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XI

Tal cantidad de energía era ridícula en muchos aspectos. Ridícula por el inmenso poder que le recorría cada hebra del cuerpo. Ridícula por el inmenso dolor que sentía por canalizarla. Y ridícula porque percibía, sin quererlo ni intentarlo, todo lo que tuviera agua en su sistema. Gracias a ello constató que los cuatro Furiosos estaban a una distancia prudencial de aquel desastre, en los bordes de la escalera del Palacio de Jade, tal vez observando sobrecogidos; a sus dos padres, también en el palacio; sin embargo, lo que le preocupó fue que Lei-Lei estaba escondida tras una pared a pocos pasos de Tigresa.

Por ahora, se dijo, se centraría en Genbu y, sin saber cómo, la debería detener. Inspiró profundo para soportar el dolor de aquel estado, del Duhkha.

Un brillo azulado que refulgió con las distintas tonalidades del color lo invadió, pacería una especie de estrella luminiscente. Dicho resplandor se moldeó en su cuerpo y le fue cambiando su apariencia. Sobre su traje de maestro empezó a aparecer una capa de hielo que dio forma a una armadura imperial. Cientos y cientos de piezas azul cristalinas rectangulares que parecían estar unidas entre sí con un fino hilo de luz dorada, asemejando unas escamas; el hielo siguió ascendiendo hasta que llegó a su cuello y cabeza. Se detuvo, para poco después, una corriente gélida empezara a crear fragmentos en el aire, dando forma a una máscara de dragón que parecía unida a él, solo que ésta flotaba sin importarle nada.

Una vez aquel sorprendente aspecto de Chi estuviera listo, ese brillo azulado abarcó la armadura entera, creando una túnica parecida a un haori que llegaba hasta el suelo y las mangas, a diferencia de un haori real, llegaban hasta sus muñecas. De un azul cobalto como el océano, atrapante e hipnótico, y en cuyo borde inferior había un diseño de olas rompientes. Tenía un aspecto extraño, porque no era sólida, pero tampoco etérea, daba la sensación de ser luz liquida o aire sólido.

Su bastón no cambió en absoluto, siguiendo con aquel rumor azul nacarado, sin embargo, para completar el tercer estado, como si le hubieran colocado miles de rollos de cómo manejar sus habilidades, en su mente aparecieron las mil y un maneras de cómo poder atacar, defender y crear una especie de zona glacial. No sabía por qué esa última opción parecía la más importante.

—Bárbaro —murmuró para sí, observándose lo que podía; aquel atuendo lo hizo recordar cuando le enseñó la armadura del maestro Rino a su padre. Se volvió a ver a Tigresa y sonrió como un niño en una dulcería al ver cómo ella estaba igual de sorprendida. Sintió de nuevo la presencia de Lei-Lei y fue por ella, instantes después volvía con una pandita que observaba el cielo aterrada.

Tigresa salió de su impresión y fijó sus ojos en Lei-Lei, quien al percatarse intentó hacerse más pequeña de lo que ya era.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó adoptando de nuevo su semblante serio y tranquilo, pese a la situación.

—Yo... —Ella parecía buscar las palabras para ahorrarse el castigo que tal vez le colocaría la felina si salían de todo esto; luego se dejó caer de hombros, resignada—. Solo quería pelear con ustedes.

—No debiste. —Tigresa estaba usando una seriedad inusual con Lei-Lei; Po siempre la notaba más alegre con ella, más abierta, ahora, sin embargo, estaba más como la Tigresa que trataba con todo el mundo—. No debiste salir del palacio. Te dije que te quedaras con los demás. —Lei-Lei hizo ademán de querer replicar, Tigresa la silenció con levantar una pata pidiéndole silencio—. ¿Qué hubiera pasado si hubieras muerto por desobedecerme? ¿Por qué crees que te dije que te quedaras?

—Ti —la interrumpió Po, tenían mejores cosas que hacer que reprender a la pequeña; una de esas era detener a Genbu—, creo que...

Se detuvo en seco. Tigresa le lanzó una mirada tan llena de firmeza que lo hizo sentir minúsculo, su Bestia Divina era un crío al lado de aquella mirada que parecía a punto de partirlo al medio. Po hizo un gesto con la mano para que ella no le prestara atención, indicándole que siguiera con lo suyo; ella se volvió a su estudiante.

—¿Querías luchar? —le preguntó, y luego hizo un gesto abarcando todo lo que había: el pueblo destruido en ciertos lugares, el caos, las grietas del suelo, Fai y Byakko estáticos en el aire observando a Genbu—. ¿Crees que esto, todo esto, es algo con lo que una niña pudiera lidiar?

—Ti —la interrumpió de nuevo, esta vez algo más serio—; basta. —Apuntó a Lei-Lei—. Mírala, ya está arrepentida, aprendió la lección. Ahora, ¿quieres ayudarme en el problema que tenemos? —añadió apuntando con ambas patas a la enorme tortuga.

—Solo quiero que entienda...

—¡Lo hace!

¿Ya terminaste con tu pelea conyugal, panda?, comentó Seiryu en su mente, fastidiado. Po se tensó al momento, ¿es que ese dragón no tenía sentido de la delicadeza?

«¡No es eso!».

¿Ah, no? ¿Y entonces qué? Parece más bien que estuvieran peleando por qué castigo ponerle a la mocosa. Y lo sabré yo que he visto de eso cuando bajé al Mundo Mortal hacía tantos años.

Po se ruborizó, no pensaría realmente él que Lei-Lei... Sacudió la cabeza para centrarse, tratando de disminuir el sonrojo que estaba haciéndose cada vez mayor.

—Ti, por favor —dijo—, tenemos cosas que son un poco más importantes. —Empezó a sentir un dolor punzante ahí donde cuando meditaba tenía la cadena, en el lado izquierdo del pecho. No debería quedarle mucho tiempo en aquel estado—. Necesito tu ayuda.

Tigresa, aceptando que tenía razón, se volvió hacia él y lo miró con firmeza.

—¿Qué necesitas que haga?

Contrariado, se llevó una pata a la nuca.

—No lo sé —respondió, y era verdad, no lo sabía; lo único que tenía en mente, y era porque esa idea parecía gritarle que lo hiciera, era crear aquella zona glacial.

Iba a decir algo más, pero no tuvo la oportunidad. Genbu reaccionó y fijó ambos ojos en ellos, y la serpiente de su cola siseó con ferocidad, destilando una neblina purpúrea que empezaba a ondular alrededor del negro caparazón. La tierra tembló como si fuera un terremoto y se abrió a unos diez metros de Po, Tigresa y Lei-Lei, creando un abismo sin fondo, del cual cosas empezaban a salir.

Cosas fue el único adjetivo con el que Po pudo asociar a los seres que salían de aquella enorme grieta. Eran deformes. Unos distintos de otros. Engendros. Unos parecían gigantescos gusanos marrones que corroían por donde caminaban, como si la baba que los recubriera fuera ácido; otros tenían unas toscas y membranosas alas con las que se elevaban en el cielo y unas zarpas que parecían hechas de rocas; otros eran más antropomórficos y asemejaban la forma y andar de los animales, solo que eran el triple de grandes y tenían mandíbulas en cada parte de su cuerpo. Y la lista iba variando.

Byakko rugió en el cielo, reprendiendo a la tortuga, diciéndole que no forzara la débil e inestable unión de los Mundos porque terminaría desgarrándola.

—Nuestro objetivo es llevarnos sus Chis —recalcó él, saltando y quedando en el aire frente a ella; estaba tan cerca de Po que este percibía el calor, la energía de los rayos focalizada en un solo punto que, el avatar del tigre, emanaba—. ¡Cíñete al objetivo!

Genbu alzó una pata y de un mamporro volatilizó el avatar de Byakko y lo propulsó al suelo, causando que chocara contra uno de los engendros deformes que salían de la tierra, incinerándolo. Cuando el tigre se puso de pie, el cielo titiló, cambiando de aquel negro infinito a un delicado verde amarillento para luego volverse de color ópalo; Byakko alzó la vista y levantó un dedo a las nubes, estas se arremolinaron y tres rayos cayeron sobre el tigre, cubriéndolo. La magatama que tenía en la oreja osciló cuando creó una lanza de rayos y la lanzó hacia donde estaba Fai, éste la disipó con un mandoble de una espada que tenía en las patas mientras Byakko juntaba ambas palmas a nivel del pecho, para, acto seguido, volverse parte de la corriente que lo recubría y salir disparado al cielo, perdiéndose.

Pocos momentos después, el cielo titiló una vez más y regresó al azul que siempre había conocido.

Se retiró para estabilizar el equilibrio, comentó Seiryu. Es ahora o nunca, ¡crea el campo!

De alguna forma supo que el «campo» era aquella zona glacial. Tomó su bastón, lo giró dos veces en sus patas, dio dos golpes suaves al suelo con la punta inferior y para terminar trazó un círculo sobre sí mismo. Un halo blanquecino se formó cuando terminó el trazado, empezó a girar sobre sí mismo y a ascender al cielo, cada vez más rápido y más alto, hasta que se perdió en las nubes.

Un destello blanco, y la temperatura disminuyó varios grados de golpe. Pequeños copitos de nieve descendían con tranquilidad, ondulando lentamente. Al momento en que tocaron el suelo, los copos se solidificaron y de ellos vetas de hielo surgían como telarañas, cubriéndolo todo. En cuestión de segundos el valle entero quedó congelado y, tras Po y Tigresa, una pared de hielo, parecido más bien al cristal que veía cuando meditaba solo que mil veces más grande, se alzó.

Aquellos monstruos quedaron congelados al instante en pequeñas estatuas de hielo, mientras que a Po se le nubló la visión y se tambaleó adelante por la enorme cantidad de Chi que utilizó, sumado al dolor que con cada respiración iba aumentando. Tigresa dio unos pasos hacia él y lo atrapó al vuelo tomándolo por la cintura con una pata, como si pesara tres gramos.

—¿Estás bien? —le preguntó; Lei-Lei tras ella lo veía curiosa.

—Estoy... cansado —jadeó, sin apartarle la mirada de esos ojos ambarinos que tanto le gustaban; recordó entonces el beso en la frente que le había dado momentos antes y se sonrojo con fuerza.

—El frío te afectó —hizo notar ella—, estás rojo.

—Sí, el frío —convino, apenado.

El aire cercano se hizo más fino, y Fai descendió con rudeza cerca de ellos, blandiendo una espada Jian parecida a las que había en el Salón de los Héroes del palacio, sólo que esta tenía un aspecto mucho más antiguo y emanaba una sensación de poder. El león los miró con superioridad y frunció el ceño, fijo en Tigresa, como si le recriminara algo; ella se echó al cuello un regordete brazo de Po para ayudarlo a mantenerse de pie.

—¿Alguna idea de cómo detenerla, Dragón? —gruñó, molesto, tenía sangre cayéndole por la mandíbula y varios golpes marcados donde le saldrían, sin lugar a dudas, cardenales.

«¿Alguna sugerencia?», pensó.

A través de la cadena, supuso, podía percibir las emociones de su dragón, si es que los dioses tenían emociones, y se dio cuenta de que este estaba barajando alguna posibilidad, sin éxito. Volviendo en sí se percató de que Tigresa estaba con la vista fija en Genbu, y esta no hacía señas de moverse.

No hay tiempo como para iniciar un ataque a su misma escala, además de que no soportarías una octava parte de mi poder. Eres demasiado débil. —Estaba empezando a cansarse de que él le resaltara lo mismo—. Pero creo poder hacer algo. —Hubo una pausa—. Necesito poseerte.

«No. Definitivamente no.» Ni loco lo dejaría tomar control de su cuerpo a su gusto.

¡Es necesario! No voy a discutir contigo, no vales la pena, y sólo tengo un minuto antes de que el desbalance aumente y algo mucho peor que Genbu pueda liberarse. Te guste o no, lo haré.

Las escamas azuladas del brazo izquierdo de su armadura brillaron con fuerza y dicha luz empezó a deformarse, contorneando una especie de garra con cuatro zarpas; esta se desplazó a su rostro. Tigresa y Fai se sorprendieron e hicieron ademán de atacar, pero las patas se le congelaron un poco, reduciéndoles la movilidad, y pese a ello, ella no lo soltó. La garra tomó la máscara que levitaba casi pegada a su rostro y la bajó con cuidado, colocándosela. Al momento en que estuvo en su rostro, la garra desapareció y las escamas de su armadura volvieron a su brillo normal, su túnica se ondeó con fuerza, como si un vendaval que no provenía de ningún sitio la hiciera moverse, y sintió cómo su consciencia era desplazada por una más fuerte, más poderosa y más inmensa.

Se salió del agarre de Tigresa y se irguió con porte orgulloso, apretando el bastón con fuerza, a la vez que sentía un anormal poder recorriéndole cada célula de cuerpo; y antes de que pudiera decir algo, estaba presenciando todo como si fuera un espectador.



Tigresa se quedó viendo a Po. Ya antes, cuando pensó que era el fin de todo, que no tenían salvación de Genbu, que se había convertido en aquella enorme tortuga, se sorprendió al ver que Po lograba de alguna manera entrar en el tercer estado, en el Duhkha. Tenía que reconocer, había admirado a Po, porque este se veía como un Guerrero Imperial, con la armadura y ese haori, daba una sensación de seguridad indescriptible. Ahora, sin embargo, no sabía si sentirse impresionada o prepararse para atacar, la pata que hacía un instante le rodeaba la cintura a Po para evitar caerse se entumió del frío y la túnica que tenía comenzó a moverse con un frufru, mientras del suelo circundante a él comenzaban a salir estelas de hielo, como telarañas, congelándolo todo.

Sin volverse a ver a alguno de los dos, dijo:

—Guerrero de Wang, necesito que crees un vacío. —«Esa no es la voz de Po.» No tenía ese matiz alegre de siempre, ni esa cadencia amigable, sino que era fría, dura e impasible.

Entonces, cuando volvió sus ojos hacia ella, lo entendió. Tras la etérea máscara de dragón que le cubría el rostro, Tigresa encontró sus ojos; tenía razón, aquel no era Po. Bueno, sí lo era, pero a la vez no. La esclerótica de sus ojos se había vuelto de un azul casi negro y el jade del iris parecía vacío, ido; además, su mirada transmitía una sensación de que todos los que estaban ahí eran prescindibles, de que sus muertes no importarían en lo más mínimo, y sabía, sentía en su ser, que Po jamás pensaría eso.

—Entra en el segundo estado, Guerrera de Suzaku —ordenó.

—¿Quién eres? —le preguntó.

Él le mantuvo la vista con intensidad, mas Tigresa no cedió un ápice, y al final él se dejó caer de hombros, tal vez con una sonrisa que ella no veía por la máscara.

—Seiryu —dijo—. La Bestia Divina de este panda. —Frunció el ceño—. Ahora, entra en el segundo estado; no hay tiempo que perder.

—¿Cómo que Seiryu? —saltó Fai, levantó la espada que tenía y se la puso al cuello a Po.

Él, como si la rabieta del león no fuera consigo, la apartó con un dedo y la hoja se congeló en un instante.

—Acabo de decirte que crearas un vacío —dijo con voz queda—, ¿acaso no me expresé lo suficientemente claro?

—Yo no obedezco órdenes de...

Po, o Seiryu en el cuerpo de Po, alzó la pata que tenía libre e hizo un gesto de aprisionamiento hacia Fai; este se contrajo en una expresión de dolor insoportable apretándose el pecho.

—No me interesa si Wang es un blandengue con su Guerrero, pero yo no permitiré que me hables así, ¿quedó claro? —Tigresa empezaba a sentir repulsión por aquel dios, comprendiendo un poco a Fai. ¿Quién se creía que era para hacer que Po pareciera un vil prepotente?—. Cuida tu lengua, mortal, porque si yo lo quisiera, haría explotar cada gota de líquido en tu cuerpo, o congelarlo, ¿qué te gustaría más? ¿Morir empalado desde dentro o vaporizado?

Fai le lanzó a Po una mirada de intenso odio y gruñó por lo bajo, mientras unas suaves corrientes de aire comenzaba a girar con parsimonia alrededor de todos.

—Así me gusta —comentó, luego estiró la pata hacia ella—. ¿Debo de...? —se interrumpió de repente, el bastón cayó al suelo y con la pata que no la apuntaba se tomó la máscara—. A... ella... no... —¡Esa era la voz de Po! La reconocería donde fuera. Sin embargo, eso la confundió, ¿por qué Po luchaba contra Seiryu cuando intentó lastimarla de la misma forma que a Fai para cuando con él no?—. A... ella... no... la... lastimes...

Luego de una lucha interna entre ambas entidades, Po y Seiryu, el cuerpo se le relajó y con sólo estirar la pata el bastón se elevó hasta ella. Le dio la espalda con molestia y quedó viendo a Genbu.

—Innecesarias emociones mortales —masculló, y luego agregó—. Entra en el segundo estado, maestra... y pronto.

De la forma en que lo dijo, como obligado, ella supo que Po, aunque no tuviera pleno control de su cuerpo, dominaba aspectos esenciales. Sacudió su cabeza para concentrarse y le pidió a Lei-Lei que no se moviera y se quedara tras de sí, realizó los pasos de la Maestría del Chi tres veces y consiguió entrar en el Anatman, aunque el dolor y el cansancio llegaban con rapidez. No lo mantendría más de un minuto como máximo.

—Tengo un minuto —le informó.

—Más que suficiente —repuso; hizo una floritura en el aire y el frío aumentó, tanto que cuando Tigresa respiraba se formaba un vaho. A los pies de Po comenzó a alzarse agua, formando arcos ondulantes que giraban a su alrededor y subían hasta su bastón, concentrándose en la punta—. Concentra todo el fuego que puedas en tus patas y mantenlo hasta que te diga que lo sueltes.

—¿Para qué hacemos esto? —preguntó, dándose cuenta de que alrededor de Fai una especie de tornado se formaba a sus pies.

—No tientes tu suerte —la advirtió—. Que mi Guerrero te quiera proteger a tal punto que logre intervenir con mi posesión no quiere decir que tenga que soportar que me cuestionen. Sólo hazlo y no preguntes. Soy un dios, yo no me equivoco, al contrario de mis hermanos.

No entendió lo último que dijo, pero sí el que Po la quisiera proteger. Se sintió un poco rara, siempre era ella la que protegía a otros porque era su deber, y no le gustaba que la protegieran, ella era lo suficientemente fuerte como para hacerlo sola. No obstante, que alguien se preocupara así por su seguridad era algo nuevo, curioso e intrigante; y debía reconocer, la reconfortaba.

El agua que estaba concentrándose en el bastón alcanzó una proporción enorme, por lo que Po levantó el bastón apuntando al cielo, y el agua no dejó de crecer, reuniéndose y creando una esfera que se arremolinaba. Tigresa se llevó las patas a nivel de la cintura, en una posición de ataque e intentó concentrar todo el Chi que tenía en estas. Fai ya estaba difuminándose por la cantidad de viento que lo envolvía.

—¡Siempre igual de orgullosa, Genbu! —gritó Po, para hacerse notar; los dos ojos de la tortuga, verdes en su totalidad, lo enfocaron. Parecía que lo iban a partir al medio.

Abrió las fauces y salió una voz como el caer de las rocas.

—¿Quién te crees, asqueroso mortal, para hablarme así? —Levantó una pata—. ¡Te borraré de la faz de este mundo moribundo

De la enorme esfera de agua que había sobre él, tres chorros a presión salieron disparadas hacia la palma de la enorme pata de Genbu, perforándosela y haciéndola chorrear Icor. Esta rugió ofendida, adolorida y furiosa, y volvió a alzarla; Po hizo el mismo gesto con la pata que había hecho con Fai y la pata de Genbu quedó estática en el aire.

—Parece que no aprendes nunca, ¿no? —comentó, con gracia, inclusive—. ¿No recuerdas que una vez te vencieron así?

—¡SEIRYU! —bramó—. ¡Qué bajo has caído! ¡Poseyendo mortales! Das asco y vergüenza.

—Me sacas los colores, hermana —dijo y el resto de la masa del agua salió disparada en incontables chorros que se doblaron en el aire y buscaron distintos lugares del cuerpo de Genbu para clavarse. Po se volvió hacia Fai—. Concentra ese vacío alrededor de Genbu. —Con una seña del león, el viento onduló hacia ella, bailando a sus pies—. Hazlo crecer. —Se volvió hacia Tigresa—. Dispara todo ese fuego al cielo, pero no le des a Genbu. ¡No le llegues a dar! Dispáralo a las nubes.

Tigresa lo hizo, con un gruñido golpeó el aire con ambas patas y las palmas extendidas; el fuego salió rugiendo y formó un fénix que aleteó y se perdió entre las nubes. Ella cayó de rodillas al suelo, volviendo a su estado normal, jadeando y apretándose el pecho para sobrellevar el dolor. No entendía el por qué de aquellas acciones.

El cielo comenzó a nublarse, nubes grises y aún más oscuras comenzaron a taponar el cielo y obstruir el sol. Truenos se oían y relámpagos se atisbaban entre ellas. A Po se le notaba que le costaba mantener inmóvil a Genbu, porque en una de sus patas comenzaban a darse muestras de un mapa de venas de un color azul cobalto que le empezaban a subir por el dorso, chistó y miró al cielo, expectante; su máscara comenzó a fracturarse.

—Maestra —dijo, sacándola de sus análisis—, llama a tu alumna.

—¿Para qué quieres a Lei-Lei? —Le importaba poco tutearlo, no dejaría que lastimaran a Lei-Lei si ella podía impedirlo.

—La necesito. —Apuntó con su otra pata a Genbu mientras movía la cabeza como resistiéndose a un dolor—. En los recuerdos del panda vi que ella puede hacer un arco, ¿cierto? ¿Sabe dispararlo?

—Sí —respondió Lei-Lei antes de que Tigresa pudiera objetar.

—Ven —le urgió él, viéndola de soslayo a través de la máscara. Lei-Lei se colocó a su lado, temerosa, consciente de que ese no era el verdadero Po, y a sus pies brillo un Chi de mil tonos de azul que después formó un arco y una flecha de metal—. ¿Podrías acertarle a ella?

—Supongo.

—Lo harás —aseguró—, porque si no lo haces moriremos todos. Tenemos... como veinte segundos para salvarnos.

—¿De qué? —quiso saber Tigresa; la máscara de Po se fragmentó y se quebró a nivel de la boca, dejándole ver los labios. Estos conformaban una sonrisa pesada.

—Mejor no preguntes. —Se volvió a la pequeña—. Apunta bien, dispara a mi señal. Cuando la suelte y baje la pata para aplastarnos tendrás un atisbo de momento para poder darle.

Los truenos comenzaron a sonar más fuerte, independientes al caos que había en tierra o a la diosa que había bajo ellos. Po hizo un gesto de aprisionamiento con ambas patas y el mapa de venas azules subió más, tomándole las muñecas y los antebrazos, destrozando la armadura y las mangas de la túnica; Tigresa quería levantarse, pero estaba sin fuerzas. Él dio un quejido y miró a Fai.

—Cuando la pequeña mortal dispare y la flecha impacte —le dijo—, levanta el vacío en un huracán.

Fai gruñó a modo de respuesta, agotado también.

Po dejó caer los brazos, como si estuvieran muertos, y Genbu recuperó la movilidad. La pata se aproximaba cada vez más.

—¡Ahora!—le apremió.

Lei-Lei disparó con miedo. La flecha salió desviada un poco a la derecha, pero Po lo corrigió apuntándola con el dedo y disparando un pequeño chorro de agua de la punta que le corrigió la trayectoria. La máscara estaba cada vez más agrietada y el mapa subía cada vez más.

La flecha impactó en el cuello de Genbu, a lo que esta rió con desdén, la herida, si es que se podía considerar como tal, era como la picadura de un mosquito, o incluso menos.

—¿Planeabas derrotarme con eso, Seiryu?

Po cruzó las patas en equis e hizo de nuevo el gesto de aprisionamiento, reteniéndola.

—Nunca aprendes —le repitió, esta vez con la voz tanto suya como la de Po; le hablaban los dos a la vez.

Fai alzó el vacío y un tornado la cubrió por completo, para un segundo después un rayo cayera como un martillo desde el cielo.

Le siguió otro rayo.

Y otro.

Y otro.

Y un cuarto completó la serie. Todos parecían envolverse junto al tornado y girar sobre sí, para luego impactar en la tortuga, que dio un estridente grito.

Tigresa veía sobrecogida cómo los rayos formaban una malla danzante alrededor de Genbu, impactaban, se disipaban a los lados, el tornado los recogía y volvían a impactar. Era como un castigo de los cielos.

—¿Qué... qué es eso? —preguntó, estirando un brazo para resguardar a Lei-Lei.

Po, o Seiryu, sonrió, ufano.

—Sabiduría, guerrera de Suzaku —respondió—. Que tú hayas enviado tus llamaradas al cielo calentó el aire, sumado al frío de aquí abajo gracias al campo que puso el panda dieron las condiciones para una tormenta.

—Yo solo envié fuego —dijo, sin entender.

Po negó con la cabeza, y sonrió; por un momento detectó al verdadero Po en esa sonrisa.

—El fuego es oxígeno —explicó— y el oxígeno atrae las nubes. Exceso de nubes más el aire caliente genera lluvia. La humedad por el calor produciría la lluvia y el viento frío de abajo, que el Guerrero de Wang condensó en el vacío, crearía un choque entre frío y caliente, generando un tornado. Tu alumna solo puso el ingrediente final para esta tormenta eléctrica: la flecha de metal.

»Como el león puede controlar el viento, y el viento despeja los rayos, podría a su vez tratar de redirigirlos o contenerlos. Eso, más la flecha que causaría que por más que se alejen caerían en un mismo punto, garantizó esa belleza de ataque.

—Y el agua dentro de ella para inmovilizarla —caviló la felina. Po asintió.

—Perspicaz —dijo—. Ya veo por qué mi guerrero te tiene estima.

—¿Que Po qué? —se extrañó.

Sin embargo, su respuesta quedó ahogada por el estridente sonido de algo quebrándose. Alzaron la mirada y vieron que la forma de Genbu comenzaba a brillar de verde, deformándose, para luego explotar como fuegos artificiales. El estruendo asemejó a la tierra partiéndose a la mitad. Gracias a su aguda visión, Tigresa pudo divisar a una tortuga con un hanfu verde que se precipitaba inconsciente al suelo, y Po se volvió hacia Fai.

—¡Remátala! —le ordenó—. O ella podrá recuperarse cuando toque el suelo. La tierra es su elemento, su fuente de energía.

No necesitó decirlo dos veces, Fai, con una sonrisa maliciosa, apretó su espada Jian, que se descongeló, y dando patadas ascendió en el aire hacia ella.

Grandes pedruscos de tierra del tamaño de casas caían sobre el valle, destruyendo donde aterrizaban. Po cayó de rodillas al suelo, perdiendo aquella armadura y volviendo a la normalidad; la máscara se caía a pedazos y los brazos estaban inertes con aquellas líneas azules. Giró la cabeza hacia ella y sonrió con esa sonrisa que parecía contener todas las emociones en ella.

—Ti... —dijo, con las dos voces, los trozos máscara se cayeron por completo y se deshicieron al tocar el cuelo.

Ella se acercó a él como pudo, dando traspiés.

—Po —murmuró, agotada; él cabeceaba a punto de desmayarse.

—Lo logramos —dijo, parpadeando con cansancio.

—Lo lograste —lo corrigió, ella no había hecho nada. Odiaba que pasara eso. Ella no detuvo a alguna Bestia, sólo sirvió como carne de cañón.

—Lo logramos —repitió—; los tres. Los cuatro —añadió viendo a Lei-Lei.

Asintió, le daría la razón por esa vez.

Aunque las piedras cayeran sin contemplación, no le importó en lo más mínimo, si no los mató una diosa, no los matarían unos pedruscos gigantes. Se pasó un brazo de Po por el cuello y ella le pasó uno por la cintura, debían levantarse. El polvo y los escombros le reducían el campo de visión, razón por la cual no lo vio.

No vio un destello verde que caía en dirección hacia ellos hasta que fue muy tarde.

Una magatama verde que parecía hecha de una esmeralda se suspendió en el aire y brilló de blanco; el aire onduló y la serpiente que era la cola de Genbu salió de la misma, del mismo tamaño que cuando la tortuga era gigantesca, con las fauces abiertas, repletas de colmillos.

Tigresa quedó aturdida por un momento, aquella serpiente los podría matar de una mordida, podría comerse a Lei-Lei de un bocado. Reaccionó cuando los colmillos estaban casi sobre ella, pero en lugar de levantarse, algo la propulsó hacia el suelo y le tapó la luz.

Como en un sueño, no pudo ver nada por un momento, hasta que comprendió que Po estaba sobre ella y su negro pelaje era el que le tapaba la luz. Olía a hogar, a comida recién hecha y jardín; y su pelaje era cálido y suave. Después se preguntó qué hacía él sobre ella, obtuvo su respuesta con un líquido caliente que le salpicó el pelaje.

Tanteó su cintura, y pecho, donde aquellas gotas cada vez más y más rápido empezaban a caer, y cuando se vio la pata la notó de un rojo inusual, de un rojo negruzco. Inspiró profundo al darse cuenta de qué era.

Sangre.

Separó un poco a Po de sí, quedando sentada, y vio que de los hombros y el vientre bajo le sobresalían tres colmillos en lado y lado, atravesándolo por completo. Con un grito de ira, aunque más de terror, sacó fuerzas de quién sabía dónde y unas llamaradas salieron de sus patas, incinerando a la blanca serpiente hasta que no quedaron ni sus cenizas. Intentó separarse de Po para poder sacarle los colmillos que lo atravesaban, pero él la abrazó con fuerza por la cintura.

Le rozó la mejilla con la suya con un afecto que jamás había experimentado y sintió sus labios en su oreja, arrancándole un latigazo de electricidad en la espalda.

—Te dije que no morirías —jadeó con voz ronca, escupiendo sangre.

Tigresa sintió como si tuviera una piedra en la garganta que le impidiera hablar, temblaba y por alguna estúpida razón recordó lo que le había dicho en Gongmen. «No veré morir a mí amigo». No lo vería morir. Po pudo salir ileso de aquel cañonazo de Shen, pudo salir vivo del Mundo de los Espíritus cuando lo de Kai; y saldría vivo también de esta.

Sin embargo, la sangre en su hombro y cuerpo, la acompasada respiración y la fuerza que se iba reduciendo en su cintura decían lo contrario.

Apretó los puños tan fuerte que se hizo daño con sus garras, sin poder quitarse esa sensación en la garganta ni el temblor en las patas, e hizo lo que su cuerpo le pedía: lo abrazó como aquella vez. Lo abrazó con fuerza, como si con ello evitara que se fuera lejos, como si con ello pudiera mantenerlo allí.

Le apretó el pelaje, sintiendo en su cuerpo los colmillos que lo atravesaban y que comenzaban a disolverse en luz, como si desaparecieran ahora que habían cumplido su trabajo. No iba a morir, Po no podía morir, era imposible.

Sintió que él se separó un poco, y con la pata que no le sostenía la cintura le tomó el mentón, haciéndolo verle. Jade y ámbar. Le parecieron hermosos e impresionantes cómo aquel tono se asemejaba tanto al jade de las armas y reliquias del palacio, era como si le hubieran colocado dos piedras preciosas en lugar de ojos. ¿Por qué estaba notando todo eso justo en ese momento? Los ojos le escocieron.

Apoyó su frente contra la suya.

—Te dije que no lo permitiría —dijo, y la sangre burbujeó en su boca.

«No hables», quiso decir. «No hables y guarda fuerza para que volvamos al Palacio, allí te trataran y podrás recuperarte», pero todo lo que pudo hacer fue emitir unos sonidos erráticos.

Lo vio sonreír con esa sonrisa que, aunque no lo reconociera, la alegraba, y luego, con macabra atención, vio cómo, sin perder la sonrisa, se ladeaba y caía cerrando los ojos.

Sin salir de ese trance en el que estaba, sólo pudo percatarse de que sus brazos lo jalaron hacia sí, impidiéndole caer, y lo apretaron en un abrazo como nunca creyó le daría a nadie.

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