Capítulo 10
Todavía me resultaba difícil asimilarlo.
Realmente se había ido. Jen se había ido.
Ni siquiera le había importado lo que dejaba aquí o lo que podía sentir al respecto. Solo... se había ido.
Ya habían pasado dos semanas y seguía sin responder a mis llamadas o a mis mensajes. Ni siquiera estaba muy seguro de por qué seguía insistiendo. Estaba claro que no iba a responder.
Y tampoco tenía claro que quisiera que me respondiera. Cada vez que la llamaba, mi mayor temor era que respondiera una Jen que no podía reconocer diciéndome que me olvidara de una vez de ella.
Miré mi móvil. Estaba sobre la cama. Seguía sin iluminarse la pantalla por un mensaje suyo.
No lo haría, ¿verdad? Por mucho que lo intentara, no lo haría.
Me pasé las manos por la cara. Esto era insoportable. Lo único que quería era una explicación. Un motivo. Algo que no hiciera que me preguntara una y otra vez qué coño había pasado para que quisiera irse de esa forma con otro.
No levanté la cabeza cuando la puerta de nuestra habitación se abrió. Escuché los pasos de Will acercándose a mí después de cerrarla de nuevo. Se detuvo a mi lado y se sentó en la cama, suspirando.
—Ross...
—Déjame en paz —murmuré, quitándome las manos de la cara—. Ya sé lo que quieres decir.
—Lo dudo. No lo sé ni yo.
Me dedicó media sonrisa, pero la borró en cuanto vio mi expresión.
—¿Sigue sin responder?
Esta vez casi me reí yo, pero no me apetecía reír. No me apetecía nada.
—¿Tú qué crees? —aparté la mirada—. Esto es una mierda.
—Lo sé.
—No, no lo sabes. Naya nunca se ha ido sin darte explicaciones, sin siquiera decirte qué ha pasado para poder olvidarse de ti tan... tan fácilmente...
Me detuve cuando me di cuenta de que estaba empezando a perder el control de la situación. Respiré hondo y Will me observó sin decir nada.
—Si solo supiera... al menos... —negué con la cabeza, con un nudo en la garganta—. Ni siquiera quiso decirme... ¿qué he hecho tan malo como para que alguien como el otro fuera mejor que yo?
—No es cuestión de que el otro fuera mejor —me aseguró Will en voz baja.
—¿Y tú qué sabes? Me dijo que había estado enamorada de él todo este tiempo. Todo. Este. Tiempo. ¿De verdad he estado tan ciego?
Will no me miró ni dijo nada. Tampoco necesitaba que lo hiciera. Ya sabía que había sido un imbécil sin necesidad de que lo confirmara.
—No me puedo creer que esto me haya pasado a mí —murmuré, con el nudo en la garganta aumentando—. Todos estos años riéndome de las películas en las que le rompían el corazón a alguien, pensando en cómo se puede ser tan idiota como para abrirse de esa forma a alguien que no te quiere... y ahora me lo han hecho a mí.
—Jenna sí te quería, Ross.
—¿Que me quería? —me puse de pie bruscamente—. No. No lo hacía. Ella misma lo dijo. Nunca he dicho que te quisiera. Y tenía razón. Nunca lo hizo. ¿Cuántas veces crees que se lo ha dicho al otro?
—Ross...
—Mi padre tenía razón —murmuré, mirando el armario jodidamente vacío y abierto—. Él me lo dijo mil veces. Dijo que algún día me dejaría. Es un manipulador de mierda, pero al menos se dio cuenta antes que todos los demás e intentó avisarme. Y no le hice caso.
Hice una pausa y aparté la mirada del armario, negando con la cabeza.
—¿Y de qué me sirve seguir llamándola? No servirá de nada. No quiere saber nada de mí. Soy un imbécil.
—Ross, no...
—Solo quiero saber qué hice mal —soné tan patético que incluso yo me di lástima a mí mismo—. Solo quiero saber eso.
Will por fin me miró. Pareció pensar en algo durante casi un minuto entero hasta que, finalmente, suspiró.
—Ross... tengo que contarte una cosa que...
—A la mierda —mascullé, cerrando el armario de un golpe—. No me importa. No sé por qué sigo arrastrándome por... por... no seguiré haciéndolo. Estoy harto. De esto. De ella. Y de todo.
Will me miró mientras iba directo a agacharme junto a la cama y sacar la maleta que había debajo. Noté que se detenía a mi lado cuando empecé a abrir cajones de la cómoda y a llenarla bruscamente.
—¿Qué haces?
—Me voy de aquí.
—¿Te vas...? ¿Dónde?
—A Francia. A esa jodida escuela. ¿Para qué quiero quedarme? ¿Para esperar a alguien que no me quiere?
Will no dijo nada por unos segundos, sorprendido.
—¿Quieres que te ayud...?
—No.
—Puedo pedirle a Naya que te eche una mano. Es experta en llenar maletas sin que...
—He dicho que no, Will.
Él suspiró y me dejó solo de nuevo. Yo seguí metiendo la ropa bruscamente en la maleta. No podía seguir ahí. No donde todo me recordaba a ella. Necesitaba irme a cualquier sitio que no...
Mi mano se quedó congelada a punto de agarrar la sudadera de Pumba.
Me quedé mirándola un momento y casi pude escuchar los añicos de mi propio corazón cuando recordé a Jen vestida con ella. A Jen paseándose por el piso con una sonrisita. A Jen ayudando a Will en la cocina. A Jen conmigo, mirando películas y...
No. No podía pensar en ella. No así.
Ella no me quería. No se merecía que me acordara de ella. No se merecía que me acordara de esa forma. Lo que se merecía que recordara era su mirada decidida cuando me había dicho, a la cara... que no me quería.
Agarré la sudadera y la dejé en la cama. Estaría mucho mejor en la basura. O en cualquier otra parte que no fuera un lugar donde yo pudiera verla.
Hice lo mismo con todo lo que encontré que me recordara a ella.Y quizá habría sido capaz de superar ese pequeño obstáculo de no haber encontrado, entre mis camisetas, la foto que me había hecho con ella en la feria de su pueblo.
Cuando había ido a conocer a sus padres. Cuando le había pedido que viniera a vivir con nosotros. Conmigo. ¿Ya sabía que no me quería por aquel entonces? ¿Por eso no me había dicho que sí? ¿Por eso siempre pareció poner un escudo entre nosotros?
De pronto, todos los recuerdos buenos con ella estaban cubiertos por un manto negro que no me dejaba rememorarlos y ser feliz. Cada vez que recordaba una sonrisa, un beso, una mirada divertida... cualquier cosa... me preguntaba hasta qué punto había sido sincera. Hasta qué punto le había gustado estar conmigo.
No pude mirar la foto. No podía verla. Estuve a punto de arrugarla en un puño, pero fui incapaz. Igual que también fui incapaz de volver a mirar esas estúpidas sudaderas y plantearme tirarlas a la basura. No podía hacerlo. No podía.
Miré mi mesita de noche y, tras dudarlo unos segundos, abrí el primer cajón y lo metí todo ahí antes de cerrarlo con fuerza.
Jen se quedaba ahí. Y todos mis recuerdos de ella, también.
Pero yo... yo no podía hacerlo.
***
La residencia en Francia era tan pretenciosa como cara. La gente vestía solo ropa de marca, los muebles eran de lujo y absolutamente todo lo que me rodeaba tenía un valor por encima de los cien euros. Era difícil de creer que realmente estuviera viviendo ahí.
Durante los primeros días, no me había relacionado demasiado con nadie. Mi habitación era individual, así que por las noches podía meterme en la cama a ver películas, pero la verdad es que no me apetecía hacerlo. No me apetecía nada. Ni siquiera atender en clase o intentar hablar con mis compañeros. Era como si viviera en una burbuja extraña que yo mismo había creado y no podía destruir.
De hecho, ni siquiera hablé con alguien hasta que, a la semana de estar ahí, me invitaron a una fiesta. El que me había invitado era el hijo de un amigo de mi padre, así que supuse que lo hacía por compromiso. Acepté de todas formas. Y eso que sabía que lo que más me convenía no era, precisamente, una fiesta.
Incluso la fiesta era pretenciosa. Todo el mundo iba perfectamente arreglado y acicalado. Yo no lo estaba, pero a nadie pareció importarle. Ignoré a todo el mundo y todo el mundo me ignoró a mí.
Me quedé de pie junto a la mesa de bebidas. Todas eran botellas de calidad. Y estuve a punto de agarrar una, pero me contuve. No era el mejor momento para beber.
Y, justo cuando lo hacía, noté que alguien se acercaba a mí.
—¿No vas a beber?
Me giré sin mucho interés hacia una rubia que no conocía de nada. Ni siquiera le presté atención antes de sacudir la cabeza.
—No tengo sed.
—Oh, vamos —se rio—, en las fiestas no se bebe por tener sed. Y es gratis. Aprovéchate, es lo que hago yo.
Ella se acercó a la mesa y llenó uno de los vasos con una gracia sorprendente. La miré mejor. Era una chica preciosa. Rubia, alta, con curvas perfectas y la tez dorada. Casi parecía sacada de una revista de lujo.
Pero... no era Jen.
Por preciosa que fuera... no era Jen. Y no podía verla de esa forma si no era ella.
Me ofreció el vaso con una sonrisa y yo lo miré unos segundos antes de agarrarlo por fin. El primer trago me supo a gloria. El segundo, a calma. El ardor en la garganta casi hizo que me olvidara de mis problemas. Casi.
La chica rubia se quedó a mi lado, mirándome con esa media sonrisa que había mantenido hasta el momento.
—Me llamo Vivian, ¿y tú?
—Ross.
—Oh, eres el hijo del pianista, ¿eh?
—¿Todo el mundo me conoce o qué?
Ella soltó una risita mientras yo daba otro trago al vaso. Ya lo había terminado. Me giré para llenarlo de nuevo mientras ella se apoyaba en la mesa con la cadera.
—Algo así. Tus padres son bastante famosos.
—Como casi todos los de por aquí.
—Mis padres no lo son.
La miré con curiosidad.
—¿No?
—No —me aseguró, riendo—. Mi padre trabaja en una oficina y mi madre limpia habitaciones de hotel.
—¿Y han podido permitirse... esto? —señalé a mi alrededor.
Ella sonrió de nuevo, divertida. Era preciosa. Y estaba intentando acercarse a mí. ¿Por qué no podía centrarme en eso? ¿Por qué era tan consciente de que no era... ella?
—No, claro que no —me dijo—. Conseguí una beca. Soy actriz, ¿sabes? Bueno, al menos lo intento. Aquí no solo vienen directores.
—Intentos de directores —corregí.
—Exacto —sonrió.
Le devolví la sonrisa sin saber muy bien por qué lo hacía.
Y a partir de ahí Vivian se convirtió en la única persona con la que hablé... durante meses.
Ni siquiera llamaba a Will, o a mamá, o incluso a mi abuela. A nadie. Solo hablaba con Vivian. Y lo hacía durante horas. Venía a menudo a mi habitación y podíamos hablar una y otra vez de todas las películas que nos gustaban. Y de los actores. Y de todos y cada uno de los aspectos técnicos de cada escena. Le fascinaban las mismas cosas que a mí. Era la primera vez en mi vida que conocía a alguien así.
Durante una semana, incluso llegué a olvidarme algunas veces de Jen.
Vivian, al menos, conseguía hacerme reír. Y me escuchaba. Y se preocupaba por mí. Siempre me preguntaba por qué parecía tan triste y era incapaz de contárselo.
De hecho, no se lo conté hasta la fiesta a la que fuimos una semana después de conocernos. Me esperó en la zona de los sofás cuando me senté a su lado con nuestras dos bebidas. Ella dio un sorbito a la suya, mirando a su alrededor.
Y, no sé por qué, fue en ese momento cuando quise contárselo.
—Viv —murmuré—, hay algo que... mhm...
—¿Vas a contármelo por fin? —se entusiasmó, mirándome.
—¿Cómo sabes qué es?
—Vamos, Ross. Eres como un alma en pena. Estás como... triste todo el tiempo. ¿Vas a contarme por qué?
Suspiré.
—No es una historia bonita.
—¿Y qué? Me encantan las historias.
Aparté la mirada y me terminé la copa de un trago. Iba a necesitarlo para hablarle de Jen.
—Estuve con una chica... durante un tiempo.
Ella asintió con la cabeza, escuchándome atentamente.
—Ella... mhm... yo creía que me quería. Yo a ella la quería, ¿sabes? Más de lo que he querido a nadie en toda mi vida.
Hice una pausa, tragando saliva. Nunca creí que fuera a ser tan complicado hablar de alguien y, sin embargo, lo era.
—Pero... un día se fue. Sin avisar, sin... sin más. Me dijo que había estado enamorada de su exnovio durante toda nuestra relación. Y... se fue. Me dejó.
No sé qué esperaba, la verdad. Sentía que Vivian podía aportar algo más a esa historia que unas palabras de consuelo inútil, que era lo que había recibido hasta ahora.
Y no me equivoqué. Ella no me puso cara de lástima o me dio una palmadita en la espalda. Solo asintió un poco con la cabeza, como si lo entendiera.
—Ya veo —murmuró.
Enarqué una ceja, intrigado.
—¿Eso es todo lo que dirás al respecto?
—No sé. Es que no quiero faltarle al respeto a la chica a la que quieres. Y es lo que me apetece hacer después de esta bonita historia.
Aparté la mirada, pero se la devolví cuando me puso una mano en la rodilla.
—¿Sabes cuál es la mejor forma de olvidarte de alguien?
Ver tanto entusiasmo en ella me hizo sonreír un poco.
—¿Cuál?
Ella llevó su vaso a mis labios y empecé a reírme cuando me derramó parte de su contenido en la camiseta al intentar ayudarme a beber. Cuando dejó el vaso vacío a un lado, miré mi mancha, divertido. Ella se puso de pie y me sujetó de la mano.
—Venga, vamos a bailar —movió las caderas—, y a olvidarnos de toooodo aquel que no esté aquí esta noche, ¿qué te parece?
—Me parece perfecto —le aseguré.
Dejé que tirara de mí hacia la gente que bailaba y sonreí cuando empezó a bailar hasta que me animé y yo también lo hice.
Esa noche me emborraché por primera vez en lo que parecía una eternidad.
Ni siquiera me acordaba del todo de lo que había pasado. Tenía lagunas. Pero recordaba beber con Viv. Y bailar con ella. Y reír. Reír mucho. Y también recordaba haber jugado a algún juego de beber estúpido y a Vivian aplaudiendo cuando me tocó besar a una chica. Ni siquiera recordaba la cara de la chica.
Solo sabía que no era Jen.
Esa chica que se acercaba para besarme... nunca volvería a ser Jen.
Seguí llamándola una y otra vez durante los días siguientes sin obtener ningún resultado. No sabía por qué lo hacía. Sabía que no iba a responderme. Incluso Vivian lo sabía, aunque no me lo decía para no hacerme daño.
Cuando hizo un mes que no la veía... decidí que se había acabado.
Una última llamada. Si no respondía, dejaría de intentarlo.
Y... no lo hizo. No respondió.
Cuando sonó el último pitido sin respuesta, dejé caer el móvil sobre la cama y me quedé mirando la ventana un momento antes de recogerlo otra vez y, sin pensarlo, borrar su número. Era una adiós. Esta vez de verdad.
Esa noche, volví a emborracharme con Vivian.
Y a la siguiente. Y a la siguiente...
Honestamente, perdí la cuenta de la cantidad de veces que me emborraché durante esos meses. Solo sé que solo quería ver a Vivian. Era la única compañía que podía soportar. Era la única que me entendía.
Ni siquiera preguntó por Jen durante esos meses. Solo lo hizo una vez, cuando estábamos los dos en mi habitación intentando hacer un proyecto para la clase de guión. Ella me lanzó la goma de borrar a la cabeza para llamar mi atención y le puse mala cara.
—¡Tengo una idea! —exclamó alegremente, saltando de la cama para acercarse al sofá conmigo—. Una idea genial.
—¿Y cuál es esa idea tan genial? ¿Copiar el guión de Star wars?
—No —empezó a reírse y me pasó un brazo por encima de los hombros—. ¿Qué nos dijeron en nuestra última clase?
—No sé. Me dormí.
—No te dormiste. Vamos, Ross, ¿qué dijo el profesor cuando nos presentó el proyecto de crear un guión?
Lo pensé un momento, mirándola.
—Que... las mejores historias nacen de nuestras propias experiencias.
—¡Exacto! ¿Sabes qué suele decir mi padre? Rómpele el corazón a un músico y serás su mejor canción.
—Yo no soy músico, Viv.
—Ya lo sé —puso una mueca—. Ya podrías ser un guitarrista tatuado y rarito. Eso me gusta.
—¿Puedes centrarte?
—¡Vamos, Ross! No eres músico, pero eres director. Esa chica te rompió el corazón. ¿Se te ocurre algo mejor que usar eso para escribir el mejor guión de tu vida?
No me pareció una gran idea, pero a ella sí, así que no me negué directamente. Solo sacudí la cabeza.
—No me apetece recordarla, Viv.
—Ya lo sé, cariño. Pero piénsalo. Podría ser una buena idea. Yo te ayudaría.
Sonreí de lado.
—¿Cariño? ¿En serio?
—¿Prefieres que te llame por tu nombre? —sugirió, divertida—. ¿Jack?
Casi al instante en que pronunció esa última palabra, sentí que algo se rompía en mi interior.
—No —dije en voz baja—. No... no me llames así.
—Pues cariño —me dio un beso en la mejilla—. Vamos a escribir el guión que te hará famoso, venga.
Sonreí al ver su entusiasmo y, al final, suspiré.
—Muy bien. Vamos a escribir ese guión.
No sé cuántas horas pasamos encerrados en mi habitación hablando y escribiendo mi historia con Jen. Cada vez que le contaba una parte de ella, Vivian la escribía rápidamente y la moldeaba para que quedara mejor. Luego, yo lo moldeaba para que Jen quedara exactamente cómo había sido toda nuestra relación; una farsa.
No sé en qué momento decidí verter todo mi rencor en ese guión, pero lo hice. No pude evitarlo. Cada palabra, cada frase, cada diálogo... destilaba rencor. Rencor por haberme roto el corazón de esa forma. Incluso llegué a pensar que me había pasado, pero cambié de opinión cuando ambos le presentamos el proyecto al profesor y él asintió con la cabeza, encantado.
—Solo falta una cosa —comentó cuando lo hubo leído.
Vivian y yo intercambiamos una mirada.
—¿El qué? —preguntó ella.
—Un título —el profesor nos miró por encima de las gafas—. ¿No tenéis ninguno pensado?
Vivian se quedó en blanco al instante. Lo supe en cuanto la miré. Sin embargo, yo sentí que el título ya había sido elegido incluso antes de escribir la historia.
—Tres meses.
El profesor me miró unos segundos, pensándolo.
—Tres meses —murmuró, pensativo—. Sí. Está muy bien. Se la enseñaré a un amigo mío que... mhm... creo que podría gustarle. Buen trabajo, chicos.
Dos semanas más tarde, recibí la llamada que cambió todo; el amigo de mi profesor, un productor importantísimo, estaba interesado en nuestro guión.
No sé si estaba más entusiasmado yo o Viv. Ella empezó a chillar, emocionada, y a abrazarme cuando le conté que me iría de la escuela para empezar a grabar la película.
—¡Ya eres oficialmente un director! —exclamó, entusiasmada, separándose para mirarme—. ¡Sabía que lo conseguirías!
—No lo habría hecho sin ti —le aseguré, sonriendo.
—¡Claro que lo habrías hecho! ¡No digas tonterías!
—No, Viv —le sujeté la cara con ambas manos—. No lo habría hecho sin ti. Esta película no es solo mía, es de los dos. Quiero que seas mi actriz principal.
Ella se quedó mirándome por lo que pareció una eternidad, pasmada.
—¿Yo?
—Claro —sonreí—. Eres la mejor actriz que conozco.
—P-pero... no tengo experiencia y...
—Yo tampoco la tengo. Hacemos un buen equipo.
Empecé a ver la emoción en sus ojos cuando sonrió, incrédula.
—¿De verdad quieres que sea tu actriz principal?
—Pues claro que lo quiero. Con suerte, quizá puedas hacer que tus padres dejen sus trabajos y disfruten un poco de la vida a tu costa —bromeé.
A Vivian se le llenaron los ojos de lágrimas cuando me rodeó el cuello con los brazos y me dio un abrazo que casi me dejó sin respiración.
***
El rodaje fue genial. Lo hicimos casi todo en Francia, y el productor me dejó hacer prácticamente todo lo que quisiera. Además, Viv y el actor principal tenían mucha química entre ellos. Era perfecto.
Y, sin embargo, una parte de mí era incapaz de ser feliz cada vez que grabábamos una escena.
Eso no era solo un guión. Era mi vida. Lo que había vivido con Jen. Y verlo reflejado de esa forma, con una versión de Jen mucho más manipuladora y mala... me preguntaba si también había sido así en la vida real y nunca me había dado cuenta.
Al menos, podía olvidarme de ella cada vez que terminábamos un día de rodaje e íbamos a emborracharnos todos juntos. Era perfecto. Había echado de menos la bebida. Y, cuando bebía, me olvidaba de casi todo lo que había hecho la noche anterior. Prefería no acordarme.
Lo único que sabía era que dormía solo. Siempre dormía solo. Era incapaz de dormir con alguien que no fuera ella. Incluso después de todo lo que había pasado... era incapaz.
Quizá todo eso habría sido más sostenible hasta el día en que el productor quiso que la escena de la residencia, la final... se grabara realmente en la residencia de Jen.
Eso solo significaba una cosa: volver.
No quería volver.
Pero... no me quedaba más remedio que hacerlo, ¿verdad?
Vivian estuvo conmigo en todo momento. Me apretó la mano, me dio besos en la mejilla y en el hombro, me acompañó a la residencia... ni siquiera quise ir a casa a saludar a Will, Sue o Naya. O a mi familia. No quería saber nada de nadie. Solo quería grabar las dichosas escenas e irme de nuevo a un lugar que no me recordara a ella.
Pero no fui capaz de mantener eso de no verlos durante más de una semana. Finalmente, después de un día de rodaje, me acerqué al camerino de Viv. Ella me abrió con una bata. Se estaba quitando el maquillaje.
—Pasa, cariño.
Suspiré y entré en su camerino. Olía a ella. Me dejé caer en el sillón y me pasé una mano por la cara mientras notaba que se dejaba caer encima de mi pierna, rodeándome el cuello con un brazo.
—¿Qué pasa? —me preguntó suavemente, colocándome el cuello de la camiseta.
—Tengo que ir a saludar a mis amigos.
—Lo sé, cariño.
—Siento que no quiero volver ahí. No por ellos, sino por...
—Lo sé —me interrumpió, sujetándome el mentón con una mano—. Pero vas a tener que ir algún día. Es mejor quitarte ese peso de encima cuanto antes.
La miré de reojo mientras ella me acariciaba la cara con los dedos, sonriéndome.
¿Por qué no podía gustarme que hiciera eso? ¿Por qué no podía disfrutarlo de esa forma? ¿Por qué no podía dejar de ser consciente de que ella no era Jen?
Aparté la mirada, pero ella me pasó una mano por el pelo. Justo lo que solía hacer Jen. Cerré los ojos intentando imaginarme que Viv era ella. Que volvíamos a estar los dos en mi cama, solos, felices y juntos.
Que volvíamos al tiempo que todavía creía que me quería.
—Creo que el pelo te ha crecido demasiado —comentó Vivian de repente.
La miré, confuso.
—¿Qué?
—Ya me has oído —sonrió—. ¿Sabes qué hice la primera vez que me dejó un chico? Agarrar unas tijeras y cortarme el pelo.
—¿Te quedó bien?
—No. Me quedó horrible. Pero me sentí genial.
Sonreí cuando se puso de pie y rebuscó entre las cosas de los de peluquería. Finalmente, sacó una maquinilla para cortar el pelo.
—¿Quieres probar? —preguntó, divertida.
—¿Para que me destroces la cabeza? No, gracias.
—Vamos, será divertido.
Y sabía que me convencería en algún momento, así que me rendí. Fui a la silla que ella había usado unos minutos antes y me dejé caer en ella, mirándome en el espejo. Viv se colocó detrás de mí y me puso una mano en el hombro.
—Te lo dejaré un poco largo —comentó.
—Confío en ti —murmuré, cerrando los ojos y acomodándome mejor.
Noté sus labios en mi mejilla cuando me dejó un beso justo al lado de la comisura de los labios.
—Y yo en ti, Ross.
***
Había bebido dos vasos enteros de alcohol cuando me planté delante de la puerta de casa. Los había necesitado para enfrentarme a esto.
Me pasé una mano por el pelo y se sintió raro tenerlo tan corto. Pero no estaba mal. La verdad es que mi aspecto no podía darme más igual en ese momento.
Finalmente, saqué las llaves de mi bolsillo y abrí la puerta.
Lo primero que vi fue a Sue en el sillón, leyendo un libro, y a Will y Naya besuqueándose en el sofá. Los tres se giraron en seco hacia mí y se quedaron con la misma cara de sorpresa.
No sé qué me causó más rechazo, si ver la puerta del final a la izquierda del pasillo... o ver esos besos amorosos que se daban.
—¡Ross! —Naya se incorporó de golpe, mirándome—. ¡Por fin sabemos algo de ti! ¿Se puede saber dónde has estado toda esta semana? Pensamos que vendrías en cuanto vinieras a grabar.
Miré de reojo a Sue y a Will. Ninguno parecía saber qué decir.
Y, sin saber muy bien por qué, sentí que mi rechazo empezaba a crecer contra ellos.
—Sí, se os notaba muy preocupados hace un momento.
Se quedaron los tres en silencio cuando fui a la cocina y miré a mi alrededor. No había cambiado nada. Y eso que habían pasado ocho meses.
—Intentamos llamarte —me recordó Will—. Una y otra vez.
—Lo sé —murmuré sin prestarle atención.
Me detuve en la entrada del pasillo y no fui capaz de seguir avanzando. Era como si cada paso que diera hacia esa habitación fuera a dolerme.
No podía entrar ahí. No sin ella.
—Te hemos visto en la televisión —comentó Sue—. Por la película esa que estás grabando.
No respondí. Me di la vuelta y miré el sofá vacío. El que solía usar con Jen.
Joder, por esto no quería ir ahí. Porque todo me recordaba a ella. Y a que nunca volvería porque estaba ocupada enamorándose de otro chico. Apreté los labios.
—Tu hermano ha estado viniendo —me dijo Naya, intentando romper el silencio—. Dijo que tu madre y él tampoco sabían nada de ti y que...
—¿Ha llamado? —la interrumpí.
Naya y Will intercambiaron una mirada confusa.
—¿Quién? —preguntó Will.
—Sabes quién. ¿Ha llamado?
No necesité que respondiera para saber que no lo había hecho. Claro que no. ¿Por qué seguía insistiendo con esa chica? Estaba claro que todos le importábamos una mierda.
—¿Te ayudo a deshacer la maleta? —me ofreció Naya felizmente.
Miré mi maleta y me giré hacia el pasillo.
No, no podía.
Simplemente no podía.
—No lleves mis cosas a esa habitación —le dije en voz baja.
Naya abrió la boca, sorprendida, pero pareció todavía más sorprendida cuando pasé por su lado y fui a la puerta principal.
—¿Dónde vas, Ross?
—Tengo cosas que hacer.
No esperé una respuesta. Necesitaba salir de ahí.
***
Al menos, la película fue un éxito.
No sé en qué momento exacto estalló, pero de pronto todo el mundo la conocía. Todo el mundo quería saber más de mí y de los actores principales, cada maldito productor del país me preguntaba si estaba interesado en hacer otra...
Era mi sueño, cumplido.
Entonces, ¿por qué me sentía tan vacío?
Había elegido el día del cumpleaños de Jen para estrenarla en mi ciudad. Ni siquiera estaba seguro de por qué. Al final habíamos decidido estrenarla el día anterior porque coincidía con un viernes, pero no importaba.
¿Por qué no podía dejar de pensar en ella? Había pasado casi un año. Un maldito año. ¿Por qué no podía olvidarme de ella?
Joey era mi nueva manager. Me la había puesto el productor en cuanto habíamos hecho el primer estreno de la película y me había caído bien. No preguntaba mucho sobre lo que hacía o lo que no. Lo único que le preocupaba era que llegara puntual a las entrevistas. Aunque fuera borracho o medio dormido.
Y te aseguro que ese día en concreto tenía ganas de emborracharme.
Era mi cumpleaños.
Bueno, dejaría de serlo en una hora, pero eso no importaba. Lo que importaba era que había estado esperando su llamada durante todo el día. Aunque fuera solo un mensaje. Algo de ella. Y no había recibido nada. Ni siquiera por mi cumpleaños.
No sé cómo terminé yendo solo al plató donde habíamos rodado algunas de las últimas escenas. Estaba cerca de la residencia, pero no quería ir ahí. Chris preguntaría qué me pasaba y no me apetecía contárselo. Solo quería estar solo.
No sé por qué terminé en el camerino de Vivian, tampoco. Pero ahí estaba, con una botella de alcohol. No podía dejar de beber. Ni siquiera cuando escuché pasos acercándose desde la puerta.
—Sabía que te encontraría aquí —murmuró Vivian, mirándome.
Ella iba completamente arreglada. Se suponía que teníamos que estar en una cena importante, pero no había ido. Pensé que ella sí, pero por lo visto tampoco.
Vivian se sentó a mi lado en el pequeño sofá, mirándome.
—Joey está furiosa contigo.
—Me da igual.
—¿Por qué no has ido a la cena?
Suspiré y dejé de beber por un momento. La cabeza me daba vueltas y ya apenas podía sentir la garganta. Solo me ardía todo. Negué con la cabeza.
—Es por esa chica, ¿verdad? —murmuró Vivian—. Sigues pensando en ella.
Quizá fue porque había bebido, no lo sé, pero esa fue la primera vez desde que todo ese infierno había empezado... en que sentí que ya no podía soportarlo más.
No podía seguir pretendiendo que no me importaba. Que no me dolía. Que no quería que volviera. Que no deseaba con todas mis fuerzas que, de pronto, me llamara y me dijera que quería volver conmigo.
Ya no podía más.
Sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas cuando sacudí la cabeza.
—¿Por qué sigo enamorado de ella? —le pregunté en voz baja a Vivian, como si ella tuviera una respuesta.
Pero no la tenía. Nadie la tenía. Solo me pasó un brazo por encima del hombro, mirándome.
—Ya no puedo más, Viv. Estoy harto de esta mierda. Nunca le importé y aún así no puedo dejar de quererla, ¿por qué no puedo dejar de hacerlo?
—No lo sé —dijo en voz baja.
—Y-yo... quiero que vuelva. La sigo queriendo. ¿Cómo demonios puedo seguir queriéndola?
Las lágrimas empezaron a caerme por las mejillas. Ni siquiera recordaba la última vez que había llorado, pero en ese momento no podía evitarlo. Solo quería llorar y beber. Una y otra vez.
—Ross... —empezó ella.
—Me siento como si estuviera esperando algo que sé que nunca va a pasar.
Nunca volvería. Nunca me querría. Y yo la quería a ella. ¿Por qué era todo tan injusto?
—Si ella me quisiera... si me quisiera... volvería, ¿verdad? Ella volvería, pero...
Vivian me interrumpió girándome la cara hacia ella, muy seria.
—No, Ross. Si te quisiera, nunca se habría ido.
No supe qué decirle. Viv suspiró y apartó la botella cuando hice un ademán de volver a beber.
—Sé que ahora duele —me dijo en voz baja—, pero... algún día pasará. Y cuando lo haga, te darás cuenta de que lo único que puedes hacer con todo esto... es aprender de ello.
—No puedo aprender nada de esto, yo...
—Ross, no puedes dejar pasar toda tu vida por ser incapaz de dejarla pasar a ella.
Me quedé callado cuando Vivian me acarició las mejillas con los dedos, quitándome las lágrimas con los pulgares.
—Tú no hiciste nada malo, Ross. No cometiste ningún error.
—¿Y por qué se fue, entonces? —murmuré.
—Porque no te merecía —me aseguró en voz baja—. Algún día conocerás a una chica que te quiera como te mereces y te darás cuenta de que todo lo que has pasado hasta ahora no ha significado nada.
Noté que volvía a formarse un nudo en mi garganta.
—Nunca voy a querer a otra chica como la quiero a ella.
Viv me miró por unos segundos antes de suspirar y darse la vuelta. Rebuscó algo en su bolso y fruncí un poco el ceño cuando lo escondió en un puño.
—No quería usar esto, pero... solo quiero que te sientas mejor, Ross.
Parpadeé, confuso, cuando tomó mi mano y me dejó una bolsita pequeña en la palma, acariciándome con los dedos.
—¿Q-qué...? ¿Es...?
—Sabes lo que es —me dijo en voz baja—. Va bien... para olvidar.
Dios, ¿cuándo había tomado esa mierda por última vez? Todavía iba al instituto. Fue después de la herida de la espalda. Después de haber tenido que dejar el equipo de baloncesto. Había sido insoportable. Casi tanto como lo era ahora.
Vivian me dedicó una pequeña sonrisa cuando abrí la bolsita y derramé parte de su contenido en la mesa que tenía al lado.
—Toma, cariño.
Agarré la tarjeta que me estaba ofreciendo y dividí la cocaína rápidamente en dos rayas. De repente, necesitaba meterme eso cuando antes. Necesitaba acabar con esta mierda.
Cuando lo hice, casi fue como respirar de nuevo. Vivian me miró cuando me incliné y esnifé la otra raya. Ella estaba sonriendo un poco cuando me acarició la mejilla con el pulgar.
—¿Mejor?
Asentí con la cabeza y cerré los ojos. Era como una neblina cubriera mis recuerdos y fuera incapaz de pensar en ellos. Justo lo que necesitaba.
Abrí los ojos cuando noté que Vivian se movía. Se estaba tomando lo poco que quedaba en la bolsa ella misma. La miré sin verla realmente. La cabeza me daba vueltas cuando se pasó el dorso de la mano por debajo de la nariz. Sonrió un poco al verme.
—Sabía que haría que te sintieras mejor.
Era como si me hablara desde otra galaxia. Y no me importaba. Eché la cabeza hacia atrás y miré el techo. Necesitaba olvidarme de todo por un rato. Por corto que fuera. Cerré los ojos y escuché que ella ponía música antes de volver a acurrucarse conmigo.
No sé cuánto tiempo pasó. Sé que ella tenía más bolsas. No sé si tomé más de eso o solo bebí. Solo sé que la botella estaba vacía cuando empecé con la nueva. Apenas sentía mi propio cuerpo y apenas era consciente de lo que pasaba. Solo podía ver a Vivian, escuchar que se reía y me hablaba... no podía entender nada.
Ni siquiera entendí que pasaba cuando vi que se sentaba encima de mí y me sujetaba la cara para besarme en los labios.
No correspondí el beso. O no recuerdo haberlo hecho. Solo pude cerrar los ojos y sentir sus labios sobre los míos.
No era un beso dulce y tierno. No me acariciaba la nuca cuando me besaba. No era Jen.
Casi como si adivinara lo que pensaba, Vivian se separó un poco y se inclinó sobre mi oreja, hablándome en voz baja.
—Yo te quiero de verdad, Ross. No como ella. Nunca te dejaría.
No pude responder. Solo quería dormirme.
Y, en algún punto de ese beso, todo se volvió negro.
***
Ni siquiera supe dónde estaba cuando abrí los ojos. Solo miré a mi alrededor, confuso, y noté que alguien estaba tumbado sobre mí.
La cabeza dolía. Dolía mucho. Un tipo de dolor que sabía que solo podía solucionarse de una forma.
Miré a mi alrededor y vi dos bolsas pequeñas vacías. Había otra en la que todavía quedaba un poco de contenido. Dios, lo necesitaba. Ya.
Intenté moverme, pero volví a ser consciente de que alguien estaba sobre mí. Miré abajo y sentí que mi corazón se detenía cuando vi a Vivian. Estaba dormida, abrazada a mí y... solo con unas bragas puestas.
No, no, no...
Me aparté inconscientemente y me caí al suelo. No sé cómo, pero ella se quedó en el sofá, despertándose.
Miré abajo y me di cuenta de que yo no llevaba nada puesto.
No, mierda. No, no, no. No, por favor.
Vivian me sonrió al despertarse del todo, estirándose.
—Buenos días, cariño.
¿Buenos días? ¿Era una maldita broma?
Me puse de pie y agarré bruscamente mi ropa, que estaba en un montón junto a la suya. Noté que me miraba mientras empezaba a vestirme bruscamente.
—¿Ya te vas? —preguntó, confusa.
—¿Que si me voy? No sé ni qué hago aquí —espeté.
Ella enarcó una ceja al escuchar mi tono.
—Creo que está bastante claro, Ross.
—No, no lo está, porque no me acuerdo de nada.
—¿No te acuerdas? —sonrió—, pues anoche parecías muy consciente. Y muy contento.
—¿Qué pasó? —me acerqué a ella, furioso—. ¿Qué hicimos?
—No follamos, si es lo que preguntas —dijo, tan tranquila.
—¿Y se puede saber por qué vas así?
—¿No te gusta que vaya así?
—No, Vivian, no me gusta. Vístete de una vez.
Lancé su ropa al sofá, enfadado, y ella por fin pareció entender que no estaba bromeando.
—¿Estás... enfadado?
—¡Estoy furioso! ¿Se puede saber qué pasó?
—Y-yo... te...
Con el gesto que me hizo, ya lo tuve claro. Y casi me entraron ganas de vomitar. No por ella, sino por la situación.
No, esto no podía estar pasando. Ahora no era solo una amiga. Era mi empleada, de alguna forma. Y no podía hacer esto con ella.
O quizá mi mal humor se debía a que llevaba demasiadas horas sin consumir nada. Miré la bolsita del suelo y, antes de pensar en lo que hacía, me agaché y me la metí en el bolsillo.
—¿Te vas a ir? —preguntó Vivian, completamente desilusionada.
—Sí. Finge que esto no ha pasado.
—P-pero... yo pensé.
—Estaba colocado y borracho, Viv —espeté—. No me importa lo que pensaras. Para mí, es como si no hubiera sucedido.
Finalmente, terminé de vestirme y me marché, dejándola sola.
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