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I

Tiempo después de que Po lograra derrotar a Kai en el mundo de los espíritus, todo transcurría con la normalidad que caracterizaba al Valle de la Paz. Po había logrado que los habitantes del pueblo aceptaran y convivieran con los pandas de su aldea natal y, aunque no todos estuvieron dispuestos a trasladarse desde los Alpes hasta el agitado Valle, hacerlos trabajar juntos.

Po, como nuevo maestro del Palacio de Jade, había estado dispuesto a enseñarles a los habitantes del Valle el dominio del Chi, así como a los Furiosos, y si en dado caso querían unirse al Palacio como estudiantes, siempre serían bienvenidos. Y luego de dar ese anuncio después de la macro clase que dio luego de su victoria contra Kai, varios pequeños decidieron ir al Palacio para recibir enseñanza.

Claro, en la antigüedad el Palacio tenía la regla de que los que fueran designados a aprender las artes del Kung Fu en este, debían ser elegidos por el maestro a cargo, designado por el Consejo de Maestros o, en su defecto, poseer un talento innato para dicha arte marcial. Se enlistaron cinco pequeños, un cerdo, dos conejos y dos pandas, entre los cuales de estos últimos, para sorpresa de Po, se encontraba Lei-Lei.

Las primeras semanas no impartiría clases él puesto que, como los pequeños eran estudiantes, a Po le parecía correcto que fueran ellos quienes eligieran qué estilo les gustaría practicar de los maestros correspondientes. Shifu le había aconsejado ideando un plan para los nuevos estudiantes. Ellos tomarían juntos una clase con un maestro distinto cada día y de esa manera, elegirían a cual maestro pertenecer.

Se inició con lo más complicado: Tigresa. Su estilo era feroz y se centraba mayormente en el ataque y la fuerza, y cuando a los pequeños les tocó entrenar con los árboles de hierro del Salón, todos se rindieron, todos menos Lei-Lei; la pequeña pandita era reacia a renunciar. Al día siguiente cuando les tocó entrenar con el estilo del maestro Grulla el cual se basaba en equilibrio y flexibilidad, la pequeña no se presentó, siguió entrenando con los arboles de hierro. Al otro día con la velocidad del estilo de Mantis, y al otro con la agilidad de la maestría de Mono y por último, la sutileza de Víbora; Lei-Lei no se presentó a ninguno de los otros cuatro.

Al finalizar la semana los cinco alumnos, agotados y físicamente destruidos, eligieron sus maestros. Uno de los conejos se quedó con Mono y otro con Mantis, el cerdo con Grulla y el otro panda con Víbora, mientras que Lei-Lei, como Po suponía, eligió a Tigresa. La felina había sonreído y abrazado a la pandita, quien reía como niño en una tienda de dulces, no le importaba que las patitas las tuviera vendadas de tanto entrenar en el bosque de hierro, no le importaba lo complicado y agotador que resultaría aprender el estilo de Tigresa, solo estaba feliz.

Y Po al verlas a ambas felices, sonrió también.

Para él no era nada nuevo sus sentimientos hacia Tigresa, pero todo este tiempo había optado por guardárselos ante la duda de que ella no le correspondiese. Algún día se lo diría.

Algún día...

Semanas después cuando los estudiantes de cada maestro alcanzaron el nivel necesario para entrenarlos con el Chi, Po se encargó de impartirles una clase con los maestros presentes sobre cómo controlarlo, o mejor dicho, sobre cómo traerlo a flote. La clase fue rápida, puesto que Po muy bien sabía que al ser apenas estudiantes les costaría bastante el manejo del Chi, sin embargo, lo que sucedió lo dejó sorprendido: todos y cada uno de ellos lo manifestaba con una sencillez increíble.

Era como el día que dio la clase para todos los miembros del Valle luego de lo de Kai, y eso se debió a que los pliegues entre ambos mundos estaban inestables debido a que él volvió del reino de los espíritus siendo un mortal, algo que solo por haber tenido ese enorme dominio del Chi (aunque temporal) pudo lograr. Los siete días posteriores a su regreso de dicho mundo cualquiera podía manifestar el Chi y cumplido ese plazo, todo volvió a la normalidad.

O eso creía.

Los alumnos de cada maestro, quienes también eran sus alumnos, soltaban carcajadas incrédulas y alegres por haber conseguido emanar Chi al primer intento; Po, no tanto. Con el saludo correspondiente dio como terminada la clase, los estudiantes imitaron el saludo, saludaron a sus respectivos maestros y se retiraron a sus dormitorios, que estaban en una edificación junto a la de los demás maestros. Los Cinco Furiosos y Shifu parecían mostrar la misma preocupación que Po con respecto a lo del Chi.

—Po —dijo Mono—, ¿eso fue normal?

—No, Mono —respondió alicaído—, no lo es.

—¿Y qué sucede? —quiso saber Tigresa, su traje amarillo con motivos de hojas le resaltaba el ámbar de los ojos.

—No lo sé, Tigresa. —Suspiró—. Pero no debería. Es decir, a nosotros nos costó mucho dominarlo.

—A ti no mucho.

Po sonrió apenado, era cierto que a él no le había costado como a los demás, sólo lo dominó de un momento a otro gracias a la ayuda de todos en la aldea de los pandas que enviaron su Chi al mundo de los Espíritus.

—El caso es que no debería pasar —intervino Shifu.

—¿Y por qué los pandas lo usaron tan sencillo cuando lo de Kai; o cuando Po dio la clase? —preguntó Tigresa.

—Porque el mundo de los espíritus y el de los mortales estaban fluctuando entre sí; Kai era un espíritu guerrero y al entrar en el mortal, alteró el balance de dichos mundos y cuando Po volvió de ese mundo, digamos que los pliegues estaban aún tratando de volver a la normalidad. —Shifu frunció el ceño—. Imagina nuestro mundo como una seda, que también tiene otros pliegues de seda sobre y bajo esta. —Tigresa asintió y Po prestó atención, él no era de rápido entender con esos temas—. Ahora imagina que dos de esas sedas se acercan demasiado y la energía de una influye en la otra, ahí fue cuando lo de Kai y cuando Po logró vencerlo y volver, dichas sedas comenzaron a volver a su distancia normal.

Po apenas logró comprender lo que Shifu decía, no obstante, al parecer Tigresa sí.

—¿Y eso significa que...?

Shifu suspiró y no respondió, al parecer tampoco comprendía lo que pasaba. Po sonrió tratando de aligerar el ambiente en el Salón y luego de decirles que se prepararan para la cena, salieron del lugar.



No había sol.

No había luna.

Sin embargo, el cielo brillaba con intensidad y de varios colores: blanco, amarillo, rojo, verde, azul; era como un si un enorme ópalo multicolor hiciera de cielo. La luz que no tenía astro de procedencia atravesaba las nubes tan blancas y finas como la seda más pura. No había suelo, todo flotaba, manteniéndose en el aire con una suave levitación.

De pronto, los elementos, que eran igual a los del mundo mortal, azotaron con fuerza. Una nube de polvo, arena y arcilla formaron un tornado gigante que giraba cada vez más rápido y cuando ya no se podía ver su interior, empezó a reducir la velocidad y una tortuga de proporciones titánicas se manifestó; de un color marrón como la tierra más profunda, un caparazón más negro que la obsidiana que parecía absorber o doblegar la luz cercana y por cola una serpiente blanca que se enrollaba por sobre el caparazón.

Luego fue un enorme vendaval que movía las nubes como si de hojas se tratase, el aire pareció doblarse y temblar, y de la nada, un dragón dorado se manifestó. Sus escamas doradas reflejaban la luz, haciéndolo aún más brillante y un pequeño tornado se movía con furia al final de su cola.

Seguido de él un pequeño fuego apareció levitando solitario en el aire, la temperatura empezó a aumentar, pero no era algo que afectase a los dos titánicos seres que estaban allí. Cada vez más alta hasta que las rocas cercanas empezaron a derretirse en magma, la llama se expandió más y más hasta alcanzar el tamaño de ambos seres, y cambió de forma. Se replegó sobre sí misma y un enorme fénix apareció, de plumas más rojas que la sangre, las de su cola y penacho eran dorado oscuro y en las puntas de las mismas ardían unas llamas.

Después fue un sonido, el sonido del caer del una gota de agua en un bambú. Suave, sutil, armonioso. Y el aire cercano se abrió como una cortina, dejando ver un espejo azul, solo que no era un espejo, era un océano, tan reflejante como el mejor de los cristales. Del agua salió un dragón azul, del mismo tamaño que el dorado, solo que en lugar de sus escamas reflejar la luz, se la tragaba como el profundo océano.

Por último, las nubes en el cielo que habían sido disipadas se reunieron y un trueno retumbó el lugar. Al caer la luz se quebró y de ella surgió un tigre blanco igual de gigante que los demás seres. De pelaje tan blanco como el arco voltaico de los rayos al momento de caer, sus rayas negras parecían vibrar cargadas de electricidad y unas corrientes eléctricas emanaban de su cuerpo.

El dragón azul suspiró, lo que hizo parecer como mil olas romoiendo contra una costa, todas al mismo tiempo.

—¿Encontraste una solución, Byakko?

El tigre, Byakko, frunció el ceño y unos rayos ondularon alrededor de su cabeza.

—Lo más plausible que he encontrado ha sido la extracción de nuestros Chi de los mortales y usarlos para...

—No —objetó el dragón—. Hacerlo no sólo es idiota, sino que rompería nuestra conexión con el mundo mortal. No tiene sentido.

—Lo tiene, Seiryu —dijo la tortuga, con una voz calmada. Semejante a la calma mortífera d los desiertos—. No podremos restablecer la prisión si no estamos con nuestro poder completo. La última vez no existían los enlaces y pudimos detenerlo.

Seiryu ondeó uno de los bigotes.

—¿Disculpa? No sé en qué pelea estabas, Genbu, pero por mi Nombre, a las justas logramos detenerlo porque...

—Porque regresaste —dijo la fénix, con molestia. Seiryu hizo un mohín enseñando los colmillos—. Si no lo hubieras hecho, habríamos sido derrotados.

—Exacto —convino Byakko—. Contigo, logramos equilibrar la balanza. Ahora por más que seamos cinco... —Byakko miró al dragón dorado con desprecio—, nuestro Chi conjunto no podrá hacer mucho. Lo necesitamos completo, debemos sacárselos a los mortales que son nuestros enlaces.

Sobre Byakko, las nubes se arremolinaron negras como el carbón y crepitaron, un rayo cayó y quedó suspendido frente al tigre. Una vara de luz y energía. Se deformó y empezó a formar una circunferencia, el aire dentro de ésta onduló y mostró, alternativamente, tres de los cuatro Mundos.

El Mundo de los Espíritus estaba perdiendo su serenidad, su cielo ya no era amarillo verdoso, sino que empezaba a oscurecerse, lanzando destellos purpúreos como un ocaso. Asemejaba un eclipse.

En el Mortal, los mortales manifestaban el Chi con suma facilidad, lo que alteraba a los demás Mundos. En el Inframundo, el caos aumentaba sin detenerse, las almas de los muertos se acumulaban, las Puertas del Infra palpitaban como un corazón y cada tanto se convaban antes de volver a su estado normal, como si algo las forzase desde dentro.

—Debemos recuperar nuestras antiguas fuerzas —insistió Byakko—. Es eso, o algo peor que la muerte. Y debemos actuar rápido, sus ataduras no resistirán para siempre.

—No es la manera —dijo el dragón dorado.

Tres de las cuatro bestias lo miraron con desdén, pero Seiryu asintió, conforme a su objeción.

—Yo no haré parte de esto —dijo y movió sus zarpas. El aire frente a él se abrió como unas cortinas y entró a una dimensión hecha de agua por completo.

El dragón dorado desapareció seguido, con una ondulación del aire. Sólo quedaron la fénix, Byakko y Genbu.

—¿Quién de los tres irá? —preguntó Genbu.

—Yo —dijo la fénix—. Mi ancla al Mundo Mortal es más sencilla de manipular. Los tigres son muy tozudos y dudo que una tortuga nos sirva de mucho. Volveré dentro de poco.

Con una llamarada de fuego dorado, el fénix desapareció.

Acto seguido, Genbu agitó su cola, la serpiente siseó y la bestia empezó a deshacerse en arena. Byakko cerró los ojos y bufó, soltando relámpagos, pensar que tenía que descender al mundo mortal e introducirse en esos vulgares cuerpos de carne lo irritaba, él prefería estar en su forma etérea. Sin embargo, tenía que hacerlo si no quería que él se liberase.

Desapareció del lugar volatilizándose en un trueno.



El entrenamiento secreto de Tigresa era en los lindes del bosque de la montaña donde estaba el Palacio.

Desde la batalla contra Kai y los zombis de jade, Tigresa le había pedido que la entrenara de una manera más intensa que los demás Furiosos. Po se había decidido en enseñarle la Paz Interior. Ella había aceptado con un brillo en los ojos al saber que aprendería dicho estado y Po, bueno, él no había podido dormir ese día de la emoción: iba a entrenar a solas con Tigresa. ¿Qué era mejor que eso?

Trazaron un plan de entrenamiento de dos horas tomando como punto de inicio cuando la luna estuviera en su cúspide. El punto era que, pese a que ya llevaban dos meses entrenando la Paz, la maestra no conseguía dominarla.

—Agh... —gruñó Tigresa, molesta al fallar el intento número quince de la noche, se hincó sobre una rodilla y dio un golpe al suelo para desahogarse.

Po se acercó a ella y se sentó a su lado, colocó sus patas sobre sus rodillas y la miró.

—Ti... —dijo, ella lo miró enojada y agachó las orejas, de seguro esperando una reprimenda o un «mal otra vez». Po suspiró, habían hecho un acuerdo cuando las clases habían iniciado, ella le permitiría llamarla Ti (aunque solo fuera cuando estuvieran solos) y él no se mostraría impaciente con sus fallos—, la Paz es complicada de obtener. Hay maestros que meditan en una cueva toda su vida para conseguirla y otros lo logran a través del dolor.

—¿Cómo la hallaste tú?

—Por el dolor. —Inspiró sereno, aún no le contaba el asunto de su madre a Tigresa, y hoy no sería ese día.

Ella pareció comprender eso y dejó el tema. Suspiró molesta y un leve gruñido emergió de sus labios.

—Ti —la apaciguó—, yo no soy Shifu. De mi no vas a obtener quejas ni reclamos. Esperaré lo que tenga que esperar.

Tigresa lo miró como lo miraba cuando no comprendía algo.

—¿Por qué?

Po rió.

—Ti, que te apresure a dominarla no significará que lo harás más rápido. Tómate tu tiempo. —Se colocó en posición para meditar—. Imítame; medita.

Ella también se colocó en posición y cerró los ojos, su pecho subía y bajaba casi imperceptiblemente, sus finos bigotes apenas se movían, su pelaje naranja resaltaba contra el amarillo de su traje bajo la luz del satélite. Po sonrió con cariño, se veía tan relajada... como otra Tigresa.

—Vacía la mente y siente todo —murmuró sin dejar de apreciarla.

—¿Cómo hago eso?

—Solo relájate.

Por unos momentos solo el silencio y el ulular del frío viento nocturno resonaban en el ambiente, los arboles formaban sombras extrañas en el suelo con la luz de la luna.

—No puedo —comentó ella sin abrir los ojos.

—Sí puedes —la alentó.

—No, Po; no puedo.

—Tigresa, sí puedes. Eres la mejor maestra que he conocido.

—No creo, Oogway era mejor.

—Oogway era mejor, sí, pero Oogway no era tan guapa y bárbara como tú.

—¿Qué? —preguntó abriendo los ojos de golpe.

Oh, Buda, ¿eso lo dijo o lo pensó? Po sintió como si una de las púas de los árboles de hierro se le hubiera atorado en la garganta, mientras los nervios empezaban a jugarle una mala pasada. Tigresa fijaba el ámbar de sus ojos con una ceja arqueada, a lo mejor pensando si de verdad había oído bien.

—Bu-bu-bu-bueno —balbuceó haciendo aspavientos—, tú sa-sabes. Eres la maestra más bárbara y-y-y...

Tigresa se inclinó hacia adelante con los ojos entrecerrados.

—¿Y?

Po podía sentir como esos ojos que tanto le gustaban lo atravesaban, intentando sonsacarle algo. Sin embargo, el destino estaba o en su favor o en su contra, porque antes de que pudiera decir algo, más Zeng llegó nervioso y aleteando.

—Maestro Po —dijo inquieto. Po frunció el ceño, él no era de enojarse por casi nada, pero algo que le molestaba era que le dijeran maestro. Él era Po, y querían que así lo llamaran, ¿les era tan difícil solo llamarlo Po?

—Sí, Zeng —repuso, tratando de ocultar su nerviosismo, el ave había aparecido en el mejor momento para salvarlo de explicarle a Tigresa lo que dijo sin querer.

—Tiene un mensaje del Emperador.

Lo sucedido hace unos momentos pasó a segundo plano, ambos, Tigresa y Po se dieron una mirada incrédula, ¿qué quería el Emperador con el Palacio de Jade?

—¿Cuál? —quiso saber Po.

—El maestro del Palacio de Jade es requerido de inmediato en el Palacio Imperial, puede llevar un acompañante; de preferencia el anterior maestro del palacio.

Po sintió una extraña sensación recorrerle la espalda, como una gota helada. No era miedo, miedo tuvo cuando Kai iba a lastimar a Tigresa y los demás pandas cuando no pudo usar la Llave Dactilar Wuzxi en él, esta vez era como si algo le advirtiera, mas no sabía qué.

Le dio una mirada a Tigresa como una pregunta silenciosa a si quería acompañarlo. Ella apenas sonrió de medio lado y asintió. Po se volvió hacia Zeng.

—¿Por qué motivo nos llama el Emperador?

—Llamó a los guerreros sagrados a presentarse de manera urgente ante él porque... —Zeng parecía contrariado a decirlo.

—¿Por que qué, Zeng? —inquirió Tigresa.

—El Guerrero Sagrado de la Tortuga Negra ha sido encontrado muerto.

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