XXIX
La velocidad de Zhang era irrisoria, no porque fuera cómico, sino que era tan absurda que rayaba lo ridículo. En cuestión de un segundo, de un parpadeo, para que en su carga hacia Fai, él lo alcanzara y con la palma abierta, como si le fuera a dar una bofetada, el lobo le diera un seco golpe en el pecho al león. Y entonces Po notó la potencia y fuerza que Zhang poseía, dándose cuenta por primera vez que se alegraba porque en ese plano universal sólo hubieran cinco dioses, seis, contando a Qilin. Si existiesen más que ellos, era seguro que hace muchísimo tiempo hubieran muerto todos.
Fai salió despedido, como el corcho de una botella al abrirse, hacia una pared y se estrelló contra ella. Po se puso en guardia ante esto, forzando a su cuerpo a volver a estar al máximo de sus tres Puntos ya abiertos, sintiendo el golpe de su corazón latiendo más rápido. Alzó las patas y abrió las piernas, en una posición más defensiva que de ataque, por si Zhang lo atacase.
Los ojos fríos del lobo, con aquel pelaje azul negruzco, parecían de un espíritu que traía la muerte a donde quiera que fuera.
—Mi lucha no es contigo, Guerrero Dragón —dijo, con una voz hueca, profunda y que sonaba como tormentas rompientes—. Pero si Fai no me detiene, ten por seguro que iré a por ti y los demás.
Po no comprendía cómo, con ese poder, él no se liberaba de la manipulación de la que era víctima. Entonces, lo comprendió. Volvió la vista lentamente, hacia la zorra que se hallaba sentada cerca de Qilin. «Ella los controla, sí la derroto...».
Se giró con rapidez y saltó, propulsándose hacia la zorra, pero fue interceptado por un fuerte y certero golpe en su costado, que lo hizo desviarse y derrapar en el suelo; apenas pudo caer bien para no lastimarse, gracias a sus reflejos aumentados por los Puntos.
Alzó la mirada en busca de su atacante cuando se detuvo, encontrándolo. Kan, el león que Seiryu había aprisionado, aterrizaba con una calma de otro mundo, con su vara triple envuelta alrededor del cuello, cual una bufanda.
Al tocar el suelo se la quitó y la unió, formando una vara y poniéndose en posición de ataque. Su serenidad competía con la que le había visto a Fai.
—Quien diría, Po Ping —dijo, con un tono aunque incitador, tranquilo—, que el agua que controlas respondería a tus emociones. Muy mal momento para sorprenderte. —Golpeó el suelo con su vara triple, agrietando unas rocas del empedrado—. ¿Comenzamos con el segundo asalto?
Un golpe. Una patada. Un barrido. Un intento de llave. Muchos eran los golpes que ambas felinas intentaban para derrotar a la otra, pero todos eran repelidos o detenidos, emparejando la lucha a partes iguales. Tigresa se molestaba y sentía cómo un rugido se le anudaba en la garganta, incesante por salir y atronar en el ambiente, sin embargo, su atención fue tomada un momento por las nubes negras que se formaron en el cielo, opacando la luz solar y sumiendo al Valle en un ambiente frío y depresivo.
Eso le costó caro, porque Yuga aprovechó para asestarle una patada con finta al estómago, haciéndola doblarse y, acto seguido, un puñetazo a la mandíbula, que aturdió a Tigresa. Le leona saltó un poco y giró trescientos sesenta grados, conectándole una patada a la mandíbula que, con la inercia del giro, tuvo más potencia e hizo a Tigresa caer y estamparse contra el suelo.
—Vamos, vamos, Maestrilla —se burló ella, dando pequeños saltitos a los lados, como un luchador calentando—, ¿eso es todo?
Tigresa rugió. ¿Quién se creía que era? ¡Sólo una simple leona, hermana de un león engreído y que merecía unos cuantos espadazos por su actitud! «Son iguales, ambos hermanos».
—No puedo creer que el Pequeño Fai sea compañero de una debilucha como tú —bufó.
Se irguió y cargó contra Yuga, iniciando un combo de golpes y patadas. Al demonio con el estilo tigre, Yuga peleaba con un estilo callejero, un estilo entrenado no podría ser rival para ella, porque le guste o no, un maestro que lucha contra otro maestro, sabe por experiencia cuáles movimientos esperar y cómo contraatacarlos. Sin embargo, en el caso de ser un estilo de calle, donde no hay posturas, ataques claros y definidos, sino una amalgama de todo, que se ajusta a la situación, tratar de esperar algo predecible era un suicidio.
Alzó sus patas, a nivel del rostro, y con saltos a los lados, comenzó a dar golpes, unos tras otros. Yuga sonrió por esto, sin decir una palabra; sumiéndose ambas en una lucha sin cuartel.
Yuga lanzó un derechazo, Tigresa lo esquivó agachándose. Ella lanzó un gancho al mentón, ascendente, pero la leona lo evadió con ladear el rostro a la derecha. Ésta lanzó una patada ascendente, que Tigresa paró recibiéndola con el antebrazo izquierdo, para rematar con un derechazo a las costillas de la leona. Conectó, haciendo que ella soltara un gemidito por el dolor, causando que Tigresa sonriera. Yuga contraatacó con un golpe que la felina evadió con un salto hacia atrás.
Ambas separadas, la maestra se limpió los labios con el pulgar, arrogantemente.
—¿Qué decías? —sonrió, respirando con pesadez—. ¿No me digas que no puedes con una simple «debilucha»?
Yuga gruñó, alzando la mirada y frunciendo el ceño con un parecido irreal a Fai. Atacó. Lanzó golpes sin detenerse, Tigresa esquivó unos, recibió otros y bloqueó unos pocos, pero dio con algo que le hizo sonreír aún más: un patrón de pelea.
La leona dio un amplio golpe con la pata derecha, Tigresa se agachó y lo esquivó. «Ahora viene...» Un placaje con el codo hacia el frente; lo frenó. «Y luego...» Un gancho izquierdo; se ladeó para evitarlo. Yuga rugió aún más, molesta porque sus golpes no conectaban, aumentando la cantidad que enviaba. Tigresa, no obstante, memorizó el patrón de ataque de la leona, sólo necesitaba una brecha.
Tres patrones consecutivos después, Tigresa se animó a atacar. Yuga lanzó un amplio golpe con la derecha, y la maestra lo detuvo, le giró un poco la muñeca y le conectó un puñetazo certero, que le hizo sentir la vibración subirle por el brazo, justo en la caja torácica, justo debajo del seno derecho. Acto seguido, con el codo, le conectó un golpe a la sien, que habría matado a cualquier animal, mas a la leona, quien en teoría ya estaba muerta, le hizo volver la cabeza en un latigazo.
Tigresa, quien aún le tenía la pata derecha tomada a Yuga, se giró, pegándose a ella y haciéndole una llave para tumbarla al suelo. El cuerpo de la felina trazó un arco por sobre la maestra, y cuando estuvo en un punto donde podía golpearla, Tigresa le dio un rodillazo en el estómago, mandándola lejos.
Volvió a mirar hacia donde Fai y Po, quienes tenían la batalla reñida; su panda estaba a duras penas resistiendo contra el fallecido Emperador. Tigresa se preguntó si el león le daba una ruda pelea porque era experto en lo suyo, o porque Po estaba muy agotado.
Una cosa era clara: necesitaba terminar su pelea rápido y ayudar a Po.
—Al demonio con esto —murmuró para sí, concentrando su Chi en las patas, tiñendo su pelaje de un tono aún más rojizo—. Es hora de acabar.
Corrió hacia Yuga, quien se ponía de pie, y ésta al notar que se precipitaba hacia ella, se apoyó en las patas y con sus piernas hizo un barrido amplio, intentando derribarla. Tigresa saltó, evitando tropezar, para al caer, asestarle un puñetazo en la mejilla, que la estampó contra el suelo.
—¡Cobarde! —gruñó la leona, realizando otro barrido y poniéndose de pie con una maniobra—. Peleando con un poder prestado.
Tigresa comenzó a acumular todo lo que le quedaba de Chi en la palma de su pata derecha, siguiendo un principio simple del Kung Fu: si te centras en un punto, tal es capaz de quebrar el hierro. Era un pensamiento simple, una guía para aprender, después, a quebrar madera de un golpe, piedras y rocas. Si lo aplicaba al Chi, tal vez podría terminar aquella pelea de un solo golpe.
El calor de toda su energía canalizándose en un solo brazo empezaba a aumentar, haciendo al aire vibrar, como cuando la temperatura ambiental estaba tan alta que parecía que el horizonte se desdibujaba; algunas hierbas en el suelo empezaron a chamuscarse.
—No lo tomes a mal —dijo, conteniendo un gruñido. «Esto es complicado.» Se sostuvo el brazo derecho con el izquierdo, porque le comenzaba a temblar—, pero debo acabar contigo lo más rápido posible. Alargar esto sería la muerte para la mayoría.
—¡No me subestimes, tigresa de quinta! —gritó Yuga, cargando contra Tigresa.
Sabía que le faltaba tiempo. Necesitaba más fuerza para poder, a su juicio, colocar toda su energía en un golpe que la borrara en un segundo, sin embargo, si Yuga le lograba hacer un placaje, le seguiría una llave que la dejaría inhabilitada. El brazo le temblaba al soltárselo, y al abrir la pata para liberar el Chi acumulado, una fuerte llamarada emergió, rugiendo como un dragón naciente, hacia la leona, quien lo esquivó apenas por los pelos, recibiendo quemaduras en su pelaje.
Tigresa se mareó al soltar tal cantidad de fuego, sin embargo, pasados unos segundos, recuperándose para esquivar apenas una patada giratoria de la leona, se dio cuenta de algo. No estaba tan agotada como cuando usó el abanico. Además, al condensar su Chi en su pata y liberarlo de golpe, creó una llamarada significativa.
Parece que ya lo vas dominando... dijo la voz de Suzaku en su mente, y tan rápido como vino, se retiró.
Eso la descolocó un poco, sin embargo, le aclaró un punto importante. Iba por buen camino. Ahora, debía repetirlo de nuevo. Acumuló energía en su pata izquierda y, cuando llegó al punto en que comenzaba a temblar, lanzó un golpe, emanando la misma cantidad de fuego de ella. Dicho movimiento la agotaba, pero era una mejora. Si tan sólo pudiera lanzarlos consecutivamente, reduciría a Yuga sin problemas.
«Pero sí puedo hacerlo —se dio cuenta—. Es como el entrenamiento con los árboles de hierro. Si concentro la cantidad de fuerza necesaria, se mueven; si la disminuyo, me lastimo; pero si me excedo, los destruyo. Sólo necesito hallar la proporción correcta».
Y sabía cómo hacerlo: al estilo Po. Ensayo y error.
No obstante, teoría y práctica eran dos cosas distintas.
Yuga, mientras Tigresa lanzaba mandobles y golpes con distintas llamaradas de fuego naciendo de sus puños y patas, que se despedían en línea recta, le conectaba golpes y patadas por el cuerpo. Era un ir y venir de puñetazos y tacleadas, llaves y derribos, sin embargo, justo antes de que Yuga la tomara del cuello, con una sonrisa un poco loca, Tigresa halló el punto exacto.
Cuando dio un golpe que iba al estómago de Yuga, éste fue acompañado instantes después por una leve llamarada, que no la mataría, pero sí le dejaría una buena quemadura. La leona gimió adolorida, señal que le indicó a la tigresa el momento para iniciar la secuencia de ataques.
Los dio sin parar: golpes, patadas, llaves, zarpazos; una y otra vez. Las flamas de fuego que los acompañaban daban a los golpes cierta belleza, dotándolos con un brillo efímero, que se extinguía rápido. Tigresa se agachó, dio un barrido con la pierna, logrando que Yuga cayera de espaldas al suelo. Saltó lo más alto que pudo, elevando su pierna a la altura máxima; mientras caía, la recubrió de Chi, envolviéndola completamente de fuego.
Impactó, con un rugido de Tigresa y un grito ahogado de Yuga en el suelo. Tal fue la potencia que las llamas se extinguieron de la pierna de la maestra y éstas se esparcieron, como una onda sobre el agua, por el suelo, agrietándolo y dejando una impresión de una quemadura circular.
Tigresa cayó de lado, intentando ponerse de pie, sin lograrlo. Las piernas le temblaban, dando espasmos sin control de un lado a otro. De reojo observó a la leona, quien estaba inerte en el suelo, y en donde Tigresa le dio la patada con el talón, había un hoyo negro, como un cráter de volcán. Los ojos de Yuga estaban en blanco, y parecía que un humo lechoso se movía dentro de éstos. Sin duda, muerta, definitivamente.
—¿Por qué no puedo levantarme? —jadeó Tigresa, para sí misma.
Me sorprende que sigas consciente aún, comentó la voz de Suzaku en su mente. Podía percibir cierta sorpresa y algo de respeto de su Bestia Divina.
—¿Qué quieres decir?
Mortales, refunfuñó ella, siempre tan imbéciles. De entre todos los guerreros, mortal, tú eres la que más complicada tiene la situación. Has llegado al nivel del guerrero de Seiryu con mi elemento, eso te lo reconozco, pero dominarlo como él, aún te falta mucho.
—No entiendo —murmuró.
¡Fuego!, gritó Suzaku; a Tigresa le dio vueltas la cabeza. Yo soy fuego. Por ende, tú también lo eres. A diferencia del agua, la tierra, el rayo o el viento, mi elemento no está tan fácilmente en el ambiente. No lo tienes a mano. ¿Cómo crees entonces que lo produces?
En teoría el fuego sí estaba en el ambiente, sólo que no es estado único, como el agua, el aire, la tierra o el rayo; el fuego era consecuencia de algún fenómeno o procedimiento realizado, sea encenderlo o que le siga a la caída de un rayo o una elevación de la temperatura. Sin embargo, como ella no tenía nada con que encender una fogata y no había llamas cerca, la única opción que le quedaba era...
—De mí —comprendió, por eso sentía esa debilidad.
¿Ves que no es difícil pensar? Hubo una pausa. El Chi solo no es un medio para crear un elemento, debes mezclarlo con Chi divino para hacer que surja. Parte de mi Chi está en ti y cuando tú creas fuego, lo que haces es sobrecalentar las partículas de energía tanto tuyas como mías dentro de ti, usando como yesca tu cuerpo. Tu grasa corporal.
No le fue muy difícil deducir lo que pasaría si lo usaba tan seguido. Su cuerpo se consumiría. La grasa corporal no era algo eterno, y como maestra, su deber era que no proliferara en su cuerpo, manteniéndola a raya con los entrenamientos, fortaleciendo los músculos. Sin embargo, cuando ya no hay grasa que quemar en el ejercicio, siguen los músculos.
Exacto, le leyó la mente Suzaku. Si usas mis emanaciones de fuego como si fuera el aire mismo, te consumirás viva. Muchos de mis Guerreros lo han intentado, y para variar, has sido la primera que lo ha logrado. Felicidades, supongo. —Una pausa—. Ahora, mortal, te toca detener a Qilin.
—Me tocó la mejor Bestia de todas —ironizó Tigresa, intentando llegar gateando en cuatro patas a una pared para poder recuperar energías—. Qué maravilla.
Estamos iguales, mortal. No me tocó la mejor combatiente que digamos. Pero se hace lo que se puede; al menos no he decidido que mueras, ¡alégrate por eso!
Tigresa soltó aire muy despacio, intentando calmarse e ignorar el tono burlesco y ofensivo del comentario de su Bestia. Era una cínica en toda regla. Al llegar a una de las derrumbadas paredes de piedra del Valle, observó el panorama: Byakko lanzaba ataques con rayos hacia Qilin mientras peleaba contra una loba, Girei los absorbía y los devolvía, impidiendo que el dios tigre avanzara mucho, en caso de superar a la loba; Shifu y Ru estaban peleando contra una gacela; los Furiosos restantes terminaban de evacuar a los aldeanos; Fai luchaba contra Zhang; y Po contra el antiguo Emperador.
Quería ayudar, pero su cuerpo le dejó claro que primero debía descansar, al menos por poco tiempo.
Era ridículo cómo Kan se superponía a Po con una destreza digna del mejor de los asesinos.
—Me estás subestimando, Po Ping —gritó, dándole a Po una serie de patadas en el estómago, seguido de un golpe con la vara triple en el cuello, haciéndolo quejarse—. ¡Pelea enserio! —Po alzó una pata para evitar un golpe que venía, sin embargo, Kan se movió con la flexibilidad de un zorro y terminó por dar una patada en el lado que tenía desprotegido; Po cayó con un estrépito al suelo—. ¡Levántate!
Po intentó hacerlo, pero el cuerpo le temblaba demasiado. «Son los Puntos —pensó—. He llegado al límite en que mi cuerpo tolera tal cantidad de poder. Si los sigo manteniendo...». No obstante, no podía desactivarlos, hacerlo era una muerte segura, caería en un letargo para recuperar su energía, lo que lo dejaría en un sueño casi mortal, donde sólo se despertaría cuando estuviera sano. No podía arriesgarse. Pero si abría el Cuarto Punto, comenzaría a tener una muerte paulatina, mientras más los tuviera abierto, a partir del Cuarto, no duraría más de dos horas así.
Y el tiempo se reducía drásticamente con cada punto abierto.
El antiguo Emperador se agachó y le levantó la cabeza tirándole de los cabellos, buscando sus ojos.
—No puedo creer que tú fueras quien mató a Tai-Lung —escupió con asco, su ceño fruncido era casi de piedra—. ¿Tú derrotaste a Shen? ¿Tú destruiste a Kai? —Las palabras del Emperador eran de un odio sorpresivo—. No tienes ni la fuerza, ni la influencia, ni el poder de ellos. ¿Cómo lo hiciste entonces?
Jadeando, Po miró hacia donde estaba Tigresa, sintiendo una aprensión por ir a ayudarla. Estaba contra una pared, luchando por mantenerse consciente. Kan siguió la línea de sus ojos, topándose con Tigresa.
—Ya veo —murmuró, con un tono oscuro—. Es ella. Una hembra. —Suspiró, soltándolo y poniéndose de pie, estirándose el cuello y dando pequeños saltitos a los lados, sosteniendo su vara triple—. Ya lo entiendo. Y lo comprendo, Po Ping; un interés amoroso siempre saca los mejor y peor de nosotros. Veremos —añadió, flexionando las rodillas—, si puedo enfrentarme a quien luchó contra los que amenazaron mi imperio.
Empezó a correr hacia Tigresa.
Po intentó ponerse de pie, pero sus piernas parecían de goma, no conseguía la fuerza para levantarse.
—Seiryu —susurró, llamando a su Bestia con desesperación.
Nada. No había respuesta. Por alguna razón, no lograba conectar con Seiryu. «¿Dónde estás? Necesito tu ayuda». De igual forma, nadie respondía.
Kan estaba acercándose más y más a Tigresa.
No podía dejar que la lastimaran. No importaba que eso significara la muerte propia; su deber, primero que ser el Guerrero Dragón, antes que ser el protector de China, muchísimo antes de velar por el Palacio de Jade, era proteger a Tigresa. Se irguió como pudo, apoyándose en los brazos e inspiró con fuerza, preparado para todo.
—¡Cuarto Punto, el de la Envidia... —empezó a sentir un calor dentro de sí, tomando como punto de origen el estómago, acto seguido del círculo que tenía sobre el corazón, salió una línea que se conectó con uno que estaba formándose sobre su estómago, uniendo así esos dos junto al de la garganta y el entrecejo. Parecía un mapa de venas—, Abierto!
El dolor que había cesado al momento de abrir el Tercer Punto, volvió con más fuerza, encabritado y dominante, haciéndolo jadear. Sin embargo, Po se sentía más poderoso, fuerte e imparable. Flexionó los dedos y se impulsó en al aire, dejando una gruesa cantidad de escarcha y fragmentos de agua congelada por donde pasaba.
Se enderezó en el aire, alcanzando a Kan, quien ya estaba casi a dos palmos de Tigresa. Cuando estuvo a punto, literalmente sobre el león, lanzó un golpe descendente, conectándolo en la espalda del antiguo Emperador y estampándolo contra el suelo. Kan rugió del dolor, para después quedarse en silencio. Po le apretó el pelaje, como si lo fuera a levantar, y movió la pata de la misma forma se cerraba una cerradura, causando que todo el cuerpo se le congelara. En lugar de Kan, había un bloque de hielo con él dentro.
Po, quien había caído junto con el león al dar el golpe, se puso de pie y dio varios pasos torpes y temerosos hacia Tigresa; preocupado por su estado.
—Ti —la llamó, cuando estuvo a su lado, agachándose y tomándole una pata—, ¿estás bien?
Con cansancio y esfuerzo, Tigresa abrió los ojos, buscando los suyos. Cuando ámbar y jade se encontraron, una semisonrisa se le dibujó en los labios, agotados y resecos. Él le pasó una pata por el cuello, bajando con lentitud por su espalda, hasta estar tan bajo, casi sobre su cola, como para empujarla y ayudar a la felina a recostarse en la pared por completo.
Su respiración era pesada y débil, muy agotada.
—Sólo... sé me fue la pata, Po. —Sonrió por completo, dejando ver sus colmillos con ligereza—. Mi elemento es un arma de doble filo.
Sin perder tiempo, Po le colocó la pata que tenía libre, la derecha, sobre el pecho y cerró los ojos. El palpitar conciso y regular de su corazón pareció latirle dentro de sí, subiéndole cada pum, pum, por el brazo y retumbándole dentro. Captaba el movimiento de la sangre dentro de ella, comprendiendo que ya que tenía el Cuarto Punto abierto, todo lo que fuera líquido o tuviera agua estaría bajo su control. Sin embargo, le sorprendió cómo su cuerpo parecía desgatado, sus músculos temblaban internamente, consumidos.
Le hizo presión con la pata en el pecho, mientras que con la otra la empujaba hacia sí, acercándola. Recostó su frente contra la de ella y cerró los ojos. Necesitaba concentrarse para poder sanar su cuerpo, aunque si era sincero, no tenía idea de cómo lo hacía. Su Chi empezó a adentrarse en ella, curándola, para ser tomado por sorpresa cuando Tigresa le colocó una pata en la mejilla. Po abrió los ojos de golpe, encontrando el rostro de ella demasiado cerca del propio.
Y así, sin más, la besó. Cerró los ojos dejándose llevar, sintiéndola por completo. El rasgar suave de sus zarpas contra su mejilla; cómo donde sus patas la tocaban, había un calor agradable, acogedor; sus labios quebrados, que parecían pedirle que le insuflaran vida; pero lo mejor fue cuando ella lo profundizó, haciéndole explotar el cerebro al sentir, extraño y maravilloso, el roce de su lengua contra la suya.
La bella experiencia se detuvo al momento, cuando sintió un dolor enorme fragmentarle el pecho y varias zonas de las piernas y brazos, intentó separarse, mas no pudo. Po abrió un poco los ojos, lo suficiente para que la silueta de Tigresa apareciera frente a él, hermosa y fuerte como sólo ella era, notando así el brillo delicado que ambos emitían. Suave, ceremonial, armonioso, era la forma en que el Chi de sus cuerpos, azul y rojo, se unía en un purpura que asemejaba las miles de flores que crecían cerca del Palacio de Jade.
Al poder separarse, Tigresa estaba como nueva, sin un rasguño, sin cansancio y con tanta vida en la mirada que le hizo a Po sonreír como un idiota. No obstante, quien estaba como si lo hubieran apaleado, era Po. Se preguntó qué pasó, sin embargo, recordó lo que Seiryu le había dicho: que la Resonancia permitía intercambiar las heridas, por lo que él había visto en una antigua pareja que también poseyó la Resonancia. Y eso acabó de ocurrir: invirtieron sus estados. Mientras ella estaba sana, él se hallaba malherido.
Adolorido y con la cabeza zumbándole del dolor, además del mismo recorriéndole cada vena del cuerpo con cada uno de sus latidos, no le importó que pudiera morir si seguía así. Tigresa estaba a salvo, nada más importaba.
La ayudó a ponerse de pie y le tomó la pata, donde sus energías se unían en una mezcla que parecía que el rojo le daba vida al azul y viceversa. Como el yin y el yang.
Ella lo miró, sonriendo.
Él se la devolvió, a su lado sentía que podía destruir al mismísimo Qilin sin esfuerzo.
No hubo necesidad de palabras, Po la comprendió a la perfección. No le estaba preguntando si estaba bien, o si quería descansar, sus ojos le dijeron lo que, siendo Tigresa, quería: seguir luchando. Pelear con él y superarlo con él. Entonces, de un momento a otro, como un haz de luz que se ve por un instante, la imagen que tuvo de Tigresa encadenada en el barco de Shen, deprimida por su posible muerte, le asaltó la mente. La apartó. «No moriré; no lo haré. Seguiré vivo por ella».
Una neblina negra rompió el contacto visual de ambos; a lo lejos, junto a Qilin, Girei, la loba y la gacela iniciaban su liberación. Al hacerlo, Po sintió como si le cayera un yunque sobre los hombros, porque estaban muy agotados todos como para seguir peleando. No obstante, Ru gritó, llamando a Byakko, éste sonrió y se precipitó convertido en luz pura hacia el viejo tigre, adentrándose dentro de él.
—¿Byakko acaba de volar dentro de él? —se sorprendió.
—Así parece. —El tono de Tigresa parecía igual de confundido que el de Po.
Ru se tambaleó hacia los lados, como si fuese a caer, pero se logró mantener de pie. Acto seguido un rayo cayó sobre él, para amoldársele al cuerpo y darle una especie de armadura imperial, muy parecida a la que Tigresa usaba en el Duhkha. La gacela le atacó, pero a Ru le bastó con girar en el aire para golpearla, estampándola contra el suelo, con una lanza igual a la de Byakko en su pata.
Tigresa le soltó la pata a Po y se tronó los dedos y cuello, como una peleadora antes de un asalto.
—¡Duhkha! —murmuró, tomando su cuerpo el aspecto que ya Po conocía, mas eso no lo impresionó menos que antes. Se veía maravillosa. Fuerte—. Po —preguntó, volviéndolo a ver—, ¿listo para luchar?
Sin embargo, de un instante a otro, la armadura desapareció, dejándola con su traje rojizo de entrenamiento.
—¿Qué? —se sorprendió—. ¿Qué pasó?
—Tal vez sea tu cuerpo, Ti —intentó razonar Po—. Estás apenas recuperada, date unos momentos para poder usarlo.
—Puede ser. —Asintió.
—Sólo ten cuidado —le dijo—. No quiero que te pase nada.
—Estaremos bien.
—Lo digo enserio, Ti —insistió, colocándole una pata en el hombro—. No quiero perderte.
—Somos un equipo, Po —repuso, dando un leve asentimiento para afianzar sus palabras—. Siendo un equipo, ¿qué ha de pasar?
No respondió, sino que le sonrió por completo, como un cachorro, antes de los dos correr hacia donde Ru-Byakko estaba apaleando a la gacela.
El suelo tembló ligeramente cuando la loba, que brillaba como un ópalo, unió los puños unidos en una pose de meditación.
Protegiendo a Qilin, siendo él la última línea de defensa de su Señor, Girei se mantenía estoico frente a Byakko, quien cada tanto, cuando Ju se replegaba para un nuevo ataque, lanzaba un rayo hacia él, que la Senda Elemental absorbía. Tal vez Byakko no lo supiera, pero mientras más energía elemental absorbiera, más fuerte se volvía. «Sigue así y pronto estaré a tu nivel». Sin embargo, Ju, la Senda Divina, no dejaba que el dios realizara un ataque peligroso. El pensamiento colectivo era claro: si pudo matar a Xun, cuando éste en teoría no podía morir, lo mejor era evitar que hiciera aquello una segunda vez.
Mei, por otro lado, se estaba divirtiendo contra un panda rojo y un tigre azulado; la gacela de la Senda Media iba y venía en ataques certeros, que los viejos animales esquivaban por poco. Girei pudo detectar ciertos flujos en el aire cerca del panda rojo que se asociaban a la Paz Interior, eso lo hizo arquear una ceja. «Así que los mortales ya tienen una consciencia divina», pensó, para luego bufar. Por más consciencia divina que fuese, no llegaba ni a una milésima parte de una real.
No obstante, el tiempo tendía a mejorar todo. Sólo era cuestión de tiempo para que los mortales descubrieran los intrincados secretos de la naturaleza universal. Aún no eran peligrosos, pero era cuestión de tiempo.
Maten al tigre azul, ordenó Qilin en su mente, y por ende, supo que la orden repercutió en las demás Sendas. Todas estaban conectadas en ese sentido.
«Señor, Mei ya se encargará de eso».
Es una orden, ¡maten al tigre! ¡Es él quien mantiene a Byakko en este mundo! Hubo una ligera pausa. Manjari, en tu caso, cancela el control. Destruye las reanimaciones.
«Mi Señor...».
No sabes con qué estás jugando. Corto y claro, la frase de Qilin no daba lugar a réplicas. Susanoo no es un dios que hay que tomar a la ligera. Sólo ten en cuenta, y agradece, que no es Amaterasu a quien los lobos lograron encontrar. Si lo hubieran hecho...
Girei se quedó en silencio, para lanzarles una mirada apremiante a sus compañeras. Mei, la cabra, y Ju, la loba, asintieron ante él. Ellas se alejaron de sus oponentes y cuando estaban a un lugar seguro, realizaron, al igual que Girei, un movimiento distinto.
Ju unió los puños, en una pose de meditación.
—¡Aprisiona...!
Mei cruzó en equis sus espadas gancho.
—¡Guía...!
Girei se cubrió el rostro con una pata, como si estuviera sufriendo o tuviera arcadas.
—¡Devora...!
Los tres comenzaron a emanar Chi negro a grandes cantidades, tanto que parecía que una neblina naciera de ellos y girara a su alrededor, siendo ellos el núcleo. Acto seguido, los tres gritaron con voz torva.
—¡Deva!
—¡Madhyama!
—¡Preta!
Hubo una explosión negra que hizo que el tigre azul y el panda rojo retrocedieran, y que, misteriosamente, Manjari desapareciera. Sus dudas se disiparon al momento de sentir su presencia dentro de la reanimación del lobo que peleaba con el Guerrero de Wang; sus otras dos reanimaciones se habían disipado, pero ella controlaba de forma directa a la restante.
Suspiró, dejando eso de lado. Observó el panorama. El tigre azul y el panda rojo se veían asombrados, temerosos, y no era para menos, los tres estaban en sus formas liberadas, con su poder al máximo y heridas sanadas.
El aspecto de Mei era casi igual al anterior, con la única diferencia de que en todo su cuerpo había un traje ajustado, el cual sólo dejaba a la vista sus ojos negros como brea. Ju, por otra parte, capturaba miradas sin siquiera proponérselo: su pelaje gris cambió, adoptando el color del ópalo, emanando divinidad en toda su extensión. Girei, por otra parte, sólo tuvo un cambio, su pelaje naranja intenso, casi rojo, se tornó de un tono más oscuro, como sangre seca.
Él se cruzó de brazos, impertérrito, frente a Qilin, como un guardaespaldas con su protegido; nadie pasaría de él.
Su pensamiento de que tenían la victoria asegurada al haberse liberado se esfumó en un parpadeo, en el momento en que el tigre azul gritó el nombre de Byakko. El dios volvió su rostro, que mostraba señas de agotamiento, y sonrió, de la forma en que lo hace quien tiene un as bajo la manga. Girei les ordenó a Ju y Mei que mataran al tigre, pero Byakko rugió, generando una onda expansiva de rayos que las hizo retroceder, mientras su cuerpo se volvía intangible y se precipitaba hacia el tigre anciano.
Byakko dejó de ser Byakko para convertirse en un rayo de luz que incendiaba el pasto y enrojecía las piedras por donde pasaba, que acabó chocando contra el tigre y haciéndolo trastabillar. El pecho de éste estaba quemado gravemente por la exposición a tal cantidad de energía. Él se tomó el pecho, gimiendo de dolor y cayendo de rodillas, mientras su cuerpo empezaba a emanar ligeras volutas de humo.
—¿Mató a su compañero? —murmuró Girei, frunciendo el ceño, sin entender.
Y entonces, como una bofetada, lo comprendió.
El tigre azulado se empezó a poner de pie, ondeándose hacia los lados y con los brazos caídos, como si no tuviera fuerza, a la vez que de su cuerpo pequeños arcos voltaicos salían. Un trueno atronó en el cielo. Del cuerpo del tigre explotó una luz, como si un mismo relámpago surgiese de él, para acto seguido caerle del cielo un rayo tan ancho como una casa.
Éste se amoldó al cuerpo del tigre, confiriéndole una armadura estilo imperial o samurái, no tenía certeza de qué era. Una pechera, hombreras, protectores de piernas y brazos daban la sensación de que estuvieran hechas de amatistas, y que dentro de éstas un baile incesante de relámpagos se moviesen. Entre las uniones de las piezas, pequeñas placas de energía azul y blanca comenzaron a formarse, cual cota de malla, terminando la armadura. En el pecho del tigre azul, por sobre la armadura, apareció de un color negro hollín, el contorno del morro de un tigre enorme, como un tatuaje.
Las patas y antebrazos emanaban su propia energía, causando que pareciera que tuviera un guante de satén de calor y luz pura. Acto seguido, sobre su cabeza, en el entrecejo, donde sus dos cejas se separaban y comenzaba el puente de la nariz, dos finas rayas doradas aparecieron, delineándole el rostro con motivos tribales. Al alzar la cabeza, Girei pudo atisbar que sus ojos ya no parecían tales, sino que eran completamente lumínicos, no se diferenciaba la cuenca de la pupila o el iris, era solo luz, con un débil hilo que se movía ahí donde debería estar la pupila.
¿Qué hacemos?, le preguntó Mei en su mente. Eso era una grave señal de peligro. Mei nunca hablaba, ni siquiera por pensamientos, por el simple motivo de que su voz era tan aguda que parecía la de un cachorro, y que lo hiciera era que reconocía la peliaguda situación en la que estaban.
«Se ha fusionado con el tigre, con tal de tener más tiempo en el Mundo Mortal para hacernos frente. Su unión está lejos de ser perfecta. Debemos resistir hasta que su enlace se rompa. Las deificaciones no duran mucho», pensó en respuesta, empezando a girar las patas y brazos trazando un círculo frente a él, expulsando Chi. En consecuencia, una zona de vacío empezaba a formarse, protegiéndolo a él y Qilin.
Yo me encargo, aseveró Ju, con una rara determinación.
Al volver la mirada hacia ella, el tigre se percató de que la loba unía sus puños, en una pose de meditación, para acto seguido el suelo comenzar a vibrar como si hubiera un terremoto.
Destruiré todo el Valle, y los Guerreros incluidos.
Girei iba a indicarle que se midiera sobre cómo atacaría, porque bien sabía que cuando ella se liberaba, tenía cierto aire de diosa, con todo y soberbia, mas se abstuvo al ver que Mei atacaba. Se movía tan silente como una sombra y tan veloz como una flecha. Alzó sus espadas gancho hacia el tigre, pero éste la repelió con una facilidad pasmosa.
El deificado de Byakko alzó la pata al cielo, formó una lanza y frenó el golpe doble de las espadas, dio un salto y giró ciento ochenta grados en el aire, para impactarle la patada en la espalda a Mei, estampándola contra el suelo.
Ante esto, Girei movió más rápido los brazos en círculos, formando un vacío aún más grande.
—Sólo necesitamos tiempo.
Por suerte, los golpes que Zhang le daba, aunque potentes, no lograban todo su potencial dañino gracias a la especie de armadura que a Fai le recubría el cuerpo luego de activar los Rollos Imperiales. No obstante, el impacto tenía la fuerza suficiente como para aturdirlo un poco. Frenó el derrape que tenía por el suelo a causa del último ataque de Zhang y clavó la espada en el piso para detenerse por completo, al sacarla, la tomó con ambas patas, respirando con pesadez. El cuerpo le dolía demasiado, la piel la sentía como si le enterraran millones de milimétricas agujas, las sacaran y repitieran el proceso una y otra vez. Era demencial.
Su especie de malla de aire empezó a debilitarse, tomándolo por sorpresa; el ffzzz que el aire a presión generaba se apaciguaba paulatinamente. Respiró profundo varias veces. Tenía conocimiento que los Rollos Imperiales y sus respectivas técnicas eran de un período de tiempo corto, pero sólo habían pasado como mucho tres minutos, necesitaba más tiempo. Si la perdía, moriría sin remedio.
La nubes en el cielo empezaron a aglomerarse, oscuras como el pelaje actual del lobo, indicando tormenta, y leves destellos de relámpagos.
—Fai —dijo Zhang, a un metro lejos de él, con la espada Hsu en pata—, pelea en serio. —Sus ojos dejaban ver su severidad, seguido de un ceño fruncido—. Pelea como cuando yo lo hacía contigo. ¡Pelea como lo hacías cuando yo estaba vivo!
Inspirando profundo, conteniendo la respiración, Fai abrió las piernas, se cuadró y saltó, propulsándose con aire, con la espada en alto. En cuestión de un segundo, surcó la distancia que los separaba para atacar a Zhang y darle un tajo. Éste, sin embargo, ni se inmutó por ello; como mucho, el pelaje se le movió por la presión. Zhang alzó con lentitud la espada, y la chocó contra la suya.
Fai quedó impresionado, había puesto bastante poder en ese golpe, ¿por qué no lo atravesaba, no lo rompía? ¿Su defensa era tan fuerte? Ese no era el Zhang que conocía, al que admiraba, el que le enseñó a luchar como lo hacía. Zhang hizo un movimiento ligero con la espada, usando el peso de Fai en su contra, para luego dar una patada amplia e impactarle en las costillas. Fai gimió ante el golpe, sintiendo algo agrietarse, y fue despedido lejos.
Se enderezó en el aire, como pudo, y clavó de nuevo la espada en el suelo para frenarse.
—¿Qué sucede? —preguntó Zhang—. Este no eres tú. ¡Pelea o te mataré, pequeño Fai!
—¡Estoy peleando, maldita sea! —jadeó, sintiendo el pecho explotarle; la cicatriz le ardía—. ¡Así es como peleo yo! ¡Así es como lo he hecho siempre!
Zhang abrió los ojos y su rostro adoptó una máscara de seriedad, dobló las rodillas y en un suspiro estaba frente a Fai, inclinado a la altura de su pecho y con la pata que no sostenía la espada brillando de un azul oscuro, marino.
—Si así es como has vivido —murmuró antes de golpearlo—, no mereces seguir haciéndolo.
Al percatarse de la cercanía, Fai intentó tomar la espada, pero Zhang le dio el puñetazo en el estómago. Por un instante la visión se le puso oscura, para al segundo siguiente hallarse siendo despedido con tal fuerza que, al frenar cuando chocó contra una pared, su cuello dio un latigazo y se dio un cabezazo contra la pared, quedando al borde de la inconsciencia.
Alzó la mirada, en el suelo, como una simple piedra, encontrando la figura borrosa de Zhang caminando con calma hacia él. Las palabras de su antiguo maestro retumbaban en su mente, como si se las gritaran dentro de la cabeza. Ese golpe tuvo que hacerle algo.
—Pensé que con el tiempo llegarías a aprender algo —dijo Zhang, y su voz le zumbaba en la mente—. Hacía años que Yuga y yo morimos, pensé que lograrías aprender algo fundamental. Veo que me equivoqué, sigues siendo débil, pequeño Fai.
Fai apretó los puños en el suelo, intentando ponerse de pie, logrando apenas estar en cuatro patas.
—He vivido como tú lo has hecho —jadeó—, sin inmutarme más que por mí.
—En eso te equivocas —respondió Zhang, deteniéndose y alzando la espada apuntando al cielo, empezando a acumular Chi azul oscuro—. Yo te enseñé que el dolor te hacía fuerte, y ser estoico te protege, no a ser débil. A aceptar lo que tienes y levantarte y plantarle cara a lo que tengas enfrente.
Como pudo, Fai se irguió, recostando la espalda contra la pared semiderrumbada.
—He aceptado mi vida entera y gracias a eso he llegado donde estoy —gruñó. La especie de armadura de los Rollos se perdió, quedando sin energías—. He destruido a los enemigos que se me han cruzado. ¡Maté a tu padre, también!
—Te agradezco que lo hicieras, pequeño Fai, ¿pero por qué te limitas? ¿Por qué te frenas?
—¡No me freno! —Rugió, sintiendo las piernas de goma—. ¡Sólo los débiles se limitan!
—¡¿Y por qué no aceptas el poder que tienes?! —gritó el lobo; la masa de Chi que acumulaba en la punta de la espada parecía un planeta, ocasionando que las nubes en el cielo giraran a su alrededor, como danzando a su voluntad—. ¡Morirás débil, mi preciado alumno!
Con la furia burbujeando en sus venas, confiriéndole una energía que no conocía, Fai se supo moviéndose más rápido de lo que alguna vez pudo, dejando una fuerte ventisca tras de sí, tomó su espada y le dio un corte en el brazo de Zhang, haciéndolo perder el control del Chi y disipándose éste en consecuencia. Acto seguido, a dos metros de Zhang, debido al impulso con que se propulsó, Fai cayó al suelo.
«¿Qué fue eso?»
Fai, dijo Wang en su mente, es hora...
Frunció el ceño al instante, molesto por la intervención del dragón. No quería su ayuda. Ni la de nadie. Derrotaría a Zhang él solo y se cargaría a Qilin también. Jadeó apenas apoyándose sobre los antebrazos.
«¡Largo!», pensó.
Morirás si no me oyes.
«Que así sea».
Intentó observar a Zhang, pero en su mente aparecieron unas imágenes que no eran de él. Veía a una loba de unos treinta y tantos años, con el pelaje alborotado y una mirada cansada de todo. Su vista iba siempre, con cariño y tristeza, hacia un pequeño lobo que identificó como Zhang.
Fai sacudió la cabeza, intentando alejar eso de sí. «¿Estoy alucinando?».
No, respondió Wang en su mente. Eres muy terco para escuchar, pero lo que ves son memorias antiguas.
¿Memorias? Eso no tenía sentido, no había forma existente de hacerlo, a menos que... Su vista se posó sobre la espada Hsu que estaba cerca del suelo.
Exacto. La espada, como te había dicho, está hecha con las almas de mis anteriores Guerreros, y me sorprende que no detectases algo tan simple y delicado como eso.
Eso no tenía sentido. ¿Cómo podía estar viendo las memorias de una loba que por lógica era la madre de Zhang? Era ilógico. Si la espada tenía las almas de los antiguos guerreros, y estaba viendo los de la loba, significaba que...
Eres un poco idiota, ¿no?, comentó Wang. Sí, ella fue tu antecesora.
—¿La madre de Zhang fue tu Guerrera? —murmuró para sí.
«Pero eso...». Se cortó el pensamiento. Empezaba a cuadrar cosas que antes no tenían sentido. Como cuando Zhang se presentó ante ellos. Ni él ni Yuga eran famosos como para que el lobo los encontrase entre todos los pueblos de China, era imposible; cuando lo entrenó, supo qué debía hacer; y cuando pelearon contra Girei, su objetivo fue salvarlo a cualquier costo.
«Pero... —pensó, estupefacto—, no tiene sentido: digamos que la madre de Zhang era mi antecesora, ¿no debería haber reencarnado tu poder en un crío? Yo debí haber tenido, cuando ella murió, unos ocho años».
Eso es insignificante, Fai; si mi Chi se adapta a un alma, sea lactante, infante, adulta o anciana, es irrelevante. Al ella morir, mi Chi te escogió a ti. Hubo una pausa. Y él, el sucesor de la Casa de los Lobos, quien es el nexo de Susanoo, decidió ser tu guardián.
«¿Qué?».
No conozco el motivo, pero para mí no pasó desapercibido que él te entrenó y protegió. Después de todo, al tú recordarlo, me lo dejaste ver.
El suelo vibró, y Fai se puso alerta. Por las piedras comenzó a circular una neblina negra que, notó, provenía de los demás esbirros que estaban cerca de Qilin, incluido Girei. Cuando éstos se liberaron, el viejo tigre azul que había ayudado a Tigresa cuando visitó la Casa de los Tigres le gritó a Byakko, para que éste se volviera un rayo y se adentrara en él. Acto seguido un trueno rompió las nubes y un rayo le cayó encima, dándole una especie de armadura.
Buscó a la zorra que controlaba a Zhang y los demás, sin hallarla. No obstante, cuando se volvió a ver a Zhang, lo halló estático, quieto, como un maniquí de trapo, despidiendo un humo oscuro.
Ahora la tendrás más difícil, comentó el dragón. La Senda Espiritual ha tomado el cuerpo del lobo.
Al Zhang alzar la vista, sus ojos eran completamente negros, como los de la Senda. Fai frunció el ceño, sintiéndose hervir el cuerpo del puro enojo que tenía. Nadie osaba interrumpir su pelea. Pero sobre todo, ¡nadie osaba poseer a su maestro!
Se puso de pie como pudo, apoyándose en la espada.
—Has aguantado bastante —dijo Zhang, con una voz que no era la de él, sino la de la zorra; aterciopelada e hipnótica.
—Voy a matarte —jadeó, cansado—, por interrumpir mi pelea. Por traer a este mundo a Zhang y Yuga. ¡Voy a destruirte por completo!
—Tú no puedes hacerlo, asqueroso mortal —rió Manjari-Zhang—. Mucho menos estando moribundo.
Si era cierto lo que Wang había dicho y Zhang fue su guardián y protector, lo menos que podía hacer era destruir su cuerpo y liberarlo de aquel control. Sólo que no sabía cómo. No tenía el poder suficiente, ya lo había demostrado cuando Zhang estaba consciente; ahora, siendo controlado enteramente, era posible que su poder fuera aún mayor.
Él había dicho que se estaba limitando, y al analizarlo a fondo, dedujo que debía ser cierto, porque cuando Zhang lo hizo enojar tanto al llamarlo débil, atacó de una forma que nunca lo había hecho, nueva hasta para sí mismo. Debía intentar atacar así de nuevo.
Aspiró una gran bocanada de aire, conteniéndola dentro para soportar el dolor, y empezó a acumular todo el Chi que tenía en las patas, formando una masa de aire denso, casi sólido, con la que atacaría. Cuando estuvo conforme, atacó, soltando la gran cantidad de aire y Chi.
Manjari-Zhang alzó la pata y lo detuvo con una simpleza pasmosa.
—Eres como un león corriente —dijo—, corriendo y rugiendo sin control.
Saltó en el aire, dirigiéndose hacia Fai. Él no tenía cómo esquivar el golpe porque sus piernas no le respondieron. Manjari-Zhang cayó, blandió su espada y le dio un corte que abarcó desde la clavícula al estómago de Fai.
El león rugió adolorido y cayó de bruces al suelo.
—No eres rival para mí. —Fai empezó a dar temblores incontrolables, entrando en shock—. No sé por qué este nexo con Susanoo pudo elegir entrenarte, más aún protegerte. Escorias como tú, mortales como tú, no merecen vivir. Son todos gusanos que deben morir. Es un pecado, un insulto que sigan vivos.
Si sigues así, morirás, le advirtió Wang.
La consciencia de Fai estaba desvaneciéndose como arena en sus patas. Empezaba a escuchar el pum, pum, de su corazón.
«No puedo ganar», pensó, aceptando por primera vez desde que habían muerto los dos animales que le importaban, su propia debilidad.
Estás empezando a entenderlo.
A lo lejos, Fai escuchó los gritos de terror más agudos de animales y las risas de Manjari-Zhang.
Está empezando a matar a los que no pueden atacar, defenderse o huir. Esos animales amigos de los guerreros de Seiryu y Suzaku no servirán de mucho, comentó. El panda y la tigresa están peleando contra la Senda Deva, no pueden ayudar a los aldeanos o a sus compañeros contra el lobo. ¿Vas a hacer algo?
Empezó a sentirse ingrávido, como si su cuerpo pesara menos.
«¿Qué?».
Levántate y pelea. Sintió la comprensión en su voz. ¿Por qué has rechazado mi poder? Tú eres mi Guerrero, a ti eligió mi Chi, y eso no es coincidencia, algo tienes que congenió con mi energía. Eres el quinto Guerrero Sagrado, uno que en teoría no debería existir, porque yo no soy una Bestia original, yo nací de Seiryu.
«¿Y qué importa eso?».
Simple, que el límite entre Guerrero y Bestia es difuso. Puedes obtener más poder mío que cualquiera de los demás Guerreros. No debería decirte esto, pero como Qilin planea destruir todo el mundo y todo este plano universal, me interesa que lo sepas y le hagas frente. Ya sabes, yo vivo aquí.
«Aun así, no tengo por qué luchar».
Maldita sea con los mortales; ¡tienes un mundo entero por qué luchar! ¡Acepta que eres mi Guerrero! ¡Acepta que mi poder es tuyo! ¡Enorgullécete de portar mi energía y vuélvete uno con ella!
Y así, de un instante a otro, la presencia de Wang en su mente se disipó. Lo abandonó. Quería seguir luchando contra su maestro, era verdad, quería pelear con Zhang hasta que uno de los dos se alzara victorioso, probarle quién era, pero no tenía fuerzas ni para levantarse. Como pudo, movió un poco la cabeza y oteó el lugar, hallando a Zhang-Manjari asesinando sin piedad a los pobladores del Valle que no alcanzaban a escapar, mientras que la gruya, y los demás, junto con unos pequeños que parecían sus estudiantes, hacían lo posible para ayudar a sacar a los que quedaban vivos.
Zhang le dijo que había pensado que él aprendió algo, pero Fai no sabía qué. Entonces, al ver cómo Manjari-Zhang le clavaba la espada en el pecho a una cría de conejo, atravesándolo de lado a lado, comprendió algo que no había notado del lobo. Él los había protegido a los dos, a él y Yuga. Y lo había hecho sin dudar un momento, sin tener más que a ellos como meta para proteger.
Su madre había muerto, pero aun así tenía un motivo para seguir. Ellos.
Lo entendía.
Empezaba a comprenderlo. Y acto seguido comenzó a sentir un agradable sosiego por todo el cuerpo, para darse cuenta de que estaba recubierto de un Chi entre dorado y gris, que le cerró la herida del pecho que tenía por el espadazo. Se puso de pie con dificultad, y el aire comenzó a moverse como una marea a sus pies; acumuló una gran cantidad en el puño y lanzó un golpe: un vórtice o tornado en miniatura se formó camino hacia Zhang-Manjari, golpeándolo y haciéndolo soltar la espada.
Él se volvió a verlo, con esos ojos negros, fruncidos a más no poder.
—¿Cómo puedes moverte y atacar si estás en ese estado? —preguntó con voz torva.
Fai soltó una suave risa, adolorida, era tan simple que se sentía estúpido. Era débil por no entenderlo. De hecho, era débil en sí. El poder no venía con sólo quererlo, había que ganarlo. No bastaba con tener un motivo para pelear, sino que debía sentir dicho motivo. Y al ver cómo los pobladores, a los cuales perteneció una vez, morían sin importancia, como una vez su madre murió también, lo enfurecía.
No lo permitiría.
—Los gusanos somos tercos —respondió, con una sonrisa burlona y arrogante, alentando a Manjari-Zhang a que atacase—. Si quieres destruirme, matarme... —Sintió como si su cuerpo entero diera un latido enorme, como si algo en lo más profundo de sí despertara. Se sentía... poderoso— ¡vas a tener que hacerlo con más ganas! —gritó.
Despidió tal presión de aire que desprendió las piedras del suelo y levitó, flotando con corrientes de viento bailando bajo sus pies, en sus brazos, alrededor de él.
—Tú no eres un simple mortal —dijo Manjari-Zhang—. Alguien que sólo pelea porque lo disfruta no puede luchar así. ¡¿Por qué?! Tú no tienes nada que proteger, ni siquiera tu orgullo como Guerrero de Wang.
—¿Por qué? —preguntó con sarcasmo—. Eso debería preguntártelo yo a ti. ¿Por qué quieren destruir todo y a todos?
»Ciertamente, ustedes y ese diosecillo de quinta son fuertes. —Ante su afirmación, Manjari-Zhang frunció los labios—. ¿Pero por qué con esa fuerza quieren destruirlo todo? ¿Por qué quieren oprimir a los mortales? Si tu dios es tan todopoderoso, ¿por qué no cambia lo que cree que está mal sin necesidad de destruir a las vidas que existen? ¿Por qué tienen que matarlos sólo porque son débiles? ¿Por qué incluso a los inocentes y débiles tienen, tienes que quitarles el derecho a vivir? —Su cuerpo lo sintió renovarse, por la gran cantidad de Chi que parecía absorber del aire, era como si el mismo lo curara y fortaleciera—. A mí no me importa, porque yo soy un criminal, un asesino de la Casa Imperial que no ha vivido decentemente, merezco morir como un perro, pero... ¡¿por qué tienes que matar a animales inocentes?!
»¿Dices que desobedecer el capricho de un dios que quiere rehacer todo es un pecado? —El enojo estaba palpitando desbocado—. ¿Pelear para proteger lo que quieres, como el Dragón y la Fénix, es un pecado? Luchar por vivir... —Cerró los ojos, empezando a mover los brazos con gestos fluidos y circulares—. Haber nacido en este mundo... ¡¿es un pecado?!
»¡No me jodas! —El aire que se movía a su alrededor lo hacía a tal presión que las rocas sueltas de los muros derrumbados comenzaron a ascender; el Chi que expulsaba, por otra parte, hacía calentar dicho aire y generaba un peculiar brillo. Los ojos de Fai comenzaron a tomar un tono amarillento—. Para ustedes quizá somos gusanos insignificantes —bramó—, ¡pero los gusanos también viven!
Rugió con fuerza, expulsando grandes torrentes de Chi, para detener poco después el movimiento de sus brazos, acumulando otra masa de aire en sus patas, sólo que esa la sentía precisa, perfecta.
—¡¿Qué no tengo orgullo como Guerrero?! —rugió—. ¡Tú, quien trae a la vida a los muertos y los usa como marionetas, no eres quién para decir eso! ¡Trágate esto y sal del cuerpo de mi maestro, maldita cucaracha! —Expulsó el aire que se revolvía con fuerza en sus patas y éste al salir se volvió un huracán que tomó la forma de un león rugiente hacia Zhang-Manjari—. ¡Jamás olvides...!
Zhang-Manjari intentó detener el avance del huracán con la espada Hsu, y lo logró, aunque por un corto período de tiempo. Ya había usado ese ataque una vez contra Byakko hacía tiempo, pero ahora los brazos no le dolían ni le vibraban por ello, sino que sentía el aire como una extensión de su cuerpo.
Arremete, escuchó a Wang, como mi Guerrero. Yo soy viento y tú también lo eres. Ahora que aceptas mi poder, compréndelo. Ya deberías ser capaz de escuchar la voz del viento, no bloquees tus oídos como antes. ¡Mira hacia adelante y supera a tu maestro! ¡No temas! ¡Mira al frente! ¡Sacúdete el miedo! ¡Avanza! ¡Nunca te detengas! ¡Retrocede y morirás! ¡Duda y morirás!
—¡Qué yo soy el Guerrero Dragón Imperial! —rugió, atronador, cuyo sonido fue amplificado mil veces por el viento, haciendo vibrar el suelo y dispersando las nubes oscuras del cielo.
El huracán con forma de león abrió las fauces y mordió la mitad del cuerpo de Zhang, sacudiéndolo, ocasionando que un humo denso, que se sentía pesado con respecto a las corrientes de aire, saliera de dentro del lobo. «Esa es Manjari», pensó, estirando las patas y haciendo un gesto de aprisionamiento, para capturarla. Al lograrlo, ella luchó y tomó de nuevo una forma sólida, cayendo al suelo.
Se puso de pie en un parpadeo y estiró una pata con la palma abierta hacia Fai.
—Te ordeno... —Fai hizo un gesto de golpe: unió el índice con el pulgar y estiró los dedos restantes, para dar una especie de golpe de lado. Una fina película de aire atravesó el espacio que los separaba y con un ffzzztt decapitó en seco a la zorra.
Su cuerpo cayó inerte al suelo, con un ruido sordo.
Aunque se sabía cansado, Fai no se mareó ni tambaleó, sino que la sensación parecía ser ahogada con más cantidad de Chi. Conocía dicho funcionamiento, porque lo había observado de maestros que practicaban los Rollos Imperiales en el palacio, dando como resultado una capacidad y resistencia que parecían ilimitadas, mas cuando el efecto terminaban, casi morían por la acumulación de daño y agotamiento.
No obstante, a él ya no le importaba si moría o no. Cuando apartó la mirada, llevándola hacia la grulla, la serpiente, la mantis y los que eran sus alumnos, quienes ayudaban a evacuar a más aldeanos, sin detenerse, suspiró, cerrando los ojos, descendiendo al empedrado suelo.
Era como si su cuerpo supiera por sí mismo dónde estaba cada quien al sentir y leer las corrientes de aire, percatándose de que un Chi se precipitaba hacia él, mas no se alertó. La sensación que le transmitía dicha energía no era agresiva o peligrosa, sino familiar. A su alrededor comenzó a girar un viento dorado, Chi, el que supo estaba compuesto por los de Yuga, Kan y Zhang.
Volvieron a tomar sus formas, sólo que se notaban que eran espíritus, almas que empezaban a desaparecer en pequeñas motitas de luz.
—Eres todo un animal —dijo Yuga, con voz tosca, pero notándose el afecto.
Fai asintió.
—Has puesto la Casa Imperial por todo lo alto —comentó Kan, con mirada seria—; gracias.
El collar en el pecho empezó a pesarle como si fuera de plomo.
—No somos de este mundo —siguió Zhang—, no podemos quedarnos.
—Lo sé —respondió Fai, bajando la cabeza y asintiendo después. Nunca había pensado que los volvería a ver en vida, mucho menos en aquella situación, y ahora que los tenía al frente, se sorprendió cuando se dio cuenta de que no quería que se fueran.
—No te pongas llorón, hermanito —se burló Yuga. Él alzó la mirada y encontró sus ojos verdes y una sonrisa de cría traviesa—. Me aseguraré de contarle a mamá quién te has vuelto. Claro, sigues siendo un cobarde de primera, y un idiota de aún más alta talla, pero no puedo negar que cuando se te necesita sabes qué hacer. Haz hecho atrocidades y locuras que hemos visto desde el Mundo de los Espíritus, aunque te has enmendado por ellas. Y sigues igual de terco que siempre, eso parece no querer quitarse.
Fai esbozó una leve sonrisa.
—Tú siempre tan...
—Pero —agregó interrumpiéndolo—, has crecido. —Era simple, tanto que rozaba lo burdo, sin embargo, como bien la conocía, esa simple oración estaba cargada de significado.
—Por mi parte —alegó Zhang, con una sonrisa también—, debo darte las gracias por haber vengado a mi madre, matando a quien la violó. Te estaré eternamente agradecido. Nunca te fui sincero, ni a ti ni a Yuga, pero creo que es el momento de que lo sea. Mamá fue una Guerrera de Wang también, sufrió mucho, como están caracterizados éstos, y murió joven, aun así, ella me dijo que había visto que todos los Guerreros tenían ese destino. —Su rostro se mostró compasivo—. Y tú no fuiste la excepción. Por eso te busqué. Quise romper esa cadena. No lo logré como puedes ver, pero al menos hice algo bueno, pude entrenarte.
»Aunque has sido mi único alumno, pude enseñarte los principios básicos para poder despertar el Chi que mi madre una vez tuvo, no fue sencillo, aunque se logró. De hecho... —Apuntó al collar— eso era de ella. ¿Sabes qué significa la campanilla, Fai?
—No.
—Tiene doble significado: esperanza y perseverancia, por su capacidad para sobrevivir; pero también mortalidad, porque es la flor que al ser escuchada genera un desenlace fatal. ¿Lo ves? Es ambigua, y sólo tú puedes decidir qué vía tomar. —Empezó a desaparecer de la cintura para arriba—. Veo que se me acaba el tiempo —agregó con una prisa nerviosa—, y no podré decir todo lo que quiero, así que sólo diré una cosa... —Sonrió, seguido de Yuga y Kan—: estamos orgullosos de quién eres Fai Zhang.
Aquellas palabras lo golpearon con más fuerza que cualquier puñetazo, lo atravesaron mejor que cualquier espada y lo desarmaron mejor que nada. Sintió un nudo en la garganta cuando Yuga alzó el brazo y se recostó sobre el hombro de Zhang, igual que hacía cuando estaba viva, y Kan, serio y callado, con su semisonrisa, se llevó la pata derecha al hombro, cerró los ojos y dio una suave inclinación, gesto que el Emperador hacía, en señal de respeto y reconocimiento, a muy pocos.
—Gracias —murmuró Fai con un hilillo de voz, sintiendo húmedo los ojos. Se llevó una pata al collar y lo apretó con fuerza—. Y Yuga... dile a mamá que no se preocupe por mí, que aún no pienso reunirme con ustedes.
El ente de Kan y Zhang se desvaneció, mientras que del de Yuga sólo quedaba el rostro; nunca le pareció más viva que en ese momento.
—Vale, Pequeño Fai —dijo, terminando de desaparecer—, se lo diré sin falta.
Una vez disipada, al león le pareció que el cielo se hacía más brillante. Quizá tuvieran una oportunidad de ganar después de todo.
Sintiéndose invencible, no necesariamente en medidas de poder, estiró la pata y la espada Hsu en el suelo, terminó en su palma. La blandió con fuerza, sin apartar su mirada de Girei.
Él era el siguiente.
Wang, luego de que Fai lograra rozar el verdadero potencial que significaba ser un Guerrero, aunque sin llegar al nivel de los Guerreros de Seiryu y Suzaku, aún, dividió su consciencia y creó un espacio único, donde las consciencias de Seiryu y Suzaku también aparecieron.
La del dragón tenía el aspecto del panda quien era su Guerrero, y de la misma forma la de Suzaku. Ésta, sin embargo, se mostraba confundida.
—¿Qué hacemos aquí? —quiso saber.
—Quiero confirmar algo —le respondió Wang. Se volvió hacia Seiryu—. Las Joyas son en realidad...
—Sí —dijo Seiryu.
—Son... —comenzó Suzaku.
—Estados emocionales puros —finalizó Wang—. Amor, dignidad y orgullo.
—Y cada uno de estos son, respectivamente, Po Ping, Tigresa y Fai Zhang —aseveró Seiryu, causando que ambos dioses se quedaran estupefactos.
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