Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

XVIII

DOS MIL QUINIENTOS AÑOS ANTES.

—No puedo creerlo —dijo Ko, apretándose el entrecejo, notoriamente cansado; los hombros caídos y el aspecto derrotado que tenía no ayudaba a eliminar esa imagen.

—Pero es verdad, Ko —le repitió Shui—. Es lo que soy. Y por eso aquella cosa me busca. Para matarme.

—¿Cuántas cosas son esas?

—Si estoy en lo cierto, ocho —respondió el tigre azulado—. No son algo de este mundo, por lo que no podrán matarlas. Necesitamos pata divina para ello.

—¡Ah, claro! —espetó, alzando las patas al cielo—. ¡Se me olvidaba que los dioses contestarán a nuestro llamado! Deja les escribo una carta y se las mando, no tardarán en responder. ¡Nunca los he visto hacer nada y dudo que lo hagan ahora!

—Hagámoslo nosotros —le propuso; Kumiko, sentada a su lado en la mesa de la habitación que habían encontrado, le apretó la pata—. Ya te dije, el... líder, de esas cosas, tiene como objetivo destruirlos para proteger lo suyo y por esa razón el sol se está oscureciendo, ese eclipse es sólo el comienzo.

—No podemos permitir que eso pase —repuso Kumiko—, debemos pelear, Ko. Como padre.

—¡No metas a padre en esto, Kumiko! —le soltó él, señalándola amenazadoramente—. ¡Por tu culpa es que padre está muerto, por haber traído a este... animal! Si no hubiera venido, estaríamos vivos.

—Cierto —convino Shui, apesadumbrado; alzó la mirada—, pero si no nos hubiéramos encontrado, igualmente hubieran muerto. Al completarse el eclipse, esas cosas, o como Él las nombra: Sendas, obtendrán un poder devastador. Ya te lo dije, Ko.

—¿Quién es Él, en primer lugar?

Con pesar, Shui negó con la cabeza.

—No puedo contártelo, Ko —se disculpó—. Tu mente mortal no lo soportaría. No existe mortal que sea capaz de entenderlo; y si lo hay, aún no nace.

El tigre naranja se quedó en silencio, con las patas entrelazadas, afincadas en la mesa y reposando su mentón en ellas, meditando. Shui le apretó más la pata a Kumiko, ya habían hablado, mientras Ko estaba de viaje durante aquel día completo, volviendo casi al amanecer, que ella no tomaría parte en esa batalla por más que quisiera.

—Tu papel será más importante —le había dicho, besándole los labios. Por fin, después de tantos años, había dado con una manera de ganar, con un Chi poderoso. Gracias a ella.

Ko se levantó, sacándolo de sus recuerdos y fijó sus ojos con los suyos.

—Muy bien. Atacaremos. Vengaré a padre —finalizó.

Kumiko y Shui sonrieron.

—Sabía que lo harías, hermano. —La tigresa blanca se levantó—. Y nosotros, con eso en mente, ayer, mientras llevabas el cuerpo de padre a casa, nos topamos con más animales que iban a la Ciudad Imperial y los pusimos al tanto.

—¿Aceptaron? —Ko alzó una ceja, incrédulo.

—Fue difícil hacerlo, pero lo logramos —dijo Shui—, y terminé muy débil por ello.

—¿Qué tenemos?

—Cuatro pandas y dos tigres.

—¿Somos ocho en total? —exclamó, sorprendido—. ¿Crees que entre ocho podremos contra ellos?

—No lo dudo. —Asintió Shui.

Se dieron un duelo de miradas, Ko se dio por vencido y suspiró, para luego asentir.

Ese mismo día, Shui puso al tanto a todos de lo que harían. No era muy complejo. Él conocía el método de esa Senda en específico; altanero, prepotente, creía que podía con todo y se creía imbatible, pero sobre todo, impaciente. Él sería quien vendría. De esa manera, arriesgándose a morir en el proceso, a cada uno de los animales en el sitio, menos a Kumiko, les dio de beber una gota de su sangre diluida en agua. Más que sangre era Chi, no lo suficiente para matarlos, pero tampoco para que murieran con cualquier golpe.

Los animales estuvieron maravillados en cuanto sintieron cómo su fuerza, reflejos y resistencias aumentaban, comenzando a entrenar para la llegada de las Sendas. Podría sonar cruel, pero sólo necesitaba que, además de Kumiko, uno viviera, si uno lo hacía, podría morir tranquilo. Mientras los demás se habituaban a sus nuevas habilidades, se llevó a la tigresa blanca tras una edificación.

—Júrame que no vas a pelear, Kumi —le pidió, temeroso; podía sentir en su ser que su enemigo estaba cerca. El sol era negro en un ochenta por ciento—. Y no lo jures a la ligera, que un juramento conmigo podría matarte.

Ella lo tomó de las mejillas y fijó aquellos esmeraldas que lo atrapaban sin escapatoria en sus ojos.

—No me matará —lo calmó.

—Kumi —titubeó—, júramelo. Sé que no saldré vivo de esta, es imposible, mi cuerpo se volatilizará cuando lo haga, por lo que no podré protegerte. Por eso quiero que me jures que no entrarás en batalla.

—Lo juro —prometió, sin dudar—. Te lo juro. Me mantendré al margen. Y no lo hago porque seas lo que eres, lo hago porque pienso que es lo mejor.

Recostó su frente con la de ella.

—Es lo mejor, ya verás que sí. —Y de improvisto, ella lo besó.

Se sentía el ser más poderoso las veces que la hubo besado, desde ayer. Veces que no escasearon y que eran besos que parecían que se compartían el alma, la vida. Besos que no le importaron a ninguno de los dos abandonarse al otro, besos los cuales, Shui sabía, la colocaban a ella en una posición de suma importancia, de peligro.

Si sus enemigos sabían que él le entregó una enorme parte de su Chi a ella, la matarían para conseguirlo. Y una vez ese Chi viviera, lo perseguirían. Por esa razón, ella debía protegerse. Su deber, como la animal que amaba, era protegerse a ella y a su Chi.

Ella no lo sabía, porque sería mucho para soportar. Era mejor que se mantuviera sin saber por un tiempo, aunque después de todo, lo terminaría descubriendo en poco tiempo.

Fue gracias a ella, a Ko y a Cho y Yung, que pudo dar con ello, con la única manera de destruir a su enemigo y liberarse, durante un largo tiempo, de una batalla sin sentido como era la que él y sus hermanos libraban en ese preciso momento.

—¡Shui —lo llamó una voz—, ahí vienen!

—Debo irme, Kumi —le dijo, sintiendo como si le clavaran un gancho en el pecho y le sacaran el corazón—. Te amo. —Dos simples palabras. Dos palabras que jamás en su longeva existencia pensó que diría, y ahora, ahí, las decía sin miedo y con un orgullo oculto, habiendo logrado lo que ninguno de su tipo pudo hacer.

Ella, a modo de respuesta, le besó los labios.

Shui la vio irse, cubriéndose con un hábito y alzándose la capucha.

En la entrada de aquel pueblo, Shui, Ko, los dos tigres y los cuatro pandas, veían, esperando, cómo las siluetas negras y ondulantes de las ocho Sendas se acercaban hacia ellos. El tigre azulado volvió la mirada una última vez y observó a lo lejos, la minúscula figura de la tigresa perdiéndose. «Cuídenla, hermanos, por favor», pensó, al verla.

Asió por el hombro a un panda a su lado y murmurando unas palabras ininteligibles para los mortales, le confirió una protección extra. Debía sobrevivir, como mínimo, uno de ellos, un panda. La orden era simple: vive, búscala y protégela con tu vida. Y si era posible, creara un grupo de animales que lo hicieran; ella llevaba su futura victoria consigo.

—¡No duden! —bramó Ko, alzando una tosca e improvisada lanza.

Los demás animales corearon aquel grito.

Las Sendas sonrieron de forma macabra.

Shui juntó las patas a nivel del pecho y concentró toda su energía en ellas; aquel cuerpo se contraía de dolor por su poder, pero debía soportarlo. Un brillo intenso y azul salió de estas, creando, de a poco, un tridente.

Shui lo giró y dio un golpe con él en el suelo.

—¡Quebranta —murmuró, viendo cómo el pelaje de su cuerpo empezaba a congelarse y sus brazos a fragmentarse—: Seiryu!

Lo siguiente que pasó fue que un brillo cegador inundó el lugar.



Los dedos de Seiryu estaban helados, tanto que quemaban y el pelaje circundante a ellos de su entrecejo se congeló por su tacto. Al instante una debilidad total embargó a Po, ocasionando que las piernas le fallaran, sintiéndolas de goma y cayendo de rodillas al suelo, frente a él. Sintió vértigo y le dieron arcadas, mas no expulsó nada porque como era un espíritu no tenía qué desechar, sin embargo, las sensaciones seguían allí.

Alzó la mirada buscando al panda, y lo encontró sosteniéndose al cabeza sobre su simple trono, con una expresión de fastidio y tal vez dolor. Tenía los ojos cerrados, con el entrecejo fruncido.

—Es un poco complicado extraer y transmitir estos recuerdos —le dijo, respondiendo a la muda pregunta que Po iba a formular—. Unos son míos, y otros, una gran parte, son de antes de yo existir.

No tuvo tiempo de preguntar qué significaba eso, porque pocos segundos después de que el dragón dijera esas palabras, todo el ambiente onduló como una pintura, diluyéndose y perdiendo los colores.

Durante un rato (tal vez un momento, tal vez años) estuvo sin sentidos; no veía, no sentía, no oía, no olía. Nada. Esa inexistente sensación empezó a mermar la valentía que tenía, era horrible. Aterraba. Y entonces, en un parpadeo, todo volvió a su lugar, volvía a sentir.

A su lado Seiryu apareció, con una sensación agotada y muy, muy viejo; no viejo de aspecto, pero la forma en que arqueaba su cuerpo al jadear, el subir y bajar de los hombros y la mirada tan muerta que tenía en los ojos azules con una gota por pupila, le daba una sensación de estar cansado de ser lo que era. En ese momento Po entendió que la inmortalidad debía ser el peor de los castigos para quien fuera capaz de sentir algo. Su expresión cambió a una de ira y dolor, más que todo lo segundo, mientras se apretaba la pata derecha, con los ojos cerrados.

¿Por qué jadeaba si era un ser que no tenía que respirar? ¿Por qué tenía esa cicatriz en la pata? Él era un ser divino, curársela no sería difícil. «Tal vez no pueda. Tal vez existen cosas que son capaces de herir de verdad a los dioses».

Una vez Seiryu se hubo recuperado, fijó sus ojos en los de Po, en una tácita ordenanza de que se mantuviera atento y cerca de él. Sin saber cómo, el Guerrero Dragón dio pasos en el intangible aire hasta su Bestia y se mantuvo quieto, a su lado, esperando que hablara.

—Observa —le indicó, haciendo un gesto amplio con la pata, abarcando la infinita oscuridad—, ¿qué ves?

—Nada.

—Mira bien, Po Ping —le incitó—. No es sólo nada.

Po entrecerró los ojos tratando de encontrar algo más en aquella aplastante oscuridad. Le tomó tiempo hallarlo, pero ahí estaban, pequeñas... ¿cosas? No sabía cómo llamarlas de cualquier forma, parecían ser seis esferitas del tamaño de una nuez, girando con calma en una órbita, solo que no había nada como centro. Eran así porque sí.

—¡Hay unas... ¿esferas?! —exclamó, apuntándolas—. ¿Pero que no las esferas son redondas? Esas cosas parecen unas masas de dumpling.

Con un suspiro cargándose de paciencia, Seiryu apuntó un poco más atrás de las esferas.

—No las dimensiones, panda —recalcó—, el ser que está tras ellas, el que las tiene en los dedos.

Enfocó lo mejor que pudo, buscando al dichoso ser que el dragón reiteraba había tras las esferas, pero lo único que veía era una especie de aire ondulante, como cuando su Bestia abría esa especie de cortina, o cuando Fai abría un portal hacia otro destino.

—Yo no veo nada —repitió, hondando el lugar; las esferitas, o dimensiones como le había llamado Seiryu, giraban y ondulaban sin detenerse.

—Tal vez no puedas verlo —caviló—, quizá los mortales no posean esa capacidad. En fin, tú no puedes verlo, pero las seis dimensiones que están ahí, las está sosteniendo Qilin.

Po abrió mucho los ojos.

—¿Qué? ¿Me estás queriendo decir que aquel... —Hizo una floritura con la pata en dirección a la ondulación— que lo que causa esa fluctuación en el aire es Qilin? —Seiryu asintió—. Eso... eso es ilógico. Es decir, entiendo que sea un dios, ¿pero tener dimensiones enteras en su pata no es exagerado?

Una sonrisa enigmática, y pesada se le dibujó en el rostro al dragón.

—Aún no has visto nada, Po Ping —dijo—; trata de no volverte loco al observar cómo transcurre todo. Ven. —Lo asió por un hombro y ambos empezaron a flotar hacia las seis esferas—. Quiero que veas los Reinos.

—¿Los Reinos? ¿«Esos» Reinos? —se sorprendió.

—Sí.

Una vez llegaron al sitio, Po se detuvo a ver con lujo de detalle que, como cuando Qilin se le hubo manifestado, dentro de cada esfera, como una pintura, pasaba algo distinto. En la primera había un paisaje de un negro purpureo, como carne en descomposición, con un suelo yermo, un cielo color sangre y una niebla amarillenta pululando sin control; estaba vacío, no había vida alguna. En la segunda todo estaba destruido, era un bosque que parecía en su tiempo fue hermoso y vasto, pero que ahora era oscuro y podrido; habían grandes seres deformes con distintos aspectos, de animales e insectos, blancos como el papel y con el doloroso detalle de estar en carne viva. Estos tenían hileras e hileras de colmillos, unos largos y otros cortos, con los que devoraban absolutamente todo lo que veían. En la tercera habían animales; animales que reconocía (un león aquí, un zorro allá), pero no se comportaban como Po, sino parecían no tener una línea de pensamiento coherente.

Lo que más lo impacto, sin dudas, fue lo que vio en la cuarta esfera: unos seres que se parecían en su andar a Mono, pero que por algún motivo no tenían pelaje. Su atención se quedó inmersa un rato en esa escena, notando pequeñas similitudes entre el comportamiento de aquellos seres con los suyos propios. La quinta esfera, casi como la segunda, tenía todo destruido, pero en lugar de ser porque unos seres se lo comían, era más bien como una escena luego de una cruel batalla, y era por unos seres de formas cambiantes, negros en su totalidad, que destruían con una especie de explosión lo que tocaban. La última, la sexta, era de un color distinto; mientras las otra cinco eran de un pálido y opaco gris, ésta tenía los colores del ópalo.

—No mires la Deva —le advirtió Seiryu, quien lo veía con detenimiento, analizándolo—. Morirás si lo haces... o como mínimo perderás la cordura. —Inspiró—. Como te dije, Po Ping, el Reino Deva es el de los dioses, pero... ¿qué dioses si en este recuerdo no hay dios alguno?, sólo Qilin.

Tenía un punto muy certero e intrigante al mismo tiempo. Si Qilin era el único dios existente en ese instante, ¿qué contendría la esfera que representaba el Reino Divino: Deva? Haciendo un épico esfuerzo, desvió la mirada, centrándose en Seiryu.

—Observa —le indicó, señalando con el mentón las esferas—, aquí verás el nacimiento de tu plano universal.

Las esferas empezaron a acercarse más y más, hasta el punto que giraban muy juntas, rozándose. No sabía por qué, sin embargo, presentía que aquello, el unificar esas esferas, no era algo que debiera hacerse. De pronto, las esferas desaparecieron y Po vislumbró una pata, enorme y con pelaje como cuarzo; la pata chasqueó oos dedos y una luz cegadora inundó la oscuridad. Al reestablecerse la oscuridad, Po logró ver la pata completa de Qilin, con las garras extendidas; de león, aunque recubierta por unas finas escamas verduzcas. Entonces éste la abrió y en su lugar, en vez de seis, sólo había una esfera multicolor, levitando con prepotencia.

—Te presento, Po Ping —habló su Bestia—, tu universo. Tu plano.

—¡Un momento! —se manifestó Po, un poco aturdido y con aquella sensación de vacío en el estómago, debido al peso que aquella visión representaba—. ¿Quieres decir que Qilin fue quien hizo nuestra dimensión?

—No solo la tuya —suspiró, reacio a contarle—, la mía también. Ven... —Le apretó aún más el hombro—, que esto apenas el comienzo.

La escena empezó a desdibujarse y ondular, dando paso a una nueva, la cual mientras se formaba, Seiryu iba dándole un rápido repaso para que su mente mortal pudiera comprender.

—Lo que viste fueron los Seis Reinos del Samsara, Po Ping —explicó—: Naraka, Preta, Animal, Humano, Asura y Deva, en su respectivo orden, volviéndose uno, dando paso a lo que sería el Séptimo. —Hizo una mueca y se apretó el entrecejo—. Bueno, en parte, al hacerlo, Qilin logró lo imposible: doblar las Reglas de la Creación, alterar los Tres Reinos.

Po se sintió confundido.

—¿Tres Reinos? ¿Qué no eran seis?

—Es... complicado. —Su expresión se hizo dura—. Lo entenderás cuando todo termine, Po Ping. En fin, continúo. El Séptimo Reino, el de la energía, está subdividido en cuatro más. —Esbozó una sonrisa intrigante—. No es muy difícil adivinarlos. —Estiró una pata y fue alzando un dedo al irlos nombrando—. El Mundo Divino, el Mundo Infernal o Inframundo, el Mundo Mortal, y el Mundo de los Espíritus.

—Pe-pero... —Po estaba abrumado, tratando de procesar todo lo que escuchaba—, ¿cómo es posible que seis se vuelvan uno? ¿Cómo éste uno se vuelve cuatro?

—Es un poco complicado, incluso para nosotros, dioses, entender qué incitó a Qilin a hacerlo —reconoció—. Sobretodo, ¿qué lo llevó a perder gran parte de su poder para unificar los Reinos en uno solo? Se degradó de un dios creador, como bien pudiste notar, a uno un poco más alto que nuestra categoría. Es algo que aún me sigue rondando la mente. —Po dudó, los ojos de Seiryu cambiaban de distintas tonalidades de azul; algo ocultaba.

»Con respecto a lo que sucedió con los Reinos, es algo curioso. —Sonrió—. Cualquiera pensaría que serían incompatibles, ¿cierto? —Po asintió, se le hacía imposible que, por ejemplo, Asura y Deva estuvieran en el mismo plano, o Preta y Asura, sería una guerra sin cuartel—. Ahí es donde Qilin se degrado.

—¿Cómo?—quiso saber.

—Unir algo que por naturaleza universal es incompatible es complicado, pero para alguien con el poder de Qilin, es posible. —Levantó la pata, la cerró en un puño y la volvió a abrir—. Fragmentación. División. Llámalo como quieras. La cuestión es que él tomó todo lo que había en los Reinos y los separó para luego unirlos. —Po estaba a punto de que el cerebro se le derritiera—. ¿Por qué, si no, los animales en el Mundo Mortal conservan la forma del Animal, pero tienen características del Humano? ¿Por qué ansían más de lo que ya tienen, como los Preta, y no les importan los medios para conseguirlo, como los Asura? Pero sobre todo... —De su pata abierta la forma de un animal brilló en azul, minúsculo, de espaldas hacia Po y alzando la mirada hacia Seiryu, quien tenía una sonrisa triste y alegre a la vez— ¿por qué algunos nacen con rasgos de los Deva, o con su capacidad para apreciar la belleza del mundo y de ellos mismos?

El tono en que dijo lo último le sonó tan... real; no era ese tono sereno que siempre tenía, sino uno cargado con emociones puras y reales, aquellas que sólo alguien que las ha vivido en carne propia puede expresar. Cerró la pata con una delicadeza que rozaba la ternura y la imagen de aquel animal desapareció; luego él lo miró a los ojos.

—Observa —le dijo, una vez el lugar adoptó la forma que había visto en la esfera del Reino Naraka: un yermo suelo purpureo con un cielo rojo sangre y una niebla amarillenta, en esta ocasión, no obstante, era que en lugar de suelo habían piedras fragmentadas de obsidiana, como para causar dolor—, en esto se convirtió el Reino Naraka: en el Inframundo. Esos que ves allí... —Señaló a un caballo esquelético y un robusto buey, ambos con armaduras imperiales negras— son Ma Mian y Niu Tou, los...

—Guardianes del Inframundo —completó Po; se volvió y le sonrió en disculpa—. Me lo contó Shifu.

—Sí, sí. —Seiryu hizo un gesto para dejar de lado eso—. La cuestión es que lo que quedó de los Reinos se dispersó entre los Mundos. Parte del Naraka, Preta y Asura se hicieron parte del Inframundo, el Animal del Mortal, el Deva del Divino y el Humano del Espiritual. ¿Por qué, si no, cuando terminaste en el Espiritual habían lugares que parecían edificaciones?

—¿Sabes de eso? —preguntó, sorprendido.

—Sé todo de ti desde que mi poder en ti despertó. —Movió la pata a los lados tentativamente—. Más o menos un poco antes de que lucharas con Tai-Lung; una lucha extraña, debo recalcar. —Hizo una pausa—. Bien, en lo que estábamos. Esos son los Guardianes del Inframundo, estamos... —Frunció el ceño y miró a los lados, como ubicándose— yo diría unos tres mil años después de que Qilin hubiera creado este plano universal. Sí, creo que este es el momento exacto para que lo veas.

—¿Para ver qué? —Ladeó la cabeza, confundido.

—La Primera Caída—respondió con aplomo—. ¡Ahí!

Po colocó su atención en los Guardianes, que tomaban unas armas que parecían tener la noche misma contenida en ellas (una espada y una kusarigama) y saltaron por un portal, desapareciendo. La escena se desdibujó nuevamente y adoptó la imagen de un bosque cerca de una villa.

«Sin duda este es el Mundo Mortal», pensó Po.

Y entonces lo vio. Flotando sobre la villa y con una pata de león recubierta de escamas apuntando al cielo, estaba Qilin bramando colerizado. Los animales de la villa, sorprendidos por lo que veían, no se movían; sumado también a que a Po se le hizo que no tenían la misma experiencia que él o los del Valle de la Paz. Eran adultos, pero daban el aspecto inocente de los niños.

—¡Están destruyendo mi creación! —gritó Qilin, con una voz sorpresivamente enojada y grave—. ¡Yo no los puse aquí para que hicieran eso! ¡Destruyen mi obra! —Ma Mian y Niu Tou aparecieron cayendo del cielo, contrastando con sus opacos cuerpos el azul del cielo—. ¡MUERAN, BASTARDOS EGOCÉNTRICOS!

Bajó la pata casi como si diera un golpe con la palma extendida y del cielo, semejante a una vasija de porcelana que se quebrara contra el suelo, un agujero se abrió con un sonido del romperse de la tela, dejando salir enormes bolas de fuego que arrasaron con la villa. Los gritos de dolor, sorpresa, y sobretodo miedo, se le grabaron en los oídos a Po.

Todo pasó como si no estuviera allí (lo que en realidad, no estaba; era una proyección, un recuerdo). Mian y Tou pelearon arduamente contra Qilin, quien los superaba a ambos, pero éstos, de manera astuta, encontraron la manera para acorralar al dios y mantenerlo a raya.

—¡¿Quiénes se creen que son?! —espetó, con superioridad. De la punta de sus ramificados cuernos una luz entre dorada y rojiza empezaba a brillar—. ¡No se metan, asquerosos inferiores, donde no tienen voz ni voto!

—No puedes hacer lo que se te venga en gana, Qilin —comentó Niu Tou con una seriedad de hielo.

—¡Yo los hice! ¡Yo puedo matarlos!

—Con nosotros presentes no —zanjó Ma Mian, levantando la kusarigama.

—¿Eso creen? —sonrió con un rictus de demencia—. ¿Saben qué son ustedes dos, adefesios? Son la manifestación de los desechos de los Preta y los Asura, asquerosidades. Desechos de Chi que tomó la forma que tienen ustedes, aterradora y fea a la vista. ¡Mis Sendas tienen mejor aspecto que ustedes!

—Prepárate, Tou —le dijo Mian al buey, llevando una pezuña al pecho y alzando la otra en la que tenía su arma; NiuTou lo imitó, alzando su espada. Ambos comenzaron a murmurar unas palabras ininteligibles que parecían debilitar a Qilin.

Éste, percatándose de ello, juntó ambas patas a nivel del pecho. La posición del corazón. Po se sintió atemorizado por un momento; si esa posición de manos canalizaba el Chi de una forma potente en mortales, ¿qué lograría en un dios?

—Dos contra uno parece injusto, ¿no lo creen? —Alzó ambas patas al cielo, como si sostuviera el peso del mismo—. ¿Les parece si llamo a uno de mis hermanos para que nos haga compañía? ¿Qué dios prefieren que venga? —Los Guardianes seguían en lo suyo, sin apartar la vista del león-ciervo—. Ya sé. —El cielo sobre ellos se tiñó de rojo, casi del color del sol—. ¡Ven, hermana mía! ¡Te permito el paso hacia este plano universal, A...!

Qilin fue silenciado de golpe por sendas cadenas negras que lo envolvieron, sellándole los movimientos y los labios. El cielo tomó su color azulado normal y Qilin se precipitó al suelo, para entonces la escena desdibujarse.

—¿Qué pasó? —exclamó Po, ansioso por ver lo demás.

—No lo sé. —Seiryu se encogió de hombros—. No es mi recuerdo, era uno de Niu Tou.

—¿Qué sucedió después? —preguntó.

—Pues Qilin fue encerrado en una dimensión que ambos crearon llamada Infra. Una sección del Inframundo —respondió como si nada—. Una parte del Reino la cual escapó siglos después.

—Espera —dijo Po, levantando ambas patas hacia él, en clara señal de alto—, no he visto a ninguno de ustedes, ¿dónde estás tú, o Suzaku, o los demás?

—Aún no nacemos. —Aquella aseveración dejó a Po un momento perdido—. «Nacer» como tal no sería la palabra. Más bien... —Se llevó la pata al mentón, pensativo— diría que no recolectábamos la energía suficiente para aparecer. —Inspiró—. Deja te explico, nosotros, las Bestias Divinas, somos enteramente Chi; Chi pensante, por decirlo de forma fácil. Por esa razón no hay manera de matarnos, de que desaparezcamos o dejemos de existir.

Po fue a protestar, pero él se adelantó.

—Sí, cuando te dije que casi me matabas no fue en el sentido literal. Pude haber «muerto» en cuestión de mi forma física, pero ¿cómo matas algo que está en todo? Mi Chi se basa en las propiedades de la energía que se compatibiliza con el agua, incluida las emociones atribuidas a dicho elemento, así pasa con las demás Bestias. —Inclinó un poco la cabeza—. A ver, para dejártelo más sencillo, ¿has visto desastres naturales?

—¿Cómo terremotos, tornados y eso?

—En efecto —convino—. Estos ocurren porque, entre otros factores, el Chi elemental es tanto que de una manera debe liberarse. Cuando hay mucho de mi Chi en el agua, ocurren los tsunamis, de la misma forma con Suzaku las erupciones de volcanes, con Genbu los terremotos y con Byakko las tormentas eléctricas.

—¿Y el Dragón Imperial? —se interesó Po; de hecho, si analizaba, en todo lo que había contado jamás nombró a su homónimo.

—Wang es... diferente. Especial, por decirlo de otro modo. —Y ese «otro modo» era uno que le molestaba por alguna razón.

—¿Y cómo nacieron ustedes? —se interesó.

—Sencillo: una vez que el Chi estuvo en su tope, nosotros aparecimos, así de improvisto. —Chasqueó los dedos—. Y con nosotros, el mecanismo que Qilin creó al momento de dar luz a este plano universal: los Puntos.

—No entiendo.

Seiryu suspiró, cansado.

—Los Puntos en el alma de los mortales sirven tanto para darles poder como para sellárselos si están muy a tope, parece un método de protección, pero es más un sello —le explicó—. De esa manera, Qilin se aseguraba que los mortales no pudieran aspirar a derrotarlo ahora que por unificar los Reinos degradó su poder. —Por alguna razón, a Po le dio la sensación de que Seiryu se refería a otros Reinos—. Sin embargo, dichos Puntos, me imagino, no se activaron como tales hasta el momento en que las Bestias Divinas aparecimos. Fue entonces que nosotros, al «nacer», dimos camino para que los Puntos, con sus respectivos Límites, hicieran presencia en los mortales.

—Una cosa no tiene que ver con la otra —argumentó Po, asintiendo para darle más veracidad a su punto—. Los Puntos tienen que ver con los Reinos, ¿no? ¿Ustedes no pintan en eso?

—Ahí te equivocas —le corrigió, molestándose por explicarle—, nosotros, las Bestias, somos la consecuencia de la unificación de los Reinos, el Chi de Qilin y el Chi elemental que hay pululando por los cuatro Mundos. No es muy difícil atinar qué Reino representa cada uno. —Se encogió de hombros, restándole importancia a lo que dijo.

Po se quedó en silencio, asintiendo al tiempo que abría los ojos por la sorpresa. Ahora comprendía el por qué cuando él le explicó los Puntos había dicho que cuatro Reinos aparecieron de golpe. No eran los Reinos en sí, eran las Bestias. Y por lo que dijo, podía suponer que Suzaku como representaba el fuego, tal vez su emoción más certera fuera la ira y su Reino el Asura. Con Genbu no se arriesgaba, pero suponía que era el animal, por la forma tan... bestial, en la que peleó. Con Byakko ahí sí estaba en blanco, aunque tal vez, fuera el Preta.

El que sí, sin duda alguna, sabía por instinto, era el de Seiryu: tenía escrito en su ser el Reino Humano.

—Observa —dijo—, este es uno de mis recuerdos. Aquí Qilin, hace dos mil años, se liberó.

La escena tembló, como si sacudieran aquel lugar, y la imagen general de un lugar hermoso, con un cielo color ópalo, apareció. El cielo perdió su color y tomó un gris tan fuerte que parecía plata o mercurio y se fragmentó un poco, dejando ver la titánica forma de Qilin, que lo hizo sentir minúsculo. Era hermoso, como aquella belleza que tienen las plantas y los animales venenosos, de esos que sólo se ven una vez para luego morir.

Tenía el largo de un dragón, como Seiryu, pero su cuerpo era delgado y ágil, su parte ciervo. Las extremidades eran de ciervo, rematadas de escamas verde esmeralda hasta la articulación; su cuerpo, de ciervo, tenía el pelaje amarillo dorado de un león, casi con el mismo brillo del sol. Su cuello y cabeza eran de león, con enormes colmillos que sobresalían por sus labios y daban la tácita advertencia de partir al medio lo que sea que agarrara; sus cuernos, que se ramificaban, tenían un opaco palpitar, como si fueran un agujero negro que poco a poco refractara y se tragara la luz; y los bigotes tenían un color rojo sangre, tanto que parecía dicho líquido flotando en un hilo en el aire, y tan largos que le llegaban a la mitad de su cuerpo.

Sin embargo, fueron sus ojos los que lo hicieron sentir una basura; minúsculo. Eran todos plateados: pupila, esclerótica e iris. Plateados con tanta intensidad que mareaban y parecían succionar el alma.

Contra él, superándolo en número pero no en tamaño, estaban Genbu, Suzaku, Seiryu y Byakko, en sus formas divinas, peleando sin cuartel, enrevesados en una lucha que hacía, literalmente, estremecer el mundo en el que estaban. Qilin se movía con gracia, esquivando algunos ataques y recibiendo otros, pero sin lugar a dudas, manteniendo la ventaja, porque aunque le impactaban, no lo hacían sangrar. Eran las Bestias las que estaban agotándose.

Qilin dio una cornada al aire que causó una onda que mandó a las Bestias lejos, excepto a Seiryu, quien había previsto el ataque y saltó para esquivarlo. Se precipitó hacia el ungulado con las garras y fauces abiertas, concentrando su Chi en las patas, aumentando el largo de las zarpas. Qilin, con una gracia insultante, lo tomó del cuello con un de sus bigotes escarlata y como a una cría malcriada lo mantuvo fijándole la vista.

Sorprendido, Po no alcanzó a oír lo que Qilin dijo, pero vio cómo el otro bigote se expandía, asemejando una pata y lo tomaba por el rostro, como succionando algo. El rugido de Seiryu le erizó el pelaje a Po, pensando en cómo era posible expresar, con un simple sonido, tanto dolor.

Y de un momento a otro, Seiryu desapareció con un brillo plateado.

El recuerdo se disipó y el lugar quedó de nuevo, sumido en aquella oscuridad aplastante.

—¿Qué... qué te sucedió? —le preguntó.

—Me mandó al Mundo Mortal... como un mortal más.—Luego de decirlo, se apretó con fuerza la pata con la cicatriz.

—¿Es eso posible? Digo, eres un ser divino, ¿cómo podría mandarte al Mundo Mortal como un mortal?

—Suprimiendo mi energía —respondió—. Al hacerlo, mis recuerdos se borraron. No sabía quién o qué era, o cómo llegué allí. Su plan hubiera funcionado si no hubiera aparecido una de sus Sendas para buscarme y asegurarse de que muriese sin saber mi identidad; si eso hubiera pasado... —Lo miró— tú no estarías aquí. Nunca hubieras sido el Guerrero Dragón, porque yo hubiera perdido mi esencia, y me hubiera tomado, como mínimo, cinco milenios en restablecerla al mismo nivel.

—Y eso no pasó —hizo notar.

—¡Obvio que no! —espetó—. Sólo... —Sacudió la cabeza—. Gracias a que él hizo eso pude encontrar una manera para poder destruir su esencia a nivel primario; no lo matará, pero le tomará el triple recomponerla.

—¿Quince milenios?

—Siglos más, siglos menos. Pero sí.

—¿Y cómo lo supiste o por qué?

Vio a Seiryu abrir y cerrar los labios varias veces, como buscando las palabras para responderle, pero no las encontró. Dio un paso hasta él y le colocó dos dedos en el entrecejo.

—Las palabras no bastarían para explicarlo —comentó, y luego introdujo parte de su Chi en Po.

Primero sintió frío y luego... luego estuvo a punto de llorar del torrente de emociones que lo embargó. Frente a sus ojos bailaron varias escenas. Seiryu siendo convertido en un mortal, un tigre azulado. Su desconcertado despertar en un bosque. La aparición de una tigresa blanca, hermosa como la nieve cayendo, ante él y su posterior atracción. Una familia de tigres acogiéndolo. El amor que surgía por aquella felina. La muerte de un tigre mayor. El beso que se dio con la tigresa y la sensación tan hermosa recorriéndole cada parte del cuerpo. La partida de ella hacia lo desconocido; y el atroz dolor de la destrucción de su cuerpo.

Po se tambaleó, agarrándose el pecho, aquel dolor de haberse separado de esa tigresa que hubo sentido Seiryu era desgarrador, tanto que unas lágrimas intentaron asomarse en sus ojos, no por el dolor en sí físico, sino el sentimental.

—Seiryu, ¿tú...?

—Con esa pelea que tuve contra las formas incompletas de las Sendas, por fin me di cuenta de qué manera poder destruir a Qilin —repuso, sin responder las obvias preguntas no musitadas que flotaban en el aire, en tensión—. Fue algo... inusual. Hermoso, podría decirse. Hermoso y destructivo a la vez. Aterrador y maravilloso.

—¿Acaso eso es el...?

—Sí, Po —asintió él, con una sonrisa retrospectiva—: el amor. Es tonto, pero aquella compleja emoción puede despertar un Chi que o te destruye, o te da una fuerza igualable a Qilin. Un despertar, por llamarlo de una forma. Es una joya.

Po quería enojarse, gritarle al dragón que si el amor era algo tan poderoso, ¿por qué le insistía en que desistiera de él? ¿Por qué se enfocaba en que dejara lo que sentía por Tigresa de lado?, mas no podía. Después de esos fugaces recuerdos no podía.

—Esa pelea me dejó ésta herida. —Le mostró la palma de la pata—. Es fácilmente curable, pero me la dejo ahí, para no olvidar jamás esa época. Para no olvidarla... olvidarlos.

—¿Qué pasó después? —le preguntó, interesado, sintiendo compasión por el dragón.

—Ganamos, en lo que cabe —respondió—. Yo le di una protección a un panda, que fue el único que vivió para que siguiera a Ku... la siguiera y protegiera. Con el tiempo se encontraron y fundaron las Casas; un mecanismo para protegerla a ella, pero más que todo a lo que ella protegía. Y se aseguraron de que esa historia, nuestra historia y la de la lucha, pasara de generación en generación. Alterada, claro, no pensarás que todos tomarían bien que un dios les diera poder. Traería caos.

—¿Proteger qué? —quiso saber; aunque en el fondo lo sabía. Nada podía generar más dolor ante una separación de un ser amado si eso estaba presente. Es duro perder una familia.

—Mi hijo.

La frase quedó en el aire, ondulando sin más.

—Los dioses no necesitamos placeres carnales para dar vida —se excusó como si Po le reprochara; ladeó la mirada—. Si tenemos un vínculo fuerte, con un simple contacto el Chi nuestro puede viajar al receptor y concebir. ¿Lo comprendes, no?

—Esa cría —musitó Po, perplejo—. ¿Esa cría fue el primer Guerrero?

Seiryu asintió.

—Y los demás, al ver que un mortal podía manejar bien el Chi y tolerarlo, les dieron una milésima parte a un mortal al azar. Claro. —Frunció los labios—. Me hostigaron inquiriéndome cómo era que un mortal tenía mi Chi, pero fue Suzaku la que lo notó, ¿intuición femenina tal vez? Mas no me juzgó, sólo analizó.

—Así pues, inició el linaje de los tigres azules —murmuró.

—Un linaje que por la dilución de sangre se va perdiendo. El Chi es como la sangre, mientras más lo mezclas con reactivos diluyentes, más se pierde. Llegará el momento en que dejen de nacer tigres azules.

—Lo siento.

—No. —Negó con una sonrisa—. No te disculpes. Es lo mejor. He visto a mi hijo, nietos, bisnietos... mi familia en sí, crecer y ser feliz. Eso es suficiente para mí.

—Ya veo.

—Como seguía —prosiguió, luego de un rato—, aquella experiencia me dio la clave para derrotar a Qilin, aunque fue incompleta. La forma de obtener un poder demencial para ponerle un alto a ese dios. Lamentablemente los dioses no podemos utilizarlo, porque no está en nuestras capacidades; los mortales, por otro lado...

Seiryu hizo un gesto con la pata y el lugar volvió a iluminarse, dejando ver la lucha de las Bestias contra Qilin. Éste estaba en ventaja contra los tres, y estaba a un movimiento de borrarlos, al mismo tiempo en que el cielo de ópalo tomaba una tonalidad negra, con un sol opaco. Un eclipse. De alguna manera supo que los mundos estaban convergiendo.

Y entonces apareció Seiryu, malherido y goteando icor y sangre mortal de varias partes. Tomó a Qilin del cuello con sus fauces y lo arrojó lejos. En el tiempo en que el dios se recuperaba, el dragón se volvió hacia los demás y murmuró algo, las demás Bestias estaban sorprendidas y agotadas, por lo que se aferraron con desesperación a lo que Seiryu les propuso.

Juntó las zarpas y tomó la forma de un tigre azulado, aquel que Po había visto en las fugaces imágenes, y los demás hicieron lo propio; Po reconoció el fénix que era Suzaku, la tortuga que era Genbu y aquel tigre que casi lo mató que era Byakko. Los cuatro llevaron las patas (y alas) a nivel del pecho y un brillo de cuatro colores, purpura, verde, rojo y azul, empezó a intercalarse.

Un rugido de Qilin cortó el ambiente, y cuando se lanzó a atacar, Seiryu alzó una pata y la bajó como una ordenanza, de la misma forma que un rey da un decreto, y Qilin tomó la forma que Po había visto cuando se le presentó. Asustado e impresionado, Qilin se lanzó a atacar.

Connun grito de Seiryu, fuerte y claro los cuatro Chi se unieron en uno e hicieron de ataduras; sellándole el movimiento, cubriéndole los ojos, tapándole la boca y restringiendo en su totalidad a Qilin.

Los cuatro volvieron a sus formas divinas y juntaron las patas, alas y zarpas, como si protegieran lo más delicado del mundo. El cielo se fragmentó, dejando ver un destino negro, vacío, solitario y ellos entraron.

De nuevo, el lugar quedó en oscuridad total.

—¿Y lo demás? —le preguntó.

—No es sencillo mostrarte esto, Po Ping —refunfuñó el dragón—. Lo hago con las partes esenciales. Para que comprendas.

El mundo giró sobre sí mismo, llevándolos de nuevo a la dimensión de Seiryu.

Po, logrando recuperarse del vértigo y sentándose en el hielo de aquella tranquila dimensión, se quedó procesando lo que había visto y oído. En palabras sencillas, Qilin era un dios creador que ahora estaba ansiando destruir lo que hizo, pero fue detenido por los Guardianes y por las Bestias, respectivamente. Ahora, la pregunta era por qué le mostró eso, muy bien pudo contárselo y ya.

No había que ser un genio para averiguarlo, uniendo esas vistas con que el dios se le hubiera presentado le daban la respuesta: Qilin terminaría saliendo y era cuestión de ellos detenerlo.

—¿Va a salir, cierto? —le preguntó a su Bestia.

—Correcto.

—¿El que Byakko, Genbu y Suzaku descendieran al Mundo Mortal es parte de eso?

—Sí y no. —Bufó—. Qilin saldría tarde o temprano, el cuándo era la incógnita. Él intenta salir golpea los pliegues dimensionales de una forma brutal, tanto que para mantener la estabilidad de los Mundos, Niu y Mian están haciendo de pilares. Temporal, obvio, pero aún así...

—¿Hay alguna forma de detenerlo?

—Tal vez. —Seiryu lo miró con una seriedad aplastante—. Acabas de obtener una partecita de mi nombre secreto, ahora te das cueta que el amor despierta un Chi enorme. Sin embargo, solo no bastará. Necesitas entrar en el samsara para poder hacerle frente a Qilin.

—¿Cómo los Reinos?

—En efecto. —Seiryu se veía muy débil; había gastado demasiado poder en manifestar aquellas visiones—. Un estado de poder que asemeja el de Qilin, pero que sólo se puede llegar con ciertos requisitos.

—¿Cuáles? —inquirió; si Qilin terminaría saliendo, había que detenerlo. Y debía proteger a Tigresa, por lo que no podía permitir que nada le pasara—. Dímelos.

—Son tres, simplemente —jadeó, y se tomó su tiempo para continuar después—, y son las que descubrí y mejoré gracias a ella. —Se miró la cicatriz del brazo con cierto cariño.

»Como de seguro notaste, el amor es un sentimiento poderoso y destructivo a la vez. Y sin embargo, es la clave para llegar al samsara. Son tres requisitos, por decirlo de una forma, que hay que tener para poder activarlo. Las Joyas, los Límites y los Puntos. Debes dominar los Límites para acceder a los Puntos y abrirlos todos para que las Joyas te permitan llegar al samsara.

Po formó una perfecta «O» con los labios.

—Así que por eso tanto interés en que llegara al Tercer Límite. —Seiryu asintió; una fría corriente de aire sopló desde el sur del lugar, trayéndoles a ambos una renovación de energía—. Hubiera sido mejor que me lo dijeras antes.

—No. —Cerró los ojos y los abrió para dar más peso a sus palabras—. No hubiera sido posible; el abrir tus Puntos te ayudó a que tu percepción divina aumentara. Lo mismo pasó con la maestra y el león, aunque en menor medida. Además —agregó—, en ti hay algo que me interesa más.

—¿Qué?

—Posees Resonancia con la maestra —respondió, levantándose, caminando hasta el océano y dejándose caer; el agua chapoteó y le mojó el rostro a Po. Seiryu salió a flote, con calma, mirando el cielo y claramente con energías renovadas—. Eso será de gran ayuda para ambos.

—¿La maestra? —Ladeó la cabeza—. ¿Por qué le dices así?

—Nunca me ha interesado saber los nombres de los mortales, mucho menos recordarlos. Pero ella... me recuerda a Kumiko. Son clavadas en la personalidad. Y lo he visto, porque la percibí a través de ti, sumado a la vez que te poseí.

—Ya. —Hablar de Tigresa le traía unas enormes ganas de verla, una enorme nostalgia—. Seiryu —agregó pasado un rato; Seiryu flotaba como un cachorro pequeño en un río—, ¿por qué en esas visiones no apareció el Dragón Imperial?

Él escupió un hilillo de agua.

—Wang es parte de mí —respondió, recuperando aquella calma sobrenatural—. Nació de mí. Era, mejor dicho. Luego de encerrar a Qilin mis emociones mortales aún seguían persistiendo, y me rogaban descender y visitarlo, hablar con Kumiko y conocerlo a mi hijo de frente; pero eso no es algo que un dios deba hacer. Lo nuestro fue fortuito, destino, no planeado, si lo hiciera de nuevo traería desbalance. Así que extirpé dichas emociones de mí y entonces ese Chi tomó la forma del Dragón Imperial.

—¿Enserio?

—Claro. —Bostezó—. No conoces a Wang, Po Ping, pero es, de nosotros cinco, el más... alejado de su divinidad. Curioso, meticuloso, emocional, no es un dios que tenga claro su papel, sino que se mueve según como la marea de sus intereses propios fluya. Por ejemplo, si a él le aburriera el león que es su Guerrero, hace rato lo hubiera matado.

—Vaya...

—Sin embargo, como Wang no es parte de los originales, sus Guerreros siempre terminan mal. Por lo general nuestros Guerreros tienen una vida plena, feliz, algo que aunque lo neguemos, anhelamos pero no tenemos; los de él... sufren. Siempre sufren. No he visto Guerrero alguno de Wang que hubiera sido feliz.

—Una última pregunta, Seiryu —comentó Po, rondándole por la mente qué tuvo que vivir Fai para ser como es.

—Dispara.

—Antes habías dicho «tu plano universal», ¿hay más de uno? —Pensó en las realidades que le había mostrado Qilin.

Seiryu meditó la respuesta.

—Por supuesto. No podrías entender sobre los Tres Reinos, pero sí, existen multiversos. Todos se hallan en el Reino Espiritual, pero se conectan por el Mental.

—¿El Reino de los Espíritus?

Seiryu negó con la cabeza.

—No, Po. Lo entenderás cuando todo termine.

—Entonces hay más Seiryus por ahí?

—No exactamente —explicó—, cada plano posee sus propios dioses. En este, por ejemplo, somos nosotros. Hay algunos en los que se repiten, pero o esos dioses están muertos, o no existen. Por poner un ejemplo, aquí yo estoy vivo, pero puede que en otro plano universal, yo haya muerto, o no exista aún. ¿Comprendes?

—O sea que hay más dioses —aseveró.

—Miles. Pero ruega porque no entren a este plano.

—¿Pueden? —Po abrió mucho los ojos.

—Si se les da el permiso, sí. —Hubo una corta pausa—. Después de todo, ¿por qué crees que Qilin tenía el Reino Deva en su poder si solo existía él? Es, por lógica, una ventana con y para otros dioses.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro