Capítulo 20
Puse mala cara cuando vi que me traían el plato.
—¿Por qué estamos comiendo sushi... en Italia? —pregunté, confuso—. ¿No deberíamos aprovechar y comer comida italiana?
—Te recuerdo que ayer quisiste ir a una hamburguesería —Joey me enarcó una ceja.
Le dediqué una sonrisita inocente y empecé a comer.
Solo llevábamos ahí unas horas, pero ya había tenido una entrevista con Vivian y otro actor del elenco. Había tenido suerte y casi todas las preguntas habían sido para ellos, pero sospechaba que no iba a seguir teniendo tanta suerte en las próximas.
Yo quería dormir, no responder las mismas preguntas una y otra vez.
Pobre chico, cuánta tortura.
Ejem, ejem... eso parece ironía, querida conciencia.
Es que lo es.
¡Y lo peor es que siempre eran las mismas preguntas! ¿Alguno de los personajes está basado en personas que conoces? ¿Cuánto tardaste en escribir el guión? ¿Alguna vez dudaste con alguna escena?
Y, la peor de todas. La que me hacían en cada maldita entrevista. La que odiaba.
¿Cómo te inspiraste para escribir la película?
Esa maldita pregunta...
Está claro que no iba a decirles la verdad, ¿no?
Terminamos de cenar y salimos del restaurante. Joey quería aprovechar que las tiendas no cerraban hasta dos horas más tarde para comprarme una corbata nueva —qué ilusión—, así que nos metimos en un centro comercial cercano y yo dejé que eligiera la que quisiera. Solo quería llegar al hotel y llamar a Jen.
La verdad es que había algo de tensión en el grupo. Y era por culpa de mi situación con Vivian. Era obvio que no estábamos en nuestro mejor momento, porque nos evitábamos no muy disimuladamente y, cada vez que uno hablaba, el otro ponía mala cara y se giraba en dirección contraria.
Según Joey, mientras fingiera que todo iba bien en las entrevistas, no iba a meterse en mi vida. Y tenía razón. Lo último que necesitaba era una revista de cotilleo especulando sobre por qué Vivian y yo nos llevábamos mal.
—Oh, necesito mirar en esa tienda —dijo Vivian, precisamente, en ese momento.
Era una tienda de zapatos. Zapatos innecesariamente caros. Sonreí un poco al imaginarme la cara de espanto que pondría Jen si viera el precio de uno de esos.
Madre mía, solo habían pasado unas horas y ya la echaba de menos. ¿En qué momento me había quedado así de enganchado a ella?
Desde que viste su culo de dimensiones insuficientes cuando se apoyó en el mostrador de Chrissy el primer día.
Cierto. Tenía que pedirle que volviera a ponerse esos pantalones más a menudo.
—Bueno, nos vemos aquí en media hora —le dijo Joey a Vivian y al resto del elenco, ya que todos parecían querer entrar, antes de mirarme—. ¿Quieres acompañarme a comprarle algo a mi novia?
—Claro —sonreí de lado—. Mi ayuda es una mierda, pero al menos hago compañía.
—Justo lo que necesito.
Nos metimos en una joyería carísima que hizo que mirara a mi alrededor con una mueca de incredulidad. ¿Tanto dinero tenía Joey? Ni me había dado cuenta.
Ella se acercó a una de las trabajadoras y empezó a parlotear con ella sobre no sé qué de un collar que quería comprarle a su novia. Yo me aburrí en menos de un minuto y empecé a dar vueltas por la tienda con un suspiro.
Qué día tan largo.
Pasé la vista distraídamente por las cristaleras reforzadas. Estaba en la sección de anillos. Los precios eran ridículos. Y ni siquiera estaba seguro de en qué ocasión alguien podría ponerse un anillo de ese calibre sin parecer ostentoso.
Puse una mueca y pasé a la siguiente vitrina. Y... oh, oh.
Anillos de compromiso.
Por algún motivo, me quedé mirando esa parte un poco más de lo que debería.
Ejem, ejem.
Vale, quizá fue mucho más de lo que debería.
EJEM, EJEM.
¡VALE! Estuve ahí diez minutos.
De hecho, pasé ahí tanto tiempo que Joey ya había comprado el collar cuando se acercó a mí con una ceja enarcada, curiosa.
—¿Anillos de compromiso? —preguntó, sorprendida—. ¿Vas a proponerle matrimonio a tu novia?
—Claro que no —fruncí el ceño—. Todavía somos dos críos.
—Ajá.
—He dicho que no.
—Ajá.
—No me...
—Ajaaaá.
—Eres odiosa, ¿lo sabías?
—¿Te he contado alguna vez que yo me casé?
Me detuve un momento, mirándola de reojo.
—¿Sí? —pregunté, fingiendo desinterés, aunque escuchaba atentamente.
—Sí —sonrió—. Me casé a los dieciocho. Con mi novio del instituto. Habíamos estado juntos cuatro años. Cuando me lo pidió, no pude negarme.
—Y salió mal —deduje, viendo que ahora compraba cosas para su novia.
—Bueno, el primer año fue maravilloso, pero después nos dimos cuenta de que nunca nos veíamos, de que ya no nos apetecía pasar el tiempo juntos... técnicamente, sigo casada con él, pero hace unos cuantos años que no nos vemos.
—¿Y todo esto me lo dices para que no me case nunca?
—No —empezó a reírse—. Nosotros no funcionamos, pero mi mejor amiga se casó a los veinte y sigue casada a día de hoy. Solo quiero decir que no hay una edad exacta para empezar a pensar en estas cosas. Y, si no funciona... solo hay que divorciarse. Tampoco es para tanto.
Puse una mueca y me quedé mirando la vitrina de nuevo.
—Yo creo que a mi novia le daría un infarto si me presento con un anillo.
—No lo creo —sonrió, divertida—. Esa chica ha estado contigo cuando te desintoxicabas, Ross. Y se preocupa por ti. Te quiere más de lo que tú crees.
—No sabes lo que creo —enarqué una ceja.
—Claro que lo sé, me paso el día contigo —puso los ojos en blanco—. Ahora, ¿vas a comprar algo o vamos a reunirnos con los demás?
Miré de nuevo la vitrina, mordiéndome el labio inferior. Joey me sonrió como si supiera que no iba a salir con las manos vacías.
Al final, suspiré y me giré hacia la trabajadora que había hablado con ella. Se acercó a mí casi con dos billetes grabados en la mirada cuando vio que señalaba la vitrina con anillos de compromiso.
—¿Quiere ver los otros modelos que tenemos? —preguntó enseguida.
—Eh... —dudé un momento antes de tragar saliva—. Sí.
—¿Tiene algún presupuesto, señor?
—No lo tiene, el idiota es rico —Joey puso los ojos en blanco.
Sonreí y ambos seguimos a la chica hacia el mostrador de la tienda.
***
Admito que tenía un nudo de nervios en el estómago cuando subí las escaleras con la maleta en la mano. Tenía el anillo en el bolsillo, y de pronto era muy consciente de su presencia ahí. Me detuve delante de la puerta, respirando hondo.
Habíamos podido volver a casa antes, pero eso significaba que yo no había tenido tiempo de mentalizarme de volver a ver a Jen y dárselo. Apreté un poco los labios intentando calmarme.
Había llamado a sus padres, sí. Más que nada para asegurarme de que su padre no me perseguiría con un cuchillo si le proponía matrimonio a Jen.
Solo con insinuarle lo del anillo, su madre había dejado de hablar de golpe y el padre de Jen me había informado de que se había dejado caer dramáticamente en el sofá, abanicándose con una mano y sonriendo, encantada.
Es decir, que tenía su bendición, cosa que no estaba mal.
Ahora solo me faltaba la de su hija preciosa, testaruda y dueña de mi culo favorito.
Solté todo el aire de mis pulmones y abrí la puerta con una amplia sonrisa.
—¡Adivinad quién ha llegado antes de lo prev...! —me callé cuando vi que todo el mundo me miraba mal—. Vale, sé que la camiseta no es al mejor de mi armario, pero tampoco es para que os quedéis así.
¡Era mi camiseta de soldados imperiales! ¡Se merecían un respeto!
Fui bajando el volumen cuando vi lo que tenía delante... hasta el punto de quedarme callado.
Jen estaba pálida, Mike tenía cara de espanto, Sue una mueca —aún peor que las que ponía normalmente—, Will estaba como paralizado y Naya tenía cara de infarto.
Ah, y un charco debajo de ella.
—Eh... Naya... no sé si te has enterado, pero has roto aguas o te has meado encima.
—¡Me he enterado! —chilló ella, empezando a respirar entrecortadamente—. ¡Que alguien haga algo! ¡WILL!
Will dio un respingo, como si acabara de volver de sus vacaciones en su fábrica de chocolate mental.
—¡Eh... sí! —se giró, frenético, y literalmente me lanzó las llaves que acababa de dejar en la barra a la cara—. ¡Ross, el coche!
Yo puse una mueca. ¡Me había dado en la frente!
—¿Eh?
—¡QUE CONDUZCAS!
Will se acercó a Naya y la sacó de casa a toda velocidad. Yo creo que todavíano había reaccionado cuando Jen se acercó a mí y me enganchó del brazo para arrastrarme con los demás.
Y, en mi pobre coche, Naya se tumbó atrás con la cabeza en el regazo de Will mientras Jen se sentaba a mi lado con cara de espanto.
—¡Mierda, esto duele! —chilló Naya.
Jen intercambió una mirada entre ellos y yo mientras salía del aparcamiento, tenso de pies a cabeza.
—Creo que ha llegado tu momento de demostrarnos lo rápido que puedes ir —me dijo, muy seria.
Y yo, claro, olvidé la tensión por un momento.
¡Sí, por fin!
¡Mi momento de brillar había llegado!
—Genial —le dije, entusiasmado.
—¡No es genial, Ross! —me gritó Naya—. ¡Siento que voy a partirme por la maldita mitad!
—¡Tenemos que cronometrar las contracciones! —chilló Will con voz aguda, buscando su móvil con cierta desesperación bastante graciosa—. Si no recuerdo mal, si son cada...
—¡AAAAAAAHHHH! ¡CONTRACCIÓN, CONTRACCIÓN!
Lo gritó tan fuerte que juro que sentí los chillidos rebotando en mi cerebro.
—¡Nos hemos enterado! —protesté.
Y aproveché el momento para pisar el acelerador con fuerza y pasar de largo junto a dos coches. El impulso fue tan grande que Jen se quedó bruscamente pegada al asiento, pero no frené. Teníamos que llegar rápido.
—¡CÁLLATE, ROSS! —me gritaba Naya mientras tanto, agonizando ahí detrás.
—¡Oye, yo no tengo la culpa de que vaya a salirte un bicho de entre las piernas! —me enfadé.
Y, cuando le eché una ojeada rápida, puse una mueca.
—Oye, ¿podrías intentar no manchar los asientos del...?
—¡JENNA, POR DIOS, DALE UNA BOFETADA DE MI PARTE!
Cuando vi que mi querida novia preparaba un puñetazo destructor, me encogí contra mi asiento.
—¡VALE, PERDÓN! —chillé enseguida.
Conseguí llegar al hospital en tiempo récord y sin ninguna muerte, cosa que no estuvo mal.
Will y Naya se metieron en él mientras Jen y yo íbamos a aparcar. Tardé más de lo previsto por falta de sitio, así que cuando llegamos a la habitación Sue, Lana y Mike ya estaban ahí.
Naya ahogó un grito en cuanto nos vio aparecer y abrió los brazos hacia Jen.
—¡Jenna! ¡Ven, por favor, necesito a alguien que me sujete la mano!
—¿Y yo qué? —Will le puso una mueca.
—¡A ti te odio! ¡Estoy sufriendo por tu culpa!
—Seguro que cuando engendraron al bebé no sufría tanto por su culpa —murmuré, divertido.
Y me gané una mirada asesina de Naya, claro.
Al final tuvimos que esperar en el pasillo porque, obviamente, no podía estar tanta gente ahí reunida.
Y pasó el rato.
Y siguió pasando...
Dios, qué aburrimiento.
Ya casi estaba dormido con la cabeza de Jen en el hombro cuando noté que me ponía una mano en la rodilla.
—Bienvenido, por cierto —sonrió.
—No ha sido la bienvenida que esperaba —le aseguré.
—¿Y qué te esperabas?
—¿Sinceramente? Echar un polvo, no atender un parto.
Ella se puso roja como un tomate.
—Conmigo no echas polvos, haces el amor.
Madre mía, alguien se había despertado cursi.
—Bueno, la mecánica es la misma —me encogí de hombros.
Ella se giró hacia mí, ladeando la cabeza.
—¿Cómo has llegado tan pronto?
Noté, de nuevo, que el anillo en mi bolsillo era muy notorio cuando la miré.
—En Italia no hacía muy buen tiempo y han tenido que suspender la mitad de uno de los festivales. El último. Cancelar el otro vuelo ha sido caro, pero te aseguro que ha valido la pena. Parece que la niña me estaba esperando para nacer. ¿Ya saben qué nombre le pondrán?
—Están en medio de un debate. Naya quiere ponerle Kim, Michelle o Gabriela. Will quiere ponerle Jane.
—Michelle —levanté y bajé las cejas—. Me gusta. Ya sé qué nombre le pondremos a nuestra hija.
La imagen de una mini Jen revoloteando por el piso hizo que mi sonrisita se acentuara.
¡A ella también podría llamarla Mushu!
Ooooooohhh... ¡PODRÍA LLAMARLA MINI-MUSHU!
Vale, quería una hija. Confirmado.
—Vale, ¿por qué asumes que tendremos una hija? —ella enarcó una ceja—. ¿O que le pondremos ese horrible nombre?
—No es horrible. Solo le tienes manía porque es tuyo.
Jack Ross, defensor de todas las Michelles del mundo.
—Y tú también deberías asumir que tendremos hijos, querida Michelle —añadí, burlón.
—¡Que no me llames...!
—¿Qué nombre le pondrías a un chico?
Puso una mueca, confusa.
—Nunca lo he pensado.
—¿En serio? Pues yo sí.
—No me asustes —murmuró, negando con la cabeza.
—Te asustas tú solita —la provoqué, sonriente.
—No compuestos, por favor.
—¡Los nombres compuestos son lo mejor!
—¡No!
—Vale, pues nombres originales.
—¿Como cuál?
Y así hice lo último que pensé que haría hoy —después de atender un parto—: pensar nombres para mis futuros hijos.
Pero la testaruda decía que no a todas mis propuestas.
¡Eran buenas propuestas, no sabía valorarme!
Al final, le puse una mueca.
—No me lo estás poniendo fácil, Mushu.
—Si te lo pusiera fácil, no estarías tan perdidamente enamorado de mí —me guiñó un ojo.
Abrí mucho los ojos. ¿Eso acababa de salir de mi inocente Mushu?
Me distraje un momento cuando me incliné para besarla, pero por suerte mi cabeza maligna seguía planeando nombres. Y se me ocurrió el perfecto.
—Vale. ¿Qué tal Jeremy?
Jen se separó un poco de mí, confusa.
—¿Jeremy?
—Sí. No está mal. Ni muy largo, ni muy corto. Ni muy común, ni muy original. A mí me gusta.
—Podríamos llamarlo Jay —sonrió.
—Ya no me gusta tanto.
—¡Pero si Jay es genial!
—Muy bien, genia, te dejo a ti la elección de la niña.
—¿Y si solo tenemos chicos?
—¿Cuántos quieres tener, Michelle? No me asustes.
—¡Solo estoy bromeando!
—Pues yo no —bromeé.
O... quizá ya no bromeé tanto.
A esas alturas ya no estaba muy seguro de ello.
—Llevo con estos dos nombres desde que era pequeña —me advirtió—, así que espero que te gusten.
—¿Jennifer y Michelle? —sugerí maliciosamente.
—No, idiota. Victoria y Elisabeth.
Los consideré un momento, pensativo.
—Me gusta Ellie.
—Pues Ellie, decidido.
—Genial, ahora solo nos falta engendrarlos. ¿Vamos a ello?
—¿Con Naya aquí al lado agonizando porque tiene que parir? —puso una mueca—. Sí, claro. Ahora mismo me encantaría tener un hijo.
Sonreí y me acomodé mejor en el asiento, esperando.
***
La buena noticia es que Jen me había dicho que sí.
La mala noticia es que, por primera vez en mi vida, había sentido impulsos asesinos contra un bebé.
¡Dios mío, es que no se callaba!
¿Es que la torturaban o algo así? ¿Cómo podía algo tan tierno llorar de esa forma tan insoportable?
Joey empezó a burlarse de mi cara de sueño durante ese mes, y podía entenderla. Jane, la hija de Naya y Will, no me dejaba dormir. Era una tortura. Y lo peor es que Naya sí dormía como si nada.
Esa mujer no tenía tímpanos.
En ese momento estábamos en una cena en la que supuestamente íbamos a presentarle a Jane a mi madre y a mi abuela, pero no era cierto. Era una excusa para decirles que nos íbamos a casar.
Oh, no. Mi madre iba a llorar y mi abuela iba a emborracharse, seguro.
Los nervios de Jen fueron casi obvios durante toda la cena, pero por suerte fui el único que se dio cuenta. Le puse una mano en la rodilla, mirándola de reojo. Ella cerró un momento los ojos. Realmente estaba nerviosa.
—Bueno —dijo mi abuela de pronto—, creo que va siendo hora de que me vaya. A no ser que alguien quiera emborracharse, claro.
—En realidad —dije enseguida, deteniéndola—. Hay algo que... ejem... tenemos que contaros.
—¿Tenemos? —Naya nos miró con una mueca de confusión.
—Sí, tenemos —confirmó Jen en voz baja.
Todos se quedaron en silencio a la vez. La única que reaccionó fue Sue, y con una mueca de horror absoluto.
—Oh, no. Más niños no, por favor.
—No es otro niño —Jen entrecerró los ojos.
—¿Y qué es? —preguntó mamá.
Intercambié una mirada con Jen, que me dejó bastante claro que ella no estaba dispuesta a decir nada. Al final, suspiré y asumí que me tocaba a mí hacer el trabajo sucio.
—Queríamos deciros que... —sonreí—, vamos a recorrer el mundo en globo.
—¿Qué? —Jen dio un respingo y me pellizcó el brazo, irritada—. ¡Jack!
—¡No me dejes a mí estos temas, sabes que no me los tomaré en serio!
—¿Vais a decir algo o qué? —preguntó Sue.
—Sí —Jen intentó decirlo varias veces, haciendo que el silencio se prolongara, y al final lo soltó tras respirar hondo—. Vamos a casarnos.
Durante lo que pareció una eternidad, todo el mundo se quedó en absoluto silencio.
Sinceramente, no estaba muy seguro de si las caras eran de horror o de felicidad.
Yo sujeté la mano a Jen, esperando, y al final dediqué una mirada significativa a mi abuela, que por fin reaccionó y dio un respingo, sonriendo ampliamente.
—¡Ya tenemos una excusa para emborracharnos!
—Espera, ¿qué? —Naya parpadeaba mucho, como si hubiera entrado en un cortocircuito—. Pero... ¿y el anillo? ¿No deberías llevar uno?
Jen lo sacó del bolsillo y sonreí al verlo en su mano.
No lo admitiría nunca, pero había estado una hora eligiéndolo. Y había valido la pena. Era perfecto.
En cuanto se lo enseñó a Lana y Naya, ellas se lanzaron sobre él para mirarlo desde más cerca, embeleasadas. Mientras, Will me daba una palmadita en la espalda.
—Enhorabuena —me sonrió—. ¿Quién nos habría hace unos años dicho que tú te casarías antes que yo?
—Nadie —le aseguré.
—Un momento —nos interrumpió mamá, como si estuviera en una galaxia paralela—. ¿Lo decís de verdad? ¿No es... broma?
—Claro que no es una broma —le dije, divertido.
—Whoa... yo no... bueno, no me esperaba... es decir, Jackie, cielo, nunca imaginé que tú...
Se cortó a sí misma y yo fruncí el ceño, ofendido.
—Oye —la señalé—, ¿qué es lo que no te imaginabas?
—Que fueras a casarte con alguien —me dijo directamente la abuela, llenando vasos de ginebra.
—¿Qué? —solté con voz aguda, indignado—. ¿Y por qué no?
—Cielo, siempre has sido un poco... mhm... ¿cómo decirlo?
—Desastre —sugirió mi abuela.
—Vaya, muchas gracias, abuela.
—De nada.
—¿Sabes qué? —mamá sacudió la cabeza—, olvídalo. Lo único que importa es que me alegro mucho por vosotros, chicos.
Al final, la cena terminó bien y pude acompañar a mi madre a casa, que mantuvo su sonrisita encantada todo el camino, cosa que no pude ignorar. Al final, cuando llegamos, le puse mala cara.
—Tampoco hace falta que parezcas tan sorprendida porque alguien quiera casarse conmigo —mascullé.
—Oh, no es eso, Jackie —me sonrió—. Es que... me alegro mucho de que seas feliz. Me daba miedo que hicieras como yo y te casaras con alguien que... bueno... con alguien que no te quisiera.
Aparté la mirada, incómodo.
—Bueno, él no estará invitado —le aseguré.
—Sí, eso me lo imaginaba —su sonrisa se apagó un poco—. En fin, Jack... espero que vengas a visitarme más a menudo aunque te cases. Puedo cocinar lasaña.
—No necesitas cocinar lasaña como soborno para que venga, mamá.
—Bueno, sí lo necesito para que venga tu hermano —dijo, divertida—. Buenas noches, hijo.
—¡Espera!
Se detuvo de golpe y me miró, confusa.
—¿Qué sucede?
—Yo... eh... um... —cerré los ojos un momento antes de girarme hacia ella—. ¿Sigues queriendo vender la casa del lago?
Mi madre me observó por unos instantes, como si no entendiera a qué venía eso.
—Yo no puedo mantener dos casas, Jack —me aseguró con una mueca de lástima—. Lo siento. Sé que era tu favorita.
—No lo sientas. Yo... a lo mejor podría comprártela.
Abrió mucho los ojos, sorprendida, y se quedó en silencio durante casi un minuto entero, pasmada.
—¿Comprarla?
—Para... ejem... para Jen y para mí.
—Oh, Jack —de pronto, sonrió, encantada—. No necesitas comprármela. Podría ser mi regalo de bod...
—No. Quiero comprártela.
—Pero...
—Mamá, quiero hacerlo.
Ella suspiró y asintió.
—Bueno, ahora mismo no es el mejor momento para hablarlo —me dijo, abriendo la puerta—. Ven en cuanto puedas a verme para hablar de los detalles, ¿vale?
—Vale. Buenas noches.
Conduje de vuelta a casa con música sonando a todo volumen, pero la verdad es que estaba pensativo. Aparqué el coche rápidamente y subí las escaleras dando vueltas a las llaves con los dedos.
Sin embargo, me quedé de pie en la entrada cuando escuché el chillido indignado de Jen.
—¡Naya! Será... ¡se suponía que era un secreto!
¿Un secreto? Oh, no. Puse los ojos en blanco. ¿Qué había hecho ahora.
—A ver, no se lo diré a nadie —aclaró Lana.
—Pero... ¿de qué estáis hablando? —preguntó Mike.
Entré en el salón sonriendo, pero nadie se dio cuenta de mi presencia mientras empezaba a desabrocharme la chaqueta. Genial. Ya volvía a ser invisible.
—¿Qué? —preguntó Mike.
—¿Y tú qué crees, idiota? —le soltó Sue.
—No sé. Hago bastantes cosas malas en mi día a día.
Lana negó con la cabeza.
—¿Y la de besar a tu cuñada es la primera que se te olvida?
Mi mano se quedó congelada justo antes de quitarme la chaqueta.
¿Acababa de decir...?
Levanté bruscamente la cabeza hacia mi hermano, que se había ruborizado un poco, y sentí que cada centímetro de mi cuerpo se tensaba.
¿Había... besado a Jen?
¿Lo había hecho de verdad?
¿Después de...? ¿Después de todo lo que le había dicho esa noche?
¿Después de que le dijera que me sentía jodidamente mal por haberlo tratado así todo este tiempo?
No sé en qué momento había pasado, pero ahora todos me miraban con cara de espanto y me daba igual. Me zumbaban los oídos. Y solo podía centrarme en una cosa.
—¿Que has dicho? —le pregunté a Lana en voz baja.
Ella dio un paso hacia atrás instintivamente.
—No... yo... eh...
—¿Has dicho que la besó? —noté que se me crispaban los puños.
—Ross —me dijo Will lentamente—, vamos, cuenta hasta diez y...
—Cierra la boca, Will —le solté sin mirarlo.
No me lo podía creer. No me podía creer que ese idiota hubiera hecho exactamente lo mismo que hacía siempre... y yo hubiera creído que había cambiado.
¿En qué momento me había dejado engañar de esa forma? Nunca cambiaría. Nunca lo haría.
Ni siquiera decirle cómo me sentía había servido para que, por primera vez en su maldita vida, hiciera algo teniendo en cuenta mis sentimientos.
Noté que mis piernas se movían solas y avancé hasta enganchar a Mike del cuello de la camiseta. Él ni siquiera se molestó en defenderse, solo levantó las manos.
—No significó nada —me aseguró casi al instante, encogiéndose—. Fue... un error... no quería...
—Un error —repetí con un nudo en la garganta.
Había besado a la chica que quería, había traicionado mi confianza... y para él era solo un error.
Nunca me pediría perdón, estaba seguro. Era incapaz de asumir que había hecho algo mal. Solo giraría las cosas para hacerme creer que era una mala persona por enfadarme con él.
Pues, ¿sabes qué? Que estaba harto. Harto de su mierda. Y de estar siempre disponible para él cuando no podía recordar ni una maldita vez en que él hubiera estado ahí para mí.
—Sí. Lo fue —insistió en voz baja—. Eh... mira, sé que es difícil de explicar, pero...
—¿Y qué quieres explicarme? —espeté—. ¿Lo mismo que me explicaste hace cinco años, o lo de hace dos años con esa?
Señalé a Lana sin mirarla antes de volver a centrarme en él.
—No es lo mismo —murmuró Mike.
Oh, el problema era que, precisamente, sí era lo mismo. Claro que lo era. Maldito egoísta de mierda.
—¡Claro que lo es! —solté, enfadado—. Es exactamente lo mismo. Contigo, siempre es lo jodidamente mismo.
—Chicos —escuché decir a Sue detrás de mí—, creo que lo que deberíamos hacer ahora mismo es calmarnos e intentar hablarlo antes de...
Oh, no. Estaba harto de que todo el mundo defendiera solo por pena a ese imbécil cuando hacía algo mal. Harto.
No iba a seguir aguantándolo. Se merecía que alguien le dijera las cosas tal y como eran por una maldita vez en su vida.
—Cállate, Sue —le solté, furioso—. Este no es tu maldito tema. No te metas.
—Vale —me dijo Mike, ya nervioso—, mira, sé que parece...
Y ahí estaba. Ninguna disculpa. Solo excusas.
No se sentía culpable, ¿verdad? Simplemente era incapaz de asumir que había hecho algo mal y disculparse conmigo por ello. Solo sabía sacar excusas para hacer que los demás se sintieran culpables.
—Oh, déjate de excusas de mierda —mascullé y lo solté bruscamente de la camiseta.
Necesitaba alejarme de él. Nunca había querido golpearlo... hasta ese momento, y no iba a hacerlo. No quería reaccionar como sabía que habría reaccionado mi padre.
Intenté calmarme, lo juro.
Pero cuando vi que abría la boca y supe, por su expresión, que iba a soltarme alguna excusa... no pude más.
No. Ya no iba a seguir aguantando esto.
—¡Cierra la boca de una maldita vez, Mike! —espeté, acercándome a él—. Y no vuelvas a abrirla. Lo único que sale de ella son mentiras. Y cada vez peores. No sé ni por qué me molesto en seguir dándote oportunidades si está claro que lo único que te importa eres tú mismo.
—Eso... no es verdad...
—Sí, sí lo es —exploté. Demasiados años aguantándome. Demasiado rencor acumulado—. En toda tu maldita vida, no te he visto haciendo nada que no fuera ser un imbécil egoísta. Y no solo conmigo, sino con todo el mundo. Haces lo que te da la gana, luego lloras para que te perdonen y nunca piensas en los demás. Nunca. Solo en las cosas que te afectan a ti. Y luego te preguntas por qué no tienes novia. Pues claro que no la tienes. ¡Ni la tendrás nunca! No sabes querer a nadie. Y no te mereces que nadie te quiera.
Di un paso atrás. Me temblaban las manos de lo enfadado que estaba, así que apreté los puños mientras Mike respiraba hondo y me miraba.
—Mira —empezó en voz baja—, sé que ahora estás enfadado y...
—No sabes nada —le aseguré en voz baja, negando con la cabeza—. Nunca has sabido una mierda, Mike.
Y, entonces, me tensé de pies a cabeza al notar una mano conocida rodeándome el brazo.
—Jack —me dijo Jen con un hilo de voz—, hablé con él y realmente creo que...
No sé qué me jodió más, que lo defendiera a él... o que me hubiera ocultado todo esto.
Me zafé bruscamente de su agarre y ella se quedó pálida. Estaba tan enfadado que me dio absolutamente igual.
—¿Y cuándo hablaste con él? —espeté.
—Cuando... cuando estuviste de viaje.
—Es decir, que hace más de un mes —intenté calmarme al hablar con ella, pero era imposible—. Y no me dijiste nada.
—Yo...
—Dijimos que nada de secretos.
Jen tragó saliva, jugando con sus manos. Parecía que iba a ponerse a llorar en cualquier momento, pero no me moví de mi lugar.
—Lo sé, pero...
—Dijimos que nada de secretos —repetí, señalándola—. Y yo he cumplido con mi maldita palabra. ¿Puedes decir tú lo mismo?
—Jack... te juro que iba a contártelo, p-pero... con todo lo del bebé... y la boda... se me olvidó y...
—Y no lo hiciste —deduje en voz baja.
—¡No es como... como lo ves tú ahora mismo!
—¡Lo único que veo es que este imbécil no ha cambiado, y nunca lo hará, y por algún motivo tú sigues insistiendo en defenderlo!
—¡No lo estoy defendiendo, solo estoy...!
—¡Me dijiste que nunca volveríamos a guardarnos secretos!
—¡Lo sé, lo siento, pero...!
—¡No quiero oír tu maldito pero! —le espeté, furioso—. ¡Me da igual! ¡Solo te pedí una cosa! ¡Solo una! ¡Y no has sido capaz de cumplirla!
—¡Quería hacerlo!
—¡Y no lo hiciste! ¡Igual que la primera vez que querías decirme la verdad, pero tampoco lo hiciste! ¡Y te fuiste! ¡Y no supe nada de ti en un año entero!
—¡No es lo mismo, Jack!
—¡Claro que no es lo mismo, porque esta vez hay más gente implicada y no has podido guardar tu maldito secreto!
Me di la vuelta. Necesitaba salir de ahí. Urgentemente. Me sentía como si no pudiera ni respirar.
No me lo podía creer. Lo sabían todos. Todos. Y nadie había dicho nada. Me jodía hasta tal punto que...
Un momento.
Me detuve en seco.
¿Y si no era el único secreto que había sabido más gente?
Jen no se habría ido por un año entero sin confesárselo a alguien. La conocía. La conocía tan bien que no entendía cómo no había llegado antes a esa conclusión.
Y... ¿a quién se lo habría contado yo para estar seguro de que me guardaría el secreto bajo cualquier circunstancia?
Solo se me ocurría una persona.
Me giré hacia Will, respirando entrecortadamente.
—¿Lo sabías? —le pregunté en voz baja.
Él me miraba con cautela, pero cambió su expresión a una de confusión absoluta.
—¿Qué?
—¿Sabías por qué se fue un año? ¿Lo sabías?
Will y Jen intercambiaron una mirada, lo que hizo que la cabeza empezara a darme vueltas y me doliera ese punto exacto que no me había dolido en meses... y solo sabía calmar con la droga.
No, ahora eso no. Intenté centrarme, pero mi cabeza era un hervidero de ideas confusas, y solo podía mirar fijamente a Will con la esperanza de que lo negara.
Y no lo hacía:
—Mira —empezó él con voz suave—, creo que no hace falta sacar eso ahor...
—Lo sabías —confirmé en voz baja, con el nudo de mi garganta aumentando—. Estuve un año entero preguntándote qué demonios había hecho mal y tú repetiste mil veces que no te había dicho nada. Y lo has sabido todo este maldito tiempo.
Y Will, por primera vez desde que nuestra amistad empezó, agachó la cabeza sin ser capaz de mirarme a la cara.
—Jack —murmuró Jen—, vamos...
—No —la detuve bruscamente, mirándolo a él—. Di sí o no, ¿lo sabías?
Tras lo que pareció una eternidad, sentí que mis puños se crispaban cuando él asintió una vez con la cabeza.
—Sí —confirmó en voz baja.
No supe cómo reaccionar. No supe muy bien lo que quería hacer.
Bueno, sí. Salir de ahí. Alejarme de todos ellos.
—Que os den —dije en voz baja—. Que os den a todos.
Me di al vuelta y, sin mirar atrás, cerré de un portazo.
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