XXXI
La zona circundante a ella, en un radio de un metro y aumentando, siendo ella el centro, comenzó a derretirse y arder; la tierra comenzó a burbujear, fundiendo la roca y uniéndola con la tierra; las plantas ya eran sólo cenizas; y el aire empezó a tener una peligrosa temperatura para quien lo respirara.
Un dolor atroz empezaba a tomar cada centímetro de su cuerpo, tomándola como tentáculos, sin embargo, pese a ello, sabía que aún no estaba lista para plantarle cara a Qilin. Durante su meditación, Terumi analizó al dios creador, enfocada en el porqué de su especie de agotamiento, cuando tenía un poder que superaba al de todos allí presentes.
Debía pensar para poder hallar una brecha y destruir el cuerpo físico de Qilin, logrando así que su esencia volviera al lugar de donde vino, o como mínimo, fuera apresada. «A ver...». Como primer punto tenía que, por alguna razón, él no podía atacar por completo, es decir, en el momento de haber aparecido, no destruyó todo, como ella hubiera hecho de haber estado en las patas del dios. En el segundo punto estaba el hecho de que necesitaba concentrar Chi para realizar lo que sea que tuviera en mente. Tercero, sus esbirros, las Sendas, lo protegían. En un instante, como un rayo de luz, una idea se clavó en su mente, por lo simple y el sentido que tenía, «¿pero es posible?».
Su cuerpo acumuló el Chi que necesitaba para llegar a la Segunda Fase de su Ira y Terumi abrió los ojos, empezando a brillar de un tono rojizo fuego, como si su Chi mismo estuviera quemándose y dejase aquellos destellos. Se puso de pie y miró a Tora, quien tenía una expresión dura, aunque ella lo conocía tan bien que sabía detectar el dolor tras sus ojos.
—Retrocede —dijo, y su voz no la sintió propia, sino como miles de fuegos crepitando—.Y mantén segura a Lian, Tora.
Luego de esas palabras, Terumi giró la mirada hacia Tigresa, notando por primera vez la enorme roca que estaba muy, pero muy alto en el cielo. Su hija, Po Ping y Fai, intentaban hacer algo para derrotar a la Senda loba que, según observaba, era quien hacía ascender la piedra. No obstante, ninguno atacaba. «Al menos son cautos», pensó, sabiendo que si mataban a la loba, la piedra caería. Pero tampoco debían dejarla vivir, ya que si lograba su objetivo, dejaría caer la piedra. Estaban en una encrucijada.
Flexionó los brazos, a nivel de la cintura, en una posición de ataque y defensa a la vez, como si fuera a cargar, empezando a emitir enormes cantidades de Chi rojo, caliente como el sol. Tora saltó hacia atrás, alejándose lo suficiente de ella para no terminar calcinado.
Terumi inspiró con fuerza y parpadeó, dejando salir el aire, comenzando a recitar las palabras para poder entrar en dicho estado de su Ira.
Rugido del sol, abre los cielos...
Tigresa observaba absorta la roca casi desapareciendo en lo alto del cielo; no faltaba mucho para que la Senda la dejara caer. Se sentía minúscula e impotente, porque en teoría ella no podía hacer nada; su fuego no serviría para ayudar. Aún así, no dejó que eso la aminorara, sino que ideó una forma de evitar que todos murieran si aquella roca caía: le indicó a Po y Fai que se encargaran de buscar una manera para evitar que ascendiera, o como mínimo, si cayese, no dejar que impactara. Ella, por su parte, los protegería, y si se daba la oportunidad, atacar a la Senda.
Fai comenzó a moverse de forma abierta, flexible, haciendo que sus brazos trazaran enormes círculos por sobre su cabeza, mientras que Po estiró los brazos en toda su extensión hacia atrás y los bajó, frunciendo con ligereza el ceño. Momentos más tarde, se empezó a escuchar un fffzzz cada vez más fuerte, y la acumulación de aire, tanto que se lograba ver, formó un tornado de proporciones enormes bajo la piedra, cuya boquilla de embudo buscaba a Fai. Asimismo, Po comenzó a elevar las patas lentamente, causando que el agua emergiera del suelo en cantidades ridículas y formaron unas patas abiertas, que daban la sensación de estar a punto de sostener algo.
Tigresa se colocó en posición de pelea, dudando si atacar o no. ¿Y si la roca caía con la velocidad suficiente para romper las defensas de ambos? ¿Y si no eran capaces de aguantar? ¿Y si por ella atacar a la Senda causaba la muerte de todos y todo?
Sus dudas se vieron interrumpidas cuando percibió que el aire estaba haciéndose más caliente y al buscar la fuente, observó con sorpresa e interés que era Terumi, su madre. «Mi madre». Era raro pensar eso. El pelaje naranja de ella brillaba de un rojo luminiscente, como un astro, muy distinto de cuando la vio con su Ira. El rojo se intensificó hasta el punto de parecer sangre, mas Tigresa sabía, era Chi. Se puso de pie, y los miró, para luego enfocar su vista en la roca del cielo. Llevó las dos patas a la cintura, en puños, en una posición defensiva así como de ataque y empezó a mover los labios.
Sus palabras parecían ser dichas desde el mismísimo Palacio de Jade. Era extraño, parecía que estaban amplificadas, escuchándose con toda claridad, capturando las miradas de Fai, Po, Shifu, Ru-Byakko y la Senda gacela que luchaba con él. Segundos después, Tora llegó junto a Tigresa.
Rugido del sol, abre los cielos. Astro universal, muéstrate ante mí, ¡con todo tu esplendor! Amaterasu, yo soy la soberana de tu aspecto es y será el mío, asi que óyeme y cúmpleme:
¡Permíteme el Sol Rojo!
El cuerpo de Terumi emanaba tanto Chi que hacía ondular el aire y éste incineraba las plantas lejanas a la felina. Tigresa se llevó una pata a la boca, intentando no aspirarlo y soportar el calor que, pese a la lejanía, le llegaba. Los ojos de su madre se volvieron por completo blancos, con un halo rojo donde estaba la pupila; las rayas negras de su pelaje se hicieron carmesí; y su pelaje naranja se hizo dorado.
Estrella de vida y destrucción...¡Arde!
Para acabar, una especie de aura que asemejaban las llamas crepitando, de color blanco, la cubrió por completo.
—¡Ira roja! —rugió Terumi—. ¡Fase Solar, Amaterasu! —Flexionó las rodillas y saltó.
En cuestión de menos que un parpadeo, se hallaba a pocos pasos de Tigresa, Po y Fai. Se detuvo derrapando; el aire alrededor de Terumi se movía ondulante, como si ella lo doblase con la barbárica cantidad de su Chi. Escuchó detrás a Po y Fai jadeando, y cuando Tigresa volvió la mirada, sus respectivos pelajes estaban empezando a empaparse de sudor. Se sorprendió, sabía que Terumi estaba a una temperatura increíblemente alta, pero a tal punto de que con sólo estar tan cerca Po y Fai se empapasen de sudor era un nivel de calor distinto. No obstante, Tigresa, aunque percibía el calor, no estaba tan acalorada como ellos; supuso que se debía al Chi de Suzaku en su interior.
Terumi giró la cabeza para verlos al mismo tiempo en que movía los brazos en toda su extensión, trazando un círculo. Fue Tora quien interpretó aquella mirada de ojos blancos.
—¡Abajo! —gritó, tomando por los hombros a Tigresa y derribándola.
Un momento después, Terumi flexionó los brazos hasta que sus patas, hechas puños, quedaron a nivel de la cintura, para al instante siguiente, cuando sus brazos se tornaron de un azul tan intenso que causaba chiribitas, lanzar un puñetazo doble hacia la Senda loba que brillaba de los colores del ópalo.
Tigresa se quedó estupefacta por aquel movimiento, ¡era ilógico! La macrollamarada de un rojo mil veces más intenso que la sangre, causó una onda expansiva que derribó a Fai y Po, haciendo que perdieran el control de sus respectivos elementos. El fuego se estrelló en la loba, y con un tronar de dos dedos de Terumi, las llamas se envolvieron como serpientes en la Senda, atravesándole el cuerpo como si le devorasen la carne. Acto seguido, ella cayó inerte al suelo, chorreando Icor negro.
El pedrusco cayó con rapidez, precipitándose sin contemplaciones hacia el Valle, generando una onda de calor con su caída, como un verdadero meteoro. Tigresa pensó que Terumi se encargaría de destruirlo, mas enorme fue su sorpresa cuando su madre flexionó las rodillas y salió despedida, con un sonido entre un siseo y una explosión, hacia Qilin, sentado aún en el suelo.
Sucedieron dos cosas que la dejaron sin habla, sin saber qué hacer o cómo proceder: primero, que Po y Fai se recompusieron rápidamente y, comprendiendo el peligro que debían evitar, cooperaron para detener el pedrusco. Po movió las patas y brazos de forma ondeante y fluida, haciendo elevarse una marejada que parecían patas, con dedos muy, muy largos, que se acunaron hacia el suelo, preparadas para recibir la piedra; Fai, en cambio, giraba el cuerpo y las patas con movimientos evasivos, haciendo que potentes y enormes corrientes de aire se envolvieran en torno al agua que Po manejaba. Muy, muy alto, la roca chocó contra las patas acuáticas que Po elevaba con el agua que salía sin parar del suelo, mientras que Fai parecía un tornado en animal, recubierto de viento que ascendía en embudo. Fai flexionó las rodillas por el impacto, pero Po cayó al suelo, con un grito de furia.
Quiso gritar su nombre, llamarlo, pero lo otro que le había sorprendido logró detenerla: Terumi, su madre, le había dado un puñetazo a Qilin, tan fuerte que lo hizo elevarse del suelo y salir despedido en vertical.
Tigresa se puso de pie, y Tora le siguió, observando sobrecogida cómo ella le conectaba un combo de golpes y patadas en llamas al león-ciervo, enviándolo de un lado a otro.
—¿Por qué no se defiende? —preguntó Tigresa, diciendo lo primero que notó.
—No puede —respondió Tora; de reojo lo vio apretar las patas ten puños tan fuerte que se clavó sus garras. Su voz estaba teñida de impotencia—. La segunda fase de la Ira de tu madre, Tigresa, se concentra sólo en el ataque, sacrificando el cuerpo por ello. Se mueve a una velocidad tan vertiginosa que las defensas son inútiles, seas un dios o un mortal. Sí, Qilin puede refractar y manejar el espacio a su antojo, no lo niego, pero a la velocidad que Terumi se mueve, es imposible que Qilin la mantenga en su rango lo suficiente como para desaparecerla o enviarla a otra parte.
El dios creador era enviado de un sitio a otro, del cielo a las paredes, de nuevo al cielo, al suelo, a las paredes, al cielo, y el ciclo se repetía cientos de veces en un período de tiempo tan corto que resultaba ridículo. Byakko-Ru, quien estaba peleando contra una Senda en forma de gacela, aprovechó el descuido de ésta al mirar a su Señor, le ensartó la lanza y la volvió carbón con un rayo que cayó del cielo. Acto seguido, éste llegó con Tora y Tigresa.
—Es ridículo —gruñó; aquella voz no era de Ru, sino la severa y dura del dios del rayo—. Ningún mortal puede moverse así.
—Ninguno normal, señor —terció Tora, con respeto—. Terumi entrenó tanto en su vida que de alguna forma ha desdibujado la línea divisoria entre divino y mortal.
—Es imposible.
—Mírelo usted mismo.
La masiva cantidad de patadas y golpes se detuvo por una fracción de tiempo en que Terumi fue a dar un golpe, pero se detuvo a medio camino, el cual el dios aprovechó para protegerse el rostro con las patas delanteras y, con un gesto, hacer que el aire se quebrara a la espalda de Terumi. Ella cayó en una oscuridad absoluta, siendo despedida treinta metros a los lejos; a Tigresa se le asemejó aquello a los portales de Fai.
Qilin cayó al suelo con un estrépito. Terumi, lejos, se levantó del suelo, llevando una pata hacia arriba, en diagonal, apuntando hacia el este, mientras que con la otra hacia abajo, apuntando al oeste. Un círculo en el suelo empezó a brillar de un blanco inmaculado, mientras que la especie de onda que la recubría se ensortijó sólo en los puños.
—Prepárense —dijo Tora, con aplomo y firme como una roca. Miraba a la tigresa de una forma entre dolida, orgullosa, feliz e impotente—. Ahora vienen.
Qilin se puso de pie, tambaleándose, y entonces abrió los ojos. Tigresa se impactó al punto de dar un paso atrás, porque aquellos ojos no eran normales. Tenía una esclerótica color plata, cuyo aspecto parecía mercurio, y tres pupilas por completo negras en cada ojo, que se movían independientes. Era repulsivo.
El calor cerca de Terumi comenzó a aminorar, condensándose en el halo blanco de sus patas; aunque perdiera aquella aura, su cuerpo se volvió más dorado, casi chillón.
—¿Qué viene? —preguntaron Tigresa y Byakko-Ru al unísono.
Tora sonrió.
—Los Tres Soles.
Exactamente una fracción de segundo después de que Tora dijera aquellas palabras, una especie de resonar de un gong retumbó por el Valle entero. Terumi chasqueó los dedos y miles de pequeños puntos brillantes iluminaron el pueblo, al lado de Tigresa apareció uno, un círculo del tamaño justo para un animal pequeño. Y entonces, como si fuera un portal, del suelo apareció Shifu, aún aturdido y sorprendido.
—¿Qué...? —preguntó, mas Tigresa lo supo. «Sacó a todos del Valle. Ha enviado a los pueblerinos a un lugar seguro para...». Tragó grueso, ¿tan peligroso era lo que haría que por seguridad evacuó a los habitantes?
Entre el polvo del suelo, Qilin sonrió con un regocijo extraño, sorprendido y sádico, como si se hubiera topado con algo imprevisto, pero que le divirtiera en sobremanera.
—Nunca me hubiera imaginado —dijo Qilin; Tigresa apenas notaba el movimiento de sus labios por la lejanía, pero la voz se oía tan clara como si le sonara en la mente. No, de verdad sonaba centro de su cabeza— que alguien hubiera sido capaz de atar a este universo el poder de Amaterasu. —Su tono denotaba cierto rencor—. Ahora, mortal, ¡demuéstrame que te has ganado ser su portadora! ¡Dame una buena di...! —Se cortó de repente; todos los presentes contuvieron una exclamación.
En un destello, tan veloz como un rayo de luz, Terumi estaba frente a Qilin, brillando de dorado, rojo y blanco. El dios, dándose cuenta, intentó apartarla de un golpe, pero el brazo de Terumi se movió tan rápido que sólo se notaba un borrón blancuzco que impactó en la quijada del dios y lo hizo elevarse.
—¿Acaso está...? —preguntó Tigresa a nadie en específico, cuando se percató de que justo donde su madre había golpeado, el pelaje de Qilin pasaba del negro ceniza a un gris casi blanco.
—Purificándose —confirmó Tora, fijó en ella sus ojos ámbares—. Los Tres soles es una habilidad que hace que el Chi emule el calor del sol. Simplemente es energía contenida en un punto en específico, los puños de Terumi, que al impactar en algo, purifica al mismo tiempo en que se extingue y deshace. Todas las estrellas explotan, mueren y se extinguen, y el sol no es la excepción; lo que hace Terumi es emular una explosión del sol en sus distintos estados.
—Pero Qilin no se deshace.
—Tigresa —repuso él, con un tono tan paternal, como un padre explicándole cosas básicas a un cachorro, que le hizo sentir un cosquilleo en la espina—, ¿realmente piensas que con un golpe moriría un dios?
Tenía razón, tal vez un golpe no bastara, pero estaba segura de que si su madre le conectaba al menos unos seis, posiblemente lograría matarlo.
Qilin ascendía en el aire. Terumi saltó. Cuando la felina hizo un gesto para realizar un segundo ataque, se detuvo a medio camino, en el lugar donde el hombro se conectaba con el cuerpo, una grieta salió en su pelaje y de ésta, una gran cantidad de sangre a presión, parecida al Icor, que se evaporó y volvió una neblina roja brillante. Terumi se tambaleó en al aire y cayó al suelo con estrépito, sosteniéndose el brazo. Su gesto de dolor era tan enorme que Tigresa sintió el mismo dolor por empatía.
Qilin descendió al suelo muy despacio, ladeándose al tocar el piso; de su boca grandes cantidades de Icor salían, mas se curó a los pocos segundos. Sonrió.
—¿Una técnica que condensa el calor en un punto y lo explota de golpe? —dijo Qilin, tocándose la mandíbula con detenimiento—. Es como una verdadera explosión de una estrella. —Suspiró—. Admito que si recibo tres golpes directos estaré en aprietos. No creas que me darás, mortal.
Terumi se logró poner de pie, aferrándose con fuerza el brazo derecho. El rumor blanco que se ensortijaba en sus patas delanteras se dividió, abarcando las traseras también, parecía que llevase guantes y medias de satén.
—Ahora que Qilin se dio cuenta de cómo funciona —comentó Tora—, no se dejará golpear fácilmente. —Inspiró, y luego de un rato dijo—: ¡Apoyaremos a Terumi!, escúchenme todos. —El rostro de Tora tenía un aspecto calmo y analítico, como cuando Tigresa lo vio por primera vez—. Como se han dado cuenta, Qilin está más vulnerable que cuando apareció por primera vez, ¿cierto?
—Sí —convino Shifu, al lado de Tigresa—, casualmente cada vez que uno de sus esbirros era derrotado, su forma parecía debilitarse. ¿Es posible que dichas Sendas sean una manifestación de una parte de su poder?
Contra toda lógica, el razonamiento de Shifu era más que convincente.
—Es posible no; es así —intervino Byakko-Ru, su cuerpo despedía ligeros arcos voltaicos que se disipaban en el aire—. El poder de Qilin es tan amplio que, para no desgarrar la misma realidad de este universo, dividió partes de su Chi y creó a las Sendas, aunque eso es un arma de doble filo. Nunca podrá recuperar por completo la cantidad exacta que separó de sí, y eso, para nosotros, es una ventaja.
—¿Tenéis más especificaciones de las habilidades de Qilin, señor?
—Eres cauto, mortal. —Byakko-Ru torció los labios en algo parecido a una sonrisa—. Y sí, la principal habilidad de Qilin es, en ese estado, la manipulación del espacio y la materia. El nivel exacto lo desconozco, pero lo que sí, es que para poder usar el poder en alguien, debe estar en su rango de visión.
—¡Pero él nos atacó y envió a otro espacio sin siquiera abrir los ojos! —replicó Tigresa.
Byakko-Ru la miró con enfado, lanzando ligeros relámpagos de los ojos.
—Porque no presentaban peligro para él. —Volvió la mirada hacia Terumi, quien empezaba a correr alrededor del dios, dejando un círculo de humo y polvo—. Ahora que la mortal se ha acercado bastante al poder de un dios, Qilin está siendo precavido, de ahí porqué abrió los ojos. Date cuenta que sus pupilas se mueven independientemente las unas de las otras, eso le confiere seis campos de visión distintos. Y sólo necesita enfocar una sola para poder defenderse creando un espacio por el cual enviar a la mortal y salvarse.
—¿Por qué no ataca entonces?
Tora y Byakko-Ru guardaron silencio.
—¡Respondan! —exigió Tigresa.
—Porque una vez el cuerpo de Terumi no resista más... morirá. —Frunció el ceño—. Su esencia se consumirá, el cuerpo que tiene ahora y su esencia espiritual desaparecerán. Para siempre.
Aquella aseveración le cayó como un balde de agua fría a Tigresa. Oteó la nube de polvo, buscando su madre, sintiéndola más cercana a ella ahora más que nunca. Apretó las patas, formando puños, si su madre iba a dar la vida, más que la vida, por protegerlos y salvarlos, lo mínimo que podría es ayudar en su apoyo. Ayudarla a destruir a Qilin.
—¿Qué tenemos que hacer? —preguntó Tigresa, con la voz ronca, de ira y, para su sorpresa, dolor. Apenas había conocido a su madre y ya iba a perderla... de nuevo.
—Hacer de pantalla —respondió Tora—. Conozco a tu madre, Tigresa, y ella no es alguien de atacar por la espalda. Es orgullosa. Siempre por el frente. Por ende, Qilin se protegerá por dicha zona, descuidando la espalda. —Miró a Byakko con respeto—. Ahí es donde entrará usted y le golpeará, ocasionando que se voltee para protegerse también, dándole el tiempo a Terumi para que conecte el golpe, iniciando la secuencia de ataques. Luego yo...
Tigresa gruñó, enseñando los colmillos, ¿por qué no la incluían a ella?
No tuvo tiempo para protestar porque Terumi se lanzó al ataque. El suelo vibró del impulso con el que ella saltó. Qilin la imitó y se elevó en el aire, a quince o veinte metros del suelo. La felina en llamas saltó verticalmente y se precipitó hacia adelante expulsando llamaradas por sus pies, a modo de propulsores
Alzó un puño cubierto de aquel rumor blanco, pero cuando estaba por llegar al dios, éste cruzó los brazos en equis sobre su pecho y Terumi se quedó estática en el aire, como si donde ella estaba se hubiera paralizado el tiempo. Qilin sonreía, victorioso.
—¡Ahora! —gritó Tora. Su cuerpo tomó un brillo blancuzco, listo para atacar.
Con un rugido, Byakko-Ru arrojó la lanza que tenía con todas sus fuerzas, surcando como un rayo el aire, directo a Qilin. El dios ni siquiera movió la cabeza para observar, sino que una de sus pupilas miraron de soslayo la lanza, inclinó su cabeza un poco hacia adelante y se limitó a ignorar el arma cuando pasó a su espalda.
Entonces Byakko-Ru levantó un brazo apuntando hacia la lanza, chasqueó los dedos y su cuerpo se convirtió por un instante en luz, que se desplazó en un destello hacia donde estaba su lanza. Se materializó tras Qilin y tomó la lanza, lanzando un mandoble. Qilin descruzó las patas, extendiendo una hacia Terumi, conteniendo su movimiento y otra hacia Byakko-Ru, parando con su palma el mandoble.
Enseguida, Tora saltó, para conectarle unos golpes al dios con las patas asemejando una punta de flecha. Sin embargo, Tigresa supo que no lo lograría, iba demasiado lento. Se volvió hacia Shifu.
—Lánceme —le pidió. Con su poder sólo lograría llegar a la mitad de la ascensión, y si usaba más, se desmayaría por sobre exigir a su cuerpo cuando apenas salía de una pelea con las lobas elementales de la Senda que estaba recién muerta—. Shifu, lánceme.
—¡No puedo ponerte en peligro! —aseveró—. Tus padres están protegiéndote. —Apuntó con una pata a Tora y Terumi—. Ese sacrificio sólo se hace por un hijo.
—¡Usted también es mi padre, Shifu! —exclamó Tigresa, tomando por sorpresa al panda rojo—. Me conoce muy bien, sabe que lo haré de todos modos. Le estoy pidiendo que use la Paz Interior para darme impulso, sólo eso.
Shifu cerró los ojos con cansancio, frunciendo un poco el ceño; asintió. Hizo los movimientos de la Paz, con una tranquilidad inaudita. Tigresa no pudo evitar mirar hacia donde estaban Po y Fai, el león tenía las patas elevadas al cielo, siendo él una especie de conexión entre las corrientes de aire del suelo con las del cielo, mientras que Po andaba de rodillas en el piso, con las patas hacia el cielo, de forma que daba la sensación de que estaba sosteniendo algo. Y lo hacía, porque el agua que tomó forma de unas patas enormes, sostenían el pedrusco en el cielo. Shifu la tomó por una muñeca y le dijo:
—Prepárate.
Acto seguido, giró sobre sí mismo y, como un látigo, lanzó a Tigresa en el aire. Usando el impulso de su padre adoptivo, sumado a uno propio al expulsar llamas desde sus patas traseras, se propulsó hacia Qilin. Concentró todo el Chi que tenía en su pata derecha, flexionándola para soltar un golpe con la suficiente potencia para romper la parálisis en la que estaban sus padres y Byakko-Ru.
Qilin ni siquiera advirtió su presencia acercándose. «¿Tan poco me considera que no se siente en peligro?». Gran error. El objetivo de Tigresa no era matarlo, sino distraerlo para que su madre, Terumi, lo hiciera. El viento le zumbaba en los oídos. Cuando su brazo comenzó a temblar por la masa de fuego que contenía, con toda su energía, apretó la mandíbula. No le importaba desmayarse por usar de golpe todo su poder. No le importaba morir. Lo único que tenía en mente era darle un puñetazo, con uno se conformaría, al dios que mandó a sus secuaces a matarla; quien causó la muerte de sus padres. Y sobre todo, a quien intentó matar a Po.
Sentía como si los huesos se le derritieran, pero Tigresa no dudó un instante. Qilin comenzó a volver la cabeza, mas fue demasiado tarde. Antes de darle semejante puñetazo, gritó con toda su potencia.
—¡Trágate esto!
Un rugido resonó en el aire, para acto seguido el dios se tambaleara flotando y perdiera el control sobre los tres animales. Tigresa sintió como si el brazo fuera una mezcla de calor y músculos derretidos, como lava; la visión se le desenfocó y empezó a caer.
Terumi le dio un toque fugaz, más bien un roce, con su cuerpo y tan rápido como una embestida, su Chi se restableció. Qilin gruñó por lo bajo, mirándola, sintiendo Tigresa como si hilos invisibles le sostuvieran y ataran cada parte del cuerpo, no obstante, el efecto duró poco: Tora le dio una serie de golpes en un costado del cuerpo, Byakko-Ru lo atravesó con su lanza, chamuscándolo por los rayos, y Terumi le dio un tremendo golpe en le mandíbula, como antes, haciendo elevarse.
Tora tomó a Tigresa de la cintura y la sacó de allí. Ella estaba débil, rebosante de Chi, aunque con el cuerpo como gelatina por el uso de tanto poder de golpe.
Qilin se elevó en el aire con velocidad, Terumi lo siguió. Se posicionó mucho más adelante, en su trayectoria y flexionó el brazo; un circulo con un triangulo concéntrico dentro, de un tono blanco tembloroso, como la bruma que le rodeaba las patas, se formó en el aire, justo debajo de su puño.
—¡Primera —rugió Terumi—, Dorada!
Golpeó, ocasionando que Qilin exclamara y fuera enviado hacia la derecha, descendiendo como una roca. Terumi se posicionó antes de su trayecto. Apareció otro círculo con un triángulo concéntrico.
—¡Segunda, Roja!
Esta vez Qilin fue despedido en línea recta, horizontalmente, de derecha a izquierda, como un muñeco de trapo. En un parpadeo Terumi se hallaba esperándolo a destino. Un tercer círculo se formó.
—¡Tercera, Blanca!
Qilin fue enviado hacia arriba de nuevo, por una patada, para que Terumi, una vez se elevara, le diera una patada giratoria y lo estampara contra el suelo. Ella alzó una pata y estiró un dedo hacia el cielo, dando la sensación de que el sol calentaba mucho más de lo normal, y los tres círculos que formaban un triangulo, actuando éstos como las vértices, se achicaron y plasmaron sobre los dos brazos y el estómago de Qilin, como una especie de atadura de luz. Él forcejeaba, mas no tenía sentido luchar, parecía imposible salir.
Terumi acumuló tanto Chi que asemejaba una verdadera estrella, caliente y gigante. Su cuerpo refulgía de todos los colores de las llamas, ya no sólo dorado, cuando murmuró, y Tigresa la escuchó en su mente.
—¡Formación de Los Tres Soles! —Bajó la pata y la gran esfera de fuego, Chi y calor, descendió como el meteoro que Po sostenía gracias a sus poderes de agua no muy lejos—. ¡Nova!
Los círculos en Qilin brillaron como supernovas en miniatura al momento de que la masa de Chi chocó contra él. La explosión sorpresivamente fue de leve sonido, aunque causó un temblor de grandes magnitudes en el suelo, y el hongo de llamas azules, rojas, amarillas y naranjas, se elevaron como si la tierra lanzara un grito agónico.
Terumi levitó muy despacio hacia el suelo, encorvándose un poco, con agotamiento.
Tigresa tuvo esperanzas de que todo terminase ahí, pero eso se vino abajo cuando oyó la risotada extasiada de Qilin, quien se ponía de pie con medio rostro y cuerpo decolorado, con la mitad negra y la otra blanca.
—¡Hacía tiempo que no me emocionaba tanto! —exclamó—. ¡Eres digna de ese poder, mortal! ¡No me decepciones! ¡Sigue peleando! ¡Demuestra lo insignificante débil que eres y muere!, tú, la última esperanza de estos mortales. ¡A tu muerte, le seguirá la de ellos y la de todo este universo! ¡Perece y haz que los espíritus de lucha de quienes proteges se desmoronen!
Fue ahí donde, con sorpresa, Tigresa advirtió que Terumi se tambaleó un poco.
—¡¿Lo ves?! —rió Qilin—. ¡No eres nada!
En el suelo, cerca de Po, Tigresa luchaba por mantenerse en pie. Sentía el cuerpo entre una mezcla de gelatina y piedra. Por momentos se sentía fuerte y en otros, débil. No quería pasar por esa experiencia otra vez, vaciar el Chi por completo y que te lo renovasen de golpe era, sino que aturdidor, en gran medida mortal. Jadeando, ella se desembarazó de Tora, obligándose a mantenerse de pie el tiempo que fuera necesario; lo logró apenas. Volvió la mirada hacia Po y lo vio de rodillas en el suelo, con el pelaje del rostro y cuello apelmazado por el sudor, pegado contra su piel. Fai estaba con una rodilla flexionada, un poco mejor.
Tigresa apretó los puños, enojada. ¿Por qué ella no podía hacer más que ellos? ¿Por qué no podía pelear igual que su madre? Daría su vida sin pensarlo por Po, por evitar que siguiera sufriendo, y verlo así le dolía. Quizá el amor fuera algo nuevo para ella, pero si aquella preocupación y deseos de protección hacia él no eran amor, no sabía qué era.
Enfocó a Terumi, con un brillo cada vez más opaco y uniforme. Tigresa mostró sus afilados incisivos, con impotencia. ¿Por qué tenía que perder a su madre apenas la había conocido? ¿Acaso semejante sacrificio era en vano? Pero sobre todo... ¿por qué decidía ella con tal facilidad dar la vida de nuevo?
Entonces, como si Terumi leyera sus pensamientos y las expresiones de preocupación de Tora y los demás, ella se puso en cuatro patas. Su cuerpo pasó de un dorado a un sanguinolento rojo, sus rayas que se habían hecho carmesís se tornaron blancas, y el rumor blanco que la cubría desapareció, adoptando uno rojo. Era como... como sangre, como una cortina de Chi y sangre real. No aquella extraña que tenía ella y Tora, como un punto medio entre la mortal e Icor, sino una verdadera capa de sangre mortal.
Puede que te parezca egoísta, Lian, escuchó la voz de Terumi en su mente, semejante a cuando Suzaku interactuaba con ella, pero quiero hacerlo.
Terumi se hacía más y más roja cada vez. Daba la sensación de que tal masa de Chi y sangre no podía ser normal, sin embargo, se arremolinaba en torno a su madre de una forma extraña.
Lo entenderás el día que tengas tus propios cachorros, hija. Aquellas palabras le hacían sentir a Tigresa extraña, como si algo le aprisionara el estómago. Para proteger y mantener tu vida soy capaz de hacer lo que sea, y si tengo que morir por ello, aceptaré que la muerte venga a recogerme. Tal vez no puedo llamarme tu madre, por haberte dejado a tan temprana edad y hacerte vivir tantas penurias, pero no quiero que olvides lo que te voy a decir...
El Chi sangriento se hallaba en tal punto que Tigresa sentía una ligera atracción hacia su madre. De la misma forma en que una estrella genera su propio campo gravitacional. El brillo rojo era tan fuerte que tuvo que entrecerrar los ojos para no perderla de vista.
Un pequeña parte de éste se movió como si tuviera mente propia y se elevó en el cielo, impactando de lleno a la piedra que Po y Fai sostenían, haciéndola explotar con un rugido atronador. Los trozos que caían fueron consumidos por fuego, tan intenso que los disolvió, cayendo en el pueblo sólo una mínima arenisca. Po y Fai cayeron exhaustos en el suelo. Con agotamiento y tambaleándose, tratando de esconder muecas de dolor, Po se encaminó hacia Tigresa y le tomó la pata, con la fuerza que le quedaba.
Jamás te arrepientes de tus decisiones. Por más que los demás las cuestionen o te juzguen, sólo tú puedes decidir tu destino, y una vez hecho, no puedes arrepentirte. El Chi comenzó a elevar a Terumi del suelo, agitándose éste con fuerza aunque con forma. Acepta tus miedos y límites, sólo así los superarás. El Chi comenzó a dar una vaga forma de un animal. Y nunca dudes en dar la vida para proteger a quienes amas.
El viento parecía como salido de un volcán o un horno, el calor se acrecentó hasta el punto que las zonas cercanas a Terumi, piedras, suelo y casas, se derretían al rojo vivo. Tigresa agradeció estar a varias decenas de metros de ella. Entonces Terumi, rugió, reverberando en el Valle y sacudiéndolo, al mismo tiempo en que el Chi sangriento comenzó a tomar forma.
—¡Oye, oye, oye! —gritó Byakko-Ru, haciéndose oír por sobre el estruendo—. ¡Ella es una mortal, no puede hacer eso!
El Chi sangriento se compactó y dio forma a un avatar. Lo primero que pensó Tigresa en ese momento fue que se parecía al dios tigre. Una tigresa de seis metros de altura se alzaba en el Valle, creciendo más y más conforme el Chi se amoldaba, con Terumi en su frente, a modo de cámara protectora, en cuatro patas.
La presión del viento aumentó y a su vez el calor.
—Usted lo está viendo, ¿o no? —le dijo Tora a Byakko-Ru—. Terumi ha logrado lo que ningún mortal ha hecho: emular el poder de un dios.
—¡Es inaudito! —exclamó el dios—. ¡Te concedo el hecho de que ella pudiera anclar la naturaleza del poder de Amaterasu a este universo, como su médium, pero eso no es su poder! —Apuntó hacia ella—. ¡Esa es su propia energía y Chi! ¡Ningún ser vivo mortal puede controlar o tener tal cantidad de Chi! ¡Destruiría su cuerpo!
Tigresa sintió un tirón en la cintura cuando el avatar de Terumi llegó a los ocho metros, deteniéndose ahí en su crecimiento. El magnetismo que había hacia ella era considerable.
Byakko-Ru soltó su lanza.
—Es... —Parecía sorprendido y atemorizado—. Simplemente no puede ser. —Su voz apenas era un murmullo—. Esto significa que la era de los dioses...
De alguna forma que no comprendía, Tigresa podía ver claramente, como si la tuviera a poca distancia de sí, cómo su madre se movía dentro de aquel enorme tigre. Alzó su pata derecha y dio un barrido ascendente. En consecuencia, el avatar hizo lo mismo y Qilin salía despedido en el aire, tan rápido que dejaba una leve estela luminiscente.
Su madre hizo un gesto de saltar con sus patas y el avatar saltó del suelo, persiguiendo al dios en el aire. Lo tomó entre sus fauces y lo sacudió, desmembrándolo y arrancándole de un mordisco medio cuerpo. Chorros de Icor dorado escurrían por el morro del ente de Terumi. Éste con una sacudida lo envió al suelo, escupiendo las dos partes. Tigresa pudo ver mejor que lo que le separó de Qilin fue la mitad del tronco, el brazo y pierna derecha.
Terumi rugió e hizo un gesto de expulsión, como si golpeara con sus cuatro patas a la vez. El avatar se volvió difuso, quedando sólo la cabeza, que se propulsó hacia el suelo, donde Qilin estaba, como un verdadero meteoro.
La voz de Terumi rompió el aire, como un cataclismo.
—¡Última Nova!
Cuando el tigre tocó el suelo, la explosión resultante abrió una grieta en el suelo y ocasionó una onda expansiva que disolvió todo en un radio de diez metros, la presión del viento resultante de ésta derribó a todos; Po cayó de espaldas al suelo e hizo que Tigresa cayera sobre su estómago, suave y esponjoso.
Luego de unos momentos, Tora aterrizó con Terumi en sus brazos y el pelaje de él quemado hasta los hombros, se veía doloroso, mas su padre no hizo mueca de dolor. Sólo sus ojos dejaban traslucir ese dolor, y no era por él mismo, sino por Terumi. La colocó con delicadeza en el suelo. Su cuerpo emitía pequeñas ondas de calor y brillaba de rojo y dorado, apagándose paulatinamente, moribundas.
Po dio un paso hacia ella y se arrodilló a su lado, estirando las manos y dejándolas suspendidas en el cuerpo calcinado de Terumi. Los ojos de ésta eran de un blanco que se iba volviendo gris. Tigresa lo supo antes de que Po iniciara la curación.
—No podrás —dijo.
—Debo —terció él.
—No podrás —siguió Tora—. Nada podrá.
—Déjala ir —dijeron al mismo tiempo Tigresa, Tora y Byakko-Ru.
—A diferencia de la luna, Guerrero Dragón —comentó Tora—, el estado final del sol es la muerte. Las estrellas no son eternas y el sol no es la excepción.
Poniéndose de pie, con una expresión abatida, Po asintió y se volvió con Tigresa. Deslizó su pata en la de ella, y la felina apreció ello, apretándola con fuerza. Necesitaba a alguien a su lado. Lo necesitaba con ella. Acababa de perder a su madre dos veces en su vida, era un impacto muy duro.
Con un último brillo rojizo, cual fogata antes de extinguirse, Terumi murió, quedando sólo un cuerpo de ceniza, que al más mínimo toque se desmoronaría.
Sin embargo, la pena y el dolor que le desgarraban por dentro a Tigresa quedaron en segundo plano cuando la temperatura bajó de repente, el cielo se oscureció y agrietó como vidrio, y la tierra vibró cual terremoto. A Tigresa se le erizaron los vellos de la nuca, al ver que una neblina negra pululaba por el suelo. Los cuerpos de las Sendas se disiparon en una misma composición y se dirigieron hacia donde debía estar el cuerpo de Qilin, adentrándose en éste.
Y luego vino la voz.
—¡Fragmenta... —Con calma y tranquilidad, el sonido se expandía como una pandemia— Qilin!
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