Luciría insignificante para otros. Después de todo, la muchacha aún conservaba sus extremidades intactas. Rebosaba juventud. Estaba a tiempo de volver a empezar.

Sin embargo, ¿cómo vivir cuando ha perdido lo más especial de sí misma? Ese don sobre el que construyó su felicidad pasada y futura.

¿Qué es lo que más aprecias de ti misma, mi estimada estudiante? Una vez mencionaste que amabas el patinaje. Era tu forma de sentirte libre.

Y, ¿cuál es tu pasión, joven pupilo? Puedo sugerir el violín. En cierta oportunidad te oí arrancándole un llanto melancólico en el parque, cuando creías estar solo.

Sí, me gusta analizar a todo aquel que se cruce en mi camino, y ambos me parecen criaturas fascinantes. Lo digo con todo respeto.

Permítanme continuar...

¿Cuánto tiempo se tarda en caer de la cima al abismo? La futura arquitecta se fue adentrando en una silenciosa depresión.

Intentó asistir a terapia, pero el día de la cita algo la interceptó. Testigos afirmaron verla salir corriendo tras encontrar una figura de origami en su puerta. Del lado interior de la casa. Una grulla.

Sus ojos dañados le impidieron ver el camino. Estuvo demasiado aturdida para reaccionar ante el auto que en ese momento atravesaba la calle.

Su cráneo impactó contra el parabrisas. Luego su cuerpo roto fue lanzado varios metros adelante.

Murió en el acto.

Un día después del funeral, entre las flores frescas, un asistente no identificado dejó un animalito de papel negro. Una tercera grulla.

La historia de esta joven fue algo que indagué postmortem, como habrán adivinado. Me asignaron investigar el accidente automovilístico sin imaginar el trasfondo.

Acababa de trasladarme al Departamento de Investigación Criminal y era relativamente nuevo en la zona, pero tenía reputación de siempre atrapar a los monstruos de piel humana.

Mi especialidad es, ya lo saben, los venenos. Es por eso que me convertí en el cazador por excelencia de este psicópata al que apodé Grulla Negra.

Era como si hubiera estado esperándome. Instaló el tablero de ajedrez y dejó la silla del adversario vacía. Casi podía imaginarlo extendiendo su brazo en un desafío mental.

Acepté la invitación y me dispuse a meterlo tras las rejas. Sin embargo, a mi llegada toda evidencia estaba fría. Apenas encontré a un puñado de testigos sin aportes sólidos. Cada rama me llevó a un callejón sin salida.

Mis colegas dijeron que exageraba. Delirios de un detective de homicidios en un pueblo monótono.

Necesitábamos, lamentablemente, prepararnos para su segunda víctima.