XXVI
Estaban espalda contra espalda, tratando de no dejar abertura por la cual, la lince los atacara. Un siseo cada vez más grande les inundaba los oídos, debido a que sus elementos se contrarrestaban; agua y fuego. Dakini, como había oído le llamó el oso que también estaba con ellos, sólo que éste se encontraba acostado en el suelo, sin darles la más mínima atención, daba vueltas alrededor de ellos a una velocidad vertiginosa. Tal era que lo único que se llegaba a atisbar era su desdibujada figura que se encubría con el polvo que levantaba.
La zona donde Po y Tigresa terminaron era una ventaja y a la vez una desventaja. Se hallaban en una especie de sabana o ecosistema donde, por más que intentaran encontrarlo a lo lejos, sólo había tierra; una especie de zona baldía con pequeñas rocas que asemejaban mesetas y más nada. El cielo verduzco, para variar, brillaba paulatinamente; a veces era verde, a veces amarillo, a veces dorado. Dakini, sin embargo, aprovechaba esto para tomarlos desprevenidos.
Po intentó seguir su recorrido con los ojos, sin éxito; era muy veloz. Se preguntó qué Senda representaba ella, y cuál ese oso. Le molestaba un poco que éste no les prestara atención, sino que supusiera que con la lince bastaría para eliminarlos. Po no había pasado por mil y un dolores y penurias con Seiryu como para que lo desestimaran. No obstante, sabía que eso era un punto a favor.
Pensó en llegar al Duhkha, e intentar terminar todo lo más rápido posible, o si la situación lo ameritaba, usar el Tercer Límite. Aunque la advertencia de Seiryu le seguía escociendo la piel como un latigazo. «No puedes usarlo a la ligera —recordó le había dicho el dragón—, tal vez tu espíritu lo aguante, mas tu cuerpo sigue siendo mortal. De hecho, dudo que lo soporte. Preferiblemente no lo uses al máximo, porque lo que viene después de ello es algo peor que la muerte.»
No; no podía tirar aquella especie de segunda oportunidad de vivir a la basura. Menos ahora que se sentía poderoso por haberle sincerado sus sentimientos a Tigresa. Se enderezó un poco.
—Ti —le dijo—, deberíamos intentar...
Se cortó cuando Tigresa le rodeó el estómago con la cola y lo precipitó hacia el suelo, al tiempo en que ella manifestaba su alabarda en una pata y la arrojaba hacia un punto de la nube de polvo causada por Dakini y que les impedía la visión. Ésta se dividió como una cortina, brillando momentáneamente de rojo, para luego engullir la alabarda. Aturdido por el brusco proceder de la Tigresa, Po volvió la vista para ahogar la pregunta que iba a realizar entre ambos, muy cerca del cuello de Po, se hallaba un chakram enterrado en el suelo. Éste se elevó como si estuviera sostenido por un hilo invisible y volvió al nubarrón.
—No te descuides, Po —le riñó Tigresa—. No quiero perderte.
—S-sí.
Se puso de pie.
—No me gusta para nada pelear sin ver a qué me enfrento —gruñó la maestra, uniendo las patas a nivel del pecho—. Quiero probar algo... —Desunió las patas y le tendió una, tomando la suya y entrelazándole los dedos—: concentra Chi en tu pata y yo haré lo mismo.
Po no comprendía muy bien. ¿Por qué unir sus Chi de aquella forma si eran incompatibles?, lo más que lograría sería crear una neblina que los cegaría y... Ah. Asintió, emanando Chi. El calor de Tigresa era placentero al contrastarse contra su gélido hielo, le daba una sensación como de agua termal. Y se anotó mentalmente ir juntos a un balneario; nunca había estado en uno, pero quería ir sólo si fuese con ella.
Un ligero hilo de vapor blanco empezó a salir de la separación de sus palmas, hasta que los envolvió por completo y les cegó. Oyó la voz de Tigresa, en susurros, aconsejándole.
—No hagas movimientos bruscos. Ella no podrá atacar, no es tan tonta como para atacar a ciegas. Si erra, se delatará y podremos atacar.
—Pero lo mismo aplica con nosotros, Ti: no podemos atacar —susurró.
Tigresa dio un suspiro que sonó suficiente, anticipado.
—Ahí es donde te equivocas, Po. —Por entre la neblina pudo encontrar las facciones de Tigresa, y una incipiente sonrisa aparecía—. Ella deberá detenerse para apuntar, y será ahí, cuando atacaremos.
Po frunció el ceño.
—¡Un momento! —susurró con gravedad—. ¡¿Estás queriendo decir que debemos dejarnos herir?!
El silencio consecuente le dio la respuesta a Po: en efecto, era lo que ella planeaba. ¡Pero eso era ilógico! ¿Por qué para poder hacer frente a Dakini tenían que dejarse herir? Aun así, el plan tenía un fallo. La misma Tigresa. Tigresa, con el Anatman, poseía un ligero fuego en el rombo de su frente, que la delataba, aquel pequeño detalle tiraba por el suelo la estrategia. A menos que...
Abriendo mucho los ojos al comprender, un chakram impactó contra la alabarda que había creado Tigresa. No era dejarse herir, era incitar a la lince a que atacase, para Tigresa poder obtener un rango de ataque.
Él, compartiendo la euforia que Tigresa emanaba, saltó a su lado, precipitándose hacia Dakini. La lince no dio muestra de expresión alguna, sólo miró a Po y Tigresa, alternándolos.
Tigresa concentró gran parte de su Chi en la hoja de la alabarda, tomando ésta el color del sol poniente, un rojo intenso. Po la imitó, creando con un mandoble horizontal del bastón, unas espigas de hielo que apuntaron hacia la Senda. Allí donde pisaban, el suelo cambiaba; con Po, una ligera cristalización del suelo, congelándose, y con Tigresa, la piedra se derretía y su huella quedaba marcada como si fuera hollín, por el calor.
Dakini, para desconcierto de ambos, no pareció sorprenderse, y si lo hizo, no lo expresó. En lugar de resguardarse del doble ataque que le impactaría, abrió los brazos, extendiéndolos en toda su envergadura, sosteniendo en cada pata un chakram. Ninguno de los dos, Po y Tigresa, le dio mucha importancia, ¡se les estaba entregando en bandeja!
Los tres atacaron al mismo tiempo. Dakini lanzó sus chakrams, Po con un mandoble hizo que las grandes puntas de hielo se le clavaran en el cuerpo a la lince, y Tigresa dio un tajo con la alabarda. Ésta le cortó un brazo como mantequilla; las púas le perforaron el pecho y los chakrams le causaron al panda y la tigresa, profundos cortes en los hombros. Tanto que Tigresa no pudo mantener sujetada su alabarda, por la cantidad de sangre que le emanaba.
Por instinto, a Po no le importó nada más que no fuera Tigresa, soltó su bastón de jade y hielo, dejándolo caer al suelo, y se enfocó en ella. Con un cariño delicado le posó la pata en la herida, donde el pelaje estaba empapado por la sangre y la misma impedía ver la profundidad. Concentró Chi en su pata y, poco a poco, el corte comenzó a sanar.
—¿Estás bien, Ti? —preguntó, jadeando un poco. Por más Tercer Límite que dominara, la tensión corporal a la que era sometido su cuerpo por estar en el segundo estado seguía siendo la misma.
—Sí; gracias Po —respondió. Movió el brazo cuando estuvo sano, se agachó para tomar su alabarda y se puso de pie.
Un destello. Po, como guiado por un sentido primitivo, giró la cabeza, ante aquella sensación de peligro. Acto seguido, por reflejo, cargó contra Tigresa y la arrojó al suelo, para un segundo después, sentir el arrollador dolor de un corte en su rostro; un chakram había pasado como un rayo de luz y le había herido. Un grito involuntario desgarró el aire, y se llevó la pata a la cara. Todo el lado derecho le ardía como si le hubieran quemado centímetro a centímetro, y la sangre escarlata le perlaba la pata.
—¡Po! —exclamó Tigresa.
—¡Estoy bien! —No lo estaba de verdad, sin embargo, por más herida que tuviera, podría curarse, sólo necesitaría tiempo. Empezó a llevar a cabo su sanación—. No te preocupes.
Tigresa, gruñendo, buscó a la lince, y Po la imitó. Oteó el lugar, que empezaba a verse con claridad por entre el polvo y la neblina murientes. La encontró a no más de tres metros de distancia de ellos, con un brazo cercenado, chorreando icor negro, y las espigas de hielo clavadas en el pecho y vientre. Como si de una pequeña molestia se tratase, Dakini giraba en dos dedos de su pata restante, ambos chakrams, dispuestos a lanzarlos de nuevo.
«¿Por qué no murió, o como mínimo quedó imposibilitada?».
—¿Por qué siempre es lo mismo, Dakini? —bufó el oso con voz monótona.
Caminó con toda la pereza del mundo y tomó el brazo cortado de la lince, fue hasta ella y, cuando levantó el muñón que le quedaba, él se lo colocó. Murmuró algo que Po no alcanzó a escuchar y el brazo quedó como nuevo. Dakini abrió y cerró la pata, cerciorándose de que estuviera bien, para luego llevarse los chakrams a la boca y sacarse con las patas las puntas de hielo.
Los agujeros que le quedaron a ella le causaron grima a Po, porque no tenía nada por dentro, era sólo una masa de Chi viviente. Aquel pensamiento revoloteó en su mente cuando vio que, con sólo tocarle el hombro, el oso hizo que sus heridas cerrasen con la misma rapidez que él curó las de Tigresa. Seiryu también era Chi viviente, nació de la energía natural condensada y acumulada, ¿sería posible que el mismo razonamiento aplicara a las Sendas?
Cuando su rostro estuvo sanado por completo, Po parpadeó enfocando la visión. Bien, estaba como antes, aunque su cuerpo empezaba a agotarse más y más. Suspiró, empezando a darse cuenta que si querían ganar, deberían atacar con todo. Nada de planes, nada de estrategias, sólo poder puro y duro. Uno tan fuerte que no permitiera al oso curar a Dakini.
—Eso es lo que lo hace divertido, Yuan. —Dakini sonrió, sosteniendo los chakrams y colocándose en una extraña posición: las piernas abiertas y flexionadas, inclinada ligeramente hacia adelante, y los brazos en posiciones opuestas, uno señalando al norte y el otro al sur—. Ahora, Guerreros, ¿continuamos?
—¡Tigresa —se alteró Po, justo antes de que la lince saltara—, hazme tiempo!
Cuando él se sentaba en el piso y juntaba las patas a nivel del pecho, Tigresa le respondió:
—Bien. —Instantes después, la hoja de la alabarda de la felina chocó contra el metal de los chakrams. El crujido pareció estremecer el lugar donde estaban, y las chispas empezaron a hacer acto de presencia cuando ambas, en una coreografía, empezaron a atacar y defender.
Yuan, el oso, imitó a Po; sentado en el suelo, él miraba con una pequeña sonrisa la batalla que ambas hembras estaban dándole a la otra. Po, por otro lado, concentraba todo el Chi que pudiera para posición del corazón canalizaba todo su Chi, lo que había en el corazón y los sentimientos que había en éste, debía anhelarse algo para poder manifestar gran cantidad de energía, y Po lo tenía claro: quería acabar con todo. Quería terminar rápido y ser feliz con Tigresa.
El cuerpo comenzó a dolerle de forma potente. No era un dolor explosivo, como un corte, un golpe o una puñalada, sino algo pasivo. Un dolor que sabes te matará a la larga, pero que no hacía gritar. El suelo alrededor de donde Po estaba sentado comenzó a congelarse en un radio de metro y medio; su cuerpo emanaba una brisa gélida cada vez más fuerte y cuando exhalaba, un vaho lo acompañaba. «Un poco más», pensó.
«No sobreexijas tu capacidad, Po Ping —le había dicho Seiryu—. Eres un mortal, por más Chi mío que poseas. Si sigues extrayendo, llegará el momento en que mi poder te abrumará». Ahora eso no importaba. El pelaje negro de sus brazos comenzó a congelarse y un mapa de líneas se le dibujó por los brazos.
El pecho le ardía como si respirara escarcha invernal, mientras veía a Tigresa peleando con Dakini. Tigresa dio un mandoble con la alabarda que Dakini esquivó, ladeándose; ésta, a su vez, aprovechó la inercia de la caída y lanzó una patada de gancho que le dio a Tigresa en el hombro y la hizo ladearse también. La lince se apoyó con una pata en el suelo, y le hizo una llave a la felina con los pies; Tigresa cayó al suelo, con Dakini sentada a horcajadas sobre su pecho.
La Senda alzó los dos chakrams, dispuesta a decapitar a la maestra, pero Tigresa, como pudo, movió la lanza tras la espalda de Dakini y se la clavó; la hoja le salió por el pecho, quemando y cauterizando la herida.
Tigresa se desembarazó de Dakini y la tumbó sobre el suelo, siendo ella quien dominara la situación. Chasqueó los dedos y la alabarda desapareció del pecho de la lince para reaparecer en la pata de Togresa: giró su cuerpo un poco para darle más impulso al tajo que daría para decapitarla a su vez. No obstante, cuando estaba a punto de hacerlo, la tierra al lado de ella explotó con un temblor, haciéndola tambalearse; acto seguido fue despedida hacia Po. Cuando el polvo se disipó, el panda logró atisbar que Yuan sostenía dos pesadas masas unidas por una cadena, frunciendo el ceño y girando una de las dos.
—Lo reconozco, guerreros —comentó, perdiendo su monotonía—, que a mí me toque intervenir es algo por lo que debo elogiarlos. En especial a ti, guerrera de Suzaku. Tan molesta como tu Bestia.
Mientras Tigresa se ponía de pie, a la vez que Dakini, Po se dio cuenta de un pequeño detalle que, tal vez, la felina no hubiera notado: Yuan ayudaba a levantarse a la lince, y llevando la pata a la espalda de ésta, la herida se cerraba mucho más lento que las causadas anteriormente.
No supo si la deducción que tuvo fue acertada o no, pero aquella sanación le decía una cosa: heridas con concentración de Chi no sanaban con facilidad. Sacudió la cabeza para despejarse y escuchó algo crujir, al bajar la mirada, sus brazos, parte del cuello y pecho eran de un azul etéreo: hielo. Estaban congelados.
Separó las patas y se puso de pie, abrió y cerró los dedos de las patas y pequeñas grietas se formaron en ellos.
—Ti —dijo Po, y la voz le salió con un eco—, apártate, por favor.
Ella volvió la mirada un poco, jadeando, y frunció el ceño.
—Ni lo pienses.
—No puedo asegurarte que no te alcanzará el ataque.
—Qué pena, entonces. —Se puso derecha y unió las patas a nivel del pecho; su cuerpo emanó lenguas de fuego que la envolvían y se movían como estandartes ondeantes—. No te dejaré hacerlo solo. —Se puso en guardia.
Ambas Sendas también se colocaron en guardia, Dakini alzó las patas, a ambos lados, como si comprobara el peso de los chakrams y Yuan comenzó a girar las masas con la cadena. Los dos dieron un paso adelante.
—Aquí no están los elementos de sus Bestias —rezongó Dakini, burlándose—. ¿Pretenden hacernos frente así?
El fuego que emanaba de Tigresa se hacía cada vez más brillante, envolviéndola como un hábito. Po no pudo menos que sonreír, si seguía acumulando Chi así, llegaría al Duhkha sin darse cuenta.
—Ahí es donde te equivocas —gruñó Tigresa. El fuego se perdió de repente, como si le hubieran arrojado una cubeta de agua. Po se angustió pensando que perdió el control de su Chi—. Mi poder viene del oxígeno del aire.
Fue cuestión de un parpadeo. En el pequeño instante de pestañear, Po perdió de vista a Tigresa, encontrándola sólo cuando fijó su vista en Dakini, quien lo alertó con un gemido ahogado: Tigresa llegó con ella, brillando de un rojo casi divino, pareciéndose mucho al tigre a quien redujo en la Casa de los Tigres, y le conectó un golpe a la lince al mentón, elevándola un poco en el aire. Giró el cuerpo, propinándole una patada que hizo lo mismo; repitió el movimiento, creando una cadena de patadas, que las elevaban más y más en el aire.
Po aprovechó la momentánea sorpresa de Yuan para atacar también. Se precipitó corriendo hacia él y con un gesto de la pata, como si ordenara a algo levantarse, creó un pequeño muro de hielo que separó a Tigresa y Dakini de Yuan; y con la otra pata hizo que del suelo surgieran estalagmitas y empalaran al oso. Éste movió los labios en una muda palabra y su cuerpo se hizo intangible en un momento, como si fuera neblina, y se liberó. Su cuerpo sanó al instante sus heridas.
—Te hará falta más que eso —dijo, levantando una pata con la palma extendida hacia Tigresa. Hizo un gesto de cerrar, pero Po lo impidió.
¿Así que el hielo mismo no lo detenía? Bien, intentaría con agua. Se detuvo y estiró las patas como si fuera a tomar algo, de sus dedos, como finos hilos, brotaron líneas de agua que se enrollaron, cual serpientes, en las extremidades del oso, el cuello, brazos y piernas. El pelaje de Yuan se hizo más marrón ahí donde se humedecía.
Él luchó contra las ataduras, e intentó convertirse en aquella niebla negra, mas cuando lo hizo por un instante, el agua se tragaba el humo, por lo que volvió a su solidez. Po sonrió, aunque su control del líquido era muy inestable en el segundo estado y estaba empezando a sufrir espasmos. Necesitaba entrar en el Duhkha para poder controlar, o como mínimo...
Alzó la vista y Tigresa seguía con su ráfaga de patas, impulsándose con sus patas delanteras utilizando el fuego. «Claro, ella serviría».
—¡TI! —gritó con todas sus fuerzas.
Por un breve instante sus ojos se encontraron y ella asintió. Po sonrió con una alegre sorpresa, ¿tanto estaban unidos como para entenderse con una simple mirada? Se relajó y concentró Chi en sus patas. Saltó, pero el impulso le hizo girarse un poco de lado.
Varios metros arriba, Tigresa le dio una pata de gancho al cuello a Dakini, se la cubrió en fuego y la volvió una de empeine al dar un giro completo, el fuego le dio más potencia y la lince chocó cerca de Yuan con un estrépito, envuelta en llamas.
Al llegar con Tigresa, sintió su cuerpo ingrávido en el instante en que su ascenso terminó y comenzaría el descenso.
—Ti —le pidió—, lánzame.
Sin mediar palabra, Tigresa le tomó la muñeca, causando un siseo cuando el fuego tocó el hielo, y lo arrojó más arriba. La presión al ascender fue aún más fuerte y cuando logró enderezarse y comenzar a caer, divisó que la felina a quien amaba parecía una estrella de lo rojo que brillaba. Ella alzó una pata y el fuego de su cuerpo se condensó formando una espada con una hoja casi del mismo tamaño que su brazo. La tomó y la giró, quedando apuntándola hacia abajo.
Comprendió que estaba por atacarlos a ambos, por lo que decidió apoyarla. «El agua en sí no es un elemento de grandes ataques, Po Ping; sino algo para potenciar a otros, o a ti mismo». Con ese pensamiento, trazó con sus dedos, en el aire, unos círculos concéntricos.
—No eres la única que obtiene su poder del aire, Ti —murmuró mientras caía—. Mi arma es el agua en la atmósfera.
Bajo la maestra, empezó a aparecer un círculo de hielo de enormes proporciones.
Tigresa alzó la espada y Po los brazos, acumulando todo su Chi en ellos. Sus patas desaparecieron en un brillo acristalado.
—¡Ve, Tigresa! —gritó.
Con un rugido como si fuera un dragón que escupiera una llamarada, Tigresa bajó la espada y al arrojarla, ésta se expandió hasta obtener dos veces el tamaño de Po.
El Guerrero Dragón no pudo sino soltar una carcajada de alegría infantil cuando la espada atravesó los círculos concéntricos y aumentó su tamaño, asemejando a una pequeña fortaleza que se dirigiera a ellos, pero era demasiado lenta.
Ambos eran incompatibles. El fuego siempre superaría el hielo, y el agua al fuego. Pero... si tan sólo creara algo que no sucumbiera ante el calor, que congelara todo para poder atacar junto a ella, para no ser sólo el soporte.
El brillo de sus patas aumentó, las flexionó y expulsó con fuerza todo lo que tenía. Gritó de dolor y cólera, observando cómo la espada se propulsó con velocidad gracias a la masa de aire congelado que creó.
Siempre se podía ser más frío...
El hielo de sus brazos, como un virus, se apoderó de su torso por completo y parte del rostro.
Y el cero absoluto no sucumbiría ante Tigresa y su calor...
Cuando la espada chocó en donde estaban Dakini y Yuan, la explosión lo hizo darse vuelta mientras caía y lo dejó observando el cielo de colores cambiantes.
Cerró los ojos, a punto de perder la consciencia. De repente su descenso se interrumpió y sintió unas suaves y fuertes patas cargarlo. De soslayo captó a Tigresa, no tan agotada como él, evitando que cayera.
Una vez tocaron el suelo a resguardo de los daños, Po perdió el equilibrio apenas intentó ponerse de pie solo. Tigresa le rodeó la cintura con un brazo y la cola, evitando que cayera, mientras lo pegaba más a ella para que pudiera tener un punto de apoyo; él le rodeó el cuello con un brazo.
—Gracias, Ti —jadeó Po.
Bastó sólo una pequeña sonrisa, privada, sólo para él, para que Po se sintiera muchísimo mejor. Cerró los ojos y, como quien no quiere la cosa, recostó su cabeza contra su hombro. Sintió la mejilla de Tigresa contra su oreja y Po estuvo a punto de decirle que la amaba otra vez, sólo que todo se cubrió de una niebla lechosa, que procedía del sitio de la explosión.
Una niebla blanco perla y otra negro carbón.
Sintió en su cintura como Tigresa apretaba el agarre y apartaba su rostro del suyo. El corazón a Po le latió con fuerza.
—¡Fenece... —escuchó la voz de Yuan, hueca, como un árbol podrido—, Naraka!
—¡Núblate... —gritó Dakini, casi rugiendo—, Animal!
La niebla pareció engullirlos a Po y Tigresa, pero ninguno de los dos soltó al otro.
Po se desembarazó de ella, mas no le soltó la pata, se la apretó con fuerza, en un tácito apoyo, un simple: «estoy aquí contigo», que ella le respondió de la misma manera. Buscó aquellos ámbares que lo enloquecían y le sonrió con cariño.
—¿Estás lista para el siguiente nivel?
Respondiéndole con una sonrisa también, aunque llegó a notar que estaba un poco tensa por la situación a la que se enfrentarían, asintió.
—Lista.
Po levantó su pata izquierda y Tigresa la derecha, la unieron formando la posición del corazón. Con las que tenían tomadas, se dieron otro apretón, sintiendo el Chi de ambos recorrer sus dos cuerpos.
Inspiraron profundo antes de murmurar...
—¡Duhkha!
Debía de darle ese punto a la hiena, él le oponía una resistencia mayor a la que le dieron los guerreros de Wang, Suzaku y Seiryu, y al contrario de ellos, la Senda no tenía miedo a morir. De su cuerpo brotaba icor negro, que él se limpiaba con lamidas que insultaban a Byakko, dándole a entender que no le importaba ni le afectaba el tamaño de las mismas.
El Tigre Blanco del Oeste gruñó para sí, agotado; la conexión entre él y su enlace al Mundo Mortal era demasiado fluctuante, debilitándose más y más. Además, para empeorar las cosas, los cortes que la Senda le daba con sus feng huo lun no cerraban, sólo le hacían sangrar más y más icor. Alguna maldición tendría que tener ese armamento, porque para que a un dios como él le causara ese efecto, era para tomar en cuenta.
—¡Vamos, dios! —se carcajeó Xun, dando golpes con sus círculos metálicos; las chispas revoloteaban entre ellos por el choque de su metal contra el metal de su lanza, sumado a los arcos voltaicos que emanaban del tigre—, ¿no que no podría matarte? ¡Te tengo contra las cuerdas y aún no me he encendido lo suficiente!
Aquel miserable cuerpo mortal que tenía no le permitía usar su forma divina entera y calcinar, con sólo respirar, a aquella engreída Senda. Se inclinó un poco para evadir un derechazo de Xun, sintiendo el filo de sus armas cortándole algunos pelajes del cuello y con un mandoble de giro completo de su lanza, le dio un tajo en el estómago al animal, seguido de una patada para alejarlo.
Xun cayó al suelo de la meseta en el pico de la especie de montaña donde estaban, rodando y dejando una mancha negra por donde iba. Se detuvo y, con movimientos erráticos, se colocó de pie, esbozando una sonrisa desquiciada.
—¡Sí; así! —Los incisivos blancos parecían más de tiburón que de hiena, unos blancos y otros negros por el icor propio—. ¡Diviérteme más, dios!
Byakko alzó la lanza al cielo, y varios rayos se precipitaron, cargándola y dándole energías al tigre blanco. El dios suspiró, caldeando el aire, y apuntó a Xun. La lanza comenzó a vibrar, siendo envuelta por los rayos, subiendo por el cuerpo y tomándole la pata y brazo. En cuestión de segundos, ya no eran dos cosas separadas, arma y extremidad, sino un conjunto: una enorme espada del doble del tamaño de Byakko.
Él flexionó las rodillas y saltó. Percibió, sintió y observó su cuerpo pasar de la solidez mortal a la intangibilidad de la electricidad, adoptando su velocidad. La sensación de desgarrar le recorrió los dedos, el brazo, y parte del hombro, y después vino el olor a pelaje quemado. Cuando logró frenar, tomó la forma sólida, empezando a girarse, para ser presa de la impresión...
Xun, faltándole un brazo y con medio rostro quemado, aunque sin perder la sonrisa, estaba casi sobre él, con la pata que le quedaba en alto, sosteniendo un feng huo lun y, de un movimiento, haciéndole un corte vertical en el rostro. Byakko rugió, le propinó un zarpazo cargado de electricidad a Xun, quien por la onda de impacto salió despedido... llevándose un ojo del tigre.
Byakko cayó de rodillas al suelo; su lanza repiqueteó en el suelo y se deshizo en rayos. Las patas le temblaban y el icor no dejaba de brotar. «¿Por qué no sana? ¿Por qué no sana?».
—¿Por qué no sana, maldita sea? —gruñó ahogadamente, adolorido.
—Yo represento el sufrimiento, dios del rayo —comentó con voz gutural la hiena—. ¿Y no te has dado cuenta de que el sufrimiento nunca termina? Jamás. Siempre habrá un motivo, grande o pequeño, que haga sufrir. Las heridas causadas por mí no sanan, ni ahora, ni nunca. Ni aunque yo lo quiera. Ni aunque yo muera. Son eternas.
Byakko alzó la vista, enfocando con su único ojo a la hiena. En los pies de éste el charco de icor negro pareció congelarse cuando cruzó el brazo en el pecho, en forma de equis; si hubiera tenido ambos, la forma se vería con claridad.
—Hacía años no me divertía tanto, Byakko, y como agradecimiento te mataré como no lo he hecho con nadie.
Xun inspiró profundo y el icor en el suelo empezó a evaporarse, ocultándolo como una neblina o un tornado. Poco después, se oyeron dos palabras...
—¡Sangra... Trisna!
La neblina negra pareció burbujear como vapor, y luego se disipó de un solo golpe, dejando ver a un Xun sin rasguño alguno, con su brazo nuevamente en su sitio y sin armas. El único aspecto diferente que tenía era que sus ojos ya no eran negros, sino completamente rojos, como dos rubíes; esclerótica, pupila e iris rojo.
Percibiendo el enorme cambio en el Chi que él emanaba, alzó una pata al cielo, superponiéndose al dolor que le parecía le desgarraba la cara y estiró un dedo. Como si los hubiera llamado, los rayos acudieron a él, cayendo, atronando, delineándole el cuerpo y creando arcos voltaicos que chisporroteaban contra las piedras del suelo.
Aquel insulto de herirlo de esa manera lo pagaría con creces.
—¡Retumba... —Los rayos se detuvieron en el aire y, como serpientes, lo envolvieron— Byakko!
Un rayo infinitamente más brillante que los anteriores iluminó el suelo de aquella dimensión. Con rapidez, de la misma manera que un aire caliente se expande y domina todo, un avatar de su forma original se erigía imponente en el lugar, hecho por completo de rayos. La forma mortal de Byakko se hallaba suspendida dentro de la cabeza de aquel avatar, el cual despedía tanto calor que hacía ondear el aire.
El dios del rayo alzó una pata en un claro gesto de hacer un barrido, y el avatar lo imitó. Metros abajo, casi minúsculo, la figura de Xun se veía debilucha, mas éste tenía una sonrisa que no lograba comprender toda la euforia que emitía, y que el tigre blanco lograba captaba con la lejanía.
Hizo el barrido. Su visión aguda le permitió determinar el momento exacto cuando la pata de rayos calcinaba las rocas de la meseta y hacía temblar las nubes. Sin embargo, para su sorpresa y particularidad, Xun la detuvo con sólo levantar un dedo, de la misma forma en que un maestro reprende a su discípulo. Al intentar atacar de nuevo comprendió la realidad: Xun no le detuvo, sino que lo detuvo él.
Algo había hecho que le impedía mover su cuerpo.
Con otro gesto de la pata, uno como si espantara un mosquito en especial fastidioso, hizo que deshiciera su avatar y se precipitara al suelo. Byakko cayó con un estrépito cerca de la hiena.
—Por esta razón no me gusta pelear con mi liberación, dios del rayo —comentó, con voz triste—. Sólo un gesto, un simple movimiento y puedo paralizar a quien herí antes. ¿Qué sentido tiene sin la emoción de las heridas, sin la sensación de la sangre mojando el pelaje y cosquilleando la piel? ¿Sin dolor?
Dio unos pasos hacia él.
—Bastará con que te toque para reducir tu esencia a nada por algunos milenios. —Estiró la pata y comenzó a agacharse.
Debía reconocérselo, Qilin supo crear a las Sendas de buena manera, porque para que una de ella lo llevara hasta ese extremo, era de elogiar. Tenían tanto poder que casi parecían un dios que...
Inspiró profundo comprendiendo por qué las Sendas podían hacerle frente a las Bestias y por qué alguien tan poderoso como Qilin pudo ser detenido por Byakko, Seiryu, Genbu y Suzaku. Ahora le veía el sentido.
Byakko relajó el cuerpo y cerró el ojo, captando a través de la carga eléctrica que había en el aire a causa de su avatar disipado, cómo la pata de Xun se acercaba más y más.
Un rayo solitario emanó de su cuerpo y le impactó en la pata a Xun, haciéndola apartarla. Con el pensamiento le ordenó a toda la electricidad que pululaba en al aire, volver a él, mas no para crear de nuevo el avatar. Las piedras del suelo empezaron a crepitar y el aire a vibrar; aumentó el calor y sintió los vellos de ese cuerpo mortal erizarse.
Sentía y sabía la ubicación exacta de cada hebra de electricidad, cada partícula de luz a su alrededor. El cielo atronó, sorprendiendo a Xun. Byakko abrió el ojo y notó cómo sus patas empezaban a desdibujarse en luz.
Con movimientos lentos y amenazantes se colocó de pie, el blanco de su pelaje comenzó a hacerse purpúreo. La presión de lo que sea que Xun le hacía a su cuerpo empezaba a remitir, perdiendo su fuerza. El cielo cambió de color por un instante, en el cual un relámpago iluminó, luego se oyó el trueno y por último cayó el rayo sobre Byakko. La energía natural lo embargó y con sólo alzar una pata, absorbió la energía pululante de su avatar.
—¡Retumba!... —murmuró.
Su cuerpo se desgarró, volviéndose enteramente de luz, una luz entre blanca y púrpura, tan intensa que hacía que Xun entrecerrara los ojos. Sobre su lumínico cuerpo apareció una especie de vestimenta. Una pechera, unas hombreras, protectores inferiores y muñequeras repartidas sin uniones entre las mismas; como si sólo se mantuvieran unidas a él por el hecho de que así tenían que ser.
Suspiró, emanando un vapor que hizo ondear el aire por el calor, y la última pieza de aquel complemento apareció sobre sus sienes: unas finas barras que salían de éstas y asemejaban unos minúsculos cuernos, unidas por una banda en la frente.
—¡Oye —escuchó decir a Xun, un poco titubeante—, ¿qué demonios es eso?!
Levantó un poco la cabeza, cuya forma apenas era delineada; la energía en la que estaba convertido era tal que su cuerpo empezaba a deformarse y volverse uno con todo. Los ojos podían encontrarse gracias a que de éstos, o de donde deberían estar los mismos, emanaban hilos de luz.
—¡Byakko del Oeste... —Flexionó las piernas y estiró una de sus patas, como si fuera a sostener algo, un segundo después la misma luz de su cuerpo dio forma a una lanza.
Saltó, pensando sólo un breve instante en mover su pata y dar un mandoble. La dimensión se desdibujó en su percepción espacial, pareciendo todo un dibujo difuminado, para luego tomar forma. Habíase movido tan rápido que no atisbó nada, sin embargo, al volverse un poco, se percató de que, aún con la expresión de sorpresa, la cabeza de Xun caía como en cámara lenta hacia el suelo, con la zona de corte cauterizada por el calor de su lanza de rayos.
Byakko suspiró entre molesto, enojado y aburrido. Sólo seres divinos podían hacerle frente a ese estado, sin embargo, con aquel cuerpo mortal, era demasiado arriesgado utilizarlo.
—...Tigre del rayo! —Se relajó y se concentró en volver a tomar su forma mortal.
Perdiendo aquella poderosa forma, deshaciéndosele la especie de armadura imperial que llevaba y ascendiendo ésta en haces de luz que se perdían en un parpadeo, Byakko advirtió cómo la dimensión donde estaba se fragmentaba y destruía.
Suspiró. Ya comprendía cómo funcionaba aquel poder de Qilin.
Tigresa jamás había pensado que en su vida podría tener, o como mínimo dominar, tal cantidad de poder. Lo sentía en cada uno de los latidos de su corazón; lo sentía fluir como si fuera su propia sangre en sus venas; lo sentía en cada respiración que daba. El Chi era demasiado.
Al momento de haber pronunciado las palabras del Duhkha, un brillo cegador, de todas las tonalidades de sus respectivos colores, los embargó a ambos. Po no le soltó la pata durante ello, sino que se la apretó con más fuerza, en un tácito gesto de compañía.
El resplandor se ondeó en sus cuerpos y les cambiaron la apariencia. En Po, empezó a aparecer una capa de hielo con aspecto flexible que dio forma a una armadura imperial. Cientos y cientos de piezas azul cristalinas rectangulares que parecían estar unidas entre sí con finos hilos de luz dorada, asemejando escamas; el hielo ascendía hasta su cuello y cabeza. Cuando aquella armadura estuvo completa, la luz creó haori que le llegaba hasta el suelo y las mangas y, a diferencia de uno real, le llegaban a las muñecas. De un azul cobalto como el océano, atrapante e hipnótico, y en cuyo borde inferior había un diseño de olas rompientes. Tenía un aspecto extraño, porque no era ni sólida, pero tampoco etérea, daba la sensación de ser luz líquida o aire sólido.
En Tigresa, no obstante, fue un poco diferente. Por sobre su traje de entrenamiento, un fuego dorado le delineó la figura, ajustándose a ella y dándole un aspecto de cota de malla, como la de un guerrero; ésta le cubrió hasta un poco más de los codos. Posteriormente, como si fueran hechas de piedras en las que hubiera llamas crepitantes encerradas, sobre sus antebrazos, hombros, espalda y pecho, muslos y pantorrillas, aparecieron cuadrados rectangulares hilados con luz roja, de las cambiantes tonalidades del fuego, dándole el aspecto escamado de las armaduras. Una llama en la derecha de su cintura de un rojo dorado, del mismo tono había visto las plumas de Suzaku, dio forma a una espada y en el otro lado, un abanico.
No hubo mucho tiempo para observar más detalles, más allá que donde sus patas se tocaban, había un brillo purpúreo: la unión de sus dos Chi, rojo y azul, que tenía un aspecto peligroso; y que en el suelo, donde Po, todo se congeló, y donde ella, todo moría en cenizas.
Cuando se soltaron y se pusieron en guardia, un destello blanco le propinó una patada que por poco no la hizo perder el conocimiento; salió disparada lejos de Po y fue a estrellarse al suelo, derritiendo las piedras que la frenaron. Se irguió como pudo y se llevó una pata a la empuñadura de la espada, dispuesta a sacarla, oteando el lugar en busca de Po.
Todo estaba cubierto por una neblina nacarada, que no tenía olor y tan espesa que no podía ver más allá de medio metro de sus patas. Sacó la espada, que brilló con un amenazador rojo opaco, y se preparó.
Sus sentidos estaban agudizados, por lo que podía detectar el levísimo track, track¸ de las piedrecillas al moverse. «No estoy sola». La separaron de Po por estrategia, dedujeron que ella era la ofensiva de los dos, aunque como ambas Sendas no conocían a Po, lo subestimaron.
No sabía cómo controlar aquel estado, mas los conocimientos, como si hubiera leído mil rollos que le indicaran qué hacer, aparecían en su mente. Se serenó, dejándose llevar por su instinto que, el noventa por ciento de las veces, no le fallaba. Tigresa cerró los ojos y sólo se dedicó a sentir. Había un ligero sonido a su izquierda, un zumbido a su derecha y un jadeo que parecía moverse en círculo.
Sencillo, Dakini se estaba manteniendo en movimiento para no darle alguna posible previsión de su ataque.
Por acto de reflejo, o como si su cuerpo estuviera siendo guiado por alguien más, sus brazos se movieron y la espada se interpuso entre ella y Dakini, para un segundo después, oír un clank de metal contra un material duro. Abrió los ojos por un instante, y no pudo menos que sorprenderse al ver a la lince. Sus ojos eran una mancha lechosa negra y, aunque no tenía más cambio que ese, de sus patas, a nivel de las muñecas y tobillos, era de donde emanaba aquella niebla blanca.
Intentó asirla por el brazo, pero se movía demasiado rápido, y más aún en cuatro patas. Sólo logró quemar algunos vellos de su pelaje al rozarla.
Seguido de ese ataque le sucedieron muchos más, unos más rápidos que los otros, sin embargo, con el que Tigresa logró contar como el decimo séptimo, captó un ligero retraso. Sí, confirmó con el número dieciocho, estaba agotándose. «No puede durar mucho tiempo así. Está ciega, o aquel estado en el que está le pide tanto a su cuerpo que le quita algunos sentidos. Su cuerpo no lo resiste».
Apretó con ambas patas la empuñadura de la espada, concentrando su Chi en ella; cortaría esa neblina en dos y, si todo iba como planeaba, rebanaría también a Dakini.
No lo hagas, le dijo una voz en su mente. No lo lograrás.
«¿Suzaku?», pensó, entre sorprendida y enojada.
La Senda Animal no es algo que puedas detener con un ataque de un solo rango, debes usar uno de área completa.
«Esto es lo más hipócrita que has hecho. ¿Primero me dejas a mi suerte y luego pretendes ayudarme?».
Eres mi guerrera, necesitaba probarte.
«¡Intentaste matarme una vez!».
Es pasado ya.
«¡Eres una deidad, para ti morir no es gran cosa!».
No tengo tiempo para esto...
Y así, sin más, la voz de su Bestia Divina desapareció de su mente.
Apretó más fuerte la espada, gruñendo para sí misma y haciendo uso de todo su autocontrol la enfundó. En cambio, tomó el abanico que estaba pendido del otro lado de su cintura. Lo abrió y concentró todo su Chi en él.
Extendió su brazo en toda su envergadura, sintiendo su extremidad derretirse por la tensión a su cuerpo del Duhkha y el calor enorme de su propio Chi; realizó el barrido respectivo. Por un breve instante no ocurrió nada, la niebla blancuzca seguía pululando sin detenerse; dos tortuosos segundos después, ocurrió todo. En el suelo, en un círculo de cuatro metros de diámetro, siendo Tigresa el centro, la tierra comenzó a brillar de un naranja pálido que fue aumentando su tonalidad.
De la tierra baldía de aquella dimensión un enorme tornado de fuego surgió, rugiendo con ferocidad y engullendo la niebla e incinerándola como si fuera gas inflamable. Por extraño que le pareciera a la felina, no sintió más calor del que ya tenía, sino que lograba estar en calma, asemejando más aun golpe de adrenalina, un empujón.
Con otro gesto del abanico, y luego cerrándolo, extinguió las llamas. Acto seguido, su cuerpo sintió el impacto de usar tanto poder, cayendo de rodillas, presa de un dolor insoportable. Era tal cual le estuvieran marcando cada centímetro de la piel con fierros calientes.
Aturdida, escudriñó el lugar, encontrando a Dakini, con el pelaje calcinado y surgiéndole volutas de humo negro. No obstante, de sus muñecas y tobillos aún seguía saliendo aquella niebla, sólo que en menor medida. Buscó a Po, sin encontrarlo propiamente dicho, sino que divisando a lo lejos una zona ártica: picos de hielo ascendían del suelo y, en el mismo, una capa de cristal bañó todo, piedras y las pocas plantas que había.
Intentó ponerse de pie y andar, mas el dolor era demencial.
—¿Cómo pudo Po soportar esto cuando peleó con Genbu? —jadeó, adolorida.
Inspiró profundo y reunió las pocas fuerzas que le quedaban para ordenarle a sus piernas sostener el peso de su cuerpo, pero sólo consiguió dar dos temblorosos pasos antes de caer al suelo con un estrépito y perder el Duhkha. En su estado normal, no podía mover ni siquiera los labios para hablar, el dolor se lo impedía.
Y de repente sintió un frío acogedor, para su extrañeza, en el vientre, extendiéndosele por el cuerpo y recuperándose del dolor. Empezó a mover los dedos de las patas y los pies, sin dolor alguno. Sonrió para sí misma, ese poder era de Po. Intentó esta vez levantarse, pero una atadura de agua la mantuvo pegada al suelo, Tigresa se extrañó, mas no se resistió.
Se alegró no haberlo hecho, porque momentos después, el oso con el que peleaba Po pasó como un destello negro, ataviado con un hábito negro noche y derrapó, llegando con Dakini. Posó una pata sobre ésta y ella comenzó a sanar.
Momentos después llegó Po, y con un gesto de la pata hizo crecer unos picos gélidos del suelo, separando al oso de la lince. El panda se veía agotado, a punto de caer desmayado al suelo y jadeando un aliento helado, formando un vaho.
—¿Estás bien, Ti? —preguntó, a su lado.
—Un poco —respondió con sinceridad, intentando levantarse.
—No lo hagas —aconsejó, advirtiendo su esfuerzo—; el Duhkha fuerza mucho el cuerpo y lo lleva a límites casi mortales, Ti. Si intentas abrirlo de nuevo, morirás de seguro.
—No deberías darme consejos —rebatió con un gruñido molesto, aquellas ataduras parecían tentáculos, ajustándose a sus movimientos— cuando tú estás aún en el Duhkha.
—Mi resistencia es un poco más alta que la tuya, Ti. —Eso sonaba bien, pero le molestaba, porque aumentaba la imagen inalcanzable que tenía de él—. No hagas movimientos bruscos —le indicó cuando hacía un gesto con ambas patas y el agua que había bajo ella la hacía quedar sentada, como si meditara, cubriéndola con delicadeza, mejorando su cansado cuerpo—, intenta meditar. Así mi Chi podrá reponerte más rápido. —Sonrió—. Deja que yo me encargue.
Le dio la espalda y se puso en guardia; flexionó los brazos a nivel de la cintura y abrió un poco las piernas: una postura de ataque y defensa a la vez.
Al fondo, emitiendo un vapor negro, derritiendo el hielo, como si éste se pudriera, Yuan, si recordaba bien así se llamaba el oso, intentaba llegar a Dakini. Con sorna, dijo:
—No puedes conmigo en tu mejor forma, Guerrero Dragón, ¿cómo podrás con ambos cuando la libere?
Los brazos de Po comenzaron a cubrirse de hielo y a sonar como si se quebraran, el largo haori ondulo presa de un viento sin procedencia y Po empezó a destilar un brillo aún más potente. Un azul mezclado con dorado. Parecía casi divino.
—¿Quién dijo que ésta es mi mejor forma? —susurró con voz grave.
Sus brazos, su pecho, sus piernas... su cuerpo entero fue recubierto de hielo, para luego retroceder y agolparse en ciertas zonas específicas de su cuerpo, delineando una especie de mapa parecido al de la acupuntura. Eran siete sitios en total.
—¡Formación de los Siete Puntos! —dijo con voz gutural—. ¡Primer Punto, el del Orgullo... —En el entrecejo de Po un circulo no más grande que la almohadilla de su pata comenzó a brillar de un azul intenso—, Abierto!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro