XXIV
Una extraña energía inundaba el aire con una esencia asquerosa. Parecía traer la pudrición y muerte misma. Como una neblina que empezara a extenderse, llevando consigo una plaga que eliminaría a todo ser vivo. Ru, ya recuperado, frunció el ceño y abrió los ojos. No le gustaba para nada el panorama que percibía.
Se puso de pie para dirigirse hacia el epicentro de aquella energía maligna cuando un delicado hilo de luz descendió del techo de su cabaña y quedó suspendido en el aire. Ru se talló los ojos y parpadeó confuso, no era un haz de luz, sino un hilo, casi que una hebra. El hilo de luz onduló como si fuera a desvanecerse y la forma de un animal apareció ante él.
Ru tuvo que entrecerrar los ojos para no deslumbrarse.
—Tú eres el descendiente de Seiryu —dijo, aunque más que una pregunta era una aseveración.
—Sí —respondió el tigre azulado—. ¿A qué debo que esté aquí?
—¿Sabes quién soy? —La imperante voz tenía un matiz de curiosidad.
—Por supuesto. Después de pasar más de veinte años investigando todo lo que podía, sería maleducado no conocerlo, mas nunca creí que lo vería en vivo. —Ru hizo una pausa—. ¿Qué desea de mí?
—Necesito un enlace para poder... saldar unas deudas. —El ser gruñó y la luz se opacó por un instante—. Mi último nexo fue un tigre también, son los animales que más afinidad tienen conmigo.
—En caso de ayudarle, ¿qué consecuencias tendría?
—Muy graves. Tu cuerpo sufrirá dolor a largo plazo y mientras más se prologue, más rápido perecerás. Lo único que necesito es alguien que mantenga mi Chi estable en esta dimensión. —Se llevó una pata de luz a lo que Ru reconoció como el rostro—. Sin mi Guerrero no tengo cómo mantener mi Chi estable por mucho tiempo, porque para peor mi elemento no es algo que abunde porque sí.
El tigre mayor lo pensó, meditando si ser o no el intermediario de una Bestia Divina. Suspiró dándose cuenta de que no tenía mucha importancia. Ru ya era viejo, más bien había sobrepasado por diez años la esperanza de vida de los tigres en general, y luchar por un hogar que lo ve como un enemigo ya, a esa edad, le parecía una causa perdida.
Sin embargo, sabía que Girei y Fen iban tras la hija de Tora y Terumi, y ahora que la había visto, no podía permitir que la mataran. En memoria a ellos dos debía protegerla. Suspiró, encogiéndose mínimamente de hombros, si podía ser de ayuda para destruir a Girei y Fen, haría lo que fuera.
—Muy bien —aceptó Ru, asintiendo a su vez.
La Bestia Divina brilló con más fuerza y con un gesto circular de la pata, un punto color purpura destelló, causándole chiribitas a Ru. No obstante, en la pata de éste, apareció un collar que tenía por dije una magatama hecha a partir de una amatista. Ru la miró y luego alzó la vista hacia le Bestia de luz.
—Sólo colócatelo y bastará —le dijo—. Ahora necesito que te dirijas hacia donde se encuentran los Guerreros de Seiryu, Suzaku y Wang. Sé que los hijos de Seiryu poseen su capacidad de viajar distancias a través del agua.
—No puedo ir a un lugar que nunca he visto —comunicó Ru.
Un tronar de dedos y la magatama se iluminó con un tenue brillo que luego murió.
—Póntela y sabrás a dónde ir. Hazlo rápido, no tengo tiempo que perder —gruñó—. Necesito cargarme a esas asquerosidades por haberme utilizado.
Después de estas palabras, el hilo de luz desapareció tan rápido como llegó y para Ru la cabaña pareció sumida en tinieblas. Cuando sus ojos se acostumbraron al cambio de luz, se colocó el fino hilo negro que sostenía la piedra. Al instante, como si viera una pintura, su destino le apareció en la mente.
—Prepárate para el salto, Terumi.
—Lo sé, Tora. —Terumi, ahora con su forma física, estaba con su Chi al máximo.
El Mundo de los Espíritus estaba vuelto un caos: el cielo verde-amarillento estaba de un rojo sangre, con unas nubes color ceniza, y cambiaba de ese color al que ambos tigres conocían y sabían le pertenecía al Mundo de los Espíritus. Todo estaba fragmentándose tanto el Inframundo como el de los Espíritus.
Tora le tomó la pata y ambos concentraron sus Chis para poder abrir una de las brechas que estaban apareciendo y dirigirla hacia el Mundo Mortal. Hallaron una y saltaron en ella.
Tigresa observaba al león con cuerpo de ciervo y no sabía dónde colocar su atención, si en él o en los ocho animales que estaban tras el mismo. Cada uno destilaba una sensación que la ponía alerta. Una zorra plateada, con un pelaje negro y gris, con un parecido barbárico a la luz de la luna. Un oso marrón tierra, que tenía una expresión de molestia, como si no quisiera estar allí. Una loba gris con expresión ausente. Una lince que parecía hecha de plata, con el seño fruncido y centrada. Una hiena macho con un pelaje tosco, color trigo seco y una sonrisa de oreja a oreja con un brillo desquiciado. Una gacela con pelaje color paja. Un tigre con melanismo, tan negro como la noche, y que no parecía especialmente peligroso, comparado con los demás. Y claro, Girei, con su pelaje naranja tan intenso como el fuego.
Y todos, cada uno de ellos, con el mismo tipo de ojos: escleróticas doradas y pupilas e iris negros.
Tigresa sintió de nuevo aquella debilidad en el cuerpo, al igual que la primera vez que vio ese tipo de ojos, lo que le hizo preguntarse qué ocasionaba eso. Sentía su Chi con una calma increíble, no era tan potente como la primera vez que había entrado en el segundo estado, pero no era tan débil como cuando lo activó en la Casa de los Tigres.
«Tal vez a esto se refería Suzaku cuando dijo sobre que debía controlar mis demonios», pensó, viéndose las patas, abriéndolas y cerrándolas varias veces.
Po le posó una pata en el hombro y un delgado vapor por la unión de su calor y su frío emanó con un siseo. Se vieron a los ojos, y Tigresa no pudo evitar contornearle el cuerpo con la mirada. En las garras de Po, los nudillos y en los pómulos tenía unos cristales de hielo a modo de segunda piel, acentuándole la imagen. Y parecía que su cuerpo entero emanara una gélida corriente, que al mezclarse con las ondas calientes que ella soltaba, causaban una humedad extraña en el aire.
Parecían ser incompatibles, pero no podían ser una sin el otro.
—Ti —le susurró—, no podemos atacar si no es en equipo. —Hizo una pausa, en la que ella pasó de nuevo la vista por todos sus adversarios. Cuando Po volvió a hablar, logró advertir un matiz de incertidumbre y duda—. Si nos descuidamos...
Ni siquiera pudo terminar, porque Fai se lanzó al ataque, siendo protegido por gruesos ventarrones que parecían difuminarlo conforme avanzaba como una flecha hacia Qilin. Las Sendas hicieron un gesto de avanzar y lanzarse al ataque, pero con un alzar de la pata despreocupado, Qilin les indicó que se abstuvieran.
Fai rugió y giró un poco, apuntando su propulsado avance hacia Girei, y el tigre naranja cubrió de fuego uno de sus brazos. Tigresa volvió a sentir repulsión por aquel animal; estaba usando su fuego. Fai estiró la pata derecha y aquella espada Hsu a la que ella no le tenía confianza, se materializó y él la blandió con furia.
No supo qué pasó realmente.
Estaba cien por ciento segura de que Fai apuntaba y se dirigía hacia Girei...
¿Entonces por qué fue Qilin quien lo detuvo, sin siquiera moverse un milímetro?
Parecía más bien como si Fai hubiese girado para atacarlo, mas nada en él le decía que lo haría.
Era imposible.
Y eso no era lo peor. Lo que le sorprendió a Tigresa era la sencillez insultante con la que Qilin le detuvo. Fai estaba igual de impresionado que ella, y Tigresa sabía bien que no era para menos. El león-ciervo detuvo el mandoble de Fai sin abrir los ojos y con sólo levantar un dedo envuelto en escamas.
—Nunca cambiará el hecho de que los mortales siempre quieren jugar a ser dioses —dijo Qilin, con una voz que pareció sacudirle los huesos a Tigresa, y que parecía ser un gruñido áspero—. Desaparece.
Fai logró vivir por una rápida reacción. Qilin bajó el dedo con el que detuvo la estocada del león y cuando su garra tocó el metal, éste se quebró al medio como si fuera un trozo de bambú. Recuperado de la sorpresa, Fai se ladeó, aún flotando en al aire, y esquivó por los pelos un mamporro sin ganas que Qilin dio, como si fuera a espantar un mosquito fastidioso.
El impulso lo mandó a estrellarse contra un muro que dividía una de las casa de los pocos animales acaudalados del Valle, y rebanó con sencillez la fachada de ésta. Era como si la hubieran cortado limpiamente con un cuchillo ardiente. Tigresa tragó grueso mientras ambos, Po y ella, se colocaban en guardia. Los Furiosos y Shifu siguieron su ejemplo y, para variar, realizaron los pasos de la Maestría del Chi, recubriéndose con un brillo dorado.
Ya les habían dicho Po y ella que las Sendas no podían ser heridas de gravedad si no eran golpes, técnicas o armas con Chi, y para su desdicha, los Furiosos y Shifu no tenían el aguante de ambos ni la masiva cantidad de Chi. Podría decirse, pensó, que no tienen ayuda como nosotros.
Tigresa empezó a acumular su Chi en una de sus patas para crear su alabarda y a causa de ello la pequeña llama en el rombo de su frente comenzó a agitarse con violencia. Po la imitó, sólo que él pudo manifestar su bastón con rapidez. Cada uno de los Furiosos adoptó la posición de su estilo de pelea y entonces Qilin dijo con una molestia palpable:
—Los guerreros primero.
En un parpadeo las Sendas atacaron. Girei y el tigre negro fueron los primeros en moverse, mientras que la zorra de negro y gris caminaba presumidamente hacia donde Fai había chocado.
—¡Tigresa! —advirtió Po cuando Girei estaba a una peligrosa distancia. En un parpadeo, recubierto de aquel Chi negro, se había acercado lo suficiente como para darle un golpe.
Sin embargo, ella logró atisbar lo mismo de otra Senda. La hiena llegó de tres saltos hacia donde Po, sosteniendo en ambas patas unos círculos planos de metal con empuñaduras en su interior y cuchillas en la cara externa. La maestra logró reconocerlos: eran unos feng huo lun. Po estiró una pata hacia ella, empujándola lejos de su rango, en el cual la hiena estaba, sonriendo con locura, y Tigresa intentó asir a Po por el hombro, para que no luchara solo.
Intentó volver la mirada hacia Girei que ya estaba levantando el brazo hacia ella. Lo siguiente que registró fue el dolor, como si una masa de hierro le hubiera impactado, subirle por la mandíbula y explotarle en el rostro. La fuerza del golpe la hizo llevar la cabeza hacia atrás, como un latigazo, y el tigre usó esto como ventaja: la tomó por un brazo, la hizo girar con fuerza y la arrojó hacia el cielo.
No se elevó más que tres metros en vertical, y cuando la presión en su cuerpo aminoró, dando paso al vacío de la suspensión y la consecuente caída, captó de soslayo al tigre con melanismo, Fen, ascendiendo a gran velocidad y deteniéndose poco más arriba de donde ella había dejado de elevarse. Alzó las dos patas como si sostuviera algo muy grande, y luego, con un ondulante Chi negro que parecía brea, creó un martillo igual al del Maestro Trueno Rhino. con la diferencia que éste era del triple de su tamaño; con facilidad la cara de uno de sus lados la cubriría por completo.
Pensó que la golpearía y azotaría contra el suelo, por lo que giró el cuerpo y se cubrió el rostro con las patas cruzándolas en equis. Fen sonrió victorioso, y dio un giro de ciento ochenta grados, y en vez de golpearla para lanzarla al suelo, le dio un golpe en la espalda, haciéndola elevarse hacia el cielo.
Tigresa dio un gritillo por el dolor que le recorrió toda la espalda, y pudo jurar que oyó algo crujir. De nuevo cuando dejó de ascender y quedó flotando por una milésima de segundo, ya Fen estaba arriba de ella, esta vez sosteniendo el enorme martillo, dispuesto a impactarle. Justo antes de dejarlo caer, en la cara plana aparecieron múltiples picos. «Si eso me golpea me matará», pensó, asustándose, y tratando de concentrar todo el Chi posible.
—Una menos. —Su voz era burlona y gruesa.
Un muro de fuego logró materializarse entre ella y el arma de Fen, pero no era lo suficientemente grueso. Apenas si le frenaría un poco.
El martillo empezó a descender.
«¡No lo lograré!».
Y entonces, de repente, el cielo opaco brilló por un instante de dos tonalidades. Primero una blanca como el más puro de los metales y luego de un rojo como lava. Sintió un brazo rodearle la cintura y alejarla del peligro con una protección casi paternal, mientras un rugido, seguido de un destello rojo, destruía el arma de Fen y hacía que se tambaleara en el aire.
Una vez pasado aquellos dos fulgores, Tigresa parpadeó enfocando al animal que le propinó un puñetazo al tigre con melanismo. Era una tigresa naranja, eso saltaba a la vista, ataviada con unos pantalones de entrenamiento aireados y, tal como lo haría un animal que entrenara hasta morir, la parte superior de un kimono bien atada, rematando con unos vendajes en las patas.
Fen se giró hacia atrás, evitando que el impulso lo propulsara hacia el suelo. Sin embargo, Tigresa pudo observar que la tigresa atacaba de nuevo, sólo que esta vez, justo cuando encontró una brecha en la débil defensa de Fen causada por la sorpresa, la oyó gritar:
—¡Ira roja! ¡Shinto: sol!
Acto seguido su cuerpo tomó un brillo intenso color rojo, como una estrella que muriera, como si el sol mismo hiciera implosión en una estrella roja. En el brazo izquierdo de la felina bailaron unas llamas que, como serpientes cazando a su presa, ondularon por su antebrazo y una vez en el puño, explotaron en el rostro de Fen. Esto le dio más fuerza y poder al golpe.
El tigre negro se propulsó hacia el suelo y se estrelló. Tigresa descendió por la gravedad hacia el suelo, aún sujetada por el otro animal. Lo vio de refilón, con detenimiento. Era un tigre blanco, ataviado de la misma manera que la tigresa, y en sus ojos ámbares había un espectro de serenidad de las que se consiguen dominando el espíritu e imponiendo, así como controlando, la voluntad sobre las emociones.
Cuando los tres tocaron el suelo, captó que Po estaba tratando de resolverse contra la hiena, que no paraba de lanzar ataques, uno tras otro. El tigre que la sostenía suspiró, y ella captó el mismo sonido que hacía cuando sabía que no tenía sentido advertirle a Po sobre alguna tontería inocente que haría.
—Te pasaste un poco, Terumi.
—Lo sé —respondió ella.
Tigresa se quedó de piedra al oír el nombre. Terumi. El pecho se le agitó un poco de la emoción. Terumi. Recordó el relato que le contó Ru, el viejo tigre azul. Según él, sus padres, ambos tigres, se llamaban Tora y Terumi, respectivamente. ¿Sería posible que fueran esos dos tigres sus padres?
El tigre blanco la soltó y la miró. Luego de un instante que pareció eterno, esbozó una sonrisa sincera; la comisura de sus labios no se curvaron, delatando que él no era un animal de sonreír mucho. Terumi, no obstante, le dio la espalda a Fen en el suelo y se encaminó hacia ella. Se inclinó un poco una vez estuvo al frente y le tomó por la barbilla, mirándola mientras le movía la cabeza hacia todos lados.
—Eres una copia mía, Lian —dijo, y luego sonrió por completo. Una que le recordó muchísimo a Po—. Aunque tienes los ojos de éste amargado.
—Terumi, este amargado es tu pareja, ¿recuerdas? —replicó Tora con alegre tranquilidad. Terumi hizo un gesto con la pata para dejarlo pasar.
Tigresa se sintió un poco cohibida.
—¿Quién es Lian? —les preguntó.
Ambos tigres se dieron una mirada, comunicándose entre ellos algo privado.
—¿Cómo te llamas? —inquirió Tora.
—Tigresa.
—Así que te pusieron Tigresa, ¿eh? —rezongó Terumi; bufó—. Qué original.
De soslayo, captó que Po apenas lograba resolverse contra la hiena, quien no paraba de moverse asemejando los ataques burlones de Mono y los potentes de ella misma. El panda sólo daba saltos dubitativos hacia atrás y detenía una que otra estocada con el bastón. Por otra parte, Mono y Mantis estaban empezando a entrar en desventaja contra una loba gris que, para variar de las demás, estaba peleando con las patas desnudas. Shifu estaba peleando contra una gacela, que lo hacía moverse con agilidad para esquivar las estocadas que realizaba con sus shuanggou, dos espadas gancho. Y Girei estaba en una perezosa lucha, porque se notaba que no le entusiasmaba darlo todo, contra Grulla y Víbora.
Sintió una enorme urgencia de ir y apoyar a Po, de pelear a su lado. No iba a permitir que muriera de un momento a otro. Que se le escapara entre los dedos como la última vez. Entonces se sorprendió por ello, se le hacía tan familiar ese sentimiento, recordando así que Seiryu, en los sueños que tuvo, tenía el mismo sentimiento de protección hacia la tigresa blanca.
—¡Debo ir con Po! —apremió.
Ambos tigres, Tora y Terumi, la miraron con curiosidad y un poco ofendidos, como si esperasen que ella les saltase a los brazos al saber que eran sus padres. Bueno, no iba a negarse que estuviera alegre, pero ambos estaban muertos, cosa que Po, si lo dejaba como seguía, terminaría igual.
—¿Quién es Po, Lian? —preguntó Terumi, ignorando que le había dicho que se llamaba Tigresa.
—Su nombre es Tigresa, Terumi —terció Tora, con calma—. No lo olvides.
—Lo sé —gruñó—, pero yo le puse Lian.
—Pero se llama Tigresa.
—Lo sé.
Tora se volvió hacia Tigresa y sonrió entrecerrando los ojos un poco. Se veía tan calmado que lo envidió un poco.
—Tigresa, ¿puedes decirnos quién es Po?
Casi por reflejo sus ojos se desviaron unos segundos hacia donde el panda, y los dos tigres los siguieron como un gato a una presa. Cuando comprendieron, Terumi abrió los ojos como platos y Tora esbozó una sonrisa que nada tuvo que envidiar a la de Po. Tigresa se sorprendió por ello, no creía que el tigre blanco tuviera esa capacidad. Terumi pareció querer decir algo, pero Tora se puso de pie y le colocó una pata en el hombro, duraron unos instantes en un duelo de miradas, diciéndose algo que era muy privado con los ojos, y ella se dejó caer de hombros.
Tora le sonrió y con una seña de la cabeza le indicó que fuera.
—Anda —le dijo—. Protégelo. ¿Es lo que quieres?
De alguna forma, tal vez de aquella misma manera en que ella comprendía cuando Lei-Lei le ocultaba algo, hacía una travesura y no lo decía, o con el simple hecho de tener un secreto, Tigresa supo que la pregunta tenía un trasfondo.
—Sí —asintió la maestra—, es lo que quiero. —Hizo una pausa, en la cual Girei llegó casi derrapando con un brillo sádico en los ojos, junto a Fen—. Y esto no ha terminado —se dirigió a ambos, apuntándolos con un dedo—, hablaremos cuando todo esto termine.
Ambos felinos sonrieron.
—Sin falta.
Tigresa se propulsó hacia Po con grandes zancadas, sin embargo, en el último instante logró oír lo que Girei les dijo a sus padres.
—¿Ustedes no estaban muertos?
Oyó a Tora y volteó por un instante. El tigre murmuró algo y su cuerpo, ya de por sí blanco, tomó una tonalidad que asemejaba las perlas pulidas: blanco como la luna. Entonces Terumi dijo, con una burlona tonalidad:
—¿Qué te puedo decir, Girei? Las leyendas nunca morimos.
Po dio un salto hacia atrás y cuando cayó, su pie aterrizó mal, haciéndolo trastabillar y caer al suelo. Mientras caía en cámara lenta, pudo percibir la ancha sonrisa dejando ver todos y cada uno de los incisivos de la hiena, al tiempo en que la estocada doble comenzaba. Mandó una gran cantidad de Chi hacia su bastón y alcanzó a tocar el suelo, creando una capa de hielo en el mismo, sin embargo, luego de intentar darle una forma de muro para protegerse, supo que duraría demasiado.
Los filos de los bordes de las armas de la hiena estaban casi en su cuello.
Un szzzz que incrementaba su magnitud llegó a sus oídos, cuando volvió los ojos, observó la alabarda de Tigresa acercarse con una precisión milimétrica y al rojo vivo. Ésta, debido a su trayectoria, obligó a la hiena a retroceder para que no le decapitase. La alabarda se enterró en el suelo, derritiendo las piedras del empedrado y tiñéndolas de naranja.
Po cayó al suelo de espalda con un ruido sordo, y la pata de Tigresa apareció frente a él para ayudarle a levantarse. La tomó y se irguió, aunque ya de pie, ella no dio señales de soltársela, y por su parte él tampoco quería.
—¿Estás bien? —le preguntó Po a Tigresa.
—Debería ser yo quien te lo preguntara —terció ella—. Casi te hiere.
—Y a ti casi te matan —rebatió con un suspiro—. Es lo justo que sea yo quien me preocupe.
Tigresa hizo un casi imperceptible gesto con la cabeza, dando por zanjado el tema. Po conocía aquello, lo hacía cuando sabía que no podía ganarle una conversación. Y fue allí cuando se dio cuenta de que sólo hacía eso con él, porque con los demás siempre ganaba lo que se proponía. Sacudió un poco la cabeza para apartar esos pensamientos, no era el momento ni el lugar, primero debían terminar todo esto.
—¿Algo sobre el enemigo? —inquirió.
—Nada —respondió Po. Miró hacia donde estaba Tigresa, encontrando a dos tigres, una naranja, como Tigresa, y uno blanco—. ¿Quiénes son los que te ayudaron?
—Es complicado —respondió luego de un rato, moviendo muy despacio la cola. Po alzó las cejas. «Está enojada o pensativa...».
La hiena de pelaje tosco pasaba la mirada alternativamente entre uno y la otra, parpadeando cada tanto para, tal vez, decidirse a quién atacar. Aquellos ojos dorados con iris y pupilas negro azabache le causaban un repelús a Po del que no sabía su procedencia. Era como si éstos le sugirieran a su cuerpo rendirse. Miró por sobre el hombro de la hiena, hacia donde estaba Qilin y lo encontró sentado en el suelo, meditando. No necesitaba ser un genio para saber que estaba acumulando Chi, el dilema era para qué.
La Senda abrió los labios para hablar, sin embargo, como un gato que captase un ratón, ascendió la mirada de golpe, fijándola en el cielo. Ambos lo imitaron, topándose con que en el opaco cielo nubes oscuras, de tormenta, se acumulaban. No le prestó a atención al ligero rumor verdoso que titilaba en el mismo.
Una sensación demasiado conocida para Po le recorrió la espalda, percibiendo cómo el lugar empezaba a caldearse, como si fuera a caer un rayo. Apretó por instinto la pata de Tigresa y tiró de la maestra hacia sí, abrazándola. Saltó una distancia prudencia, rogando que el impacto no fuera a alcanzarlos a ambos.
—¿Qué haces, Po?
—¡Cierra los ojos! —le advirtió.
La sintió revolverse de su abrazo para ir a luchar, pero Po en lugar de soltarla le cubrió los ojos, sabiendo que ella no tomaría en cuenta su advertencia, al mismo tiempo que cerraba los propios.
Fue un destello. Un instante. Tan luminoso que estaba seguro si lo veía, le haría un considerable daño en los ojos. Cuando el brillo remitió un poco, entreabrió los ojos, dubitativo, para constatar si era seguro... y si su presentimiento era correcto. Lo era.
Un destello azul purpureo, casi tan rápido como la luz, descendió del cielo y trazó un zigzagueante trayecto hacia la hiena, quien alzó las patas, en guardia, para recibir el impacto. El rayo le impactó de lleno y luego se torció, haciendo elevar a la Senda. Una vez el enemigo estaba suspendido en el aire por la fuerza del impacto, la luz se refractó y propinó un combo de golpes que Po no pudo seguir con los ojos. El sonido de un rugido se alzaba por entre los golpes que la hiena recibía, los quejidos que daba y la risa que se superponía a los dos anteriores. Al lado de Po, un débil suspiro cansado le llamó la atención. Volvió la cabeza y encontró a un tigre azulado ya mayor, ataviado con una raída capa, cuya capucha estaba caída.
—¡Viejo! —se extrañó Po, no tenía la menor idea de qué hacía el tigre en el Valle. Tigresa se quitó la pata que le obstaculizaba la visión.
—¡Ru! —exclamó ella—. ¿Qué haces aquí?
—Ayudar —respondió Ru. Po se percató de que descansando sobre su cuello, había un simple collar con una magatama purpura a modo de dije. Además de que el tigre parecía rejuvenecido unos cuantos años. No tenía aquel aspecto agotado con el que lo conoció de pasada, sino que parecía lleno de energía.
Sin embargo, más allá de la sorpresa que le causó ver a Ru, ésta fue aún mayor cuando volvió en sí el hecho de que Byakko, el mismo Byakko que una vez intentó matarlo, estaba apaleando a una Senda. Un destello después, la hiena fue a terminar en el suelo, a dos metros de ellos. La forma de Byakko comenzó a aparecer frente a ellos. El pelaje de un blanco intenso, el qipao purpura y los pantalones negros y holgados, las líneas negras que parecían moverse, y el aspecto fuerte y orgulloso. Esta vez Byakko estaba un poco encorvado, apenas perceptible, pero con el claro enojo destilando de sus poros; tanto que pequeños arcos voltaicos surgían de éste.
Estiró una pata y su lanza apareció, la levantó y atacó cuando acumuló un rayo, que se movía como una serpiente cautiva, en la hoja. Se detuvo a medio ataque cuando escuchó la voz de Qilin, y Po, como si la misma fuera una ordenanza de inmovilidad, sintió el cuerpo como si le pesara mil toneladas. Tigresa y Ru estaban igual.
—Vienes tarde, Byakko.
Un gruñido fue toda la respuesta que recibió.
—¿Qué pasó? —Aunque Po no lograba definirlo en su totalidad por la lejanía entre él y Qilin, el tono burlón en su voz era casi palpable. Byakko se irritaba aún más, emanando más electricidad—. ¿Te diste cuenta que tu plan era una estupidez?
Byakko rugió y alzó la lanza. Qilin, sentado en el suelo, alzó una de sus patas y tronó los dedos. Al instante todos cayeron de rodillas; Byakko, Ru, Fai, Shifu, los Furiosos, los tigres que ayudaron a Tigresa, así como Po y ella.
No te resistas, Po Ping, le recomendó Seiryu, en su mente. Es una de las habilidades de Qilin. Él tiene control sobre el espacio dimensional, es capaz de fragmentarlo a su gusto y moverse paralelamente. Así como para los mortales es sencillo cruzar una puerta, para él lo es el moverse entre dimensiones. En este momento aumentó la gravedad sólo en veinte centímetros en la zona circundante entre cada uno de sus objetivos. No luches. Acepta la fuerza y asimílala. Fluye con ella y aprovecha un descuido.
Po quiso pensar que si tan sencillo le parecía, ¿por qué no lo hacía él? La presión era tanta en su cuerpo que apenas si podía concentrarse en respirar.
El suelo empezó a vibrar, cuando Qilin junto ambas patas al pecho. La melena negra azabache se agitó con violencia y el suelo, alrededor de ellos, como un cuadrado, empezó a teñirse de negro, cuando empezó a recitar unas palabras.
¡El sufrimiento de Naraka!
¡La avaricia de Preta!
¡El instinto de Animal!
¡El deseo de Humano!
¡La violencia de Asura!
¡El orgullo de Deva!
¡Agoniza y Guía!
Conforme Qilin iba recitando aquellas palabras, el rumor negro del suelo aumentaba su fulgor y el pecho de cada una de las Sendas empezaba a brillar con fuerza, extendiéndoseles por completo. ¡Po Ping, no te separes de la maestra! ¡Por nada del mundo dejes que los separen! No tuvo que repetírselo dos veces, porque le apretó la pata a Tigresa con tal fuerza que sentía los huesos se le destruirían por la fuerza de la gravedad.
Sobre cada uno de los afectados por la gravedad empezó a aparecer un cuadrado negro, las delgadas líneas flotaban como hebras de tela.
Con la poca fuerza que logró imprimir, Po tiró de Tigresa, acercándola lo más que pudo. Los dos cuadrados que estaban suspendidos sobre ellos se unieron en uno solo y ella, viéndolo a los ojos, le dio un mensaje que sólo él entendería. Uno que sabía, le causaba remordimiento: no te dejaré irte esta vez, no te perderé de nuevo.
—¡Camino Primigenio, Formación Óctuple!
El enorme cuadrado negro sobre Po y Tigresa pareció resonar cuando Qilin dijo esas palabras. Onduló y, como una cárcel, gruesos barrotes negros emanaron de éste y se unieron al cuadrado del suelo y empezaron a dilatarse, creando una pared que los empezaba a dividir.
Lo último que pensó antes de que la oscuridad los tragara fue en Tigresa, y haciendo un esfuerzo inanimal, la atrajo y abrazó. Su mente pensaba sólo en su protección cuando se sintió flotar en el mismo vacío que había estado antes.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro