Capítulo 16
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Suspiré cuando vi que mi madre me estaba llamando. No tenía muchas ganas de hablar con nadie.
—Mamá —la saludé nada más descolgar.
—Hola, Jackie —pareció confusa—. No suenas muy animado. ¿Va todo bien?
No. Jen se había ido por la mañana y solo había podido hablar con ella por teléfono. Y ahora Jen iba a dormir sola cuando podría estar con ella. No, no estaba todo bien.
—Más o menos —dije, sin embargo—. ¿Qué pasa?
—Bueno... había pensado que como fue el cumpleaños de Jennifer podríamos cenar todos en casa para celebrarlo.
Puse una mueca.
—Mamá, no creo...
—¡He hablado con tu padre! —me aseguró enseguida—. Y va a venir tu abuela, así que si tu padre se pone pesado le dará con el bastón y ya está.
—Mamá, no es eso. Jen no está aquí.
Hubo un momento de silencio.
—¿Os habéis peleado? —preguntó con un sorprendente tono de desilusión.
—No. No es eso... es... —suspiré—. Su abuela... murió ayer. Ha tenido que volver a casa por el funeral.
—Oh, no —murmuró—. Jackie, ¿cómo no me lo has dicho hasta ahora? Tienes que ir.
—Mamá, no creo...
—¿A ti te gustaría que se muriera tu abuela y Jennifer no estuviera ahí para ti en un momento tan complicado?
—Mamá, no quiero molestar a su familia.
Casi pude visualizar que estaba poniendo los ojos en blanco.
—Haz lo que quieras, Jackie, pero yo creo que deberías ir. Si yo fuera Jennifer, querría que fueras.
Lo consideré un momento. Había pensado en ir, pero una parte de mí no estaba muy segura de si Jen realmente me querría ahí. No quería molestarla en un momento así, pero a la vez... mi madre no estaba tan equivocada.
—Sí, tienes razón —murmuré.
—Pues claro —dijo, muy digna—. Si al final decides ir, tu abuela y yo iremos contigo.
—¿En serio?
—Pues claro que sí, hijo —dijo, como si fuera obvio—. Voy a llamar a tu abuela para contárselo, ¿vale? Tú encárgate del vuelo.
—Vale —sonreí un poco.
—Avísame si necesitas que pague algo.
—Mamá, tengo dinero —le aseguré.
—Bueno, pero quiero pagarlo yo.
No iba a ponerme a discutir por eso. Al final, accedí a regañadientes y fui al salón en pijama. Will y Naya estaban abrazados en el sofá mirando una película. Sue estaba leyendo un libro en el sillón.
—Voy a ir a ver a Jen —les dije directamente—. Me voy mañana. Ahora llamaré a Joey para que consiga los billetes de avión.
—¿Los conseguirá tan rápido? —preguntó Sue, sorprendida.
—Esa mujer hace milagros —le aseguré.
—¡Espera! —Naya dio un respingo y me miró—. ¡Yo también quiero ir! Jenna también es mi amiga. No quiero que esté sola.
—Entonces, yo también voy —Will asintió con la cabeza.
Los tres miramos a Sue a la vez. Ella suspiró.
—Pues yo me quedo a controlar que los dos parásitos no hagan explotar la casa en vuestra ausencia —dijo finalmente—. Dadle un abrazo a Jenna de mi parte.
—Nunca me acostumbraré a que Sue sea cariñosa con otro ser vivo —murmuró Naya.
—Contigo no lo seré nunca —le aseguró Sue, volviendo a leer su libro.
Naya le sacó la lengua y Sue le sacó el dedo corazón. Will y yo sonreímos, divertidos.
Me alejé de ellos y llamé rápidamente a Joey, que se hizo cargo de los billetes con una eficiencia tan sorprendente como de costumbre. En menos de media hora, ya teníamos un vuelo para todos. Y nos daría tiempo a llegar al funeral. Solo esperaba que Jen estuviera bien.
***
Dios, parecía que hacía años que no visitaba la casa de los padres de Jen.
La última vez que había estado ahí... había sido justo antes de que todo terminara entre nosotros. Tragué saliva, incómodo, cuando la abuela me puso una mano en el codo.
—Venga, Jackie —me animó—, tu novia va a necesitar un buen abrazo.
—No es mi novia —aclaré, aunque tenía una pequeña sonrisa en los labios.
—Todavía —mi abuela subió y bajó las cejas, y negué con la cabeza.
Las sonrisas se borraron cuando llegamos a la puerta principal. Estaba abierta. Carraspeé y entré el primero al funeral.
Apenas reconocí a nadie. Solo a la familia más cercana de Jen. Estaban todos hablando con invitados, así que ni siquiera me vieron, pero yo solo podía buscarla a ella con la mirada.
Y estaba sentada en el sofá. Estaba tan distraído mirándola que apenas fui consciente de que el imbécil de su exnovio estaba sentado a su lado. Honestamente, en ese momento me daba casi igual.
Esquivé a dos invitados y esbocé una pequeña sonrisa triste cuando nuestras miradas se cruzaron y yo me apresuré a acercarme a ella. No supe muy bien cómo interpretar su expresión. Estaba un poco lívida, con aspecto cansado y, a la vez, tenía una pequeña sonrisa en los labios.
—¿Qué haces aquí? —me preguntó en voz baja.
—No íbamos a dejarte pasar por esto sola —le dije, también en voz baja.
—P-pero... los billetes... yo...
—Soy Steve Jobs, ¿no?
Cuando se le llenaron los ojos de lágrimas, la tentación de besarla casi hizo que me precipitara y lo hiciera, pero me contuve. No era ni el momento ni el lugar. Me limité a sujetarle la cara con las manos y darle un beso en la comisura de los labios.
—Siento no haber llegado antes —murmuré—. Está claro que nadie te ha obligado a comer nada.
No me esperaba que Jen me abrazara con fuerza, pero lo hizo. No era su estilo para nada, pero lo acepté encantado.
Seguramente el abrazo hubiera durado más de no haber sido porque mamá y la abuela se acercaron para saludar a Jen. También tuve que ir a hablar con su familia, aunque en realidad quería volver con ella. La madre de Jen me dio un abrazo con tanta fuerza que por un momento creí que iba a sacar un pulmón por la boca. La verdad es que no me esperaba que fueran a alegrarse tanto de verme.
Tampoco me esperaba que fuera Jen la que se abrazara a mí cuando volví a acercarme a Will, Naya y ella. Le pasé un brazo por encima de los hombros cuando ella levantó la mirada hacia mí.
—¿Habéis dejado la casa a manos de Sue, Mike y Chris? —preguntó, como si me hubiera vuelto loco.
—A veces, hay que tomar algunos riesgos en la vida —bromeé.
—Sabes que, al volver, no va a quedar casa, ¿no?
—Me fío de Sue. No la has visto enfadada.
—¿No? —levantó las cejas, sorprendida.
—No —le aseguré, divertido—. Créeme que no. Yo solo la he visto enfadada dos veces. Da miedo.
La primera vez había sido cuando me había caído una cerveza encima de sus preciados cojines. Casi me había ahogado contra el sofá. Y la segunda fue cuando llevé una chica a casa y vomitó en medio del pasillo. Se escucharon los gritos desde la ciudad de al lado. La pobre chica prácticamente se fue corriendo despavorida.
—Esperamos que Mike no termine con sus nervios, entonces —murmuró Jen.
—O sí —bromeé—. Un problema menos en mi vida.
Jen se apretujó contra mi cuerpo y vi que se tensaba un poco al mirar la cocina. El imbécil de su exnovio estaba ahí con la que supuse que era la amiga de la que tanto había hablado. La miré con curiosidad y nuestras miradas se cruzaron. Cuando ella me parpadeó varias veces y me sonrió dulcemente, no pude evitarlo y le puse una mueca casi de aburrimiento antes de negar con la cabeza y volver a centrarme en Jen.
Pasamos el resto del día en casa de Jen, y los invitados no tardaron en marcharse. Me sorprendió un poco que su madre fuera la primera en ofrecerme dormir con Jen en lugar de compartir habitación con uno de sus hermanos. Después de todo, ya no estábamos juntos.
¿Por qué parecía que todo el mundo quería que volviéramos a estarlo? Solo les faltaba encerrarnos en una habitación a solas.
Bajé a cenar con Jen y ella pareció mucho más animada que cuando había llegado. De hecho, no se despegaba de mí, cosa que no era muy habitual en ella. Normalmente, era yo el que tenía que abrazarla para que se acercara. Ese día era el revés. No dejaba de abrazarme y pegarse a mí. Y, la verdad... me encantaba.
Empezamos a cenar en silencio mientras los demás hablaban entre ellos de cosas que no me importaban. Sonreí cuando la miré de reojo y la pillé mirándome. Se le encendieron las mejillas y fingió que estaba centrada en su plato.
—No sabes disimular, ¿eh? —le dije en voz baja.
—No sé de qué hablas —dijo, enrojeciendo todavía más.
Le puse una mano en la rodilla, divertido, y ella me la devolvió a mi regazo, también divertida. Lo hicimos unas cuantas veces hasta que finalmente ella me sujeto la mano y me dio un beso en la palma, como la primera noche que habíamos dormido juntos desde que ella había vuelto. Después, se la colocó en el regazo y empezó a recorrérmela distraídamente con los dedos.
—Te estás volviendo muy cursi, Mushu —bromeé.
—Yo no soy cursi —masculló, avergonzada.
—Y yo tampoco, pero estás haciendo que lo sea —le aseguré.
—Creo que debería sentirme mal, pero no lo hago —dijo felizmente.
—Yo tampoco lo haría.
Iba a decir algo más, pero Will nos interrumpió cuando se giró hacia nosotros. Bueno, más bien hacia Jen.
—¿Les has contado ya lo del embarazo?
Oh, oh.
Jen congeló sus caricias al instante y yo noté que todo el mundo se quedaba en silencio, mirándonos fijamente.
Bueno, corrijo: el padre de Jen solo me miraba fijamente a mí. Y casi pude sentir como las dagas que me lazaba con la mirada me atravesaban el cráneo.
—¿Embarazo? —repitió lentamente.
No pude evitar sonreír un poco cuando vi la cara de horror de Jen.
—¡Estás embarazada! —chilló mi madre, y no supe muy bien si estaba emocionada o asustada.
—¿Eh? —Jen parecía completamente perdida.
—¡Un bisnieto! —mi abuela dejó la copa sobre la mesa, lamentándose—. Ay, Dios mío, envíame ayuda. La voy a necesitar.
Intenté decir algo, pero la madre de Jen se adelantó.
—¡Otro nieto! Cariño, ¿no habíamos hablado de esto? ¡No tienes por qué seguir los pasos de tu hermana!
—¡No, yo no...!
—¿Sabes que puedo oírte? —protestó mi querida cuñada.
—Y él también —dijo Spencer, tapando dramáticamente los ojos de Owen, el sobrino de Jen.
—Mira que te dije que tuvieras cuidado —murmuró Shanon.
—¡Que yo no...!
Di un respingo cuando vi que una cuchara se plantaba delante de la cara de Jen. Ella abrió mucho los ojos cuando vio que su padre la señalaba con ella, furioso.
—Pero ¿se puede saber qué parte de usa los condones que te di no entendiste? ¡Pensé que no volveríamos a pasar por esto!
—¡Que no est...!
—¡Que tu hermana lo hiciera puedo entenderlo! Pero ¿tú?
La hermana de Jen los miraba con la boca abierta, ofendida.
—¡Sigo pudiendo oíros!
—¡Y él también! —exclamó Spencer, que no había dejado de cubrirle los oídos al crío, aunque él no parecía muy afectado mientras seguía devorando su plato tranquilamente.
—Pero... —Jen me miró en busca de ayuda.
—¡Ni me hables! —le gritó su padre.
—¡Jack! —Jen me miró, casi desesperada.
Sonreí un poco, pero mi sonrisa se borró de golpe cuando el padre de Jen se puso de pie de golpe y clavó un puño sobre la mesa ruidosamente, señalándome con la cuchara.
—Y tú... —empezó, en voz baja y amenazadora.
Abrí mucho los ojos cuando empezó a sacudir frenéticamente la cuchara delante de mi cara.
—¿Vas a hacerte cargo del bebé? —casi me gritó—. ¡Porque no es solo de la irresponsable de mi hija! ¡Es cosa de dos!
—¡Papá! —Jen quitó la cuchara, roja como un tomate.
Pero su padre estaba muy ocupado gritándome.
—¡Si eres bueno para embarazar a mi niña, eres bueno para...!
—¡Que el bebé es de Will y Naya! —chilló Jen.
Hubo un momento de silencio absoluto en la mesa. Mi querido suegro dejó por fin de mirarme como si quisiera arrancarme la cabeza y solo parpadeó, confuso, hacia Will y Naya.
Y, de pronto, todo el mundo pareció muy feliz.
—¡Enhorabuena! —exclamó casi todo el mundo al unísono.
Y Jen, claro, era la personificación de la indignación. Incluso estaba cruzada de brazos, ofendida.
—¿Por qué todo el mundo se alegra por ellos y no por nosotros? —masculló.
—Porque no sabes ni cuidar de ti misma —su hermana la señaló—. Imagínate si tuvieras que cuidar de otro ser vivo. Qué desastre.
Siendo sinceros... Jen cuidaba muchas veces de mi hermano. E incluso de mí, de vez en cuando.
Si alguna vez tenía hijos, sabía que sería una madre genial.
—¡Podría hacerlo perfectamente! —Jen frunció el ceño.
—Oh, sí —uno de sus hermanos (no sé cuál era de los dos) sonrió—, como la tortuga Tobby.
—Oh, me acuerdo de esa pobre tortuga —dijo el otro—. Qué final tan idigno.
Y así empezaron a hablar de todas las mascotas de Jen y de sus pobre muertes súbitas. Intenté no reírme en todo el rato. No quería que la furia de Jen cayera sobre mí.
—¡Yo no soy un desastre, sería una madre genial! —exclamó, mirando a su alrededor en busca de ayuda—. ¿A que sí?
Cuando vio que nadie respondía, decidió apostar por lo seguro y se giró hacia mí amenazadoramente.
—¿A que sí? —repitió, esta vez con los ojos entrecerrados.
—La madre del año —dije enseguida.
—¿Veis? —exclamó a los demás.
Como Jen seguía indignada, fuimos los primeros en irnos de la mesa y subir a dormir. Ella estaba agotada, así que decidí que no iba a molestarla demasiado. Solo vi que se tiraba sobre la cama y me cambié rápidamente de ropa.
—¿Cansada? —pregunté al ver que bostezaba con ganas.
Asintió con la cabeza con una pequeña sonrisa adormilada.
—Ven aquí —murmuré, acercándome.
Ella se deslizó en la cama hasta quedar pegada a mí y le pasé la mano por la espalda. Casi al instante en que empecé a masajearla, vi que sus ojos empezaban a cerrarse. Estaba realmente agotada. Sonreí un poco y me incliné para besarle otra vez la comisura de los labios.
—Buenas noches, Jen.
Ella ya no respondió. Se había quedado dormida.
Me pasé unos minutos acariciándole la espalda por debajo de la sudadera de Pumba. Tenía la piel suave y cálida. Había echado de menos poder acariciarla. Y me gustaba la forma en que se pegaba todavía más a mí cuando estaba dormida.
Sin embargo, me descentré un poco cuando escuché que llamaban suavemente a la puerta. Levanté la cabeza y me separé de Jen con cuidado, dejándola sola en la cama y acercándome a ella.
Para mi sorpresa, el señor Brown estaba de pie en el pasillo, con aspecto muy incómodo.
—Ah, hola, Jack —dijo, y se aclaró la garganta—. ¿Jenny está dormida?
—Sí —dije, confuso—. Si quiere, la despierto.
—No, quiero hablar contigo.
Oh, oh.
Bueno, si iba a matarme, al menos no iba a morir estando peleado con Jen.
Lo seguí escaleras abajo y nos quedamos en la cocina vacía. Él no dejaba de juguetear con las mangas de su camisa. También estaba nervioso. No era el único.
—Bueno, quería hablar contigo de lo que ha pasado hoy en la cena —aclaró.
—¿El qué? —seguía estando un poco perdido.
—Cuando hemos creído que Jenny estaba embarazada.
—Oh —no supe qué decirle.
—Solo quería disculparme por haber reaccionado así.
Seguía sin saber qué decirle. Solo asentí con la cabeza, dubitativo.
—No se preocupe, señor Brown, lo entiendo.
—No, no es eso, es... —suspiró—. Mira, Jenny ya tiene veinte años. Su hermana tenía dos menos cuando tuvo a su hijo. De hecho, en el momento en que se quedó embarazada solo tenía diecisiete. No sabes lo que fue para su vida tener que cuidar de un hijo. Sé que es feliz con Owen y todo eso, pero sé que se perdió ciertas cosas que ya no va a poder recuperar.
Hizo una pausa y yo, de nuevo, no tenía palabras. No entendía muy bien dónde quería llegar.
—No tengáis prisa por tener hijos —aclaró finalmente—. Por favor, espero no tener que preocuparme por nuevos nietos hasta, al menos, dentro de cinco años.
—Yo no tengo prisa —le aseguré, divertido.
—Eso espero, porque... uf... quiero mucho a Jenny, pero ahora mismo no la veo preparada para eso.
—No creo que Jen tenga tampoco ninguna prisa, señor Brown.
—Eso espero —repitió.
Me miró unos segundos, pensativo, antes de fruncirme el ceño.
—¿Y me puedes explicar qué pasa con vosotros dos? Porque hace unos meses ni os hablabais y ahora ya volvéis a estar juntos como si nada. No hay quien os entienda.
—Creo que ni siquiera nos entendemos nosotros —murmuré.
Él sonrió, mucho más relajado que antes, y me puso una mano en el hombro.
—Bueno, sea como sea... solo quería decirte que últimamente he notado a Jenny más animada. Es obvio que vivir con vosotros la hace feliz.
Y él no sabía lo feliz que me acababa de hacer diciendo eso.
—Y, bueno, supongo que debería darte las gracias. Nunca has pedido nada a cambio de soportar a mi hija —puso los ojos en blanco—. Y he vivido con ella casi dieciocho años, créeme que sé que debes tener paciencia.
—Ella es la que tiene que tener paciencia conmigo —le aseguré. Había jodido las cosas muchas más veces que ella.
—Ya —de pronto, dejó de sonreír y la mano que tenía en mi cuello se apretó amenazadoramente—. Y ya que estamos, aprovecho para decirle que como le hagas daño a mi niña voy a lanzarte al otro lado de la ciudad de una patada, ¿me has entendido?
Asentí con la cabeza enseguida. Él sonrió como un angelito y me dio una palmadita en la espalda.
—Perfecto, Jack. Venga, vete a dormir. Ya te he molestado bastante.
Me di la vuelta sin ser muy consciente todavía de lo que acababa de pasar, pero me detuve cuando apenas hube dado dos pasos porque me había vuelto a llamar.
—Oye, Jack.
—¿Sí? —pregunté, mirándolo.
—Nada de guarradas bajo mi techo —advirtió, señalándome amenazadoramente.
Sonreí, divertido, y asentí con la cabeza antes de subir de nuevo las escaleras y volver a la cama con Jen.
***
Jen durmió también durante gran parte del trayecto en avión. Yo leí un libro en el móvil distraídamente. Estaba un poco nervioso por la perspectiva de volver. No sabía cómo serían las cosas a partir de ahora. Y si Jen estaba bien.
Llevé a mamá a casa y luego volví a nuestro edificio con mi abuela, que se despidió de mí estrujándome las mejillas. Will, Naya y Jen ya habían llegado y estaban sentados en el salón con Chrissy y Sue. Me dejé caer junto a Jen al instante.
—¿No está Mike? —preguntó Naya, confusa.
—Está dándose una ducha —murmuró Sue—. ¿No lo oís gritando como si mataran un bicho ahí dentro?
Joder, sí. ¿Cómo podía alguien que cantaba tan mal creer que cantaba tan bien? Nunca lo entendería.
Después de los intentos fallidos de Naya de hacer algo comestible para comer, Will decidió pedir comida rápida —cosa que todos agradecimos por nuestra salud—. Comimos viendo una serie aleatoria y, por la tarde, Jen volvió a su modo perezoso y se tumbó con la cabeza en mi regazo. Sonreí disimuladamente y le pasé los dedos por el pelo.
Justo cuando noté que empezaba a relajarme yo también, Chrissy resopló de forma lastimera.
—Qué asco da estar solo —murmuró.
—Espera —Jen lo miró—, ¿estar solo? ¿Y Curtis?
—¿Ha vuelto a pasar de ti, Chrissy? —sonreí maliciosamente.
—¡No ha pasado de mí! —era tan obvio que mentía que casi me reí.
Jen abrió mucho los ojos, incorporándose.
—¿Ha pasado de ti?
—¡Solo... hace dos días que no me habla!
—Ah, bueno —Jen se encogió de hombros.
Sue y yo intercambiamos una mirada divertida que a Jen no le pasó por alto.
—¿Qué? —preguntó, confusa.
Negué con la cabeza, dando la relación por muerta. Sue estuvo de acuerdo. Jen no parecía entenderlo.
Qué inocente era... solo queríamos irritar al pobre Chrissy.
—Son dos días —le dije significativamente, divertido.
—Es... muy poco, ¿no?
—¿Muy poco? —me hice el alarmado.
—Dos días es mucho tiempo en esos casos —le aseguró Sue malévolamente—. Especialmente al principio.
—Son dos días —insistió Jen inocentemente—. No sabéis si ha tenido... yo qué sé... una emergencia o algo así.
Chrissy se cruzó de brazos, ofendido.
—¿Más emergencia que llamarme?
—Alguien pillado no espera dor días a llamarte —continué.
Nuestro guitarrista rarito lo hacía.
Espera, ¿qué?
¿Eh?
¿Guitarrista... rarito?
Mierda, ya me he vuelto a equivocar de cabeza.
Vale, estaba volviéndome loco. Confirmado.
—¿Y cuántas veces te has pillado tú, experto? —me provocó Jen.
—Solo una. Pero me ha dado tantos dolores de cabeza que ya me considero experto en la materia.
La conversación siguió sin interrupciones... hasta que apareció el idiota de mi hermano, claro, que se dejó caer al otro lado de Jen con una sonrisita pervertida que me hizo poner una mueca.
Y peor fue mi mueca cuando se abrazó a Jen y pegó su cabezota fea entre sus tetas.
—Esto es como una gran comuna hippie —me dijo felizmente—. Todo es de todos. ¿A que sí, cuñadita?
Jen me miró, dubitativa, sin saber qué hacer.
—Eh...
—No todo —mascullé.
Le empujé bruscamente la cabeza y lo aparté de Jen, acercándola a mí. Mike se sujetó la cabeza dramáticamente.
—¡Ten cuidado! ¡Podrías haberme matado!
—Mala hierba nunca muere.
Y pegué a Jen a mi lado.
—¡Te recuerdo que somos hermano, tú también eres mala hierba!
Y Mike pego a Jen a su lado.
—¿Podéis...? —intentó decir ella.
—Oye, ¿y tú banda no está triunfando? —le pregunté a mi hermano, irritado—. ¿Por qué no te compras tu propio piso?
Y pegué a Jen a mi lado.
—Vivir solo es aburrido.
Y Mike pegó a Jen a su lado.
—Vivir contigo es un tormento.
—¡Dejad de...! —volvió a intentar decir Jen.
—¿Y por qué no te quedas a dormir en cada de una de tus mil novias?
—Estoy intentando cambiar a mejor y ser un hombre de una sola mujer, ¿vale?
—Pues buena suerte encontrando una sola mujer.
—¡Lo mismo te digo, capullo!
—Garrapata.
—Imbécil.
—Idiota.
—Amargado.
—Gorrón.
—Pesad...
—¡Los dos sois unos pesados! —gritó Jen de repente.
Los dos quedamos muy quietos cuando se puso de pie, zafándose de nuestros brazos, y nos señaló a ambos.
—Tenéis exactamente el mismo nivel de pesadez, así que dejad de discutir sobre quién es peor. ¡Sorpresa! Lo sois los dos.
Hubo un instante de silencio justo antes que de Mike y yo frunciéramos el ceño a la vez.
—Tampoco hacía falta llamarnos pesados —se ofendió Mike.
—Sí, Jen, te has pasado.
—¿Qué yo...? —ella parpadeó, perpleja.
—¿Te parece bonito llamar pesado al chico que te ofrece su cama cada noche?
—¿O a su hermano querido?
—No me creo que solo estéis de acuerdo en esto —murmuró Jen, poniendo los ojos en blanco.
Y, justo cuando empecé a sonreír, Mike hizo lo que era su especialidad: hacer que cundiera el pánico.
—Oye —sonrió a Jen—, tú también irás a la cena de mis padres esta noche, ¿no?
Oh, mierda.
Jen me miró, sorprendida.
—¿Eh?
—Gracias, Mike —mascullé.
—De nada —él me sonrió—. Pero ¿gracias por qué?
—¿Qué cena? —me preguntó Jen.
Y, claro, por culpa de Mike no pudimos pasar de esa cena con mis padres.
Y, claro, también tuve que ir de compras.
¿Es que a mi hermano le gustaba traer la desgracia hacia mí o qué?
Cuando llegamos a casa después de una larguísima tarde de compras, mis ganas de morirme aumentaron drásticamente cuando vi que Jen no dejaba de ponerse y quitarse jerséis sin quedar contenta con el resultado. ¿Es que era el único al que le parecían todos iguales?
—Deja de resoplar —protestó.
—¿Cuántas veces te has cambiado en cinco minutos?
—Es que no me gustaban.
—Eran todo jerséis. Todos ellos.
—¿Y qué? No son iguales.
—Son literalmente iguales.
—Eso no es verdad. Mira, este es más ancho de aquí y de aquí, el otro era más...
—¿No puedes elegir uno cualquiera y ya? —casi gimoteé.
—¡No!
—¡Todos te quedan igual!
—¡Que no es verdad!
—Muy bien, ¿y si yo elijo uno?
Estaba claro que iba a elegir el rojo, pero disimulé un poco mirando los demás. Jen se lo puso con una sonrisita.
—¿Sabes? —murmuró—. Ni siquiera es mío. Es de Shanon. Lo curioso es que se lo regalé por su cumpleaños, cuando cumplió los...
—Mierda.
Oh, no. Cumpleaños, regalos... el regalo de Jen.
Ella parpadeó, sorprendida.
—¿Qué?
—Mierda, se me había olvidado.
Rebusqué en el cajón en que lo había guardado a toda velocidad mientras ella me miraba, confusa.
—¿Qué haces?
—Buscar tu regalo de cumpleaños. Aquí está. Menos mal que me lo has recordado. Se me había olvidado.
Lo saqué con una sonrisita orgullosa y se lo tendí a Jen, que tenía la boca entreabierta. Esperé unos segundos a que reaccionara, pero no parecía tener muchas intenciones de hacerlo.
—No me esperaba una reacción tan mala, la verdad —sonreí.
—¿Me has comprado un regalo? —preguntó en voz baja.
—Claro que te lo he comprado. Hace unas dos semanas. En fin, ábrelo.
Y se lo lancé sin nada de cuidado. Jen abrió mucho los ojos para atraparlo justo a tiempo, alarmada.
—¡Ten cuidado, es mi regalo!
—¡Solo era para animar la cosa! ¡Estabas como... ida!
—¡Si llega a caerse...!
—Bueno, no se te ha caído. Ábrelo de una vez.
¡Quería ver su reacción!
Nos sentamos los dos en la cama y yo insistí en que lo abriera, pero Jen tenía tan poca prisa como de costumbre, cosa que me ponía de los nervios. Al final, solté una maldición entre dientes y lo abrí yo mismo mientras ella se reía a carcajadas.
—Hay que tener más paciencia, Jackie —me dijo, burlona.
—Cállate y mira tu regalo, Michelle.
Finalmente, quitó el dichoso papel y se quedó mirando la caja de pintura que tenía delante. Yo repiqueteé los dedos en la cama, nervioso.
—¿Te gusta?
—Jack... —murmuró—, ¿cuánto te ha costado esto?
Fue como si me quitara todos los nervios de golpe para obligarme a poner una mueca.
—Eso es un poco maleducado para preguntar, señorita.
—Pero... pero... esto es carísimo.
—¿En serio eso es lo primero que me dirás? —puse una mueca, esperaba un poco más de emoción, no hablar de dinero—. Tampoco es para tanto. Puedo permitírmelo.
—Pero...
—Jen, he ganado muchísimo dinero con la película —más del que necesitaba—. Créeme, puedo permitírmelo.
—Vale, pero...
Si decía otro pero iba a comprarle otra solo para molestar.
—Simplemente, acéptalo. ¿No te gusta pintar?
Vi su expresión y cerré los ojos un momento.
—Dime que sigue gustándote, porque mi madre se reirá si ahora resulta que...
—Jack, no sé... no sé qué decir.
—¿Gracias? —sugerí con una sonrisita.
—Gracias —murmuró, y sonó tan agradecida que me sorprendió.
Pero, claro, era Jen, no podía simplemente aceptar un regalo. Estuvimos casi diez minutos irritándonos el uno al otro hasta que, finalmente, abrió la caja y empezó a mirar todas las coas con una sonrisa emocionada. Yo seguía sin entender para qué eran tantas cosas.
En cuanto volvimos a esconderlo todo, suspiré y me encaminé hacia la puerta, pero me sorprendió cuando me detuvo por la muñeca.
—Gracias por el regalo —repitió, mirándome.
Sonreí un poco.
—No hay de qué —le aseguré—. El pacer ha sido m...
Me detuve en seco cuando ella me sujetó la cara y se puso de puntillas para darme un beso en los labios.
Creo que ni siquiera me había dado tiempo a reaccionar cuando se separó y me acarició las mejillas con los pulgares.
—Y gracias por todo lo demás —añadió.
Noté que mis hombros se relajaban y asentí una vez con la cabeza, recorriéndole la cara con los ojos.
Y supe que, o nos íbamos ahora, o no nos iríamos de esa cama.
—Venga, vamos a la cena.
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