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8: De lo predescible 💄

La mañana ya era poco prometedora, dado que me enfrenté a Gonzalo

Su comportamiento había cambiado de la noche a la mañana, no obstante, era algo "normal" en los adolescentes. Lo que no era normal es que, saliese tan seguido y volviese a horas de la madrugada.

No puedes ser tan imbécil, lo acusé al límite de mi paciencia. Y luego de una retahíla de insultos como respuesta, sentí la imperiosa necesidad de abofetear su cara.

—¿Feliz ahora? —preguntó tocando el lugar que había golpeado—. Eres una...

—Vuelve a decirlo. ¡Venga, hazlo! —grité amenazante. Sylvia tenía razón, Gonzalo no escucharía de razones porque había sido demasiado blanda con él—. Eres un niñato estúpido si crees que la vida es así de fácil.

—Déjame en paz —terminó por volver a la calle.

Ahora estábamos a merced de que cualquiera de nuestros vecinos saliese a presenciar la discusión.

—Voy a dejar el puto instituto y voy a dejar esta puta casa —finalizó antes de perderse en la lejanía.

Pero eh...

Que todavía faltaba más para que mis ánimos hiciesen un hueco de treinta metros en el piso.

Y es que, después de cinco horas de clases —que no me llevarían a ninguna parte, vale aclarar—, tuve que ir al restaurante a lidiar con mi último gran obstáculo.

Era la prueba final para consagrarme como mártir.

—¿Y esa carita, Marín? —me molestó Carlo cuando dejé de forzar la sonrisa de empleada ejemplar.

Tengo que decirlo... El mundo daba asco pues, te exigía la mejor cara, aunque estuvieses hecho pedazos por dentro.

—Lárgate. —Caminé hasta una de las mesas para recoger los platos vacíos.

Era increíble como las desgracias de unos se convertían en la dicha de otros. Y para ser justa, aquel comportamiento sólo podía atribuírselo a personas hastiadas de sí mismas.

—Desde que terminaste con tu novio, parece que nada te sale bien —susurró en mi oído tras verme regresar con las bandejas.

Hasta parecía que su único propósito en la vida era joderme. Y para su suerte, ya otras personas se encargaban de eso.

—Espera —lo detuve del brazo. Algo se sentía incómodo.

Carlo se giró sobre sus talones con fastidio. La punzada en mi pecho me advertía que no había sido buena idea, no obstante, necesitaba arrancarme las esperanzas de cuajo.

—¿Cómo sabes que terminé con Rafael?

Él hizo una sonrisa de medio lado. Parecía disfrutar de cada segundo en que el silencio respondió a mis dudas.

—¿Desde cuándo eres tan ingenua?

Odiaba a Carlo y, no había una sola cosa que me agradase de él. Sin embargo, consiguió empequeñecerme. Porque tenía la verdad frente a mis ojos.

Y ahora todo mi ser me reclamaba despertar:

Yo no le importo a Rafael.

Como sea, acabé de nuevo en una parada de autobuses. Con él. Mi persona favorita últimamente.

Theo.

Él estaba ensimismado en la nada misma, ni siquiera levantó la cabeza cuando me senté a su lado. Aunque viéndolo de cerca, podía haber estado durmiendo con los ojos abiertos. No me sorprendería tampoco, Theo era algo rarito.

Miré el reloj solo para sentirme más culpable aun.

El chico llevaba alrededor de tres horas esperándome. Sé que lo correcto habría sido pedirle que dejara de hacerlo, sobre todo, porque era la tercera vez que se quedaba hasta tan tarde por mí, sin embargo, no es lo que quería. ¿La razón? Me gustaba muchísimo.

—¿Tienes novia, belleza? —lo saludé en un tono sugestivo.

El chico agitó todo su cuerpo, ¿asustado? Mi mente divagó en la idea de qué estaría soñando.

—Sí, lo siento —se pasó los dedos por detrás de sus gafas confirmando así, la teoría de que dormía con los ojos abiertos—. Salgo con alguien, —trató de seguirme el rollo, sin embargo, tuvimos que movernos de aquel sitio para subir al autobús— ella es guapísima. Y lo siento, pero no estoy interesado.

—¿No estoy interesado? —repetí sus palabras con sorna—. Si una tía buena coquetea contigo, le soltarías la misma línea que utilizas cuando quieres deshacerte de los vendedores telefónicos.

Elevó sus hombros con simpleza. —También le he dicho que mi novia está buenísima.

—Ya, pero no te vas a morir por ser más...

¿Qué estoy haciendo? —me detuve a mí misma. Por supuesto que no quería que eso pasase.

Nos sentamos en la parte de atrás, el autobús iba considerablemente vacío de modo que, daba igual donde nos pusiéramos, nadie se fijaría en nosotros. Tomé el lugar al lado del pasillo, estaba demasiado cansada y las ventanas me revolvían el estómago.

—Solo me interesa una chica.

—¿Yo?

Él sonrió, y no voy a negarlo, me sentía aliviada.

"¡JODER! Que me he puesto celosa de un pibón imaginario" —me reclamé incrédula. Si seguía por esa línea, terminaría siendo la novia tóxica que nunca deseé ser.

—¿Quieres recostarte sobre mis piernas? —le ofrecí al verlo luchar contra el sueño.

De inmediato, Theo empujó la mochila al piso y se quitó las gafas de la cara (ni siquiera se preocupó por guardarlas cuidadosamente en un estuche). Estaba tratando de ser divertido, pero sin intentarlo me tenía sonriendo como una tonta.

—No siempre usas las gafas —comenté cuando por fin dejó de moverse. El chico cambió de posiciones tantas veces que me planteé la posibilidad de retirar mi oferta— ¿Solo las llevas para consolidar ese aspecto de chico bueno o de verdad las necesitas?

—¿Chico bueno? —cuestionó, y sin ver su cara supe que le había hecho gracia mi observación—. Cuando no las llevo, uso lentillas —habló con la voz gangosa—. Dan asco. No las usaría sin motivo alguno.

—Eh... —le reclamé moviendo mi pierna para sacudirlo—. A mí me gustan.

—Que va. Parezco un puberto de catorce años.

Fue confuso. Dios, sí que parecía uno de los amigos de mi hermano. Respiré hondo tratando de no morir.

—¿¡Cuántos años tienes!?

Maldita sea. ¿Cómo es que nunca le pregunté eso? Ósea, iba a la universidad, así que...

—Dieciocho.

La cifra era más prometedora que; diecisiete años y once meses.

—¡Madre mía! —exclamé al borde de una risa estrepitosa. El chico me estaba dando material para tomarle el pelo aun cuando había prometido no hacerlo más—. A este paso voy a preparar mi currículum de suggar mommy pobre.

—Que solo nos llevamos dos años —protestó con un gesto infantil.

—¿Cómo sabes que son dos y no más?

Lo admito, estaba sorprendida. Era increíble que él sí estuviese al tanto de esos detalles.

—En el cumpleaños de tu amigo alguien comentó que os conocisteis en el instituto y, ya que Dominico es el mayor, asumí que todos tenéis veinte —dijo con una sonrisa culpable. Sólo alguien como él podía sentirse ridiculizado por saber mi edad—. Fue atar cabos y ya.

—Soy una novia malísima —me quejé con una voz demasiado aguda para mi gusto—. Debes odiarme.

Él elevó sus cejas como si no tuviese nada que objetar.

—Sigo esperando que digas; "no Lula, eres la mejor novia del mundo".

—Está bien, vale —se rio de mi absurda petición— Pero, ¿no te parece un poco extraño? Lo de no saber nada el uno del otro.

A su comentario le acompañó un prolongado silencio. Él tenía razón.

—¿Qué quieres saber? —acepté forzando una sonrisa.

—Lo que sea —pronunció curioso para después enumerar las opciones: —tus amigos, tu trabajo, tu familia —calló por un instante antes de concluir—. Lo que estés lista para contarme.

Enmudecí. Él no me estaba pidiendo nada del otro mundo, sin embargo, todos los temas que había sugerido eran difíciles de tocar. Y no estaba preparada para ello, ni siquiera lo estaba para reconocerlo.

Había caído en una paradoja donde, no sabía si podía confiar en él y, no podía confiar en él porque no nos conocíamos lo suficiente. Una cosa condicionaba a la otra, de la manera más arbitraria posible.

—Vale. Tienes razón —decidí quitarme el miedo—. Amigos, los conociste a todos en la fiesta, excepto a Ángel, pero no te preocupes, te los presentaré adecuadamente la próxima vez —continúe hablando—. Trabajo, pues ya lo sabes, soy camarera. Puede que algún día llegue a ser chef, pero bah... Otra tontería —y luego estaba la cereza del pastel—. Familia. Vivo con mi hermano menor, Gonzalo. Mi madre es productora en un canal de televisión y se llama Sylvia.

—Eso es bastante —me miró asombrado—. Y... ¿tu padre?

Fue gracioso que hiciese la pregunta más sencilla con tanto miedo.

—Mi padre murió cuando era pequeña.

—Lo siento.

—No, no... —sonreí pasando mis dedos por su frente, tenía el cabello bastante largo y me impedía apreciar sus ojos. De verdad me encantaban—. Era muy pequeña, apenas me acuerdo de él. No te preocupes.

—Pero aun así —murmuró y volvió a moverse, pero esta vez se quedó quieto con la cabeza de medio lado. Supuse que se sentía cohibido, de nuevo—. No es justo... —declaró con la voz apagada— Ni para ti, ni mucho menos para él. Se perdió de una gran hija.

Eso había sido más intenso de lo que esperé. Supongo que había menospreciado esa parte de mi vida porque no la recordaba. Lo único que sabia de él es que era un hombre de negocios, y que dejó tantas deudas que declaramos la quiebra a solo tres años de su muerte. Nadie hablaba de él, ni bien ni mal.

—¿Qué hay de ti? —pregunté en un tono desafiante.

—No hay mucho, mis padres son padres.

—Los padres son padres ¡Hala, qué descubrimiento!

—Quiero decir que son normales, no hacen mucho —se precipitó a decir, y, pese a que no lo hizo adrede, me sentí minúscula. Porque era cierto, los padres normales formaban familias normales—. No lo sé, ambos son médicos. Uno de mis hermanos, Valentino, también está haciendo la carrera. Y el otro, uhm...

—¿Es la oveja negra de la familia? —probé a adivinar.

—Ese lugar es mío, Dylan estudia para ser piloto. —Finalizó con un gesto aburrido—. Y ya está, todo lo increíble ya lo hacen mis hermanos, así que el único peso que recae en mí es no avergonzarlos.

—No creo que eso sea lo que piensen tus padres.

—Ni yo. Solo fue una expresión.

Le creí, después de todo, su transparencia habría delatado cualquier intento de engaño.

—Pero en serio, ¿no hay nada que puedas contarme de ti? —rogó y mi corazón volvió a agitarse con— no tiene que ser algo grande. Cualquier cosa me vale.

—¿A qué viene tanta insistencia?

—Una... ¿cita? —reveló.

Pensé que todos nuestros encuentros contaban como citas.

Y así, sus ojos volvieron a perderse en la ventana.

—Si vamos por esa línea, nos faltan un montón de cosas —señalé con audacia.

—Ya, pero... —dudó—. No estaba seguro de que aceptases.

¿Podía ser su novia pero no podía ir a citas con él? A Theo le sobraba ingenio, no obstante, lo utilizaba para improvisar movidas muy ridículas.

—¿Y qué sugieres? —me relamí los labios disfrutando de su gesto desorientado—. Cine, cena, parque, cena en el parque, —comencé a enumerar todas la ideas cursis que venían a mi cabeza— gimnasio, no sé porque está tan de moda eso —me quejé recordando la infinita cantidad de fotos (de parejas) en el gimnasio—. Piscina, mi casa, Netflix en mi casa.

Sonreí.

La última idea era perfecta. El significado al que se había asociado el plan de Netflix me ponía a mil.

—¿Hay alguna peli que quieras ver? —me sorprendí de escucharlo.

Era obvio que no estábamos pensando en lo mismo, sin embargo, quería dejar clara mi posición.

—Un día crecen y, ya no puedes verlos con los mismos ojos —fingí un tono melancólico para burlarme de él—. ¡Oye! Que no tengo Netflix, pero por ti... —le ofrecí con una sonrisa—. Por ti pago los siete con noventa y nueve porque lo vales, tío —sólo entonces fue consciente de a qué me refería realmente. Y no voy a negarlo, no me arrepentí ni por un segundo.

Pagaría lo que fuera por una foto que congelase esa linda expresión de su cara.

—Me refería al cine —se excusó apenado. Al mismo tiempo movió sus manos como un maníaco y mis costillas dolieron de tanto reír—. Eres cruel.

No me gustaban los cines. Sé que yo misma lo había sugerido, no obstante, me agobiaban muchísimo.

—No creo que el cine sea un buen plan, soy Leo. —Aquella era la tontería más grande jamás soltada, sin embargo, no se me ocurrió otra manera de persuadirlo—. La pereza corre como sangre por mis venas. Estoy en el top de los signos más cansados.

Theo torció los labios, consciente de que me lo había inventado.

—A ver, —volví a hablar— que si la peli es mala, mala, lo que es mala, voy a dormirme, y tengo muy malos hábitos de sueño.

—¿De qué tipo? —

—Hombree... que no todo tengo que decírtelo —le reclamé cruzándome de brazos—. Eso lo puedes averiguar por tu cuenta.

Callé un largo rato. De hecho, temí haberme excedido con esa insinuación.

Hasta que otra pregunta me secó la garganta por completo: —¿De verdad quieres hacerlo conmigo?

—¡Joder! Creí que yo era directa. —tosí para disimular mi nerviosismo.

No sé si lo hizo a propósito pero, se había llevado su merecida revancha. Mi rostro ardía y puedo jurar que, con miopía y todo, él sabía que estaba totalmente sonrojada.

—Creí que no tenías sangre en las venas pero reconozco que me equivoqué —le dije aparentando seguridad—. Y de nuevo, no sé qué te hace creer que te pediría ser mi novio si no quisiera acostarme contigo.

Si poníamos todas las cartas sobre la mesa, sacaríamos la conclusión de que no teníamos nada en común. No obstante, eso no era razón suficiente para que no quisiese hacer de todo con él.

—Yo... —silenció un largo rato en el que sospeché que dejaría el tema inconcluso y, después de los cien pasos que le había obligado a avanzar, no lo presionaría más—. No quiero que te arrepientas.

¿Quién en el mundo se arrepentiría de estar contigo, pringuis? —pensé.

—Sabes la de cosas estúpidas que he hecho, —comenté y supe de inmediato que había hecho mal en decir aquello. Sonaba insensible y presuntuoso— pero estar contigo es harina de otro costal. Es como si hiciese lo correcto por una vez en la vida.

Una media sonrisa acompañó la declaración más impactante que me habían hecho nunca: —Ya, pero quieres a alguien más.

—No... —mi voz comenzó a flaquear. Alguien estaba viendo mi forma más real y, me sentía inquieta de cuan desagradable le resultaba.

—Tranquila, no te lo estoy echando en cara —se apresuró a hablar estrechando mi mano—. Quise ser tu novio aun cuando ya lo sabía.

»No eres el tipo de persona que renuncia a algo que quiere sólo porque sí —dijo a modo de felicitación—. Si no estás con esa persona entiendo que no es porque no lo intentaste. Por eso no creo estar haciendo algo malo. —Esa última frase mostró su vulnerabilidad. Fue como si quisiese recordarse que no había nada de malo en lo que teníamos—. Pero no quiero te arrepientas de algo sólo porque yo no esté dispuesto a retroceder en favor de él.

—Sería lo más estúpido que pudieses hacer —murmuré.

—Quiero gustarte, de verdad y, —pegó su frente, con el respaldo del asiento, para ocultar la rojez de sus mejillas— no sé si la forma correcta sea ignorando que ya hay alguien así para ti.

Cientos de palabras se atascaron en mi garganta.

Podía decir "gracias". Podía decir "lo siento". Y podía decir "te quiero". Pero las tres eran mentiras que él habría reconocido de inmediato.

Así que junté nuestros labios.

Honesta y apasionadamente trataba de poner en besos lo que no pude poner en palabras.

Empecé por apresar su labio inferior. Disfrutaba del placer que su anticipación me producía. Él siempre esperaba más y, cuando ya se lo había dado todo, rendía sus labios a los míos.

Como si no tuviese ningún problema con someterse al ritmo que mi boca le imponía, tomó mi cara para que hiciese y deshiciese a mi gusto.

Cuando me separé de él, noté como le brillaban los ojos. Reconozco que me embargó una sensación de victoria pues, aquella mirada me pertenecía. Nadie más lo veía de esta forma

—Hostia, no sé... —pretendí hablar con la respiración agitada.

—Elijo cena, —se adelantó, mirándome de reojo, mientras recogía su mochila del piso— en el parque no. Me llevo mal con los espacios abiertos, pero a cambio puedes elegir el lugar que quieras.

—Madre mía, tú no eres de este planeta —lo acusé llevándome un pulgar a los labios. Me ardían ligeramente por lo cual, supuse que me había causado una deliciosa herida con sabor a sangre.

—Ya... —vaciló un poco antes de darle al botón con el que anunció que se bajaría en la próxima parada—. Son las alergias.

—No me refería a eso, memo.

A este paso iba a demandarlo. Se estaba aprovechando de su cara de chico bueno para desarmarme por completo.

Aunque, he de decir que, me daría igual ser un puzzle si con ello me tocaba como ya lo hacía.

—Iré a tu casa después de la cita —lo dijo a modo de despedida y creo que todo mi cuerpo estaba ansioso porque llegara ese día—. Solo si tú quieres.

Obvio que sí. Vaya manía que tenía ese chico por ser políticamente correcto todo el tiempo.

Sin embargo, ya tendría la oportunidad de borrar a Don Perfecto.

¿Estás seguro que no quieres bajarte ahora, conmigo? —Espera, ¿lo pensé o lo dije? Da igual porque no se quedó, no obstante, me sentía algo decepcionada.

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¿Rafael o Theo?

Jajaja olvidadlo. Me da penita por el perdedor. Las preguntas son;

¿Qué pensáis que pasará con el Rafa?

¿Y con Theo?

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