XXIII
Quería quedarse así toda la vida, dejar que el acompasado y relajante ritmo de los latido del corazón de Po la hicieran descansar de aquella ajetreada forma de vivir en la que se había envuelto hacía tan solo pocas semanas. Su calidez, su tacto cariñoso como delicado, su suave y calentito pelaje. Todo en él la relajaba. Cerró los ojos, inspirando profundo, apretando un poco el pelaje que le sostenía con la pata que estaba sobre el hombro de Po.
Dos segundos después, los abrió y se irguió, aún apoyada en su pecho, buscando los ojos de Po. Tigresa inspiró y se dio cuenta de la comprometedora posición en la que estaba, y, como si no lo supiera, aunque realmente le importaba poco si alguien los veía, se puso de pie. Cuando Po la imitó, ella vio de refilón la pata de éste, que ahora tenía un aspecto normal. ¿Qué le había sucedido?
Po sonrió, viéndola, y dentro de Tigresa algo revoloteó, lo que la hizo extrañarse.
—¿Sabes, Ti? —dijo—: no era la bienvenida que me esperaba, pero no me la imagino de otro modo. —Rio.
Tigresa se mostró un poco dubitativa sobre si responder a eso o sólo preguntar.
—Sí —Alargó la palabra hasta que se convirtió en un murmullo e hizo silencio. Acto seguido le apuntó el brazo izquierdo—. ¿Qué fue eso? —preguntó.
Arqueando las cejas, con ligera sorpresa, él se miró el brazo, abriendo y cerrando la pata. Para Tigresa la pata se veía normal, común, como cualquier otra. No hallaba sentido sobre por qué parecía hecha de agua.
Cuando Po iba a responder, Fai gruñó y empezó a moverse. Po le hizo una seña apuntando con la cabeza al león, y con una mirada quedó un tácito acuerdo entre ambos de que le contaría después. Tigresa gruñó para sus adentros; después, ella no quería saberlo después, quería saberlo ahora. Quería preguntarle esa y muchas otras cosas más. Sobre todo, una en específico. Una que le carcomía por dentro como el fuego mismo.
Una cacofonía de voces, órdenes y rugidos afuera de la sede la puso alerta, recordando que se hallaban en terreno enemigo. Aunque fuera su lugar de procedencia o sólo su Casa, eso no quería decir que era bien recibida. No comprendía por qué los tigres, ahora que no había nadie, seguían con la idea en la mente de darle caza. La voz de Oogway, como si le repitiera lo mismo desde el Mundo de los Espíritus, le recordó una enseñanza que le había dicho, cuando Tigresa quiso preguntarle por qué los Furiosos no hacían lo que ella les decía, puesto que era su líder.
—Impón tu voluntad a alguien —le había dicho Oogway, con aquel tono demasiado suave para ser de un maestro, demasiado amable para ser paternal, pero demasiado serio como para ser un simple consejo— y se revolverá contra ti. Pero convence a una mente de pensar como tú deseas y tendrás un aliado. Es simple, Tigresa: no les des órdenes. Son tus compañeros, no tus inferiores. Son tus iguales. Sigan una misma idea en común para ayudar al Valle.
La respuesta a su pregunta era simple: ambos, Girei y Fen, habían, con el tiempo, logrado implantar la idea de que Tigresa era un enemigo, de que debían liquidarla al menor avistamiento, con quién sabe qué razón.
Suspiró para dejar eso de lado, si no podía demostrarles que no tenían por qué verla como un enemigo, tampoco se molestaría en ello. Tigresa sabía muy bien quién era, y no tenía que darle explicaciones a nadie. Simple.
El cuerpo de Fai comenzó a temblar con violencia; un viento mucho más suave que cuando había rugido enojado empezó a ensortijarse alrededor del felino. Po se acercó a él y con pericia se lo colocó al hombro, como si estuviera llevando a un ebrio o un herido.
—Debemos irnos, Ti —le dijo, con una sonrisa. Tigresa le respondió con una mínima sonrisa. En definitiva, Po no tenía remedio. Ella no sabía cómo hacía él para sonreír en la situación en la que estaban, y peor aún, cómo hacía que ella sonriese.
Asintió.
—Yo me encargo de abrir el paso, Po.
Llegar de nuevo al Palacio fue un poco más complicado que llegar a la Casa de los Tigres. Po se desplazó con el consejo de Seiryu, ahora que dominaba el Tercer Límite podía trasladarse ciertas distancias al viajar por el agua. No le encontró sentido cuando éste se lo explicó, sin embargo, con un simple «lo entenderás cuando lo intentes», había bastado. Po era más de aprender sobre la marcha.
Y no fue tan difícil. Una vez recuperó el líquido que su cuerpo en estado de media muerte perdió, con sólo colocar una pata en el pequeño remanso de agua del Estanque de Lágrimas Sagradas y pensar en Tigresa, algo dentro de su interior se agitó, y sintió un tirón en los dedos, los cuales al sumergirlos en el agua, se hubo sumergido como si el estanque tuviera una profundidad gigantesca y apareció en uno más pequeño. Uno que estaba en una choza de un tigre azul.
Po se sorprendió y entabló una rápida charla con el animal; aquel tigre ya entrado en años lo escrutaba con una mirada firme y serena. Bastó con que nombrara a Tigresa para que éste le indicara cómo llegar a la Casa. Y fue gracias a él mismo que pudieron volver al Palacio de Jade.
El viaje le dejó sin energías y con las piernas temblorosas. Tanto que al aparecer con un sonido de una burbuja rompiéndose, en el Estanque de Lágrimas Sagradas, cayó de bruces en el agua, con Fai encima. Tigresa se apresuró a ayudarlo y de unas pequeñas sacudidas, el león despertó. Parpadeó con perplejidad y oteó el lugar.
Fai bufó con fastidio y se volvió hacia el camino que llevaba al Palacio de Jade sin decir palabra alguna.
Po intentó levantarse, pero las energías eran muy escasas. Necesitaba agua. Por su mente pensó en dar un sorbo del estanque... «¿y si son lágrimas de verdad?». Sacudió la cabeza un poco para alejar esos pensamientos y sin pedirlo, Tigresa lo ayudó a levantarse, lo asió por un brazo y lo abrazó por la cintura, pasándose uno de sus brazos por los hombros.
—¿Puedes caminar? —le preguntó, con un tono que era el mismo de siempre. Inexpresivo.
Con pasos esforzados, lo logró.
—Bien —continuó ella, cuando empezaron a bajar el sendero parte roca, parte tierra, que los llevaba a las escaleras que descendían hacia la explanada donde estaba el salón de entrenamiento, el bosque de hierro, el Durazno de la Sabiduría Celestial y los dormitorios—. Porque tenemos que hablar.
Po tragó grueso. Aquella frase no le gustaba para nada. Las palabras de su padre cuando Po estaba en sus años mozos, le rebotaron en la mente. «Hijo, recuerda nunca hacer enojar a una chica, y procura, por amor a Buda, que nunca te diga la frase "tenemos que hablar", porque entonces ninguna intervención divina podrá ayudarte. Sólo deberás aceptar tu inminente desdicha». Luego se había reído, y Po no lo logró entender.
Ahora sí.
Y mientras ella lo guiaba como un preso al que fueran a ejecutar hacia los dormitorios, lo hacía entrar en el de ella y cerraba la puerta corrediza, Po se resignó.
«Ayúdame, Seiryu».
¡Eh!, le respondió la voz de éste en la mente. A mí no me metas en tus asuntos. Yo ya morí una vez como mortal, no pienso inmiscuirme más.
Y tal como la marea del mar retrocedía de la arena, la consciencia del Dragón Azul se desvaneció de su mente. Po pasó la vista por la pulcra habitación de Tigresa. Era minimalista hasta el infinito. Una cama a la derecha, contra la pared de madera puesto que las de ambos eran las últimas de sus respectivas hileras de habitaciones; un armazón de bambú con unas telas tensas para dormir. Un pequeño armario de no más altura que ella para guardar sus prendas, y una mesita de noche con una especie de vendaje sin desenvolver.
Él se armó de valor y fue ascendiendo la mirada, manteniéndose de pie casi por inercia, y porque sabía si se sentaba, acostaba o rendía al cansancio que sentía, era panda muerto. La seriedad de Tigresa impregnaba la habitación como el vapor de los fideos impregnaba una cocina. La miró poco a poco, subiendo por sus piernas cubiertas por el pantalón holgado y negro, el torso con aquel traje rojo que tenía grabado a fuego en su ser. Para finalmente detenerse en su rostro; los pelajes del mismo oscilaban con el viento que entraba por la única ventana en la parte superior de la pared.
Aquellos ojos ámbares que tanto le gustaban lo veían con una cautela impropia de la relación que tenía, que si bien era un poco más fuerte que la de simples amigos, parecía igual a la de cuando la conoció por primera vez.
—¿Y bien? —le dijo ella, cruzando las patas a nivel del pecho.
Po rió con un poquito de temor.
—¿Y bien, qué, Ti?
—Explícame todo —le pidió—. Todo. ¿Por qué fuiste tan estúpido como para lanzarte a una muerte segura para protegerme a mí de morir? ¿Por qué no moriste? ¿Por qué quedaste en ese estado de media muerte? ¿Por qué duraste tanto en despertar? ¿Por qué y cómo pudiste darle un alto a Girei? —Hizo una pausa a la vez que respiraba para calmar su creciente ánimo—. ¿Por qué?
Pareció que una última pregunta bailó en sus labios, mas ésta nunca llegó a pronunciarse.
Po respiró tres veces para acumular el valor y empezar a contarle. Caminó hasta la cama de ella y se sentó, haciéndola crujir y haciéndolo rogar que no se rompiera como hizo la suya una vez. Resistió. Soltó muy despacio el aire que contenía inconscientemente y luego palpó la tela a su lado con cariño, un silencioso mensaje para ella: «Toma asiento, Ti, esto será un poco largo».
Empezó por lo más sencillo para él. Le relató sus motivos para protegerla, que aunque no fueron en su totalidad sinceros, porque no se sentía con la confianza para decirle que no quería ver morir al animal que amaba, era porque le dijo que no moriría y mantendría su palabra. Le contó cómo fue lo que pasó después, aquella sensación de vacío e inexistencia cuando estuvo en lo que Seiryu llamó el Reino Mental, la forma en que Seiryu lo sacó de allí y le dio una especie de entrenamiento, y el dolor que soportó. El atroz dolor.
También le contó que por eso no había despertado, porque como su alma estaba con Seiryu en su dimensión, y ésta no podía volver a su cuerpo sin que el dragón se lo permitiese, no despertaría. Le describió con lujo de detalle la dimensión del Dragón Azul, lo que la fascinó y Po advirtió aquel brillo de curiosidad en ella que tanto le fascinaba. Le dijo de mala gana, con reticencia, la forma en que Qilin intentó persuadirlo para que lo liberara.
Y entonces la bomba cayó. Tigresa pareció marearse un poco cuando le soltó la historia de Qilin, que no era en mayor grado que el desequilibrio del Chi fuera por tanto Guerrero suelto, sino porque el dios creador estaba tratando de liberarse. Que fue Qilin quien, poco a poco, fue creando las condiciones óptimas para su liberación total.
Enorme fue su sorpresa cuando tocó el tema de las Sendas y ella estaba informada, aludiendo en que tuvo unos sueños secuenciales que le dejaron ver la vida mortal de Seiryu y ahí vio a las Sendas.
—Lo que no llego a comprender —dijo Tigresa, un poco aturdida por semejante cantidad de información— es por qué razón Qilin hizo todo esto. El mundo en general. No tenía un motivo.
—Eso mismo pensé yo, Ti —convino, con un encogimiento de hombros—. ¿Aburrimiento tal vez?
—Puede ser. —Ella estaba pensativa—. Sin embargo, no responde al por qué ahora quiere destruirlo. ¿Por qué degradarte en poder divino para unir los Mundos del Samsara y luego destruir tu obra? No tiene sentido. Tiene que haber algo detrás.
—Haya lo que haya, Ti, no lo entiendo. —Hubo un rato de silencio—. ¿Y cómo tuviste esos sueños? —se interesó Po.
—Sólo llegaron. De un momento a otro empecé a tenerlos, y una vez acabaron con la liberación de Seiryu, nunca más volvieron. Aunque hubo un episodio extraño antes —añadió llevándose una pata al mentón—: cuando estaba en el bosque algo o alguien me azotó contra el suelo. Fue como una corriente. Tal vez eso lo desencadenó.
Entonces Po recordó el espejo de Seiryu que rompió cuando estaba enfocando a Tigresa. ¿Sería posible que parte del Chi en esa dimensión se filtrara hacia el Mundo Mortal y ella lo recibiera inconscientemente? Podría ser, aunque no le daría vueltas a ello.
—Con respecto a esos sueños —siguió Tigresa, ladeando el rostro y apretando las patas a los lados, rígidas. Po reconoció el gesto: algo que no tenía mucha firmeza en decir, algo importante y delicado—, aprendí de ellos.
—¿Qué cosas? —se interesó, mirándola ladeando un poco el rostro.
Tigresa fue moviendo la vista poco a poco hasta que sus ojos se encontraron y engancharon como dos eslabones de una misma cadena. Por más que quisieran, no podían romper el contacto.
—Cosas de sentimientos —respondió, e intentó hacer un gesto con la pata para restarle importancia. Como el gesto era impropio de ella, se vio muy forzado—. Amor y esas cosas.
Po sintió los labios secos.
—¿Ah, sí?
—Y comprendí algo que dijo tu padre. —Ahora tenía un aplomo en los ojos.
Po inspiró profundo, rasgando un poco el bambú de la cama con una pequeña garra. Oh, Buda, ¿qué había dicho su padre? Sabía que por fuerza tuvo que ser Ping, porque Li, aunque también lo era, no conocía a fondo su fascinación y posterior amor por la maestra. Y estaba al tanto también de las... costumbres sobrecomunicativas de su padre ganso.
—¿Q-q-qué precisamente? —titubeó, con un hilillo de voz.
Tigresa cerró los ojos con esfuerzo y se pasó una pata por el rostro, Po aprovechó para cortar la mirada y mirar al piso. «No estaría mal que la tierra se abriera y me comiera». La voz de Tigresa era calmada, aunque aquel deje de inexperiencia que sabía a ella la crispaba, estaba en su cadencia.
—Seré sincera, Po. —Una pausa—. Tu padre, cuando estabas inconsciente, me encontró dándote unos golpes. No fueron por enojo. Bueno, sí, en parte. Más que todo por impotencia. El hecho es que me dijo que tú... bueno, que tú sentías algo por mí.
A riesgo de romperse el cuello, giró la cabeza tan rápido, buscando los ojos de Tigresa que le quedó adolorida la espina dorsal.
—¡¿Qué mi padre te dijo qué?! —«¡Eso no se dice, papá!». Como castigo para el ganso pensó en visitarlo menos veces.
—Que... —Carraspeó—. Que me amas.
Tres simples palabras lo desarmaron como el mejor de los guerreros. Era impresionante la manera en que tres palabras lo dejaron en un limbo decisivo. ¿Qué debía responder? Cualquier respuesta que diera tenía resultados ambiguos. Si le decía que sí podría pasar que ella le dijese que no lo quería y su amistad y compañerismo se vería truncado. Si le decía que no, dejaría como un mentiroso a su padre y podía lastimar el orgullo femenino de Tigresa. ¿Sí o no? Sentía una espada colgada de un fino hilo sobre su cabeza, esperando su respuesta para dejarse caer.
Inspiró profundo.
La sinceridad era la mejor respuesta.
—Es cierto —aseveró, y sintió que la garganta se le secaba.
Tigresa abrió mucho los ojos y los desvió un par de veces, para volver a fijarlos con los suyos. La vio apretar las patas en puños y Po se preparó para un golpe, cerrando un ojo y alejando un poquito el rostro, no obstante, lo que recibió le sorprendió.
—¿Por qué? —le preguntó, y vio en ella un brillo anhelante. Uno que primera vez le conocía.
Po cerró los ojos, ordenando sus ideas. ¿Por qué? Aquella pregunta era ilógica. ¿Era posible explicar por qué un atardecer cautivaba tanto? ¿O por qué unas flores atraen por sobre otras? Sólo se quiere y ya. Sin embargo, es poco a poco cuando el amor va surgiendo, que los detalles del por qué pasó, se hacen notorios.
Recordó que Seiryu le había dicho que la Resonancia era un nivel espiritual de unión de dos animales, y la forma en que él, cuando le mostró aquellos recuerdos sobre Qilin, con tocarle la frente le transfirió sus sensaciones.
Concentró un poco de Chi en la punta de dos de sus dedos y los alzó, casi rozándole el rombo de la frente a Tigresa.
—No creo poder ponerlo en palabras, Ti —dijo, dándole un toquecito en la frente—. Esto quizá ayude.
El Chi brilló por un instante y luego se disipó.
Tigresa abrió los ojos un poco, sorprendida y fijó la vista en el infinito.
Po sonrió y por inercia le tomó la pata, casi un reflejo, aunque con la vaga consciencia de querer hacerlo, de buscar seguridad en ella. Sabía que las imágenes que le transmitió eran algo muy profundo, algo casi privado. Tan delicadas como una llama en una hebra de cuerda, que se apagase con sólo un respiro. La primera vez que la vio con aquel derroche de barbarosidad en la que sería la primera vez donde los Furiosos pelearon juntos. La forma en que la admiró por tantos años antes de que lo eligieran como Guerrero Dragón. La emoción que sintió al saber que sería parte del palacio y compañero, indirectamente, de ella. Cuando la vio hacer aquella acrobacia y recogido el trozo de piedra. La alegría casi de infante cuando ella lo reconoció como Guerrero Dragón y su consecuente lazo que empezó a fortalecerse. Las peleas que tuvieron juntos. La forma en que ella lo miraba y él captaba esas miradas, entre interesadas y divertidas, con aquellas semisonrisas fugases.
Los recuerdos más importantes trajeron de nuevo a Po las mismas sensaciones que tuvo cuando los experimentó la primera vez. Como cuando ella le dio un apoyo en el bote hacia Gongmen, o el abrazo que le dio en la cárcel, o el grito que le alcanzó a oír instantes antes de que la bala del cañón de Shen le impactara. El terror y pánico cuando no pudo evitar que Tigresa recibiera el cañonazo, y la furia contra el pavorreal por herirla. El abrazo en el puerto, tan fugaz e instintivo que cuando se dio cuenta de lo que hacía, la soltó. La angustia al verla llegar a la aldea de los Pandas toda malherida. Su rostro, cuando Kai resultó no poder ser enviado al Reino de los Espíritus.
Su sonrisa cuando lo vio volver.
Su sonrisa cuando se dieron una mirada, en el momento en que impartía clases de Chi a todos los aldeanos.
Su sonrisa...
El mensaje era claro. «No puedo expresarte con palabras cómo, cuándo, por qué o dónde nació esto, sólo que lo siento por ti. Esta eres tú a través de mis ojos. Esta es la Tigresa a quien quiero y por quien daría la vida sin dudarlo un segundo».
Sintió las garras de ella apretar su pata y Po volvió en sí, para poco después ella buscar su mirada con sorpresa, emoción y algo que parecía temor.
—¿Lo entiendes ahora? —le preguntó, se sentía casi flotar. Como si hubiera esperado mucho para transmitir esos sentimientos—. No puedo decirte por qué, aunque una de las causas es tu sonrisa. Aquella que, amplia o escondida, siempre, siempre es linda.
La vio pasar saliva y se preguntó qué estaría pensando.
—Te amo. —Qué bien se sentía decirle eso—. Eso no puedo cambiarlo. Y no puedo hacerte sentir lo mismo por mí, por lo que si no lo sientes, está bien.
La pata de Tigresa apretó aún más. «Vale, esto ya me está doliendo».
—Yo... —dijo, parecía tener una lucha interna—. Yo no sé qué decir.
—No tienes que decir nada. —Po levantó la pata libre y se la colocó en una mejilla, fijándole el rostro para que no ladeara la mirada—. Está bien.
—No. No lo entiendes —dijo, moviendo la cabeza en un gesto negativo para acentuar sus palabras—. Es que no sé qué decir. —Un gruñido muy suave salió de sus labios—. No sé ni siquiera cómo me siento. —Frunció más el ceño, tal vez molesta consigo misma—. Pensé que lo entendí.
—¿Entender qué, Ti?
—Por los sueños —respondió con vehemencia—. Los sueños que tuve de la vida de Seiryu cuando fue mortal. Era extraño, pero podía sentir y percibir lo que él sentía hacia los demás. Y cuando se enamoró de aquella tigresa blanca, pensé que lo entendí, pero ahora... —Negó de nuevo con la cabeza—. No lo sé. Es distinto. No puedo compararlo con los sueños porque se siente más fuerte, y muy distinto. —Sus ojos lo buscaron, casi arrojando fuego—. Me enfurece las locuras que has hecho para protegerme, y tus locuras en general, porque detesto que me protejan. Pero me parece que sin ellas no dejarías de ser tú. Me extraña tu actitud tan... buena, parece que nada te enoja. Y eso te hace parecer inalcanzable.
—Yo no... —Se interrumpió de golpe, tragando grueso. La forma en cómo ella lo vio le dejó claro el mensaje: no me interrumpas.
—Me molesta eso, pero no puedo enojarme contigo. ¡Ni siquiera tiene sentido lo que digo! Me alegra que estés aquí, y me asusta un poco que vuelvas a hacer una locura como la que hiciste porque... —La voz disminuyó hasta que sólo movió los labios y no se le oyó nada.
—¿Por qué?
—¡Porque no quiero perderte! —gruñó—. ¡Algo me dice que vas a hacer una estupidez y terminarás muerto por ello! ¡Y no quiero que mueras!
Po se sorprendió gratamente por ello, y el corazón empezó a latirle con fuerza, a un ritmo constante y acelerado. Quería preguntarle a Tigresa por qué se sentía así por él, qué le alentaba a preocuparse así más allá de su compañerismo habitual. Una pequeña esperanza aleteó en su pecho.
Y entonces, Tigresa hizo algo que jamás pensó haría.
Con el ceño fruncido, levantó la pata libre y lo tomó por el pelaje del pecho, lo inclinó hacia ella y le dio un beso. Fue tosco, apresurado y sus narices chocaron. Inexperto. Algo que apenas pudo nombrarse un pico. Y sin embargo, le gustó. Cuando su cerebro se recuperó de la sorpresa que faltó poco para que la misma lo matara, se concentró inconscientemente en las sensaciones. Los labios de Tigresa eran distintos a cómo se los había imaginado muchas veces; en lugar de ser finos y firmes, eran ligeramente carnosos y suaves, aunque estaban quebrados, un poco secos.
Se separaron y Po Parpadeó dos veces, relamiéndose por instinto los labios y sintiendo el pulso en el pecho, las manos y las sienes. Sin poder apartar la vista de esos labios. Los pensamientos venían a retazos. ¿Por qué lo besó? Entonces cayó en cuenta de que ella lo besó. ¡Ella fue quien decidió hacerlo!
Observó el temblor en la pata de Tigresa cuando se la llevó a los labios y se relamió los mismos. Su lengua, de un rosa fresa, le humedeció los labios con una lentitud que a Po lo torturó. Quería volver a besarla. Quería ser él quien lo hiciera esta vez, aunque esperó.
—Fue... —Tigresa alzó la vista y conectó con sus ojos.
No aguantó más y se precipitó hacia ella. Le soltó la pata y le pasó una por la cintura, mientras con la otra la acercaba a su mejilla. Y la volvió a besar. No sabía si el calor que había entre ambos era porque el Chi de Tigresa resonaba con el suyo o por alguna otra cosa, pero el cuerpo lo tenía caliente. Los de ambos estaban así. A través de las almohadillas de sus dedos percibió el pulso de la maestra por su rostro.
Abrieron los labios al mismo tiempo, y la besó con más cariño, disfrutando cada milímetro de ella, incluso la cara interna de su labio superior se rasgó un poco con uno de los colmillos de Tigresa.
Se separaron y jadearon impresionados. Po no sabía de dónde había salido esa valentía, aunque no se arrepentía. No podía arrepentirse. Un brillo sorpresivo le surcó los ojos.
—Otro —musitó Tigresa.
Po sonrió. «¿Otro?». No tenía que pedírselo dos veces. Se acercó a ella, sin embargo, antes de que se rozaran sus labios, fue Tigresa quien le colocó una pata en la nuca y lo inclinó con fuerza hacia sí. Po, por inercia, le rodeó la cintura con las patas y se dejó llevar. No lo hacían a la perfección, eran primerizos en lo que al tema respectaba, pero eso no les impedía trasmitirse las emociones con intensidad. Emitió un gemido ahogado que murió en sus labios cuando sintió la lengua de ella rozar la suya y, al borde de una falla cardíaca de lo veloz que le latía el corazón, la imitó.
Sintió la pata libre de Tigresa reposar en su pecho y luego el correr de la puerta corrediza.
—Tigre... sa... —Una voz aguda, infante.
Ambos abrieron los ojos sin separarse, la posición de ambos, unidos por los labios, como dos seres que necesitaran del otro para respirar. Se separaron con una dificultad enorme y desviaron la vista al portal. Lei-Lei, con su conjunto típico, los miraba de hito en hito, sorprendida. Para luego empezar a cerrar la puerta con lentitud.
—¡Espera! —chilló Po, aún abrazando por la cintura a Tigresa.
Lei-Lei se detuvo y los miró como apenada por haberlos interrumpidos. Tigresa se salió del abrazo de Po y se puso de pie; él se quedó viéndola, hipnotizado. Carraspeó antes de hablar.
—¿Qué sucede, Lei-Lei? —le preguntó.
—Tigresa, el maestro Shifu y los Furiosos están en la biblioteca y quieren verlos. Me pidieron que los viniera a buscar.
—¿Para qué? —Po se puso de pie, y se colocó al lado de Tigresa.
Lei-Lei se encogió de hombros.
—Dile que ya vamos, por favor —le indicó su maestra—. Y por favor —añadió en un tono más personal— no comentes nada de lo que has visto aquí. —Como única respuesta, Lei-Lei se pasó la pata por toda la extensión de los labios e hizo como si arrojara algo. Tigresa asintió—. Gracias.
La pequeña asintió y se retiró.
Una vez ambos confirmaron que Lei-Lei se retiró, Po volvió la mirada hacia ella, con timidez. El pecho lo tenía más calmado, aunque con aquel ritmo incesante. Se armó de valor para preguntarle.
—¿Y bien?
—Fue... —Tigresa se quedó en silencio, manteniéndolo por tortuosos largos segundos—. Me gustó. —Una sonrisa jugueteó en sus labios.
Le tomó la pata y entrelazó sus dedos con los suyos, para luego tirar de ella con suavidad hacia la salida. Una vez fuera, se encaminaron por el pasillo de los dormitorios hacia la salida. El día parecía estar del mismo ánimo que ellos: brillante y alegre.
No sabía muy bien en qué posición se encontraban. Ya no eran simples amigos, aunque no eran una pareja como tal. Sólo la besó. Ambos lo hicieron. Entonces ahí había un sentimiento mutuo. Sin embargo, no podía llamarla pareja porque en primera no se lo pidió ni preguntó, en segunda no la había invitado a salir bajo el contexto de cortejarla, y en tercera, la variable de Shifu era importante. Po despejó esos pensamientos, no era momento de comerse la mente por ello.
La amaba. Ella le correspondía. ¿Qué importaba lo demás? No era necesario darle un título a esos sentimientos, ambos se querían, lo demás sobraba. Po fue de Tigresa toda la vida, sin título. Es de ella porque quiere y puede serlo. La amaba sin porqués, sin excusas, y sin miedos.
Sólo eso importaba.
Ya después se preocuparía por lo demás.
Y entonces, cuando empezaban a bajar las escaleras de piedra que daban hacia la parte principal del Palacio de Jade, el cielo parpadeó y su brillante y azul día, se volvió de un grisáceo y opaco color, como si una nube de tormenta hubiera cubierto por completo el Valle.
Tigresa le apretó la pata en un claro mensaje. Y Po lo comprendió.
Había comenzado el acto principal.
En su dimensión, Qilin estaba a punto de destruir sus ataduras de Chi. Había logrado reunir la energía suficiente como para poder hacerle frente a los cuatro Chi de las Bestias Divinas, sumado a que dos de éstas se debilitaron lo suficiente como para darle capacidad de movimiento.
Sus Sendas le comunicaron que Ma Mian y Niu Tou estaban sellados gracias a Ju, la Senda Divina, sólo que no le ordenaría que rompiera el sello y eliminara a los Guardianes aún. Ellos debían ser los últimos para poder cambiar todo desde cero.
Intentó mover el cuello y aunque las ataduras se lo impidieron por unos instantes, poco después lo logró. El sonido de algo quebrándose llegó a sus oídos, y una sonrisa felina le surcó los labios, al tiempo en que la cadena que le cubría el hocico como una mascarilla se rompía y caía, deshaciéndose en Chi.
Sonrió de oreja a oreja, relamiéndose los labios.
—Vayan al Mundo Mortal —les ordenó a sus Sendas. Le sonó extraña su propia voz, ya no era firme y potente, sino que parecía un gruñido áspero—. Es momento de acabar con esos malditos guerreros.
Sí, mi Señor, percibió el pensamiento general de las Sendas.
Qilin suspiró, sin necesidad de hacerlo, y pronunció con voz clara, concentrando su Chi en la voz:
—¡Kah!
La dimensión titiló y empezó a fragmentarse, y con ella sus ataduras. Poco a poco, como la cascara de un huevo cocido que se quiebra, como la escarcha solidificada del hielo en un árbol, el Chi que lo aprisionaba empezó a caer y perecer.
Una vez libre por completo, sintió su Chi recorriéndole cada centímetro de aquella forma mortal con la que lo habían encarcelado.
El cielo oscureció en el momento exacto en que todas las Sendas se reunieron en un poblado cuyo rótulo de piedra en la entrada del mismo lo ponía como Valle de la Paz. Manjari pasó la vista por todos y cada una de las Sendas, a las cuales se les habían unido Girei y Fen. Una rápida hilera de imágenes a modo de recuerdo que Girei les enseñó por el pensamiento, les dejó claro qué habían hecho todo este tiempo. Éste tenía una cicatriz explosiva en el pecho causada por uno de los Guerreros de los enemigos de Qilin y Fen, un tigre con melanismo, negro, y con un físico engañosamente ágil, tenía de lado a lado, en diagonal, dos cicatrices. Una de izquierda a derecha en el rostro, de arriba hacia abajo, y otra de derecha a izquierda del pecho a la cintura. Manjari llegó a pensar que eran heridas de espada, pero bien sabía ella que a las Sendas no se le podían herir con armas mortales; se curaban con rapidez.
Todos alzaron su arma predilecta y apuntaron al cielo, pronunciaron la palabra de sus liberaciones, mas no su verdadero nombre. Nadie tenía pensado usar su verdadera forma en aquel asqueroso Mundo Mortal.
El aire se dividió y desgarró, como si se apartara una cortina que estuviera suspendida en el aire, y Manjari, así como supuso todos los demás, percibieron el poder de su amo.
Ocho animales llegaron, cayendo del cielo o apareciendo por entre las adoquinadas callejuelas. Un panda, una tigresa, un león, un panda rojo, un mono, una víbora, una mantis y una grulla. Se pusieron en guardia al verlos, aunque nadie dijo palabra alguna.
La tensión era palpable.
El panda, la tigresa y el león entraron en lo que ella conocía como Segundo Estado de los Guerreros Divinos, con distintos aspectos. Manjari sonrió.
—Eso no les servirá de nada —comentó.
Instantes después una pata de león atravesó el aire, suspendido, sin dueño perteneciente. El aire se rasgó con un sonido de crujido y de tela rompiéndose, y él apareció.
Qilin tenía el porte orgulloso, de un dios, mirando a todos por sobre su hombro. De cintura para arriba era un león, con espesa melena y un pelaje negro ceniza, como si las piedras volcánicas se hubieran destrozado y le recubrieran el cuerpo. Su espesa melena negra le llegaba hasta los hombros y los bigotes, como de dragón, ondulaban en el aire. De cintura para abajo era un ciervo, con fuertes piernas que terminaban en pezuñas y que en el suelo, pululando cerca de Qilin, un mínimo nubarrón blanco perla se arrejuntaba. Sus brazos y piernas, hasta el codo y rodillas, estaban recubiertos de unas delicadas escamas verde jade.
Manjari sabía que su Señor nunca abría los ojos contra oponentes que no valieran siquiera la pena, y por ende, en ese mismo momento, los tenía cerrados. Ella nunca se los había visto, lo que muchas veces le hizo preguntarse cómo eran.
Rematando la cabeza de Qilin, un poco más arriba de las cejas, el espacio ondulaba como si hubiera una alta temperatura, contorneando unos cuernos que se ramificaban.
Qilin se tronó los dedos, dirigiéndose hacia los Guerreros y demás animales.
—¿Preparados?
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