Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 24 - Final

Seis años más tarde

Puse los ojos en blanco por enésima vez.

—¡Que sí lo he hecho! —le protesté al móvil antes de apartarme y mirar a los dos diablillos que correteaban por el salón—. ¡SILENCIO!

Jay se detuvo de golpe haciendo que su hermana pequeña, Ellie, chocara contra su espalda, cayera de culo al suelo y se pusiera roja de rabia.

—Jack —la voz de Jen, al otro lado de la línea, sonaba a advertencia—, como vuelva a casa y me encuentre a un niño subido al tejado...

—¡Eso solo pasó una vez! ¡Y fue culpa de la niña!

—¡Es tu responsabilidad!

—Jen, si es una salvaje, ¿quién soy yo para luchar contra su naturaleza?

Ellie se giró hacia mí, ofendida, mientras Jay le ofrecía una mano para ayudarla a levantarse.

Pero ella era pequeña y rencorosa, así que agarró su mano y también lo tiró al suelo. Casi al instante, se convirtieron en una masa confusa que daba vueltas por la alfombra del salón.

—Oye, Jen. No es porque esté pasando ahora mismo, ¿eh? Porque no está pasando... pero... ejem... ¿qué se suele hacer cuando empiezan a lanzarse mordiscos?

—¡¿Mordiscos?! —casi chilló ella—. ¡Sepáralos ahora mismo!

—¡Te he dicho que no está pas...!

—¡Jack, sepáralos! No me hagas enfadar.

—Te enfadas por cualquier cosa —protesté.

Escuché una voz de fondo que hablaba con ella antes de que Jen volviera a centrarse en mí.

—Tienes razón, estoy un poco alterada, es que os echo de menos —casi pude visualizar la mueca que estaba poniendo—. Nos vemos mañana. Acuéstalos temprano, dale el baño a Jay y acuérdate de levantarte antes que Ellie o te encontraras la cocina y el salón hechos un desastre.

—Que sí, mamá oso. Nos vemos mañana.

—Hasta mañana. Te quiero.

—Y yo a ti, Mushu.

—¡JACK...! —colgué antes de que pudiera gritarme.

En cuanto lancé el móvil a un lado, me quedé mirando a mis dos hijos. Jay tenía seis años, el pelo castaño revuelto y hecho un desastre —no podíamos peinarlo por mucho que lo intentáramos, era como si tuviera vida propia—, ojos grandes y del mismo color que los míos y una peca junto a la punta de la nariz por la que Ellie siempre lo pinchaba ahí con un dedo.

Eso sí, Jay era muy ordenado. Le gustaba tener sus cosas siempre a la perfección, casi nunca se ensuciaba la ropa, recogía las cosas en cuanto se lo pedías...

En cambio, Ellie...

Bueno, digamos que ella era un poquito más... ejem... fiera.

Solo tenía cuatro años, pero ya tenía más mala leche que toda la familia junta.

Ha salido a ti.

Básicamente, su actividad de entretenimiento favorita era molestar a su hermano. Y, cuando no molestaba a su hermano, se dedicaba a ir por la casa sembrando el caos. O por el jardín trasero.

Ya había tenido que ir a rescatarla del tejado unas cuantas veces —aunque Jen solo se había enterado de una— y nos pasábamos el día comprándole ropa porque siempre se la agujereaba o se la rompía de una forma u otra.

Y su pelo... bueno, era parecido al de Jay; indomable, castaño y espeso. Solo que Jen siempre se las apañaba para arreglárselo cuando estaba aquí. Le gustaba mucho que le hiciera una trenza.

Yo lo había intentado una vez, pero Ellie me había lanzado el peine a la frente, había gritado algo y se había ido huyendo despavorida.

Sí, Jen se las arreglaba mejor con ella que yo, la verdad.

Eso sí, lo que teníamos en común era que le gustaba el baloncesto.

O, al menos, en el concepto que tenía ella de baloncesto, que era intentar levantar la pelota por encima de su cabeza sin caerse al suelo.

Al menos, se lo pasaba bien viéndome jugar con Will cuando venía.

Por otra parte, Jane, la hija de Will y Naya, y Jay Jay se llevaban de maravilla. Supongo que porque tenían la misma edad y prácticamente se habían criado juntos. Eran prácticamente inseparables.

Ellie era distinta. No se le daban tan bien los otros niños. Prefería jugar sola a despeluchar pobres muñecas inocentes que ponerse a chapotear en el agua del lago con Jay y Jane.

Will y Naya seguían viviendo en el piso que les había dejado y, por lo que había visto, Jane ahora ocupaba la habitación que había usado yo en mi tiempo ahí. Cuando la vi con la decoración infantil, fue un momento muy extraño. Yo que estaba acostumbrado a los pósters sangrientos de Tarantino... y ahora esas paredes tenían estrellitas y lunitas.

Mike, por otro lado, venía a casa de vez en cuando. Especialmente si olía que cocináramos algo suculento. Se pasaba el día con la banda, y si no estaba con la banda estaba durmiendo o jugando a videojuegos. Y la verdad es que vivía bien. No podía quejarse. Y los niños adoraban que viniera por casa.

A quien también adoraban que viniera era Sue, ahora más conocida como tía Sue, porque básicamente siempre les traía regalitos de todos los viajes que iba haciendo, aunque últimamente no la habíamos visto mucho.

Volví a la realidad en la que mis dos hijos me miraban con cierta desconfianza, como si no supieran qué esperar de mí.

—Bueno —me puse de pie y señalé a Jay—. Tú, a la bañera. Y tú... no incordies.

—Yo no inco-dio —protestó Ellie de mala gana.

Sí, tenía problemas pronunciando ciertas palabras.

—No quiero bañarme —protestó Jay, a su vez—. ¡Estoy limpio!

—Te has pasado el día correteando de un lado a otro, no te...

—¿Dónde tá ma-á? —protestó Ellie, enfurruñada.

—Vuelve mañana —me crucé de brazos—. Y espero que no tenga que quejarse de que no os he cuidado bien yo solo, porque eso significaría que os quedaríais sin noches de películas y pizza. Y eso no os gustaría, ¿verdad?

Ellos dos intercambiaron una mirada, como si estuvieran pensando en la negociación.

—Va-e —Ellie asintió, decidida—. Yo me po-to bien, peo tienes que copanos choco-ate.

—¿Copanos?

—Comprarnos —tradujo Jay.

—Oye, enana, aquí soy yo quien da las órdenes.

Al final, tras una ardua negociación de dos minutos, todo el mundo quedó satisfecho.

La verdad es que notaba mucho la ausencia de Jen cuando tenía que hacer algún viaje, por corto que fuera, por algo relacionado con la pintura. Durante estos últimos años había vendido cada vez más, cosa que equivalía a que cada vez ocupaba más de su tiempo. Y la verdad es que me gustaba verla feliz, pero me desesperaba un poco tener que cuidar de los críos yo solo cuando se iba. Es como si ella tuviera un don natural para esto y yo fuera un verdadero desastre.

Al día siguiente, metí a los dos diablillos en el coche, me coloqué en el asiento conductor y puse la canción que sabía que les gustaba a los dos sobre un cerdito que hacía no sé qué con un amiguito suyo que era un pescado... en fin. Estúpida canción. Seguro que después se me quedaba grabada en el cerebro.

—¿Dónde vamos? —preguntó Jay, curioso, mirando por la ventanilla.

—He pensado que podríamos cocinarle algo a mamá —murmuré, recorriendo el camino de entrada—, para cuando vuelva esta noche.

La idea pareció encantarles.

—¿Podemos hacer macarrones? —exclamó Jay.

—¡CHO-OLATE! —chilló Ellie a todo pulmón.

—En realidad... —les di un momento de pausa dramática para que las reacciones fueran todavía mejores—. ¡He pensado que podríamos hacer chili!

Hubo unos segundos de silencio. Les eché una ojeada por el retrovisor y vi que ambos me miraban con cara de asco.

—¿Qué? —protesté.

—Nadie quie-e chili, pa-á —me aseguró Ellie.

—¡A tu madre le encanta!

—Mamá dice que le gusta, pero no es verdad —me corrigió Jay.

—Pues de eso se trata el amor, de fingir que te gusta algo que hace el otro para que no llore. Tomad nota, queridos niños.

—Eso no es... —empezó Jay.

—Bueno —puse una mueca—. ¿Macarrones, entonces?

—¡Sí! —exclamó Jay felizmente.

—¡Y CHO-OLATE!

—Macarrones y chocolate, qué gran combinación.

Cuando por fin llegamos al supermercado, no me quedó más remedio que sentarme a Ellie en los hombros —si no la tenía controlada, correteaba de un lado a otro y si me despistaba terminaría incendiando algo— mientras que Jay se negaba a sentarse en el carrito, en la zona para niños.

—¡Ya soy un adulto! —me chilló, frunciendo el ceño.

—¡Si tienes seis años! ¡Tengo sudaderas más viejas que tú!

Al final accedió a sentarse en el carrito, aunque sospeché que era solo para ahorrarse caminar.

La verdad, ir con ellos dos a algún lado era una verdadera aventura, porque nunca sabías cuántas desgracias te podían pasar. Como ese día, en que Ellie dio un tirón a una de las bolsas de una estantería y se cayó la mitad al suelo. Se puso roja como un tomate y tuvimos que recogerlo todo entre los tres a toda prisa.

—Pa-á —Ellie me dio un golpecito en la frente con un dedo cuando pasamos por su pasillo favorito—. ¿Puedo id a pod el choco-ate?

—¿Por qué no puedo hacerlo yo?

—Poque tú no sa-es el que tá bueno de vedá.

—¿Y tú sí? ¿Ahora eres una maestra chocolatera?

De todos modos, me sorprendió ver cómo recorría las estanterías con los ojos entrecerrados porque estaba usando su máxima concentración, y volvió al cabo de unos segundos con doce barras de chocolate. Tuve que devolver más de la mitad a la estantería.

Cuando por fin volvimos a casa, Ellie soltó un chillido y salió corriendo hacia la cocina, emocionada por empezar a cocinar cosas —aunque a ella solíamos reservarle la parte de remover o golpear cosas—. Jay y yo llegamos unos segundos más tarde.

—Bueno —miré a Jay con una mueca—, tú te acuerdas de la receta, ¿no?

—Ajá —empezó a sacar cosas de las bolsas con mucha eficiencia.

Menos mal que él era un pequeño genio, porque si dependiéramos de mí...

No sé cómo, pero conseguimos hacer la dichosa pasta, aunque los resultados fueron: Jay con su delantal impecable, yo con una mancha de tomate gigante en la camiseta y Ellie con la boca llena de chocolate porque había ido comiéndolo mientras nosotros hacíamos todo lo demás.

Por no hablar de la pobre cocina, que había quedado hecha un desastre.

—Bueno... —murmuré—, la intención es lo que cuenta, ¿no? Además, vuestra madre no llegará hasta dentro de una ho...

—¡Ya estoy en casa!

Di un respingo cuando Ellie soltó un chillido, dejó el chocolate a un lado como si ya no le importara y salió corriendo hacia la entrada.

—¡MAAAA-AAAAÁ!

Intercambié una mirada de pánico con Jay Jay, y casi automáticamente nos pusimos a recoger cosas a toda velocidad para dejar un aspecto mínimamente decente a la cocina. Él me lanzó un delantal a la cabeza para poder cubrirme la mancha.

Justo cuando terminé de ponérmelo, Jen entró en la cocina sujetando a Ellie con un brazo.

—Oh, no —puso una mueca de terror—, ¿habéis estado cocinando?

—¡No pongas esa cara! —protesté—. Mira qué limpia está la cocina.

—Pues sí —parecía tan sorprendida que resultó incluso ofensivo.

—Hola, mamá —Jay se acercó para darle un abrazo.

—Hola, cielo —Jen levantó la mirada hacia mí y se acercó para darme un beso en los labios—. Y hola a ti también. ¿Qué tal estos días? Veo que habéis sobrevivido sin mí.

—Papá se ha portado bien —le informó Jay.

—¿Eso no debería decirlo yo? —entrecerré los ojos.

Jen empezó a reírse y dejó a Ellie en el suelo para acercarse a la salsa, que todavía se estaba haciendo.

—Mhm... esto huele de maravilla —me miró de reojo, divertida—. Admito que una parte de mí esperaba que hicieras chili.

—¿Yo? Claro que no. ¿Cómo se te ha ocurrido semejante tontería?

Cenamos los cuatro en el comedor mientras Jen nos contaba cómo había ido el viaje y Ellie enrojecía al tener que admitir que me habían llamado de la escuela porque, durante un recreo, se había dedicado a robar las muñecas de unas chicas que no le caían bien y enterrarlas en el patio trasero de la escuela.

Al parecer, cuando las niñas le habían preguntado el por qué, ella había soltado: poque tan muertas, como vuesta gacia.

Sí, me había reído cuando me lo había contado la profesora.

Y sí, me había juzgado muy duramente con la mirada.

—Ellie... —Jen le dirigió una mirada severa cuando se lo contó.

—¡A pa-á le hi-zo gacia! —protestó ella.

Esta vez, la mirada severa de Jen fue para mí. Jay se lo pasaba en grande, viendo la guerra que tenía delante.

—A papá no le hizo gracia —replicó Jen, enarcándome una ceja—. ¿Verdad, Jackie?

—Claro que no. ¿Cómo me va a hacer gracia eso? Qué desastre, qué desastre...

—¿Lo ves? —Jen volvió a mirarla con una ceja enarcada—. Espero que te disculparas con esas niñas.

—No —se enfurruñó Ellie.

—¿Por qué no?

—¡Poque siem-pe se meten co-migo poque soy da-da!

—¿Dada? —repetí con una mueca.

—Rara —me tradujo Jay.

—Ah, claro.

—¿Y qué? —Jen no parecía nada contenta—. Eso no te da derecho a hacer esas cosas. Ignora a esas niñas. ¿No tienes a tus amigos? ¿Qué hay de Rebeca? ¿Y Victor?

Eran los dos hijos del vecino. Dos mellizos bastante simpáticos que, al parecer, formaban parte de la selecta lista de seres vivos que Ellie era capaz de tolerar sin que le entraran ganas de asesinarlos.

—Ellos no taban conmigo —murmuró Ellie, cabizbaja.

—¿Y qué hay de Livvie? Con ella también te llevas bien.

Ella era otra amiga que entraba en la categoría de personas que toleraba. Por lo que recordaba de las veces que había venido, era lo contrario a Ellie; tímida, callada e indecisa.

—¡Tapoco taba!

—Pero ¿no te lo pasas mejor con ellos que molestando a esas otras chicas?

—Supo-go...

—Entonces, céntrate en ellos.

—Vale, ma-á... pe-dón.

Cuando los dos ya estuvieron en sus respectivas habitaciones y yo subí la maleta de Jen a la nuestra, ella se dejó caer en nuestra cama con un suspirito lastimero.

—He echado de menos esta camita —murmuró, cerrando los ojos.

—¿Solo la cama? —enarqué una ceja, ofendido—. Porque la cama viene con un regalo. Un regalito muy bonito que tienes justo delante, hablándote.

Jen sonrió y me miró, divertida.

—¿Es una indirecta, Jackie? Estoy muy cansada para pensar.

—Bueno, no hace falta que pienses. Me conformo con que empieces a desenvolver el regalo.

Ella empezó a reírse a carcajadas antes de acercarse, agarrarme de la mano y tirarme a la cama a su lado.

***

Cuatro años más tarde

—Oye, Ty —miré mejor por la ventana—, ¿sabes qué le pasa a tu hermana, exactamente?

Mi tercer hijo, Tyler —más conocido como Ty Ty—, solo tenía tres años, pero hablaba como si tuviera cincuenta y, además, había querido raparse el pelo. Cuando abría la boca y decía algo sabio, parecía un pequeño y extraño buda.

—Está enfadada —me dijo, mirando también por la ventana porque lo tenía sujeto en brazos.

—Eso ya lo veo.

Ellie estaba en el patio trasero con una pelota de baloncesto en el brazo, pateando a un árbol como si le fuera la vida en ello.

Lanzó la pelota contra el árbol, furiosa, y le rebotó contra la frente, tirándola al suelo.

Cuando se levantó, estaba todavía más furiosa y empezó a patear la pelota.

—¿Sabes por qué? —pregunté con una mueca.

—¿Y si se lo preguntas a ella? —me miró—. Es la que está chillando. Sé un buen padre y consuela a tu prole.

—Niño, tienes tres años, habla de piruletas, no de prole.

—Yo sí sé qué le pasa —intervino Jay.

Se había acercado a la cocina en busca de algo de comer. Ya iba vestido con su atuendo para ir a jugar a fútbol con un equipo local. Él era el portero. Y la verdad es que vestido así, parecía tener más de diez años.

—¿Tú? —lo miré con cierta desconfianza, dejando a Ty en el suelo para que fuera a jugar al salón.

—Es que en el colegio solo hay un equipo de baloncesto —me explicó Jay, mordiendo una manzana y acercándose a mí—. Y no la han aceptado.

—Madre mía, ¿es que no valoran sus vidas?

—Es que es un equipo masculino. Dicen que no quieren a una chica.

—¡Pero si tienen ocho años! ¿Qué demonios saben de lo que es una chica?

—Eso díselo a su entrenador —Jay se encogió de hombros.

—Ya lo creo que lo haré.

Justo en ese momento, Jen bajó las escaleras a toda prisa, abrochándose los últimos botones de la camisa azul.

—¿Ya estás listo? —le preguntó a Jay.

Él asintió con la boca llena de manzana e intentó apartarse cuando Jen se acercó e hizo un inútil intento de ordenarle la mata de pelo castaño.

—Deberías dejarme cortártelo —le advirtió a Jay.

—¡Mamá, todos los demás lo llevan así! Es lo que está de moda.

—¿Y si estuviera de moda tirarte por un puente, también lo harías?

Jen puso una mueca casi al instante en que lo dijo.

—Dios mío, me he convertido en mi madre —sacudió la cabeza y me miró—. Me voy, he quedado con Naya, Lana y Sue y ya llego tarde. Dejaré a Jay en el campo de fútbol.

—Yo me encargaré de cierta señorita —señalé la ventana con una mueca.

—Buena suerte —Jen me sonrió—. ¡Adiós, Ty!

Ty la ignoró, como nos ignoraba a todos constantemente. Estaba muy ocupado meditando con los ojos cerrados y postura de flor de loto.

Era un niño muy extraño, sí. A mí me daba miedo.

En cuanto nos dejaron solos, salí al jardín trasero con las manos en los bolsillos. Ellie seguía soltando maldiciones mientras pateaba el árbol otra vez, furiosa.

Se dio cuenta de que me acercaba, pero no dejó de hacerlo.

—¡AGH, LOS ODIO A TODOS! —espetó, marcando cada palabra con una patada.

—¿A quiénes?

—¡A los hombres! ¡Los odio! ¡Son todos insoportables!

—Bueno, gracias.

—A ti no te odio —se separó del árbol y se cruzó de brazos, enfadada—. ¡No me dejan entrar en el equipo por ser una chica! ¡Solo por eso!

—¿Has hablado con el entrenador?

—¡Él ha sido quien me lo ha dicho! —Ellie se sentó, enfurruñada, en una de las sillas que teníamos en el patio trasero. Seguía de brazos cruzados—. Es injusto. ¡No hay equipo femenino! Cuando se lo he dicho, me ha soltado que, entonces, a lo mejor debería pensar en hacer otras actividades más acordes con mi condición.

—¿Tu condición? ¿Qué condición?

—¡Ser una chica, papá!

Suspiré.

—Vale, lo pillo, el tipo es un idiota.

—El único que me ha defendido ha sido Víctor —protestó Ellie, mirándose las zapatillas—. Él también está en el equipo. Queríamos entrar juntos, pero...

—¿Y Livvie y Rebeca? ¿Ellas no están?

—A ellas dos no les gusta el baloncesto, papá. A Rebeca le gusta bailar y Livvie se pasa el día tocando el piano, o el violín, o la guitarra... o cualquier otro instrumento. Victor y yo somos los únicos que nos lo pasamos bien con el baloncesto.

No supe qué decirle durante unos instantes, hasta que al final le pasé un brazo por encima de los hombros.

—Mañana hablaré con ese entrenador tuyo —le aseguré.

Ellie levantó la cabeza y me miró con los ojos muy abiertos, esperanzados.

—¿En serio?

—Pues claro que sí. ¿Qué norma impide que una chica no pueda estar en un equipo de un colegio? Ni que fuera la NBA, madre mía.

—¡Eres el mejor, papá!

—¿Qué pasa?

Los dos nos giramos hacia quien había hecho la pregunta. Mike se acercaba con aspecto de recién levantado hacia nosotros, cruzando el patio trasero desde su casa.

—Papá va a hablar con el entrenador del colegio para que me deje entrar en el equipo de baloncesto.

—¿Por qué no te dejan?

—¡Porque soy una chica!

—Mhm... —Mike entrecerró los ojos—. ¿Y si tu padre y yo vamos a darle una paliza?

—¡Sí! —chilló Ellie, entusiasmada.

—¡No! —le fruncí el ceño a Mike—. ¿Solo has venido a proponer peleas?

—No, también a robar café, se me ha terminado y me da pereza ir a comprarlo.

Me dedicó una sonrisita de angelito hasta que suspiré y señalé la puerta.

—Ve a buscarlo. Y cuidado con pisar a Ty, está meditando y apenas se mueve. Es fácil confundirlo con la decoración.

Una vez casi lo había pisado y Ty le había dado un mordisco en un tobillo, así que supuse que iría con cuidado.

En cuanto desapareció, me giré de nuevo hacia Ellie, que ahora parecía mucho más determinada.

—De todas formas —murmuré—, aunque consiga convencerlo... sabes que tendrás que pasar las pruebas para entrar, ¿no?

—Llevo practicando todo el verano —me aseguró.

Sí, la había llevado unas cuantas veces al campo de baloncesto que solíamos usar Will y yo cuando teníamos su edad.

—Entonces, no se hable más —me puse de pie y le ofrecí una mano—. Venga, deja de torturar al pobre árbol, él no tiene la culpa de nada.

—Era patearlo a él o patear a Jay. Me ha parecido mejor el árbol.

—Sabia decisión.

***

Tres años más tarde

—¿Dónde está Jay? —me preguntó Naya, confusa.

Aparté la vista del guión que estaba revisando en el portátil.

Habían venido a pasar la tarde con nosotros, aprovechando el calor veraniego para nadar un poco en el lago. Eché una ojeada a Jen, que estaba nadando con Will, Jane y Ty. Sue estaba dormida en la tumbona que había junto a Naya y Mike no había venido porque tenía ensayo.

—Ha subido a su habitación —puse una mueca— a escuchar música.

—¿Escuchar música?

—Sí, está entrando en esa edad preadolescente de querer escuchar música todo el día. Ya me entiendes.

—Oh —Naya intentó no reírse—. ¿Y Ellie?

—Pues... se suponía que ella iba a ponerse el bikini y bajar —fruncí el ceño, confuso—. Pero está tardando mucho.

—A lo mejor ha colado a algún chico en su habitación.

—Naya, tiene once años.

—¿A qué edad te crees que di yo mi primer beso?

La miré con un gesto de horror y ella empezó a reírse a carcajadas cuando cerré la tapa del portátil de golpe y me apresuré a subir las escaleras.

En la habitación de Jay, la del fondo, se oía música a todo volumen. Mejor no molestar. Había ciertas cosas que prefería imaginarme que mi hijo no hacía —aunque disimulara así de mal—.

La habitación de Ellie es la que había delante de la nuestra, la que daba al patio delantero. Me detuve delante de la puerta y llamé con los nudillos, intrigado.

—¿Ellie? —pregunté.

—Vete, papá —me soltó ella al otro lado de la puerta.

Pero por su tono de voz no me despegué de ella.

—¿Estás llorando?

—¡No!

—Ellie...

—¡No estoy llorando! —insistió.

—¿Me puedes decir qué pasa, entonces?

Hubo un momento de silencio antes de que la escuchara suspirar.

—Puedes pasar, está abierto.

Abrí la puerta, dubitativo, y eché una ojeada a la habitación. Pero no estaba ahí, sino en el cuarto de baño.

Me la encontré sentada en el suelo, abrazándose las rodillas. Es cierto que no lloraba —Ellie rara vez lo hacía— pero sí tenía una mueca de disgusto en los labios.

—¿Qué pasa? —pregunté, confuso.

—Nada —masculló.

Suspiré y me dejé caer delante de ella, sentado con la espalda en la pared opuesta. Ellie me echó una ojeada avergonzada antes de volver a mirar fijamente sus rodillas.

—Está claro que pasa algo. ¿No te encuentras bien?

—Pues... más o menos...

—¿Quieres que llame a...?

—¡No! —me chilló enseguida—. Quédate, pero no avises a mamá.

Oh, eso sí que captó mi atención. Me moví y me senté a su lado, mirándola de reojo.

—¿Vas a decirme qué pasa o nos quedamos aquí sumidos en un silencio incómodo hasta que explote el universo?

—¿Por qué va a explotar...?

—Ellie, no desvíes el tema.

—Vale —suspiró—. Es que... me ha pasado... ejem... eso.

Me miró de una forma muy significativa, pero yo no lo entendí.

—¿El qué? ¿Te duele la cabeza?

—No, papá, es más bien...

—¿El estómago?

—¡No, no es dolor!

—¿Y qué es?

—¡Eso que le pasa a las chicas cuando crecen, papá!

Durante unos instantes, nos quedamos mirando el uno al otro, ella con una mirada significativa y yo con una mueca que fue cambiando poco a poco... hacia el horror.

—¿La menstruación? —casi chillé.

—Sí, papá. ¡No lo digas como si fuera algo horrible!

—Bueno, bonito, precisamente... tampoco es.

—¡Papá!

—¿Quieres que vaya a buscar a tu madre? Ella sabrá...

—¡No! —me sujetó del brazo para que no pudiera moverme—. Si bajas y le dices que venga, ¡todo el mundo sabrá que me pasa algo!

—¿Y qué quieres que haga?

Ellie dudó unos instantes, bajando la mirada.

—¿Tú... sabes de qué va esto? —preguntó—. Mamá me lo explicó una vez, pero no lo entendí muy bien.

Oh, no.

Oh, no, por favor.

Dime que no iba a tener que darle la charla.

Oh, ya lo creo que sí.

Mierda.

Me pasé una mano por el pelo, más nervioso de lo que debería, y empecé a pensar a toda velocidad alguna forma mínimamente decente de explicarle lo que le estaba pasando.

—Bueno... —me aclaré la garganta dos veces antes de poder continuar—. Lo que... ejem... lo que te pasa es algo natural, Ellie.

—¿Sí? —me miró, dubitativa.

—Sí, es... bueno... es una señal de que estás creciendo.

—Yo no quiero crecer, estoy muy bien así.

—Siento decirte que eso no se elige, Ellie —puse una mueca—. Es decir... ejem... esto te pasará cada mes. Lo sabes, ¿no?

—Mamá lo comentó. Pero... no entiendo el por qué de la... bueno... de la sangre. ¿Por qué hay sangre?

—Bueno, es como si te apuñalaran el útero cada mes. ¿Cómo no va a sangrar?

Ella abrió mucho los ojos, horrorizada, y me apresuré a cambiar de estrategia.

—E-es decir que... yo... ejem... ¿seguro que no quieres que llame a tu madre para...?

—¡No! Déjalo. Mejor cambia de tema. Ya le preguntaré yo.

—Gracias —suspiré, aliviado—. Háblame de cualquier otra cosa, te lo suplico.

—Vale. ¿Qué hace Jay cuando se encierra en su cuarto y pone música?

Mierda.

Je, je.

—A ver... —empecé, con sudores fríos—. Verás, es que Jay... bueno... está en esa fase de la vida en que tu cuerpo empieza... a crecer y quieres experimentar cosas... mhm... nuevas...

—Mi cuerpo también está creciendo —me dijo, confusa.

—Ni se te ocurra experimentar cosas nuevas hasta dentro de unos cuantos años —le advertí al instante.

—¿Experimentar? ¿A qué te refieres?

—A que... mhm... bueno, su cuerpo está creciendo, le crece vello por las piernas, por el bigote, las axilas, su voz está cambiando, el cuerpo se le proporciona, le salen granos en la cara...

—Sí, es asqueroso —Ellie puso una mueca.

—Pues eso es la pubertad, y siento decirte que tú también tendrás que pasar por ella.

—¿También me crecerán pelitos y se me cambiará la voz?

—¿Eh? No. Bueno, que yo sepa, la voz no...

—¿Y me encerraré en mi habitación con música a todo volumen?

—¡No! —le puse mala cara—. Ya intento fingir que tu hermano no lo hace, no me llenéis la cabeza con más traumas, por favor.

Ellie sonrió y se puso de pie. Hice lo mismo, estirando el cuello, mientras ella se acercaba al espejo y empezaba a revisarse minuciosamente la cara.

—Entonces, ¿me van a salir granitos?

—Puede que sí.

—¿Y me crecerá vello?

—Sí.

—¿Y me saldrán tetas?

—¿Eh?

—A Livvie ya le han crecido un poco las tetas y los chicos la miran todo el tiempo. Dice que no le gusta. Un día un chico intentó tocárselas.

—¿Cómo? ¿Y qué hizo?

—Se puso a llorar. Pero luego llegué yo y le di una patada en los cataplines.

—Bien hecho.

Me sonrió, muy orgullosa.

—Bueno —concluí—, supongo que no quieres ir a nadar, ¿no?

—No, la verdad es que no.

—Bueno, pues quédate aquí. Me inventaré una excusa para los demás.

—Gracias, papá —sonrió y se dejó caer en su cama, suspirando.

En cuanto cerré la puerta de su habitación a mis espaldas, vi que Jay acababa de salir de su dormitorio con una sonrisita de satisfacción.

Está claro que se borró en cuanto me vio ahí plantado. Su cara se volvió escarlata.

—Eh... hola, papá.

—Sí, hola —enarqué una ceja—. Mira, no me meteré en lo que haces o no ahí dentro, pero espero que al menos uses pañuelos, o lo hagas en el cuarto de baño.

Jay enrojeció más, si es que era posible.

—N-no sé de qué me hablas, yo...

—Sí que lo sabes. Mira, te daré un consejo de padre sabio que ha pasado por lo mismo que tú: disimula un poco mejor o tu madre empezará a preguntarte sobre el tema.

—¿Disimular?

—¿Te crees que alguien se cree lo de que la música a todo volumen es para echarte una siesta? —enarqué una ceja.

Jay puso una mueca.

—Vale, sin música.

—Hazlo por la noche, hombre, un poquito de decencia.

—Vale, pero... eh... no le digas nada a mamá, ¿eh?

—Claro que no —me acerqué y le puse una mano en la nuca—. Si yo te entiendo, Jay Jay, eres un nido de hormonas adolescentes revolucionadas y de alguna forma tienes que calmarlas un poco, pero... oye, tampoco escuches música taaaanto tiempo, ¿eh? Vas a terminar con una esguince de codo.

Jay enrojeció otra vez y me puso una mano en el brazo.

—Vale. Me calmaré un poco.

—Bien —nos quedamos los dos en silencio un momento antes de que le entrecerrara los ojos—. Te has lavado esa mano, ¿no?

—¡Claro que sí!

—Menos mal. Iba a matarte.

Bajé las escaleras con él y vi que Jen había salido del agua. Miró con curiosidad a Jay cuando se escabulló rápidamente para lanzarse al lago con los demás, pero por suerte no hizo preguntas.

—¿Dónde está Ellie? —me preguntó, curiosa.

—Ha preferido quedarse en su habitación.

—¿No se encuentra bien?

—No mucho, pero ya le he dado algo para el dolor de cabeza —mentí.

Jen asintió y yo dirigí una mirada al lago. Todos los demás estaban nadando, incluso Sue, que tenía a Ty subido encima de los hombros y lanzaban las mismas miradas despectivas a todo el mundo.

—¿Vienes a nadar? —me preguntó Jen con una sonrisa.

—Mhm... no lo creo.

—¿Estás seguro? —dio un paso hacia mí con una sonrisita—. Podrías volver a ser mi tiburón. ¿Te acuerdas de esa noche?

—¿La noche en que mi familia te emborrachó, te tiraste vestida al lago, quisiste que echáramos un polvo a veinte metros de mi familia y luego te hiciste un tatuaje? Sinceramente, es difícil de olvidar.

Jen empezó a reírse alegremente antes de estirarse para alcanzarme la muñeca.

—Venga, Jackie, no me seas amargado.

—Como empieces a llamarme Jackie, empezaré a llamarte Mushu.

—Vaaale, aburrido, pues me voy yo sola.

Pero sabía lo que hacía, porque cuando vi su culo de dimensiones insuficientes moviéndose en sincronía perfecta con su cuerpo, no pude resistirme y me empecé a quitar la camiseta.

Cuando llegué al final del muelle, toda la familia me esperaba aplaudiendo y riendo. Incluso Ellie estaba en el patio trasero mirándonos con una sonrisa.

Ellie, bromeando, me señaló como si su mano fuera una pistola y yo levanté las manos en señal de rendición, pero ella hizo como si apretara el gatillo. Me llevé una mano al corazón y me caí hacia atrás, chapoteando a todo el mundo.

Cuando saqué la cabeza del agua, me giré hacia Jen, que estaba riendo.

—Veo que sigues siendo mi tiburón.

—Y lo seguiré siendo hasta que te aburras de mí.

Ella sonrió.

—Pues prepárate para hacerlo toda la vida, Jack Ross.

Fin

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro