XIX
Con un objetivo claro y conciso cual seguir, que era detener a Qilin, más que todo por éste haber, cuando se le apareció, tácitamente amenazando a Tigresa como una forma de hacerle daño, la especie de entrenamiento de Po iba a pasos acelerados. Al inicio se propuso manejar el Tercer Límite como meta, pero dicho Límite tenía cosas que aún no comprendía del todo, como, por ejemplo, cuando una parte de su pata se volvió líquido.
En ese momento dio un grito de miedo que casi rasgaba la dimensión en la que se encontraba, mientras por primera vez oyó soltar a Seiryu una risa, muy baja, aunque risa a fin de cuentas.
—Veo que eres capaz de mutar en mi elemento —comentó Seiryu, interesado.
—¿Eso significa? —consiguió decir Po, agitando el brazo, el cual desde el codo hacia abajo era agua suspendida en una especie de forma de su pata normal, asustado.
—Pues eso: puedes metamorfosearte en agua... creo. —Estaba tumbado en el hielo, mirando la luna azul marina, casi negra, captando de soslayo los movimientos de Po—. ¿Estuviste pensando en algo? Por lo general, cuando yo me vuelvo en estado líquido, algo que muy pocas veces hago, es con una emoción fuerte. Serenidad, en mi caso.
—Estaba pensando en volver a ver a Ti —reconoció, evocando la imagen de la felina; si le ayudó a superar el dolor de la apertura de los Puntos, tal vez, pensó, podría ayudarle a manejar mejor el Chi del Tercer Límite—. ¿Ella es mi emoción para... —Ondeó la pata semisólida-semiacuática— esto?
—Más que emoción yo diría que motivación.
—Ya. Tigresa es mi motivación para seguir, eso no es nada nuevo. ¡Ahora ayúdame!
—Concéntrate —bostezó—. Si te centras en tu forma anterior podrás recuperarla.
Asintió Po, cerrándose los ojos, evocando la imagen de su pata normal. Sólida. No sintió el cambio, más bien, para extraño y surrealista que aquello pareciera, tenía el mismo sentido del tacto con la pata vuelta agua que cuando estaba en estado sólido. Por ese motivo abría los ojos cada pocos segundos para constatar cómo estaba. Le tomó un largo rato volver a tener su brazo como estuvo siempre, sin embargo, aquel cambio le dio mucha curiosidad. ¿Hasta qué punto podría lograr eso?
¿Sólo unas partes del cuerpo? ¿Totalmente?
—Seiryu —preguntó—, ¿qué tanto se puede usar ese estado líquido y para qué sirve?
—Siendo tú —respondió éste, sentándose con las piernas cruzadas y apoyándose hacia atrás en una pata, extendiendo la otra en un claro gesto enfatizando sus palabras— dudo que mucho. Es decir, si para mí, un dios, es un poco complicado ir y volver de esa forma, si tú lo hicieras por completo dudo que sobrevivieras. Lo más seguro sería que lo limitaras a tus brazos, y en cuestión de su utilidad... —Se encogió del hombro que tenía el brazo libre—. Eso lo decides tú.
—¿Yo? —Abrió mucho los ojos, sorprendido.
—Claro —asintió el dragón—; tus topes te los pones tú. El agua es vida, Po Ping, pero así como la da, la puede quitar. Existen muchas maneras de utilizar el agua como simple elemento: agua muy caliente causa gran daño; si la enfrías lo suficiente y la congelas, son buenas armas; si la evaporas y la manejas podrías usar un ataque de área; si la presurizas incluso logra cortar. Ahora, si a esas propiedades le agregas mi Chi puedes, como ya sabes hacer, curar, o incluso... —Movió los dedos de la pata y varios hilos de agua emergieron del océano y lo ataron de pies y patas, ascendiendo como serpientes hasta su cuello— inmovilizar. Inclusive, si quieres ir más lejos, podrías sellar.
Las ataduras acuáticas se disolvieron mojándole el pelaje o cayendo en el hielo, encharcándose. Seiryu se volvió a tumbar en el suelo, llevó sus patas a la nuca, apoyando la cabeza en las mismas y cerró los ojos. Po sabía que no estaba dormido, sumado al hecho de que no sabía si los seres divinos echaban una siesta o no; sin embargo, aquella posición le dejaba en claro que no intervendría en nada, que se resolviera por sí mismo.
Así pues, se propuso a tratar de controlar aquella habilidad. Estaba animado, porque dudaba que dominar el Chi de su Bestia por completo fuera más difícil que aprender la Llave Dactilar Wuxi por sí solo.
Mientras lo hacía, tratando de canalizar su Chi de alguna manera para poder volver a aquel estado líquido, una duda le llegó a la mente.
—Seiryu —lo llamó; él movió una oreja en señal de respuesta, sin abrir los ojos—, ¿qué es la Resonancia en sí? Digo, recuerdo que cuando Fai en el Palacio lo explicó, me quedé un poco en el aire. No comprendí del todo.
—Porque no lo supo explicar —respondió Seiryu; Po iba a preguntar cómo lo sabía, y entonces se acordó de que el mismo dragón le había dicho que podía saber cosas a través de él—. La Resonancia no es algo que se explique fácilmente, Po Ping, tienes que ir a la raíz del Chi, las diferentes composiciones que surgieron por la unión de los Reinos para poder entender, y tal vez predecir, la Resonancia.
»Algo que es muy complejo para mí. Hay muchas combinaciones, la tuya por ejemplo, tiene muchos aspectos del Reino Humano, como también del Asura, el Animal y el Preta. Es decir, tus sentimientos siempre se anteponen a tus decisiones y te ayudan a crecer, proteges a los que estimas sin importar los riesgos, tomas los mismos sin pensar y, en un sentido más literal, el Preta sería por tu hambre.
—Ajá —asintió, sin comprender—, pero ¿cómo funciona?
—Simple, la Resonancia es, por decirlo de una forma simple, una misma esencia separada. Claro, no es la misma exactamente, pero son tan parecidas que coinciden en puntos clave, de ahí viene la Resonancia. Y como un bono de la misma, a nivel espiritual, el mejoramiento de uno afectará al otro.
—¿O sea... —Po entrecerró los ojos atando cabos— que Tigresa puede despertar el Tercer Límite?
—Puede no. Lo tiene activo.
—Pero...
—Tú lo abriste, y ella como resuena contigo, lo tiene abierto también. —Seiryu bostezó—. Desconozco a la perfección qué efectos tiene, pero uno de los que he visto hacía siglos, es el daño compartido: si a ella la hieren, tú puedes cambiar los roles, obteniendo tú esa herida y viceversa. Claro, siempre y cuando estés dispuesto de corazón a hacerlo.
—¿Cómo lo haría? —preguntó, ansioso.
—Ni idea. —Suspiró y, acostado, se giró, dándole la espalda—. Averígualo.
Cuando la pequeña conversación terminó, Po quedó sumido en sus pensamientos, con el ligero viento que procedía del choque entre las cascadas sin inicio contra el océano y generaban aquella espuma a los lejos. Alzó la vista al cielo al mismo tiempo que suspiraba, pensando en cómo dominar su nuevo poder a la perfección, o lo mejor posible, y volver al Mundo Mortal.
Quería ver a todos los del Palacio de Jade, a sus padres, a sus amigos.
Pero sobre todo quería volver a verla a ella.
El sol matutino le impactó en los ojos como una embestida, quitándole el sueño y haciéndola despertarse y desperezarse. Para Tigresa no había problemas en despertar de improvisto, puesto que durante todo el tiempo que estuvo en el palacio y Shifu los despertaba a la salida del sol para ir a entrenar, su sueño no era profundo. Tenía ese sueño ligero de los soldados en batalla, donde descuidarse era igual que morir.
Se puso de pie del lecho donde se tumbaron la noche pasada, unas simples hojas acomodadas a modo de cama para no tener que sentir el implacable suelo, y miró el cielo; el sol comenzaba a alzarse por el horizonte, no debían ser más de las siete de la mañana. Buscó a Fai por la zona, encontrándolo en la rama de un árbol, durmiendo como el felino que era.
Lo llamó con tranquilidad y éste abrió los ojos, fijándola. No hubo necesidad de palabras, Fai bajó del árbol y aterrizó con una silenciosa gracia frente a ella, para luego con un gesto de la cabeza, empezar a avanzar.
En los días entre la pelea que hubo en la Muralla y estos, la situación estuvo muy tensa, porque cada tanto, casi como algo ceremonial, aparecían bandidos que querían despojarlos de lo que irónicamente no tenían, o algún malviviente que los reconocía e intentaba matarlos para obtener fama y renombre. Cabe destacar que ninguno obtuvo su cometido, lo que sí era que ambos no disponían de mucho tiempo para descansar, porque o estaban andando, o luchando, o con los sentidos alertas.
Sin embargo, pese a todo lo que ese viaje supuso, estaban a muy poco de su destino. Según las indicaciones del león, la Casa de los Tigres se encontraba cruzando aquel sendero entre dos montañas; el dilema estaba que cruzarlo no era fácil puesto que dicho canal era un nido de serpientes: maleantes de todas las calañas, o incluso guardianes de la Casa podrían atacarlos.
Iniciaron su travesía y una vez llegaron al canal, Fai entró en el primer estado sin siquiera realizar los pasos de la maestría del Chi.
—¿Cómo lo hiciste? —preguntó, tratando de que no se le notara la sorpresa en la voz.
—Nombrándolo, ¿no oíste? —soltó de malas pulgas, moviendo las orejas de un lado a otro—. Si tienes tiempo para notar eso, enfócate en que no nos ataquen.
Tigresa gruñó algo ininteligible y no volvió a entablar conversación con él. Al caminar su mente evocó los últimos vestigios de los extraños sueños que había tenido. Grande fue su sorpresa cuando, hace días, en el último, se enteró de que dicho tigre azulado era Seiryu, la Bestia Divina de Po.
El día siguiente se estuvo cuestionando más a fondo por qué tuvo aquellos sueños, es decir, eran memorias, ¿Seiryu por voluntad propia le envió dichos recuerdos o por alguna razón, sin decisión del dragón, vinieron a ella? Fuera como fuese, aquellos sueños le ayudaron en gran medida.
No tenía al cien por cien controlados sus emociones ni debates internos, pero gracias a esos sueños sí pudo tener en claro algo: podía entender con todo su ser lo que significaba amar a un animal. La fascinación que eso conllevaba, el ver a ese animal y hacerlo perfecto a los ojos propios aunque tenga mil y un fallas, querer protegerlo con la vida, hacerlo sonreír y nunca verlo triste. Y además, sobre todo, el dolor inmenso y desgarrador que conllevaba separarse de ese animal, verlo sufrir o derramar lágrimas.
Ahora comprendía a Po y el que la quisiera, a pesar de su carácter tan serio, su forma de ser y su físico. Tigresa era consciente de que no era la hembra más hermosa del Valle, había visto algunas forasteras e incluso algunas pandas que tenían lo suyo, una belleza o lograda a base de aquellos polvos de colores, o una de nacimiento. Ella... Bueno, ella tenía Kung Fu.
La cuestión era cuando se preguntaba si sentía lo mismo por Po. Tenía claro, clarísimo, que era un cariño mucho más fuerte y grande que el que tenía por los Furiosos o Lei-Lei, pero no podía acertar a decir que era amor. No daría un veredicto hasta que volviera a verlo, oírlo, y constatar que lo que le dijo el señor Ping era cierto.
Un pequeño ruido alertó a ambos, un quebrar de una rama en el suelo. Fai la miró y ella le devolvió el gesto con un asentimiento, no estaban solos. Se fueron acercando poco a poco el uno a la otra, hasta que quedaron espalda contra espalda, cuidándose mutuamente la retaguardia.
Tigresa alzó la guardia, expectante, percibiendo muy suave cómo el aire a su alrededor se hacía más fino: Fai estaba a punto de entrar en el segundo estado.
Y entonces el ataque vino de todos lados.
Una docena de animales, ataviados con gruesas capas negras que le impedían a Tigresa identificar por lo menos su especie, se lanzaron a atacarlos. Más allá de la frialdad con la que ambos reaccionaron, sin casi inmutarse, lo que le sorprendió a ella fue, en primera, cómo había pasado el que tantos animales los hubieran emboscado. Y en segunda, ¿cómo dichos animales, que se notaba por su forma eran robustos y por sus movimientos, guerreros entrenados, no haber hecho ruido alguno?
—Fai —le llamó, alzando las patas en un claro gesto de rendición.
—Lo sé —gruñó él a modo de respuesta, imitándola.
Los animales, ante esta acción, se mostraron más tranquilos; los rayos del sol que se colaban entre los apretujados árboles del camino entre las dos montañas, le dibujaban líneas y formas amorfas en las capas. Se fueron acercando poco a poco, hasta que uno de ellos, el que estaba más cerca de ella, se levantó la capucha.
Tigresa contuvo una expresión de sorpresa: aquel animal, por ende los demás, eran tigres. Como ella. El corazón empezó a latirle más rápido por la ansiedad y las miles de preguntas que comenzaron a inundarle la mente, sin embargo, antes de siquiera abrir los labios, las garras de aquel tigre se cerraron alrededor de su cuello, mirándola de forma perdida.
—Es ella —musitó el tigre, con una voz opaca, oscura, con el indiscutible deje de un animal a quien le han dado una orden de encontrar un objetivo. Comprendiendo que la querían a ella por alguna razón, alzó más las patas, chocándolas un poco con las de Fai.
Aquel gesto era el indicativo de que actuara; sintió cómo muy despacio, los dedos del león de forma incómoda le rodeaban las muñecas y una vez sujetas, las apretaba con fuerza antes del siguiente movimiento. Tigresa miró una última vez al tigre antes de ser catapultada hacia el cielo, siendo arrojada por Fai, ante las atónitas miradas de los demás felinos, cuyas capuchas cayeron al verla ascender.
En tierra, ella pudo ver cómo Fai entraba en el segundo estado, generando una corriente de viento a su alrededor; con un gesto de arrasar con ambas patas, media docena de los tigres fueron despedidos hacia los árboles. Sintiendo el inicial vacío en el estómago, de cuando alcanzaba el punto máximo de altura y empezaba a caer, Tigresa se enderezó en al aire, uniendo las patas para dar un Golpe de Fuego certero a un animal, o en dado caso, al suelo, generando una pequeña onda expansiva de fuego.
—Si tan solo pudiera entrar en el Anitya —murmuró mientras caía.
Acto seguido, sintió aquel latigazo de poder en la nuca, bajándole por la espalda, un calor en el pecho que se abarcaba hasta la punta de sus dedos. Sin poder creer lo que pasaba, y alegrándose por ello también, veía con muda atención, mientras caía, cómo su pelaje, hasta el nivel de los codos, cambiaba de su naranja normal a un rojo que asemejaba la sangre.
«Resuelve tus problemas internos —le había dicho Suzaku—. No volveré a concederte mi poder si no resuelves tus problemas». Se confundió un poco, porque no los tenía resueltos del todo, sólo había encontrado un equilibrio entre éstos. Sonrió por completo; no importaba. Tenía su Chi divino de vuelta, era lo importante.
Concentró su energía en sus patas, que comenzaron a brillar más fuerte cada vez, de un rojo que asemejaba el sol moribundo de los atardeceres; iba a gritarle a Fai que se quitara de allí para poder soltar el Chi y ver qué ocurría con los tigres, tal vez se calcinaran, tal vez quedaran inconscientes, no lo sabía. Pero lo averiguaría. Sin embargo, un golpe la frenó de lleno.
Más bien, un golpe de presión de aire. Al principio pensó que Fai frenó su descenso de tal manera para evitar que le impactara, mas le bastó con mirar de reojo hacia abajo para darse cuenta de que no fue él.
Otro golpe, justo en la mandíbula, tan fuerte que la hizo quedar horizontal en el aire.
Un tercero en la espalda, que le sacó un rugido, elevándola unos centímetros.
Un cuarto en el estómago, dejándola sin aire. Por fin vio a su atacante y al hacerlo se desconcertó: era un tigre, uno que estaba suspendido tranquilamente en el aire, sobre ella, era... era como si tuviera las habilidades de Fai. Molesta, lanzó una llamarada de sus patas, la cual le consumió mucha energía y la dejó muy débil. «Mal momento para dejarme llevar por el enojo, ahora que estoy desacostumbrada a este poder».
Por la presión que la mediana llamarada ejercía en el aire, la capucha del tigre cayó hacia atrás, desvelando un rostro curtido de cicatrices, parecía un tronco mal tallado, y una venda que le cubría los ojos.
El tigre estiró ambas patas hacia el fuego, con los dedos y palmas abiertas, y la paró de lleno, entonces Tigresa supo que aquel tigre no era normal. El fuego se dobló y giró sobre sí mismo, siendo literalmente comido por el tigre, que una vez lo engulló por completo, se pasó una pata por los labios y atacó.
Fue casi como un destello. Muy rápido. Tigresa no pudo defenderse del ataque, sólo pudo ver impotente cómo aquel tigre, igual que Fai, reunía el viento alrededor de su pata, que luego recubrió con fuego, su fuego, y se precipitó hacia ella, con una torva sonrisa.
El dolor de aquella pata con ese filo de aire y fuego atravesándole la piel no fue tan fuerte comparado con el dolor que le siguió, fue como si de la pata de ese tigre saliera un rayo que le entumiera la piel y sobrecargara los nervios. Gritó de dolor con todas sus fuerzas por primera vez en su vida, viendo cómo él sacaba su pata, seguida de un rastro de sangre que se perdía en el aire.
—¡Fénix! —escuchó que Fai gritaba.
Tigresa no tenía ni la fuerza ni la capacidad para siquiera girar la cabeza, sino que tenía un enorme adormecimiento que estaba arrancándole la consciencia. Observó al tigre descender de nuevo hacia ella y ser detenido súbitamente por un destello azulado.
El viento le pitaba en los oídos como el susurro de otro mundo, alentándola a abandonar, y cuando pensó iba a estrellarse contra el suelo y morir, unos brazos la tomaron.
Abrió los labios para intentar hablar.
—No lo hagas —gruñó, agitado; era Fai—. No te vayas a morir, puedes resistir esto. No es tan difícil. —¿Qué no lo era? ¿Por qué no se dejaba él apuñalar a ver si «no era tan difícil»?—. Créeme, ya lo he vivido.
Intentó decir algo más, pero la sangre en su boca se lo impidió, y todo se volvió oscuro.
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