Capítulo 13
Maldita Joey.
Suspiré cuando terminamos la estúpida entrevista. Apenas había hablado. Todo lo había dicho Vivian, que no dejaba de colgarse de mi brazo, sonreír de forma encantadora y parpadear varias veces seguidas al presentador, que tenía las orejas sonrojadas y se trababa al hablar por culpa suya.
En cuanto terminamos y Joey nos dejó marcharnos, suspiré y me quedé sentado en el asiento del conductor unos segundos más de los necesarios. No quería volver a casa. Sabía quién estaría ahí.
Y, por si fuera poco, hoy teníamos una fiesta en casa de Lana.
Sinceramente, como se pusiera algo parecido al vestido negro del año pasado... la pobre Sue tendría que limpiar muchas babas del suelo.
Puse mala cara inconscientemente cuando escuché que la puerta del copiloto se abría y se cerraba. Vivian se sentó a mi lado con una sonrisita.
—Hola, Ross —saludó como si nada.
Ella estaba más delgada que la última vez que la había visto, y también más maquillada. Ninguna de las dos cosas eran necesariamente malas; ahora tenía una nueva maquilladora y un entrenador personal. Vivian realmente quería sentirse una estrella del cine, ¿no?
Me pregunté si yo debería hacer lo mismo, aunque enseguida descarté la idea.
—¿Qué haces en mi coche? —pregunté lentamente.
—He pensado que podrías llevarme a casa.
—Tienes tu propio conductor.
—Tú también podrías tenerlo.
—No necesito conductor. Tengo coche. Sé conducir.
—Oh, vamos, Ross. Es solo para pasar un ratito juntos. ¿Cuánto hace que no hablamos?
—Desde que te aprovechaste de mí cuando estaba colocado.
Hubo un instante de silencio en el que, al menos, ella tuvo la decencia de ponerse colorada.
—Eso no fue... exactamente así —musitó—. No pensé que estuvieras tan inconsciente, yo...
—Mira, Vivian, ahora mismo lo último que necesito son más dolores de cabeza. Sal de mi coche y vete con tu conductor.
Me miró durante unos segundos, dolida, pero en ese momento no podía importarme menos. Empecé a apretar los dedos en el volante, frustrado. Me dolía la cabeza, tenía la garganta seca y sentía que me era imposible estar quieto. Mi rodilla no dejaba de subir y bajar a toda velocidad.
Vivian bajó la mirada hasta ella antes de volver a subirla a mis ojos.
—¿Cuánto hace que no tomas nada? —preguntó, curiosa.
—Eso no es asunto tuyo.
—Tengo de sobra en mi casa —ladeó la cabeza con una sonrisita—. Sabes que para ti es gratis.
—No necesito esa mierda.
Era cierto, ¿por qué había dejado de tomarla?
Ah, sí, porque había estado muy ocupado pensando en cierta señorita cuyos pantaloncitos me atormentaban por las noches.
Y por las mañanas, y por las tardes...
—Bueno —ella suspiró y se puso el cinturón de seguridad—, ya le he dicho a mi chófer que se fuera. ¿Puedes llevarme, al menos?
Quería acabar con eso, así que asentí una vez con la cabeza y arranqué el coche. La cabeza me seguía dando vueltas cuando cruzamos la ciudad en dirección a su casa.
Casi tenía la esperanza de que no me dijera nada cuando, al cabo de unos pocos minutos, se giró hacia mí y me repasó con los ojos.
—Te noto... tenso. Más que de costumbre.
No dije nada.
—¿Qué pasa? Puedes contármelo.
De nuevo, no dije nada... pero esta vez por unos segundos, porque después no pude resistirme. Necesitaba hablarlo con alguien. Ella probablemente lo entendería mejor que nadie. Después de todo, había estado conmigo todo este tiempo.
—Jen ha vuelto —le dije en voz baja—. Es decir... Jennifer.
Vivian entreabrió los labios al instante, perpleja.
—¿Qué? ¿Esa Jennifer? ¿La del guión?
—Sí.
—Mierda. No me extraña que estés así... —hizo una pausa, pensativa—. ¿Y cómo lo sabes? ¿Te ha visitado?
—Está viviendo en mi casa.
Vivian soltó un bufido despectivo.
—No me lo puedo creer —soltó—. ¿Se va por un año y ahora vuelve para meterse en tu casa, como si nada hubiera pasado? Menuda zorra.
Noté que se me crispaba la expresión al instante.
—No hables así de ella.
No sé por qué la estaba defendiendo. Después de todo, desde que había llegado no habíamos hecho otra cosa que discutir, pero... no. Me superaba. No podía oír hablar así de ella.
—¿Por qué la defiendes? —me preguntó Viv, confusa, como si me pudiera leer el pensamiento.
—No lo sé. Pero no la llames así.
—Ross, te abandonó por un año para irse con otro. Fingió que te quería para vivir gratis de tu dinero. ¿Quién sabe qué cosas más te hizo sin que tú lo supieras? Por lo que sé, incluso podría haberte sido infiel con cualquier otro chico. No se merece tu respeto.
Hice un ademán de decir algo —no sé el qué, pero algo—, pero me detuve en seco cuando noté que una punzada de dolor me atravesaba el cráneo. Me llevé una mano a la frente al instante mientras intentaba controlar el coche con la otra.
Por suerte, no fue muy obvio. Vivian ni siquiera se dio cuenta.
Jen se habría dado cuenta.
—¿Qué te asegura que no te fue infiel? —me preguntó ella, ajena a mi dolor de cabeza—. Después de todo... le fue infiel a su novio contigo.
—No le fue infiel. Tenían una relación abierta.
—O eso te dijo, Ross.
Apreté los labios, negando con la cabeza.
—Jen no haría eso —murmuré.
—La Jen que creías que conocías... quizá no. Pero ¿la verdadera Jen? ¿La que te dejó, se fue con otro, te ignoró por un año...? ¿De verdad estás seguro al cien por cien de que no lo haría?
No dije nada. Dios, el dolor de cabeza era casi insoportable, y que Vivian estuviera parloteándome sobre Jen no ayudaba en absoluto.
—Piensa en eso cada vez que sientas que vuelve a acercarse a ti —murmuró Vivian—. Igual solo ha vuelto porque se ha quedado sin dinero.
—Deja de hablar de Jen —le espeté, esta vez cabreado.
—¡Tú me has contado que ha vuelto!
—¡No para que te pongas a hablar mal de ella! No te ha hecho nada, Vivian. Déjala en paz.
—A mí, no. Pero sí te ha hecho daño a ti, Ross.
—Yo no soy nada tuyo —le recordé en voz baja.
Ella se cruzó de brazos.
—Eso es porque tú quieres.
—Vivian, no quiero estar con nadie. Ni contigo, ni con ella, ni con nadie. ¿Es que no lo entiendes?
—¿Y qué harás? ¿Pasarte el resto de tu vida solo porque una imbécil te hizo daño?
—Viv... —advertí.
—Yo podría quererte mejor que ella.
—No se trata de que me quieras mejor o peor —fruncí el ceño, aparcando el coche delante de su casa—. No es una competición, Viv, es que quiero estar solo.
—Ni siquiera me has dado una oportunidad —masculló sin mirarme—. Ni siquiera te importa lo que yo sienta.
Joder, ahora esto no...
Cerré los ojos un momento con la esperanza de que el dolor de cabeza y los nervios disminuyeran y, aunque no hubo suerte, me obligué a mí mismo a mirarla de nuevo. Vivian tenía la cabeza agachada y los ojos llenos de lágrimas.
¿Y qué le podía decir yo para que dejara de llorar? Si lo estaba haciendo por mi culpa.
Mascullé una maldición en voz baja y me quité el cinturón para pasarle el brazo por encima de los hombros.
—Vamos, Viv, sabes que sí me importa lo que sientas.
—No, no lo sé —me apartó sin mirarme.
—¿Te crees que no me importas? —pregunté en voz baja, inclinándome para que me mirara a los ojos. Le caían lágrimas por las mejillas—. Viv, hemos estado varios meses prácticamente juntos en todo momento. Yo te...
¿Yo te... qué? No la quería. No de esa forma. No podía decírselo. Y tampoco me gustaba de esa forma, por mucho que lo había intentado. Era imposible.
Vivian levantó la cabeza y me miró, esperanzada. Mierda, no.
—...te aprecio mucho —finalicé torpemente.
Vi la desilusión en sus ojos y me obligué a decir algo más.
—No cambiaría estos meses contigo por nada, Viv.
Ella desvió la vista unos segundos, de nuevo algo desanimada, pero finalmente esbozó una pequeña sonrisa.
—Yo tampoco —volvió a mirarme a los ojos—. Te he echado de menos estas semanas, Ross.
—Lo siento. Sentí que tenía que alejarme.
—No vuelvas a hacerlo. Me gusta que estés conmigo.
No dije nada, pero me obligué a no apartarme cuando me pasó los brazos alrededor del cuello para abrazarme con fuerza. Le devolví torpemente el abrazo y permanecimos así durante un rato en que noté que ella me acariciaba la espalda.
—Tengo que irme, Viv —murmuré, separándome un poco.
Ella parecía de nuevo esperanzada cuando se separó, manteniendo las manos en mis hombros.
—¿Quieres que vaya contigo?
—Tengo una fiesta con mis amigos. Una fiesta universitaria —aclaré—. No creo que sea tu punto fuerte.
—No —puso una mueca y pareció cavilar algo durante unos segundos—. ¿Va a... va a ir ella? ¿Jennifer?
Asentí con la cabeza. Vivian apretó los labios, pero no dijo nada al respecto. Solo me observó fijamente.
Cuando noté que me subía las manos a las mejillas, le sujeté las muñecas y me separé.
—Tengo que irme —repetí.
—¿No quieres una bolsita? Tengo de sobra.
La pregunta me pilló por sorpresa y me obligué a mí mismo a separarme de ella y negar con la cabeza.
—No.
—¿Estás seguro, Ross? —se inclinó hacia mí y noté que me besaba el hombro. Estaba tan tenso que ni siquiera reaccioné—. Yo creo que te ayudaría a afrontar esta noche. Y te lo has ganado. Te has portado muy bien demasiados días.
Escuché que se bajaba del coche y me quedé mirando el frente, furioso conmigo mismo. Debería arrancar el coche e irme. Tenía que hacerlo. Y no mirar atrás. No tenía que ir a por nada. Tenía que irme.
Apoyé la frente en el volante y solté un gruñido de desesperación.
Vamos, tenía que irme. No podía hacer esto. No ahora que había aguantado tantos días.
Otra punzada de dolor hizo que apretara los dientes y cerrara los ojos, frustrado.
Mi padre tenía razón, era el más débil de todos ellos.
Eché la cabeza hacia atrás y, con un nudo en la garganta, abrí la puerta del coche. Vivian sonrió al abrir de nuevo la puerta de su casa y tenderme cinco bolsitas.
—Pásatelo bien, amor —canturreó.
No respondí. Solo volví al coche con la cabeza agachada.
***
Esperaba que eso ayudara a quitarme el dolor de cabeza y mejorar mi humor, pero... había conseguido lo contrario.
Estaba más nervioso que antes. Me temblaban las manos y no dejaba de pensar una y otra vez en lo que había dicho Vivian. Era como si sus palabras rebotaran dentro de mi cabeza mientras paseaba por la cocina del piso, frustrado.
Jen no me haría eso, ¿verdad? No me sería infiel con nadie. Ella no era así.
Casi pude volver a oír la voz de Vivian —o incluso la de mi padre— burlándose de mi forma de defenderla. Quizá tenía razón. Quizá estaba siendo ridículo, defendiendo a alguien que no había hecho nada por mí.
Dios, ojalá pudiera olvidarme de ella pulsando un botón. Sería todo tan fácil...
—¿Te quieres estar quieto? —protestó Sue.
Dejé de andar, pero me pasé las manos por el pelo. La cabeza me funcionaba a toda velocidad. No debería haberme tomado nada. Mierda.
—¿Ross?
La miré, frustrado. Ella levantó las cejas.
—¿Qué te pasa? ¿Ha ido mal la entrevista?
—No.
Si algo me gustaba de Sue, es que sabía cuál era el momento exacto en que alguien quería estar en silencio. Y lo respetaba.
Asintió una vez con la cabeza y se apoyó en la barra con la cadera, esperando a los demás. Jen, Will y Naya estaban tardando más de lo habitual. Yo solo quería salir de ese piso en cuanto antes.
Justo cuando abrí la nevera para sacar una cerveza, capté un movimiento por el rabillo del ojo y vi que Jen se acercaba por el pasillo.
Y... joder... ¿por qué tenía que verse así de bien?
Casi pude escuchar la risita de mi conciencia cuando no pude evitar suspirar.
Malditos vestidos azules, ajustados y perfectos.
—Me gusta ese pintalabios —le comentó Sue.
Era cierto. Tenía los ojos pintados de rojo oscuro. ¿Por qué le sentaba tan bien ese color? Ya podría haberse puesto cualquier otro.
Verde duende, por ejemplo.
—Puedo prestártelo si quieres —sonrió Jen.
¿Cuándo hacía que no la veía sonreír? Ya ni siquiera lo recordaba. Y no entendí por qué, de repente, me importaba tanto.
Casi se me había olvidado lo frustrado que estaba por las palabras de Vivian cuando, de pronto, Sue intervino.
—¿Va a ir tu nuevo novio?
Oh, claro. Su nuevo novio. Apreté los dientes y cerré la nevera con suficiente fuerza como para escuchar el tintineo de cristales tambaleándose dentro. Ya no quería la maldita cerveza. Solo quería irme.
—Curtis estará ahí —remarcó Jen, y no sé por qué, pero me estaba mirando y lo sabía—. Pero no es mi nuevo novio.
—Te has arreglado mucho para Charlie —mascullé.
Ella no me respondió. Casi lo preferí.
Tras casi media hora de silencio tenso en esa pequeña cocina, por fin aparecieron Will y Naya. Le dediqué una mirada resentida a Will, que se encogió de hombros a modo de disculpa, señalando a Naya con la cabeza.
—¿Podéis sentaros un momento en el sofá? —preguntó Naya con una sonrisita entusiasmada.
Lo que me faltaba para esta mierda de noche... entusiasmo.
—Ya llegamos muy tarde —remarcó Sue.
—Es una fiesta universitaria —Naya le puso una mueca—. No llegaríamos tarde ni aunque quisiéramos.
Así que no me quedó otra que sentarme en el sofá junto a Sue. Jen estaba al otro lado. Lo había hecho a propósito para no sentarse a mi lado.
Por fin estábamos de acuerdo en algo.
—¿Qué? —pregunté bruscamente cuando pasaron unos cuantos segundos sin que nadie dijera nada.
—Tenemos que contaros algo —sonrió Naya.
—Sí —Will también parecía extrañamente feliz—. Algo muy importante.
—Dime que no vais a meter a más gente a vivir aquí, por favor —suplicó Sue.
Fruncí un poco el ceño cuando Will y Naya intercambiaron una miradita divertida.
¿Qué demonios les pasaba?
—No podemos decir que no —aclaró Will.
—No, por favor —a Sue iba a darle un infarto en cualquier momento.
Naya sonrió ampliamente, señalándola.
—Pero... no tendrás que preocuparte del espacio hasta dentro de unos nueve meses.
Espera, ¿qué?
¿Qué...?
¿Era...? ¿Cómo...?
Alerta por cortocircuito.
Creo que ni siquiera lo había asumido cuando Jen se inclinó hacia delante, perpleja.
—¿Estás...? —la señaló.
—De tres semanas —dijo Will.
—¿Qué...? —musité, pasmado.
¿Will siendo padre?
¡¿Naya siendo madre?!
Dios, pobre crío.
—Esperábamos un poco más de entusiasmo, la verdad —Naya nos puso mala cara.
Sue levantó las dos manos de pronto, como si quisiera congelarnos a todos.
—Un momento, ¿voy a tener que aguantar a un niño baboso, llorón y gruñón?
—O una niña —dijo Will, divertido.
No me lo podía creer. ¿En qué momento...?
Vi que Jen se ponía de pie y empezaba a abrazarlos con fuerza, emocionada. Yo seguía clavado en mi lugar sin ser capaz de reaccionar.
—¡Enhorabuena, chicos! —les dijo Jen con un deje de emoción en la voz—. ¡Seréis unos padres increíbles!
Will echó una ojeada divertida a Sue.
—Y, si no, tía Sue se encargara del bebé.
—¡A mí no me dejéis a cargo del bicho! —protestó ella al instante.
Tampoco lo había asumido cuando estuvimos en el coche. Sue volvió a sentarse entre Jen y yo. Le eché una ojeada molesta a Jen cuando vi que sonreía a su móvil, escribiendo algo. Supuse que a Charlie.
Maldito y estúpido Craig.
Bueno, concentración. Tenía que hablar con Will.
En cuanto estuvimos en la fiesta, lo enganché del brazo y lo aparté de los demás. Nos quedamos en un rincón de la cocina mientras nuestros queridos acompañantes brindaban por el bebé. Naya brindó con agua, claro.
Miré a Will como si esperara que confirmara si era cierto o no. Él tenía una pequeña sonrisa de idiota en los labios.
—Bueno, ¿qué? ¿No vas a darme la enhorabuena?
—P-pero... ¿es verdad?
—Claro que es verdad, idiota, ¿te parece que vamos a bromear con eso?
—¿Y yo qué sé? ¡No entiendo nada!
—Ven aquí, tío Jackie —bromeó, divertido.
Sonreí cuando me abrazó y me separé, negando con la cabeza.
—No me lo puedo creer. Vas a ser padre.
—Yo sigo sin creérmelo del todo, por si te sirve de algo.
—Pero... —bajé la voz, extrañado—, ¿ha sido a propósito o...?
—A ver —suspiró—, puede que haya sido un pequeño accidente... pero eso no quiere decir que el accidente no sea bienvenido. Siempre quise ser padre joven.
—Ya, pero... ¿tan joven?
—¿No me dices siempre que parezco un viejo cuando hablo? —preguntó, divertido.
Vale, en eso tenía razón. Negué con la cabeza, todavía medio perplejo.
—Bueno, mientras no dejes al pobre crío a solas con Naya... todo saldrá bien.
—Naya lo hará bien —me aseguró él, sacudiendo con la cabeza.
—Ya, ya. ¿Te acuerdas de esa vez que arrancó la cabeza a una muñeca, hace años? Bueno, mejor vigila a ese pobre crío.
Él se echó a reír, divertido.
—Serás papá Willy Wonka —murmuré—. Y yo voy a ser tío Jackie. ¿Por qué de repente me siento como si tuviéramos cincuenta años?
—Para mí siempre tendrás cinco años mentales, no te preocupes.
—Gracias, papi Willy. Espero que cambies los métodos de motivación personal cuando se trate de tu bebé.
Will sonrió y pareció querer decir algo más, pero se detuvo cuando miró por encima de mi hombro. Me giré instintivamente y sentí que se me tensaba el cuerpo entero cuando vi que el idiota de Craig iba directo a Jen, que se había ruborizado.
¿Por qué... se tenía que ruborizar con ese idiota?
Puse mala cara, resentido con el mundo.
—Cálmate —me recomendó Will.
—Si estoy muy calmado —le aseguré—. Solo tengo ganas de matar a alguien, pero por lo demás estoy completa y absolutamente calmado.
—Ross —atrajo mi atención, muy serio—. Te he visto los ojos. Sé cómo te pones cuando estás... así. Ten cuidado con lo que haces.
Fruncí el ceño al instante, dolido.
—¿Te crees que quiero hacerle daño a Jen?
—No físicamente —remarcó.
Le puse mala cara y aparté la mirada.
—Mira, sé que te hizo daño, pero hacerle daño tú a ella no hará que te sientas mejor.
—¿Y si se lo hago a Caleb? —ironicé.
—El amigo de Jenna no tiene la culpa de nada que haya pasado entre vosotros dos. Y lo sabes.
Sí, vale, lo sabía, pero estaba frustrado. Y más lo estuve cuando vi que Craig apoyaba la mano descaradamente en el hombro de Jen y ella se acercaba a él.
Vale, necesitaba acercarme antes de que me explotara la cabeza de fruncir tanto el ceño. Ya era cuestión de vida o muerte.
Creo que lo que más me irritó fue que, cuando llegué, todos estaban riendo. Dejé la cerveza algo más bruscamente de lo que pretendía en la encimera, junto a Jen, y los tres se giraron hacia mí al instante.
—¡Ross! —Naya sonreía, entusiasmada, echando miraditas a Jen—. ¿Te acuerdas del amigo de Jenna?
¿Que si me acordaba? Como si pudiera olvidarlo. Maldito Charlie.
Le puse mi peor cara y él se encogió, avergonzado.
—Sí —mascullé como un niño pequeño.
Naya los señaló felizmente.
—Mira, estaba diciéndoles lo buena pareja que hacen, ¿qué opinas tú?
Opinaba que quería tirarme por la ventana, pero no creo que esa respuesta fuera a gustarle demasiado.
Charlie quitó la mano de encima de Jen y se apartó un paso, algo intimidado.
—¿Qué tal?
Fui a responder, pero Jen se me adelantó.
—No hace falta que le hables —musitó, enfadada.
Enarqué una ceja al instante.
Así que la señorita pantaloncitos sexys quería guerra, ¿no?
Perfecto. Iba a tenerla.
—Pues muy bien —le dije a su amiguito, ignorándola—. Hace mucho que no nos vemos. Y eso que has quedado muchas veces con Jennifer.
—No hemos quedado tanto —aseguró él, incómodo.
—Oh, demasiado.
—Jack —ella me miró, enfadada.
Ese nombre dicho por ella hizo que todo empeorara. Todo. Apreté los dientes, enfadado.
—Es Ross.
—Ugh, cállate.
—Solo estoy hablando con él.
—No, estás siendo un maleducado.
La miré fijamente. Ella también me miró fijamente. Cada uno estaba más enfadado que el otro.
—No pasa nada —aseguró Charlie de fondo, aunque para mí su existencia ya había pasado a un segundo plano.
Noté que Will se acercaba, pero no despegué los ojos de Jen. Ella tampoco lo hizo. Parecía furiosa.
Le brillaban los ojos incluso cuando estaba enfadada conmigo.
Will intentó sacar conversación, o eso creo. Me daba igual. Solo podía pensar en cierta señorita que, finalmente, rompió el contacto visual entre ambos. La seguí inconscientemente a la nevera, donde vi que iba con todas las intenciones de agarrar una botella de alcohol. La cerré impulsivamente y ella se giró hacia mí, sorprendida y enfadada a partes iguales.
—¿Qué haces? ¡Podría haber perdido la mano!
Puse los ojos en blanco.
—Es una nevera, no la boca de un maldito tiburón.
La imagen de los dos en la casa del lago, nadando, besándonos... me vino a la mente. La aparté enseguida, todavía más cabreado.
No era justo. No era justo que yo siguiera acordándome de todo eso y a Jen le diera igual.
—Bueno —se cruzó de brazos—, ¿me vas a dejar abrirla?
—No —me enfurruñé, tan irracional como de costumbre.
—¿Cómo que no?
—No quiero que te emborrches.
—¡Por Dios, no empieces!
Cuando hizo un ademán de apartarme, me acerqué un poco más a ella inconscientemente.
—No quiero que te emborraches aquí —aclaré.
—¿Aquí?
—Aquí, rodeada de todos estos idiotas.
Para mi sorpresa, eso pareció cabrearla mucho más.
—Ninguno de estos idiotas me ha tratado la mitad de mal que tú.
Ojalá esas palabras no me hubieran sentado como una patada en estómago.
Apreté los labios, frustrado conmigo mismo, con ella, y con toda la maldita fiesta.
—Oh, perdón por no tratar como una jodida reina a la chica que me dejó.
Las palabras de Vivian volvieron a mí como para torturarme. Intenté alejarlas.
—Mira, Ross —remarcó esa estúpida palabrita—, ahora mismo no quiero tener esta conversación.
—¿Por qué? ¿Quieres irte con el imbécil?
—Y si quisiera, ¿qué? ¿Tienes algo que decir al respecto?
Se dio la vuelta, enfadada, y volvió con su querido Charlie, dejándome ahí de pie como un idiota.
Necesitaba tomar algo. Y no alcohol. Cerré los ojos con fuerza y miré a mi alrededor. Por fin, localicé las escaleras y subí al cuarto de baño.
No sé cuánto tiempo habíamos estado en esa fiesta. El corazón me bombeaba sangre a toda velocidad, mi cabeza pensaba tan rápido que nada tenía sentido y apenas podía sentir los dedos o los labios. Era como si estuviera en medio de una especie de anestesia extraña que solo calmaba el dolor de cabeza... pero aumentaba mis nervios.
Ni siquiera me di cuenta de que estaba deambulando junto a la cocina hasta que noté una mano sujetándome del hombro. Parpadeé varias veces para enfocar a Will, que me estaba mirando fijamente.
—¿Has bebido? —me preguntó, enfadado.
Y cosas peores.
—¿Tú qué crees?
—Creo que deberíamos irnos —espetó.
Abrí la boca para responder, pero me quedé completamente en blanco cuando me giré hacia la cocina.
Mi corazón se detuvo. Jen y Charlie. Juntos. Él estaba inclinado sobre ella.
Oh, no, por favor. No, no, no... eso no.
Me aparté de Will como en medio de una ensoñación y casi sentí que el mundo entero volvía a su lugar cuando me di cuenta de que no la estaba besando. Solo le estaba pasando el pulgar por el labio inferior.
Mi cuerpo entero —que ya estaba lo suficientemente tenso por culpa del alcohol y las drogas— se movió sin que yo pudiera ser consciente de lo que hacía. De pronto, me encontré a mí mismo rodeando el cuello de Jen desde atrás para acercarla a mí. Craig levantó la mirada, sorprendido, y noté que Jen se tensaba.
Ni en esa situación en la que apenas podía ser consciente de lo que hacía, fui capaz de evitar notar que el pelo le olía tan bien como recordaba. Y pensar que una de mis almohadas había olido así de bien por tres meses...
Mis ojos se clavaron en Charlie.
—¿Qué tal, Curtis? —pregunté.
La primera vez que dices bien su nombre y es en estas condiciones.
—Eh... muy bien, la verdad.
—Sí, eso ya lo veo.
Jen intentó apartarse de mí. Le puse mala cara.
—¿Quieres algo, Ross? —Naya se había acercado de la nada. Ni me había dado cuenta hasta ese momento.
—Solo pasaba por aquí —mascullé.
Jen dijo algo, pero la cabeza me daba tantas vueltas que no la entendí. Solo vi que estaba cabreada. Will también dijo algo. Dios, me dolía todo. Parpadeé, confuso, cuando Jen se apartó de mí y se marchó con él a la terraza.
Y, no sé por qué, en ese preciso momento fue cuando la parte de mi cerebro llamada raciocinio desapareció por completo.
Ni siquiera recordaba haber salido a la terraza, pero de pronto estaba delante de Jen. Ella estaba furiosa. Le había dicho algo, pero no estaba muy seguro de qué era. Me pasé una mano por el pelo cuando un destello de dolor me cruzó la cabeza. No debería haber bebido tanto. No debería haber tomado nada.
Reaccioné cuando, de pronto, noté que Jen me empujaba por el pecho, completamente furiosa.
—¿Y tú me pides explicaciones? —su voz sonaba como de una galaxia muy lejana—. ¡Mírate!
—Puedo hacer lo que quiera —le dije en voz baja.
Dijo algo, pero no pude entenderla. Solo vi que sus labios se movían y me señalaba, fuera de sí. De pronto, estaba en el pasillo. Me dolía todo. Iba a vomitar en cualquier momento. No sabía ni cómo me estaba sosteniendo de pie. Solo sabía que todo daba vueltas cuando Jen se giró en seco hacia mí, haciendo que me detuviera en seco, intentando no caerme.
—¡...deja de darme órdenes! ¡Me lo estaba pasando bien hasta que has decidido meterte en mi maldito camino!
No sabía de qué me hablaba, pero me daba igual. Podía imaginarme por dónde iba la cosa.
—¡Estabas a punto de hacer una tontería!
—¿Una tontería? —repitió, completamente furiosa—. ¿Y qué sabes tú de mis tonterías?
—¡Enrollarte con ese idiota hubiera sido una tontería!
—¡Enrollarme contigo fue una tontería!
Incluso en medio de la ensoñación que estaba viviendo, sin ser consciente del todo de mi alrededor, sentí que la rabia recorría mi cuerpo, apretándome los puños.
—¡Si tanto te gusta ese imbécil, vete a vivir con él y no conmigo!
—¡Tranquilo, estoy deseando irme a vivir a cualquier otro lado para no tener que volver a verte!
Su imagen estaba casi distorsionada. No podía enfocarla bien. Y era como si sus palabras hicieran eco en mi mente antes de que pudiera encontrarles un significado. No podía pensar con claridad. Solo podía estar furioso.
—¡Si tanta prisa tienes, haz la puta maleta y vete de una vez!
—¡Lo voy a hacer! ¡Ni siquiera la he deshecho porque sabía que pasaría esto!
—¡Pues claro que sabías que pasaría! ¿Qué te creías? ¿Que ibas a volver y encontrarlo todo perfecto cuando tú misma lo dejaste hecho una mierda?
—¡Jack, no es...!
—¡ROSS!
—¡Pues Ross! —espetó, gritando—. ¡Me da igual! ¡Dentro de unas semanas me iré de tu vida otra vez y ya no tendrás a nadie a quien culpar de tus problemas!
—¡Pues que te aproveche la jodida residencia!
—¡Seguro que será mejor que tener que vivir contigo!
—¡Sí, y podrás traerte a todos los tíos que quieras!
Esas palabras habían hecho que me ardiera la garganta, pero me dio igual.
—¡Que lo hagas tú no significa que yo vaya a hacerlo!
—¡Tú no tienes ni puta idea de lo que hago o lo que no hago, Jennifer!
Ella se detuvo, todavía furiosa, y me pareció que alguien decía algo, aunque no llegué a escucharlo. Sue y Jen se alejaron. Will me sujetó del brazo y me arrastró con él hacia el coche, tambaleándome. No podía sentir las piernas. Era un milagro que no me hubiera caído todavía.
Él me detuvo junto al coche y me sujetó bruscamente de un hombro.
—Tienes que tranquilizarte —espetó.
No dije nada. La cabeza seguía dándome vueltas.
—Mírate, Ross —negó con la cabeza—. Hazte el favor de no decirle nada más. Espérate y hazlo mañana, cuando te tranquilices. Por favor.
No dije nada. Solo me aparté de él y subí al coche.
Cuando llegamos al piso, yo sentía que no podía más e iba a desplomarme en cualquier momento. Me dejé caer en el sofá y me pasé las manos por la cara. La imagen de Vivian burlándose de mí volvió a mi cabeza.
Y, claro, hice justo lo contrario a lo que Will me había dicho que hiciera.
Levanté la cabeza y miré a Jen, que era la única que quedaba en el salón.
—¿Alguna vez me fuiste infiel? —pregunté sin rodeos.
Ella se detuvo de golpe y se giró hacia mí con una lentitud que me puso más tenso de lo que ya estaba.
—¿Estás de coña? —me preguntó en voz baja.
—Es solo una pregunta —mascullé.
—Sabes perfectamente la respuesta.
¿La sabía? ¿De verdad? Sentía que, a esas alturas, ya no sabía absolutamente nada. Ni siquiera sabía cómo me sentía.
Vivian, mi padre... siempre los había tratado como si hablaran de una forma cruel de Jen, pero... ¿y si habían tenido razón todo el tiempo? ¿Y si siempre habían sido los que habían visto las cosas como eran?
Apreté los dientes, enfadado, y me puse de pie mirándola.
—¿La sé? —pregunté, acercándome—. Cada vez que te veo, me da la sensación de que hay más cosas de ti que no he llegado a conocer nunca.
—¿Qué...? —parecía realmente desconcertada—. ¿De qué demonios estás hablando?
Bueno, ya era hora de decirnos la verdad el uno al otro.
—Nunca fuiste del todo sincera conmigo, ¿no?
—Fui sincera contigo —le temblaba la voz.
—Oh, sí. El último día lo demostraste muy bien.
—Yo no... —se acercó a mí, frustrada—. ¿Y tú qué, Ross?
—¿Yo, qué? —enarqué una ceja.
—¡Deja de hablarme así, como si no hubieras tenido ningún secreto durante nuestra relación!
—Nunca te mentí. Nunca. Ni una sola vez en esos tres meses de mierda.
Ojalá lo hubiera hecho. Por una vez, desearía ser el malo de la historia y no el idiota al que dejan de lado.
—¡Pero tampoco fuiste completamente honesto! —Jen me señaló—. ¡Te pasabas el día evitando mis preguntas!
—¡Y ahora, viendo en lo que nos hemos convertido, me alegro de ello!
—¡Yo te lo conté todo!
—¡Y yo no te conté lo que no necesitabas saber de mí!
La imagen de mi padre empujándome contra la mesa de cristal hizo que, como siempre, un pinchazo de dolor me recorriera la espalda, especialmente en la zona del tatuaje.
Oh, no, eso ahora no. Solo empeoraría las cosas. Necesitaba cambiar de tema. Urgentemente.
Jen se acercó un poco más a mí, todavía furiosa.
—¡Me da igual lo que necesitara, lo que quería era conocerte bien! ¡Y nunca me diste la oportunidad de hacerlo!
—¿Y qué hubieras hecho si te lo hubiera contado todo? —pregunté en voz baja, dolido—. ¿Me habrías dejado aún peor por haber sido lo suficientemente idiota como para confiar en ti?
—¡Me da igual, Ross, te conté todo de mí! ¡Incluso te hablé de mi maldito hermano mayor pillándome sin sujetador! ¡Te conté cada detalle y tú nunca me diste una sola pista de nada de tu vida! ¡Tenía que descubrirlo por los demás!
Apreté los labios, enfadado.
—¡Mi vida no es tu maldito problema, Jennifer!
—¡No, ya no!
Me empujó por el pecho y di un paso atrás voluntariamente. Necesitaba alejarme de ella si quería concentrarme en lo que decía.
—¡Es tu problema! —espetó—. ¡Y te las estás destrozando!
—¿Yo me la estoy destrozando? —fruncí el ceño.
—¡Sí, Ross! —otro empujón—. ¡Después de todo lo que yo... después de todo lo de Francia y de tener la maldita oportunidad de tu vida, mira lo que estás haciendo!
—¡Estoy haciendo lo que quiero!
—¡No, estás intentando ser alguien que no eres!
—¡No sabes quién soy! —cuando hizo un ademán de volver empujarme, no pude más y le sujeté las muñecas para que se quedara cerca de mí—. ¡No sabes nada de mí! ¡Lo hubieras sabido si te hubieras quedado aquí, conmigo!
Ella no se apartó, pero casi sentí que toda mi fachada se venía abajo cuando se le llenaron los ojos de lágrimas.
—¡Sé que no eres... esta persona! —gimoteó.
Tardé más de lo que hubiera deseando en responder.
—Esta persona —repetí en voz baja, viendo como las lágrimas se amontonaban en sus bonitos ojos castaños.
—¡Sí, Ross! ¡Este... imbécil que no deja de meterse con todo el mundo, drogarse y emborracharse porque... no sé por qué!
Yo, desgraciadamente, sí que lo sabía.
—¿Y qué soy, Jennifer? —pregunté casi en un susurro.
—Eres... —se le rompió la voz—. Eres bueno, Ross.
Apreté los dedos en sus muñecas cuando vi que empezaban a resbalarle lágrimas por las mejillas.
Y todo por mi culpa.
Jen se acercó un poco a mí, llorando, y yo no fui capaz de apartarme y fingir que no me importaba.
—Eres gracioso, asquerosamente encantador y tienes un don para salirte con la tuya siempre. Eres... un chico al que le gustan las películas y la comida basura, el cine y los superhéroes. Y que hace los recados de los demás porque le encanta aunque finge que no es así.
Me quedé helado cuando movió las manos sin que yo le soltara las muñecas y me las puso en las mejillas.
—Y eres... eres Jack, no Ross. Ross es lo que intentas ser para no salir herido, pero no eres tú. Y lo sabes.
Noté que se me formaba un nudo en la garganta cuando me pasó los pulgares por las muñecas, acariciándome con tanta suavidad que casi me derrumbé por completo.
Era como si nadie me hubiera acariciado en años. No como ella lo hacía. No como ella me hacía sentir cuando lo hacía.
—Sé que te hice daño —continuó en voz baja, llorando—. Y lo siento. Lo siento mucho. No sabes cuánto. Ojalá pudiera...
Negó con la cabeza, tragando saliva. Un débil sollozo escapó de su garganta antes de poder continuar, y yo sentí que el nudo de la mía aumentaba.
—Sé que lo has pasado mal por eso. Y sé que... sé que ha sido por mi culpa. Pero... no eres así. No eres... simplemente no eres este, Jack. No necesitas serlo. En el fondo, eres el chico que conocí hace un año. Nunca has dejado de serlo.
Y, justo ahí, sentí que me decía la verdad.
Que realmente podíamos volver a ser lo que habíamos sido. Que yo... podía volver a ser lo que había sido hace un año.
Pero, casi al instante en que hice un ademán de decir algo, la imagen de Vivian me vino a la mente. Piensa en eso cada vez que sientas que vuelve a acercarse a ti. ¿Y si ella tenía razón?
No, no podía volver a caer con esto. No otra vez.
No podría soportarlo.
Me obligué a mí mismo a separarme de ella y soltarle las muñecas. Intenté que la desesperanza de sus ojos no me importara, pero no fui capaz de conseguirlo.
—Tú misma te encargaste de que el chico que conociste hace un año desapareciera —le dije en voz baja.
No podía volver a vivir algo con ella, aunque fuera solo amistad. No si volvíamos a terminar igual. Sería insoportable.
—¿Por qué demonios has vuelto? —pregunté, y noté que me temblaba la voz—. ¿Te creías que esto iba a ser bonito? ¿Que tendríamos una segunda parte maravillosa y que yo volvería a dejarlo todo por ti?
—Ross, no...
—¿Te crees que volveré a tragarme el mismo cuento dos veces?
—¡No era ningún cuento!
—¡Me dejaste, Jennifer, así que deja de insinuar que lo que hacías era real!
—¡Lo era! —insistió, desesperada.
Cuando hizo un ademán de volver a acercarse a mí, yo me aparté bruscamente.
No. Tenía que ser fuerte. Tenía que protegerme a mí mismo. Ya no podía más.
—¡¿Y por qué me dejaste?! —exploté—. ¡¿Por qué demonios te fuiste?! ¡Te lo di todo! ¡Todo! ¡Y no me refiero a dinero, al piso, o a cualquiera de esas mierdas! ¡Te di todo lo que tenía de mí1 ¡Aunque a ti te pareciera que no lo hacía, nunca me había abierto de esa forma con nadie! ¡Con nadie en el puto mundo! ¡Solo contigo!
Hice una pausa. Me escocían los ojos. No, no iba a ponerme a llorar. Aunque ella lo estuviera haciendo. Me tembló la respiración cuando me alejé un paso de ella.
—Eras la única persona en el mundo que podía hacerme daño. Y lo hiciste.
—Jack... yo no...
—¿Y ahora te crees que tienes algún derecho a venir aquí a darme lecciones sobre cómo cuidar mi vida? ¿Te crees que me creo toda esa mierda de amiga preocupada? ¿Crees que quiero ser tu amiguito? No es que no quiera, Jennifer, es que no puedo.
Me pasé las manos por la cara, intentando calmarme. No quería llorar. Por favor. No delante de ella.
—¡No puedo estar cerca de ti! ¡Cada vez que te veo, es como revivir toda esa mierda otra vez! ¡Te veo marchándote después de que hiciera todo lo que estuvo en mi mano para que te quedaras! ¿Quién te crees que eres para volver justo cuando estaba empezando a olvidarte? ¿Quién te crees que eres para volver a sacar todo esto de la nada?
No podía seguir viéndola llorar por mi culpa. Le di la espalda durante unos segundos, intentando calmarme. Me temblaban las manos cuando me volví de nuevo.
—Sabes que te quería, ¿no? —mascullé, resentido—. Lo sabías perfectamente, pero no impidió que te marcharas. Y sigo sin saber por qué lo hiciste. Porque no fue por el idiota que te esperaba en casa, ¿verdad?
Cuando vi que iba a responder, negué con la cabeza bruscamente.
—¿Sabes qué? No quiero saberlo. Debí haber hecho contigo lo que hacía con todas. Me habría olvidado de tu maldita existencia en una semana.
Incluso yo sabía que eso no era cierto, pero estaba demasiado enfadado como para ser racional.
Ya solo quería que se sintiera mal, como yo me había sentido. Que sintiera una pequeña parte de lo que yo había sentido durante ese año, aunque no fuera a servirme para nada y probablemente me arrepentiría en cuanto lo hubiera dicho. Me daba igual.
—Era lo que quería hacer cuando te conocí, ¿sabes? —le dije en voz baja, temblorosa—. Quería echarte un polvo y mandarte a casa. Pero Will me pidió que no lo hiciera porque eras la compañera de habitación de su novia. Porque Naya parecía pasárselo bien contigo y sabía que no querrías volver a venir con nosotros después de que yo te mandara a la mierda. Fue lo único que me impidió hacerlo —apreté los labios con fuerza, hasta el punto en que empezaron a dolerme—. Ojalá lo hubiera hecho.
Ella me miraba fijamente. Las lágrimas seguían resbalándole por las mejillas, gritándome que estaba llorando por mi culpa, pero no me acerqué. No podía.
Solo me di la vuelta y empecé a alejarme de ella, deseando poder borrar de mi memoria toda esa noche horrible.
—¿Sabes cuál es tu problema? —me preguntó en voz baja.
—No tengo ningún problema.
—Sí, sí lo tienes. Tu problema es que sigues enamorado de mí, Jack.
Apreté los dientes al instante.
Pues claro que lo estaba. Ojalá no fuera cierto, pero lo estaba. Era tan obvio que me merecía que me lo echara en cara.
Estaba furioso. Me giré hacia ella y me acerqué con dos zancadas. No se movió de su lugar cuando me incliné tan cerca de ella que casi podía rozarla.
—Y tú de mí, Jen.
Ella abrió ligeramente los ojos y fue todo lo que necesitaba para confirmarlo
—Estás tan jodidamente enamorada de mí que no soportas vivir aquí. Por eso te fuiste, ¿verdad? Quizá no fue el principal motivo, pero fue uno de ellos. Y por eso quieres irte otra vez. Porque eres demasiado cobarde como para enfrentarte a eso. Como para afrontar que alguien te gusta lo suficiente como para que pueda hacerte daño.
Sí, ese era el maldito problema. Su maldito problema.
—Que estás enamorada de mí —añadí en voz baja—. Porque lo estás. Puedes odiarlo todo lo que quieras, pero es así.
Jen intentó respirar hondo y vi que le temblaba el labio inferior.
—No estoy enamorada de nadie.
Sonreí irónicamente, negando con la cabeza.
No, eso no iba a negármelo. Eso no.
—Pues apártate —le dije en voz baja.
No lo hizo. Solo me miró fijamente, dudando.
—Venga —insistí—, apártate.
Me incliné hacia ella. Casi podía volver a besarla. Casi. No me atrevía a hacerlo.
Eso pareció frustrarla mucho. Tanto que perdió los nervios.
—¡Deja de ser un imbécil, Ross, sabes que no...!
—Oh, ¿lo sé?
—¡Eres un... engreído y... un maldito idiota!
—Puedes mentirte a ti misma todo lo que quieras, Jennifer, a mí no me engañas.
—¡No quiero engañarte! ¡No quiero nada contigo! ¡Tú eres el que tiene sentimientos que no tiene tener, no yo, porque...!
A la mierda.
Ya no podía más.
Sin siquiera ser consciente de lo que estaba haciendo, le sujeté la cara con ambas manos y pegué mis labios a los suyos bruscamente.
Fue como si alguien, de pronto, hiciera que mi cuerpo volviera a la vida después de un año entero estando apagado. Sentí que mi corazón se aceleraba, que me temblaban las manos y que lo único que podía desear en ese momento era seguir besándola hasta olvidarme de una vez de todo lo que habíamos pasado durante ese año.
Solo quería estar con ella.
Pero... no. No podía, ¿verdad?
Vivian tenía razón. O... podía tenerla. No podía volver a arriesgarme.
Nada jamás me había resultado tan complicado como lo fue separarme de un paso de ella, respirando agitadamente.
—¿Lo ves? —me temblaba la voz.
Esbocé una sonrisa triste cuando ella parpadeó, sorprendida.
—Al menos, tenías razón en algo. Tengo sentimientos que no quiero tener. Porque sigo queriéndote. Y no te lo mereces.
Mi pecho se oprimió cuando me di cuenta de lo que estaba a punto de decir.
—Nunca te has merecido que te quisiera, Jennifer. Nunca te lo merecerás. Pero soy lo suficientemente idiota como para seguir haciéndolo toda mi vida.
Ya no podía más. No quería seguir viéndola. Me di la vuelta con la respiración hecha un desastre y agarré mis cosas antes de salir al pasillo.
Me detuve en la ventana y tomé una bocanada de aire, intentando centrarme. La cabeza me daba vueltas, pero ahora por un motivo muy distinto.
La imagen de Jen llorando hizo que tuviera que cerrar los ojos con fuerza.
Mierda, ¿qué había hecho?
Me di la vuelta y volví a entrar en el piso. La puerta de nuestra habitación se cerró justo en ese momento.
Solté la chaqueta y las llaves por el pasillo, pero me dio igual. Llegué a la puerta y mi mano se quedó suspendida en el aire, a punto de abrirla.
Sin embargo, algo me detuvo.
¿Qué iba a arreglar ahora? No podía arreglar nada. No había nada más que hacer. Acababa de conseguir que me odiara. Y yo, por mucho que lo intentara, era incapaz de hacerlo.
Apoyé la frente en la puerta, frustrado, y me alejé de ella hasta que mi espalda chocó con la pared del pasillo. Me dejé arrastrar hasta que estuve sentado en el suelo y hundí la cara entre las manos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro