XXXII
A Po se le erizaron los vellos de la nuca y del pelaje al oír la voz de Qilin. Era suave y armoniosa, divina, totalmente opuesta a lo que le había escuchado antes, momentos previos a que los separara a todos en aquellas dimensiones. Las nubes del cielo se tornaron negras cual carbón y descendieron en picada hacia los restos del dios creador. Una vez éste pronunció por completo su liberación, la neblina negruzca se disipó y desapareció, Qilin se levantó y observó a todos con una sonrisa engreída.
Po y todos los demás estaban atónitos: las heridas que Terumi le causó, sin lugar a dudas mortales, no estaban; en su lugar había un cuerpo completo, el cual no daba ni rastros que minutos antes había sido desmembrado en dos. Qilin ahora poseía un aspecto ligeramente distinto al anterior: sus cuernos ya eran visibles; su pelaje adoptó el color de la obsidiana, dando la sensación de que al moverse su forma temblase; la melena que le adornaba el cuello era de un gris fuerte; y su cambio más notorio fueron sus ojos. Ya no tenía tres pupilas que se movieran independientes en las cuencas, sino que poseía una en cada ojo, lo normal, sólo que era de los colores del ópalo, en una esclerótica rojo sangre.
—Debo aceptar —dijo Qilin, su voz era como un arrullo, de la misma forma que una serpiente hipnotiza a su presa cuando la tiene a tiro— que es la primera vez que me hacen llegar a este estado. —Se señaló completo, con un gesto aireado—. Aunque fue sólo porque esa mortal usó el Chi de Amaterasu, por nada más.
Los ojos de ópalo del dios encontraron a Terumi. Po tembló, tanto por el cansancio como por el instinto asesino que se sintió aprensivo en el aire. Aunque adolorido y sintiendo los brazos como goma, Po hizo alzarse un muro de hielo entre Qilin y ellos, protegiendo a Tigresa, Shifu, Byakko-Ru y Tora, el padre biológico de su felina.
El león-ciervo comenzó a avanzar con paso resuelto hacia ellos, frunció el ceño e hizo un gesto de disipar con una pata, como si apartase un insecto en particular molesto, causando que el muro de hielo se quebrase y desapareciera.
—¡Me insultas, Guerrero de Seiryu! ¡¿Cómo osas pensar que semejante estupidez podría detenerme?! ¡Ninguno de ustedes podrá evitar que los mate!
Fai, cercano a Po, ladeándose un poco, estiró una pata y una espada Hsu atravesó el aire, llegándole. La aferró y lanzó un corte al dios, enviándole una onda de aire, sin mayor éxito que hacerlo mover el morro, con molestia. Al volverse Fai hacia Po y los demás, el panda se percató de que el león parecía herido en una pierna.
—¿Qué hacemos? —preguntó Fai.
—Derrotarlo —respondió Po.
—Dragón, si la madre de la Fénix no logró hacerlo, con semejante despliegue de poder, ¿cómo lo haremos nosotros?
Nadie respondió, y con el silencio los ánimos empezaron a disminuir ante la titánica empresa que tenían al frente.
—Juntos —aseveró Tora, manteniendo la vista en Qilin. Sin volverse, planeó—: Po Ping, tú y Tigresa nos harán de apoyo, y más te vale proteger a mi hija. El señor Byakko, el maestro Shifu y yo atacaremos, siendo propulsados por Fai Zhang. A la menor oportunidad, ustedes dos —añadió, mirando de reojo a Tigresa— usaran su Resonancia y atacarán. Le darán el golpe final a Qilin.
El plan sirvió para levantar los ánimos, pero Po, aunque era un guerrero de Kung Fu normal y no un guerrero especializado o planeador como Tora, sabía que no lo lograrían. Sería en vano. No lo iba a decir porque terminaría destruyendo el espíritu de lucha en todos, lo que sabía que Qilin buscaba. Sintió la pata de Tigresa deslizarse en la suya, apretándola con leve fuerza. Sus ojos se encontraron y ella le dejó saber que pensaban igual.
Tora hizo una señal con la pata y Fai acumuló aire en sus patas, con el cual propulsó a Shifu, Byakko-Ru y al padre de Tigresa.
Qilin esbozó una sonrisa de diversión, como la de quien ve a una mascota hacer un truco.
—Resulta gracioso cómo los mortales se rehúsan a aceptar su destino.
Suspiró, dejándose caer de hombros, su imagen tembló y a su espalda el aire se fragmentó al mismo tiempo en que separaba las patas, imitando el abrir de unas cortinas. Cayó éste hacia atrás y la oscuridad lo engulló, perdiéndose. Acto seguido, delante de Tora y Byakko-Ru el aire se quebró y fueron devorados por la negrura. Reaparecieron decenas de metros a lo lejos, confundidos.
A su vez, Qilin se apareció detrás de Shifu; al éste darse cuenta, empezó a volverse para atacar, mas fue demasiado tarde. Le asestó sendo puñetazo a Shifu que lo dejó clavado al suelo, con los ojos en blanco.
—Pueden temerle...
Él se giró hacia ambos tigres. Byakko-Ru rugió con lanza en pata, un rayo cayó del cielo, atronando, se arqueó al tocar la punta de la lanza y se dirigió hacia el dios. Qilin lo despachó de un guantazo, tocando literalmente el cilindro de luz y calor sin inmutarse. Su contorno se difuminó, como cuando se corre a gran velocidad y sólo se atisbaban figuras a los lados de la visión. Se detuvo frente al tigre azulado y le dio un puñetazo que lo elevó propulsado en el aire.
—Huir de él...
Movió la cabeza, enfocando a Tora. Desapareció y reapareció detrás de él.
—Pero el destino siempre llega.
Estiró su brazo y los dedos de sus patas, asemejando una espada y de un mandoble decapitó al tigre blanco. El cuerpo de Tora cayó al suelo pocos microsegundos antes que su cabeza. Junto a Po, Tigresa gimió de ira.
Qilin alzó la vista hacia Byakko-Ru y saltó.
Po inspiró con fuerza, no sabía cómo derrotarían a Qilin, cuando éste estaba humillando y limpiando el piso con sus mayores y más expertos maestros. No. No podía pensar así. Ellos ganarían, debían ganar, ellos eran los buenos, sus razones eran las correctas.
—Se alzaron, sólo para caer.
Llegó con Byakko-Ru y, así sin más, lo atravesó por el pecho, sacando su brazo por la espalda. El león-ciervo sacó la pata y el cuerpo muerto de Ru perdió el enlace con el dios del rayo. Cayó con un estrépito al suelo, al contrario de su asesino, quien posó sus patas con una delicadeza casi felina.
Los miró, aquellos ojos ópalos brillaron con superioridad.
—Ahora, Guerreros, díganme: ¿cómo piensan derrotarme, cuando ni los dioses de los que provienen sus habilidades lo han logrado?
—Te aprisionaron —repuso Po, encontrando valor de quién sabe dónde—, Niu Tou y Ma Mían lo hicieron una vez y nuestros dioses una segunda. Nosotros lo haremos una tercera.
Qilin rió, parecía el sonido del cascabel de una serpiente que estuviera sufriendo convulsiones.
—Seiryu... Seiryu siempre tan molesto y tan boca floja. Por eso lo mandé al Mundo Mortal, era demasiado problemático. ¿Pero sabes, Po Ping, por qué lograron capturarme? —Qilin frunció el ceño; oleadas de Chi los azotaron de frente, haciéndolos derrapar—. Porque los subestimé. Y dos veces. Con ustedes no cometeré ese error.
A su alrededor, humo negro, tan lechoso como savia, comenzó a arremolinarse: Chi tan primigenio que era sorprendente y atemorizante a partes iguales. Po se preguntó cómo hicieron los dioses para capturarlo. Niu y Mían eran entes más fuertes que un dios, y se necesitaron dos. Los dioses eran cuatro y, bueno, hicieron falta cuatro. Ellos eran tres y, de paso, mortales. «Si los dioses estuvieran aquí...»
—¿Te refieres a estos dioses, Po Ping? —preguntó Qilin, haciendo un gesto de llamado con una pata.
Detrás de Qilin el aire se fragmentó y se abrió como una cortina, dejando ver un lugar de apariencia asfixiante, con el suelo repleto de cristales de obsidiana, por donde pululaba una niebla amarillenta. El cielo era rojo sangre y las nubes de un negro ceniza, tan unidos el uno con el otro que parecía una sopa de tomate con cenizas de incienso. Al fondo de ese paisaje deprimente había dos animales, o al menos eso parecían. Po los reconoció de la especie de visión que le hubo mostrado Seiryu: Niu Tou y Ma Mian
Ellos estaban en una especie de trance, desprendiendo tal cantidad de Chi que se elevaba en una torre hasta el cielo, perdiéndose en éste. Se hallaban atados con lo que parecían cuerdas de Chi de algún tipo. Qilin hizo un gesto de atraer algo y las ataduras desaparecieron, ambos se sorprendieron por eso, antes de ser atraídos al Mundo Mortal. Cayeron al suelo, y Qilin le puso una pezuña encima al caballo, mientras que con una pata creó una espada, cual Senda Asura, y se la enterró al buey. Su esencia se diluyó y fue absorbida por el dios. Repitió el proceso con el otro. Cuando absorbió a ambos, exhaló con fuerza, sonriendo y emanando un vapor carmesí.
Po sintió las piernas temblarle, ¡había absorbido a Ma Mían y Niu Tou! De soslayo observó la indecisión que Fai y Tigresa tenían. Decidió llamarlo indecisión para no nombrarlo por lo que era: miedo.
—Adelante, chicos —alentó Po.
Hizo unos movimientos con las patas e hizo alzarse el agua que había bajo tierra, Fai realizó unos más amplios y empezó a levitar, mientras que Tigresa se recubrió los brazos de fuego. Esperaba que lo cansaran lo suficiente como para apresarlo, ¿pero cómo lo harían llegado el momento? Decidió no pensar en ello, por el momento, sólo se enfocaría en la ofensiva.
Y para asegurarse de ello...
—¡Quinto Punto —murmuró con voz queda. Un punto azulado brilló en su vientre, conectándose con el del estómago; a través de su cuerpo, junto con las líneas azuladas que unían sus demás puntos, parecía que Po tuviese un mapa sobre el pelaje, o que las venas se superpusieran a su pelaje—, el del Miedo... Abierto!
Su cuerpo se tensó aún más, sacándole un gemido ahogado. Sentía los músculos de brazos y piernas como sumergidos en ácido corrosivo. Alrededor de su cuerpo comenzó a generarse una neblina azulada, como el halo que había cubierto a Terumi cuando hizo aquella gran demostración de poder, sólo que no era tan grande como el de ella. A su alrededor, el suelo empezó a congelarse, tierra, plantas, rocas, todo. Po flexionó las piernas y salió corriendo junto a Tigresa y Fai.
El cielo se resquebrajó, primero con un rayo color negro, seguido de unos dorados y otros multicolores. Acto seguido, al mismo tiempo en que los rayos surcaban la extensión azul, ésta se rompía. A Po muchas veces debido a su contextura... amplia, muchos pantaloncillos se le habían roto. De igual manera, el cielo se rompía. Sectores eran del azul que él conocía, mientras otros eran rojo sangre, del Inframundo, otros verdes con dorados, del Mundo de los Espíritus, y otro que era del color del ópalo, aunque ese no lo conocía.
Po hizo un gesto de arrojar algo y en el aire apareció sendo tridente de tres metros de largo que se precipitó hacia Qilin. Éste estiró una pata y cuando la lanza le tocó la palma, se derritió y la absorbió con un sonido de succión y creó varias espadas que envió hacia los demás. Po destruyó la suya, Tigresa la derritió y Fai la desvió con una corriente de aire.
Chocaron contra el dios, lanzando golpes y patadas. Fai se movía diabólicamente flexible, como si en lugar de huesos tuviera aire. Tigresa rugía mientras golpeaba intercambiando entre su estilo y algo que parecía boxeo, sus brazos estaban en llamas y emitía un calor en su cuerpo que iba en aumento con cada golpe. Sin embargo, Qilin, pese a estar siendo atacado por tres animales con poderes distintos, se defendía casi sin esfuerzo.
Po lanzó una patada, Qilin la paró con el antebrazo; Tigresa dio una patada de empeine que el dios detuvo tomándola con la pata y Fai lanzó un mandoble con su espada. Para ese ataque, Qilin hizo algo que le dejó claro a Po que iba a ser muy difícil ganar: acumuló Chi y su cuerpo titilo por un segundo, para que le salieran dos brazos de león justo donde debían estar sus hombros. Tomó a Fai por la muñeca con uno y lo atrajo a sí.
—¿Eso es todo? —preguntó, con flojera—. Esperaba más de ustedes.
Bufo. Un tercer brazo le salió de la nuca y tomó a Fai del cuello. De uno de sus cuernos brotó un dedo con el que, con un movimiento ondulante cual batuta, hizo que Tigresa se alejara unos pasos y quedara inmóvil, con una única mirada de odio al dios. Con Po, en cambio, lo atacó como habría hecho la Senda loba: el brazo se le recubrió de fuego y las llamas comenzaron a subirle con rapidez al panda por la pata y brazo. Él saltó lejos, apagándose el fuego que rompía la lógica al seguir encendidas cuando su cuerpo estaba a varios grados bajo cero.
Al lograrlo, se percató de que del cuerno al que Qilin le salía un dedo, brotó una pata completa, que hizo un gesto de aprisionamiento y Tigresa, en consecuencia, soltó un rugido de dolor. Aquello causó una oleada de furia en Po. Nadie lastimaba a Tigresa frente a él. Atacó.
Recordaba que Seiryu le había comentado que con el Quinto Punto abierto podía controlar el cero absoluto con facilidad, mas con ello, su cuerpo sufriría una repercusión proporcional al Chi usado. Palabras confusas para decir que si usaba mucho poder, gran parte de su cuerpo se congelaría para siempre.
Como era muy arriesgado lanzar un rayo de hielo, prefirió crear un arma con dicho elemento, realizando unos movimientos de muñeca fluidos. Sintió un tirón en el pecho y un ardor en las patas; desde la punta de sus garras hasta la mitad de su antebrazo se recubrió de hielo, una escarcha azul y blanca que le quemaba, como un guante de satén. Pensó en algún arma que fuera larga, pero no demasiado, que aprovechara la ventaja de la división entre león y ciervo y que le sirviera a un animal como Po, grande y pesado. Frunció el ceño con curiosidad, más bien divertido, porque se le había pegado bastante del razonamiento de Tigresa. Sonrió al sentir el cuerpo largo y fuerte de un tridente en sus patas. Nunca había utilizado alguno, pero para todo había una primera vez.
Llegó con el dios y lanzó un tajo vertical, un muro de Chi se solidificó entre ambos, pero la concentración requerida para mantenerlo hizo que el control sobre Tigresa se rompiese. Ella cayó al suelo jadeando y sosteniéndose la garganta. Fai luchaba por no morir estrangulado, pataleando. Po dio más cortes a aquella barrera de energía, se movía como fuera de sí, siendo sólo una mancha blanca y negra. Lo hacía sin pensar, como si su cuerpo lo supiera desde siempre.
Qilin empezó a flexionarse hacia atrás cuando el tridente de Po comenzó a vibrar como si estuviera vivo. El león-ciervo soltó a Fai y saltó hacia atrás en el momento que con un fuerte mandoble, dividió en dos el muro de Chi, llegando a él. El Guerrero Imperial cayó tosiendo con violencia al tocar el suelo. Po giró sobre sí, embistiendo a Qilin y logró darle un corte, mínimo, en la mejilla, pero un corte a fin de cuentas.
—¿Debes suplicar ayuda, Po Ping? —gruñó.
—¿De qué hablas? —preguntó Po.
—Ese tridente. El arma de Seiryu en el mundo mortal. Sí; recuerdo cuando mató a un Fen que aún no lograba decidir su forma. Es ridículo cómo no viene a dar la cara, ni él ni los demás dioses. —Qilin alzó la vista al cielo, parte azul, parte Inframundo, parte Espiritual—. ¡¿Qué pasó, cobardes? ¿Tienen miedo de que los absorba y recobre mi verdadero poder, de ser capaz que con chasquear los dedos elimine todo lo que he creado?!
Una carcajada de una risa eufórica y loca le subió por la garganta y atronó el aire, como las cuerdas de un instrumento al ser probadas. Po percibió que el aire estaba cambiando, sumado a que el cielo, los cielos, brillaban con distintas intensidades.
—¿Qué has hecho? —le preguntó, poniéndose en guardia. Se dio cuenta de que la sangre en Tigresa y Fai comenzó a moverse más estable; sus latidos se calmaron. Estaban bien.
—Niu Tou y Ma Mían eran quienes mantenían los mundos separados, y así evitar que las energías de los cuatro Mundos, mis restos de Chi, se encontraran con su origen: yo. Ahora que los absorbí, devoré sus esencias, están colapsando. Observa, Po Ping, ¿qué mundo engullirá primero al Mortal? ¿Será el Inframundo? ¿O el Espiritual? ¿O el Divino? —Sonrió todo colmillos—. ¡Tic tac!, Guerrero Dragón, el tiempo pasa y la destrucción se acerca.
Los ojos ópalos de Qilin lo enfocaron con tal intensidad que le hicieron flaquear las rodillas.
—Mejor dicho: el tiempo pasa y tu cuerpo se destruye.
Atacó. Po levantó el tridente por instinto, colocándolo como división entre ambos, al tiempo en que lanzaba un tajo; el aire cercano se condensó al punto de que se formó niebla. Qilin lo esquivó girando de lado sin dejar de avanzar y le propinó un puñetazo a Po. Acto seguido una serie de patadas en el pecho lo hicieron derrapar hacia atrás debido a la potencia del impacto. Lanzó una estocada; el dios cerró sus piernas en torno a las tres puntas, giró su cadera y le quitó el arma de las patas. Luego, levitando, se giró y embistió al panda, derribándolo.
Po cayó al suelo y Qilin se paró sobre su estómago, tomando entonces un peso de mil kilos, alzó el tridente en sobre su cuello y sonrió.
—Adiós, Guerrero de Seiryu.
No obstante, cuando lo bajó y estaba a centímetros de su cuello, una llamarada rugió, parte fuego, parte rugido, y tomó por sorpresa al dios. Lo abrasó por completo y su figura titiló con debilidad, dio un traspiés hacia atrás y se bajó de Po. Éste hizo que el agua subterránea del Valle subiera a la superficie y se propulsó con ella. Hallándose de pie, miró a Tigresa, quien parecía estar rodeada de un halo dorado fogoso, se talló los ojos, pensando que tal vez viese mal, pero no, de verdad tenía un halo dorado fogoso, como si ella despidiera un humo divino. La mirada era clara, «¡Encárgate mientras nos recuperamos!». Entonces se tambaleó.
Po inspiró profundo y asintió, tratando de dejar de lado el atractivo de Tigresa, pero era, ¡dioses!, estaba guapísima.
Decidió que se deleitaría con su belleza después. Ahora debía derrotar a un dios, cosa fácil. Atacó con su mejor arma: el agua. Hizo elevar una ola de seis metros y la dejó caer, apretó el puño derecho y el extremo más cercano a impactar se solidificó en agujas de hielo. Qilin, al recobrar una forma estable, alzó las patas como si sacudiera una gruesa manta: un muro de fuego azulado surgió alzándose con un rugido bestial, derritió los picos de hielo y desapareció tan rápido como apareció.
El león-ciervo parecía complacido de pelear de esa manera, con elementos. Po corrió hacía él, ocasionando que el agua se acumulara en sus brazos, confiriéndole unos grandes látigos de agua. Giró su cuerpo, por la cadera, y los látigos de agua lo imitaron. Hizo que las puntas se congelaran en forma de garfios usando su cero absoluto, si conseguía darle un corte con ellos... dudaba que ni siquiera un dios se librara sin consecuencias.
Para sorpresa suya, Qilin se envolvió en un tornado de agua a modo de escudo, y cuando Po giró la cadera en sentido contrario para dar los latigazos, al momento de su agua tocar la del dios, empezó a ser absorbida. Cortó el látigo; el pelaje de los brazos estaba empapado. Qilin empezó a elevarse en un torbellino de líquido como un huracán, de cintura para abajo estaba recubierto de agua, manteniéndose en un fino tubo. Hizo el gesto con que creó el muro de fuego, pero esta vez grandes pedruscos de hielo del tamaño de una casa se precipitaron hacia Po.
El panda creó dos finos látigos que sostuvo entre sus patas, azotó el aire en equis y el agua de la atmósfera se condensó y formo una película de agua caliente y vapor a modo de escudo. No sabía cómo hacía todo aquello, estaba en automático; tal vez la gracia para sacar todo su potencial era atacar sin pensar. Los pedruscos empezaron a derretirse cuando se acercaban, terminando en sólo unos charcos que se desparramaron en el suelo. Una línea de agua fue disparada contra él, Po alzó una pata y recibió el golpe en ella; dolió como el demonio. Una película de agua le recubrió los brazos y Po tiró de la cuerda, como si domara a un salvaje, y sintiendo el movimiento del líquido en Qilin, lo hizo compactarse alrededor de la muñeca del dios.
Jaló y lo sacó del torbellino. Po giró sobre sí mismo y lo hizo acercarse; cuando completó el giro, Qilin estaba frente a frente. Ambos chocaron las dos patas, en una lucha por imponerse al otro, una que el dios ganaba por margen, pero Po le ponía resistencia. Inspiró profundo, un punto azul brilló justo sobre su cola y dos líneas, una a cada costado, se unieron al punto de vientre. Y entonces, ¡pum!, el dolor desapareció, aunque el agotamiento y cansancio seguían. Se le habían sobrecargado tanto los nervios que no percibían el altísimo nivel de dolor.
«¡Sexto Punto, el de la Impulsividad... Abierto!»
Entonces, gracias al poder extra, pudo evitar el avance de Qilin, mas no por mucho tiempo. Luego de treinta segundos de lucha de voluntades, comenzaron a flaquearle los brazos. Justo antes de que el león-ciervo lo venciera, una llamarada dorada, como un sol en miniatura, tan rápido como una flecha, le impactó en la nuca a Qilin, haciéndole romper la concentración y dándole la oportunidad de escapar a Po.
Él observó a sus salvadores: Tigresa, quien brillaba de un rojo dorado, y Fai, levitando con su espada Hsu negra como la noche, vibrando con vida propia. Ella hizo un gesto de golpear, seco y rápido, y otra llamarada, del tamaño de un puño, salió con un pitido hacia el dios; Po se metamorfoseó en agua y se desplazó hacia ellos, le molestaba el hecho de que su cuerpo reaccionara por instinto, pero tenía que acostumbrarse.
Tomo forma sólida frente a Tigresa.
Tigresa estaba con el pelaje revuelto, sucio; con polvo y tierra, sus ojos ámbares estaban refulgiendo de furia contenida. Sonrió obligando a ese enojo a hacerse a un lado cuando lo vio. Estiró su pata y Po hizo lo mismo, tomándosela.
—¿Como antes? —le preguntó a Tigresa.
Ella asintió.
—Ataque combinado.
Las Bestias Divinas estaban con el Chi tan descontrolado que no podían mantener una forma estable, sólo eran consciencias. La convergencia de los cuatro mundos a causa de Qilin era tan potente que desequilibraba todo. Seiryu sabía que para que su plan tuviera éxito, necesitaba que Qilin se liberase, empresa que no tenía idea de cómo realizar, la cual se resolvió gracias a la madre de Tigresa, la novia de Po Ping. Sin embargo, todo se le salió de las zarpas.
Necesitaba algo que apoyara a Po Ping, Tigresa y Fai Zhang para que reduzcan a Qilin antes de que se fortaleciera más de lo que ya estaba. Absorbió a Niu Tou y Ma Mían, eso le confería poder absoluto en el Inframundo, si llegaba a absorber a alguna de las Bestias, tendría la fuerza para absorber a las demás, y con su poder al máximo, le bastaría con pensar en destruir todo para lograrlo.
En ninguno de sus planes estaba ese escenario. Jamás lo creyó posible. Razón por la que no sabía qué hacer, y odiaba estar así.
Debía de hallar algo, así fuera una mínima piedra para dar apoyo.
Piedra...
«¡Eso es!»
Intentó localizar la consciencia de Suzaku.
—¡Suzaku! —la llamó, su «voz» no era tal realmente, sino una vibración de sus pensamientos en el espacio.
«¿Qué?», preguntó ésta. El espacio se caldeaba ahí donde su Chi se concentraba.
—¿Tienes el Chi de los primeros?
«¿Esos?, sí. ¿Para qué quieres...? ¡Oh...!»
Alrededor del Chi rojizo que era Suzaku, aparecieron dos piedritas de color verde y púrpura respectivamente. Comenzaron a brillar con intensidad, conteniendo un gran poder. Seiryu intuyó que no tendrían el mismo poder que los tres que luchaban contra Qilin, no obstante, si se reunían todos los cinco Chi, podrían hacerle frente al dios creador.
El problema estaba en que llevaría cierto tiempo crear los cuerpos para esos Chi, ya que con su esencia divina revuelta por el choque de los mundos, no tenían total control para crear a su gusto.
Comenzaron ambos su labor, sin sentir la consciencia de Wang, sólo esperaban que los Guerreros aguantaran lo suficiente.
La manera en que el Dragón y la Fénix atacaban era... envidiable. No había movimientos desperdiciados, ni energía mal gastada, todo estaba calibrado como si los dos hubieran peleado juntos desde que nacieron. Usaban sus elementos para potenciar sus golpes y patadas. Mientras el panda daba una patada, la maestra conectaba una serie de golpes como un boxeador, haciéndole recordar a Fai la forma en que él y Yuga luchaban. Si el Dragón daba un panzazo, Tigresa creaba un muro de fuego con un alzamiento de patas tras Qilin, chamuscándolo. Si ella se recubría las patas inferiores de una masa de fuego tan caliente que hacía ondear el aire y le daba tremenda patada a Qilin, Po creaba una película de agua tan fina que cortaba las piedras y atacaba.
Qilin no podía concretar una defensa sólida, porque cuando se enfocaba en uno, la otra atacaba, y viceversa. Sumado a eso, Fai notó que Qilin parecía difuminarse, es decir, como si su cuerpo estuviera intentando llegar a la solidez total, sin lograrlo, al mismo tiempo en que su aspecto pareciera querer dividirse a ambos lados, opuestos. Como si... como si las esencias de Niu Tou y Ma Mian lucharan por escapar, sin éxito.
Apretó los puños y asió la espada con ambas patas, iracundo y algo sobrecogido. Quería hacer algo, odiaba ser un espectador y ser débil. Sí, había logrado una gran mejora al aceptar sus habilidades como Guerrero de Wang; no Imperial, sino como médium de Wang, pero... ellos parecían mejorar a cada segundo. Algo hacía el Dragón para subir el nivel, pero con Tigresa fue más un regalo: Terumi le hubo entregado o ayudado con su energía, porque pasó de estar al borde del desmayo a estar rebosante de Chi en un parpadeo. Frunció el ceño, no iba a quedarse sin hacer nada, si tenía que morir peleando, lo haría con honor.
Relajó sus músculos, ya había dado muerte a Girei, su venganza estaba completa, pero también era miembro de la Casa Imperial, y su deber en ésta era el mismo que el del Emperador: proteger China. Se impulsó con los vientos y atacó.
Atravesó los ataques combinados de Po y Tigresa y le dio un tajo con la espada a Qilin, cosa que fue extraña. Fai había cortado a muchos animales en el trayecto de su vida, pero esta vez la espada se sintió como si cortara barro o algodón. Qilin alzó sus ojos color ópalo y lo enfocó, logrando que Fai dudara por un instante; recobró el control justo antes de que diera un zarpazo y evitó la muerte por fracciones de segundos. Abrió la palma libre y generó una corriente de aire que lo impulsó lejos del dios al tiempo en que el Dragón y la Fénix conectaban, respectivamente, un puñetazo.
Derrapó flotando y se detuvo a seis metros de ellos, empezando a sentir un hormigueo en el brazo que sujetaba la espada, como cuando se le dormía una extremidad. Comenzó a respirar entrecortadamente, con jadeos, faltándole el aire. «Que irónico: al Guerrero que usa el aire, le falta el mismo.»
Entonces, como cuando cortó a Zhang, vio unas imágenes sin sentido. Había un ser extraño, como un simio, pero sin pelaje, con la piel de un tono rosáceo claro, como un melocotón. De rostro pequeño y redondeado, ni alargado como los zorros, ni fuerte como los lobos, sino que era de una forma acorazonada que no sabía explicar. Sus ojos eran hermosos y severos, de un rojo que daba la sensación de que eran volcanes en miniaturas o... o estrellas. Dos soles. Llevaba un largo vestido rojo y dorado, un hanfu, y el cabello negro azabache recogido en un moño, rematado con dos palillos naranjas.
El contexto de la escena era extraño, ahí estaba Qilin, de rodillas ante aquella hembra, con los brazos de león chamuscados a distintos niveles y las patas de ciervo clavadas al suelo, con estacas. La hembra movió los labios, los ojos le refulgieron de ira y ofensa, pero Fai no comprendió porque sólo veía, no escuchaba. Sin embargo, identificó la mirada lastimera de Qilin que le dio a la hembra, la conocía en carne propia: odio. Al final, supuso que Qilin hubo hecho algo que ofendió o hizo enfurecer a aquella entidad y Qilin estaba resentido por la forma en que lo castigaron.
Aspirando una gran bocanada de aire, Fai volvió en sí, a sentir en su piel y a captar el caos de la batalla entre Qilin y Po y Tigresa. «¿Qué demonios fue eso?», pensó, aunque ya sabía la respuesta; cuando de igual forma cortó a Zhang, también lo asaltaron unas extrañas visiones. ¿Acaso... acaso eran recuerdos del dios?
Dejó de pensar en ello cuando vio que Po recibía un puñetazo que lo clavó en el suelo; se sorprendió de que siguiera consciente. Más aún del hecho de que siguiera vivo por semejante golpe. El dios se giró hacia Tigresa, mientras de su espalda baja brotaba un brazo, para que de la pata de éste, saliera una espada de doble filo. «Es la misma habilidad de la Senda contra las que pelearon Tora y Terumi.» Tigresa rugió y lanzó una patada que Qilin detuvo con un brazo.
Ahora se veía más sólido. Más estable.
Por acto reflejo el cuerpo de Fai se movió de forma fluida, se puso de pie y con un salto de dos giros, lanzó una patada horizontal que ocasionó una enorme onda de aire. Ésta chocó contra el dios, haciéndolo caer hacia Tigresa, y ella lo aprovecho para soltarse y girar el cuerpo, conectándole una patada aún más fuerte que la anterior.
Po intentaba levantarse, pero el cuerpo le respondía demasiado lento. Tigresa también empezaba a moverse más patosamente. Aquel poder anormal estaba pasándoles factura.
Fai asió con fuerza su espada Hsu y atacó, tenía en claro una cosa, si uno de ellos dos moría, todos lo harían. Para bien o para mal, debía poner su supervivencia en ellos.
Lo has entendido, Fai, dijo la voz de Wang en su mente, la sintió dispersa y débil, y, por primera vez, llena de un enorme orgullo. Eres un buen Guerrero, Fai Zhang, orgulloso, valiente y decidido cuando es necesario, pero aún tenías mucho que aprender. Cuando yo nací, de las emociones de Seiryu por su vivencia en el Mundo Mortal, podía haber sido uno de los dioses principales de nuestro panteón, por llamarle de algún modo. Pero supe que al hacerlo rompería no sólo un balance divino, sino también uno entre los mismos dioses. Son cuatro dioses, cuatro Mundos, cuatro Guerreros.
»Nadie le hará estatuas, templos u ofrendas al Dragón Imperial, ni escribirá poemas sobre sus Guerreros. Y lastimosamente esa es una de las razones por las que mis Guerreros son desdichados, pero al hacerlo, mantengo el equilibrio que nadie se percata que existe entre los volubles dioses. Y tú por fin lo has entendido.
Fai no tenía palabras, no comprendía exactamente qué sucedía o a qué hacía referencia su Bestia. La distancia entre él y Qilin se acortaba en un parpadeo, pero por alguna razón el espacio se movía ralentizado.
Esta será la última vez que hablemos, mi Guerrero, porque el fin se acerca para nosotros. Tu destino no es detener a Qilin, sino proteger al panda y la tigresa. No todos los poderes son espectaculares, Fai Zhang, a veces el más difícil de dominar es la capacidad de ceder. Te concedo mi favor.
El tiempo y espacio volvió a su velocidad común y Fai sintió una corriente eléctrica partiendo de su espalda a su cuerpo, como si lo hubiera azotado el mismísimo Byakko. El cansancio que tenía desapareció y su sensación de poder subió al máximo. Su espada Hsu se volvió tan liviana como una pluma, y antes de darse cuenta, la había alzado y comenzaba a enterrársela en el pecho de Qilin.
—No me ignores, diosecillo —dijo Fai, frente a Qilin, clavándosela más profundo.
El dios gruñó.
—Maldito bastardo.
—También es un placer. —Le hundió la espada hasta que sólo quedó fuera el mango. Era extraño, tenía que haberlo atravesado, pero la punta no salió por el otro extremo—. Así que... eres un dios desterrado, ¿eh?
—¿Quién te crees que eres?
El rostro de molestia de Qilin se desenfocó en sorpresa, seguido en una expresión de ira pura y densa. Fai supuso que dio en el clavo por la forma en que reaccionó y antes de que él saliera de su momentáneo impacto, tiró de la espada y se separó. Chorros de sangre negra, Icor negro, empapaban la espada. Miró de soslayo hacia atrás, el panda estaba luchando contra su propio cuerpo, porque sus extremidades parecían, literalmente, de goma, sin fuerzas, mientras que la felina estaba de rodillas en el suelo, agarrándose el pecho, probablemente adolorida.
«Mi deber es protegerlos», se repitió aún no tan conforme con la idea. Su cuerpo reaccionó por instinto y tomó la espada con ambas patas, como si la fuera a enterrar en el suelo, con la punta hacia abajo, los vientos comenzaron a arremolinarse con fuerza a sus pies, pero no lo hacían flotar más, sino que se movían como si pensaran de forma individual. Clavó la espada en el suelo y los vientos se adentraron en su piel.
La alzó, apuntó al cielo y desapareció. Del cielo de cuatro tonos emergió una potente luz brillante, un muro de energía que conectó con Fai y casi lo derribó. El Chi comenzó a calentarlo; era tanto que le daba la sensación de que iba volatilizarse. El aire se volvió más fino y delgado, el oxígeno empezó a escasear a su alrededor mientras más y más Chi entraba en él. ¿Qué demonios era el favor de Wang, matarlo?
El aire restante en el ambiente se le arremolinó en los codos, muñecas, hombros y tobillos, solidificándosele y tomando unas extrañas formas puntiagudas, como cuñas o puntas de lanzas, plateadas y, como Qilin, con apariencia vaporosa. En los pómulos y ciertas áreas aleatorias de su cuerpo, por sobre el pelaje, aparecieron escamas doradas. La melena recortada al estilo militar le creció hasta la longitud total, desgreñada y salvaje, y su pelaje cambió a un tonó grisáceo-violeta.
Esto no durará mucho, le dijo Wang. Es una deificación completa, algo que no había logrado con mis Guerreros, quitará la maldición de la espada Hsu que te otorgué, pero... tiene un alto precio.
«¿Moriré?»
No. Wang tardó en contestar. Destruirá tu capacidad de usar el Chi. Cortará tu conexión conmigo... y con los demás mortales.
«¿O sea que...?»
Sí; tú serás el último Guerrero Dragón Imperial, contigo se cerrará el círculo. Y el de los demás. A partir de hoy, los mortales deberán aprender a cuidarse solos, sin ayuda de ningún dios.
Ante tal revelación, Fai se propuso una meta, hacer el tiempo suficiente para que derrotaran a Qilin. Se sentía imbatible. El aire parecía susurrarle al oído lo que sucedía: Po se había recuperado, aunque el aire que salía de él, pese a estar helado, se notaba agotado; el de Tigresa estaba la mar de caliente, aunque mejor que el del panda, menos cansada. Entonces, de improvisto, el aire alrededor de Po se caldeó, él emanaba tanto poder que se transmitía al aire y con éste, el frío.
Qilin se limpió la herida de la espada con un gesto más de molestia que de dolor, la cual se cerró sola. Arqueó una ceja, con sorpresa y expectación.
—Primera vez que observó una deificación —dijo Qilin—, ¿podrás aguantar?
Flexionó las piernas para atacar, tan leve que no se notaba con sus piernas de ciervo, sin embargo, Fai lo percibió y se movió por instinto. El viento salía despedido de él. Le conectó un puñetazo en el pecho moviéndose tan rápido que la luz escapó de sus ojos, como si le hubieran cubierto el rostro con una capucha negra.
Qilin intentó atacar con un puñetazo ascendente, pero su cuerpo, guiado por los deseos de Wang, se dejó caer hacia atrás y apoyándose en las palmas de las patas dio una voltereta. Se irguió e hizo condensar el aire en ciertas zonas alrededor del dios, saltó entre ellas a una velocidad de vértigo y le empezó a conectar una tanda de golpes sin detenerse. Al último, aprovechando cuando la presión creada en el viento por moverse a tal velocidad, le dio uno en el mentón e hizo que Qilin se elevara en espirales incontrolables hacia el cielo.
Fai se detuvo en el suelo, le ordenó con los pensamientos a los vientos que se arremolinaran en una esferita en sus dedos, del tamaño de un ojo, acumulando todo lo que pudo hasta que se volvió demasiado peligroso seguir agregando más y más aire. Percibía el revoltijo que había dentro; el viento es libre, salvaje e impredecible, odiaba estar encerrado, y cuando eso ocurría, se liberaba descabritado.
—Me preguntaste quién era —dijo Fai, y su voz sonó a dos tonos. Alzó la esferita y la arrojó con tranquilidad hacia Qilin; al momento en que lo tocó, una explosión de vacío lo separó en varios trozos distintos que intentaban unirse. Asimismo, Fai captó el hecho de que Qilin se fortalecía a cada segundo, pese a estar como estaba—. Nosotros... somos Wang.
Po recuperó la movilidad de su cuerpo, sólo que a un nivel tan básico que parecía un cachorro aprendiendo a moverse y caminar. No sentía dolor, pero le molestaba que los brazos y piernas se movieran con torpeza, la coordinación de sus dedos era tan fatal que comenzó asustarse. Conocía los riesgos de abrir los Puntos, pero del dicho al hecho había un trecho, ¿y si quedaba tan dañado que no volvería a practicar Kung Fu?
Agradecía internamente la ayuda de Fai, estaba seguro que si el león no hubiera intervenido, él y Tigresa no habrían sobrevivido. Lo efectivo del ataque combinado con ella era el hecho de que en los primeros segundos, como mucho dos minutos, el enemigo no sabía a qué reaccionar, pero luego de poco tiempo se habituaba y predecía ataques, o como mínimo se lograba defender. Lo mismo pasó con Qilin, en cuestión de segundos, empezó a prever sus movimientos, y si no hubiera sido por Fai que lo tomó por sorpresa, los habría capturado.
Se acercó a Tigresa dando traspiés y se arrodilló a su lado, poniéndole una pata en el hombro. Ella se hallaba en cuatro patas, jadeando y con el cuerpo brillando de un raro rojo azulado. El miedo lo recorrió por completo, Terumi brillaba así cuando estaba en sus últimas.
—Ti —la llamó, notándosele el miedo, cansancio y compasión.
—Estoy bien —jadeó ella.
«No. Es muy claro que no lo estás.» Sin esperar más tiempo ni preguntar, Po cerró los ojos e hizo acopio de sus fuerzas para sanarla. Pensaba que no sentía dolor porque su cuerpo no lo percibía, pero al momento de canalizar su Chi hacia ella y hacer lo inverso con las heridas, soltó un grito sin poder contenerse; la fina capa de hielo que había empezado a crecer en su piel se derritió al instante, los brazos los sintió como si le hirvieran y la cabeza se le calentó, nublándole la visión.
No pudo acabar, Tigresa estaba demasiado caliente que no podía sanarla, se parecía... se parecía a sus Puntos. Abrió los ojos como platos al recordar que Seiryu le había respondido cuando le preguntó cómo le afectaba su Resonancia con Tigresa y su apertura de Puntos: «Ya los tiene abiertos». ¿Pero cómo llego a tal estado? ¿Qué gatillo aquello? Tigresa simplemente no pudo haber llegado a tal punto porque sí.
—¡Po! —exclamó ella, ladeando el rostro.
—Estoy bien —gimió, soltándola como si hubiera tocado lava. Se dio cuenta de la forma en la que se había alejado y se sintió mal por ello. Se dejó caer sentado en el suelo que se congeló a su contacto, como si estuvieran en un día de campo y no en el posible fin del mundo—. Estoy bien.
Tigresa lo imitó, cuando su cola tocó el suelo, el hielo se derritió emitiendo un siseo que se incrementó al ella sentarse por completo. Po se relajó, reposando sus brazos en sus piernas, y Tigresa le posó, con vacilación, la pata en el antebrazo. Él acomodó el brazo, le tomó la pata y entrelazó sus dedos con los de ella.
—Esto puede ser lo último —le dijo ella.
—No —aseveró—. No lo será. —La miró a los ojos—. No permitiré que lo sea. —Sonrió—. Recuerda que aún tenemos que salir y comer en el restaurante de papá.
Tigresa le apretó más la pata.
—Bien. —En ese momento parecía que no existiera más nada, y a Po le gustó eso. Al demonio con Qilin, al demonio con los Mundos, en ese momento sólo eran ellos dos y invierte. Lo que más importaba era Tigresa—. Pero —dijo, sacándolo de su ensoñación, para su disgusto— debemos ayudar a Fai. Sea lo que sea que está haciendo, no creo que dure mucho. Ese poder hizo que nos superara, pero...
—Es temporal —completó; con sólo verlo lo sabía—. ¿Puedes levantarte?
Tigresa lo intentó, sin éxito. Po, al hacer lo mismo, cayó sentado con un ruido sordo, las piernas las tenía como gelatina. Y lo peor era que Tigresa tenía razón, debían ayudar a Fai, él seguía atacando a Qilin, pero éste empezaba a habituarse a la forma de ataque del león. Si no lo ayudaban, terminaría muerto.
Y entonces pasó: Qilin le detuvo la pata a Fai, le apretó tan fuerte la pata que Po, desde tan lejos, gracias a sus sentidos mejorados, sintió repelús al ver cómo le fracturaba los dedos. El dios tiró de Fai y le dobló el brazo en un ángulo extraño, arrancándole un grito al león. Del hombro de Qilin surgió un brazo con una espada que descendió hacia la cabeza de Fai, pero él reaccionó rápido. Con un rugido, alzó su pata libre y despidió tal cantidad de aire y a tal presión que el brazo del dios que lo sujetaba se desprendió de su atacante.
Con la pata herida, Fai se negaba a retroceder, a mostrar debilidad.
Entonces pasó. Primero, el brazo cercenado del dios se disipó en neblina, creciéndole a él uno nuevo. Segundo, Qilin mejoró. «Mejora» era la única palabra que le venía a Po a la mente; al dios su figura titilante se volvió sólida, tan firme que no daba duda de que en el momento en que le pusiera una pata encima, lo mataría. El pelaje se le volvió blanco, como la nieve recién caída, aunque con una pureza antinatural. Su forma se volvió más antropomórfica, reduciendo las patas de ciervo a unas de león, con la diferencia de que en lugar de zarpas tenía pezuñas. Sus ojos se hicieron de un negro noche, cual si contuvieran el caos entero en ellos. Por último, sus cuernos crecieron, pareciendo ahora de alce, de color cambiante; a veces eran rojos, otras negros, otras dorados.
Había logrado sobreponerse y dominar las esencias de Ma Mian y Niu Tou.
Empezó a levitar unos centímetros del suelo.
—¿Preparado para morir, Fai Zhang? —dijo Qilin, con una voz cavernosa—. Extraerse de ti la esencia de Wang.
Fai estaba impresionado, parecía que el dolor de su pata no importaba, y Po lo comprendía. Qilin estaba muy por encima de ellos. Debía ayudarlo o mataría al león y ellos serían los siguientes.
—Po —dijo Tigresa, como leyendo sus pensamientos—, tenemos que ayudarlo.
Pero no lograba nada. Él trataba de colocarse de pie, lográndolo apenas, necesitaba unos momentos para hallar la fuerza y seguir luchando; Tigresa por otro lado ya estaba recuperada. Entonces cuando creyó que estaba todo perdido la temperatura bajó tan rápido que a Po se le taponaron los oídos, seguido de un temblor en el suelo. Tigresa se sorprendió por ello, pero Qilin suspiró cansino.
—Están desesperados.
Un trueno sonó en el cielo sin nubes, secundado de un rayo que cayó de la zona color ópalo, dejando un cilindro de luz entre cielo y tierra, color púrpura. Luego apareció otro, sólo que color verde. De éstos aparecieron las figuras de un tigre blanco con una túnica y un zorro negro con un traje de maestro. Po reconoció al tigre, era el que había salvado a Tigresa cuando Suzaku había atacado la Ciudad Imperial, Shu, el Guerrero Tigre Blanco, sin embargo, al zorro no lo conocía, pero por proceso de eliminación debía de ser el Guerrero de la Tortuga Negra.
Sin mediar palabras, ambos atacaron. Shu hizo aparecer en sus patas, gracias a una corriente de electricidad que brotó de su cuerpo, un arco y una flecha, hechos con dicha electricidad. El zorro, no obstante, unió las palmas a nivel del pecho y las separó, causando que con un fulgor verde, del suelo aparecieran seres de ocho brazos, hechos de tierra, que cargaron contra el dios.
Shu disparó lo que Po logró contar como veinte flechas en un parpadeo, pero Qilin las despachó con un gesto de la pata. Acto seguido levantó la pata y los señaló; la punta de su dedo comenzó a brillar de rojo.
El poder que se condensaba en Qilin atraía a Po como si generara su propia gravedad. Quiso decirle a Tigresa que huyera, que lo que sea que Qilin haría los mataría, pero su voz no salía. «No hay forma de que ganemos.»
Fai se movió como el mismísimo viento y se colocó delante de Po y Tigresa al mismo tiempo en que Qilin disparó.
El rayo de energía carmesí consumió la zona circundante al dios, atravesando con un calor ridículo todo lo que tocaba; y lo peor era que se movía como una serpiente. Giró y se dobló en el aire para atravesar y reducir a un montón de tierra y roca fundida a los nacidos de la tierra. Después atravesó por el pecho y torso, respectivamente, a Shu y al zorro, para luego cercenarles los brazos como mantequilla. Al ellos caer de rodillas, Fai levantó sus brazos, haciendo girar alrededor de sí, Tigresa y Po fuertes corrientes de aire y al segundo siguiente estaban dentro de un domo de aire a presión.
El rayo impactó, con tal fuerza que Fai dejó de flotar e hincó una rodilla en el suelo. No bajó los brazos; su cuerpo resistía la embestida de poder constante. Entonces Fai logró desviar el rayo hacia el cielo, causando una explosión que lo tumbó al suelo. Po apenas si logró levantarse poco después, seguido de Tigresa y Fai.
Qilin hizo un gesto de aprisionamiento en torno al zorro y luego uno de tirar; el animal flotó y fue directo hacia el dios, como si lo hubiera hecho ir a fuerza de gravedad. El dios abrió su pata izquierda y el zorro se quedó estático en el aire, mientras la derecha le brillaba de un rumor negro.
Le atravesó el pecho al zorro, disolviéndolo en una neblina verdusca. Al momento siguiente tenía una esfera color verde en la pata. La sonrisa del dios era casi de una alegría infantil.
—¿Tan desesperados están que me colocan la victoria en bandeja, mis hijos?
La esfera y la pata brillaron del verde más intenso que Po hubiera visto, como si Qilin tuviera en ella toda la naturaleza del mundo. Alzó el brazo hacia el cielo y señaló la zona que era del color del ópalo. El cielo se agrietó y quebró como si fuera un lago congelado, abriendo grietas aún más pronunciadas en las separaciones del firmamento. Una gruesa cadena verde brillante se formó en su muñeca y ascendió hasta el cielo, cuando ésta se tensó, Qilin sonrió por completo.
—Yo te obligo... —dijo, tirando de la cadena. El cielo se partió con un estruendo y el morro de una tortuga gigantesca que luchaba por soltarse apareció por entre el agujero interdimensional. Po sintió las piernas flaquear, amenazándolo con derribarlo ahora que había logrado ponerse de pie— Genbu, a ceder ante mi poder. A volverte uno conmigo.
Con la otra pata afianzó la cadena y tiró con toda su fuerza de ella. Genbu salió por completo, tan grande como un país, y su forma se desdibujó. Cuando Po pensó que los aplastaría a todos, Genbu se disolvió en Chi verde que Qilin absorbió. La forma del dios titiló, se recubrió de arena y se estabilizó cuando controló a la bestia.
Se sacudió la arena e hizo lo mismo: levantó su pata izquierda hacia Shu, hizo un gesto de aprisionamiento con el puño y luego flexionó el brazo, atrayéndolo. El tigre flotó y fue hasta el dios. Qilin levantó el brazo con un rumor negro y le atravesó el pecho, Shu se disolvió en una neblina púrpura y sólo quedó una esferita que él usó para crear otra cadena que se alzó al cielo y, momentos después, tiraba del cuello a un tigre igual de titánico que Genbu, de pelaje tan blanco como los arcos voltaicos de los rayos, y con rayas que parecían moverse cargadas de electricidad.
—Yo te obligo... —repitió Qilin, tirando de la cadena— Byakko, a ceder ante mi poder.
Con tirar de la cadena otra vez, hizo salir al dios y Qilin lo absorbió, esta vez recubriéndose de una capa de electricidad que se disipó cuando controló el poder de la Bestia.
Fai seguía con las patas elevadas, manteniendo el domo, aunque su pelaje empezaba a perder aquel tono violáceo. Se volvió a verlos de soslayo.
—Sólo les daré una única oportunidad —dijo con su voz a dos tonos, aunque algo opaca—, úsenla para darle el golpe definitivo.
—¿Por qué? —preguntó Tigresa.
Po comprendió el trasfondo de la pregunta.
—¿Por qué nos proteges?
—Yo no puedo derrotarlo, lastimosamente —respondió Fai, cansado—. No dejaré que todo lo que he logrado se vaya a la mierda porque ese dios de pacotilla quiera cambiarlo todo. No dejaré que después de todo lo que he pasado vuelva atrás. ¡No quiero volver a arrepentirme!
El domo de aire se disipó como un soplo y el viento se arremolinó alrededor de Fai, quien salió disparado hacia Qilin.
—¡Si he de morir peleando, que así sea!
En un parpadeo estaba frente al león-ciervo, con el puño cargado de aire para darle un puñetazo. Ante tal acto de valentía, Po no podía menos que quemar su vida para sacar energías. A su alrededor la temperatura bajó varios grados, congelándolo todo. Al lado, Tigresa fulguraba de calor, llamas lamían su cuerpo, bailando por su figura y acentuándola, como esperando órdenes.
Ahora, viendo cómo Fai se sacrificaba por una oportunidad para que obtuvieran la victoria, comprendía una cosa: el verdadero éxito conllevaba sacrificio.
Le tomó la pata a Tigresa; al ellos estar en sincronía mental, enérgica y sentimentalmente, sus pensamientos fueron asaltados por los de Tigresa, quien dedujo lo mismo. Debían detener al dios a toda costa.
A cualquier precio.
Fai estaba a punto de conectar el golpe, pero Qilin despareció y reapareció detrás del león. Le sujetó el brazo izquierdo, el herido y lo giró por completo, fracturándolo y haciéndole una llave.
—¿Preparado? —preguntó Qilin, burlesco.
—¡No subestimes al Guerrero Dragón Imperial! —bramó Fai. El brazo comenzó a brillarle al rojo vivo hasta el codo, poco después empezaron a aparecerle grietas, como si contuviera una erupción—. ¡Primer Rollo Imperial: Sejmet! —Su brazo explotó en una intensa llamarada naranja que cegó momentáneamente a Po.
Qilin rugió y soltó a Fai, que cayó al suelo humeando y faltándole el brazo izquierdo, de donde sólo manaba sangre, mientras una gran corriente de aire trataba de evitar su sangrado el rostro de Qilin brillaba de rojo y sus ojos estaban cerrados; tenía una expresión molesta, más que adolorida. El dios le colocó una pezuña en el pecho al mismo tiempo en que elevaba la pata que brillaba con un rumor negro.
—Buen intento —alabó, atravesándole el pecho—, pero no lo suficiente.
El cuerpo de Fai tembló con estertores y se revolvió cuando se fue convirtiendo paulatinamente en una esferita de Chi, y al igual que antes, creó una cadena, hizo emerger, tirando de ésta a un enorme Dragón Dorado del cielo, el cual terminó por absorber, bañando su cuerpo con un huracán en miniatura que se disipó al dominar a la Bestia.
Tomando a Tigresa, Po inspiró profundo. Estaba decido a abrir el Séptimo Punto, sin preocuparse por lo que pasara. Comprendía ahora algunas cosas, quizá no del todo, pero algo al menos. Las Tres Joyas, que había dicho Seiryu, eran algo que no se podían descubrir solo; ahora, con la felina que amaba a su lado, lo comprendía.
Sintió como si un torrente de energía, procedente de todos lados, lo sobrecargara. Un punto azulado en su nuca, que unió el de la espalda baja y el del entrecejo, brilló con fuerza. Acto seguido el traje de Maestro del Chi, que había aparecido cuando peleó con Kai, cubrió su cuerpo y el bastón de jade se manifestó en su pata libre. A Tigresa también le apareció un traje parecido, con una lanza en su pata; el traje, a diferencia del de Po que era blanco y negro con una cinta dorada, era rojo y dorado con una cinta naranja. Para rematar, a ambos los recubría una especie de aura morada oscura, del mismo tono que cuando sus Chi se mezclaban por su dos hablaron al unísono, con una voz armoniosa.
—¡Séptimo Punto, el de la energía... Abierto! ¡Formación de los Siete Puntos... Completa!
Qilin frunció el ceño, esta vez más preocupado, y se elevó en el cielo a una velocidad vertiginosa. Muy, muy alto, se detuvo, alzó una pata, mirándolos y el cielo a la espalda de Qilin se abrió como una cortina, tan enorme que abarcaba el Valle de la Paz por completo y aún más allá de las montañas. Todo se cubrió de una negrura opresora, salpicada de estrellas brillantes.
De dicha pata levantada surgió una estela de niebla que se movía como si tuviera explosiones contenidas y se adentró en aquella aprensiva oscuridad. Se tensó y Qilin hizo un gesto similar a cuando sacó a las Bestias Divinas de su dimensión. En el Valle una sombra empezó a aparecer por todo el lugar, mientras algo pálido y circular, rocoso, se acercaba hacia el dios.
La enorme piedra se detuvo en seco.
—Vaya, vaya, Guerreros —dijo Qilin—, veo que al fin se ponen serios. La duda es: ¿serán capaces de ganar? —Sonrió de oreja a oreja—. ¿O dejarán que su luna los mate?
Qilin bajó la pata, como quien da una orden de ejecución.
La enorme masa rocosa, la luna, empezó a acercase más y más, y en un punto empezó a envolverse en fuego; algunos trozos se despegaron de ella, y atravesaron el portal que el dios mantenía, directo hacia Po y Tigresa.
Los dos alzaron sus armas y las rocas se transformaron en agua y fuego, siendo inofensivas.
Fijaron sus vistas en el dios, y antes de saltar, murmuraron.
—¡Samsara!
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