Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

XXV

Le dolía el pico como si se lo hubiera quebrado. La cabeza le daba vueltas como la primera vez que intentó entrenar su equilibrio para llevar su natural balance al límite. Las alas le escocían como si tuviera una herida por arma filosa y las delgadas patas le temblaban. Parpadeó varias veces para volver en sí y ubicarse en dónde estaba, mas no podía reconocerlo. Intentó ponerse de pie y un frío le caló los huesos, sumado a un peso extra en su cuerpo; cuando se revisó, se encontró empapado. Frunció el ceño, molesto, así no podía volar.

Se hallaba en un lugar que en definitiva no era el Valle de la Paz. Parecía extenderse hasta donde la vista no podía seguirlo, había nubes grises como cenizas y la lluvia era más pesada de lo normal, como si en lugar de agua fuera algún compuesto más espeso. Frente a Grulla se erigía un bosque de árboles cuya copa se perdía entre las nubes y el suelo, un barro que parecía succionarlos, le impedía moverse con libertad.

—¿Dónde estamos? —preguntó una voz a su lado.

Grulla se volvió y encontró a Mono, igual de empapado que él, y su pelaje amarillo parecía casi marrón por la opacidad que el agua le causaba. Sus ojos se movían, como siempre, con una pereza general que su cuerpo parecía no captar, por sus hiperactivos movimientos. El ave suspiró, no le hallaba la gracia a eso. Por un lado estaba en un sitio donde no podría volar por tener las plumas mojadas, y por otro estaba con Mono. Podía soportar pelear junto a Mantis, o incluso junto a Tigresa, pero Mono era... diferente. Agua y aceite. ¿Dónde estaba Víbora cuando se le necesitaba? Con ella tenía una mejor relación de compañerismo de lucha.

De los árboles una silueta comenzó a aparecer: un tigre de un pelaje tan naranja que asemejaba el fuego, con unos ojos de iris y pupila negros azabache y esclerótica dorada. Una debilidad sin procedencia le caló el alma y estuvo a punto de hacer caer a Grulla, no obstante, logró resistirlo. Mono, en cambio, fue otra historia. El tigre bufó con molestia, hastiado, cuando se dio cuenta de ambos.

—Me tocó unos peones —gruñó, con voz opaca.

Grulla conocía esa expresión y el tono con el que lo dijo, los estaba subestimando. Los veía como inferiores. Eso le irritó. Hizo los pasos de la Maestría del Chi y Mono lo imitó una vez se puso de pie. Los cuerpos de los dos maestros destilaron un brillo dorado que se ahogaba con el opaco ambiente en el que estaban.

El tigre bostezó en un claro gesto de aburrimiento.

—Al menos resistan lo suficiente.


Donde fueron a parar ambos era un desierto. Grandes e interminables dunas se alzaban por el horizonte, unas muy grandes, otras muy pequeñas, y un sol dorado que irradiaba una cantidad barbárica de calor. Víbora y Mantis estaban aún con el cuerpo entumido, presas de lo que sea que les pasó y los envió a aquel desierto. La serpiente se desenvolvía mejor en ése entorno que el insecto; Mantis, sobre ella, se quejaba sobre que el calor le jugaba en contra. Víbora por otro lado se guardó sus quejas para sí, como por ejemplo, que la arena tenía una consistencia más afilada de lo normal. Tal parecía como si la hicieran sólo para infligir dolor.

Ella volvía la mirada cada tanto de un lado a otro, buscando algún enemigo. No le parecía lógico que los hubieran mandado a ese lugar sólo porque sí, debía haber algo más. Le dio un golpecito a Mantis con la punta de su cola para indicarle que, varios metros al fondo, una silueta comenzaba a dibujarse por entre el ondeante viento caluroso del desierto.

Víbora entrecerró los ojos y pudo diferenciar a una loba gris a lo lejos, que se acercaba con un paso indeciso. Le recordó a los pequeños cuando se les ordena algo y no tienen ganas de cumplirlo.

Ambos realizaron los pasos de la Maestría del Chi.


La zona en donde estaban era una simple roca, una especie de meseta en el pico de una montaña de, como mucho, treinta metros de diámetro, circular y tan alta que se colaba entre las nubes. Byakko gruñó para sí al mismo tiempo en que manifestaba su lanza en la pata; la apretó para canalizar su poder. Estar tan lejos de aquel tigre le jugaba muy en contra: no podía manifestar su Chi en su totalidad sin terminar eliminando su conexión al Mundo Mortal.

Byakko conocía esa habilidad de Qilin, el dios tenía la capacidad de manejar las dimensiones, tanto ya existentes como algunas creadas por él mismo, como si fuera cosa de mover un objeto. Sabía, no obstante, que eso no era algo de coser y cantar, consumía una enorme cantidad de Chi. «Por eso estaba meditando».

La mirada se posó en la hiena que era la Senda, quien le observaba con una sonrisa desquiciada, extasiada. Casi parecía disfrutar con sólo verlo. Un arco voltaico saltó de su brazo y se perdió en el aire. El viento, estaba cargado con una especie de pesadez, como el frío invernal que congela los huesos.

Un ventarrón negro se acumuló en las patas de la hiena, formando dos feng huo lun. El viento que soplaba le agitaba el rasgado abrigo, con marcas de cortes y rasguños, color trigo, un poco más claro que su pelaje. La raída bermuda se tensó al dar un paso.

—Está será la primera vez que mate un dios —carcajeó la Senda. Byakko se irritó con aquella ofensiva voz.

—¿Matarme? —dijo, con voz queda—. ¿Quién te has creído para pensar que osarás matarme?

—Xun. —Hizo una reverencia arrogante, incitándolo a atacarle—. La Senda del Dolor, quien representa el sufrimiento que padecen, causan y disfrutan los mortales. Un placer.

Byakko apretó la lanza con fuerza, recubrió su cuerpo con una armadura de rayos y cargó contra él. ¡Nadie se burlaba del Tigre Blanco del Oeste y Señor del Rayo!

Xun cargó contra él, con armas en alto, soltando una carcajada de total disfrute.



El dolor que le roía los huesos, carcomiéndoselos y sacudiéndoselos como si fuera un sonajero, era ilógico. Podía percibir las mínimas corrientes eléctricas que su cuerpo emitía naturalmente, las que, en teoría, no se podían percibir. Con cada respiración el pecho le dolía cada vez más, como si con cada subir y bajar del pecho, una espada se le clavara más y más. Ru inspiró profundo, para tratar de asimilar el dolor y hacer frente a lo que sea estaba pasando. Aquel lugar no lo conocía, de hecho, casi no sentía la presencia de Byakko.

Donde había terminado era una zona que parecía estar en negativo. El cielo era negro, las nubes de un gris opaco, el sol era blanco (sabía que era un sol porque le calentaba), el suelo era blanco y todo parecía estar recubierto por una especie de vapor dorado. Olía a azufre, lo que le escocía la nariz y ojos, y cuando respiraba sentía como si fuera ácido.

A su lado estaba un panda rojo, Shifu, según se presentaron ambos, revisando el panorama. Un paisaje yermo, sin árboles, sin césped, sin nada más que tierra blanca. Ambos animales coincidieron en que debían salir de allí lo más rápido posible, porque una prologada estadía los terminaría matando.

Captó de reojo a Shifu realizando los pasos de lo que Ru conocía como Maestría del Chi, luego otros que no conocía, unos que le dieron un semblante tranquilo, como en paz consigo mismo. La mirada del maestro estaba alerta y acto seguido, de repente, lo embistió y apartó de la zona. Ru se quedó inmóvil por la sorpresa, para después ser presa del susto cuando, instantes después, la zona donde ambos estaban explotara como si algo muy grande o poderoso chocara contra el suelo.

Una vez Shifu lo soltó, él juntó las puntas de sus dedos a nivel del pecho. «Espero poder llegar como mínimo a la segunda liberación». Acumuló Chi y murmuró un suave «¡Ira azul! ¡Shinto: mar!» y su cuerpo, ya azul, brilló con más ahínco. Casi de la misma tonalidad del océano. «Bien, uno de dos, vamos bien».

Estaba acostumbrándose a los rayos de dolor de distintas magnitudes que le recorrían el cuerpo. Suspiró, generando un ligero vapor. Oteó el lugar del impacto y encontró una gacela de pelaje color paja, con unos pantalones ajustados y una chaqueta manga larga negra. Su rostro no demostraba emoción alguna, parecía una máquina para matar. Sin embargo, lo que más llamó la atención de Ru fueron las dos shuanggou que ella sostenía, dos espadas gancho.

La magatama purpura en su cuello saltó un poco cuando soltó los hombros, preparándose. La Ira era una gran carga para el cuerpo; ya de por sí la primera lo era, si activaba la segunda tenía por seguro que no duraría más de diez minutos. Acumuló Chi en sus brazos, destilando estos una ligera ondulación, como vapor azul, y tiñéndole las negras líneas de un azul marino.

Si Shifu estuvo impresionado, no lo demostró, pero no se amedrentó y ambos cargaron hacia la gacela.


Donde Tora y Terumi terminaron era una zona helada. Enormes montañas de hielo se alzaban perforando el cielo con los picos que se perdían entre las nubes, el suelo no dejaba de expandirse, estaba en constante crecimiento. Si Tora o Terumi se descuidaban, cristales de hielo empezaban a formárseles en los pies. El viento era arrollador, los azotaba sin piedad, y les golpeaba con pequeñas esquirlas de hielo.

Parecía ser una zona glacial con vida propia.

El oponente de ambos era Fen. El tigre con melanismo los veía a ambos con una sonrisa de quien sabe saldrá victorioso. Tora gruñó para sus adentros, ellos, Fen y Girei, lograron matarlos porque los tomaron desprevenidos. Al intentar evitar que mataran a Terumi en un momento cuando ella no soportó estar en el siguiente nivel de la Ira, y Tora la protegió, Fen y Girei aprovecharon para matarlos a ambos con precisión.

Tora sonrió y extendió una pata, tomando a Terumi por el hombro, al mismo tiempo que sonreía un poco. La diferencia entre antes y ahora, es que ahora eran espíritus guerreros, la única forma de morir era si su esencia desaparecía, y estaba un ochenta por ciento seguro de que ni Fen ni Girei tienen tal capacidad. Sin embargo, lo mejor era no dar nada por sentado.

—Un momento, Terumi —dijo Tora, sin apartar sus ojos ambarinos de los de Fen—. Él es mío.

Terumi se volvió y lo miró a los ojos, pasados unos minutos, suspiró y esbozó una de sus enormes sonrisas.

—Tú no eres así, Tora —comentó, con una alegre calma—. Se me hace curioso que te dejes llevar por las emociones cuando eres más analítico que otra cosa.

El tigre blanco se encogió de hombros.

—Hay una primera vez para todo.

Ella asintió y dio varios pasos atrás; una vez a una distancia prudencial, se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y, de igual forma, los brazos sobre el pecho. Tora se quedó un instante admirando cómo aquel rumor rojo fuego, a lo lejos, le daba a la tigresa un aspecto de estar en llamas, expandiéndose y dispuesta a arrasar con todo. Sacudió la cabeza y se volvió.

—Es muy arrogante de tu parte querer pelear solo —siseó Fen.

—¿Acaso olvidas que nos mataron porque estábamos en desventaja y físicamente agotados desde antes de la pelea? —respondió Tora, impávido—. Ahora es diferente.

Fen estiró los brazos a los lados y creó, con Chi, dos gruesas cimitarras cuyas hojas parecían mazas. Tora, en cambio, relajó el cuerpo y suspiró, cerrando los ojos. Apretó las patas y permitió que el Chi en su ya estado de Ira, abarcara todo su cuerpo y se liberara por completo. El cosquilleo de siempre le recorrió los antebrazos y la espalda. El cuerpo fue presa de una presión demasiado intensa, y el escozor, tal como si le rociaran ácido en el pelaje, empezó a extenderse; sabía que eso era por causa del enorme caudal de Chi que manejaba.

Todo en Tora se tiñó de blanco. Las rayas negras desaparecieron. Los ojos ámbares se volvieron blancos, con la única diferencia que lo único negro era su pupila. Y el pelaje ya de un blanco antinatural por estar en la primera forma de la Ira, se volvió casi un blanco acristalado y sus garras, blancas también, crecieron dos veces su largo normal. Al respirar, emitió una neblina blancuzca, tal cual la niebla de media noche. En su cuerpo una fina capa, como si fuera hilada con luz de luna, apareció, y sobre ésta, en su espalda, cuatro figuras tomoe levitaban, formando un círculo.

Abrió y cerró las patas, muy despacio. Cuando estuvo complacido con el resultado, alzó la mirada y se percató de que Fen había perdido aquella sonrisa burlona.

¡Ira blanca! —murmuró Tora—. ¡Fase lunar: Tsukuyomi! —Flexionó el cuerpo para dar un salto e impulsarse hacia Fen—. No te sorprendas si te mato muy rápido.

Saltó y con una vertiginosa velocidad conectó el primer golpe, con los dedos juntos y asemejando una punta de lanza, el Puño Aguja de la Rama Blanca, al tigre con melanismo, llenándose de icor negro la pata.



Fai luchaba con todas sus fuerzas contra el ridículo poder de su oponente. Manjari, como ella se había presentado de forma presuntuosa, tenía una habilidad que era, más que ridícula, aterradora. Con un tambo, una barra que asemejaba una batuta, moviéndolo con notoria burla, le había ordenado detenerse. Fai se había burlado, pensando que debía ser una broma de mal gusto, cuando entonces su cuerpo se detuvo en seco y los brazos, como si fueran guiados por unas patas suaves y cariñosas, quedaban extendidos a ambos lados y caía de rodillas.

La zorra plateada, de un negro y un gris tan intensos como el baile de luces de la luna y la noche, caminaba hacia él, arrastrando un delicado hanfu blanco. Fai gruñía por dentro, porque ni sus labios le obedecían.

Cuando Manjari llegó con él, le levantó la barbilla y fijó sus ojos con los propios. Al menos, para suerte del león, ya no le afectaba aquella extraña sensación al ver los ojos de las Sendas.

—Me da lástima tener que matarte, Guerrero Dragón Imperial, tienes potencial para ser parte de mis marionetas.

Fai cerró los ojos, que era lo que podía controlar a voluntad, y se ubicó en el lugar. Ya lo había visto cuando llegó, pero apenas tuvo consciencia de éste, Manjari con una orden lo tuvo bajo su poder. Era una especie de sabana o reserva, de hierba dorada y árboles de los colores de las piedras preciosas. Todo en ese lugar parecía ser benévolo, pero Fai no se confiaba.

Se le hizo difícil concentrarse, porque mientras más hablaba Manjari, la voz más le calaba y relajaba, de la misma forma en que una nana arrulla a un pequeño. «Su voz no es normal...». Se sentía casado, con sueño. Intentó con todas sus fuerzas mover los labios para poder entrar en el tercer estado, pero no le respondían.

¡Abre los ojos! —le ordenó ella, imperante. Y Fai, contra su voluntad, lo hizo. ¡Si tan sólo pudiera o mover los labios o girar el anillo una vez!—. Muy bien. —Los ojos de la zorra repararon en el anillo—. ¿Qué es eso? Percibo una cantidad enorme de Chi de ese anillo. ¡Quítatelo!

Fai sonrió para sus adentros, cuando su cuerpo se enderezó, aún arrodillado, y una de sus patas se dirigió a la otra para quitarlo. Esperó con tortuosa lentitud el momento, aquel anillo no podía quitarse sólo tirando, había que girarlo para lograrlo, y a la primera que lo hiciera...

—Mientras estás en eso, Guerrero, ¡dime tu nombre! —comentó sin ánimos, como quien ya saborea la victoria.

—Fai... —Se oyó decir, con una voz plana, que no era suya; sus dedos ya tomaron el anillo y empezaron a girarlo.

Trazó un círculo y el viento lo envolvió por completo, pitándole los oídos. Oyó el grito, distorsionado por la fuerza de las revoluciones del aire, de Manjari, pero su cuerpo no reaccionó a ella. Sonrió, comprendiéndolo. Sonido. Su poder abarcaba el sonido. «Si no la oigo, no tendrá poder en mí».

—¡Duhkha! —gritó.

El huracán que estaba formándose a su alrededor y que lo envolvía como si quisiera protegerlo, empezó a achicarse. Las paredes de aire estaban cada vez más cerca, hasta que comenzaron a contornearle el cuerpo. Sólo podía dominar, normalmente, el Duhkha por un corto período de tiempo, pero quería probar cuánto le ayudaba el anillo que Wang le entregó.

El aire de ese lugar estaba lleno de partículas rebosantes de Chi que el león aceptó de sumo grado, complacido. Lo había leído una vez en los Rollos Imperiales: los Guerreros podían obtener energía de su elemento así como las Bestias. La presión del aire aumentó, haciendo que Manjari se cubriera con las patas, colocándose a resguardo; no lo veía, pero sí lo percibía mediante el flujo del aire.

El dolor de entrar en el Duhkha no pareció menguar gracias al anillo, sin embargo, lo notaba más potente. El aire empezó a delimitarle una especie de traje, así como el del Guerrero Dragón cuando pelearon contra Genbu. Una tela de malla, gris, que se movía girando sobre cada parte de su cuerpo, a muy rápidas revoluciones, le recubrió las piernas, brazos, pecho y parte del cuello. Una aireada camiseta le recubrió el pecho y unos pantalones de entrenamiento, las piernas; rematando con una rasgada bufanda al cuello y una capucha, negra como un huracán, cubriéndole la cabeza.

Con sólo pensarlo, el potente viento se arremolinó en sus patas y conformó sus cuchillos cuerno de ciervos, idea que desechó para hacer aparecer su espada Hsu. Ahora que se fijaba bien en su atuendo, éste y la espada combinaban como si fueran del mismo juego. La apretó entre sus dientes.

Fai levitaba con un porte orgulloso, casi divino, sobre el suelo. El aire formaba ondas en la hierba y arrojaba despedido a todo lo que no tuviera una base sólida. Manjari estaba a punto de salir despedida también, mientras agitaba su tambo y movía los labios con frenesí. Fai sonrió con enojo, ¡qué habilidad tan baja! ¿¡Cómo había osado controlarlo con esa técnica tan estúpida!?

La mataría por humillarlo.

No sólo la mataría.

Lo haría tan rápido que ni ella se percataría cuándo le llegó la muerte.

«Más poder», pensó, girando por segunda vez el anillo en su dedo.

Esta vez el dolor le tiñó la visión de rojo por un instante, pero lo valía, porque el viento rugió casi como si fuera un dragón verdadero. Él era el ojo del huracán. El hanfu de Manjari ondeaba como un estandarte de guerra, mientras ella le apuntaba con el tambo, sin éxito; sus ojos negros dejaban en claro su frustración.

Fai estiró los brazos a ambos lados, y bajo él apareció, hecho con su propio Chi, el emblema de la Casa Imperial: un dragón dorado dentro de un círculo. Los movimientos que hacía, aunque no los conocía, los realizaba porque éstos aparecían en su mente como un papiro abierto.

Una barrera de viento apareció tras Manjari y ella, cuando Fai le ordenó a los vientos cerca de los pies de ella levantarla, chocó contra la barrera y se mantuvo inmóvil por la presión. Las ondulaciones en la hierba causada por el aire aumentaron su potencia, llevándose consigo piedras y algunas plantas. El león acumuló una enorme cantidad de aire y Chi en sus patas; casi podía sentir el aire destruirle los huesos.

Giró un poco su cuerpo, quedando de medio lado, con una pata apuntando adelante y otra hacia atrás. Abrió la boca y con el pensamiento hizo que la espada Hsu flotara en el aire y terminara en la pata que apuntaba hacia atrás; una vez la tomó, sintió una corriente eléctrica subirle por el brazo. Más Chi aún.

Se inclinó hacia adelante y atacó. Su cuerpo giró como un tornado, con el mismo sonido de un fuego artificial que se elevara hacia el cielo, precipitándose hacia Manjari, y apuntó la espada hacia ella. La barrera de viento se disipó y el aire se reagrupó con él, aumentándole la velocidad y la potencia.

La Senda quedó suspendida en el aire un brevísimo instante, antes de que Fai la atravesara de lado a lado, desmembrándole un brazo y llevándose consigo parte de su pecho y tórax.

Sus revoluciones terminaron y Fai perdió el control, chocó contra el suelo y el Chi se disipó. Un temblor y entumecimiento lo asaltaron, y estuvieron a punto de arrancarle un grito de dolor. Cada célula le dolía, era como si explotaran.

Empezó a ponerse de pie con mucha dificultad.

—Es imposible... —jadeó— que haya sobrevivido a eso. La mutilé.

No se había vuelto a ver el cuerpo cuando lo escuchó. Un fuerte, resonante y grave latido.

¡Pum, pum!

Por primera vez desde la pelea donde murieron Yuga y Zhang, Fai sintió el miedo, sólido y frío, bajarle por la espalda y erizarle el pelaje.

¡Pum, pum!

Volvió un poco la mirada y encontró a Manjari, sangrando profusamente una especie de icor negro y con una sonrisa que era de diversión pura. Su carcajada le caló hondo, y lo hizo girarse por completo y dar un paso atrás.

Manjari estaba de pie a duras penas, el brazo izquierdo, el seno y pectoral izquierdo, y gran parte del abdomen no estaban. Sólo era un espacio hueco por donde se veía a través.

—No... no puede ser —murmuró—. La ataqué con todo el Chi que tenía.

La carcajada subió de volumen, haciéndolo sentir como un cachorro frente a un verdugo.

—Nunca esperé que ese anillo fuera una de las Reliquias de Wang —dijo Manjari, con negra sangre mojándole el pelaje de la boca—. Mira que llevarme a este extremo. A mí. La Senda Espiritual y líder de las demás.

Fai dio otro paso atrás e intentó girar de nuevo el anillo, sin éxito. «¿Esta basura tiene que recolectar Chi?».

Los blancos colmillos brillaron cuando abrió las fauces para soltar una carcajada.

—¡Pensé que me matabas, bastardo! —Rio.

Manjari, con el brazo que le quedaba, movió su tambo de forma vertical, hasta que éste quedó apuntando al suelo.

¡Domina... —Lo arrojó al aire; el tambo giró y cuando descendió, ella lo tomó— Manusya!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro