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XXXIII

Jamás en su vida había pensado que llegaría a tal estado.

El cuerpo le temblaba de una forma extraña, como si en cualquier momento se fuera a desintegrar. Daba la sensación de que su cuerpo se fuera a convertir en Chi puro, de que su ser mortal no era capaz de procesar por mucho tiempo tan abrumador poder que le confería el haber abierto el Séptimo Punto. Más aun entrando en el Samsara. Sus ojos veían en distintos niveles, por una parte captaban la forma de Qilin y la de Tigresa a su lado, el mundo normal en pocas palabras. Luego estaba, como un prisma que brillaba de distintos colores según el ángulo de luz, un segundo nivel, por debajo de lo normal, donde todo parecía hecho de vidrio o hielo, en donde la figura de Qilin era una mezcla rara de ciervo y león, pero no como era ahora, sino más... salvaje; animal. Por último, un tercer nivel, más oscuro que los demás, de un negro absoluto, donde la forma de Tigresa era una columna de llamas rojas brillantes y la del dios una forma cambiante, camaleónica, a veces roja, a veces negra, a veces azul, a veces verde.

Era confuso, pero de alguna forma que Po no comprendía podía procesar aquello sin sufrir un derrame cerebral.

El aire... la realdad misma se percibía más lento, sólo un poco.

Más escombros atravesaron el portal mientras la luna se acercaba más y más, ante lo que sería la muerte inminente para todos en el Valle y, lógicamente, el mundo. Grandes pedruscos del tamaño del Palacio de Jade, de casas y de montañas, sin embargo, con un movimiento de su bastón, y Tigresa de su lanza, las piedras se transformaron en fuego y agua, no más inofensivos que el aire.

De forma consciente Po no sabría cómo convertir la piedra en agua, ni volar en el aire como estaba haciendo en ese momento, por lo que sólo dejaba que su parte inconsciente tomara el mando. Sus reflejos e instintos.

No sueltes la pata de la maestra, Po Ping, le dijo la voz de Seiryu en su mente. A Po le pareció demasiado dispersa, débil, casi insustancial. Si lo haces, ella perderá el Estado.

No le costó mucho esfuerzo concentrarse lo suficiente para que una parte de su consciencia apareciera junto al Dragón Azul. Su dimensión era un revoltijo de un mar de caos primordial, en una parte estaba una especie de isla verde, siendo surcada por grandes ríos de lava que chocaban contra el océano que conocía de la dimensión de Seiryu y del cual surgían zarcillos de corrientes eléctricas hacia el cielo, siendo conducidas por un huracán de grandes proporciones; todo esto, bajo un cielo color ópalo sin sol alguno.

De alguna forma supo que estaba en el Mundo Divino; nunca había estado allí, pero su ser le decía que estaba en dicho lugar.

Lo único que vio en el sitio era una niebla espesa y con un brillo extraño, casi viva, de colores rojo y azul débiles que, aunque dichos colores no estuvieran mezclados, brillaban juntos.

«¿Seiryu?», le llamó Po.

Aquí, respondió el Dragón. Po, siendo la proyección de su mente, frunció el ceño al no comprender. Y cuando pensó en cómo podía ser posible que su cuerpo estuviera frente a Qilin, tomado de la pata de Tigresa, y su mente allí, en el Mundo Divino, le dio una fuerte jaqueca que lo hizo llevarse una pata a la cabeza. Ni siquiera tengo la fuerza para formar un cuerpo físico. Mi Chi está tan dispersado por culpa de Qilin que me cuesta hasta transmitirte mis pensamientos.

«¿Entonces?... —Po se miró el cuerpo girando sobre sí mismo—. ¿Estás aquí, pero no aquí, aquí?»

Podría decirse. Aunque el Dragón no tuviera cuerpo, Po casi podía jurar que había bufado. A lo que iba: no le sueltes la pata a la maestra, repitió Seiryu, la Resonancia que ustedes dos poseen es lo que le permite a ella entrar en el Samsara, su conexión física contigo. En el momento en que se separen ella quedará desprotegida y caerá inconsciente. Su cuerpo no fue preparado para albergar el Poder Divino como tú.

«No soltarla, copiado. —Po hizo una pausa—. Seiryu, ¿qué pasará cuando capturemos a Qilin?» La pregunta en sí no era exactamente qué pasaría con el dios, sino... qué le pasaría a él mismo, y a Seiryu.

El dios dragón no respondió; Po no necesitó más explicación. Él iba a volver a la batalla, de alguna manera, pero cuando su consciencia empezó a disiparse del Mundo Divino, Seiryu le hizo una última advertencia.

Retener a Qilin no es fácil, mucho menos como está ahora, y cuando lo logres, si lo haces, espero que sepas decidir sabiamente Po Ping.

A Po lo envolvió la neblina azulada por completo, inundándole la mente de los conocimientos de Seiryu y su consciencia desapareció.

Parpadeó en el campo de batalla, tomado de la pata de Tigresa, volviendo en sí y percatándose de que Qilin estaba arriba en el aire, flotando con porte orgulloso y enojado, haciendo descender la luna. Po inspiró y dio un mandoble con su bastón en el aire, apuntando al dios. Sintió un tirón en el estómago cuando uno de los edificios cercanos, una casa de dos pisos, se volvió enteramente líquido, se alzó imponente en forma de ola y se arqueó alrededor de Qilin, tomándolo de los tobillos y haciéndolo descender.

Tomado por sorpresa, el dios creador perdió la concentración y el titánico portal que conectaba con el satélite se cerró. Qilin rugió con fuerza, se irguió e hizo que un rayo le cayera encima, tan caliente que causó la evaporación del agua que lo ataba. Alzó su mirada hacia ellos, iracundo. Po sintió la pata de Tigresa apretar la suya y, casi al instante seguido, gran parte del lugar se volvió de fuego. Un enorme torbellino, de paredes rugientes y con llamas de los colores del atardecer, emergió de la nada y se achicó entorno a ellos.

Si Po hubiera estado en su modo normal, o en los Puntos anteriores, se hubiera asustado de haber quedado asado. No obstante, ahora le importaba poco, sabía en qué puntos golpear aquel torbellino para hacerlo ceder, como suponía también lo sabía Tigresa. Ante aquello, Qilin chasqueó los dedos con irritación; un enorme vendaval emergió del mismo dios, procediendo de él, y disipó las llamas en un parpadeo.

—No me pueden detener —dijo Qilin—. Yo soy el ente supremo de este universo. No se me puede destruir. No se me puede contener, y si lo hacen, nunca es por mucho tiempo.

Lo peor era que en el fondo Po lo sabía, a Qilin no se le podía matar, a lo que podía aspirarse era destruir su forma física para lograr diseminar la esencia primordial del dios.

Qilin empezó a acumular tanto Chi que su cuerpo se volvió más pesado. Tocó el suelo y la piedra se agrietó, la gravedad alrededor de éste aumentó y las piedras empezaron a volatilizarse. Una zona, como un charco, a su alrededor, se tiñó de un negro más oscuro que la noche.

Al instante, Po y Tigresa alzaron sus armas, de la lanza de ella salieron distintos tipos de llamas: bolas de fuego que se precipitaron hacia el dios, zarcillos de fuego que giraban como chakrams recién lanzados y rayos de calor tan fuertes que por donde pasaban todo terminaba en un caldo de tierra y magma. Del bastón de Po, en cambio, salió una escarcha que bañó el entorno de un tono blancuzco y helado, el suelo se cubrió de hielo, como un lago, y la congelación avanzó como pirañas hacia Qilin. Lo rodeó y del suelo salieron sendos picos que le hicieron moverse para no ser herido y así Po logró romperle la concentración.

Los fuegos que había disparado Tigresa ganaron más impulso y chocaron con el dios, cubriéndolo en fuego y el pilar de calor se movió como si pensara por sí mismo y le cercenó un brazo. Qilin gritó de dolor y se sostuvo el hombro de la extremidad mutilada. Chorros de Icor negros, tan fuertes como el petróleo bañaron el hielo y se colaron por las grietas hacia la tierra.

Tigresa sintió esto como una victoria e hizo un gesto de atacar con la lanza; ésta brilló de rojo y expulsó una bola de fuego del tamaño de una casa. Tigresa jadeó y las piernas le temblaron, cayendo de rodillas, empezando a brotarle llamas de la espalda y cola. No eran llamas como antes, que salían por ella, sino que de verdad salían de ella: estaba convirtiéndose en fuego.

—Ti —dijo Po, preocupado, apretándole la pata y haciendo que el dolor en ella remitiese, absorbiéndolo —, no te excedas.

—Pero debemos...

—No podemos matarlo. —Lo dijo con firmeza y franqueza, tanta que Tigresa gruñó por lo bajo—. Óyeme, Ti —sonrió—, sé que quieres destruirlo porque él mató a tus padres, pero... —Se calló de golpe al sentir sus huesos crujir cuando Tigresa le apretó la pata.

—¿Qué hacemos?

—Podemos capturarlo, pero eso nos sólo daría tiempo, sin saber en cuánto volvería a salir. —Po inspiró con fuerza, ante sus ojos, en su mente, desfilaban recuerdos de Seiryu sobre cómo apresó a Qilin, la última vez.

Ya conocía esas imágenes, pero no había oído el proceso completo. Parecía un conjuro, sólo que era Chi tan antiguo que le erizaba los vellos. Entonces Seiryu dijo su nombre y logró atar al dios creador antes de lanzarlo a la dimensión donde, con ayuda de las demás Bestias, lo había aprisionado.

Abrió mucho los ojos.

—Creo... creo que lo tengo, Ti. —Se enfocó en Qilin, quien se sujetaba el muñón del brazo—. Debemos crear la oportunidad para...

Un grito ahogado a su lado.

Una sensación de frío que le subió por el brazo, calándole hondo.

Una risa naciente en Qilin, extasiada y burlesca.

Un gemido de sorpresa.

Al volver la mirada, Po sintió que el mundo entero se le destruía bajo los pies: del suelo, una especie de masa negra, parecida a una sombra, salía en forma de lanza y atravesaba a Tigresa de lado a lado por el estómago. Ella cayó de rodillas con una expresión aturdida, como si no creyera lo que ocurría.

—¡Tigresa! —gritó Po, soltándola y rodeándole el cuerpo. Al segundo siguiente ella perdió el poder que tenía, su lanza desapareció en un fogonazo y el traje que tenía se disipó, volviendo a ser el naranja de siempre.

La masa negruzca empezó a moverse saliendo de Tigresa, como un líquido ondulante, flotando en el aire; para cuando la última parte lo hizo, de la punta pendía una esferita roja. Po comprendió, al ver cómo la sombra acuosa serpenteaba en el aire hacia Qilin, que era el Icor que había chorreado cuando ella le cortó el brazo lo que la atravesó. El panda se puso de rodillas, abrazando a Tigresa contra sí.

La voz de Qilin estaba rebosante de alegría.

—¡Es que ustedes son idiotas! —río, creando una cadena a partir de la piedrita roja que se elevó al cielo e hizo salir a Suzaku, tirándola desde el cuello. Al absorberla, su cuerpo refulgió de un tenue brillo rojo que se desvaneció—. ¡Nadie debe tomarse mi presencia a la ligera! ¡Les ha salido caro!

En los brazos de Po, Tigresa temblaba sin control, la herida en el estómago sangraba burbujeando y de sus labios dos hilos manaban en aumento. Con desespero, Po le puso una pata en la herida, su sangre era más caliente de lo normal al tacto. Cerró los ojos y la besó.

La forma en que lo hizo le daba a entender a ambos que sería el último. El sabor metálico de la sangre en la boca de Tigresa le inundó la suya. Relajó su cuerpo y mente, dejando que su instinto tomara el mando. Una energía violácea empezó a moverse alrededor de ambos, en una circunferencia de Chi y energía que se movía como las olas del mar, hasta que estuvieron en un domo de un hielo morado. Luego ambos fueron bañados por un rumor azulado que provenía de dentro de Po, el cual hacía que la herida en Tigresa fuese cerrando al mismo tiempo en que la misma se iba abriendo en Po.

El dolor le hizo fruncir el ceño, pero no se separó, jamás en la vida se separaría de un beso con Tigresa. Ella le rodeó el cuello con un brazo, mejorándose poco a poco, y con la otra pata le acarició la mejilla. Po la acercó lo más que pudo hacia sí, entre gruñidos suaves que los dos soltaban de tanto en tanto, profundizando el beso. Sintió las zarpas de Tigresa raspándole el cuello y la mejilla mientras el beso se alargaba más y más, no obstante, cuando el aire les hizo falta, se separaron. Sus ojos ambarinos refulgieron con un brillo oscuro, anhelante.

Po abrió los ojos, jadeando y doblándose del dolor; bajó la mirada y se topó con una herida en el estómago, justo bajo la caja torácica, que le quemaba y mermaba las fuerzas con notoria rapidez. Se llevó una pata al lugar y se congeló la zona, una especie de venda o tapón de hielo que detuvo el sangrado y le quemó los vellos, tintándole la rosada piel de azul y morado.

—¿Qué has hecho? —le preguntó Tigresa, jadeando agotada.

Po hizo una mueca.

—Salvarte la vida. —A duras penas se logró poner de pie—. Ahora, Ti, debo detener a Qilin. Creo... creo haber encontrado la forma.

—¿Cómo?

—Simple —sonrió, recordando cuando Seiryu lo poseyó por primera vez y había dicho algo respecto a la liberación de Genbu—, sólo voy a llamarlo.

El domo de hielo se rompió y la visión se le tiñó de rojo por el dolor y esfuerzo. Ya de por sí era increíble que estuviera en ese Estado casi divino, si no es que era divino, pero agregarle una herida que lo atravesaba era pasarse de la raya.

Chasqueó los dedos y las rocas cercanas a Tigresa se convirtieron en agua, que se estiró y formó unas ataduras que le impidieron moverse.

—¡Po! —exclamó.

—¡Po, maldita sea, suéltame! —bramó.

—No, Ti. —Negó con la cabeza—. Es lo que debe hacerse.

—¡Po! —Sus ojos denotaban ira, dolor y aflicción al mismo tiempo.

—Te amo, Tigresa.

Po le dio la espalda, tratando de ignorar los gritos desesperados de la felina que amaba. Dio un pisotón y gran parte del suelo alrededor de Qilin se convirtió en agua, se movió como látigos y envolvieron los brazos y piernas del dios. Haciendo un gesto de agarre y aprisionamiento, sintiendo un tirón en el pecho, hizo que más cuerdas acuáticas le ataran el cuello y los cuernos.

Qilin rió como una hiena, la melena se le sacudió.

—¿Esto es lo que los mortales llaman «broma»?

El Guerrero Dragón frunció el ceño, iracundo, iba a destruir al león-ciervo por haberse atrevido a herir a la felina que amaba.

—¡Silencio, Pinyin! —bramó Po, con voz torva. La expresión de Qilin pasó de una burlesca a sorpresiva, luego a indignada, temerosa y por último una de frialdad calculadora.

Tratando de ignorar el punzante dolor en su estómago, Po alzó los brazos ceremonialmente acumulando todo el Chi que tenía en sus patas. Un brillo azul oscuro las cubría como un segundo pelaje, y cuando la masa de energía se volvió tan grande y brillante como para poder seguir conteniéndola, bajó los brazos y unió las palmas a nivel del pecho.

Hubo un fogonazo de luz tan intenso que tuvo que cerrar los ojos y, al abrirlos, se halló en el Mundo Divino. El cielo sin astro brillaba opaco, débil, y gracias a que ya no estaba en el Mundo Mortal, imágenes como un ciclo de pinturas empezaban a danzar frente a sus ojos.

Qilin luchaba contra las ataduras de agua, mientras que Po, con toda la calma que podía reunir, flotando en el aire, se sentó en posición de meditación y una especie de esfera de color azul océano, lo envolvió, brillando trémula y con símbolos chinos.

La forma de derrotar a Qilin era sencilla, en teoría. Sonrió empezando a murmurar unos cánticos sobre la creación del universo por pata de Qilin, como lo había visto cuando Seiryu se lo mostró. Nombró la forma en que el dios unió los seis mundos del Samsara para crear los otros cuatro.

Cuando Qilin se dio cuenta de lo que Po estaba haciendo, rugió furioso:

—¿Te has vuelto loco, Po Ping? ¡No puedes execrarme!

«Exe... ¿qué?»

El dios intentaba desasirse de las ataduras acuáticas, sin éxito. Po, sin embargo, recordaba cuando Shifu le había enseñado los conocimientos que todo maestro o aspirante a maestro de un palacio debía saber, entre los cuales se encontraban los nombres. En su tiempo le pareció tonta la idea, ¿por qué debía pronunciar con cuidado los nombres de las reliquias en el Salón de los Héroes, o a sus portadores o creadores? Según Shifu, los nombres tenían poder, y gracias a que Seiryu había compartido en su última advertencia un conocimiento valioso con él, sabía que Shifu, en mayor o menor medida, se refería al nombre secreto.

El nombre secreto de un dios, el cuál, de alguna forma, Seiryu logró saber.

Y ahora que estaba dominando a Qilin, sometiéndolo, se daba cuenta de que el nombre secreto era más que una palabra especial. Son los pensamientos más oscuros, los momentos más embarazosos, los sueños y anhelos, los peores miedos, incluso los momentos que nunca se quiere que se sepan, todo junto en un paquete. El nombre secreto, en resumen, era lo que hace ser alguien a uno.

Al alzar la mirada lo entendió con una sencillez pasmosa. Donde Qilin forcejeaba por liberarse y, como una pintura superpuesta por sobre su figura, veía imágenes de quién fue, qué fue y qué es Qilin. Veía a un dios animal entre un conjunto de dioses que conformaban un panteón exclusivamente humano. Aquella palabra Po la desconocía, pero gracias a que estaba viendo y sintiendo las experiencias de Qilin, sabía que se usaba para referirse a esos seres. Veía a un dios marginado por su forma compuesta. Un dios despreciado y agredido allí donde iba. Un dios con anhelos de crear como sus semejantes. A uno que era castigado con brutalidad por una diosa solar, Amaterasu, regia y severa, por lo que ella decía era un delito, intentar crear.

A un dios huyendo de otras deidades al haber robado conocimiento prohibido y huyendo a un plano universal distinto. A un Qilin creando los mundos y sus seres, para luego decepcionarse al ver que no era adorado. A un Qilin curioso observando desde su prisión el nacimiento de las Bestias Sagradas, con sus nombres secretos, a partir de su Chi regado en los elementos y furioso porque sus creaciones rendían culto a ellos en lugar de a sí mismo.

—Qilin —entonó entonces Po—. Yo te nombro Pinyin, Padre de los dioses, León del Caos, Ciervo del Orden, el Odiado entre sus semejantes...

—¡Detente! —bramó Qilin—. ¡No se me puede contener!

—No pienso hacerlo.

La esfera en la que se encontraba Po brilló con mucha más fuerza, de un tono apagado y peligroso, con cada palabra que Po decía. Qilin desde la distancia atacó a Po con todo lo que tenía, fuego, rayos, tierra, viento, pero nada daba al blanco; al momento de estar lo suficientemente cerca como para herirlo, el ataque se ralentizaba y se convertía en caracteres chinos de «fuego», «aire», «truenos», «tierra» y se unían al círculo, potenciándolo.

El dolor empezó a hacerle ver manchas amarillas frente a sus ojos y hacerlo temblar. Jadeó sin perder la concentración, comenzando a recitar el nacimiento de cada una de las Bestias Sagradas, haciendo que el cuerpo del dios creador brillara de dorado, verde, rojo y púrpura. Los brazos de Po comenzaban a despedir un humo blancuzco al mismo tiempo en que desde las puntas de sus garras ascendían por su brazo líneas de calor.

Lo único que podía hacer mientras continuaba los cánticos era rogar para que su cuerpo soportara lo que iba a hacer. La idea era tan descabellada que jamás se le hubiera ocurrido a él, sino que al recibir parte de Seiryu, le pareció factible. Una expulsión total del dios, sin embargo, eso haría que volviese luego de unos cuantos milenios, pero no quería eso, quería que Qilin jamás volviese a molestar ni causar estragos. La única manera era execrar, también a todo lo que representaba gran parte del poder del dios... como las Bestias.

De esa forma no sólo destruiría el cuerpo de Qilin, sino que cercenaría su esencia de tal forma que más nunca podría volver a regresar, pero eso significaba que tanto Qilin como las Bestias, como los Guerreros, dejarían de existir. Se rompería el ciclo.

«Lo vale.»

—Genbu —cantó Po—. Yo te nombro Xuan Wu, Tortuga Negra, señora de la Tierra, Guardiana del Norte...

Del cuerpo de Qilin surgió un chispazo verde oscuro, como si toda la naturaleza escapara de él, y una gran cantidad de Chi salió despedida de él para formar a una Genbu de tamaños colosales con una cadena verde al cuello que terminaba en la espalda del dios.

—Byakko —siguió—. Yo te nombro Bai Hu, Tigre Blanco, señor del Rayo, Guardián del Oeste...

De la misma forma, un chispazo morado salió de Qilin, para formar a un tigre blanco, Byakko, atado por una cadena al cuello a la espalda de Qilin.

—Suzaku. Yo te nombro Zhu, Fénix Rojo, señora del Fuego, Guardiana del Sur...

Con otro chispazo, esta vez rojo, Suzaku se formó tras Qilin.

Po inspiró profundo para realizar el siguiente, ya veía todo borroso, sólo las siluetas de las Bestias y el dios.

—Seiryu. —La voz le tembló por un momento—. Yo te nombro Qing Long, Dragón Azul, señor del Agua, Guardián del Este...

El pecho le quemó como si le hubieran colocado nitrógeno líquido, la piel se le erupcionó como si le hubieran echado agua hirviendo y por su nariz, ojos y boca salió una niebla azulada que olía a mar. Se arremolinó fuera de la esfera protectora con parsimonia hasta que constituyo a un dragón enorme, de cuerpo largo, zarpas enormes y escamas tan azules como el océano mismo. Estaba de espaldas a Qilin, observando a Po con una mirada entre severa y agradecida.

Las líneas blancuzcas le subieron al pecho y abarcaron el torso, aumentando el umbral de dolor a un nivel demasiado extremo. No te desmayes, Po Ping, le dijo Seiryu, ya falta poco. Es cuestión de pocas palabras, busca tu motivación; la misma motivación que usaste para soportar mi tutela.

Tenía una muy grande motivación: Tigresa. Tigresa, sus padres, Li Shan y Ping, Lei-Lei, los Furiosos, los alumnos, y, los dioses lo protejan, Shifu. Debía detener a Qilin por ellos.

«Vamos que sí puedo. Vamos que sí puedo. ¡Todavía tengo barbarosidad para dar!»

—Wang —continuó—. Yo te nombro Huang Long, Dragón Imperial, señor del viento, Guardián del Equilibrio...

Otra vez, con un chispazo, el Chi de Wang salió despedido de Qilin, unido a éste por una cadena a la espalda. Qilin luchaba por mantener controlados a los cuatro dioses que tiraban cada uno con su propia fuerza, tratando de liberarse de él. Al mismo tiempo, atacaba a Po con rayos de fuego y electricidad que terminaban volviéndose caracteres chinos para reforzar la esfera de protección.

La silueta de Qilin titiló y se volvió gigante en toda su enormidad: del doble de largo que los dragones Wang y Seiryu juntos, pero delgado y ágil por su parte ciervo. Las extremidades eran de ciervo, rematadas de escamas verde esmeralda hasta la articulación de la muñeca y tobillo; su cuerpo, de ciervo, tenía el pelaje amarillo dorado de un león, casi con el mismo brillo del sol. De su cabeza de león, enormes colmillos sobresalían por sus labios, cuernos que salían de su frente y se ramificaban con un opaco palpitar, como si estuvieran hechos de alguna materia que poco a poco refractara y se tragara la luz. Y los bigotes, de un rojo sangre, parecían líquidos, flotando en el aire.

Era tal cual como lo había visto en el recuerdo de Seiryu, sólo que ahora tenía una especie de arnés de aspecto metálico, como oro líquido, del cual salían las cadenas de los demás dioses. Rugió luchando por contener a los dioses, lo que le dio tiempo a Po para seguir.

A Po le estaba costando trabajo respirar. Debía terminar la execración.

—Hablo en nombre de las Casas. Hablo en nombre de los mortales. Hablo en nombre del Palacio de Jade. Yo los destierro a las profundidades.

Todos los dioses, Qilin, Wang, Seiryu, Byakko, Suzaku y Genbu, se quejaron con sonoros rugidos y chillidos, entre ansiosos y dolorosos. Po proseguía, aunque con la voz casi con un murmullo, como un viejo que estuviera en su lecho de muerte.

Po alzó sus brazos, aún sentado con las piernas cruzadas, e hizo un gesto de aprisionamiento que hizo que el agua que le aprisionaba se triplicase y lo envolviera. Asimismo, fueron envueltos en agua todos los dioses, incluyendo Seiryu.

Termínalo.

Las líneas blancas abarcaban a Po por completo, empezando a brillar como si fuese una bomba a punto de explotar. El dolor lo hizo gritar.

—¡Yo borro sus nombres! —gritó Po, con la voz temblorosa—. ¡Yo los elimino del recuerdo de China!

Con un último movimiento, unir las palmas a nivel del pecho, su cuerpo liberó tal cantidad de energía que cada célula de su cuerpo perdió la forma, estallando en una explosión que abarcó a todos los dioses, quienes también se volatilizaron, y con el último fragmento de su consciencia presenció cómo Qilin se destruía en miles de millones de partículas para más nunca volver a tomar forma.

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