II
La zona circundante se redujo a cenizas casi al instante.
Una pequeña llamita apareció flotando en al aire, acto seguido se expandió y las lenguas de fuego dieron forma a una delicada ave que causó que la zona se incinerase apenas colocó sus finas patas en el suelo. Las llamas de fuego recorrían su emplumado cuerpo mientras se detenían en lugares específicos.
La temperatura aumentó en el lugar haciendo que el aire ondulara de lo alta que estaba y poco a poco, sobre su cuerpo, apareció un delicado hanfu de seda rojo con un motivo de un fénix a su espalda y en su cuello un collar con una magatama hecho a partir de un rubí.
Se miró las alas y las abrió y cerró varias veces, midiendo cuanto de su poder divino pudo ingresar en el mundo mortal sin desestabilizarlo y sin que su cuerpo se volatilizara. Para su sorpresa y molestia, era poco, demasiado poco. Sin embargo, al llevar su ala hacia la magatama en su cuello sintió cómo dentro de ésta había una mayor parte de su poder. Suspiró molesta y cerró los ojos, percibiendo la energía que fluía en ese mundo.
En pocos segundos dio con el paradero del primer Guerrero Sagrado, estaba cerca y era el de la Tortuga Negra, no obstante, percibía a otros tres, el Dragón, el Dragón Imperial y el Tigre, mas no su propio guerrero: el Fénix. Era como si no estuviera, como si no existiera, pero no era posible; estaba vivo.
Lo sabía. Lo sentía. La única explicación posible era que... que no hubiera despertado todavía.
Sin darle más importancia al asunto ya que a finales de cuentas de igual forma tendría los Chi de ellos, sacudió la cabeza y fijó como objetivo a la energía que tenía parecido a Genbu, el Guerrero Tortuga Negra. Con un movimiento de sus alas se elevó en el cielo, mientras unas pequeñas llamas aparecían en las mismas, y de a poco, la fueron consumiendo hasta que desapareció.
Reapareció en un poblado a no más de veinte kilómetros de donde había descendido, no era muy habitado, si debía ser sincera. Casas de madera repartidas como salpicaduras de tintas sobre un pergamino; al azar, y una especie de escuela hacia el centro del pueblo. Aterrizó en el suelo y las flamas de su cuerpo se apagaron. «Al menos puedo moverme a gusto», pensó, dirigiéndose a la escuela.
Tenía razón, era una escuela de artes marciales. No como un palacio ni mucho menos, pero se veían los alumnos practicando y meditando en las cercanías. Caminó hasta donde había un zorro de pelaje negro con un traje de kung fu que estaba meditando y se detuvo al frente, éste abrió los ojos y los fijó en ella. «La característica de que tiene parte del Chi de Genbu» pensó al ver la heterocromía que el zorro poseía.
—¿El Guerrero Sagrado de la Tortuga Negra? —preguntó con amabilidad, su voz le sonó rara, muy suave y aterciopelada para ser suya.
—Sí —asintió el zorro, y arqueó una ceja analizándola con la mirada—. ¿Y usted...?
No lo dejó terminar la frase. Se lanzó contra él con un ala extendida y cubierta de fuego; sólo debía tocar su corazón, el lugar donde el Chi se concentraba, y podría extraerlo. Él esquivó el intento de agarre y de un movimiento se levantó, le dio un empujón con la pata y saltó hacia atrás. Suzaku chistó y fijó sus ojos en el zorro, que estaba en posición para luchar: guardia alta y buena defensa, aunque su expresión pétrea titubeó un poco al mirarla bien.
—Esos ojos... —dijo.
Suzaku sonrió, obviamente no podía darse cuenta de qué veía, pero lo más probable era que en ese débil y pequeño cuerpo mortal que tenía, alguna parte manifestara su divinidad.
El maestro realizó los pasos que los mortales conocían como la maestría del Chi y su cuerpo se cubrió con un traje tan verde como la más intensa hoja y de un blanco inmaculado, y atacó. Ella esquivó con una gracia casi injusta cada intento de agarre, patada o golpe que el zorro propinaba y cuando encontró una pequeña abertura, atravesó su defensa y logró colocar la punta de su ala en el pecho de este.
Un brillo verde emanó de su pecho que al entrar en contacto con su blanco plumaje se volvió rojo, el maestro dio un salto hacia atrás y se libró de ella. Tan cerca, se dijo, estuvo tan cerca. El zorro negro movió los labios, ininteligible y su pelaje negro empezó a volverse de un marrón tierra hasta los codos y sus ojos bicolores tomaron una tonalidad verde, como si tuviera un inmenso bosque en ellos.
Suzaku abrió los ojos con interés, el Guerrero de Genbu podía acceder a la Trinidad del Chi, los estados en los que se podía, mediante entrenamiento y meditación, canalizar el Chi de una Bestia. Una vulgar copia de los Puntos.
El maestro se lanzó hacia ella con una velocidad de vértigo y esta vez Suzaku no pudo esquivar el golpe. Por un momento se aturdió, para acto seguido ser dominada por una furia incontrolable. ¡Ese miserable mortal había osado herirla! Llevó su ala al colgante en su cuello y lo apretó con fuerza. Fue como su hubiera tenido un pequeño volcán entre sus plumas, un fuego brilló en sus plumas y tomó forma de un abanico de todos los colores de la gama de una llama: azul, blanco, rojo y naranja.
El zorro no se cohibió por la aparición del abanico y atacó. Suzaku hizo aparecer un torbellino de fuego con sólo mover el abanico de la misma manera en que estuviera espantando a un insecto. El maestro esquivó el tornado en su dirección que terminó chocando contra la improvisada escuela; los estudiantes salieron dispersados en varias direcciones protegiéndose de las llamas.
El guerrero gruñó feroz y concentrando Chi en sus patas empezó a dar una serie de patadas hacia ella. Suzaku las esquivaba con facilidad, no obstante, la tres últimas fueron más veloces y le acertaron, cayó al suelo y se llevó un ala al pico; un fino hilillo de sangre caía de este.
¿Sangre?
¿Este simple mortal había osado hacerla derramar sangre?
Se puso de pie y apretó el abanico con fuerza.
—Morirás y este pueblo lo hará contigo. —Se llevó el abanico al pecho—. ¡Incendia... —Hizo un movimiento como si cortara el aire—... Suzaku!
El abanico en su ala se consumió en una llama tan roja como la sangre, que luego se expandió por su cuerpo y cada vez más y más. Poco después, hecho completamente de fuego, había un enorme fénix en cuyo centro, se encontraba Suzaku. «Interesante. Puedo hacer una proyección elemental de mi verdadera forma en este mundo mortal». Ella aleteó y la proyección la imitó, elevándose en el cielo con el rugido de las llamas crepitando en el aire. Se suspendió y miró hacia abajo, el pueblo parecía aún más minúsculo de lo que ya era.
Sonrió, fijó como punto la escuela del guerrero, y aleteó con fuerza. Dos enormes tornados de fuego se alzaron a ambos lados del pueblo, se expandieron, y cuando se unieron, el lugar por completo empezó a ser devorado por las llamas que rugían como dragones. Con otro aleteo hizo que el gigantesco tornado se extinguiera. Descendió poco a poco al suelo, mientras su proyección iba desapareciendo; cuando tocó tierra el fuego que la envolvía ahora eran unas llamitas que empezaban a morir, y en su cuello volvió a aparecer la magatama de rubí.
Dio un paso y se tambaleó un poco a la vez que la visión se le desenfocaba.
—Asquerosos cuerpos mortales —masculló.
Caminó hasta donde estaba el cuerpo carbonizado del Guerrero, se agachó y colocó la punta de su ala en el pecho del zorro, donde estaría ubicado su corazón.
—Yo, Suzaku, la Fénix Roja, reclamo tu Chi.
erpo dio un vuelco e inició en combustión, ardió con ferocidad y al cabo de pocos segundos sólo quedaba una pequeña piedrita verde dorada en donde habría estado el maestro. Suzaku la tomó y la miró con detenimiento: era el Chi del Guerrero, tan vasto para un mortal y tan minúsculo para un ser divino.
Sin darle más vueltas al asunto, la guardó en su hanfu, dio media vuelta y se consumió a sí misma en fuego.
Ya tenía el primero de los cincos Chi a recolectar.
Y tenía que informar a los demás sobre que uno de ellos, aún no despertaba.
A Tigresa no le importaba mucho el viaje, si tenía que ser sincera. Sólo era un viaje a la Ciudad Imperial de dos días de trayecto, sin embargo, estaba viajando con Po, y esa fue la principal razón (por no decir la única) de que hubieran durado un día más. Cada tanto debía parar para que él descansara, lo que se traducía en perdida de valioso tiempo.
Aunque tenía que admitir que en cada parada Po sacaba algo de comer de su mochila y, aunque no lo dijera, siempre era algo apetitoso así como delicioso; en su mayoría eran dumplings de distintos rellenos. Tigresa, pese a que las recurrentes paradas de Po en el bosque o cualquier lugar que pareciera un posible sitio para descansar les sumara horas de viaje al trayecto, no se molestaba en absoluto, había desarrollado una especie de... algo, por Po, que le impedía enojarse con él. Claro, siempre que no sea nada grave. Era parecida a la misma relación que tenía con Lei-Lei.
Lei-Lei.
No se había podido despedir de la pequeña pandita, su pupila, antes de partir del Valle de la Paz, nada más tuvieron tiempo de alistar lo esencial. En las primeras dos noches, mientras Po ya se había quedado dormido, ella se quedaba mirando el cielo estrellado pensando en si la pequeña habría entrenado o no. Para Tigresa era extraño el tener una aprendiz, es decir, durante toda su vida los demás animales se habían alejado de ella y de un momento a otro y por voluntad propia alguien decide que ella es la indicada para enseñarle.
Y curiosamente, los únicos dos animales que habían elegido convivir con ella, sin que se les hubiera impuesto como con los Furiosos, fueron dos pandas.
Dos pandas.
La tercera noche, justo cuando faltaba poco para llegar y la Ciudad Imperial se veía a unos treinta kilómetros al horizonte, decidieron descansar porque para sorpresa de Tigresa, estaba cansada. Encontraron una cueva en una montaña e ingresaron, con unas ramas secas y algo de yesca Po usó su destreza de chef y en un parpadeo hizo una fogata que los calentó a ambos, sacó lo último que quedaba en su mochila, cuatro dumplings, dos para cada uno, y comieron.
Cuando la luna se alzó imponente en lo más alto del cielo, empezó a soplar un viento sumamente frío y aunque ella fuera una maestra entrenada para resistir los elementos, también le afectaba. Se encontraba sentada con las piernas cruzadas y la espalda apoyada contra la pared de roca de la caverna, con los brazos cruzados, en un intento de controlar el frío y no dejar que se notara. Sin embargo, Po la conocía lo suficiente como para notarlo. Caminó hasta ella, se sentó a su lado y le tendió la manta que él había llevado.
—Ten —le dijo.
—Estoy bien. —Tigresa no iba a permitir verse débil, independientemente de que fuera con Po.
Él sonrió con una emoción que ella no supo identificar y se sentó a su lado, a unos cuantos centímetros. Tigresa no dijo nada ni expresó algún movimiento que diera a entender la curiosidad que tenía de saber el por qué lo hizo. Gruñó por lo bajo mientras reacomodaba su posición, algo que le molestaba era no saber el por qué de las cosas.
Cerró los ojos para tratar de dormirse y al instante sintió algo suavecito sobre ella, abrió los ojos de golpe y se dio cuenta de que la manta que Po le había tendido estaba sobre sí, y cuando lo miró, este estaba dándole la espalda. Ella se arrimó a su lado y le lanzó la manta.
—Que no la necesito —se quejó y le dio la espalda. Acto seguido la misma manta volvió hacia ella—. ¿Qué no oíste, Po? —gruñó.
Él hizo un gesto vago con la pata.
—La necesitas, es obvio —dijo, sin volverse—. Solo úsala y ya. —Dio un suspiro, bostezó y se quedó en silencio.
Tigresa masculló por lo bajo el cómo era posible que tuviera que necesitar ayuda, sin embargo, en ningún momento se apartó la manta, tenía que reconocer que abrigaba lo suficiente. Oyó un pequeño ronquido de Po y lo miró. Una pequeña puntadita de culpabilidad la invadió; si ella tenía la manta, qué evitaba que él muriera de frío.
Se acercó un poco más a él y le lanzó un poquito de la manta, lo suficiente como para que alcanzara para los dos.
—Ti —dijo con la voz soñolienta—, te dije que...
—La necesitas —repitió usando las mismas palabras que él—. Solo úsala y ya. Es solo una parte.
Po se arrimó un poco más hacia ella, hasta el punto que sus hombros se tocaban; de improvisto le llegó el recuerdo del abrazo en el puerto de Gongmen y se sintió fuera de lugar. Alejó esos pensamientos de ella y cerró los ojos, debía descansar antes de llegar a la Ciudad Imperial y saber lo que el Emperador quería de ellos.
El sueño parecía reacio a venir, cualquier ruido atraía su completa atención, y no era para menos, estaban en un lugar desconocido. El mínimo quebrar de ramas fuera de la cueva o un sonido extraño captado por sus sensibles oídos que traía el ulular del viento, le quitaba el poco sueño que lograba reunir. Eso, sumado a los pequeños ronquidos de Po.
Suspiró molesta y cuando fue a encontrar una posición más cómoda para poder dormir que solo estar sentada apoyada contra la pared, un regordete brazo la rodeó.
—¿Qué rayos? —murmuró para sí apartando el brazo de Po, quien dormía como un tronco. Lo apartó un poco, pero este se volvió a inclinar hacia ella.
Molesta y tratando de no darle un golpe al panda, se acomodó mejor, aunque algo que pudo notar fue que Po parecía estar calentito. Se le quedó mirando un largo rato y luego bufó. «Solo para ver. Solo para ver». Se movió un poco y se recostó contra él.
Para su sorpresa Po era ridículamente suave y calentito, parecía que él mismo fuera una fogata. Se terminó de acomodar y cerró los ojos.
No pasaron ni cinco minutos cuando el sueño se apoderó de ella.
Cuando Po entró a la Ciudad Imperial se quedó sorprendido, todo era tan... imperial.
Las calles estaban adoquinadas con piedras pulidas y no había casa o negocio que no estuviera pulcro y cuidado; los animales (adultos y niños) llevaban trajes de distintos colores, el único que no aparecía era el amarillo, por lo que Tigresa a su lado resaltaba a todas luces.
Caminaron hasta el Palacio; una edificación que al verla cohibía un poco, dorado en su totalidad y con las puertas principales en jade tallado. Po tragó grueso y miró de reojo a Tigresa.
—¿En qué nos metimos, Ti? —le murmuró.
Ella lo miró de la misma forma, era difícil para cualquiera de los dos apartar la mirada de semejante edificación.
—A mi no me mires, Po —repuso, encogiéndose de hombros—. El Guerrero Dragón eres tú. —A él le pareció detectar cierto tono extraño, como si se divirtiera. Luego meneó la cabeza, descartando eso. Tigresa y diversión no van es la misma frase.
Empujó las enormes puertas dobles de jade y al entrar un rinoceronte con una alabarda les impidió el paso, mas sólo bastó con que le aclararan quienes eran y la solicitud del Emperador para que los guiara hacia el salón principal.
Algo que tomó por sorpresa a Po era la distribución del Palacio Imperial, es decir, el Palacio de Jade pese a que no muy grande, habían veces en las que alguno de los estudiantes se perdían, inclusive a Po también le había pasado, pero esto era ridículo. Apenas entraron y ni bien transcurrían tres metros el pasillo se dividía en seis pasillos diferentes, que luego de dividían en más y más. ¿Cómo hacían para traer la comida?
El guardia los guió por los laberínticos pasillos hasta que llegaron a una puerta corrediza y los dejó en un enorme salón, donde había unos enormes pergaminos con caracteres grabados y una pintura de tamaño natural del mismo emperador: un león con un hanfu amarillo, de melena dorado oscuro y ojos azules así como superiores. La puerta se cerró a sus espaldas, dejándolos dentro.
El típico, pero cómodo silencio se formó entre ambos. O bueno, al menos para Po era cómodo, siempre tendía, cuando se quedaban solos, el admirarla en silencio; cada rasgo, cada línea, cada mancha, todo. En cambio, ella tenía la mirada fija en los papiros con caracteres escritos, caminó hasta uno de ellos y se detuvo al frente.
Él fue con ella y se colocó a su lado, notó que una de sus orejas se movía un poco y reconoció esa costumbre. Había estado suficiente tiempo con Tigresa como para reconocer que era una especie de tic de cuando quería saber algo.
—¿Quieres saber qué dice? —le preguntó. Ella lo volteó a ver, fijando sus ojos ámbar en él, asintió y volvió a mirar el pergamino.
—Sé qué dice, sólo que no lo entiendo. —Volvió a mover la oreja—. ¿Qué es Duhkha?
—Sufrimiento —contestó, recordando las tortuosas clases de Shifu sobre cómo ser un buen maestro de un Palacio. Recordar esas dos semanas luego de lo de Kai leyendo y releyendo pergaminos que parecían hechos de papel de arroz y que amenazaban con volverse polvo, le hacían erizar el pelaje, sin embargo, ahora rendían frutos. Tigresa se volvió y lo miró con curiosidad; Po esbozó una sonrisa—. Duhkha significa sufrimiento, Ti. ¿Y ves eso? —le preguntó, colocándole una pata en el hombro y con la otra señalando los dos papiros junto al primero. Tigresa asintió—. Esos tres forman la Tri-Laksana.
—¿Tri-qué?
Po rió.
—Tri-Laksana. Shifu me había explicado que es una enseñanza del budismo, ya sabes, nosotros practicamos la meditación, que es parte de eso, aunque supongo que acá en el Palacio Imperial lo toman más en serio.
—Ya. ¿Y qué significa eso? —le preguntó con ese brillo curioso que rara vez notaba. «Felina al fin», pensó. Tenía la ligera sospecha de que esa expresividad con él era producto de Lei-Lei. Suspiró haciéndose una nota mental de agradecerle a la pequeña.
—Si mal no recuerdo explican la naturaleza del mundo percibido. —Apuntó al papiro más a la izquierda—. Ese es Anitya, transitoriedad. —Apuntó al del medio—. Ese es Anatman, insustancialidad. —Apuntó al de la derecha—. Y este como ya te dije es Duhkha, sufrimiento.
Tigresa asintió alternando la mirada entre pergamino y pergamino, Po se percató de que su cola se movía ligeramente.
—¿Y en conjunto qué significan?
Po sonrió por completo.
—No sé.
—¿Qué? —Una pequeña sonrisa tironeaba de la comisura derecha de Tigresa.
—Enserio, no lo sé. —Se llevó la pata libre a la nuca—. Me dormí.
Ella negó con la cabeza y Po se sintió un poco apenado, pero no por completo. Oyeron como la puerta corrediza sonaba y se volvieron hacia la misma. Él le apartó la pata del hombro a Tigresa y la colocó tras la espalda, como ella. Debían mostrar respeto al Emperador.
La puerta se abrió por completo, dejando ver a un animal.
Po arqueó una ceja... ese no era el Emperador.
—¿Ya estás lista? —preguntó Byakko.
Suzaku abrió los ojos y miró con enojo al tigre. Dejó escapar un poco de aire, que, en realidad, eran enormes llamaradas. Le molestaba cuando entraban en su pequeña dimensión, se suponía que era un lugar creado por y para ella, ¿quién era él para ingresar a la misma?
Pese a que el Mundo Divino era infinito y extenso, cada una de las criaturas que lo habitaban tenía su propio espacio, por decirlo de alguna manera. Un lugar en los que se sentían cómodos y sus habilidades no se veían afectadas. Suzaku nunca había entrado a los de los demás, y como respuesta quería que tampoco entraran al suyo: un espacio con un cielo color ceniza que era iluminado por seis soles, tres de ellos rojos, y lava por suelo.
Byakko, aunque era una entidad divina, y por ende, etéreo, parecía afectarle el estar en su dimensión. Las corrientes eléctricas que por lo general recorrían sus rayas negras se veían débiles y opacas.
—Sí —respondió—. Ya estoy mejor. —Chasqueó—. No sabía que ese miserable cuerpo mortal se debilitaría por una proyección.
—Sabes que el Mundo Mortal es demasiado débil, si alguno de nosotros usara su verdadero poder en él, acabaríamos destruyéndolo, y por consiguiente destruyéndonos a nosotros.
Suzaku estiró las alas en toda su envergadura y dio unos aleteos; el dorado de su penacho y cola brillaron contra el anaranjado resplandor de la lava. Suzaku bufó y una nueva llamarada salió de su pico, azotó con su cola, causando que un pequeño tornado de fuego se generara tras sí. Byakko gruñó por lo bajo cuando una pequeña explosión de lava se produjo cerca de él, sacudió una gota que le cayó en la pata como si se tratara de suciedad y una pequeña corriente eléctrica le recorrió la extremidad.
—Si vas a ir ahora —dijo—, ten en cuenta de que nuestros nombres no pueden pronunciarse.
—Yo lo hice —replicó ella, mordaz.
—Por eso mismo creaste una proyección elemental, idiota —gruñó Byakko—. La magatama contiene parte de tu esencia, la suficiente para manifestar un arma del Mundo Mortal acorde a nuestro poder en el mismo, sin embargo, al usar el arma y decir tu nombre lo que haces es forzar a tu cuerpo mortal a contener tu energía divina.
—No me digas... —ironizó.
—Por eso quedaste así. —Byakko parecía a punto de estallar. Con un movimiento de una zarpa el aire se abrió como una cortina, Suzaku pudo apreciar que tras esta se veía un lugar diferente, cielo oscuro y truenos por donde quiera—. Sólo recolecta esos Chi lo más rápido posible —dijo, e ingresó a ese lugar. El aire onduló y volvió a ser el mismo.
Suzaku sacudió la cabeza, preparándose mentalmente para volver a descender al Mundo Mortal, más en específico, para volver a esa prisión que era esa envoltura mortal. Suspiró emanando una nueva bocanada de aire y se consumió en fuego.
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