XIII
Se sentía demasiado liviano, era como si flotara sin rumbo fijo ni propósito, sólo estar ahí. Todo estaba en silencio y no había nadie con él, al menos, eso creía, no estaba del todo seguro de que fuera cierto.
Al cabo de mucho tiempo, o tal vez muy poco, no lo sabía con certeza, se le ocurrió que debía de existir, no podría ser un solo pensamiento amorfo e incorpóreo, puesto que sentía y percibía, conservaba el sentido del tacto, y en lo que llevaba de vida, estaba casi seguro de que eso se atribuía a animales vivos.
En cuanto llegó a esa conclusión se dio cuenta de su propia desnudez, mas, como sabía que estaba solo, no le importó, solo lo intrigó. Se preguntó que si, además de tener el tacto, podía ver, por lo que abrió los ojos para toparse con una oscuridad azulada aplastante, que se cernía por todos lados, no había ni un atisbo de luz.
Intentó incorporarse, sin éxito, no tenía un punto de apoyo para hacerlo; era como la hoja que caía hacia el suelo sin poder detenerse, aunque él se encontraba suspendido, levitando.
Escuchó suaves ruidos, como el sereno fluir de un río y el caer de una gota en un estanque y lamentó no estar vestido, no quería que nadie lo viera así. Sin embargo, apenas lo pensó, en su cuerpo apareció el traje de Maestro del Chi que lo recubría siempre que hacía los pasos, eso lo dejó con curiosidad. Instantes después un brillo cegador dispersó la oscuridad y lo cegó por un momento, cuando por fin se superpuso a las chiribitas que se le habían formado, enfocó a un dragón azul, con unas escamas que parecían tragarse la misma luz que él emanaba.
El dragón bajó la cabeza y lo fulminó con esos dos ojos azules por completo y Po se enderezó de golpe, su cuerpo giró como si fuera una marioneta y quedó erguido al frente de la majestuosa criatura.
—Po Ping —dijo; Po tomó consciencia de quién era y qué había pasado de tal forma como si lo hubieran abofeteado. Recordó la pelea contra Genbu y sobre todo cómo protegió a Tigresa, la sensación de los colmillos de aquella serpiente atravesándole el cuerpo le sacó un estremecimiento—, has arruinado todo lo que intenté remediar con tu ridículo sacrificio.
Ese aturdimiento que había tenido, ensortijándosele como una niebla que le nublaba el raciocinio, se apartó cuando, de alguna forma que no podía explicar, sintió su corazón golpeándole el pecho; Tigresa, necesitaba saber si ella estaba a salvo. Se llevó ambas patas a las sienes y trató de imaginarse en el Palacio de Jade, si con pensar en no estar desnudo sobre su cuerpo apareció el traje, tal vez podría volver de donde sea que fuera ese lugar al Palacio con el mismo método.
Al concentrarse en el rostro de ella sintió una corriente de dolor atroz por el pecho que lo hizo, de alguna manera, hincarse de rodillas al mismo tiempo que de su pecho hasta una de las zarpas de Seiryu, se materializaba una azulada y etérea cadena.
—Te estoy hablando, mortal —gruñó él.
Como pudo, Po levantó la cabeza, fijando la vista en los ojos del dragón.
—Arruinaste lo que intentaba crear —siguió Seiryu—. Tuve que tomar tu forma para poder hacer resonar nuestros Chis, y luego de haberlo logrado, vienes y te suicidas por aquella maestra. ¿Por qué demonios no pensaste? —Se pasó una zarpa por el rostro—. ¿Por qué me tocan siempre mortales que se dejan llevar por sus emociones? Mataría por tener a alguien como el de Wang, aunque sea tan engreído y chocante como el de ahora. —Suspiró con molestia y una pequeña nube de vapor salió de su hocico; cuando esos ojos lo fijaron, Po tragó grueso—. ¿Se puede saber por qué lo hiciste?
—Para protegerla —respondió con vehemencia, asintiendo a su vez.
Alrededor de las zarpas delanteras comenzaron a aparecer y moverse con peligrosidad corrientes de algo azulado que parecía luz líquida.
—Tienes suerte de que no la hayas embarrado por completo —dijo Seiryu—. De hecho, ahora...
Tan rápido como un destello, Po contuvo una exclamación cuando se dio cuenta de que Seiryu había alzado una de sus zarpas. Esta destilaba una poderosa energía y parecía vibrar con el estado de ánimo del dragón; al mismo tiempo que su cuerpo perdía la movilidad, como si lo compactaran.
—Por cierto —repuso Po, sin tomar mucho en cuenta lo que Seiryu decía e ignorando olímpicamente su aprisionamiento; su mente estaba enfocada en lo más importante para él en ese momento: Tigresa. Ahora bien, si ella se salvó y Po estaba allí, significaba que estaba muerto, pero Seiryu dijo que no lo estaba—, ¿dónde estoy?
Percibió la manera en que la garra pareció calentarse, sintió más presión, pero no le causaba dolor, de hecho, parecía que sólo la cadena en su pecho era lo que le transmitía dolor, no las estimulaciones externas.
—En el Reino Mental —respondió, entre molesto y apesumbrado—. Habías muerto, y eso separaría tus tres cualidades: tu cuerpo iría a la tierra, tu mente al universo y tu alma al Reino Espiritual, al Más Allá. Pero logré impedirlo, de hecho por nuestro enlace es que no moriste, parece más bien una media muerte. —Agitó la garra y Po sintió cómo se liberó—. Ni siquiera tenía idea de que esto podría pasar, es la primera vez.
—¿Qué un mortal está aquí?—comentó Po, abarcando con un amplio gesto todo el oscuro entorno.
—Que uno sea tan imbécil como para hacer lo que hiciste —puntualizó Seiryu—. Esto es mi culpa, en gran parte, por no tener en cuenta lo perjudicial que son las emociones mortales.
Seiryu se quedó en silencio, retraído en sus propios pensamientos, con los ojos cerrados, cavilando quién sabía qué. Po en cambio sabía que no debía interrumpirlo, pero no sabía qué hacer, todo era una negrura absoluta sin nada en qué distraerse, por lo que se enfocó en lo único que le había llamado la atención: que no percibía el dolor de fuentes externas. Sacó una de sus pequeñas garras y se hizo un corte en la pata, pese a que la piel se abrió y se veía de ese tono rosa, no sangraba o dolía, o ardía en su defecto; y momentos después se cerraba sola. Repitió el proceso varias veces y en todas ocurría lo mismo. «¿Por qué será?», se preguntó, curioso.
—Deja de hacer eso —lo reprendió el dragón.
Po escondió la pata tras la espalda, como un niño que atraparan en una travesura.
—¿Qué? —preguntó como si nada.
—Deja de cortarte, aunque no puedas sentir el dolor sigue siendo molesto para mí sentir mi propia energía ondularse para curarte.
—¿Cómo? —No lograba entender eso por completo, ¿qué tenía que ver él consigo mismo?
Seiryu con un ceño fruncido, apunto a su pecho.
—Seguimos unidos, panda —le recordó—. Y gracias a ello tus heridas se curan por efecto de mi Chi. —Espiró fastidiado, causando que una cortina de vapor le golpeara a Po en el rostro; éste la disipó con unos aspavientos al aire—. Nos vamos.
—¿Nos? —se confundió—. ¿A dónde?
—¡A ver cómo demonios arreglo el garrafal error que cometiste! —estalló. Él empezó a emanar vapor y un Chi azul oscuro que fue envolviéndolo hasta que no podía distinguir su majestuosa forma; poco después el Chi comenzó a condensarse sobre sí mismo y a girar, volviéndose cada vez más pequeño. Para cuando el mismo era de su tamaño y comenzó a desvanecerse, un panda, de ojos azules y con una gota por pupila, dio un paso hacia él—. No sé de cuánto tiempo disponga, pero si tú hiciste lo que querías, yo haré que tú hagas lo que yo quiero. ¿Quedamos claros?
El Guerrero Dragón trató de dar un paso atrás, sin éxito; no tenía punto de apoyo. El dragón, ahora convertido en aquel panda, caminó hasta él, de alguna forma encontrando el apoyo o creándolo él mismo.
—Te acabé de preguntar si quedaste claro en hacer lo que yo te diga.
—No lo sé.
—¡¿Cómo que no lo sabes?! —gruñó—. ¡Es una pregunta simple!
—Porque no sé qué será lo que me pidas hacer. —Po se cruzó de brazos—. No haré cualquier locura.
—¿Pero te suicidaste para proteger a la maestra? —recalcó con ironía—. Vaya, eso es tener los puntos bien claros, ¿no?
—Tigresa es diferente.
—¡Sigue siendo una mortal! —bramó—. ¡Tú eres un guerrero! ¡Ambos lo son! Los guerreros deben dejar el amor de lado y ceñirse al objetivo por el cual fueron elegidos.
Po sintió cómo el rubor invadía sus mejillas.
—¿Quién eres tú para decidir sobre mí? —Le molestaba que él, un dios que no sabía nada de él, que ni siquiera se molestaba por proteger a los mortales, que no tenía la menor idea de lo que sentía por la felina en su totalidad, le dijera qué podía y qué no podía hacer—. ¡Eres solo un dios que no vela por nada ni nadie! ¡No eres nadie para decirme qué puedo hacer o decidir sobre mí! ¡Ni siquiera te has dignado a proteger a los mortales o a los demás guerreros!
El rostro de Seiryu se desfiguró en una mueca de enojo puro e indignación.
—¿Qué no? ¿Y cómo le dices al que tome tu grasosa y repugnante forma para poder enlazar nuestros Chis y despertarte el Segundo Límite? ¡Eres un maldito ingrato! ¡Tengo varios milenios de edad como para que una miserable mancha que nadie recordará en cien años me contradiga! —Lo señaló—. Yo sé más de los mortales que cualquiera de mis hermanos, Po Ping, que no se te olvide.
—¡¿Y qué tiene que ver si yo quiero a Tigresa?! —le soltó Po, con un gesto molesto de la pata.
El espacio ondulo y dejó ver de nuevo la etérea cadena que los unía, sólo que en este caso parecía sólida, y lo era, porque esta se ensortijó en una de las patas de Seiryu y sonó, perforando el silencio y quietud de aquel negro lugar, cuando la agitó. Po cayó de rodillas preso de un dolor que le arrancó unos gritos y quejidos, era una sensación aún más terrible que la anterior, como si lo estuvieran desollando desde el lugar donde la cadena se unía a él.
Cuando Seiryu respondió, su voz estaba teñida de una seriedad que se cernía sobre Po como una pared que le sepultara las emociones, y cuando logró verlo a los ojos, se sintió una basura minúscula. El rostro era pétreo y unos de sus ojos habían perdido el azul del iris y era completamente de aquel color, iris, pupila y esclerótica.
—El amor te hace vulnerable.
Y sin decir palabra alguna, Seiryu, tal vez con su pensamiento, Po no lo sabía, hizo que de su cuerpo más cadenas emergieran. De sus muñecas y tobillos que se los aprisionaban y se unían con la del pecho; y del cuello que se ensamblaba de la misma manera. Le recordó los prisioneros de Chorh-Gom.
El espacio cerca de Seiryu onduló como si fuera succionado, de la misma forma en que el agua gira y entra en un canal de desagüe, y con un tirón de la cadena que le hizo contener un gemido de dolor, arrastró a Po a donde sea que él se dirigía.
No tengo la energía suficiente, Tora, dijo Terumi en su mente.
En el Mundo de los Espíritus, un tigre blanco se encontraba sentado con las piernas cruzadas sobre una de las miles de rocas flotantes que pululaban por aquel cosmos de verdes y amarillos. Tora pese a que había intentado convencer a otros espíritus que hubieran logrado conseguir la forma corpórea de unirse a su causa, descender al Mundo Mortal, ninguno compartió sus intereses. Ninguno tomó enserio su aseveración y advertencia de que estaban recuperando su cuerpo porque la energía que fluctuaba entre los mundos lo hacía muy erráticamente, lo tomaban por paranoico.
Oogway, sin embargo, lo apoyaba, aunque tenía esa manera de ser de él: no lo apoyaba al cien por ciento, pero no le negaba la información o ayuda que necesitase. Era como «no te apoyo, pero si lo haces, que no afecte a inocentes». Parecía más bien un abuelo complaciente. Y, una cosa era cierta, no lo hacía precisamente por detener la fluctuación de Chi, la que en realidad no tenía ni la más mera idea de cómo detenerla porque eso era un tema que escapaba de su comprensión, sino que era por un capricho personal.
Un capricho de él y ella.
Puede que la Casa conozca la leyenda, pero ¿de qué servirá?
Aún recordaba a la perfección cuando fue elegido Guardián de la Rama Blanca y lo hicieron partícipe de los secretos de la misma. Así como cada Rama dentro de la Casa de los Tigres tenía sus secretos y técnicas ocultas transmitidas entre sus dichos miembros, la Rama Blanca tenía un secreto que Tora pensó que era el más importante y delicado de toda la Casa. Según le había contado su predecesor en el momento de la ceremonia de decreto del Guardián, la Casa de los Tigres poseía una responsabilidad enorme, que era ser el ataque de China en cuestiones militares, para lo cual estaba la Rama Naranja y la Rama Roja, sin embargo, en cuestiones espirituales, estaban la Rama Azul y la Rama Blanca. La Azul estaba en sus últimos días, porque pese a que los miembros se reproducían, los cachorros o no salían con el color del pelaje que eran indicativos de las habilidades que podían desarrollar, o no las desarrollaban. Además, su sangre era mestiza. Importante.
Ambas Ramas en lo espiritual, se les confiaba el mismo secreto, que era que siempre, pasara el tiempo y las generaciones que pasaran, obtendrían como mínimo un Guerrero Sagrado, y no solo eso, sino que también, estaba intrínsecamente relacionados con otra casa: la Casa de los Pandas. «Los tigres somos las lanzas, los pandas son los escudos. Nosotros los protegemos y ellos a nosotros».
A la primera no lo había entendido, mas logró comprender cuando su antecesor le relató una historia que él conocía, solo que se la habían pintado como cuento para dormir.
Era sobre una vez que el mal había aparecido en el mundo, destruyendo China y alimentándose de la desesperación, el horror y el dolor de quienes eran atacados o los que sabían eran los siguientes. Los animales rezaban y les pedían a los dioses que los ayudaran y eliminaran aquella maldad que los consumía como langostas, pero nada ocurría. Un día de repente el sol se apagó y todo se cernió en la oscuridad, y cuando todos estaban perdidos, ocho animales le hicieron frente a ellos, cuatro tigres y cuatro pandas. Según la historia, los ocho animales lucharon, uno de especie, contra uno de los monstruos que eran el mal en China, y que eran la forma física de todo lo horrible del mundo. Al final lograron vencer, no sin bajas, y devolvieron la luz al mundo, y para evitar que aquello pasara de nuevo, se encargaron de informárselo a sus descendientes. Los animales crearon lo que se conocería como las Casas, y cada uno trasmitiría de una forma en que no se sospechara y hasta el más joven supiera, la verdad de lo que pasó.
«Nada me garantiza de que no se rompiera la historia después de nuestra muerte», pensó Tora, volviendo de sus recuerdos.
Si no lo saben, nos encargaremos de hacérselos saber, Tora.
Él alzó las orejas volviendo en sí, había olvidado que siendo ella el animal con que compartió su vida, su vínculo era tan fuerte que ahora, muertos y siendo espíritus, podían oír los pensamientos del otro.
«No me interesan los de la Casa, Terumi, no desde que tuvimos que huir para que no la mataran. Por mí que se pudran; sólo... quiero verla.»
No culpes a la Casa entera por lo que Xao hizo, él no es toda nuestra Casa.
Aunque fuera un espíritu que no conseguía aún reunir el Chi suficiente para obtener una forma corpórea, Tora podía percibir con claridad la firmeza con que los pensamientos de su compañera lo calaban. Las patas que tenía en su regazo, una sobre otra y unidas tocándose sus pulgares, las unió y apretó rasgándose el pelaje con las garras. No, tal vez todos los tigres no fueran responsables de lo que pasó, pero ellos no movieron una pata para ayudarlos, sólo siguieron sin replica alguna a Xao, y eso Tora no lo perdonaría jamás.
«¿Aún sigues acumulando energía?» le preguntó, sin verla, circunspecto.
Sabes muy bien que la cantidad de Chi que debo acumular es tres veces mayor a la tuya. Me tomará tres veces lo que te tomó a ti conseguir una forma, por ahora seguiré siendo una esferita vagante, ¿no te molesta eso, cierto?
Percibió aquella sensación que le indicaba que ella estaba bromeando en la última parte; una sonrisa se le dibujó en los labios al tigre blanco, sin dejar de verse las patas apretadas.
«Eso me pasa por haberme enamorado de ti».
Y yo de ti.
Tora suspiró.
«¿Crees que llegaremos a verla?»
Sí.
«¿Cómo estás tan segura?»
Porque soy su madre, por eso.
«¿Enserio?» Eso no terminaba de convencerlo, si así fuera él debería estar seguro por ser su padre, pero helo ahí, dudando.
Porque terminará por querer saber, Tora. La sangre llama tarde o temprano, y en el momento en que llegue a su hogar, apareceremos nosotros.
«No tenemos la fuerza o energía para salir de aquí, Terumi.»
De eso me encargo yo.
Desunió sus patas y apoyó las palmas en el suelo, afincándose hacia atrás, dejando que el aire del Mundo de los Espíritus le moviera los bigotes del rostro, sabía que no había sentido en discutir con Terumi.
«Quiero verla pronto. De seguro que Lian ya es toda una hembra».
Tres días después de que Po estuviera en cama, inerte y con las heridas curadas pero sin indicios de despertar, Tigresa no lograba ordenar sus pensamientos. Aún la culpa la carcomía desde dentro, como si fuera una entidad que poco a poco le nublara la mente y la hiciera miserable. Tampoco se le olvidaba lo que Suzaku le había dicho cuando estuvo inconsciente: «No volveré a concederte mi poder si no resuelves tus problemas primero». Y más importante aún estaba lo que había hablado con el señor Ping.
Estaba hecha un manojo de problemas.
Desde aquella revelación nocturna hacía días, Tigresa no fue la misma durante los entrenamientos con Lei-Lei, ni con Shifu, ni con los Furiosos, estaba volviendo a ser como cuando nunca estuvo Po en el palacio: cerrada, seria, y con aquella máscara pétrea en el rostro. Eso, sumado a la ola depresiva que pululaba como neblina en todo el palacio, le daba un tono sombrío y que mermaba las ganas de hacer algo a los demás. Sin Po allí, caviló, todo parecía muerto.
Y en parte aquel estado anímico iba cobrando más fuerza, ahora, en el cuarto día, Tigresa se había levantado para ir a entrenar y una vez se hubo puesto su traje, salió directo al salón de entrenamientos para practicar con el bosque de hierro. Apenas abrió la puerta corrediza de su habitación se topó con que Li Shan salía del cuarto de Po, él le dio un asentimiento con la cabeza a modo de saludo y ella se lo devolvió, esperó que él saliera de los dormitorios para salir después; no tenía ganas de hablar con nadie.
Mientras se encaminaba a las escaleras de piedra escuchó un jadeo que se le hizo muy conocido, algo en su cerebro hizo «clic» y supo que era Lei-Lei mucho antes de siquiera su cuello recibiera la orden de volverse a verla. La pequeña se encaminaba hacia ella acomodándose a las prisas su kimono y colocándose a su lado. No se saludaron, y Tigresa sabía que sería muy forzado el hacerlo, porque ambas tenían en estima a Po y que él no estuviera, le quitaba esa chispa que la hacía reír, aunque no tanto como a la felina.
Cuando comenzaron a subir las escaleras Tigresa vio de refilón que la flor que Lei-Lei siempre se colocaba tras la oreja estaba torcida, así que una vez subieron y estuvieron en la explanada, frente a las puertas del salón de entrenamiento, se agachó y sin decir palabra se la acomodó. La pequeña le sonrió como agradecimiento, a lo que ella, luego de tantos días, se la devolvió también.
Una vez en el bosque de hierro, ambas comenzaron a entrenar, cada una con un árbol distinto, Tigresa usaba los que tenían las puntas de metal más pequeñas y finas, sin sentir dolor en absoluto, sus patas ya estaban acostumbradas, mientras que Lei-Lei con una de punta roma, que si bien dolía al golpearlos, ella no lo sentiría tanto. Pasada una hora de entrenar sin descanso, Tigresa notó que Lei-Lei empezaba a agotarse, por lo que ambas tomaron un receso en el bosque y le dijo que fuera a por algo de comer, puesto que no había desayunado. Cuando salió y una de las puertas dobles se cerró con un chillido, Tigresa, sentada, estiró una pata y con la palma hacia arriba, intentó emanar Chi.
No lo logró, desde aquella especie de visión con Suzaku no ha podido lograr emanar o extraer el Chi, su Bestia cumplió su palabra. «Dominar mis demonios». Era sencillo decirlo, pero de decirlo a hacerlo había un mundo de diferencia, porque no era un sólo problema que tenía, eran varios. Comenzando con que no sabía cómo responder los sentimientos de Po, ¿debería aceptarlos? ¿Rechazarlos? ¿Corresponderlos? No tenía ni la más remota idea de qué hacer en esos casos; también estaba la espina que era su pasado, eso era sin duda un cabo sin resolver, pero ¿cómo saber de ella? ¿Cómo saber de los tigres, de dónde viene y quién es? La posibilidad de saber estaba, sólo que debía ir con Fai, y no quería eso, no quería tener un trato así o pedirle un favor al animal que trataba con tanto desprecio al otro animal que le salvó la vida.
No quería, sin embargo ella sabía que era lo que debía hacer.
Aprovechó entonces que Lei-Lei estaría con algún aperitivo para ir donde el león. Apenas salió del salón de entrenamiento, lo vio; solo tuvo que enfocarse en el árbol de durazno de la sabiduría celestial para encontrarlo meditando sobre el risco del acantilado. Se encaminó hacia allá.
—Tenemos que hablar —le dijo a Fai, seria y serena, cuando hubo llegado con él.
El león movió una oreja y ladeó la cabeza sin abrir los ojos, aunque con el ceño fruncido.
—¿Sobre qué? —quiso saber, y por su tono Tigresa supo que no era bien recibida.
—Necesito un favor tuyo.
—¿Oh, enserio? —La voz, aunque estable y firme, tenía un pequeño tono interesado y sorprendido. Abrió los ojos y se puso de pie, volviéndose hacia ella; quedaron mirándose a los ojos—. ¿Por qué razón debería ayudarte?
Tigresa no respondió, sólo apretó las patas con fuerza. No tenía una razón de fuerza para que él la ayudara, era cierto, pero no podía decirle así sin más que por no saber nada de su familia la debía auxiliar porque sí. Decirle que podría ser porque se estaba quedando en el palacio era plausible, mas el palacio en sí aceptaba a quien lo necesitara, una especie de regla que impuso Oogway.
—No tengo un motivo válido, sólo necesito que me ayudes a llegar a la Casa de los Tigres. —Tal vez si fuera clara la ayudara.
Fai alzó las cejas con sorpresa y una especie de sonrisa burlona surcó sus labios.
—Interesante. —Se cruzó de brazos—. Duraste más de lo que pensé en venir a mí. —A Tigresa no le gustó como sonó aquello—. Supongo que te ganó la curiosidad, ¿no es cierto?
Ella apretó aún más los puños y dio un gruñido por lo bajo, ¿por qué aquel miserable debía ser tan chocante? Suspiró lentamente, dejando salir el aire en pequeños entretiempos y calmando aquellas latentes ganas de darle un zarpazo en toda la cara, no podía atacar a quien le estaba pidiendo ayuda. Estaba segura de que eso no se vería correcto, o sería normal.
Esperó en silencio, viendo cada una de las expresiones del león que, aunque no eran muchas ni muy indicativas de algo, dejaban ver que lo pensaba de verdad. Unos minutos después este se dejó caer de hombros.
—Muy bien —dijo—, te ayudaré a llegar a la Casa de los Tigres. Pero habrá reglas.
—¿A cambio de qué? —quiso saber, Fai no era de los que ayudaban a otros por el placer de hacer una buena obra.
—Regla número uno: no hacer preguntas estúpidas.
—Tengo derecho a preguntar por qué lo haces —recalcó Tigresa, enojada.
—Lo tienes. —Fai se llevó las patas a la nuca y empezó a caminar hacia las escaleras de piedras que llevaban a los dormitorios y comedor—. Pero yo tengo derecho a no querer decirte. Maestra Tigresa, comprende una cosa sobre mí: yo no hago las cosas si no me presentan un beneficio; y esto, ayudarte, me otorga algo que necesito.
—¿El qué?
—Regla número dos —siguió, con un tono más serio—: no hagas molestar al guía, porque puede que te lleve a tu tumba.
—¿Es una amenaza?
—¡Regla número uno! —gritó desde el borde de las escaleras. Comenzó a descender y desapareció de su vista.
Tigresa, por su parte, quedó con un mal presentimiento de aquello; por alguna razón presentía que su viaje no iba a ser rosas sobre miel, sino un pequeño calvario. Parpadeó relajando los hombros y suspirando, que pasara lo que tuviera que pasar, si era para poder calmar uno de sus demonios y poder controlar el Chi de nuevo, lo valdría. Cruzaría el mismo inframundo si fuera necesario.
Con un suspiro resignado dio media vuelta y se dirigió hacia el salón de entrenamiento; vio que de las escaleras, una flor rosada se asomaba, seguida de una coronilla perteneciente a Lei-Lei. Tigresa la llamó y la esperó a que viniera. Tendría que poner a su estudiante al tanto de que emprendería un viaje importante.
Qilin estaba a punto de concentrar la energía que necesitaba para poder intentar liberarse las ataduras que lo mantenían cautivo. Ahora que podía ver con claridad, parte de su poder había vuelto, pero no el suficiente como para poder hacerle frente a aquel sello tan molesto que lo reprimía. Dicho sello, sin embargo, se había vuelto a debilitar, y según pudo deducir, fue el Chi de Genbu, aquella desquiciada y orgullosa.
La oscuridad en sus patas no cedió ni un ápice por ello, mas las cadenas de luz que le inmovilizaban el cuello sí. Fue un poco, pero lo suficiente como para que pudiera enviar parte de su energía, arriesgándose a que la oscuridad que le retenía los brazos lo destruyera, a las cinco esferas que orbitaban en su espalda como pequeños soles.
Las esferas brillaron con parsimonia, casi perezosas, y Qilin sabía que tenían su poder. Podía hacerlo, podía lograrlo. «¡Concéntrate!», pensó, al tiempo que les ordenaba estrellarse contra la oscuridad. Cada golpe de los soles en aquel lugar dolía un demonio, pero sabía que lo conseguiría.
Las esferas continuaron impactando, destruyéndose, rearmándose y volviendo a impactar en sus patas, iluminando esos agujeros negros y destruyéndolos poco a poco. Oyó un crujido y una sensación eléctrica le recorrió ambos brazos, llegándole a la nuca y subiendo por los cuernos.
«¡Sí!».
Aún no podía sacar las garras de la esa oscuridad que se ceñía en él como unos guantes que trataran de desprenderle los brazos, pero al menos podía mover los dedos, y con ellos llegar a una posición de patas que le sería muy útil por ahora. Inspiró profundo, inhalando el calor que su atadura de luz del cuello y boca emanaba, preparándose para soportar el dolor que sentiría al intentar moverlos.
«Uno... dos... ¡tres!».
Fue asquerosamente molesto acercar las palmas un poco, con cada movimiento la oscuridad se hacía más pesada, parecía que en cada milímetro de su brazo hubiera una galaxia entera que tratara de impedírselo. No, lograría hacerlo. Él era Qilin. ¡Él era un dios creador! No podrían restringirlo con esos juegos de cachorros.
Mientras más acercaba las garras más pesaba la oscuridad y al acercarse a la luz, ambas energías comenzaban a resonar causando que hilos de rayos salieran disparados en todas las direcciones. Eso no lo detendría.
Faltaba poco; la oscuridad comenzó a fragmentarse y doblarse en ángulos afilados.
«Un poco más...».
Sus guantes de oscuridad rozaron unas de las cadenas de luz de su cuerpo y causó que un trueno le quemara el pelaje del pecho. Entrecerró los ojos por el brillo.
«Un poco más...».
El dolor comenzaba a triplicar el normal al que se había acostumbrado durante tantos años ahí atrapado.
Faltaba casi nada para lograrlo.
Las cadenas empezaron a quemarle el cuerpo.
Con un trueno purpura rojizo que le perforó el hombro y le empapó el brazo de Icor y un sonido de succión de las dos oscuridades uniéndose en una sola, logró unir ambas patas, consiguiendo apenas que las yemas de sus dedos se tocasen. Aquella acción, sin embargo, tenía grandes connotaciones, porque podía hacer algo que aceleraría su salida de esa asquerosa prisión dimensional.
Inspiró profundo, viendo cómo la herida comenzaba a cerrarse.
Era momento de despertar a las Sendas que había en el Infra.
En el Reino Mental, a unas cien capas por encima de él.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro