Capítulo 12
El viento azotaba con fuerza contra la cara del Sir, aquello era un tortura, había comenzado a llover y al este no desear detenerse hasta llegar a su destino, no detuvo o aplazó el viaje.
Mientras sobrevolaba por los bosques recordó su juventud, su niñez. La princesa cuál amaba estaba en cada recuerdo, su mirada despectiva o sus comentarios cortantes. Ni siquiera recuerda si en verdad la ama o solo es un juego de poder entre ambos.
Lo cierto es que estaba herido, había esperado cualquier cosa de ella menos que corriera a los brazos del Troll dejando sus obligaciones con su reino. Con el.
Aquello lo hizo gruñir, recordando que nunca fue suficiente, nunca lo fue.
Para su padre nunca fue lo suficientemente fuerte, para ella nunca fue digno siquiera de mirarla.
Miró hacia abajo encontrando ramas moverse.
Así que cuando vió esa cabellera rosa moverse entre el bosque creyó que aquella era la ahora futura reina del reino elfo, An Fary.
Bajó de un salto cuando estuvo lo suficientemente bajo haciendo al dragón desplegar con gracia.
Corrió en dirección a aquella, sus ropas rasgadas y sucias la hicieron caer y aquello le sirvió para atraparla. Pero aquella no era la princesa elfo. Era un hada. Más o menos.
-¿Quién eres?- no era su princesa heredera cual habían avisado estaría adentrada en el bosque con intención de huir y la vergüenza de haber sido abandonado, el dolor de perderla y la rabia por aquello lo inundó de golpe.
-Vera señor- pronunció aquella con lentitud, su aura de sumisión fue obvia. La pobre había sido criada en las barracas del reino troll.
-¿De dónde vienes?- quería estar seguro, corría con sendero contrario al reino Troll, aquello era obvio, aún así él necesitaba saber.
-Del Reino Troll. Señor- esta agradeció de esa forma ante el ofrecimiento de agua del Sir, hacían días que corría sin nada más que ganas de encontrar ayuda para sacar a su padre de aquel infierno, al fin lo había conseguido.
Al menos eso creyó.
-Las hadas, ¿cuantas hadas quedan?- se suponía que todas habían sido erradicadas, todas.
-Mi padre y yo. ¿Podría por favor ayudarme? Mi padre el... lo tienen, el está.
-Tu cabello es rosa- aquello la hizo sonreír.
-Mi padre también lo tiene así, dice que es lo único que saqué de el.
-Tu otro padre es elfo- asintió a pesar de que no fue pregunta, aquello era una tentación para él. -¿Tu padre, el hada? Solo conozco a un hada con esos cabellos. Quien si sigue vivo sería el legítimo rey de las hadas. ¿Jimin? De los Park de las montañas.
-Si, es él. ¿Puede por favor ayudarme?- aquel asintió. Aquella tenía rasgos elfos, muchos, cabellos largos y rosa, solo conocía a alguien así, alguien que no lograba ubicar. Y aquello era demasiado conveniente para él. Pues si una joven de piel pálida y complexión delgada, con cabellos rosa se presentaba en el altar fingiendo ser la princesa An Fary, este lograría hacerse con el trono antes de matarla. Nadie tenía porque ver su rostro directamente, podía hacerla pasar por ella sin muchas complicaciones.
-Necesitaré que me devuelvas el favor, ¿harías eso por mí?- preguntó con voz cantarina, como una serpiente.
-Pagaría con mi vida si eso necesita- aquello lo hizo sentir satisfecho.
-Usemos tu polvillo.- aquello la hizo negar. -No es tiempo de polen, ya veo- señaló en dragón. -Vamos a convencerlo para que te deje montarlo.
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El elfo alvino de los Min se había hecho de un objeto, uno que solo su hermano Taehyung conocía. Era una especie de reloj que podía hacer que para quien lo portaba hayan pasado meses si así lo decidía. Pero solo funcionaba con una persona. Así que al escuchar que la princesa heredera había huido al reino troll y a sabiendas de que quien buscaba hace más de 20 años yacía ahí. Este decidió dejar a su hermano en un pueblo cercano a donde se encontraban y usar su artefacto. Olvidándose así de su encargo inicial.
Al llegar al fin a las puertas del reino Troll divisó los pocos soldados que habían, era claro que ya habían partido hacia el reino elfo para conquistarlo, eso lo supo con apenas pisar el lugar, todos comentaban de lo bien que se la pasarán con sus mujeres y lo productivas de sus tierras.
No fue difícil divisar a lo lejos el castillo, tampoco adentrarse en el, solo tuvo que incrustar su espadas en un par de soldados. Cuando descubrió la entrada al calabozo ya había anochecido, divisó las rejas y entre ellas a un magullado príncipe hada.
Sus cabellos continuaban siendo igual de rosa pero ya no tenían ese brillo que los hacía relucir, su sangre pintaba el suelo y por unos minutos pensó que había llegado tarde. Pues el sufrió las consecuencias de la huida de su hija, cuando dijeron esas palabras antes de golpearlo aquel se sintió eufórico, al fin.
Al fin su pequeña sería libre luego de solo conocer la prisión, así que recibió cada golpe con una sonrisa en el rostro.
-Al parecer aún veo a visiones absurdas- dijo entre sollozos, pues apreciaba a su guarda personal, quien fue su guarda en su juventud, cuando era príncipe, lo notaba observarlo.
Lo creyó, creyó que aquello no era más que unas de las tantas visiones que tenía en las que era rescatado por un guerrero de brillante armadura, su guerrero de brillante armadura.
Cerró los ojos con una leve sonrisa, aún recordaba cómo olía, aquello era agradable. Podía morir así, podía morir sabiendo que su hija había escapado y habiéndolo visto. A el, y así fue.
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