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XXVII

El aspecto de la zorra plateada tuvo dos cambios significativos que le indicaron a Fai de que lo que se avecinaba no iba a ser sencillo, y de que posiblemente fuera su última pelea. El pelaje de ella cambió de un plateado y negro a un negro total, casi como carbón, mientras sus ojos se volvieron blancos por completo; su tambo desapareció y sus garras se hicieron traslúcidas. El segundo cambio, más preocupante, era que sus heridas habían sanado. El brazo y parte del tórax que le había arrancado estaban allí, como si nada, incluso el pelaje de ella parecía emanarle una extraña advertencia de muerte.

La Senda Espiritual movió la cabeza en círculos, estirando el cuello y sus ojos blancos como dos perlas lo enfocaron. Dio dos aplausos sarcásticos.

—Debo aplaudirte el que me hayas eso llegar a esto, guerrero de Wang... Fai era tu nombre, ¿no?

Él apretó las patas, clavándose sus propias garras para salir de aquel estúpido miedo paralizador que lo embargaba. ¡Él era Fai Zhang! ¡El Guerrero Dragón Imperial! ¡No podía tener miedo de un esbirro de un dios!

La Senda estiró las patas en toda su envergadura, como si fuera a cargar hacia él y apretarlo hasta matarlo, de la punta de sus dedos un brillo nacarado, asemejando un vidrio pulido o alguno de los ópalos que muchas veces había visto en el Palacio Imperial, bajó a sus patas y creó un círculo que se contorneó en el suelo, estando ella dentro.

—Has cometido un gran error al obligar mi liberación, guerrero de Wang —dijo con voz queda, una que le erizó los vellos de la nuca al león. Tenía una cadencia serpentina, embriagante, pero indudablemente de amenaza—. No tendré necesidad de tocarte para matarte. —Sonrió, y sus ojos blancos brillaron un instante—. Terminarás por dejarte matar.

La vulpina comenzó a girar sus patas y recitar unas palabras ininteligibles, momentos después del círculo empezó a surgir una niebla grisácea, opaca y con aspecto de engrudo. Ésta se elevó y empezó a delinear tres figuras antropomorfas. La de la derecha tenía una altura mayor, la del medio era notoriamente más baja que las dos, y la de la izquierda tenía un porte orgulloso. Los rasgos del cuerpo empezaron a hacerse evidentes, y cuando los reconoció, Fai inspiró profundo, alzando la guardia y sintiendo cómo el peso de algo que sabía no le sería fácil afrontar, le caía sobre la espalda.

La criatura de la derecha era un león de un pelaje amarillo intenso, casi rozando el dorado, fornido y con unos ojos severos y duros. La figura de la derecha, la del porte orgulloso, tenía un pelaje tan rubio que era casi blanco, unos ojos verdes que parecían atravesarlo y un ceño fruncido; en aspectos generales era una leona atractiva, aunque bien conocía Fai su actitud. Pero la del centro... la del centro era más pequeña. Un lobo de pelaje marrón oscuro, como caoba, de unos ojos amarillos oro y una expresión fría así como calculadora.

Pasó la vista por las tres figuras que tenían la cabeza gacha y, con la poca energía que tenía, corrió hacia la espada Hsu en el suelo y la tomó, sosteniéndola horizontalmente flexionada contra su pecho. Acto seguido murmuró el primer estado, logrando entrar en éste y estando a punto de lanzar un grito de dolor. Podía jurar que sus músculos bajo su piel se estaban desgarrando y explotando de maneras tan microscópicas que le destruían los nervios.

Se tambaleó, jadeante, con el pelaje de los brazos teñido de un dorado intenso, sus ojos tomando un color ceniza y un viento ondeante arremolinándose en sus pies.

La Senda Espiritual tomó asiento en el suelo, dentro del círculo, y reposó las palmas en sus piernas, meditando.

—Como podrás darte cuenta, guerrero de Wang, yo no tendré que tocarte, serán ellos.

Cuando la zorra cerró los ojos, los rostros de Yuga, su hermana, Kan, su hermano de la Casa Imperial y antiguo Emperador, y Zhang, se alzaron y brillaron como si algo viviera dentro de ellos. Los vio parpadear y los tres, por la manera en que reaccionaron abriendo un poco más los parpados, desconcertados, le reconocieron.

Fai atacó cuando los tres cargaron hacia él.



Estaba furibundo.

Cuando el último trozo de aquella dimensión donde se hallaba se desmoronó y su cuerpo apareció de nuevo en el valle donde había estado justo antes de haber sido transportado, Byakko apretó las patas, tan furioso que de su cuerpo salían despedidos arcos eléctricos que oscurecían las rocas del empedrado camino o calcinaban las plantas donde caían. Alzó su cabeza, enfocando con su único ojo al león-ciervo que tenía las patas unidas a nivel del pecho, y se hallaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas.

Qilin también alzó la cabeza, mirándolo sin verlo, con los ojos cerrados.

—Esperaba más de ti, Byakko —dijo, con aquel tono que asemejaba un gruñido áspero.

Byakko se pasó una pata por el ojo herido, como si limpiase suciedad, y con Chi, adaptándolo a su forma y su esencia primaria, un parche más negro que la laca pulida, le cubrió el parpado.

—Y yo de ti, Qilin —masculló él—. ¿Y sabes?, comencé a cogerle el truco a tus dimensiones y Sendas. —Pateó el cuerpo de Xun, la Senda del Dolor, que se hallaba cerca de él y que parecía diluirse en alquitrán—. ¿Estás más débil, cierto?

Por la forma en que Qilin frunció el ceño, supo que acertó en su deducción. Empezó a caminar hacia él, con la pata estirada y creando, a su vez, su lanza de rayos.

—Pongamos las cosas parejas, Qilin —dijo, con una sonrisa de superioridad—. ¿Qué te parece si dejas que los demás vengan de nuevo a este mundo mortal? ¿O tienes miedo de que unos simples mortales, que no son más que basura, puedan presentarte pelea? —Esperó unos segundos, alzando la lanza y apuntando al león—. Ups, no podrás responder...

La arrojó con todas sus fuerzas. La misma surcó el aire con una precisión milimétrica y, porque Qilin se movió para esquivarla, obligándolo a separa las patas, le causó un simple corte en la mejilla. Por un instante sus cuernos, que sólo estaban delineados por el aire, saltaron a la vista a todo color, para volver a ser ocultados.

Tres exactos segundos después, varias líneas negras comenzaron a aparecer en ciertos lugares cerca a Byakko, por donde, sabía, aparecerían los demás mortales; al mismo tiempo empezó a sentir que su nexo con aquel mortal, y por ende al Mundo Mortal, se hacía más fuerte.



Tora empezaba a sentir los estragos en el cuerpo de estar usando demasiado tiempo la Fase Lunar de su Ira. Pequeños espasmos le sacudían poco a poco en intervalos irregulares, a veces eran cada tres segundos, a veces cada dos minutos, pero su intensidad era la misma, leve, sólo mínimos temblores.

Dejó escapar aire por acto de reflejo, porque al ser espíritus guerreros no necesitaban respirar, por más que tuvieran un cuerpo sólido. Dio unos pequeños saltos a los lados para relajar el cuerpo y volvió a lanzarse contra Fen.

El tigre con melanismo presentaba buena batalla al tigre blanco, mas estando Tora en la Fase Lunar, no le era muy difícil someter a la Senda, sólo que él era demasiado flexible y no podía conectar el golpe preciso para poder matarlo. Terumi observaba desde el fondo, sentada en el suelo con las piernas cruzadas, emanando un ligero fuego para evitar que el hielo del lugar donde se hallaban la congelase.

Fen derrapó en el hielo y clavó una espada de doble filo en el suelo para evitar el impulso del golpe que había recibido de Tora momentos atrás, gruñó y alzó la mirada, tratando de intimidarlo. No funcionó. Tora flexionó los brazos hacia sí y las piernas, para impulsarse y atacar; Fen, por otra parte, soltó la espada, que se deshizo en Chi negro, unió las palmas y al separarlas creó una especie de bayoneta más larga de lo normal, parecía un bastón, sólo que filoso.

—¡Ven, Tora! —En los ojos de Fen hubo un destello de ambición por más, y su sonrisa le dejó claro al tigre que él se divertía batallando—. ¡No te me vayas a cansar, que ya encontré la manera de matarte de una vez por todas!

«¿Con esa cosa?», pensó, frunciendo el ceño.

Atacó.

El suelo congelado bajo sus pies se fracturó por la fuerza con la que se propulsó y se dirigía hacia Fen. En lugar de atacar con la pata asemejando una punta de flecha, clavándole sus garras, como era el estilo de la Rama Blanca, Tora apretó el puño y conectó el golpe.

El sonido fue hueco: su puño impactó contra la bayoneta y Fen retrocedió unos centímetros por la inercia del golpe. Éste flexionó el brazo, enderezó el arma y atacó; Tora lo esquivó dejándose caer de lado y aprovechó esto para darle una patada de gancho en el hombro. Fen la recibió de lleno sin inmutarse, se cambió la bayoneta de pata y dio un amplio corte horizontal. Fue gracias a la rápida reacción de Tora que pudo salir ileso, puesto que al momento en que la Senda atacaba, se flexionó arriba, sintiendo cómo, nada más, le cortaban unos cuantos vellos de la coronilla.

Cayó de espaldas contra el suelo y se irguió en un parpadeo, girando sobre sí mismo y dando un barrido con los pies. Fen lo esquivó saltando un poco y Tora aprovechó para enderezarse por completo y dar varios puñetazos que, o el tigre con melanismo los esquivaba, o los paraba la bayoneta. Fen lanzó una estocada y Tora la esquivó doblándose hacia atrás, se enderezó, dio varios puñetazos y patadas que sólo uno pudo conectar, mientras a la vez se defendía de los golpes y estocadas que el tigre le lanzaba en el entretiempo de sus propios golpes.

Entre uno de esos, Tora dio una voltereta hacia atrás, giró apoyándose con sus patas en el suelo, y le dio una patada en el antebrazo a Fen, sin que éste lo previera, y lo impulsó lejos con una fuerza exuberante. Tora se paró de nuevo sobre sus pies y saltó hacia él a una velocidad vertiginosa. Fen, aún en el aire, logró frenar al tigre y conseguir detenerse, para ambos enzarzarse en un ir y venir de golpes, patadas y estocadas.

Fen giró la bayoneta en sus patas y dio otro amplio mandoble horizontal, pero Tora lo esquivó agachándose un poco y al momento de elevarse, empezó a lanzar, sin darle tiempo a Fen para reordenar sus pensamientos, golpes uno tras otro, de la forma en que su Rama lo hacía, utilizando el Puño Aguja. Crak, crack, crack, era lo que escuchaba cuando sus garras chocaban contra la especie de metal de Chi con la que estaba hecha la bayoneta, pero lo hacía tan rápido que Fen no logró defenderse de todos y terminó con varios profundos orificios en el pecho y estómago.

—Maldito —gruñó Fen, escupiendo Icor negro.

Lanzó una serie de estocadas que Tora evadió moviéndose a los lados, con precisión, y éste atrapó el brazo del tigre en un momento de descuido, se lo giró ciento ochenta grados y Fen por inercia giró los otros ciento ochenta para evitar que Tora se lo desgarrara.

Tora, quien estaba de espalda hacia Fen, por el giro que le hizo realizar, aprovechó esto y le dio un golpe con la cara posterior de la pata en el costado, causando que se contrajera por el dolor. Lanzó una patada hacia atrás, tentativa, sólo para que el tigre con melanismo saltara por reflejo; al éste hacerlo, giró sobre sí mismo y saltó hacia él.

La Senda dio patadas consecutivas al aire para tratar de alejarlo, Tora le respondió igual para evitarlo, y en una de esas, atisbó un instante en el cual logró capturarle la pierna apretándola con sus dos propias. Tora giró un poco e hizo que Fen perdiera el equilibrio en el aire. Feliz por esto, el tigre blanco concentró gran parte de su Chi en las patas, y las figuras tomoe en su espalda se desdibujaron y, cual armadura, le envolvieron los brazos, que brillaron con un fulgor antinatural.

Tora pisó el suelo terminando el giro, saltó con sus patas brillando como dos estrellas y estiró los dedos y garras.

Le golpeó el pecho con toda su fuerza, y sintió cómo sus patas atravesaban a Fen como si fuera mantequilla, y la succión que recibió justo cuando éstas salieron por la espalda del tigre. La Senda dio un gemido ahogado de dolor y llevo la cabeza hacia atrás. Su cuerpo quedó flojo en las patas de Tora, las sacó y se separó de él con una patada.

Cayendo de pie en el suelo, observó cómo el cuerpo de Fen rodaba por el suelo congelado y se detenía. Tora rugió con todo lo que su cuerpo le permitía, se sentía fuerte por haber destrozado de una vez por todas a uno de los que los habían matado hacía tantos años.

Los tomoe volvieron a la espalda de Tora, mientras se concentraba en no perder su Fase. No dejaba de observar el cuerpo de Fen, quien intentaba ponerse de pie, pero parecía un cachorro que aprendiera a cómo caminar. Preparó un nuevo ataque, sin embargo, la pata de Terumi en su hombro le detuvo.

—No te precipites, Tora —le advirtió.

—No podemos dejar que se recupere —arguyó.

—Lo sé —chistó Terumi—, pero no te arriesgues.

—¡Yo...! —gritó Fen, con voz débil—. ¡Yo...! ¡Yo no moriré!

Ambos tigres colocaron su atención total en su semejante hallado en el suelo.

—¡NO MORIRÉ! —Rugió apenas sosteniéndose de pie. Empezó a acumular tal cantidad de Chi que el aire gélido salía a presión de él—. ¡DESTRUYE, ASURA!

De su cuerpo surgió una neblina negra, espesa, que se concentró a su alrededor y lo envolvió como una crisálida. Cuando éste se disipó, el cuerpo de Fen estaba ileso, sin heridas y sano, con la particularidad de que en lugar de dos brazos, tenía, donde deberían hallarse los hombros, saliéndole un par extra. En cada una de sus patas, las dos normales y las dos extras, sostenía una cimitarra.

—Puedes sentirlo, ¿no? —le preguntó Terumi a Tora.

—Tiene demasiado Chi. No se está midiendo.

—Lo sé; y por eso es hora de ponernos serios. —Se giró un poco y le sonrió con aquella sonrisa que a Tora muchas veces le enloquecía y amaba a partes iguales—. ¿No lo crees?

Él se encogió de hombros.

—Tú mandas.

—Lo sé. —Se veía alegre, casi como cachorra en dulcería.

Todo el cuerpo de Terumi se puso de un rojo fuego, como un sol que muriese, casi como sangre latente y ambos atacaron. Ambos dieron un puñetazo con fuerza, que Fen detuvo sólo interponiendo la hoja de dos cimitarras.

—¿Esto es todo? —dijo con burla—. Esperaba mucho más.

Tora sonrió y por instinto dio un salto atrás, alejándose de ambos. Sabía que al él decir eso, selló su imposible probabilidad de quedar vivo, Terumi era demasiado delicada con respecto a que la subestimaran o le dijeran que era débil. Tora muy bien lo sabía.

No obstante, cuando ella comenzó a emanar una cantidad enorme de energía, tanto que el aire parecía salir despedido de sí y derretir el hielo bajo sus pies, el cielo se fragmentó en varios sitios a la vez.



En su dimensión del Mundo Divino, Wang observaba lo que sucedía con Fai en la pelea con una de las sombras de Qilin. Con el ceño fruncido en su forma de tigre dorado azulado, esperaba que Fai pudiera acceder a la Segunda Joya, para poder llevar a cabo los sucesos que podrían ponerle un alto a Qilin.

Fai suspiró y estiró una pata que imbuyó con su Chi, la energía onduló y formó el contorno de Fai, con todos los meridianos del cuerpo delimitados con puntitos negros. Posiblemente Seiryu ya sabía lo que significaba, después de todo, le había encomendado la búsqueda del nombre secreto de Qilin por algún motivo.

El mapa de Fai estaba brillando en un treinta y tres por ciento, lo que significaba que ya había accedido a una de las Joyas. Suspiró y deshizo la imagen, en cambio, concentró el Chi lo más que pudo y se centró en un único pensamiento. Qilin había emulado ese Reino con la creación de Deva, pero era eso, una simple imitación. El verdadero Mundo de los Dioses, el Reino Espiritual, es algo aún más vasto.

Wang logró crear una abertura al Reino Espiritual y metió la zarpa, un poder más enorme que él mismo, que Qilin mismo, lo embargó y le mostró el por venir. El futuro era algo complicado y confuso, Wang sacó la pata de un tirón, adolorido: venas como tentáculos le subían por loa brazos, deformándole la forma, su brazo titiló y se volvió una zaroa antes de que Wang lo convirtiera de nuevo en un brazo de tigre.

Gruñó. Fai presentaba dos futuros fuertes: o moría y todos con él, o vencía sus demonios y accedía a la Segunda Joya.



El cuerpo lo sentía como si le cortaran los músculos con una espada o cuchillo tan helado que quemara. Dolía. Mucho. No tenía idea que sería tan exagerado, si de por sí la apertura de los Puntos fue dolorosa, aquella liberación de los mismos fue atroz.

Su haori onduló con fuerza amenazando con desgarrarse. Sintió el frío hielo, delgado como seda, asemejando una mínima capa de sudor sobre su entrecejo, quemarle el pelaje y la piel. No obstante, la energía vibraba por cada célula de su ser.

Apretó los puños, flexionó las rodillas y saltó hacia Yuan. El suelo a sus pies se agrietó con el impulso. Po se movió a una velocidad vertiginosa, fácilmente podía calcularse como el doble o triple de lo normal, si es que no era más.

Tras de sí, durante el instante en que se encontraba suspendido en el aire, dirigiéndose hacia el oso, una fina escarcha invernal teñía el aire, dejando una estela a su paso. En cuestión de dos parpadeos se encontraba frente al oso, quien estaba impresionado. La capucha del hábito de Yuan se precipitó hacia atrás, y sus ojos negros se agrandaron por la sorpresa, cuando su brazo estaba a milímetros de su rostro.

Po golpeó como una centella; sólo se apreció un fffzzz del puño chocando contra el oso y despidiéndolo rodó por el suelo, apareciendo en su cuerpo cristales de hielo de inicio de congelamiento. Po, a causa del impulso, cayó de bruces al suelo.

Se puso de pie, con punzadas dolorosas en sus patas a causa del frío.

—Ti —jadeó Po, volviéndose un poco—, ¿estás bien?

Al fondo, a no más de diez pasos de distancia, ella buscó sus ojos. Sonrió; Tigresa estaba a salvo. Jadeó intentando suprimir un temblor en el brazo con el que golpeó y tratando de dejar de lado las puntadas en la cabeza.

Po soltó aire lentamente, causando un vaho que se volvió escarcha, observando a Yuan levantarse y, de soslayo, asegurándose de que Dakini no se regenerase y los atacara.

—¿Qué demonios fue eso? —bramó Yuan, apenas terminándose de colocar de pie.

—Eso —respondió Po— es ser bárbaro.

—Admito que tienes sorpresas, guerrero de Seiryu. —Estiró las patas hacia los lados y empezó a emanar grandes cantidades de Chi negro. Todo alrededor de él comenzó a pudrirse—. Pero yo también tengo las mías.

Tratando grueso, Po concentró más energía en su cuerpo, de tal forma que aumentó el dolor.

Libera el Duhkha, Po Ping, le aconsejó Seiryu en su mente.

«Si lo hago perderé poder», le rebatió.

Si mantienes el Duhkha junto a los Puntos, terminarás muerto antes de abrir el tercero. Sí o sí debes enfocarte sólo en los Puntos.

Resignado, Po accedió y relajó su cuerpo y mente, abandonando el poder del Chi de Seiryu que lo convertía en su Guerrero. El dolor disminuyó considerablemente, convirtiéndose sólo en algo sordo. De nuevo con la única vestimenta que eran sus pantaloncillos, se puso en guardia para atacar; Yuan, por otro lado, también estaba en guardia, envuelto en una especie de niebla color brea que pudría todo a su paso. Po pegó un respingo al sentir una pata en el hombro, una que supo, luego de volverse, pertenecía a Tigresa. Estaba recuperada, de la forma más hermosa posible.

Su cuerpo parecía una joya tan efímera que le daba miedo que cuando pronunciara su nombre desapareciera consumida en llamas. Tenía a modo de cota de malla lo que parecía lava en movimiento; en los hombros, antebrazos, pantorrillas y pecho unos rectángulos que asemejaban rocas fundidas, unidas mediante una luz roja. Así de buenas a primeras, le recordó a un samurái.

—Nunca dejas de sorprenderme, Po —dijo, apretando en su pata una espada de hoja roja y empuñadura negra.

Sus ojos tenían una seriedad típica, recordándole a la antigua Tigresa.

—Debería ser yo quien dijera eso —sonrió Po—. Te ves bárbara.

Una sonrisa muy pequeña, privada, sólo para él, le adornó los labios a la maestra.

—Gracias, supongo. Y gracias por sanarme, el cuerpo ya no lo siento como si estuviera apaleada.

—No podría hacer menos. ¿Lista para lo que viene? —preguntó con una ligera emoción. Pelear al lado de Tigresa era una de las mejores cosas que podía imaginar.

Tigresa, como única respuesta, movió la espada ágilmente. Po sonrió como cachorro en dulcería, estirando una pata con la palma extendida y la otra, en puño, hasta su cintura, dejando que el Chi se acumulara en su cuello. Al mismo tiempo, el pelaje negro comenzó a decolorarse un poco y el blanco a teñirse de un levísimo azul.

No olvides lo que te advertí, Po Ping.

Po decidió ignorar la voz de Seiryu y proseguir.

¡Segundo Punto, el de la Ira... —En su cuello otro círculo no más grande que la almohadilla de sus patas, apareció, conectándose con el otro con un brillo azulado bajo su piel, a modo de un mapa de venas—, Abierto!

Una presión más intensa le recubrió el cuerpo, era como si llevase unos kilos de metal para entrenar sobre la espalda y extremidades. Inspiró profundo para poder adaptarse a la sensación y el dolor y frunció el ceño, fijándolo en Yuan. Su límite eran tres Puntos, si abría a partir del Cuarto, tenía por seguro que moriría a la larga. Los Puntos, luego de que Seiryu se los hubiera abierto y le mostrara la historia de Qilin, tenían varios efectos en pro y en contra para el cuerpo.

El primer Punto, el del Orgullo, Deva, estaba ubicado en el entrecejo y le otorgaba la capacidad de enviar más señales eléctricas al cuerpo, aumentándole el tiempo de reacción y la velocidad. El segundo Punto, el de la Ira, Asura, estaba en la garganta, específicamente detrás de ésta, en la médula espinal, causando que en el cuerpo los conductos de Chi se ensancharan y permitieran más flujo; aumentando así su fuerza y velocidad. El tercer Punto, Humano, el del Amor, se hallaba en el corazón, permitiendo que éste aumentara su ritmo cardíaco y con el consecuente bombeo de sangre, su cuerpo se oxigenara y evita que el daño de los Puntos anteriores sea lo suficientemente grave como para matarlo.

Lo complicado empezaba a partir del cuarto Punto, donde sí o sí sufriría daños a niveles críticos, con distintos grados de mortalidad. El Punto de la Envidia, Preta, se hallaba en el estómago, y ahí comenzaban los problemas. Dicho punto, como su cualidad lo indica, se basa en Preta, el querer, la necesidad; lo que hacía era, simplemente, dar más poder a cambio de las cualidades corporales del individuo. Aumentaba la temperatura corporal interna para quemar las expensas de grasa muscular y permitir así que los canales de Chi y las venas del cuerpo se expandieran, otorgando tres veces más poder, y por ende, para contradicción, causaba que en Po el cuerpo comenzara a congelarse externamente.

El quinto Punto, Naraka, el del Miedo, se ubica en el vientre y causa que el cuerpo entero se recubra en Chi, sumado a que por el Punto anterior la congelación empezaba a tomar sectores del mismo, causa que todo lo que Po tocase, se congelara en el acto; podía manejar a su antojo el cero absoluto, no obstante, eso lo afectaba de igual manera. El sexto Punto, Animal, el de la Impulsividad, se encontraba en la espalda, justo sobre la cola, y se encargaba de abrir al noventa por ciento las capacidades totales del cuerpo: musculares, receptoras, de Chi y demás. Ocasionaba que el cuerpo sudara, literalmente, Chi, evaporándolo y ocasionando una ligera mejora al cuerpo. Asimismo, el hielo que lo recubría se derretía y permitía un manejo de éste en estado líquido, era un control total del agua; podía convertirse en ella y manejar a voluntad todos sus estados, su desventaja era que sobrecargaba el cuerpo al noventa por ciento, llevándolo al borde de la muerte.

Sin embargo, el último Punto, el séptimo, no tenía idea de qué hacía; lo único que sabía de él era que se abría únicamente gracias a las Tres Joyas. «Si tan sólo me hubiera dicho Seiryu qué eran dichas Joyas», pensó frunciendo el ceño, recordando lo que le había dicho el dragón. «Si te las digo perderán su fuerza una vez las halles; lo entenderás cuando las encuentres. Lo sentirás».

Flexionó las piernas y atacó.

Agrietó una gran parte del terreno al hacerlo y sintió el aire azotarle el pelaje por la presión debido a la velocidad que se movía. Era increíble. Se sentía increíble. Si Yuan se hubo sorprendido antes, ahora no le dio tiempo ni de reaccionar; sólo logró percibir el ataque, cuando ya estaba a milímetros de conectarlo. Po penetró con una sencillez absoluta la marea de humo negro que protegía a la Senda, notando cómo ésta se disipaba y la que no lo hacía, le pudría algunos vellos; estiró la pata y le dio un golpe al mentón que le estremeció el brazo. Los ojos de Yuan se pusieron blancos por un brevísimo instante, en el cual se elevó dos metros del suelo.

Po dio un giro sobre sí mismo y le propinó a Yuan una patada amplia que lo impulsó más arriba. Notó, además, de que la niebla que lo recubría parecía tener consciencia propia, porque empezaba a ascender en busca de Yuan. Giró un poco la cabeza y observó que Tigresa tenía la espada elevada, apuntando al cuerpo calcinado de Dakini, el cual comenzaba a sanar. La espada empezaba a volverse cada vez más brillante. Momentos después, y de un pilar de fuego, sólo quedaban de la Senda cenizas.

Volvió la mirada y notó a Yuan alzando el brazo y sobre éste una esfera empezaba a tomar forma.

—Ni creas —dijo Po con voz potente, dándole un puñetazo en el estómago y haciéndolo ascender un poco más.

Rápidamente Po descendió a la tierra, posó ambas pata en ésta e hizo surgir del suelo dos enormes paredes de hielo a ambos lados de Yuan, de unos diez metros de altura. Con la increíble velocidad que poseía, Po dio varios saltos usando las paredes como puntos de apoyo y empezó a conectar varias líneas de golpes y patadas a Yuan que, al recibirlas, cambiaba de curso.

Un puñetazo que lo enviaba a la derecha; Po descendía, saltaba, usaba las paredes como apoyo y le daba una pata que lo enviaba a la izquierda. Volvía a bajar, usaba la pared opuesta como punto de apoyo y conectaba otro golpe.

El proceso se repitió unas veinte veces.

—¿Te crees duro? —bramó, jadeando; el mapa de venas que unía ambos puntos empezó a moverse, delineando uno que apareció sobre su corazón—. ¡A ver ahora!

Yuan, flotando en el aire ya sin ganas de defenderse, sólo esperaba el golpe final. Po saltó y abrió las extremidades para enderezarse en el aire, quedando sobre Yuan.

¡Tercer Punto, el del Amor... —Sintió un sosiego en todo su cuerpo, y el golpe en el pecho, de cuando su corazón empezó a latir más rápido; el dolor general remitió—, Abierto!

Llevó sus brazos hacia atrás y, una vez éstos dejaron de doler, con una cantidad barbárica de Chi en las patas, las bajó y atacó con un grito gutural.

En el momento en que sus puños impactaron en el estómago de Yuan, él gimió y se propulsó hacia el suelo. Se estrelló y quedó inmovilizado al congelarse en una torre de hielo.

Po chocó contra el suelo, cayendo sentado. Suspiró y se tumbó, con una calma bobalicona. Oyó los pasos de Tigresa acercándose y se quedó observando el pelaje blanco de sus pies cuando llegó a su lado, para después alzar la mirada y sentarse. Ella se agachó y le estiró la pata para ayudarlo a levantarse; la tomó.

—Eso fue... —comenzó a decir Tigresa.

—¿Estúpido? —jadeó Po con una sonrisa—. ¿Arriesgado? ¿Suicida?

—Sí, sí y sí —asintió la felina—, pero también diría que bárbaro. Muy bárbaro.

En los ojos de Po un brillo infantil y de alegría apareció al oírla decir eso, lo que hizo que, una vez de pie, la abrazara con fuerza. Acto seguido, dándose cuenta de su acto y sabiéndose cómo ella reaccionó la última vez que hizo eso, en Gongmen, la soltó. La miró y notó que estaba, nuevamente, sin saber qué hacer.

Tigresa parpadeó y sonrió un poquito cuando Po le acarició la mejilla.

Para su mala suerte, el momento se fue al traste cuando la dimensión en la que estaban empezó a fracturarse como cristales de vidrio.



En el momento en que Tigresa colocó sus pies en el Valle de la Paz supo que algo no andaba bien. Dejando de lado que frente a ellos Byakko lanzaba rayos y arcos voltaicos hacia Qilin y que éste los detenía con una especie de escudo invisible que parecía los absorbiese, algo en ella, como un presentimiento, le decía que había algo mal. Paseó sus ojos por el lugar, los habitantes del Valle observaban curiosos a resguardo en las esquinas de los recodos de las calles. Tigresa inspiró profundo varias veces, odiaba esa sensación: saber que algo no estaba como debería, pero no saber el qué.

Y entonces, tan simple como un golpe al mentón, lo averiguó.

Los demás.

Movió con afán la cabeza a los lados, buscándolos, y poco a poco, cayendo como si atravesaran un agujero hecho de humo, empezaron a aparecer. Los primeros fueron los dos tigres que le habían salvado y sabía eran sus padres; Terumi tenía un brillo rojo de estrella muriente y Tora se veía implacable con una forma más imponente. Grulla apareció más al fondo, con una herida en el ala tan grave que la tenía caída extendida por completo, sangrando profusamente y con varios cortes y zarpazos por el cuerpo; junto a él, el cuerpo inerte de Mono calló como una piedra, con los ojos en blanco y una herida en el pecho, tal como si hubiera recibido un cañonazo de Shen a quemarropa.

Poco más lejos aparecieron Víbora y Mantis. Ella, con algunos cortes en el cuerpo y varias quemaduras grave, dio un latigazo al aire y una figura envuelta en humo negro saltó hacia atrás. Junto a la serpiente, Mantis se hallaba faltándole una tenaza. Más lejos aparecieron Shifu y Ru, ambos con un cansancio que los hacía ver más viejos, pero vivos, mas no en buen estado. Y por último apareció Fai, que a diferencia de los demás, quienes cayeron de pie, una vez su forma se vio de repente, fue despedido, pasó al frente de Tigresa y Po y se estrelló contra una pared; seguido de él, tres figuras con un paso impertérrito, se hicieron presentes. Un león, una leona y un lobo; de los tres, el lobo le causaba mala espina a Tigresa.

—¿Qué sucedió? —preguntó Po, a su lado, ladeando por reflejo la mirada de Qilin hacia las tres figuras.

—No tengo ni idea —le siguió Tigresa, poniéndose en guardia.

Todos parecían igual de aturdidos que ellos, no obstante, un grito de Fai los hizo volverse en sí.

—¡Pónganse en guardia! —El tono tomó a la felina por sorpresa, era la primera vez que oía la voz de Fai tan extraña, parecía cargada de miedo, añoranza y algo más, sólo que no logró captarlo.

Él se puso de pie y trotó con torpeza y cansancio hacia ellos, alzó la espada Hsu que tenía en la pata.

—¡Todos aquí, ahora! —rugió.

Aún con confusión, Shifu, Ru, Terumi, Tora, Grulla, Mantis y Víbora se reagruparon, formando un círculo perfecto, sin aberturas. Entre tanto, las Sendas restantes aparecieron junto a Qilin, haciendo que Byakko frenara sus ataques. Sólo estaban una gacela que sostenía dos espadas gancho, un tigre con melanismo que tenía cuatro brazos, el tigre con quien Tigresa había peleado en su Casa, Girei; una loba y una zorra negra por completo sentada en el suelo, con las patas unidas a nivel del pecho y sobre lo que parecía un círculo.

A la izquierda de Tigresa, terminaron por estar Tora y Terumi, quien ella pudo cazar varias miradas sigilosas que le daban, cargadas de sorpresa y, para la propia, algo parecido al orgullo.

—¿Estatus? —preguntó Fai, jadeando; se veía extremadamente cansado.

—Nosotros caímos con Fen —informó Terumi, apretando los puños. Tigresa notó con cierta curiosidad cómo el rojo de la que era su madre era más intenso que el propio.

—Habilidades de armamento, posible resistencia ilimitada —detalló Tora, con voz calma—. Es capaz de crear armas de Chi negro. Está en un estado semejante a nuestras Iras, lo que le hizo crecer un par extra de brazos. Desconocemos más detalles.

—Bien —gruñó Fai, llevándose una pata el pecho y apretándose el pelaje—; los dos tigres conocen tácticas de guerra. ¿Pueden seguir el paso?

Junto a Shifu, Ru habló; éste destilaba, al igual que Tora y Terumi, el mismo tipo de aura y Chi, sólo que de color azul.

—Con nosotros cayó aquella gacela. Habilidades analíticas altas, tiempo de reacción de un segundo, dos máximo; es imposible tomarla por sorpresa por alguna razón. —Respiró—. Habilidades especiales y liberación desconocidas.

—No te olvides de la precisión que tiene —añadió Shifu, terminando un cutre vendaje en una cortada en su antebrazo.

—¿Tú, serpiente? —masculló el león.

—Ni idea con respecto a la loba —siseó Víbora, molesta—. Nuestros ataques parecían ser rechazados por una fuerza desconocida, sólo sé que no era Chi. Su liberación y habilidades son un misterio.

—¿Y cómo los dejó así?

—¡¿Tú cómo crees, genio?! —saltó Mantis—. ¡A garra limpia!

—¿Y tú, Fai? —quiso saber Po, haciendo de intermediario entre los crispados ánimos del grupo.

—Aquella zorra tiene la capacidad de controlar con su voz, pero ahora parece estar enfocada en controlar a unos cuerpos. —Apretó con notorio enojo su espada—. Su liberación la tiñó de aquel color y le permitió traer de vuelta a tres animales muertos.

Tigresa se enfocó en los animales que se encontraban estáticos en el sitio de donde había salido despedido Fai.

—¿Quiénes son? —preguntó.

—Problemas, eso son —respondió.

—¿De qué tipo? —se hizo notar Tora, frunciendo el ceño.

—Mis problemas.

—Muchacho —comentó Terumi, tronándose los nudillos y sonriendo con emoción—, por si no te has dado cuenta, en este instante no hay un tuyo; son nuestros enemigos. Ahora son problemas de todos. —Del cuerpo de su madre empezó a emanar una presión de Chi, aire caliente, que hizo que Tigresa se llevara una pata al rostro por instinto—. Los conoces, y vas a decirnos lo que sabes de ellos.

Todo estuvo sumido en un silencio divino, aquellos mutismos que tenían un misticismo irreal, de cuando una batalla dará inicio. En ese sigilo, Tigresa se pudo percatar de que Qilin parecía cansado, su rostro tenía marcadas las arrugas de la frente y el entrecejo por sobre el pelaje y se veían sus colmillos. Qué raro, pensó, no podía imaginar algo que agotara a un dios primigenio.

—La leona es mi hermana. —Las palabras de Fai la sacaron de sus pensamientos y sorprendieron posteriormente—. No dejen que los agarre. Su resistencia corporal es un poco por encima de la norma, y se especializa en ataque cuerpo a cuerpo con cuchillos cuernos de ciervo; no sé si los posea o la zorra se los pueda crear, pero eviten darle la oportunidad para matarlos. —Hizo una pausa—. El león es mi hermano de crianza; el anterior Emperador.

—¿El que...? —comenzó a decir Po.

—Sí, el que murió hace poco —le confirmó Fai a la inconclusa pregunta—. A diferencia de Yuga... de mi hermana, él es más complicado; entrenado en el manejo de la lucha imperial, domina dicho estilo, uno que por obvias razones ustedes no conocen, y así como se defiende de cerca, tiene una puntería con arco y flecha inanimales.

—¿Y el lobo? —preguntó Tora.

—Zhang... —Suspiró, dejando traslucir sus emociones—. Él es mío.

—Danos información, muchacho.

—Ése es el problema, no tengo casi nada. Fue mi maestro, y es menor que yo, sé que posee una maestría en el dominio de la espada Hsu, reflejos para nada normales comparado con la edad que tenía cuando murió y una frialdad peor que la mía.

Había algo que no terminaba de cuadrarle a Tigresa con respecto a Zhang, mas no lo dijo, sólo se preparó apretando su espada en ambas patas, imitando a Fai. Ni por asomo usaría de nuevo aquel abanico, no quería quedar, y menos ahora, indefensa.

—¡Bien! —sonrió Terumi, para luego reír—. Ya tenemos los datos, ¿preparados? Esto se pondrá interesante; lo sé.

—Siempre tan... tú, Terumi —comentó Ru, con una sonrisa alegre—. No pensé que los volvería a ver de nuevo.

—Ni nosotros a ti, Viejo... —Los tres tigres, Terumi, Ru y Tora se miraron a los ojos—. Gracias por todo.

Tora se volvió hacia Shifu.

—Tengo entendido que usted es quien cuidó a Li... a Tigresa.

—¿Quién se lo dijo?

—El maestro Oogway. —Shifu asintió abriendo un poco los ojos—. Gracias.

—¿Y ustedes son?

—Mis padres —intervino Tigresa—. Y ahora, si no les molesta, tenemos que lidiar con esto.

—Es cierto —convino Tora.

—Ahora, ¿cómo íbamos? —Terumi tomó las riendas, llevándose las patas a la cintura y analizando el panorama—. Hay animales inocentes que pueden morir si no hacemos algo. —Pasó la mirada por todos; señaló a Grulla, Mantis y Víbora—. Ustedes encárguense de sacarlos del Valle, nosotros los cubrimos. —Miró a Shifu y Ru—. Viejo y... ¿Shifu, era usted? —El panda rojo asintió—. Bien, Ru y Shifu, encárguense de cubrirles las espaldas a ellos, nosotros lo haremos con ustedes. Una vez crean que ellos tres pueden solos, únanse a nosotros.

Terumi dio un paso hacia Po y Tigresa.

—Lian... —Suspiró—, quiero decir, Tigresa; encárgate de cubrir a el panda y el león aquí.

—Eh, madre de Tigresa, yo me llamo Po —se hizo notar él, alzando la pata.

—Bien, Po. —Lo analizó con la mirada y una sonrisa se le dibujó en el rostro—. ¿Sabes?, me recuerdas a mí de joven.

—No somos tan mayores, Terumi, por amor a los dioses —arguyó Tora. La felina hizo un gesto con la pata para restarle importancia.

—Como decía, Tigresa y Po, encárguense de apoyar al león...

—Fai —gruñó éste.

—A Fai, encárguense de ayudar a Fai con esos tres. Las Sendas no nos atacarán por el simple hecho de que, como pueden ver, Qilin está agotado por alguna razón —explicó cuando vio a Po intentar preguntar—. Por ende, necesita acumular energía y algunas de sus Sendas lo protegerán de Byakko. Es posible que una o dos sean la distracción, pero ya veremos. Tigresa, tú manejas el fuego, por lo que te encargo a ambos. No dejes que los tres animales se separen; si se alejan mucho o lo haces volver o lo haces cenizas, ¿quedo claro?

Tigresa asintió.

—¡Bien! —exclamó dándose vuelta y chocando su puño contra la palma de su otra pata—. ¡Que comience la verdadera emoción! ¡No olviden sus tareas!

—Sólo una duda —comentó Fai con saña—: ¿quién te hizo líder?

—Sencillo, muchacho. —La sonrisa de Terumi dejaba ver sus colmillos—. Porque soy la Líder de la Casa de los Tigres.

—Pero Ru me dijo que eras la de la Rama Roja —dijo Tigresa.

—En efecto, hija mía. —Su cuerpo se tiñó de un rojo aún más intenso y empezó a parpadear, despidiendo cada vez más aire que, para variar, comenzaba a enfriarse—. Sin embargo, como no has de saber, la Rama Roja es la única que mantiene tratos directos con la Casa Imperial y el Palacio Imperial. Quien hace los tratos con ellos, domina la Casa.

La presión del aire aumentó una vez más al tiempo en que Tora soltaba una risilla. Fai abrió los ojos al comprender algo que Tigresa no, y Ru sonrió para sí, oculto.

—¡Oh, demonios! —se sorprendió el león—. ¿Tú eres...? ¿Ustedes dos son ellos?

—¡Bravo! —Terumi dio un paso hacia el frente y se colocó junto a Tora, dándoles la espalda a todos—. Ahora, Tigresa, de seguro te preguntarás cómo una hembra pudo llegar a ser la Líder de su Rama y Casa, sobre todo en una Casa en la cual los machos poseían todos los puestos importantes. ¿Tienes alguna idea de cómo pudo lograrlo tu asombrosa madre?

—No olvides humilde, Terumi —rió Ru.

—¡Con poder! —El cuerpo de Terumi pasó de un rojo lava a un blanco perla, el cual se hacía más y más blanco, asemejando a Tora—. Porque fui yo la única tigresa que ha logrado lo que nadie. Yo soy la única que domina dos Iras distintas.

Tora volvió la cabeza y sonrió, cerrando un poco los ojos.

¡Ira blanca, Shinto, Luna! —murmuró Tora—. La técnica secreta de mi Rama, Tigresa. Y el león, Fai, tiene razón de sorprenderse, porque cuando vivíamos, hija, nos conocían a ambos por un nombre.

Los dos flexionaron las piernas, con aquella luminiscencia blanca emanando de ellos. Y antes de saltar, dijeron al unísono.

—Las Lunas Gemelas.

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