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IV

El efecto de haber llegado al primer estado era demasiado doloroso y estaba empezando a repercutir en él, si eso dolía tanto, ¿cómo hacía el tigre para soportar estar en el segundo y moverse con esa libertad? Fai solo había estado en aquel estado una sola vez, logrando dominarlo, pero el precio por eso fue estar casi tres días inconsciente. Y he ahí al Guerrero Tigre, luchando a sus anchas con la Bestia Sagrada del Fénix.

Fai se logró poner de pie, conteniendo una expresión de dolor, era como si le clavaran agujas en toda la piel; una tortura. No obstante, debía ayudar al Guerrero Tigre, podría ser muy veloz, pero no tenía que ser un genio para deducir que para vencer a un ser divino uno solo no sería suficiente. Shu Huang, como había oído presentarse al tigre blanco, estaba cubierto de electricidad. Las nubes en el cielo eran cada vez más negras, obstruyendo la luz del sol, y dándoles a ambos, él y Suzaku, un aspecto de otro mundo: uno con arcos voltaicos en cada línea negra del cuerpo, brazos y piernas como si tuviera una armadura de energía, de la cual la misma formaba una especie de carcaj en la espalda y un arco en su pata izquierda, sumado a que de los ojos un fino hilillo de luz manaba; Suzaku, en cambio, parecía salida del mismo infierno, todo el cuerpo cubierto de llamas, brillando de rojo, azul, naranja, amarillo, y el motivo de fénix en la espalda de su hanfu brillaba de dorado, tan dorado como el sol.

Shu dio un pequeño salto y al segundo siguiente ya no estaba allí, sino que estaba varios metros en el cielo, donde las nubes atronaron con fuerza, con el rugido de un trueno contenido, estiró la pata como si tensara la cuerda de un arco y un chorro enorme de energía salió de su carcaj y formó una línea recta entre sus dos patas: una flecha. O al menos, dedujo Fai, es a lo que más se le parecía. Disparó. El aire de la trayectoria se calentó tanto que un trueno retumbó mientras la flecha se movía, pero Suzaku, quien ya había sido anteriormente atravesada por los proyectiles movió su abanico, que le pareció raro al león porque era lo único de ella que no estaba cubierto en esa armadura de fuego, y una enorme bola de fuego salió propulsada hacia la flecha.

Ambas energías, fuego y rayo, chocaron en el aire, generando una explosión digna de ser comparada con fuegos artificiales. Fai salió de la impresión que le generó la explosión y miró su cuerpo, aún tenía ese incesante dolor que se intensificaba con cada respiración, su pelaje, al menos hasta los codos, seguía del mismo tono dorado, por lo que sus ojos, supuso, debían seguir manifestando el haber entrado en el primer estado. «Bien —pensó—, ahora debo ver cómo mato a Suzaku.» La idea le sonaba descabellada, sin embargo, algo de cierto debía tener aquel pensamiento. Por lógica los entes divinos no pisarían el mundo mortal porque sí, y de hacerlo, como en este caso, es imposible que estén al cien por cien de su poder, deben estar limitados o matarían todo con solo parpadear.

Alzó la mirada para ver a Shu y se percató, o eso imaginó por su lenguaje corporal, que estaba cansado, y no era para menos, si estar en el Anitya ya de por sí era doloroso y difícil, estar en el Anatman, como Shu, no había de ser un paseo por un estanque; era dolor puro.

Suzaku ascendió con un rugido de ira y quedó suspendida en el aire, con las alas abiertas en toda su envergadura, y cuando las cerró con un aleteo, pequeñas esferitas de fuego, de menor tamaño que la anterior pero mayor en velocidad, se propulsaron hacia el tigre. Shu logró esquivar las dos primeras, pero las otras cinco se movían tan rápido que le dieron varios golpes en cuestión de segundos; el tigre blanco, ahora empezando a notársele el cansancio, levantó una pata al cielo e hizo un gesto como si llamara a alguien, y entonces las nubes retumbaron con fuerza, no como antes, que sólo tronaban, sino que parecía que estuvieran conteniendo una bestia o un ser tan infinitamente poderoso que la tierra temiera que asomara un fracción de su poder.

Suzaku alzó la vista al cielo, donde los oscuros nubarrones callaron, nada se oía, Fai estaba seguro que podría escuchar el aleteo de una mariposa monarca con total claridad, era... la calma antes de la tormenta, ya que con un nuevo gesto de Shu, un tigre de proporciones enormes hecho completamente de rayos descendió, su rugido dejó pequeño al sonido de los truenos, y su brillo eran tan cegador como mil relámpagos. Y claro, Suzaku no tuvo el tiempo para responder puesto que, divinidad o no, no pudo prever semejante ataque, que al impactar contra ella, la dejó estática en el aire, como si los rayos la ataran o le impidieran moverse.

Fai estaba sin palabras, sabía que el segundo estado era poderoso, él lo había experimentado una vez, pero no tanto. Ese nivel de poder era demencial, y eso no era lo que le sorprendió; lo que lo hizo era pensar qué sería capaz de hacer Shu si llegase a entrar en el tercero. El Guerrero Tigre reapareció en el suelo con un haz de luz, cayendo de cuatro patas al suelo y tosiendo sangre. Fai se acercó corriendo a él, aunque fue el maestro del Palacio de Jade quien llegó antes.

El Guerrero Dragón, recordó, se había olvidado por completo de él y su aprendiz; buscó con la mirada a la tigresa y la encontró protegida contra una pared, desmayada y con un pequeño aro de fuego rodeándola, quemando muy despacio la grama que sobresalía de los adoquines. «¿Sería posible que...?»

—Shu —dijo el Guerrero Dragón, ¿cómo era que se llamaba? Po, cierto. Po y Tigresa—, ¿te encuentras bien? —Fai se extrañó, ¿cómo había llegado tan rápido si estaba más lejos que él? Entonces reparó en que el panda tenía un atuendo distinto al pantaloncillo que traía, parecía una especie de hanfu blanco con un diseño de un dragón, mangas negras y un bordillo dorado, aunque mucho más ajustado que un hanfu normal y a la cintura una cinta roja—. ¿Por qué toses sangre? —Se volvió hacia Fai—. ¿Por qué está tosiendo sangre?

¿Es que acaso no lo sabía? Se supone que era un maestro, ¿cómo no iba a saber que ese era uno de los efectos de Anatman en el cuerpo?

Fai no le respondió, solo le frunció el ceño como único gesto.

—Pueden —musitó Shu, con un hilillo de sangre recorriéndole la mandíbula, este tomó un brillo extraño por las corrientes eléctricas que oscilaban en las rayas negras de su rostro—, echarme una pata con esto. —Las respiraciones que daba eran fuertes, sonoras y generaban cierta estática que le hacía cosquillas en el pelaje—. Se me haría difícil matarla. —Giró la mirada y la centró en Po—. ¿Puedes entrar en el segundo estado?

—¿El segundo qué? —preguntó Po, perplejo.

Fai gruñó por lo bajo, por qué le tenía que haber tocado ese inepto como compañero contra Suzaku. Alzó la vista para buscar a la pavorreal y vio que el efecto que le causó el enorme tigre de rayos que Shu le lanzó, sea el que hubiera sido, estaba pasando... demasiado rápido, ya estaba recuperando la movilidad.

Dio un paso al frente, apartando a Po con un ligero empujón, aunque le transmitió el mensaje que quería: si no sirves, no estorbes. Fai relajó la mente y «sintió» su poder, el poder del Dragón Imperial, algo basto y enorme. Infinito. Desplazó su conciencia hacia ese poder e intentó hacerlo suyo. El poder se le resistió, como siempre hacía, hasta que un fragmento diminuto, ínfimo, fue con él.

Murmuró la palabra del segundo estado y entro en el Anatman. El pelaje de sus brazos volvió a su color amarillo oscuro, el dolor intenso que tenía al moverse o respirar se fue, dejando paso a una calma agradable; podía percibir las variaciones en las corrientes de aire, las calientes, las frías, las rápidas y las lentas, su cuerpo y sentidos parecían ser parte del mismo aire. Abrió y cerró las patas, condensando una gran corriente de viento en ellas, moldeándolo con solo pensarlo y formando dos cuchillos cuernos de ciervo. La corriente de aire de los cuchillos manaba en dos sentidos, hacia adelante, esperando que él la usara para atacar y otra hacia atrás, subiendo por sus brazos hasta sus hombros, como pequeños huracanes en sus extremidades.

Dio un paso más hacia Shu y cuando colocó el pie en el suelo, no lo hizo realmente, estaba caminando en el aire, levitando unos pocos centímetros. Era increíble cómo el segundo estado lo hacía casi uno solo con su elemento, así como Shu manipulaba el rayo con una sencillez asombrosa, él lo hacía con el viento. Lanzó una mirada superior al Guerrero Dragón, denotándole que ni queriendo podría llegar a esos estados que ambos poseían.

—Esto —dijo Fai con superioridad— es el segundo estado: Anatman.

Po lo veía con la boca abierta a toda su capacidad, sorprendido, pero más que todo con un brillo en los ojos como un niño pequeño que miraba algo fascinante. Fai bufó molesto y se dirigió a Shu.

—¿Crees que yo sea suficiente? —le preguntó.

Shu frunció los labios ensangrentados.

—No lo sé —respondió con sinceridad—. La idea era que el Guerrero Dragón, que es de agua, fuera quien me ayudara. Es decir, Suzaku es la Bestia Divina del fuego, lógicamente el agua la vencería fácil. Tú eres viento. —Lo señaló completo, el hilo de sus ojos lo hacían parecer al borde de la muerte—. Sería lo contrario, aumentarías su fuego.

—No necesariamente —terció Fai—. Sí, el viento alimenta el fuego, pero mucho viento lo extingue. También podría disminuir el oxígeno del aire y evitar que ella haga combustión.

El rugido de Suzaku en el cielo cuando se liberó de los efectos del ataque de Shu fue colosal, y el fuego, reaccionando a su voluntad, formó un pequeño aro sobre ella, extendiéndose, disipando las nubes negras de tormenta que Shu había traído y tiñendo el cielo de un rojo casi lava. La temperatura subió mucho y lo empezó a afectar un poco, incluido al tigre, aunque el Guerrero Dragón estaba como si nada, con la vista en el cielo y sin mostrar síntomas del exorbitante calor.

Shu logró levantarse, aunque se tambaleaba un poco, un hilo de sangre empezó a caerle de la nariz; estaba en las últimas.

—Necesito tiempo, Guerrero Dragón Imperial —le pidió a Fai; éste miró sospechoso al tigre, nadie en China tenía conocimiento de la existencia de un quinto guerrero, puesto que dicho guerrero era exclusivo para proteger a la Familia Imperial. ¿Cómo lo supo él?—. Sólo podré dar un último ataque, estoy por desmayarme. —Respiró con pesadez—. Este estado influye mucha tensión en el cuerpo.

—Te pareces a mí —intervino Po, saliendo de su asombro y mirando con detenimiento a Shu—. Cuando estoy así... —se señaló completo con una pata—... con el traje de Maestro del Chi, mi cuerpo duele mucho luego de un tiempo. ¿Es parecido o lo tuyo es más?

Ambos maestros, tigre y león, se quedaron mudos ante el comentario. ¿Cómo habían sido tan distraídos? El panda no sabía qué era el segundo estado, pero ahora mismo lo estaba manifestando, ¡por eso el calor no le afectaba! Shu pareció leerle el pensamiento porque se le adelantó a preguntar.

—¿Qué puedes hacer ahora cómo estás?

Escucharon como un crepitar sobre sus cabezas y cuando Fai alzó la vista vio que las llamas que se habían extendido por el cielo empezaba a replegarse hacia Suzaku, donde podía distinguir un abanico apuntando al cielo, generando una enorme bola de fuego que crecía y crecía. «Es más grande que el Palacio Imperial. Si sigue así destruirá toda la ciudad de un solo golpe.»

—Olvídate de hacer algo —le cortó Fai—, encárgate de sacar a los sobrevivientes del Palacio, o al menos a los aldeanos. ¿Puedes hacerlo o es una tarea muy difícil para ti, panda?

Po frunció un poco el ceño, se dio media vuelta y corrió hacia donde la tigresa estaba apoyada inconsciente, la cargó en brazos y con un salto subió a uno de los techos de una de las casas más bajas y corrió hasta perderse a lo lejos. ¿Acaso le importaba más la seguridad de su maestra que la del mismísimo Emperador?

—Guerrero Imperial —lo llamó Shu, sacándolo de sus pensamientos; apuntó con el mentón al cielo—, ¿crees que puedas detener eso?

—Sí —respondió, le parecía excesivo, pero sí podría... esperaba—, ¿pero cómo la matarás?

—¿Llegaste a ver la magatama que llevaba al cuello? —preguntó. ¿Pero si él era ciego cómo rayos vio aquello? Apartó esos pensamientos de su mente, los poderes divinos variaban en su usuario, así como él controlaba el viento y se movía con él, pues en Shu le daba la habilidad de ver—. Creo, no estoy seguro, que es un punto clave.

—¿Por qué lo dices?

—Una corazonada.

—¿Me vas a mandar arriba por una corazonada? —replicó molesto.

—¿Tienes alguna idea mejor? —gruñó Shu, apretándose el pecho—. Ahora, si no aportas nada, ve y detenla, haz algo con el aire e impide que lance esa bola de fuego y trata de mantenerla quieta, si no, no podré atinarle.

«¿Atinarle qué?» iba a preguntar, pero se abstuvo. Shu abrió las piernas colocándose en posición de pelea, con la guardia alta, suspiró y un rayo le impactó encima, que luego delineó la forma de su cuerpo y se curvó en sus patas. Otro más le cayó encima, y otro, y otro; cuando cayó el quinto, sus patas no se veían, solo era un intenso resplandor blanco purpúreo de los rayos, relámpagos, que empezaba a tomar forma de dos cabezas de tigres.

Shu gimió por lo bajo.

—Ve —le apremió—; esto no es fácil de manejar. Consígueme una posición en que le pueda golpear el pecho. Sólo me podré mover en línea recta; diagonal, máximo.

Fai asintió, teniéndole un nuevo respeto al Guerrero Tigre, levitó un poco más, cerró los ojos y respiró, sintiendo el movimiento de las corrientes de aire del suelo, ordenándoles con el pensamiento que lo propulsaran hacia arriba. Fue inmediato, una enorme pared de viento se arremolinó en el suelo bajo él y lo propulsó como si lo hubiera disparado un cañón, pero podía controlar su aceleración.

El pitido de la presión del aire le resonaba en los oídos, sin embargo, mientras más se acercaba, se iba preparando para lanzar un ataque. Miró de soslayo hacia abajo, y donde estaba Shu no se percibía más que un cegador brillo, aunque un arco voltaico giraba en torno a él. Apretó con fuerza el cuchillo cuerno de ciervo de aire en su pata e hizo un gesto de dar un golpe; el aire que se ensortijaba en sus brazos le sirvió como guía a las enormes corrientes de viento que ascendieron y golpearon a Suzaku, desestabilizándola. Ella bajó la vista, enfocándolo con esos ojos de pupilas crepitantes y bajó el ala con el abanico.

Un sol. Era lo único a lo que Fai se le parecía semejante bola de fuego; a un sol que caía hacia la tierra. Sintió una puntada de dolor que le tiñó la vista de negro cuando intentó dar otro golpe: los efectos de estar tanto tiempo en el segundo estado. Inspiró un aire calentado por la masa de fuego que se precipitaba hacia él y lanzó varios golpes con sus respectivos huracanes, pero solo lograba o que la esfera aumentara de tamaño o frenar mínimamente su paso; era demasiado grande para detenerla a puros golpes de vacío.

Tenía que dar un golpe con la suficiente potencia tanto de empuje como de impulso como para crear un vacío en el centro y hacer que la esfera hiciera implosión.

El empuje lo tenía, podía condensar el aire en su pata y golpear con fuerza, solo que no tenía el impulso, necesitaba algo de lo qué propulsarse. Sacudió la cabeza, no tenía el tiempo ni los medios para hacerlo, sólo podía dar golpes a ver si la detenía.

La bola de fuego estaba varios metros por sobre él, descendiendo implacablemente, pero Fai podía sentir el enorme calor que la precedía; con cada respiración sentía como si estuviera aspirando arena caliente y su piel comenzaba a arder. «Debe de haber una manera.» Llevó su pata a la cintura y empezó a reunir el aire, condensándolo en una masa violenta que se revolvía, era demasiado difícil controlarlo, el aire no puede ser retenido, es libre, pero si lograba conectarlo, sabía que podría destruir esa esfera; levantó una pata y creó una especie de muro, metros arriba, con el aire, en un intento de ganar un poco más de tiempo.

El impacto fue brutal. Cuando la esfera tocó la pared de aire Fai pudo sentir cómo la fuerza repercutía en él, era el empuje de Suzaku contra el suyo, y él iba perdiendo. Si lo veía desde otro lado parecía hasta cómico cómo podía percatarse de los huesos de su pata rompiéndose y cómo lenguas de fuego comenzaban a lamerle la pata libre.

«Debo lanzarlo ahora... aunque no esté listo.»

Un instante antes de hacer el movimiento para golpear y soltar el aire a presión que tenía, un alivio reconfortante lo invadió. De alguna forma extraña su brazo empezó a regenerarse, renovando el pelaje, la piel y los huesos donde el fuego lo había tocado. Y el fuego... el fuego no podía alcanzarlo, pese a que su muro de viento estaba por quebrarse, no podía avanzar más allá de la punta de sus dedos, y ni siquiera le quemaba dicha zona, era más un cosquilleo.

Un pequeño brillo dorado apareció frente a él y lo empujó a tierra como si un rinoceronte lo hubiera tacleado, trató de recuperar la posición, pero la presión de caída era demasiada. Eso no era solo viento, era algo más, era como energía. ¿Sería Shu?

Cuando miró al suelo no encontró a Shu, o bueno, sí, el intenso brillo relampagueante era fácil de encontrar, pero se sorprendió cuando vio que el Guerrero Dragón estaba sobre un tejado con un bastón de jade en una pata y con un brillo dorado a su alrededor.

Los ojos de ambos se encontraron y Po sonrió, lo que hizo que el león se enojara, no quería ayuda de nadie. Po movió su bastón y formó el símbolo del yin y el yang, para luego con un movimiento del cayado enviarlo al cielo, en la trayectoria de la bola de fuego. Cuando llegó, se multiplicó, creando una especie de red o malla que detuvo por un instante su avance.

Fai se percató de que cuando el fuego tocaba lo que fuera que sea ese yin yang, emitía un pequeño vapor; entonces lo entendió: de verdad él estaba en el segundo estado, sólo que no era consciente de ello.

Po hizo el mismo movimiento con el bastón y la caída de Fai se detuvo bruscamente, siendo detenido por algo sólido; cuando consiguió ponerse de pie se percató de que no era algo sólido propiamente dicho, sino que era ese símbolo del yin yang de Chi, aunque se sentía demasiado frío, como hielo. Tomó impulso de ahí y, luego de arremolinar el viento en sus pies para más fuerza, dio un salto.

Los ojos le quemaron por la velocidad, pero consiguió estabilizarse sin frenar ni un poco, una vez a rango de tiro de la bola de fuego, atacó. Era todo o nada. Hizo el gesto de golpear con la pata donde contenía la masa de aire y este salió propulsado hacia la bola de fuego, como si fueran mil huracanes contenidos en uno y rugiendo con tal fuerza que parecía un dragón, impactó contra la masa de fuego atravesándola limpiamente por el centro y ocasionando que implosionara sobre sí misma.

Suzaku se tambaleó un poco hacia atrás, suspendida en el aire, por la presión que había generado el golpe, Fai aprovechó esto y dio pequeñas patadas en el aire para propulsarse más hacia ella y conectarle unos golpes; no tendría la velocidad vertiginosa de Shu, pero sí mayor tiempo de respuesta, agilidad y flexibilidad. En pocos instantes llegó con la pavorreal y se fijó en lo que le había dicho el tigre: en su pecho colgaba un collar con una magatama roja como lava. Sabía que las heridas cortantes no la lastimarían porque se regeneraba, por lo que descartó atacarla con los cuchillos, que aunque presurizaban el aire para cortar cualquier cosa, serían inservibles. Relajó la presión en sus patas y disipó los cuchillos, ya sabía lo que haría, una presión de vació con la palma serviría para arrinconarla.

Dio la primera; sintió como si el brazo se le fuera a desprender por la presión del aire y el viento la impactó de lleno, haciendo desaparecer un poco esa especie de armadura de llamas. Dio una segunda y la hizo retroceder un poco, debía arrinconarla contra algo para que Shu pudiera atacar; entonces lo vio: el Palacio Imperial. Fue a lanzar la tercera, pero un relámpago de dolor le surcó el brazo, como si le clavaran dos estacas de hierro en las palmas y subiera hasta su espina, escupió sangre y jadeó.

Se le estaba acabando el tiempo.

Suzaku aprovechó esa pequeña brecha y atacó, lanzó un corte horizontal con el abanico, generando una fina línea de fuego, tan delgada como un hilo, que se propulsó hacia él. Fai logró esquivarlo a duras penas dejándose caer hacia atrás, pero una pequeña flama apareció arriba de él y de la misma reapareció Suzaku, quien exhaló una llamarada. Justo antes de que le impactara un círculo de yin yang apareció entre él y el aliento de fuego, deteniéndolo y extinguiéndolo, como si se lo tragara, pero Fai sabía que más bien lo estaba apagando. Le ordenó a las corrientes aire que lo estabilizaran y una vez hecho, pateó varias veces el aire, se colocó a la altura de ella nuevamente y le dio un golpe normal al rostro, haciéndola ladearse.

—Mortal asque...

No la dejó terminar, una palmada de vacío la silenció, enviándola hacia atrás. Fai hizo una maniobra y le dio una patada lateral a la mandíbula, ajustando la trayectoria para que en caso de seguir con las palmadas, terminara impactando en el palacio.

Otra palmada; la empujó, pero ella se resistía.

Otra; su fuego no lograba hacer ignición y protegerla.

Otra; el abanico en su ala se deshizo en fuego, y aunque ella intentara formarlo de nuevo, la presión del viento se lo impedía. Si le daba una más la haría caer por la fuerza de empuje. Alzó la pata, superponiéndose al dolor y dio otra, haciéndola descender.

Las alas lograban frenar un poco el descenso por lo que Fai, a punto de desmayarse por el dolor demencial al que su cuerpo estaba sometido, solidificó aire en su pata, formando uno de sus cuchillos cuerno de ciervo y dio un golpe. El aire sonó como un silbido, fino y agudo, pero contenía una precisión impresionante porque al momento en el que el viento tocó el ala de Suzaku, la rebanó como mantequilla, arrancándole un grito de dolor. Algo de lo que se percató el león era que ella no sangraba como tal, sino que en vez de sangre algo dorado caía.

Icor.

No tuvo necesidad de decirle nada a Shu, puesto que apenas ella tocó una de las paredes laterales del Palacio Imperial, él salió disparado como una flecha, dejando una estela de luz a su paso y le conectó varios golpes a la pavorreal. Fai enfocó la vista y fue cuando reparó que el tigre no le daba golpes, parecían palmadas, unas con la punta de los dedos, otras con la palma abierta, pero todas en el pecho y vientre. Fueron tantas y a tal velocidad que no pudo contar cuántas fueron antes de que su control del aire le fallara y empezara a descender.

Sintió cómo el Guerrero Dragón lo tomó por un brazo antes de que impactara contra el suelo y, sin mirarlo ni decirle nada, siguieron cayendo, esta vez controlados, hacia la base del palacio.

Ambos vieron cómo Shu le daba los golpes finales a la Bestia Divina del Fénix, le pateó el pico haciéndola elevarse un poco, para luego conectarle un golpe en la cabeza y propulsarla al suelo, donde se estrelló con un estrépito, cayéndole encima instantes después, con dos pequeños tigres de rayos en las patas.

Po y Fai vieron la escena desde unos metros a la lejanía.

—Felicidades, mortal —elogió Suzaku en tono sarcástico—, acabas de derrotar a una divinidad; has sellado tu destino.

—¿No crees —preguntó Shu, sentado a horcajadas sobre ella— que lo que dices está fuera de lugar? No soy yo el que está por morir.

Entonces ella rió, sin miedo a morir, triunfante y con un enojo palpable.

—¿Morir? —inquirió con divertido regocijo—. ¿Se te olvida que soy un ente divino? Yo no puedo morir.

—Pero te regeneras —apuntó él—. Y eso lleva tiempo, ¿o no? Y dudo que en dos días estés con el mismo poder que ahora. ¿Cuánto te llevará recuperarte? ¿Un año? ¿Cinco? ¿Diez? ¿Un siglo? ¿Dos? —Ella no respondió—. Oh, veo que di en el clavo, ¿verdad? —Hizo una pausa y suspiró, pero cuando lo hizo, sangre burbujeó de su nariz y labios—. ¿Por qué mataste a Mu?

—¿Así se llamaba el Guerrero de Genbu? —carcajeó Suzaku.

—¿Por qué? —insistió, apretando en su pata la magatama roja—. Responde. ¡¿Qué quieren de nosotros?!

—¿Morirías para salvar el mundo, Guerrero de Byakko?

—¿Qué? —Shu estaba perplejo. Suzaku sonrió triunfante; de la pata del tigre, donde tenía la magatama empezó a emanar un brilló rojizo.

—Incendia... —musitó ella; su cuerpo empezó a prenderse en fuego.

Shu abrió mucho los ojos y se volvió hacia Fai y Po.

—¡Fuera de aquí!

No hizo falta decirlo dos veces, Po cargó con el cuerpo de Fai todo adolorido y con poca coordinación por los efectos de haber estado en el segundo estado y salieron de allí. Fai se maldecía para sus adentros el no poder moverse solo, le estaría debiendo ese favor al panda y él odiaba deberle algo a los demás.

—...¡Suzaku!

Fai volvió la mirada, mientras saltaban de techo en techo del lugar a una zona segura y vio cómo, donde estaban Shu y Suzaku, un fénix gigante hecho enteramente de fuego, con un hermoso brillo anaranjado oscuro, como un atardecer, salía del suelo, derritiendo todo lo que tocaba. El fénix replegó sus alas, como abrazándolos. Un enorme rayo atronó el cielo y cayó sobre el fénix, sin embargo, mientras la vista empezaba a oscurecérsele a Fai por los lados, entre los lindes de la inconsciencia, pudo observar cómo el fuego se tragaba al rayo y explotaba en una torre hacia el cielo, tiñendo tanto el cielo como todo lo que le daba su luz, de un tono rojizo.

Y luego todo se puso oscuro.

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