis gritar id a la calle!
Y volvió a su habitación. Todo volvía a estar en silencio.
—Siempre me quejo de Sue —murmuré—, pero la verdad es que ayuda bastante en ese sentido. Además...
Me corté a mí mismo cuando me empezó a sonar el móvil. La cara de Lana apareció en la pantalla y fruncí un poco el ceño. ¿Qué quería? ¡Estaba ocupado!
Pero la conocía. Empezaría a agobiarme si no respondía. Suspiré.
—¿Te importa...?
—Estás en tu casa —se encogió de hombros.
Respondí a Lana por el camino hacia el salón, justo en el punto del pasillo en que empezaba a haber cobertura.
—¿Sí?
—Hola, cariño —me saludó alegremente.
—¿Cariño? —enarqué una ceja—. ¿Qué quieres?
—Oh, vamos, Ross. Solo te llamaba para preguntarte si estás bien y todo eso.
Me detuve al final del salón, en la ventana, y me apoyé con un brazo en la pared.
—Estoy bien —le dije—. ¿Y tú? ¿Qué tal por la magnífica Francia?
—Oh, es increíble. Deberías haber venido. Te encantaría.
—No creo que sea para mí, la verdad.
—¿No te acuerdas de la escuela esa de cine? Está en Francia. Podrías haberla visitado. Y visitarme a mí.
—Lana, mandé la solicitud hace unas semanas. No me dirán nada hasta dentro de un mes o dos. Si es que me responden, cosa que dudo.
—No seas tan pesimista, cariño —suspiró—. ¿Y qué tal...?
—Oye, la verdad es que estoy un poco ocupado. Te llamaré más tarde, ¿vale?
—¿Ocupado? —eso pareció divertirla—. ¿Ya estás con otra chica? ¿Os he pillado en mitad de...?
—Estoy con una chica, pero no de ese modo —bajé la voz.
Silencio. Casi pude verla frunciendo el ceño.
—¿Tienes novia? —me preguntó con voz aguda.
—No.
—¿Entonces...?
—Solo es una amiga. Una buena amiga que me está esperando.
—Así que te gusta una chica.
—Buenas noches, Lana.
—¡Pienso descubrir quién es!
Colgué suspirando y me di la vuelta justo en el momento en que Will agarraba las llaves de su coche. Vi que Jen se ajustaba el abrigo y fruncí un poco el ceño.
—¿Ya te vas? —pregunté—. Solo estábamos a mitad de la película.
—Es que tengo sueño —pareció sincera—. La puedo terminar en mi habitación.
—Eso está al nivel de traición de alguien que empieza una serie con otra persona y la termina solo.
—¿Qué pasa? —me preguntó Will con su sonrisita divertida—. ¿Quieres venir?
Sonreí ampliamente.
—Si insistís, no puedo negarme.
—Nadie ha insistido —me dijo Will, pero lo ignoré completamente.
En el camino a la residencia, no sé ni de qué estábamos hablando cuando Will me dio un manotazo en el brazo. Clavé los ojos en la misma dirección que él y suspiré.
—¿Ese no es Mike? —preguntó.
Pues claro que era el idiota de Mike. Discutiendo con una chica. Qué novedad.
—Deberíamos parar —me dijo Jen—. No parece que tenga cómo volver a casa.
Solo la perspectiva de Mike sentándose al lado de alguien como ella me revolvía el estómago.
—Quizá por eso no deberíamos parar —le dije—. A ver si se pierde por el monte.
Will me miró.
—¿Qué monte? Si esto es una ciudad.
—Pues por un callejón.
Me tensé un poco cuando Jen me puso una mano en el hombro.
—No seas así, es tu hermano.
Si ella supiera cómo era el idiota de mi hermano...
—Y por eso paso de recogerlo.
—¿Y vas a dormir tranquilo sabiendo que podría estar solo aquí de noche?
Al final, no sé cómo me convenció, pero de pronto tenía al idiota de Mike asomándose por mi ventanilla.
—¡Hermanito! —exclamó.
—Sube y calla —le solté.
—¿Habéis venido a rescatarme? —preguntó—. Hola, Jennifer.
Se me removió algo dentro cuando vi que la miraba y no me gustó nada.
—Hola, Mike —le respondió ella educadamente cuando se sentó a su lado. Lo miré de reojo. Como hiciera algo, lo que fuera...
—¿Dónde ibais? —preguntó él.
—Me acompañaban a la residencia.
—¿Ya? Pero si es viernes.
—No me gusta mucho salir.
—Si salieras una noche conmigo, lo amarías.
Y, entonces, me pasó algo que no me había pasado en toda mi vida.
Sentí una punzada de celos.
No recordaba haberme puesto celoso en mi vida. Ni siquiera con mis otras novias. No era mi estilo. ¿Qué demonios me pasaba?
—No la molestes, Mike.
—No la molestes, Mike —me imitó, riéndose.
Poco después, llegamos a la residencia y Jenna se quitó el cinturón.
—Gracias por traerme, Will.
Admito que me ofendió un poco que solo lo mirara a él y a mí me ignorara.
—¿Gracias por traerme, Will? ¿Y yo qué soy? ¿Un adorno?
—Gracias por traerme, Ross —corrigió, dedicándome una sonrisa.
—¿Gracias por traerme, Ross? —dijo Mike—. ¿Y yo...?
—Tú, cállate —le espeté.
Mike hizo una de sus tonterías, pero yo solo tenía ojos para Jen, que pareció divertida mientras entraba en su residencia. Y deseé poder entrar con ella.
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