Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 2

El concierto de Mike me apetecía casi tanto como lanzarme por la maldita ventana.

Me puse la sudadera y salí de la habitación, mirando mi móvil. ¿Por qué seguía hablándome la chica de la otra noche? En fin... la ignoré y me centré en Sue y Will, que estaban charlando en la cocina. Se callaron al ver que llegaba sin molestarse en intentar ocultarlo.

—¿Qué? —enarqué una ceja.

—Nada —Sue sonrió ligeramente—. Solo hablábamos de tu pequeña sequía.

—¿Mi pequeña sequía? —pregunté, entrecerrando los ojos.

—La compañera de habitación de Naya estaba anoche contigo en la habitación —me dijo Will—. Naya dice que no hicisteis nada.

—¿Y vosotros qué sabéis? —sonreí de lado, acercándome para robar una golosina de la bolsa de Sue—. A lo mejor es silenciosa.

Espero que no.

—Es obvio que no hiciste nada. La chica no se fue con las bragas en el bolsillo o el pelo hecho un asco —Sue puso los ojos en blanco y me quitó la bolsa cuando fui a robar más.

—Bueno, no hice nada. Es verdad.

—¿Y te encuentras bien? —ella parecía horrorizada—. Creo que es la primera vez desde que te conozco que no haces eso con una chica que entra en tu habitación.

—Simplemente, no me apetecía.

La mayor mentira de mi vida.

Will me estaba mirando fijamente. Suspiré.

—¿Qué?

—A Naya le cae bien —remarcó.

—Pues me alegro por ella.

—Ross, sabes lo que quiero decir. No quiere que la espantes.

—¡No espanto a nadie! Solo vi unas películas con ella.

—Vi cómo la mirabas —él frunció un poco el ceño—. No es una chica cualquiera. Es la compañera de Naya. Ya le hiciste lo mismo con Lana. No le arruines las cosas con esta chica.

—¿Le hice lo mismo con Lana? ¡Solo salí con ella!

—Y ha terminado en Francia —Sue sonrió ampliamente.

—Lo que quiero decir es que esta noche va a venir Jenna y...

—Espera —lo detuve—, ¿va a venir?

Él frunció el ceño al ver mi sonrisita.

—Ross...

—¿Qué? ¿No puedo alegrarme? Me cayó bien.

—Nunca me meto en lo que haces con esas chicas, pero no hagas lo mismo con ella.

—Ni se me había pasado por la cabeza.

Sonreí ampliamente y agarré las llaves y la chaqueta. Los escuché siguiéndome mientras subía al ascensor repasando mentalmente cada detalle de los vaqueros estrechos y el jersey que había llevado. Esperaba que se pusiera algo más ajustado. O quizá no. Sería más fácil controlar los ojos si no lo hacía.

Al llegar a la residencia, nos tocó esperar diez minutos, como siempre. Miré la hora en el móvil, un poco más impaciente de lo que debería.

—Voy a ver... —empezó Will.

—Voy yo —lo corté, saliendo de un salto.

—¡Ross! —intentó protestar.

Lo ignoré, metiéndome en la residencia tan rápido como pude. Chris dio un respingo al verme llegar.

—¡De eso nada! ¡Las visitas no autori...!

—Solo serán veinte segundos, Chrissy.

—¡Nunca son solo veinte segundos!

—Voy a ver a mi futura novia, amargado, déjame en paz.

—¿Amargado...? ¡Ross, vuelve aquí!

Otro al que ignoré completamente. Subí las escaleras y crucé el pasillo. Esbocé una sonrisita al llamar a la puerta con los nudillos. Estaba mentalmente preparado para enfrentarme a una Naya cabreada, pero me enderecé de golpe cuando vi que era Jenna quien abría la puerta.

Me tomé un breve momento para recorrerla. Llevaba unas zapatillas, unos vaqueros rotos y... un jersey ajustado.

Gracias.

Tuve que centrarme para levantar la mirada a sus ojos y fingir aburrimiento.

—No es por meter prisa, pero Sue se está poniendo nerviosa. Y yo no pienso responsabilizarme de lo que haga.

Ella sonrió y tuve el impulso se acercarme, pero me conformé apoyando una mano en el marco de la puerta.

—Naya se está...

—¡ME ESTOY MAQUILLANDO!

—¿Por qué me da la sensación de que ya he vivido esto? —negué con al cabeza—. Ah, sí, porque pasa cada vez que queremos salir.

Creo que Naya me dijo algo, pero yo estaba demasiado ocupado viendo que Jenna esbozaba una sonrisa divertida. Se había pintado los labios de rosa.

—Puedes intentar convencerla de que no necesita retocarse —me abrió la puerta—. Ya lo he intentado yo.

Oh, no. No iba a entrar. Si lo hacía, no podría seguir disimulando. Respiré hondo para centrarme. Teníamos que ir al maldito concierto.

—No, tengo un método más efectivo —le aseguré—. ¡Si en cinco minutos no estás lista, nos vamos sin ti, y no pienso decirte si Will mira a las chicas del bar!

Apenas tardó dos segundos en salir.

—Lista.

Negué con la cabeza cuando desapareció por el pasillo. Jenna cerró la puerta a su espalda.

—¿Has pensado en ser profesor alguna vez? —me preguntó, acercándose—. Tienes autoridad.

—Y falta de vocación.

Fue una de las pocas veces en mi vida que no sabía qué más decirle a una chica. No supe llenar el silencio. Mierda, ¿qué me pasaba? Fui directo a las escaleras para no mirarla y escuché que me seguía. Chris me observó como si hubiera matado a alguien cuando pasamos por delante de él.

—Han sido más de veinte segundos.

—Vamos, Chrissy, las visitas cortas están permitidas —puse los ojos en blanco.

—Que no me llames Chrissy. Además, ¡en el momento en que oscurece fuera, se considera horario nocturno! Y no debe haber visitas sin planificar por la noche, Jennifer.

Lo estaba matando con la mirada cuando Jenna, a mi lado, pareció completamente descolocada.

—Si solo han sido dos minutos.

—La ley es la ley y debe respetarse.

La ley es la ley y debe respetarse —lo imité mientras le sujetaba la puerta.

Jenna se rio y Chris nos miró con mala cara, pero no me importó. Estaba disfrutando de las vistas mientras ella iba hacia el coche delante de mí.

—¿Y si aceleráis el paso? —protestó Sue.

Oh, cállate.

Al menos, conseguí sentarme a su lado en el coche. Había decidido no conducir precisamente por eso. En el bar, parecía un poco distraída mirando el grupo que precedía a mi hermano. Vi su pequeña mueca y casi me entraron ganas de reírme.

—¿Es tu amigo? —me preguntó, girándose.

¿Mi amigo? ¿No le habían dicho que era mi hermano? Bueno, había llegado el momento de divertirse un poco.

—Sí. ¿A que es bueno?

Ella abrió la boca, un poco sorprendida. Se apresuró a enderezar la conversación.

—Sí. Son muy... eh... especiales.

—Lo sé. Nunca habías oído algo así, ¿verdad?

—No —murmuró en voz baja—. Desde luego que no.

No pude evitarlo y empecé a reírme, haciendo que me clavara una mirada sorprendida.

—Mientes muy mal —aseguré, sentándome a su lado y acercando mi silla a la suya sin siquiera darme cuenta.

—No miento mal —protestó, cruzándose de brazos.

Mi mirada se clavó irremediablemente en sus brazos, que al cruzarse habían subido un poco sus pechos. Enarqué una ceja, más interesado.

—¿Cuánto tocan ellos? —Naya dejó la carta en la mesa de un golpe, mirándome fijamente.

Suspiré y volví a levantar la mirada.

—Se supone que hace treinta y cinco minutos —dijo Will—. Supongo que habrán llegado tarde.

—Qué novedad —puse los ojos en blanco otra vez.

Mi hermano no tardó en salir. Puse una mueca al verlo aparecer medio desnudo con todas esas chiquillas gritándole emocionadas. Jenna abrió los ojos de par en par. 

—Van vestidos de forma... peculiar.

—¿Van vestidos? —mumuré.

Tantos años y seguían obligándome a ir a ver sus tonterías.

El concierto terminó y Mike se bajó de un salto del escenario, viniendo directo a nuestra mesa. Mi mirada fue inmediatamente a Jenna, que estaba dándole un torpe sorbo a su cerveza. Mike ni la vio. Menos mal. Lo último que necesitaba era que se fijara en ella.

—¿Qué tal? —me preguntó mi hermano—. ¿Te ha gustado?

Suspiré. No quería sacar todo mi mal carácter tan rápido.

—Fascinante.

—Sí, ¿verdad? ¿Y a vosotros?

Los demás pusieron caras de circunstancias.

—Ha estado bi... —intentó decir Jenna.

—¿Y tú quién eres?

Oh, no.

Me tensé al instante en que Mike clavó sus ojos hambrientos en Jenna, que parecía completamente incómoda.

—Creo que no te tenía fichada —le dijo, el muy idiota.

—Normal, no soy una ficha.

Parpadeé, sorprendido, y miré Jenna. Cuando nuestras miradas se cruzaron, tomé un trago de cerveza para disimular la sonrisa. Ella frunció un poco el ceño cuando Mike arrastró una silla entre nosotros.

—Soy Mike —se presentó él—. Soy el hermano de este idiota.

Genial. Menuda impresión se llevará de mí.

—¿Sois hermanos? —parecía perpleja.

—Desgraciadamente —la miré—, sí.

—No se parecen en nada —remarcó Will.

Pero Mike estaba centrado en su labor. Tuve que hacer esfuerzos monumentales para no apartarlo de un manotazo y espantar a Jenna.

—¿Y tú cómo te llamas? —le preguntó, inclinándose.

Bueno, nunca he tenido mucha paciencia.

—Nada que te importe —le dije de malas maneras—. Ya he cumplido, así que dile a mamá que no tengo que venir a ver esta mierda hasta dentro de un año.

—Mamá estará muy contenta de que me hayas traído nuevos fans. Deberías apoyar más a tu hermano mayor, Ross.

—Lo haré el día que hagas algo que valga la pena apoyar.

Vi que Jenna entreabría los labios, sorprendida, y me arrepentí al instante. Mike captó mi mirada y entrecerró los ojos, divertido.

—¿Es tuya?

Será una broma.

Abrí al boca para decir algo, pero me detuve cuando Jenna se me adelantó.

—No soy de nadie, gracias. Y si fuera de alguien, sería de mi madre, que para eso me parió.

Creo que sonreí cuando todo el mundo se quedó en silencio. Mike se había quedado sin palabras. ¿Alguna vez lo había visto así? Lo dudaba mucho.

Vale, definitivamente, me gustaba esa chica. Me daba igual Naya, Will y todo lo demás. No podía evitarlo.

—Qué carácter, chica —reaccionó por fin mi hermano.

—No la molestes —le dijo Naya—. Eres muy pesado, Mike.

Y dejé de escuchar porque Jenna había bebido de su cerveza y se había dejado los labios húmedos. Se me secó la boca cuando se pasó un dedo por debajo del pintalabios para secarse, asegurándose de no quitarlo. Y no supe si quería limpiarle yo la boca o hacerle un desastre. Creo que prefería la segunda.

Volví a centrarme cuando Mike se alejó y Jenna me miró de reojo.

—No lo soporto —estaba diciendo Naya—. Lo siento, Ross, pero...

—No te preocupes, siento lo mismo —le aseguré.

—¿Y qué hacemos aquí? —me preguntó Jenna.

Aparté la silla de Mike para volver a acercarme disimuladamente mientras hablaba.

—Mi madre quiere que venga a verlo, al menos, una vez al año. Es la única forma de que no me moleste con él el resto del año.

Ella pareció sorprendida, pero no dijo nada.

—¿Cómo están tus padres? —me preguntó Will.

¿Por qué teníamos que hablar de ellos ahora? Yo quería hablar del pintalabios de la chica que tenía sentada al lado. Pero tuve que conformarme.

—Bien, como siempre. Mi madre sigue pintando líneas en un lienzo y llamándolo arte abstracto, y mi padre sigue leyendo para no morirse del aburrimiento.

—¿Tu madre es pintora? —a Jenna se le iluminó la mirada.

Me quedé mirándola un momento y tuve que centrarme en Mike para poder seguir la conversación.

—Eso se llama a sí misma. Aunque está claro que lo de artista no es hereditario. Mike lo ha demostrado esta noche.

Mientras salíamos del local, me deslicé disimuladamente hacia Will mientras Naya, Sue y Jenna se adelantaban.

—Dame las llaves —le dije en voz baja.

—¿Ahora? —preguntó, enarcando una ceja.

—Sí, déjame conducir.

—¿Por qué? —pareció curioso.

—Por nada. Solo dámelas.

—No será para llevar a Jenna a la residencia, ¿no?

Le quité las llaves rápidamente y le dediqué una sonrisa divertida.

—¿Cómo puedes pensar eso de mí?

—No dejas de mirarla fijamente como si quisieras arrancarle la ropa, tío. Deberías disimular un poco más. Tienes suerte de que Naya no se haya dado cuenta. Creo que ella tampoco, pero es cuestión de tiempo que...

—Tranquilo, abuelo, no se dará cuenta hasta que no sea estrictamente necesario.

Él puso los ojos en blanco.

—Por cierto —Will se cruzó de brazos—, ¿qué es eso de que tuviste que pedirle las llaves a Chris para dejar las cosas de Naya? ¿Yo no te había dado unas?

En lugar de responder, hice un gesto hacia el coche, malévolo.

—Venga, vamos a casa. Tengo sueño.

—Eres un caso perdido —murmuró Will, siguiéndome.

Jenna se subió a mi lado y me distraje un momento mirando sus rodillas. Conduje en silencio —con el estéreo de los besos de esos dos y los gruñidos de Sue de fondo— y me detuve delante de nuestro edificio. Jenna pareció dudar un momento cuando nos quedamos solos.

—¿Te llevo? —ofrecí.

Di que sí. Di que sí. Di que sí.

Ella me dedicó una pequeña sonrisa y yo apreté la mano en el volante.

—Si no te importa.

Te aseguro que no me importa.

Vi que Naya se detenía en medio del vestíbulo del edificio, nos miraba y hacía un ademán de acercarse para decirme cosas poco agradables. Aceleré enseguida. De hecho, iba tan distraído que no me acordé de que estaba conduciendo como un loco. Vi de reojo que ella se aferraba al asiento con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Conduciendo, me recuerdas a mi hermano mayor.

Fruncí un poco el ceño.

—¿Y eso es bueno?

—Parece que tenéis las mismas ganas de tener un accidente.

Frené un poco al instante, riendo. Me gustaba su sentido del humor. Me recordaba al mío. Vi que sus manos se alejaban del asiento y se las puso encima de las rodillas.

Necesitaba hablar de algo para no centrarme en eso. Lo que fuera.

—¿Qué tal tu primer día de clase? —solté sin pensar.

Sí, el mejor tema de conversación del mundo, imbécil.

—Aburrido. Presentaciones. Profesores aburridos. Mala combinación. ¿El tuyo?

—Yo no he tenido presentaciones. Es mi segundo año.

—¿No has cambiado de profesores?

—Técnicamente, yo no estoy haciendo una carrera. Solo dura dos años. Son los mismos profesores y alumnos que el año pasado.

—Oh.

¿Por qué me gustó tanto la manera en que me miró? ¿O la manera en que su boca se movió para formar esa última palabra? Me obligué a centrarme en la carretera a pesar de tener sus ojos castaños brillantes sobre mí.

—¿Y qué harás cuando termine este año?

Creo que era la primera vez que alguien me preguntaba eso. Dudé un momento, un poco sorprendido.

—Supongo que lo sabré cuando termine este año —le dediqué una pequeña sonrisa.

—¿No tienes nada pensado? —sonaba perpleja.

Si te dijera lo que tengo pensado...

—Sí. Tengo pensado acabar el año. Después, improvisaré —la miré de reojo—. ¿Y tú qué tienes pensado cuando termines tus magníficos años de filología?

Sonrió un poco.

—Pues... espero tenerlo claro para entonces. En el peor de los casos, me veo a mí misma enseñando a niños de catorce años a diferenciar determinantes de adverbios.

—Un futuro esperanzador.

—Espero no terminar así.

Yo sé cómo quiero terminar contigo.

Vale, tenía que relajarme un poco.

—¿Y no hay nada que te guste? —pregunté.

—Nada especialmente.

¿En serio? ¿De dónde había salido esa chica?

—Pero... eso es imposible. Tiene que haber algo que destaque. Aunque sea un poco.

—No lo creo.

—¿Y qué se supone que has estado haciendo los últimos dieciocho años de tu vida?

—Pues... intentar sobrevivir a mis hermanos, aprobar el curso y ahorrarme broncas de mi madre.

Sonreí, negando con la cabeza. 

—Tiene que haber algo —insistí—. Siempre lo hay. Quizá, todavía no lo has encontrado.

—Espero que sea eso.

Y sonaba realmente perdida. Detuve el coche y la miré. Su mirada estaba clavada en el frente. Estaba pensativa. Pensé en estirar el brazo y colocarle el mechón de pelo que se le había vuelto a salir, pero me detuve cuando me dedicó la sonrisa más jodidamente tierna que había visto en mi vida.

—Gracias por traerme.

Mis ojos vagaron hacia abajo. Joder, ¿era consciente de lo bien que le sentaba ese jersey? 

—No hay de qué, chica sin hobbies.

Me puso una mueca que le arrugó un poco la nariz y tuve que contenerme para no adelantarme y atraerla para besarla. ¿Qué demonios me pasaba?

—Te sienta bien el rojo —no pude evitar destacarlo.

Mierda, ¿me había pasado? Solo era un cumplido, pero se miró a sí misma como si fallara algo. Aparté la mirada y tragué saliva con fuerza. Me daba la sensación de que la sequedad de boca no era por la cerveza, sino porque su maldito perfume floral flotaba por todo el coche y estaba haciendo las cosas mucho más complicadas de lo que ya eran.

—Buenas noches —murmuré sin mirarla.

Ella me observó unos instantes.

—Buenas noches, Ross.

Me giré cuando estuve seguro de que había bajado del coche y me quedé mirando su culito moviéndose cuando iba hacia la puerta. En cuanto desapareció en el edificio, bajé la ventanilla y dejé que el aire frío me diera en la cara.

***

Había estado con nosotros toda la tarde en la tienda de cómics y admito que me había embobado varias veces viendo cómo jugueteaba con el cordón de su sudadera gris. ¿Por qué me dejaba tan embobado solo moviendo un dedo? Era ridículo.

Aceptó volver a casa con nosotros y tuve que hacer esfuerzos por no acercarme a ella por el pasillo hacia mi habitación. La sudadera y el pelo se le habían mojado. Ahora, se le pegaban al cuerpo y yo tenía la boca seca por ver la forma de su cintura y sus pechos —por fin—. Verla en mi habitación era todavía peor. 

Pero me centré en abrir mi cómoda y buscar sudaderas pequeñas. Quería verla con mi ropa. Aunque sonara a bobada. Quería verlo.

—Seguro que mi madre está convulsionando ahora mismo en casa —murmuró.

La miré de reojo.

—Siempre hablas de tu familia como si tu madre fuera histriónica.

Ella soltó una risa suave que hizo que su pecho se sacudiera y cerré los ojos un momento de centrarme en la cómoda.

Vamos, mente fría.

—No lo es. Pero se preocupa mucho. Muchísimo. Demasiado.

—¿Y eso es malo? —le enseñé las cuatro sudaderas—. Elige la que quieras. Son las más pequeñas que tengo.

Y necesitaba que se pusiera algo. Urgentemente. Porque en ese momento solo llevaba una camiseta interior de tirantes de la cual no podía apartar los ojos.

Vale, tenía que echar un polvo pronto. Desde que la había conocido, no lo había hecho con nadie. Iba a terminar volviéndome loco.

—No es malo —me dijo ella, pero ya no sabía ni de qué hablaba—. Pero puede llegar a agobiar. ¿Tu madre no te llama continuamente para saber cómo estás?

—No me llama mucho —fingí un bostezo para calmarme—. Pero nunca ha sido de las que llaman para ver cómo estás. Al menos, no demasiado.

No veía a mi madre preocupándose tanto por mí. Solo lo hacía por Mike.

Me distraje cuando me enseñó una amplia sonrisa que me hizo sonreír a mí también. Sujetaba la sudadera de Pumba. Era la que había elegido expresamente. La que había tenido en mente desde que habíamos visto la película.

—No sé por qué, pero me imaginaba que elegirías esa —murmuré.

Esta vez no aparté la mirada cuando se estiró para ponérsela. De hecho, me entraron ganas de golpearme a mí mismo por haberle dado más ropa. Sin embargo, la visión de ella con algo mío hizo que, por algún motivo, valiera la pena.

—Venga, vamos —me sonrió, pasando por mi lado y dejando una suave ola de perfume a su paso que esperaba que no desapareciera cuando se marchara esa noche.

No pude volver a hablar con ella. Naya nos contó no sé qué de una invitación de una chica. Will la llevó a la residencia y yo me quedé en el sofá con mala cara. Miré mi móvil varias veces, pensativo, pero supuse que no querría que la molestara justo después de irse. Suspiré y fui a la habitación.

Apenas llevaba durmiendo unas horas cuando el móvil empezó a sonar. Como fuera el idiota de Mike...

—Seas quien seas... ¿sabes qué hora es?

—Necesito tu ayuda.

Me tensé al instante en que escuché la voz de Jen. Un momento, ¿por qué la llamaba Jen? Bueno, no importaba. Lo que importaba era que sonaba asustada. Y no me gustó nada.

—¿Jen?

—Sí. Soy yo —suspiró suavemente—. ¿Puedes hacerme un favor?

La pregunta es si podría decirte que no.

—¿Qué pasa? —ya me había incorporado.

—Naya me ha llamado llorando para que fuera a buscarla, pero... eh... ¿crees que podrías acompañarme a buscarla?

Puse una mueca de decepción. ¿Era esa clase de favor? 

Lástima. Yo que ya iba a por condones...

—¿Y Will?

—Ha dicho que no quería que le dijéramos nada.

—¿Sabes lo que me hará si se entera de que no le he avisado?

—Lo mismo que me hará Naya a mí si Will se entera de algo.

—Deberíamos avisarlo y...

—Ross —susurró—, por favor.

Mierda.

Mierda, ¿por qué no podía decir que no? ¿Por qué me gustó tanto la forma en que pronunció mi nombre? Cerré los ojos con fuerza.

—En cinco minutos delante de tu residencia.

—Gracias, Ross —sonó tan aliviada que lo único que quise hacer fue ir a besarla hasta que se le pasara la preocupación, pero dudaba que eso fuera a calmarla mucho.

—Si, en el fondo, soy una persona caritativa —murmuré.

Bueno, siendo positivo, al menos tenía una excusa para verla otra vez.

Me puse de pie y se froté los ojos perezosamente. Seguía medio dormido cuando crucé el pasillo escuchando los ronquidos de Will. Estaba claro que no iba a despertarse en un futuro cercano. Agarré las llaves y bajé rápidamente al garaje.

Ella estaba de pie delante de su residencia con el móvil en la mano y me quedé embobado un momento cuando vi que seguía llevando mi sudadera puesta. Y unos pantalones cortos. Casi empecé a babear como un idiota. Se acercó cuando vio mi coche y se subió a mi lado. Su expresión estaba un poco crispada por la preocupación. Me gustaba más cuando sonreía.

—Los rescatadores —intenté bromear.

No tardé en darme cuenta de que no estaba por la labor, así que decidí dirigir la conversación por otro lado. Y aceleré un poco. Después de todo, no sabía qué le pasaba a Naya.

—¿Qué le ha pasado?

—No me lo ha dicho. Pero sonaba bastante mal.

—¿Y por qué no quiere que Will se entere?

Ella esbozó media sonrisa, mirándome.

—La conoces más que yo, deberías decírmelo tú.

Bueno, su humor había mejorado. Aproveché la ocasión.

—Bonito atuendo.

No seguí mirándola —más que nada, para no matarnos—, pero vi de reojo que se echaba una ojeada a sí misma. Habría apostado lo que fuera a que se había ruborizado.

—Es que no sabía que ponerme —empezó a decir rápidamente—. Pero... te la lavaré y te la devolveré, te lo aseguro.

Prefiero que te la quites a secas.

—Me fío de ti —dije, sin embargo.

—Es que...

—Puedes quedártela. A mí me va pequeña —mentí—. Y a ti te queda bien —ahí no mentí.

—Pero... —parecía confusa—, es tuya.

—Ya no. Ahora es tuya.

Se quedó mirándome un rato con aire pensativo antes de volver a centrarse en la carretera. Me dijo que me detuviera en una calle llena de grupos de gente algo más joven que nosotros bebiendo y nos bajamos juntos. No pude evitar media sonrisa cuando volví a ver sus pantalones cortos. 

Por favor, que no se los quitara nunca. 

O sí. Pero solo en mi habitación.

—¿Qué buscamos? —pregunté, metiéndome las manos en los bolsillos. ¿No se estaba congelando con esos pantalones cortos?

—Un edificio amarillo muy feo.

Vi un grupo de chicos mirándola desde lejos, pero ella ni siquiera se dio cuenta. Estuve a punto de decirle que se pusiera a mi otro lado, pero ya era demasiado tarde. Entrecerré los ojos cuando uno de ellos se giró descaradamente cuando Jen pasó por su lado, mirándole el culo. Oh, no. Eso no.

—Bonitos calcetines —le dijo con una sonrisa.

Vi que Jen seguía andando en un intento de ignorarlo, pero yo no fui capaz de hacerlo. No sé cómo no lo agarré del cuello de la camiseta. Imbécil.

—Bonita cara. Cierra el pico si quieres conservarla.

No me giré a mirar su reacción. Que viniera si quería. Me coloqué al lado de Jen, que miraba encima de su hombro con sorpresa. Sus ojos grandes y castaños se clavaron en mí con sorpresa. Mierda. No quería que conociera esa parte de mí todavía.

—¿Acabo de descubrir tu lado oscuro? —preguntó, medio en broma. 

Pero podía notar cierta sorpresa en su voz. No sabía si eso era bueno o malo, así que me apresuré a arreglarlo.

—Soy un hombre peligroso —bromeé.

Por su sonrisa deduje que había funcionado. Ella siguió andando y yo suspiré, aliviado. 

Entonces, Jen aceleró el paso y vi que se acercaba a Naya, que estaba sentada en la acera con cara de haber llorado. Oh, a Will no le gustaría eso de no avisarlo. Iba a matarme si se enteraba. Me acerqué también a ella con el ceño fruncido.

Los ojos de Naya parecían temerosos cuando se clavaron en los míos.

—¿Ross? ¿No habrás...?

—Me ha hecho jurar que no le diré nada a Will —señalé a Jen con la cabeza.

Y Naya la abrazó, contándonos lo que le había pasado. Algo de un collar y una piscina. Tampoco necesitaba muchos detalles para suponer lo demás. Jen la miraba con una mueca de impotencia que no me gustó.

—¿Quieres mi chaqueta? —le ofreció.

De eso nada. Ya llevaba pantalones cortos. A ese paso iba a volver a la residencia con una pulmonía.

—En mi coche hay de sobra —aseguré, haciendo un gesto a Naya para que se acercara—. Vamos, Naya.

—Sí, no quiero pasar un segundo más aquí...

Le puse un brazo por encima del hombro. Pobre chica. Estaba helada. Lástima que yo tampoco llevara una chaqueta encima. Empecé a dirigirme al coche con ella, pero me detuve cuando noté que Jen no estaba a mi otro lado. De hecho, no se había movido.

—¿Y por qué lo ha hecho? —preguntó ella.

Naya la miró, extrañada.

—Le gusta reírse de los demás. Supongo que la hace sentirse mejor consigo misma.

—¿Y te has quedado sin nada? ¿Sin móvil, sin dinero...?

—Todo se ha jodido cuando lo han tirado a la piscina.

Jen clavó los ojos en la casa y vi que se le crispaban los labios. Oh, no. Iba a hacer algo muy estúpido, ¿verdad? Conocía esa cara. Era la que ponía yo justo antes de meterme en una pelea innecesaria.

—Eso no es justo —murmuró.

—Lo sé —dijo Naya en voz baja.

—¿Y tu collar?

—Fue el primer regalo que me dio Will —ella agachó la cabeza. Sí, recordaba haber ido a tres malditas tiendas diferentes porque no encontraba nada que le gustara del todo, el muy pesado—. Por mi cumpleaños.

—¿Te lo ha roto?

—No. Se lo ha puesto.

Jen parpadeó, incrédula.

—¿Y no le has dicho nada?

¿Era una broma? ¿No conocía a Naya? Podía ser muy pesada, pero no se había metido en una pelea en su vida.

—No es tan fácil —dije. Y era verdad. No era fácil plantarte solo delante de varias personas.

—Sí lo es —insistió ella.

—No, no lo es, Jenna —le dijo Naya—. Después de todo lo que pasó en el instituto... me he acordado de lo insignificante que me sentía por ese entonces. Me... me he bloqueado.

Oh, conocía ese sentimiento. Me había surgido demasiadas veces viendo a mi padre. Demasiadas. Intenté alejar esos pensamientos a toda velocidad.

Jen, por su parte, apretó los labios en una dura línea.

—Esperad aquí un momento.

Vi, perplejo, que se daba la vuelta hacia la casa. 

—¿Que esperemos? —preguntó Naya.

—Voy a entrar un momento a por tus cosas y volveré.

¿Era una broma?

—Voy contigo.

—No. Quédate con Naya. Será un momento.

Sí, claro.

—De eso nada. O vamos todos o ninguno.

Naya se mantuvo pegada a mi lado cuando me apresuré a seguir a Jen, todavía un poco perplejo. Abrió la puerta de un empujón y se dirigió al jardín trasero. Se detuvo delante de una chica con el pelo rizado que llevaba el collar de Naya. Creo que se dijeron algo, pero yo tenía la mirada clavada en los amigos de esa chica. Como alguno diera un solo paso hacia ella, se me olvidaría eso de parecer un buen chico.

—¿Te he invitado?

Levanté la cabeza. Jen estaba de brazos cruzados delante de la chica como si fuera un maldito samurái. 

—No. Has invitado a una amiga mía. Se llama Naya. Quizá te suene... llevas puesto su collar.

No me gustaba nada como la estaba mirando su amigo. Dejé que Naya se escondiera un poco a mi espalda, pero yo estaba listo para mandar de un empujón al chico ese a la piscina como diera un solo paso más.

—¿Y eres su guardaespaldas? —la chica sonrió—. No intimidas mucho.

No quería volverme loco delante de Jen, pero no iba a tolerar que ese otro chico se acercara a ella. Intenté centrarme.

—¿Por qué no le devuelves el collar y terminamos con esto? —le enarqué una ceja a la idiota de la chica.

Y su amigo el bajito tuvo que elegir ese momento para meterse.

—Será mejor que os vayáis.

¿Y vas a hacer tú que me vaya? Por favor...

No me hacía ni gracia. Me limité a enarcar una ceja. El chico me dedicó una sonrisita y le mandó un beso a Jen para que yo lo viera. Oh, así que Frodo quería provocarme.

Vale, se acabó. No me iba a ir de esa casa sin el maldito collar. Ya era personal.

—¿Y por qué iba a dártelo? —preguntó la chica.

—Porque no es tuyo —Jen apretó los puños.

—Ahora es mío. Y tú estás en mi casa. Vete.

—No sin el collar —le aseguré.

—No lo repetiré.

—No nos iremos sin el collar —repetí yo.

Frodo se acercó a Jen —que no se dio cuenta— y yo di un paso hacia él al instante.

—¿Por qué os la jugáis por ella? Decidle a la zorra de vuestra amiga que si quiere el collar, vaya ella misma a por él.

Justo en el momento en que ya me daba igual y apretaba un puño —la cara de Frodo estaba en la alineación perfecta para girársela de un puñetazo— me detuve en seco al notar una mano pequeña apoyándose suavemente en mi hombro. Me giré, extrañado, y Jen me apartó con tanta suavidad que le hice caso y dejé que se quedara sola delante de Frodo.

—Qué miedo —sonrió el chico, mirándola de arriba a abajo.

Y, sin más, esa chica pequeña y tierna... le reventó la maldita nariz de un puñetazo.

Entreabrí los labios, perplejo, cuando ella sacudió el pequeño puño con una mueca y el chico empezó a retroceder, sujetándose la zona afectada.

—¡Estoy sangrando, psicópata!

Jen lo ignoró completamente y se giró a su amiga.

—¿El collar?

La chica se lo dio. Ella se dio la vuelta. Yo seguía con la boca entreabierta. No me podía creer que eso acabara de pasar. Era demasiado bonito para ser cierto.

Entonces, Jen me miró con la misma sonrisa dulce que había visto en ella esos días.

—¿Nos vamos?

Quiero casarme con ella.

Me obligué a seguirla. Incluso su culo parecía más perfecto que cuando habíamos entrado. En cuanto estuvimos fuera, no pude evitarlo y me acerqué a ella.

—Le has dado un puñetazo —no pude evitar la sorpresa en mi voz—. En toda la cara.

Ella sonrió divertida y juro que no sé cómo no la besé ahí mismo.

—No ha sido para tanto. Deberías ver a mi hermano Steve. Era boxeador. Me enseñó a golpear, pero no había tenido que ponerlo en práctica hasta ahora.

Mi felicidad momentánea se borró cuando vi sus nudillos rojos. Mierda. Debí haberlo hecho yo, no Jen. No quería que se hiciera daño. Naya la felicitó, pero no la escuché.

—¿Te has hecho daño?

—Un poco.

Tuve que contenerme para no atraerla cuando me ofreció la mano. No quise tocarla. Pero sí que vi los pequeños círculos rojos en tres de sus nudillos. Era cierto, le había dado con los adecuados. Sabía golpear. Otra agradable sorpresa.

A no ser que te golpee a ti.

—Con el puñetazo que le has dado, no me extraña —mascullé, sin saber si reír, llorar o poner mala cara. Opté por sacudir la cabeza. No tenía la mano hinchada. Buena señal—. No parece nada grave.

Naya dijo algo y les ofrecí llevarlas a la residencia —aunque no fuera ahí donde quería ir de verdad, pero eso tendría que esperar—. Ninguno de los tres dijo nada en todo el camino. Yo tarareé unas cuantas canciones y detuve el coche delante de pequeño edificio. Entonces, Naya se asomó entre ambos asientos delanteros para mirarme.

—Supongo que lo de no decir nada a Will sigue en pie, ¿no? —sonrió ampliamente.

—Sí —puse los ojos en blanco.

—¡Eres el mejor! —y bajó del coche.

Esperé un segundo a oír la otra puerta abriéndose. Sin embargo, me giré al ver que Jen no se movía de su lugar, mirándome. No pude evitar fruncir un poco el ceño.

—Gracias por haber venido —murmuró finalmente, retorciéndose los dedos. ¿Estaba nerviosa? ¿Por darme las gracias? ¿En serio?

Bueno, habría que relajar un poco el ambiente. No como me gustaría pero, de nuevo, eso tendría que esperar.

—No querría meterme contigo. He visto los puñetazos que das.

Ella me dedicó una sonrisa un poco tímida y agachó la mirada. No sé por qué, pero me gustó la idea de que se pusiera nerviosa a mi alrededor. Teniendo en cuenta que el alterado siempre era yo, no estaba mal ver que también podía provocar algo en ella.

Pero los nervios terminaron deprisa. Levantó la cabeza y me dedicó otra pequeña sonrisa.

—Buenas noches, Ross.

Vi que se daba la vuelta y bajaba del coche. Cuando entró en el edificio, me obligué a mí mismo a apartar la mirada y volver a casa.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro