Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

VI

El aire nocturno de la Ciudad Imperial, aunque gélido como hielo y causando que las gotitas de rocío que transportaba le atravesaran el pelaje como pequeñas y heladas agujas de acupuntura, traía consigo las cenizas de los restos calcinados de los establecimientos, casas y, tal vez, algunos animales que no habían podido sobrevivir al ataque de Suzaku. Sin embargo, aunque ambos se hubieran escapado de la enfermería, caminado a hurtadillas cerca del límite del pueblo y encontrado un lugar en el bosque de los lindes con la suficiente espesura y tranquilidad para meditar, a Tigresa no le importaba el clima.

Sólo quería seguir practicando el intentar dominar la Paz Interior.

El punto que había divisado a lo lejos era perfecto, elevado del suelo por unos dos metros de cuesta en vertical, lo que no lo hacía muy alto, y con los árboles, altos como castillos, como barrera para los curiosos. Todo bien hasta ahí, sólo que subir hasta allí era complicado en su estado.

Había logrado ponerse de pie y caminar el segundo día luego de haber despertado, habiendo conseguido reunir toda la fuerza posible que los cuidados de Po, más atentos que con él mismo o con Fai, le daba: le colocaba un paño húmedo cada que su temperatura subía, pensando que podría lastimarse, cuando en realidad Tigresa apenas la notaba; trayéndole la comida y cuando era muy incomible y a él le daban una más apetitosa, por lo de comida de enfermo y comida de sano, las intercambiaba, tomando él eso que ni comida podía llamarse.

Eso la hacía sentir extraña. Sabía, como que su pelaje era naranja, que Po amaba la comida por sobre todas las cosas, y por eso no lograba entender por qué hacía aquello. Es decir, era su alumna, sí; sabía que le tenía un respeto y admiración mayor que a los demás maestros, incluyendo Shifu, ¡pero que le dejara su comida era un gesto enorme! Lo único que tuvo para compararlo fue el abrazo que le había dado él en el puerto de Gongmen cuando la vio sana y salva.

Sacudió la cabeza, no era momento de pensar en las razones de Po. Siguió caminando camino arriba, pero como no recuperaba el cien por cien de sus fuerzas y no controlaba el Chi de Suzaku en su interior que la convertía en la Guerrera Fénix, de vez en cuando sufría mareos o algún síntoma de que su cuerpo estaba sobrecargado de energía. Po, a su lado, la tomó por los hombros mientras se recuperó, y ella al ver esos ojos verdes jade, tragó grueso, preguntándose por qué siempre que necesitaba ayuda, a alguien con quien desahogarse o simplemente compañía, él estaba allí. Un extraño cosquilleó ahí donde él la tocaba se apoderó de su cuerpo, seguido de una sensación desconocida así como nueva en su pecho, como un aleteo.

—¿Estás bien? —le preguntó con una sonrisa.

—Sí —respondió, enderezándose y apretándose el entrecejo, odiaba esos mareos repentinos—. Continuemos —dijo, reanudando la marcha.

—Ti —comenzó Po, y ella sabía lo que diría—, no deberíamos estar aquí. No deberías esforzarte. Debes descansar.

—Estoy bien, Po —repitió por quinta vez desde que habían salido de la enfermería—. Confía en mí.

—Sabes que lo hago, lo que no quiero que te sobre exijas. Es mucho para tu cuerpo.

Tigresa se detuvo al instante y se volvió, mirándolo entre incrédula porque él hubiera dicho eso y enojada por oírlo. ¿Qué era mucho para su cuerpo? ¿Es que acaso olvidaba quién era ella? Era Tigresa. La maestra del estilo tigre del Palacio de Jade, la líder de los Cinco Furiosos, quien hubo entrenado muchos años sin descanso para volverse lo que era. ¿Y él creía que un simple mareo y un poder de más podrían con ella?

—N-no es lo que quise decir, claro —se apresuro a agregar cuando se dio cuenta de cómo lo miraba—. No es que sea mucho para tu cuerpo, tu cuerpo puede con todo. —Tigresa arqueó una ceja—. No, eso no sonó bien. No quiero decir que tengas un cuerpo débil —balbuceó, haciendo aspavientos—, no serías tan bárbara si no tuvieras un cuerpo igual de bárbaro. Di-digo —añadió más nervioso—, es que tal vez el poder del Fénix con el tuyo propio sea exigir de más a tu cuerpo, cansándote más y haciendo que te recuperes más lento. Sí, eso mismo. —Se llevó una regordeta pata al cuello, mientras trataba de camuflar, lo que Tigresa notó por sobre su pelaje blanco, un suave rubor.

Un intento de sonrisa tironeó de sus labios, le parecía cómico y algo tierna la actitud apenada de Po; esa esencia de niño que estaba plasmada en su personalidad, en su ser y tal vez en su alma. Eso que contrastaba tanto de ella; mientras él era alegre, ella era reservada; mientras él reía, ella entrenaba y no socializaba; mientras él era luz, ella parecía ser oscuridad. Soltó un bufido que le sonó alegre.

—Si ya dejaste de hablar de mi cuerpo, Po —dijo, causando que este se sonrojara con más fuerza—, terminemos de subir. Estaré bien, no te preocupes. Aunque gracias. —Seguía sin saber muy bien cómo sentirse porque alguien se preocupara por ella. No era algo nuevo, realmente, los Furiosos lo hacían y Shifu a su manera, pero cómo lo hacía Lei-Lei, y en especial Po, era reconfortante.

—Vale, Ti —repuso abatido, sabiendo que no lograría convencerla.

Cuando llegaron a la cima de la elevación y las sombras de los árboles los abrigaron, como ocultándolos, ambos se sentaron lado a lado en el suelo recubierto por una hierba que les llegaba a los tobillos y empezaron a meditar.

—Recuerda, Ti —le dijo Po—: relájate y medita.

Eso hizo... al menos, lo intentó. Tigresa trataba de dejar su mente en blanco como muchas veces Po le había aconsejado, sin éxito. Si no pensaba en por qué no podía lograr aquel estado que aún le hacía recordar cómo él detuvo el cañonazo de Shen que hubiera sido una muerte segura, pensaba en por qué estaba pasando esa cadena de sucesos.

¿Por qué Suzaku, una bestia divina que creía era parte de la mitología, de los relatos antiguos, había descendido al Mundo Mortal y empezó a cazar Guerreros Sagrados? ¿Estaría ligado con que Lei-Lei y los demás estudiantes de los cinco furiosos pudieran usar el Chi con tal facilidad, cuando a ella, y a los demás, les llevó tanto perfeccionar? Sí, sabía que era por eso, al menos en parte, mas no por qué.

O si no terminaba pensando en qué estaría haciendo Lei-Lei, en si estaría entrenando en el bosque de hierro como ella, o si estaba, al igual que ella en su tiempo, tratando de leer alguno de los rollos de Kung Fu que habían en la enorme biblioteca del palacio.

Tenía que despejar la mente, sí, pero con todo eso rondándole como una neblina que empezaba a calarle bajo la piel, no podía hacerlo. Emitió un gruñido molesto.

—Ti —dijo Po, haciéndola abrir los ojos—, debes serenarte.

—No puedo —bufó molesta—. ¿No existe otra manera de llegar a la Paz?

—Sabes muy bien que yo te diré que solo existen dos: meditación por toda tu vida, o dolor.

—Entonces rómpeme un brazo —refunfuñó.

—Sabes que no funciona así —comentó Po, meditando en posición de loto: con las piernas entrecruzadas y reposando las manos en las rodillas con las palmas hacia arriba—. No puedo infligirte una herida y esperar a que despiertes la Paz.

—Tú lo hiciste luego de que Shen casi te matara —alegó con un toque mordaz, había vuelto a ella esa sensación de molestia cada que él la lograba superar en eso. No. Si era justa, no era eso, sino que le molestaba el hecho de que no le hubiera contado, llevado el tiempo que tenían de entrenamiento, cómo la obtuvo él.

De pronto la expresión afable y tranquila del panda se perdió, siendo sustituida por un leve ceño fruncido, abrió los ojos y fijó sus jades en ella; Tigresa podía sentir cómo podía ver hasta dentro de ella, y notó también que pudo ver un poco del dolor que había pasado para despertar la Paz. Un dolor muy profundo.

—Lo... lo siento —se disculpó con reticencia al notar cómo había dicho aquello. Algo que detestaba era disculparse, razón por la cual casi ningún animal se quedaba con ella, pero por algún motivo no podía no hacerlo con Po. Se sentía rara por eso—. Olvídalo.

—Quisiera que fuera tan sencillo, Ti —comentó, triste, mirando las estrellas, la blanquecina luz de la luna le hacía parecer el pelaje de un blanco vaporoso—. ¿Realmente crees que si te cuento, lograrás entender por qué la Paz es tan difícil?

Asintió. Aunque en el fondo de ella una vocecita molesta le dijera que no lo hiciera, que no se interesara, que tuviera un poco de tacto con dicho tema, lo hizo; sumado el hecho también de que Tigresa no tenía la más mínima idea de qué era tener tacto o ser suave con alguien. Si tenía una pregunta la hacía, punto, con la excepción de que ella no insistía si notaba que a quien le preguntara, no fuera a responder.

Po suspiró profundamente, formando un ligero vaho en el frío aire de la noche.

—Mis padres —dijo, y al instante le llegaron las imágenes de Li y Ping, los padres biológico y adoptivo de Po respectivamente, «¿qué pintan ellos?»—. Mi padre y madre, siendo más específicos. —«Oh»—. ¿Recuerdas la cabra que estaba con Shen cuando nos llevaron como prisioneros en nuestro intento de encontrar el arma que tenía; la de la barba?

—Sí —asintió con atención.

—Bueno, cuando el cañonazo de Shen me lanzó de esa especie de fábrica, casi morí. Quedé muy herido —relató—. Estuve flotando en un río, según me contó ella, hasta que me encontró y me curó, pero las heridas emocionales que tenía no parecían dar indicios de hacerlo. —¿Heridas emocionales? ¡Pero si Po era el animal más alegre que conocía! Bueno, no era que conociera muchos animales al mismo nivel que él, la verdad—. Tenía unas especies de visiones donde todo era caos, lobos, fuego, y ese ojo que era el símbolo de Shen.

»La cabra me ayudó y me dijo que no tratara de reprimir esas memorias, así que intenté hacer los pasos de la Paz Interior que había visto de Shifu y, bajo la lluvia, una lluvia que parecía acompañar esa sensación dolorosa, vinieron a mí. —Inspiró con fuerza y soltó el aire dejándose, a su vez, caer de hombros—. Shen atacó a mi aldea, o Casa, o como quieras llamarlos; el punto es que lo hizo. Mató a sangre fría a todos los pandas, y mi padre, Li, se quedó a luchar, apremiando a mi madre a que huyera conmigo y me pusiera a salvo. Lo último que recuerdo fueron los aullidos de los lobos cortando la noche... y el rostro de mi madre colocándome en aquella caja de nabos donde papá me encontró.

Tigresa tragó grueso, sintiéndose horrible por haber presionado a Po de tal manera para que le contase aquello, su intención, la verdad, no había sido esa. Es decir, sí, quería que le contara cómo había logrado la Paz, mas no que lo hiciera revivir semejante recuerdo tan personal. Levantó una pata y se la colocó en el hombro, estirando la comisura derecha de su labio en un intento de sonrisa.

—Gracias, Po.

Él levantó la mirada de sus patas, donde las tenía apretadas una encima de la otra, y la miró confundido.

—¿Por qué?

—Por contarme —dijo, y era verdad—. Por haberme dicho eso. Y ahora comprendo que la Paz no es algo sencillo, y que tal vez yo no tenga ese recuerdo.

—Todos tienen un recuerdo doloroso, Ti —repuso, apesumbrado—. Todos. Y cuando descubres dicho recuerdo, dicho dolor, y logras alcanzar la Paz, basta con que explotes lo bueno de dicho recuerdo.

—Y eso es: tu madre —vaticinó. Po asintió.

—Es difícil de explicar, pero supongo que se trata de que encuentras eso que te da calma dentro de lo que te lastima. Lo bueno en lo malo.

Aunque lo decía con una expresión alegre, aún podía notar que tenía un tono afligido, y Tigresa no sabía qué hacer para que se le fuera. ¿Qué hacían los demás animales para consolar a otros? Un abrazo. No; no abrazaría a Po en ese momento, se decidió, recordando el abrazo que le había dado en la cárcel en Gongmen, y el sorpresivo que él le dio en el puerto de la misma ciudad, una vez habiendo vencido a Shen. ¿Unas palabras? No, no funcionaría, Po era más de contacto físico que de palabras alentadoras, más de acción. ¿Entonces qué?

Y luego recordó que, de las pocas veces que había bajado al pueblo para acompañar a Po en una visita al restaurante de señor Ping, había visto que una madre coneja le daba la pata a su cachorro para hacerlo sentir mejor porque este se había caído. En ese momento había pensado que el pequeño era muy débil, sin determinación, porque ¿quién lloraba por un simple raspón en la rodilla? No obstante, la idea de que tomándole la pata a Po fuera a ayudarlo, sabría que daría resultado, el problema era que no sabía muy bien cómo hacerlo, sumado al hecho de que se volvía a sentir rara por eso. Nunca se la había dado a nadie más que Shifu, y la única vez que lo había hecho fue cuando este la llevaba del orfanato al Palacio de Jade.

Estiró su pata hacia él, con la palma abierta.

—Dame la pata —dijo, sin saber cómo empezar. Él arqueó una ceja con un ligero sonrojo en las mejillas por sobre el pelaje. «¿Tanto frío hace que se sonroja?», pensó sorprendida, creía que Po soportaba mejor el frío.

—¿Qué? —preguntó con un hilillo de voz.

—Que me des la pata. —Si se ponía nervioso la iba a hacer sentir estúpida por lo que hacía, ¡solo trataba de ayudarlo!

—¿P-p-por qué?

—Sólo dámela, bien —refunfuñó, y él se la dio.

Bien, se dijo, y algo de lo que se dio cuenta era que tenía la pata suave a causa de pelaje, que era como tocar seda. Se sentía cálida, a pesar del frío, aunque no sabía si era por su propia temperatura corporal o que de verdad él irradiaba ese calor, luego recordó cómo lo había percibido en la cueva el día antes de arribar a la Ciudad Imperial, suave y calentito, y no lo notó extraño. Lo que no supo si estaba bien o no fue cuando Po entrelazó sus dedos con los suyos, rozándole con suavidad el dorso de la pata con el pulgar; cuando había visto a la madre coneja con su pequeño los vio tomados con simpleza, no entrelazando los dedos, pero como no tenía experiencia en ello, lo vio normal.

Ninguno dijo nada, y Tigresa pudo percibir el ambiente como en Gongmen, con la diferencia que ahora era más íntimo, por decirlo de algún modo, porque pudo entender sin necesidad de palabras que él estaba mejor, su agarre se lo decía. Se preguntaba cómo era eso posible, cómo una tomada de pata podía mejorarle el ánimo a alguien, era como si dicha acción contuviera un secreto del universo.

Ambos continuaron así durante unas horas, en silencio y meditando. Para sorpresa de ella, ninguna de las preguntas que se había hecho en su primer intento la asaltaron esta vez; estaba en calma, en lo que creyó era el inicio de la Paz. Y de un momento a otro, como si un rayo hubiera caído en ella, un recuerdo la invadió...

Era de noche, había una fuerte lluvia con truenos que le perforaban los oídos, y dos tigres, un macho y una hembra, que la cargaba en brazos, se dirigían a una puerta, la colocaron en el umbral y luego, con un gemido de una inmensa pena y dolor, se alejaron, mientras se les quedaba viendo. No podía darse cuenta de qué color era su pelaje, de ninguno de los dos, porque llevaban unos grandes hábitos con capuchas que sólo le dejaban ver sus ojos ambarinos de uno, y verdes de la otra.

Abrió los ojos de golpe, sintiendo el corazón latirle como un tambor festivo, y, jadeando, se limpió el sudor que le comenzaba a perlar el pelaje de la frente. ¿Qué era lo que había visto?

Un leve bufido de Po, como adolorido, lo hizo volver a verlo. Alzó ambas cejas de la sorpresa al notar que tenía una expresión marcada, tratando de contener el dolor, y se percató del por qué cuando bajó la mirada: estaba apretándole la pata tan fuerte que sus dedos estaban casi rectos, sin poder tomársela bien como antes él había hecho, y, cuando se fijó bien, el pelaje del dorso de la pata de Po estaba ligeramente quemado.

—Lo siento —agregó con rapidez, soltándolo y notando que, en efecto, tenía la marca de sus dedos en el dorso de la pata, como si se hubiera quemado—. Lo siento, de verdad —murmuró, mirándose la pata, ¿de verdad lo había quemado?

Con la respiración un poco agitada, Po se recuperó y negó con una sonrisa.

—No te preocupes, Ti. —Le dolía el mover los dedos, y con toda razón—. ¿Qué... qué fue lo que viste?

—Yo no te dije que viera nada —repuso al instante.

—Ti —dijo, hablando en un tono como si la conociera desde siempre—, viste algo. Nadie reacciona así, tan... intenso —sonrió sobándose la pata— por no haber visto nada. —Sonrió por completo y esa curiosidad de niño que Tigresa reconocía en Po, salió a flote—. ¿Qué fue?

—Mis padres —respondió, sin ganas de hacerlo; una sensación extraña la invadió, era como dolor, lástima y enojo—. O al menos, creo que lo eran.

Po asintió, sin decir más, le volvió a tomar la pata y con una sonrisa comprensiva le indicó que intentara meditar de nuevo. Lo hizo. Sin embargo, por alguna razón, no volvió a verlos o sentirse así, todo fue reemplazado por una reconfortante sensación de seguridad.



Seiryu no soportaba el ambiente del Inframundo por varias razones, tres de ellas eran las más resaltantes. Primero por el Inframundo en sí, el mundo era asfixiante, y no sólo porque el suelo fuera de piedras de obsidiana quebradas, que pareciera que estuvieran puestas ahí, a modo de suelo, para causar cortadas que drenaran la esencia vital, una buena perspectiva, si no fuera porque los espíritus que terminaban allí no tenían cuerpo físico; con un cielo rojo sangre y nubes de un gris negruzco, como ceniza, y en el suelo, moviéndose, ensortijándose y curveándose como una enorme serpiente fantasmagórica, una neblina amarillenta que bien sabía él se debía a que los espíritus que sufrían la máxima sentencia y se fragmentaban, terminaban en ese miasma. De forma tal que, como al él ser un ente etéreo de agua, estar en aquel lugar lo hacía sentir débil y aprisionado. Segundo, por los Guardianes; Niu Tou y Ma Mian no eran precisamente entes espirituales agradables a la vista, su aspecto se adecuaba al plano dimensional que resguardaban: así como las Bestias Divinas eran seres de increíble poder y belleza, como el Mundo Divino, ellos... se adaptaban al suyo. Y tercero, porque al ser Seiryu una divinidad, le molestaba tener que pedir ayuda a otros.

No tocaba el suelo, sino que como dragón que era, largo y que se enrollaba en sí mismo, sólo tenía que estirar su cuerpo a toda su envergadura y moverse ondeándose en ese pesado aire, como volcánico, dirigiéndose al mismo lugar a donde iban los espíritus de los recién fallecidos que tenían la desdicha de llegar a aquel lugar. Sin embargo, algo que notó esta vez, a diferencia de las dos últimas que vino, una hacía tres mil años y otra hacía mil, es que no había almas desplazándose. El lugar estaba desierto. Aunque notó que el cielo parecía parpadear. No era un parpadeo como tal, sino más bien como un ligero temblor, de repente y por un tiempo minúsculo, el cielo pasaba a un color verde amarillento, y luego volvía a su rojo sangre.

«Esto está empeorando cada vez más rápido.»

Se desplazó ondeándose hasta la entrada del Inframundo como tal. Algo que no sabían ni siquiera las almas que venían a dicho lugar era que el Inframundo se dividía en tres secciones: la primera, la entrada, que era el recorrido donde estaba; la segunda, las puertas y el juzgado, que era a donde se dirigía, y el Infra, el tercero, que era una dimensión aparte de esta, aunque unida a la misma, no existía Inframundo sin el Infra, y era aquella dimensión especial donde enviaban a las almas a la fragmentación y, según tenía entendido, habían seres que no podían, o mejor dicho, no tenían permitido salir.

Luego de unos minutos llegó a las puertas dobles que precedían el juzgado, dos enormes puertas con motivos, runas, caracteres de todos los idiomas y rostros de dolor grabados en ella, en su superficie de umbra: una sustancia más dura que el diamante de los mortales, más oscura que la obsidiana del suelo, y más maleable que el Chi mismo. Sombra. Y no cualquier sombra, sino de las sombras de ambos Guardianes. Existían tres cosas en la existencia que daban poder, un poder brutal y enorme: el nombre secreto la sombra y el samsara.

Sentados, de espaldas hacia él, en el suelo, estaban NiuTou y MaMian, con las piernas entrecruzadas en el suelo y las palmas de las patas unidas a nivel del pecho. Ambos despedían de su cuerpo un Chi tan oscuro que parecía tragarse toda la escasa luz de alrededor, se elevaba hacia el cielo de forma ondulante y se perdiera en el mismo.

—Mian, Tou —los llamó Seiryu.

Ninguno de los dos volteó y Seiryu sabía que en ese estado, expulsando tales cantidades de Chi, no podrían ni moverse, sin embargo, instantes después, de esas mismas columnas de Chi, un pequeño hilo del mismo se separó y ondulo como una pequeña serpiente hasta el suelo, ondeó sobre sí mismo y creo dos proyecciones de energía de ellos mismos, pero al frente del dragón.

Eran iguales a los originales. Ma Mian era un caballo de piel cetrina, tan tensa a los huesos con inexistente musculatura que daba la sensación de que con cualquier movimiento brusco se terminaría rasgando en los lugares donde los huesos eran prominentes, con dos cuencas vacías con un brillo amarillento oscuro como ojos, una crin que a diferencia de su aspecto, parecía tener más vida que él mismo, y una armadura imperial negra con el rostro de varias almas moviéndose y retorciéndose con gestos de tortura y dolor. Niu Tou no era muy diferente, era un buey musculoso, aunque con un aspecto menos aterrador que Mian, con la piel de un azul casi purpura, con una cicatriz que iba desde la frente hasta la mandíbula, obviamente dejándolo ciego, el parche que tenía en el otro ojo ocultaba un ojo que veía a través de la esencia, y bien sabía Seiryu que debía mantenerlo cubierto porque podía, incluso, juzgar a seres divinos; unos cuernos largos y afilados, con unas llamas negras en la punta de estos, y poseía, al igual que Mian, una armadura imperial negra, sólo que esta en lugar de tener almas contenidas, tenía un remolino de la más infinita oscuridad que giraba sobre sí mismo, dando la impresión de que engullía cualquier cosa.

—¿A qué vienes, Seiryu? —dijo la proyección de Niu Tou.

—Necesito ayuda.

—¿Tú? ¿Ayuda? —rió Ma Mian, casi como un relincho—. Tú eres la Bestia Divina más sabia de los cinco, ¿qué puedes querer con nosotros?

—Consejo —respondió, un poco molesto—. Ustedes dos son, además de Qilin, los seres divinos más antiguos que existen, incluso se dice que fueron quienes lo detuvieron la primera vez.

—No es que se diga —lo cortó la proyección del buey—; es la verdad.

—Cosas del pasado —zanjó Mian, con un gesto vago de la pezuña—. Y si a esa nos vamos, ustedes lo detuvieron la segunda, ¿o no?

—Sí —asintió Seiryu, frunciendo el ceño un poco agotado, esa dimensión estaba mermándole la energía con una facilidad insultante—, y, por cómo están, han de saber qué sucede, ¿me equivoco?

—No preguntes lo obvio, dragoncito —siseó Mian, rechinando los cadavéricos dientes—.Qilijn está liberándose. —Apuntó al cielo—. Hemos sentido su embestidas. Aún preso, su consciencia intenta liberar a sus sendas, no podemos permitirlo. El poder que tendrá si escaoan será demasiado como para poder detenerlo. Ni siquiera el Reino Mental podrá ser su prisión.

Seiryu se extrañó.

—¿Reino Mental?

Ma Man suspiró, o más bien lo hizo su proyección.

—Aún eres un dios muy joven, Seiryu, hay muchas cosas que ni tu ni los demás saben. Cosas sobre cómo funcionan los Reinos.

La proyección de Niu Tou dio un paso adelante, los fuegos de sus cuernos se separaron y unieron en una esfera de llamas negras, que luego se cristalizó. Estiró la pezuña y la piedrita con fuego en su interior brilló.

—Pequeño Seiryu, sé por qué estás aquí —dijo—. Y la respuesta es sí. Deberías enlazarte con tu mortal, eso lo ayudará a... —Niu Tou sonrió, y a Seiryu le recorrió un escalofrío en las escamas. El ojo tras ese parche lo había leído como un libro abierto.

—Pero si lo hago...

—Si lo haces, Seiryu, ten por seguro una cosa. Tal vez, sólo tal vez, tengamos una oportunidad. Él puede extraer con sencillez energía del Reino Espiritual. Si no logras poner un obstáculo en su camino, nos espera algo peor que la muerte. La execración, como mínimo.

—Pero hacerlo... —Seiryu frunció el ceño—. Meestaría enlazando a un mortal, eso... No lo haré de nuevo, Tou. No me expondré de nuevo. —Su forma titiló y se volvió más pequeño, pasando de la titánica estatura al metro setenta de ambos guardianes. Levanto una de sus zarpas y observó la pequeña cicatriz en la palma—. No de nuevo.

—Es tu deber —insistió el guardián toro—. Tú mismo conoces que esos tres estados conceden un gran poder. Experimentaste en carne propia la energia del Reino Mental con uno de ellos cuando... —Dejó la frase en el aire, con plena conciencia de aue Seiryu podía recordarlo.

Y por su Nombre Secreto, vaya que sí lo recordaba. Sus ojos, su sonrisa, aquel cachorro, su... todo. No podía acercarse de nuevo a ello, ahora que lo había separado de sí. El dolor de haberlo hecho antes en la lucha fue tan...

Seiryu alzo la mirada y la sostuvo con la de Niu Tou, alternándola con la de Ma Mian, sorprendido.

—¿Es eso, cierto? —preguntó, señalando las puertas del Infra—. Ellas son parte suya, ¿sus sombras?

Ninguno de los dos respondió, lo que le dio la confirmación a Seiryu. El fuego levitó y envolvió a Seiryu, no fue doloroso, más bien le dio una sensación de hormigueo en la espalda. Imágenes y conocimiento, recuerdos, desfilaron tras sus ojos.

La proyección del caballo se disipó y ascendió, como una niebla negra y brillante, hacia la torre de Chi que el original emanaba; la de Niu parecía seguir el mismo camino, sin embargo, antes de desaparecer, el ojo tras su parche brilló con intensidad.

—Date prisa —dijo—, porque nosotros no resistiremos por mucho tiempo. Qilin saldrá pase lo que pase y usará su poder para destruirnos, vengarse. Arrasará con todo, incluyendo a los mortales y, nos guste o no, nuestro destino está enlazado con el suyo. Dependemos de ellos.

Y sin decir más, ascendió a la torre de Chi que surgía del buey.

Sin hacer sonido alguno, y comprendiendo que tenía que de alguna forma congeniar con su mortal, hacerlo entender lo que sucedía y, si todo salía bien, ponerle un alto a toda la serie de sucesos, antes de que Qilin lograr obtener siquiera, la mitad de su poder, alzó una garra y separó el aire, como una cortina, y entró, rumbo a su propia dimensión.

Pero antes necesitaba pedirle algo a Wang. «Si me voy a jugar el todo por el todo, me aseguraré de ir con ventaja».



En el Mundo de los Espíritus, con sus luces verdes y amarillas, con ese cielo verdoso y con los trozos de piedra que flotaban sin rumbo, Oogway, que había recuperado poco a poco la energía que tenía cuando estaba vivo, observaba, calmo, cómo un tigre blanco que, al igual que él había comenzado a recuperar su fuerza, orquestaba junto con otros espíritus, una especie de revuelta.

El tigre en cuestión hacia severos gestos en el aire, flotando en el mismo, hacia, a lo mucho, los diez espíritus animales que habían recuperado parte de su fuerza, y lo seguían. Llevaba un ropaje peculiar, porque para Oogway, ese tigre que quien era indudablemente un maestro, llevara un holgado traje de práctica, era curioso.

Junto a él había otro espíritu, sólo que no lograba formarse del todo. «Aun necesita más energía», pensó, observando el ondular del espacio donde la esencia de aquel espíritu incorpóreo, titilaba.

—No deberías acelerar las cosas —dijo Oogway, con un tono amable.

El tigre se volvió y se le quedó viendo con dos ojos ambarinos.

—Maestro Oogway —dijo, bajando un poco la cabeza en señal de respeto—, comprendo, pero no podemos quedarnos de brazos cruzados. Entiendo que la Casa de los Pandas no le hubiera contado eso, quizá no lo sabían, pero es responsabilidad de la Casa de los Tigres, detenerlo. O en dado caso, ayudar a hacerlo.

—Viejo amigo, nuestro tiempo ya pasó. —Oogway movió los arrugados labios en una sonrisa alegre—. Y si ese fuese el caso, que lo es, ¿no crees que deberás dejarlo en patas de quien esté ahora en la Casa de los Tigres?

—Maestro... —La expresión del tigre era de un enojo casi palpable, que enturbiaba las tranquilas energías del Mundo de los Espíritus, que de tanto en tanto dejaba traslucir la oscuridad del Inframundo— lo respeto, y lo admiro, pero usted no sabe todo.

—Cierto —asintió, divertido—, no lo sé. Y aún así me lo contaste, viejo amigo, los pandas y los tigres tienen, aunque no lo sepan todos, papel en todo esto; así como ellos manejaban el Chi para curar, ustedes, para atacar. Confía en que los actuales líderes de la Casas deberán ponerle un alto a todo, o ayudar en hacerlo.

El tigre esbozó una sonrisa amarga.

—Dudo que el padre de Li Shan le contase el peso que llevamos encima. Y en nuestra Casa solo la Rama Blanca lo conocía, la historia se tomó como cuento infantil y se perdió en el pasar de los años. —Se dejó caer de hombros—. No sé cómo no se dan cuenta, maestro, que si él sale...

—Saldrá si así está escrito, eso ni tu podrás evitarlo —repuso con vehemencia—. Te comprendo, sin embargo, debes dejar que todo siga su curso. Si llega a salir, ayudaremos a detenerlo, si no, nos quedaremos en nuestro mundo, como los Espíritus que somos.

Al lado del tigre blanco, el espíritu sin cuerpo y de esencia débil, se ondeó un poco. Él le prestó atención y luego asintió, apretando las patas; el blanco pelaje de estas se veía luminiscente debido al resplandor etéreo de aquella dimensión.

—Además, tengo motivos personales —dijo, con la voz grave.

Oogway no necesitó preguntar cuáles eran esos motivos. La larga cantidad de años que vivió no fueron en vano, era sabio, y apenas había visto su rostro, cuando la esencia de este había tomado forma física, corpórea, lo supo. Después de todo, no pasaría aquellos ojos por alto.

—Solo no olvides, no somos nadie para influir en el hilo de sucesos destinados para el Mundo Mortal, Tora. Por más motivos personales que tengas.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro