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Capítulo 12

Así que... Jen había vuelto.

Es decir... Jennifer. Ya no era Jen. Era Jennifer.

Eso es. Hazte el duro.

La noche anterior había vuelto a la residencia casi corriendo como un imbécil. No estaba seguro de si en algún momento me entraría en la cabeza que volvía a estar por aquí, pero desde luego no iba a ser esa noche, así que me quedé en la habitación que me dejaba Curtis todo el rato.

Durante unos instantes, incluso, me planteé llamar a Vivian. Ella lo entendería. Después de todo, era la que había estado más tiempo conmigo durante ese año.

Pero no lo hice. Solo dejé el móvil otra vez a un lado e intenté dormirme. No lo conseguí.

Tampoco ayudó a mejorar mi humor que, al bajar las escaleras de la residencia, me encontrara a Jen... es decir, Jennifer... apoyada en el mostrador casi de la misma forma que la primera vez que la había visto.

Su culo era tormentosamente más perfecto que la última vez que lo había visto.

Y, además, era como si me mirara diciendo ya no vas a volver a tocarme, capullo.

Vale, estaba empezando a perder la cabeza.

Ya la perdiste hace unos cuantos capítulos, no te preocupes.

Quizá... me había puesto un poco de mal humor que quisiera volver a irse. Y quizá me puso de todavía peor humor que yo no quisiera que se fuera y, a la vez, tampoco quisiera que se quedara.

Y... bueno... quizá fui un poco cabrón y conduje a toda velocidad.

¡Es que estaba resentido! ¿Vale?

Tenía derecho a hacer tonterías.

No.

¡Lo tenía!

Jen... —es decir, Jennifer—, estaba bastante cabreada cuando llegamos al piso y yo me encerré en el cuarto de baño para evitarla otra vez. Mejor centrarse en otra cosa. Intenté ignorar su voz de fondo mientras me duchaba.

Dios, qué raro era volver a oír su voz en esa casa.

¿Raro bueno o raro malo?

Raro horrible. Que se fuera a su casa. No la quería aquí, ¿vale?

No te lo crees ni tú.

Salí del cuarto de baño con el pijama puesto y fui a por una cerveza sin mirarlos, pero enseguida me di cuenta del silencio incómodo que tenía a mi alrededor. Enarqué una ceja hacia Will directamente, intrigado.

—¿Qué?

Eché una ojeada a Jen... —Jennifer— y vi que ella miraba al techo como si fuera lo más interesante del mundo. 

Hubo un tiempo en que solo te miraba así a ti, pequeño Ross.

Igual mi conciencia podía ir callándose un rato, ¿no?

—Estábamos hablando de tu película —aclaró Naya—. ¿Cuándo se estrena?

Esta vez no miré a Jen —maldita sea, JENNIFER, ¿por qué era tan difícil?—, pero por un motivo muy distinto.

Mierda, esperaba que no la viera nunca. O quizá sí. No estaba muy seguro de lo que quería.

—En dos semanas —aclaré en voz baja.

Sue me enarcó una ceja.

—Se te ve muy ilusionado.

No dije nada, solo le puse mala cara.

—¿Va a ir Vivian? —me preguntó Will.

Si ya tenía mala cara con Sue, fue peor cuando vi que él sonreía y miraba de reojo a la inspiración de la película, mandándome indirectas con la mirada.

No quería ponerla celosa. Esa chica me daba igual, ¿vale?

Je, je.

¡Que me daba igual!

—Obviamente —respondí secamente.

—Estoy deseando conocerla —Naya parpadeó varias veces, echándole una mirada significativa a Jen.

A la mierda, la llamaría Jen. Y si no le gustara, que se tapara los oídos.

Apreté los labios cuando ella se levantó y  pasó por mi lado con la cabeza algo agachada.

—Voy a darme una ducha —murmuró por el camino.

La seguí con la mirada y mis ojos se deslizaron hacia abajo por su espalda sin poder evitarlo. De hecho, incluso me quedé mirando la puerta unos segundos.

Al menos, hasta que Sue chasqueó los dedos delante de mi cara.

—Cierra esa boca, que luego voy a tener que limpiarte las babas del suelo.

Le puse mala cara y fui al sitio que Jen había dejado libre en uno de los sofás. Estaba enfurruñado. Le di un trago a la cerveza mientras los tres me miraban con sonrisitas divertidas.

—¿Qué? —pregunté, a la defensiva.

—Nada, nada —canturreó Naya felizmente.

Y al instante supe que había algo más. Le puse mala cara.

—¿Vas a decírmelo o tengo que volver a preguntar?

—Hombre, podrías volver a preguntar. No me importaría.

—Naya —Will parecía divertido cuando le dio un pequeño codazo.

Ella se giró hacia mí, entusiasmada. Le puse todavía peor cara, temeroso.

Cuando Naya se entusiasmaba, ardía el mundo.

—Es que... me he enterado de una cosita de Jenna que a lo mejor podría interesarte.

Apreté los labios y enseguida me encogí de hombros.

—No me interesa nada de ella.

—Bueno... pues nada.

Ella volvió a girarse hacia la televisión y los demás fingieron que me ignoraban durante unos segundos, aunque estaba claro que todos esperaban para que volviera a preguntar.

Pero no lo haría.

Sí lo harás.

No. Lo. Haría.

Si no lo haces te explotará una arteria y la pobre Sue tendrá que limpiarlo.

Suspiré, frustrado, y los tres se giraron hacia mí al instante con grandes sonrisas.

—¿Qué es? —pregunté, a la defensiva.

—¿No decías que no te importaba? —me irritó Sue.

—Cállate. ¿Qué es? ¿Qué ha hecho?

—Qué va a hacer —corrigió Naya—. Va a tener una cita con un chico de su clase.

Durante un momento, me quedé en blanco.

Una cita.

Con... otro.

Bueno, eso era obvio.

Noté que se me apretaban los dientes sin siquiera poder contenerme. ¡Una cita! ¡Si llevaba solo un maldito día aquí!

¡Yo había estado pensando en ella un año entero... y ella se iba a una cita con cualquier el día después de llegar!

—Pero como ya no te importa, supongo que no estarás celoso —añadió Naya felizmente.

No dije nada. Estaba cabreado, vale. ¿Para qué intentar ocultarlo? Era obvio.

Además, ¿no se suponía que tenía novio? ¿Qué pasaba con el imbécil? Puse los ojos en blanco al recordarlo llorando junto a su coche. Ya lo habría dejado. Me había dejado para cortar con su nuevo novio en menos de un año. Genial. Qué bien.

O a lo mejor seguía saliendo con él y volvían a tener esa extraña relación abierta. Solo que esta vez el que formara parte de ella no iba a ser yo.

Y no me importaba.

Qué gran chiste.

No me imp... maldita sea, ¿por qué demonios me lo habían dicho?

Me puse de pie automáticamente y escuché que Naya me llamaba cuando fui directo al cuarto de baño, pero la ignoré. Mi tormento estaba detrás de esa estúpida mampara.

La que, por cierto, abrí sin acordarme del pequeño detalle de que la gente para ducharse se desnudaba.

Menos mal que estaba lo suficientemente cabreado como para no bajar la mirada y centrarme solo en su cara de asombro absoluto.

—¿Qué...?

—¡¿Tienes una cita?!

Su cara de estupefacción era tan tierna que, por un breve momento, casi se me olvidó el motivo por el que estaba ahí.

Y quizá eso jugó en mi contra, porque de pronto fui consciente de que el baño olía a ella, de que estaba desnuda y de que el agua le resbalaba por todo el cuerpo.

Mierda.

Vista al frente, soldado.

Levanté un poco más la barbilla para frenar el impulso de bajar la mirada y me aclaré disimuladamente la garganta.

Vale, igual debería haber ido en otro momento. Cuando no estuviera desnuda, por ejemplo.

Además, tenía las mejillas sonrojadas por el vapor de la ducha. Siempre me había gustado cuando se sonrojaba. Estuve a punto de cubrirle las mejillas con las manos para no verlo.

—¿Qué...? —de pronto, reaccionó—. ¡Me estoy duchando, maldito pervertido.

Ella intentó cerrar la mampara, pero la volvió a abrir sin siquiera pestañear. La pobre no podía usar mucha fuerza porque estaba intentando taparse las tetas con un brazo mientras forcejaba conmigo.

Por favor, cerebro, no le dejes bajar la mirada.

La tentación era grande.

—¿La tienes o no? —pregunté, intentando centrarme con todas mis fuerzas.

Ella empezó a ruborizarse más, para mi suerte o desgracia, cuando empezó a enfadarse conmigo.

—¡Sal del cuarto de baño!

—¡Ross! —chilló Naya desde el salón como una loca—. ¡No seas infantil!

Apreté los labios y volví a mirar a Jen.

—¡Dime si la tienes o no!

—¡No es tu problema!

Lo peor es que sabía que ella tenía razón, pero era incapaz de apartarme de esa ducha.

De hecho, lo que quería era meterme en ella.

Diablos, señorito.

Cuando intentó volver a encerrarse, abrí otra vez.

—¡ROSS! —chilló, frustrada.

Y siguió intentándolo, la muy testaruda.

Dijo el que no deja a la pobre chica ducharse en paz

Por supuesto, volví a ganar la pequeña batalla por el poder de la mampara.

Ella resopló, frustrada, y sacó un brazo de la ducha para empujarme hacia atrás. No me moví de mi lugar. Tampoco lo había hecho con tantas ganas como para apartarme de verdad. Y eso lo sabíamos los dos.

—¡VETE DE AQUÍ! —me gritó igual.

Oh, yo también sabía gritar.

—¡NO!

—¡ROSS, COMO SALGAS AHORA MISMO DE AQUÍ, TE DOY CON EL CHAMPÚ EN LA CARA!

Y cerró la mampara de un golpe.

Por un momento, me encontré a mí mismo esbozando una pequeña sonrisa divertida por su repentino ataque de nervios. Sin embargo, la borré al instante en que me di cuenta.

¡No tenía que sonreírle, era mi enemiga!

La abrí de nuevo y ella volvió a intentar cubrirse torpemente. 

Por favor, que no se resbalara. Si lo hacía, sabía perfectamente que mi primer instinto sería sujetarla. No quería sujetar a Jen con tanta poca ropa de por medio. Mi enfado se evaporaría.

¡Y quería seguir enfadado!

Ella intentó decir algo con calma, aunque estaba claro que no estaba calmada. Además, perdía bastante credibilidad mientras seguía intentando cubrirse torpemente.

—Solo quiero duch...

—¡Y yo quiero que me digas si es verdad!

—¡ESTOY DUCHÁNDOME, PERVERTIDO, SAL DE AQUÍ AHORA MISMO!

Enarqué una ceja, me incliné hacia delante y metí la mano baja el agua para cerrarla.

—Ya no te estás duchando.

Por su cara, deduje que la oferta de tirarme el champú a la cabeza seguía vigente.

—Esto es ridículo —murmuró.

—¿Tienes una cita o no? —insistí, deseando no necesitar la respuesta con tanta ansiedad.

¿Qué demonios me pasaba? ¡Yo no era celoso! ¡Nunca lo había sido! ¿Qué tenía esa chica que me hiciera cambiar tanto solo por verla?

—¡Déjame ducharme, maldito pesado!

—¡Ross! —la voz de Will me puso de los nervios por lo calmado que sonaba en medio de ese pequeño caos—. ¡No creo que ahora sea el mejor momento para...!

—¡Pues yo creo que es el momento idóneo! —le interrumpí antes de volverme hacia Jen de nuevo—. ¿Sí o no!

—¡Por ahora, no!

Casi solté un suspiro de alivio.

Casi.

¿Cómo que por ahora?

—Y no tengo por qué darte explicaciones, así que déjame en paz —aclaró, muy digna.

—¿Por ahora? —repetí yo.

—¡Por el amor de Dios! ¿Vas a dejarme sola de una vez?

Cuando casi se mató por intentar cubrirse bien, no pude evitar poner los ojos en blanco.

—¿Puedes dejar de hacer eso como si no te hubiera visto así mil veces?

Creo que ese fue justo lo que necesitaba para terminar de enfadarse.

—¡Eso no te da derecho a entrar aquí sin mi permiso! ¡Tengo derecho a darme una ducha sin que me molestes! ¡Y tú no tienes ningún derecho a verme desnuda sin mi consentimiento!

Me empujó por el pecho y estaba tan sorprendido que retrocedí.

—¡Y, ahora, déjame sola de una vez!

Casi me comí la mampara con el golpe con la que la cerró. 

Vaaaale, igual me había pasado un poquito.

Puse mala cara a la estúpida mampara y rehice mis pasos hacia el pasillo. En cuanto salí del cuarto de baño, escuché que soltaba una palabrota y seguía duchándose.

Me crucé de brazos en el pasillo, yendo de un lado a otro como un maníaco. Sue, Will y Naya estaban asomados mirándome y juzgándome a partes iguales.

Me detuve abruptamente y les puse mala cara.

—¿Qué?

Enseguida, los tres volvieron a centrarse en sus cosas.

Justo cuando estaba empezando a considerar la posibilidad de ir a fumar, Jen salió del cuarto de baño y me miró, ajustándose las gafas. Seguía enfadada conmigo. Y con motivos.

—¿Vas a hablar ahora o sigues ocupada duchándote? —musité, enfurruñado.

—Déjame en paz.

Hice un ademán de seguirla al salón, pero me quedé quieto un momento al ver lo que llevaba puesto.

Oh, no.

El retorno de los pantaloncitos.

¿No podía ponerse otra cosa? ¿Cualquier otra? ¿Por favor?

Sacudí la cabeza para volver a centrarme en respirar y la seguí a la cocina. Llegué justo antes de que se abriera una cerveza. Se la quité de la mano y me la escondí en la espalda. Ella pareció todavía más furiosa.

—¿Con quién tienes una cita?

Vale, lo admito, en mi mente ya había matado de cuarenta formas distintas a un tipo sin cara que me imaginaba yéndose a una cita con Jen.

—¿En qué momento te has vuelto un controlador compulsivo? —entrecerró los ojos.

Fruncí el ceño, ofendido. Las palabras porque el de la cita no soy yo estuvieron a punto de salir de mi boca, pero me contuve.

Yo no quería salir con ella. Ya no.

—Solo... dímelo —murmuré, sin mirarla.

Ella puso los ojos en blanco e hizo un ademán de recuperar su cerveza. Me alejé un poco de su mano.

—Pero ¿qué? —me miró, indignada—. ¡Tienes cara de estar bromeando!

—¿Tengo cara de estar bromeando?

—¡Me da igual! ¡No te debo ninguna explicación!

—¡Dime con quién has quedado!

—¡NO!

—¡SÍ!

Y el pobre Will eligió ese momento para intentar interrumpir.

—Chicos...

—¡¿QUÉ?! —le gritamos a la vez.

Él retrocedió dos pasos enseguida, alarmado.

—Los vecinos...

—¡Que les den a los vecinos! —ya le compraría a mi abuela alguna botella de alcohol para que me perdonara. Miré a Jen—. Dímelo.

—No.

—¡Dímelo de una vez y acabaremos con esto!

Quizá lo que de verdad quería saber era si seguía con el imbécil, pero nunca lo admitiría en voz alta.

—¡No! ¡No tengo que acabar porque no tengo por qué decirte nada!

Me pasé una mano por el pelo, planteándome lo tranquilito que había estado todo ese año. No estaba muy seguro de si hubiera preferido seguir así unos meses más.

—Ross —Naya se asomó por el respaldo del sofá—. Es solo un chico de su clase. Relájate.

—Solo un chico de tu clase —repetí, entrecerrando los ojos hacia Jen.

—Sí, ¿qué pasa?

—Nada, Jennifer.

Vi que su mirada se crispaba cuando la llamé así.

—No, dime qué pasa.

—¿Te gusta?

Ella me puso mala cara y yo me pregunté para qué quería saber eso.

—Eso no es problema tuyo.

—¿A él también le dirás que le quieres y luego te irás por un año?

Pero nunca dijo que te quisiera, ¿recuerdas?

Sí, joder. Lo recordaba a la perfección. Y casi desearía no haber dicho nada. Ojalá no hubiera venido, para empezar. Si me hubiera quedado en la residencia, ni siquiera pensaría en ella.

Ella apartó la mirada, enfadada. Noté que mi enfado también aumentaba.

—¿O solo lo quieres para vivir gratis a cambio de echar cuatro polvos?

Y el premio al gilipollas del año es para... ¡Ross!

Creo que me arrepentí incluso antes de haber terminado de decirlo, pero ya era tarde para echarse atrás.

Jen me dirigió la mirada más dolida que había visto en ella y el impulso de asegurarle que realmente no pensaba eso estuvo ahí... pero no lo hice. 

Estaba enfadado. Muy enfadado. Tanto con ella como conmigo.

—Venga, respóndeme.

—Eres un cerdo.

Esbocé una sonrisa amarga.

—Al menos, yo soy honesto.

—Si tan mala soy, ¿por qué demonios te preocupa tanto que tenga una cita?

Buena pregunta.

—Me importa una mierda tu cita —musité, irritado.

—¡Hace cinco minutos has entrado en el cuarto de baño mientras me duchaba solo para confirmarlo, maldito psicópata!

Dudé visiblemente, pero no me importó.

—¡Solo... quiero avisar al pobre chico!

—¡Avisarlo!

Casi se me olvidó por qué estaba enfadado cuando se acercó tanto a mí que su nariz prácticamente rozó la mía. Tragué saliva.

—¿Quieres que haga yo una lista con todo lo que has hecho durante este año? ¿Y que avise a cada chica con la que salgas de ahora en adelante? ¡Porque seguro que tendría trabajo hasta el maldito año que viene!

Espera, ¿eso se creía? ¿Que me había puesto a salir compulsivamente con chicas? ¿En serio?

Intenté interrumpir, pero justo en ese momento entró Mike con toda la tranquilidad del mundo. Estaba sonriendo, el muy idiota.

—¡Hola, familia!

Lo ignoré completamente. Solo quería centrarme en Jen.

—¡No es lo mismo! —espeté.

—¡ES EXACTAMENTE LO MISMO!

—¡NO LO ES!

Mike se quedó mirándonos, confuso.

—¿Es la marihuana que me ha jodido el cerebro o esa es...?

—¡ES LO MISMO, JACK! —me gritó Jen, y sentí que una parte de mí se revolvía al escuchar ese maldito nombre.

—¡NO, NO LO ES!

—¡¿Y cuál es la jodida diferencia?! ¡¿Que tú solo te acuestas con ellas y a mí eso no me interesa?!

—¡DEJA DE HABLAR ASÍ DE MAL!

—¡ESPERA, QUE AHORA V AA DARME CLASES DE PROTOCOLO EL PSICÓPATA QUE HA ENTRADO EN MI DUCHA ESTANDO YO DESNUDA!

Escuché a esos idiotas decir algo, pero no me importó. Jen había intentado agarrar la cerveza otra vez. Yo la esquivé. Eso pareció colmar su poca paciencia restante.

—¡DAME MI MALDITA CERVEZA DE UNA VEZ, JACK!

—¡ES ROSS!

—Oh, ¿ahora te enfadas si te llamo por tu nombre? ¡Pues te seguiré llamando así hasta que me devuelvas mi maldita cerveza!

—¡Dime cómo se llama el idiota con el que quieres salir!

—¡Jack, déjalo ya o...!

—¡Es Ross!

—¡Es Jack!

—¡Ross!

—¡JACK!

—¡ROSS!

—¡JACK, JACK, JACK, JACK! —de repente, me sacó la lengua y yo parpadeé, perplejo—. Jódete.

No pude evitar esbozar una pequeña sonrisa cuando se fue muy indignada hacia el sofá con Mike.

La borré al instante en que Will me levantó y bajó las cejas con su cara de ¿ves como sigues coladito por ella?.

No seguía sintiendo nada por nadie. Y menos por ella.

La seguí, todavía enfurruñado, y me planté delante de ella. Se había sentado junto a Mike, que levantó las manos en señal de rendición.

—Yo sigo sin entender qué está pasando.

No se había molestado en venir desde que se había enterado de que estaba mal... ¿y ahora se presentaba? ¿En serio?

Por mí, se podía ir a la mierda.

—Fuera —le espeté, señalando el sillón con la cabeza.

En cuanto hizo un ademán de levantarse, Jen lo sujetó del brazo para volver a sentarlo.

—¡No tiene por qué moverse! —me entrecerró los ojos, indignada.

—¡Fuera! —insistí. Ya era algo personal.

—¡No!

—Eh... —Mike nos miró a ambos sin saber qué hacer.

—¡He dicho que quiero sentarme ahí! —protesté.

Muy maduro.

—¡Pues yo no quiero sentarme contigo! —me espetó Jen—. ¡Así que ve a tu maldito sillón!

—¡No pienso ir al sillón, él lo hará!

—¡No, él estaba aquí primero que tú!

—Chicos —intentó decir Mike—, no me importa ir a...

Jen y yo nos giramos hacia él a la vez.

—¡CÁLLATE!

—¡Estás comportándote como una niña pequeña! —le grité a Jen.

—¡Y TÚ COMO UN PSICÓPATA!

—¡INFANTIL!

—¡PSICÓPATA!

—¡PESADA!

—¡IMBÉCIL!

—¡CABEZOTA!

—¡PERVERTIDO!

—Esto es oro puro —escuché que decía Sue por ahí atrás.

Y yo, por mi parte, decidí pagar mis frustraciones sentimentales con el idiota de Mike.

—¡LEVÁNTATE DE UNA VEZ DE AHÍ, MIKE!

—¡NO TIENE POR QUÉ HACERLO SI NO QUIERE! —insistió Jen.

—¡ES MI CASA!

—¡PUES ÉL HA LLEGADO PRIMERO, ASÍ QUE TE JODES!

—¡¿VES COMO ERES UNA NIÑA?!

—¡Y TÚ UN PESADO!

—¡Y TÚ UNA...!

—¡Se acabó! —me interrumpió, poniéndose de pie y dejándome con las ganad de llamarla infantil—. ¡Cenad vosotros, se me ha quitado el hambre!

Me quedé mirando cómo desaparecía por el pasillo y, ni siquiera con el cabreo que llevaba encima, fui capaz de resistirme a mirar sus pantaloncitos.

—Ross —Will me miró—, creo que es un buen momento para ir a fumar, ¿no?

—Sí —musité.

Subí las escaleras antes que él y me quedé esperándolo en la azotea, dando vueltas como un idiota mientras me encendía un cigarrillo. Él no tardó demasiado en subir conmigo.

—Bueno —se detuvo a mi lado y me miró con esa cara que reñirme que tanto odiaba—, ¿algo que decir?

Me enfurruñé como un crío, apartando la mirada.

—No.

—Ya. ¿No quieres comentar nada sobre ese repentino ataque de toxicidad que te ha invadido, entonces?

—No ha sido... no soy... cállate, ¿vale?

Me di la vuelta, todavía enfurruñado, y di vueltas por el lado contrario de la azotea. Él no dijo absolutamente nada, solo me juzgó con la mirada durante todo el rato que tardé en volver hacia él con el ceño fruncido.

—¿Cómo que toxicidad? —inquirí—. Tampoco ha sido para tanto... ¿no?

Incluso yo me di cuenta de que sí mientras lo decía. Le puse mala cara.

—No me juzgues con la mirada. Eres un pesado.

—No he dicho nada —se encogió de hombros, muy tranquilo.

—¡No hace falta que lo digas para que vea esos ojos de Ross, eres un cerdo!

—Eso te lo ha dicho ella —sonrió, divertido.

—Pero a ella le gusta Pumba, a lo mejor era un cumplido y no me he dado cuenta.

Will empezó a reírse de mi estupidez y negó con la cabeza.

—Mira, di lo que quieras, pero no me había reído contigo en todo este año —murmuró—. En el fondo, creo que te gusta que Jenna esté aquí.

—No es verdad, la odio.

—Sí, claro. Y yo soy blanco.

—Siempre con la misma bromita...

—Si no te gusta, no te rías.

—No lo entiendo, ¿por qué te preocupas tanto de lo mío con Jen? —me corregí casi al instante—. Es decir... de lo que tuve con ella. No ahora. Porque ahora no hay nada. No la soporto.

—Ajá —sonrió.

—Respóndeme —le exigí, señalándolo con el cigarrillo.

—¿Cuántas veces has tenido que soportarme hablando de Naya después de discusiones? Creo que te debo esto. Además, es divertido ver lo frustrado que estás. Estaba cansado de verte tan apático.

—No estaba... apático. Estaba tranquilo.

—Ross, tú no has estado tranquilo en tu vida.

Le puse mala cara.

—¿Se puede saber qué te pasa hoy, Willy Wonka? ¿Se te ha escapado un oompa loompa y por eso vas tan alterado?

—Yo no soy el que se ha metido en la ducha con su exnovia, le ha exigido que le dijera con quién tiene una cita y se ha gritado con ella. 

—Vete a tu fábrica de chocolate y déjame en paz.

—Creo que si tuviera una fábrica de chocolate Naya y yo discutiríamos menos. Podrías sobornarla con dulces —reflexionó en voz alta.

—Gracias por informarme. No sé cómo he vivido hasta ahora sin saberlo.

—¡Por fin un poco de sarcasmo! —sonrió, feliz—. Ya era hora. Incluso he llegado a echarlo de menos, y eso que no te soporto cuando te haces el gracioso.

—Yo no me hago el gracioso, soy gracioso.

—Y un capullo que debería disculparse, también.

—¡Ella también debería disculparse conmigo!

—¿Por dejarte hace un año? —enarcó una ceja.

—¡Pues... sí!

—¿No lo habías superado?

—¡Y lo he superado!

—¿Y para qué quieres que se disculpe, entonces?

—¡Porque... sí! ¡Déjame ya en paz!

Él estaba riéndose de mí, ahí de pie, y yo no dejaba de sentirme como un imbécil. El sentimiento aumentaba por momentos.

Aunque se disipó en el momento en que sonrió y me puso una mano en el hombro.

—¿Quieres que vayamos a dar una vuelta en coche?

Lo miré, más interesado.

—No sé. ¿Habrá cerveza?

—Sin cerveza, no me molestaría en ir.

—¿Y pagas tú?

—¡Pero si tú ahora eres rico!

—Si empiezo a gastármelo todo no seré rico por mucho tiempo, ¿no? —sonreí como un angelito—. Conduzco yo. Te espero en el coche.

—¿Y a dónde quieres?

—Donde me lleve el viento.

—Muy bien, Pocahontas. Te veo abajo.

Bajé las escaleras, sonriendo, y me di cuenta de que era la primera vez que pasaba un rato con Will desde que había llegado.

Y, joder, había echado de menos a mi mejor amigo.

No se merecía que lo tratara como lo había tratado este último año. Puse una mueca y volví atrás. Él todavía se terminaba el cigarrillo, pero se giró hacia mí.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Oye, pago yo las cervezas porque soy un buen amigo.

Él negó con la cabeza, divertido.

—Como quieras, Pocahontas.

***

Vale, la noche anterior al final había sido genial. Había ido con con Will al puente al que íbamos en el instituto —en los primeros años— para fumar a escondidas y nos pasamos casi tres horas enteras sentados junto al coche y hablando de esos años.

Hacía mucho que no pensaba en mis años del instituto. Los años buenos, quiero decir.

De hecho, casi siempre tenía tendencia a recordar solo lo malo, pero lo cierto es que el instituto no había sido una época tan mala en mi vida. Especialmente los primeros años. Will, Naya, Lana y yo nos lo habíamos pasado genial, incluso sabiendo que Lana intentaba pegarse a mí cada vez que tenía oportunidad de hacerlo y me ponía incómodo.

Habían sido buenos años. Tenía que encontrar el álbum de fotos. Ahora, necesitaba ver a Naya con su aparato dental y su corte de pelo horrible. 

Todavía la recordaba llegando llorando a clase porque se había cortado el pelo a sí misma por curiosidad, se había hecho un desastre, y su madre la obligó a ir a clase sin arreglarlo para castigarla.

Creo que me reí de ella todo el día, la verdad. Y me gané varios empujones de Will cada vez que la defendía.

Pero es que justo había coincidido con el día en que nos hicieron la foto del álbum de fotos del curso. De verdad que estaba seguro de que ese fue el día en que más me reí de toda mi vida. Incluso ella terminó volviendo a casa riendo al ver su foto.

Volví a la realidad cuando la versión actual de Naya cambió de página de sus apuntes y siguió repasándolos con la mirada, en el sillón. La había estado ayudando hasta ahora. No se le daba muy bien el cálculo. A mí me gustaba. O me había gustado en el instituto, al menos, porque ahora ya no lo estudiaba.

Volví a acomodarme con el portátil y empecé a revisar todos los correos electrónicos de Joey. Como ya no le respondía a las llamadas, me mandaba correos para que fuera leyéndolos cuando pudiera y respondiendo a, más o menos, un ritmo habitual. 

Admito que casi siempre se me olvidaba.

Estaba leyendo uno sobre una invitación a una cena de directores novatos o algo así cuando escuché pasos por el pasillo. La única que estaba en casa con nosotros era Jen.

Efectivamente, ella apareció y mis ojos se clavaron directamente en su jersey rojo. De todos los que tenía, era mi favorito. Le quedaba perfecto.

Bueno, todo le quedaba perfecto. Ojalá no lo hiciera. Sería más fácil no mirarla.

Aunque mi atención se desvió a su cara cuando empezó a juguetear con los dedos, nerviosa.

—Eh... —empezó—. Tengo que hacer un trabajo de clase.

Esperé que siguiera, pero no lo hizo. Solo agachó un poco más la cabeza y vi que el mechón de pelo que siempre se le escapaba caía por su frente. 

Por un momento, el deseo de acercarme y colocárselo fue tan fuerte que tuve que sujetar el portátil con algo de fuerza para contenerme. En serio, ¿cómo podía gustarme más ahora que la última vez que la había visto? ¿No se suponía que tenía que NO gustarme?

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Naya.

Jen me echó una ojeada y creí que iba a pedirme ayuda a mí.

Sinceramente, los dos sabíamos que por muy desagradable que fuera con ella, la ayudaría en cuanto me lo pidiera.

Y odiaba ser consciente de ello.

—No, no es eso... —dijo, sin embargo—. Es que... mhm... tiene que venir un compañero.

Noté que se me tensaban los hombros involuntariamente.

¿Iba a traer una cita aquí? ¿A la que había sido nuestra habitación? ¿A nuestra cama?

Esperaba que fuera una maldita broma.

—Su compañero de habitación es un poco raro y no podíamos ir ahí, así que... eh... le ofrecí hacerlo aquí. Espero que no os importe.

—Por mí no hay problema —sonrió Naya mientras a mí me palpitaba una vena del cuello—. ¿Es Curtis?

Curtis. Qué nombre tan ridículo.

Jack era mucho mejor.

Y papi Jackie es todavía mejor.

Tú, cállate.

Jen asintió con la cabeza tras echarme otra ojeada insegura.

—Pero podemos ir a la habitación o...

—Quedaos aquí —me escuché decir precipitadamente.

Mierda, tenía que disimular un poco.

—Pero... —Jen abrió mucho los ojos— vosotros estáis aquí.

—Veo que lo entiendes —mascullé.

Naya puso los ojos en blanco, pero parecía divertida.

—Ugh, no empieces, Ross.

Miré el portátil, frustrado. Si iba a venir el idiota que le gustaba, al menos quería ver lo que hacían. No sé por qué. Igual me gustaba sufrir gratuitamente y no lo sabía.

Justo cuando lo analizaba, escuché que llamaban al timbre y levanté la cabeza de golpe.

—Creo que es... —murmuró Jen—. ¡Ross, vuelve aquí!

Tarde. Ya estaba correteando por el pasillo de la entrada.

Bueno, hora de darle la bienvenida a Curtis.

Abrí la puerta principal y un chico rubio bastante más bajo que yo, delgaducho y guapito de cara me miró, sorprendido.

No pude evitar poner una mueca sorprendida, también. ¿Cuándo habían cambiado tanto los gustos de Jen? Bueno, igual era un encanto...

O igual era un capullo. Entrecerré los ojos.

—Eh... —dudó visiblemente—. Hola.

—¿Qué? —espeté.

Eso es. Muy maduro.

¿No había un botón para apagar mi conciencia?

—¿Está... Jenny? —preguntó.

¿Jenny? ¿En serio? Eso se lo llamaba su madre.

Jen era mucho mejor.

Jen era un apodo mucho más digno.

Igual que Mushu.

Ese tío no estaba a la altura de Jen.

¿Y tú sí?

—No.

Y le cerré la puerta en la cara.

Bueno, al menos lo intenté, porque el pie de Jen apareció de la nada para impedirlo. Empujó la puerta de nuevo y sonrió a Curtis.

A mí no me sonreía así. Fruncí el ceño.

—¡Sí estoy! —le aseguró—. Pasa, Curtis.

El chico pasó entre nosotros, claramente incómodo, y fue a saludar a Naya. Lo seguí con la mirada con tanta intensidad que estuve seguro de que sentía mis ojos atravesándole el cráneo.

Y, justo en ese momento, reaccioné de golpe cuando Jen me puso una mano en el brazo.

Mierda, hacía mucho que no me tocaba. Ni siquiera de esa forma tan inocente. Tragué saliva.

—No empieces —advirtió, y pese a que parecía enfadada me daba la sensación de que no lo estaba tanto como le gustaría.

—¿Empezar qué? —me hice el inocente.

—Lo de ayer —me puso mala cara—. Sabes perfectamente de lo que te hablo.

Claro que lo sabía. Y tenía pensado seguir haciéndolo.

—Solo quiero conocer a tu amigo Charlie.

—Se llama Curtis.

—Información vital para mi vida.

Me soltó el brazo, pero me clavó un dedo en el pecho, irritada. Tenía las mejillas sonrojadas. No pude evitar sonreír.

—Y es un buen chico —añadió—. Y muy listo. Y mi compañero en tres proyectos más.

—Sí que te gusta Charles de repente.

—¡Se llama Curtis! Y no es cuestión de que me guste o no.

Sonreí aún más al ver su exasperación.

—Vas a tener que pasar mucho tiempo con Caleb si tienes tres proyectos más con él.

—Se llama... —cerró los ojos un momento—. Bueno, da igual, solo... no lo espantes.

Oh, pero me encantaría hacer eso, querida Michelle.

Di un paso hacia ella.

—¿Y si lo espanto... qué?

Ella se cruzó de brazos, pero no se me pasó por alto que se había echado hacia atrás, nerviosa.

—Pues que... eh... te mataré.

—Qué miedo.

—Ross, lo digo en serio.

—Claro, claro.

Cuando pasé por su lado para ir hacia el chico, ella me sujetó del brazo de nuevo, solo que esta vez desde muy cerca. Me tensé instintivamente cuando me giré hacia ella.

—La mitad de la nota de tres de mis asignaturas dependen de mis proyectos con él salgan bien —murmuró, mirándome—. No puedo cambiar de compañero. No quiero que las cosas sean incómodas para nosotros. Por favor, no lo espantes.

Noté que se me suavizaban las ganas de irritarla al instante. Vale, igual no iba a meterme con su amigo idiota.

O no tanto, al menos.

—Seré bueno —concluí.

Ella me miró un momento más antes de soltarme e ir al salón. Suspiré e intenté recomponerme antes de seguirla, viendo como su culo se movía con una sincronía perfecta a cada pasito que daba.

Fui al otro sofá, tratando de no prestarles atención. Jen me dedicó una pequeña sonrisa cuando me alejé de ellos, pero decidí no decir nada al respecto.

—Bonita casa —comentó el chico.

Vale, igual mi autocontrol duró poco.

—Es mía.

Vi que sus orejas se teñían ligeramente de rojo.

—Oh, bueno... eh...

—Pero es muy bonita, así —intervino Jen rápidamente—. Eh... bueno, el proyecto... había pensado en empezar por la parte teórica y luego centrarnos más en los ejercicios que nos dijern que hiciéramos en...

Y empezó a soltar un discursito de cosas de gente que estudiaba literatura. Si no fuera porque las decía Jen, probablemente ni siquiera habría escuchado un tercio de ellas.

Todo iba más o menos bien hasta que Jen se fue a la habitación y vi mi oportunidad de oro abriéndose paso.

Sonreí como un angelito y Naya me dedicó una mirada divertida cuando me senté junto al chico.

—Bueno, Calvin, ¿y cuáles son tus intenciones con nuestra dulce Jennifer?

Él parpadeó, sorprendido.

—Es... una chica muy simpática —concluyó—. Y una buena compañera de clase.

—¿Espero no enterarme de que le haces algo malo, eh? —ese último eh quizá sonó un poco más amenazador de lo que pretendía.

—No, no, no... —me aseguró enseguida—. Es una buena compañera de clase, nunca haría nada para perjudicarla.

En ese momento, Jen apareció de nuevo por el pasillo y se quedó mirándonos con los ojos entrecerrados con desconfianza.

—¿De qué habláis?

El chico le respondió por mí.

—Le hablaba de nuestras clases a ti... mhm... ¿novio?

Je, je.

Sonreí como un angelito a Jen, que enrojeció hasta la médula.

—Es solo mi compañero de piso —aclaró, sentándose al otro lado de su amiguito.

Un momento, ¿cómo que compañero de piso? ¿Solo eso?

Fruncí el ceño, indignado.

—Creo que soy un poco más que eso.

—No mucho más.

—Soy su exnovio.

Su amiguito nos miraba a uno y otro como si fuera un partido de tenis, perdido.

—Mi exnovio de hace mucho tiempo.

—No hace tanto tiempo, nena.

Oh, el apodo la había cabreado. Perfecto. Tenía que usarlo más para irritarla. Era muy efectivo.

—Hace bastante tiempo, nene.

Sonreí, malicioso. Por cosas así me había enamorado de ella.

Aunque... claro, ya no lo estaba, ¿eh? Eso era parte del pasado.

—¿Tan rápido te olvidas de todo lo que hicimos en ese sofá, nena?

Naya empezó a atragantarse desde su sillón. Jen me dedicó una miradita de advertencia.

—Nunca hicimos nada en ningún sofá.

No fue por falta de ganas, te lo aseguro.

—Es verdad, siempre nos las arreglábamos para llegar al dormitorio. O a la ducha, o a la encimera...

—¡¿A la encimera?! —chilló Naya con voz aguda—. ¡Espero que, al menos, la desinfectarais después!

—¡Que no es verdad! —se avergonzó Jen.

Se giró hacia mí, enfadada, y yo aumenté mi sonrisita.

—Ross —advirtió.

—Jennifer —sonreí dulcemente.

—¿Por qué no te vas a fumar un rato?

—Fumar es malo para mi salud. No creo que sea lo más adecuado.

—Pues vete a tomar el aire. Te irá bien.

—Estoy bien, gracias por tu preocupación.

—¿Y por qué no te vas a tirar por el tejado, entonces?

—También estoy bien en ese aspecto, gracias de nuevo.

—Ross —esta vez, ya sonó enfadada de verdad—. Vuelve al otro sofá.

Solo si vienes conmigo.

—¿Acaso molesto? —me llevé una mano al corazón.

—Sí.

—¿Te molesto, Carter?

—Curtis —me dijo, y parecía ligeramente divertido.

—Ah, sí. Connor.

—¡Es Curtis! —se irritó Jen—. Y sí, moestas. Vete.

—Él acaba de decir que no —prortesté.

—No... —empezó el chico, incómodo—. Yo no... eh...

—Ross —Jen estaba empezando a temblar de cabreo.

—Venga, Ross —Naya me sonrió, divertida—. ¿No tienes ninguna película que ir a supervisar o algo así?

La verdad es que prefería supervisar a la insipiración de mi primer guión, pero no quería recibir una bofetada.

Justo cuando iba a apartarme, noté que el chico me miraba.

—Un momento... ¿eres Jack Ross?

Le puse mala cara, extrañado.

—Sí.

—¡Soy muy fan de tu trabajo!

Sonreí cuando vi que Jen me ponía los ojos en blanco, exasperada.

—¡Estaba en el primer festival en el que estrenaste la película! —añadió su amigo—. De hecho, no sé cómo no te he reconocido. Bueno... Jenny a veces te llama Jack y, eh...

Necesitaba que dejara de llamarla Jenny urgentemente o iba ahogarlo con un cojín.

—¿Puedo llamarte yo también...?

—No.

—Vale —enrojeció—. Es un placer, de verdad. Soy muy fan de tu trabajo, Ross.

Me vi obligado a apretarle la mano sin decir nada.

—Dentro de poco estrenas la película en la ciudad, ¿no? —preguntó.

—En tres semanas —exclamó Naya.

—Ya tengo la entrada comprada, así que... —miró a Jen—, supongo que es un poco tarde para invitarte.

Mejor. Que no viera la estúpida película.

—Qué lástima —sonreí.

—No quería ir —me espetó Jen, malhumorada.

Su amiguito desapareció por el pasillo, pero me importaba bien poco lo que hubiera ido a hacer. Mientras desapareciera... estaba conforme.

Y, justo cuando lo pensaba, esquivé instintivamente un cojín que Jen me había lanzado a la cabeza.

—¿Qué...?

—¡Deja de incordiarle!

Ah, eso.

—¡No lo estoy incordiando!

—¡Estás siendo un...!

—Bajad la voz u os oirá —nos dijo Naya, repasando sus apuntes.

Jen volvió a señalarme, enfadada.

—Has dicho que no lo espantarías —me dijo en voz baja.

—¿Qué estoy haciendo para espantarlo? —volví a hacerme el inocente, también en susurros.

Ella me puso mala cara y le devolví el cojinazo a la cara, o lo intenté, porque lo atrapó al aire.

—¡Para empezar, sabes perfectamente que se llama Curtis!

—Oh, pobrecito. Seguro que llora una semana porque no me acuerdo de su nombre.

—¡Y estás haciendo que se sienta incómodo!

De nuevo, el cojín me voló a la cabeza. Conseguí atraparlo antes de que llegara a su objetivo.

—Pues le caigo mejor que tú —sonreí ampliamente.

El cojín voló hacia ella.

—¡No es verdad!

Voló hacia mí.

—¡Sí es verdad, es mi fan!

Voló hacia ella.

—¡Seguro que solo lo ha dicho para quedar bien y tu peliculita es una... mierda!

Voló hacia mí.

—Mi peliculita es lo mejor que verás en tu vida. Ah, no, que no estás invitada para verla.

Voló hacia ella.

—¡Pues me la bajaré gratis por internet!

Voló hacia mí.

—¡Eso es ilegal!

Voló hacia ella.

Y justo en ese momento tuvimos que parar porque su amiguito volvió, diciendo algo que tener que irse. Jen sonrió lo se levantó para acompañarlo a la puerta.

En cuanto él no miró, me estampó el cojín en la cara.

Yo, claro, se lo tiré al culo.

No podía tener mejor objetivo que ese.

Cojín afortunado...

En cuanto hizo un ademán de devolvérmelo, se detuvo en seco y se lo escondió tras la espalda porque su amiguito se había dado la vuelta hacia nosotros para despedirse.

—Ha sido un placer conoceros, chicos.

—Igualmente —le dijo Naya.

Sonreí con toda la educación que pude reunir, que fue poca.

—Sí, te echaremos de menos, Craig.

En cuanto Jen pasó por detrás de mí para acompañarlo a la puerta, se detuvo un momento para hundirme bruscamente el cojín en la cara. Empecé a reírme al sujetarlo.

Los miré con los ojos entrecerrados mientras se despedían. Casi esperaba un beso. Pero no, solo se dieron un abrazo y el amiguito se marchó. Eso no debería haberme aliviado tanto como lo hizo.

Jen volvió y empezó a recoger sus cosas echándome miradas de amor puro y duro cada vez que tenía que apartarme para recoger algo más. Yo estaba extrañamente encantado con la situación.

—Te odio —masculló de camino a la habitación.

—Gracias.

Se detuvo y me entrecerró los ojos.

—Eres un inmaduro.

—Oh —me llevé un amano al pecho—. No me hagas llorar.

—¡El pobre Curtis no querrá volver a venir!

—Qué pena que tu amiguito no quiera volver a venir.

—Yo no montaría una escena si entraras con una amiguita tuya.

¿A qué venía eso de mis amiguitas? Si ni siquiera me había acostado con nadie en un maldito año.

—¿Alguna vez me has visto con una amiguita?

—Como sea —se irritó—. Inmaduro.

—Pesada.

—Idiota.

—Pesada.

—Capullo.

—Pe-sa-da.

—¡Imbécil!

—¿Acaba de decirme que me quiere, Naya?

Ella sonrió como si entendiera perfectamente la situación.

—Yo creo que no quiero meterme en esto.

—Yo creo que sí me ha dicho eso.

—Idiota —insistió Jen.

—Pesada.

—¡Ugh, te odio!

—Yo también te quiero, pesada.

Sonreí cuando se dio la vuelta, cabreadísima, para ir a la habitación. Sin embargo, se detuvo de repente para mirarme con expresión malévola.

—Pues que sepas que esta noche he quedado con él.

Dejé de sonreír al instante.

Jen 1 - Jackie 0

Cállate.

Puse mala cara a Naya cuando ella se encerró en la habitación. Naya me devolvió la mirada, solo que parecía bastante divertida.

—Sabes que solo lo ha dicho para ponerte celoso, ¿no?

—Yo no estoy celoso. Solo... pensativo.

—Ajá —sonrió.

—Dios, no empieces a hablar así. Ya tengo más que suficiente con un Will en mi vida.

Ella repiqueteó un dedo sobre la mesa, divertida.

—Ese te quiero ha sido muy tierno, Ross.

Fruncí el ceño al instante, a la defensiva.

—Ha sido una broma.

—Y entre broma y broma... la verdad asoma.

Volví a ponerle mala cara.

—Mejor sigue repasando apuntes por un ratito —musité.

Ella seguía pareciendo divertida cuando volví a mi sofá y abrí el portátil de nuevo, tratando de centrarme.


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