39: Quizás si no pensara tanto 🍀
—Actualización 2/4
(No olvidéis leer el capítulo anterior).
Si cruzas esa línea, no hay vuelta atrás...
Mi adolescencia se basó en una búsqueda sin fin. No sabría explicarlo con claridad, sin embargo, me vi superado por un cóctel de emociones —cada una más letal que la otra—. Entonces descubrí el sexo. Al principio, me dejé llevar por la aventura y el placer. Si he de ser honesto, mi parte favorita era ir de caza. Era como si tuviese un sexto sentido para encontrar parejas. Pero conforme pasaba el tiempo, aquello dejó de satisfacerme. Fui a por más. Hubo semanas en las que el número de acompañantes superó el número de días. Y justo en ese momento lo vi claro...
Mi objetivo no era divertirme. Utilizaba mi libertad sexual como excusa para suprimir cada rastro de mí. ¿De qué otro modo habría apagado esa jodida voz en mi cabeza? Al final, me alegraba más un negativo en mis pruebas de ITS, que un aprobado en la universidad.
—Podrían despedirme.
Negué acercándome. El truco estaba en no fanfarronear. Ella iba a por mí, y yo a por ella. Lo único que debía hacer era convencerla de que el riesgo merecía la pena. Porque si decidía quedarse, aprovecharía cada segundo de esa noche. "Podrían oírnos, podrían vernos" eso sería lo de menos. Íbamos a darnos a la tarea de burlar todos los límites.
—Definitivamente tienes talento con las caderas, pero no me interesan los niñatos que abandonan a sus novias en las fiestas.
—Es tu día de suerte —esbocé una sonrisa—. Estoy soltero.
—¿Vas en serio?
Alcé mis hombros. Me daba igual que me creyese, o no. Sus ojos eran sinceros, esa chica estaba dispuesta a lo que sea con tal de verme encima de su cuerpo. Y aunque la idea me entusiasmaba, no estaba seguro de que fuese suficiente.
No. Hoy no. No voy a arruinarlo esta vez. —me autoconvencí.
De inmediato, me quité la pajarita y la chaqueta. Luego desabotoné su blusa acorralándola contra la puerta. El corazón le latía a mil por minuto. Metí la mano dentro de su sujetador y uno de sus pechos quedó a mi merced. Tenía pezones protuberantes, y sabía que con la estimulación correcta se endurecerían aún más. Joder, solo podía imaginarme chupándolos hasta dejar la carne roja, hasta que la inmediatez de su orgasmo la hiciese contraerse, o hasta que hallase calma en mi tacto. Y lo hice. Puse mi boca sobre su pezoncito y succioné con fuerza.
—Sí, sigue así —rogó acariciándome sobre el pantalón.
—Espera —dije alzando su muslo para inmovilizarla—. Primero tú.
Para ser honesto, tuve miedo de que la creciente erección desapareciese. Ya me había pasado antes, y no deseaba que se repitiese.
—Vale, vamos a ver qué tienes.
La observé conmovido. Samira por lo general era obediente (la empleada del mes), y aunque no fuese un fanático de los santurrones, disfrutaba de la obscenidad oculta.
Entonces sin previo aviso, introduje mis dedos simulando una estocada. Reí un poco cuando —instada por el placer— nos arrastró a la cama. Me puse encima. Ella todavía no estaba gimoteando, por esta razón me dediqué a cambiar el ritmo con el que la masturbaba. ¿Se podía mojar más? Los pliegues de su sexo estaban tan húmedos y dispuestos que sentí una pizca de lástima. Pero quería más. Quería que gimiese. No. En realidad, quería que gritase hasta que...
Hasta que Lula se enterase.
Mierda. ¿Qué cojones me pasa?
Samira marcó mis labios con las yemas de sus dedos. —Bésame.
Juro por Dios que iba a decir que "no". Pensé en disculparme e irme, no obstante, ella tomó mi boca y la mismísima Lula abrió la puerta de un golpe. Me congelé en el acto. En realidad, Samira tampoco supo qué hacer, lo único que se le ocurrió fue bajarse de la cama y alisarse la falda a toda prisa.
—Lo-lo siento —balbuceó mi compañera de crimen—. Escuché que no estabais... —pausó—. Quiero decir, él dijo que no erais novios.
—Porque no lo somos.
—Saldré enseguida.
—Tranquila, si no te importa voy a entrar —dijo quitándose los tacones y sentándose en el marco de la ventana—. Aun no decido cómo reaccionar.
—¿No estás enfadada? —inquirió Samira.
—Por supuesto que estoy enfadada —respondió—. Pero él ha dejado claro que no estamos juntos y si está aquí es porque tiene un ego que alucinas. De modo que, ¿lo mando a la mierda o me quedo?, ¿qué harías tú?
—No estoy segura.
—Venga —instó—. No es una pregunta difícil.
La chica lo meditó con calma, y al cabo de un rato, dijo: —Me enrollaría con alguien para castigarlo.
El desconcierto hizo que Lula se cruzase de brazos.
—No me malentendáis, mi intención no es meterme en lo vuestro, simplemente estoy siendo honesta —vaciló, y a medida que hablaba fue perdiendo el volumen de voz—. Creo que haría lo que sea con tal de sentirme mejor
El silencio reinó. Mientras tanto, la chica no apartaba los ojos de la puerta.
—Debería irme.
Con una sonrisa perversa, Lula adoptó una posición más cómoda. —Primero hazme un favor.
La otra chica permaneció callada, dándole la libertad de pedir lo que se le ocurriese.
—Continúa lo que estabas haciendo —apremió, y Samira formó una "O" con sus labios—. No pienses que soy una degenerada, solo quiero comprobar algo.
Moví el cuello de lado a lado. Era ridículo. Ella me estaba tratando como a muñeco con el que entretenerse. ¿Qué planeaba? Y la pregunta más importante; ¿por qué estaba tan dispuesto a complacerla?
—¡¡Lula!!
—¿Tienes miedo? —Se inclinó hacia adelante. Esa arpía se estaba burlando de mí y ya no se molestaba en disimularlo.
—No vayas a quejarte más tarde —gruñí girándome hacia Samira.
Ésta aún no salía de su asombro, por ende, la devolví a la cama con cuidado.
—Pídeme que pare si te sientes incómoda.
Desnudé su clavícula y le di un beso tierno. La chica pestañeó confundida.
—Por mí, está bien.
Sentada sobre mis piernas, tomó mi rostro con ambas manos. Ella dudó, así que junté nuestros labios con un rápido movimiento. La animé a ir más rápido y eso pareció gustarle. Después, al sentirse observada, decidió hacerse cargo de la situación; montándome y tomándome por las muñecas.
—Es suficiente —paramos.
Lula se inclinó despacio, tomó su mentón e hizo que la mirase directo a los ojos.
—No lo diré dos veces —pronunció seria—. Si vuelvas a tocarlo, delante de mí, me aseguraré de haceros muchísimo daño. A los dos.
Seguidamente, probó sus labios. —Sabes bien.
Por su gesto supe que, la curiosidad y la rabia habían motivado esa acción.
—Qué críos sois —masculló la chica, alejándose—. Antes de hacer nada, por favor aseguraros de hablarlo entre vosotros.
No dije nada. Ya tendría otra oportunidad de arreglar este lío, ahora lo único que me preocupaba era salir vivo de allí. Y es que, a no muchos metros de distancia, Lula me contemplaba cabreada.
¿Qué debía hacer? No podía disculparme, a fin de cuentas, habíamos roto por su culpa. Claro está que no utilizaría eso para justificarme.
—¿No dices nada?
En efecto, ella no respondió. No había forma de que ella fuese amable tras haberla provocado.
—De todos modos, no habría funcionado —murmuré captando—. Ya sabes —Lula negó, y acto seguido volvió a acomodarse en el borde de la ventana—. Pues que no he podido acostarme con nadie desde que rompimos.
Lula bufó. —¿Se supone que debería alegrarme?
Miré en la blancura del techo, reflexionando. Lo cierto es que, si poníamos todas nuestros errores en una balanza, ésta no se habría inclinado a mi favor. Yo era despreciable. ¿Por qué no me odiaba? Sin duda, ella era capaz de conseguirse a alguien mejor.
—¿Por qué te gusto? —pregunté en un tono apenas audible.
Necesitaba conocer su respuesta, y por alguna fingí desinterés.
—Rafa —dijo luego de que me hube incorporado—. ¿Has hecho esto para vengarte de mí? ¿Es por lo del vídeo? ¿Querías demostrar algo? ¿O es que de plano te da igual cómo me sienta?
—No lo sé.
Lula adoptó una postura más cómoda, y gracias a que su vestido estaba lleno de transparencias pude ver el diminuto tanga que llevaba. Era blanco y rosa, los mismos tonos de su atuendo.
Desvié la vista tratando de distraerme.
—¡Dios, no podemos seguir así! —exclamó irritada—. Tenemos que hablar.
—Adelante.
—¿¡Siempre tienes que ser tan capullo!?
Resoplé y me eché hacia atrás. Estaba aburrido de los mismos insultos de siempre. Al menos, esta vez omitiría esa parte.
—Rafael.
—Lo de hace rato fue un error —reconocí—. No tienes por qué creerme, pero lo habría parado yo mismo.
Lula se encogió de hombros haciéndome saber que, otra vez, mi respuesta no servía de nada. La había invitado a una fiesta, y a la mínima oportunidad me fui.
—Con respecto a lo del vídeo...
—Que sí. Que fue un accidente, ya lo has dicho mil veces.
—Lo siento —dijo firme—. No es justificación, pero tuve miedo de perderte. Has estado conmigo en los peores momentos de mi vida y... —pausó para llevarse una mano a la frente—. Lo siento. La verdad es que nunca he sabido estar sola, y tú te quedaste cuando nadie más lo hizo. Ni mi madre, ni mi hermano, ni mis amigos. Todo el tiempo, solo te he tenido a ti.
—No me merecía eso.
—Ya. Intenté explicárselo a tu padre cuando...
—¡Joder, no me refiero a eso! —bramé y ella pegó un salto por la sorpresa—. Vale, olvidémonos de que me echaron y de que casi me denuncian por culpa de tu bromita —recordé con saña—. El problema es que te lo callaste a pesar de todo. No te importó que me sintiera culpable, no te importó que no durmiera, no te importé yo. ¡Es que incluso rompiste conmigo!
—No tuvo nada que ver con el vídeo.
—Sabes que no es verdad —hablé con desdén—. Llegué tarde a la clínica porque tuve una citación judicial y me convertiste en la peor persona del mundo por eso.
—No debí tomarla contigo, pero hacer eso fue muy duro para mí —volvió a reconocer—. En ese entonces estaba muy confundida. Ahora sé que tomé la decisión correcta y no me arrepiento de ello.
>>Vamos a ver, el problema no era el dinero ni que no te quisiera. Tan solo no estaba lista, y tenía miedo de que mis motivos no fuesen lo suficientemente válidos. Para ser honesta, todavía me asusta un poco. Odiaría que me juzgaran y no tener a nadie a mi lado.
Suspiré. Aun recordaba el día en que me enseñó la prueba de embarazo, llorando y disculpándose. El instante fue aterrador porque no supe qué hacer por ella. Tuve que esperar mientras Lula se comía la cabeza. ¿Qué otra cosa podía hacer? De todas formas, la decisión era suya. Yo tenía claro que iba a apoyarla pasase lo que pasase.
Maldita sea. Mi papel era no dejarla sola, y fallé.
—Nadie va a juzgarte.
—Tú no lo sabes.
—Le arrancaría la lengua a cualquiera que se atreviese a intentarlo.
Tras esa declaración me cubrí la cara. Le había soltado una frase contundente, pero también le había dado la confirmación de que seguía queriéndola (y que aquello no cambiaría en un futuro cercano). Estaba jodido. Lo peor fue que al reunir el valor para mirarla de nuevo, la hallé sonriéndome. Aj, me temblaban las manos.
De inmediato traté de huir —¿Nervioso?
—Que va —dije con la voz ronca—. ¿Te he dado esa impresión?
Vale, era una mentira. Cualquiera lo habría hecho en mi lugar.
Por su parte, Lula recorrió mi pecho con ambas manos y me besó. Me quedé de piedra, no obstante, eso no la detuvo. Mordió mi labio inferior, obligándome a abrir la boca. Así, con su lengua sometiendo a la mía, avanzó voraz hasta que un hilo de saliva comenzó a escurrirse por la comisura de sus labios.
Dios que mujer más exquisita. Sabía a vermut y a canelones.
Al final, agarré su cintura provocándole una risita nerviosa.
—Son casi las doce —susurró en mi oído—. ¿no tienes curiosidad de cuál va a ser mi regalo?
Me estremecí. —Adivino, ¿vas a obsequiarme ese precioso coñito tuyo?
Ella se puso roja. Fue divertido porque no era lo usual. Habíamos llegado al punto de enumerar las cosas que pondríamos en práctica.
—¿Acerté?
—Idiota —contestó con un puchero—. No tiene nada que ver con eso, pero está cerca.
—¿¡Qué!?
No entendí en lo más mínimo. Lula quería volarme los sesos con sus jueguecitos.
—Es absurdo —La miré y ella se encogió de hombros—. Venga, dímelo.
—Te he dicho que lo haría si me hablabas con cariño.
—Jodeeeeer —exhalé. Y al igual que un niño caprichoso, me crucé de brazos.
Ella rio a carcajadas. Por el contrario, yo aun me debatía entre hacerlo, o no.
—Ehmm —vacilé—. Nena, bebé. ¿Princesita? Tienes mi corazón, puedes hacer lo que se te...
Puaj. Sacudí la cabeza conteniendo las arcadas. ¿A quién coño podía gustarle algo como eso? Lo de bebé, o princesita era asqueroso. Solo los viejos decían ese tipo de cosas.
—¿Contenta?
—¡Qué! Eso ni siquiera cuenta.
Bufé apretando los puños. No iba a repetir esa experiencia ni iba a darme por vencido, por consiguiente, tomé el mejor ejemplo que se me ocurrió:
—Perdona si no lo digo bien —musité—. Quiero hacer esto. Madre mía, me muero de ganas de tenerte. Y cada segundo en el que no estamos haciéndolo, se siente como una tortura. Pero si quieres parar... —Esta vez, Lula entrecerró los ojos—. Joder, si haces esto porque piensas que me lo debes, no es verdad. Estás a tiempo, y lo que sea que pase me parecerá bien.
—¡Qué gilipollas!
Atrapé su muñeca antes de que golpease mi cara.
—No me puedo creer que te burles de él.
Admito que le había copiado las palabras a Theo, sin embargo, no me estaba burlando.
—Vale, cálmate —le pedí tocando sus brazos—. Él te lo dijo antes de follarte delante de mí, y desde entonces le he admirado un poco más.
Lula pestañeó repetidas veces. Al parecer, creía en mí. —Nunca te pregunté si eso te molestó, simplemente asumí que todo estaba bien.
—No te rayes —Suspiré—. Disfruté cada segundo, y la imagen me ha valido en otras ocasiones. Ya sabes, cuando no puedo dormir y necesito...
—Vale, lo pillo —me cortó de forma dramática.
—Pues eso.
Volví a tomar su cintura, solo que esta vez no tuve reparo en recorrerla. Bajé mis manos y apreté su trasero.
—¿Sabes? —pregunté—. Me hubiese encantado unirme. Fue frustrante no hacer nada —Abrió la boca, y volvió a cerrarla cuando le restregué mi erección en el abdomen—. Te movías tan bien.
—Rafa...
—Dime una cosa —hablé en voz baja—. ¿Te corriste con él adentro?
—Por favor.
Sonreí. Aquello era una invitación para adentrarme en ella.
—Hazme lo mismo que a él.
Lula me miró ilusionada. Quería ir a ese momento. Quería tomar un papel más activo. Y lo quería todo YA.
—Vamos a...
Por primera vez, la noté incómoda. Era obvio que deseábamos lo mismo, pero me sentí perdido. ¿Es que me había extralimitado? ¿o es que seguía molesta?
—Eh, ¿qué pasa? —cuestioné antes de abrir su vestido—. ¿Lula?
—No aquí.
Enarqué las cejas. No entendía lo que estaba pasando. Mi antigua habitación era incluso más grande que la de mi departamento. Y a estas alturas debería estar completamente mojada.
Venga, Rafael, anímate un poco.
Su negativa era extraña, a no ser que...
Un ruido nos sobresaltó. Alguien estaba tocando la puerta de forma insistente. Suspiré. Las únicas personas que tenían permitido subir eran mi padre y su esposa. Mierda. ¿Por qué no nos dejaban en paz?
Quizás por esto me rechazó. —Pensé en positivo a la vez que esperaba su señal.
Suspiré resignado.
—No puedes desaparecer de esta forma —dijo mi padre—. Todos tienen sus ojos puestos en ti, y harán lo que sea para dejarnos fuera de nuestra propia empresa.
Lula se levantó con cuidado, me miró y apuntó la puerta.
—Espérame en el coche, no tardaré.
Ella asintió, yéndose. De repente, su "aquí no" cobró sentido. Este ambiente era un asco; nadie podría comer ni follar a gusto.
—Tres horas —pronunció enfadado—. Solo te pedí eso.
Resoplé echándome en la cama. No tenía intenciones de pelear, así que cerré la boca a la vez que él se lamentaba la desgracia de tenerme como hijo.
—No valoras nada —aseguró.
Luego se dedicó a enlistar todas las cosas que había hecho por mí. Y claro, no faltaron mis numerosas equivocaciones. Vamos que la charla me la conocía de memoria.
—Rafael, ¿te estás enterando?
—Que sí, papá, que la he cagado —contesté aburrido.
Al cabo de un rato, él también dejó de hablar. ¿Es que se había rendido? No. Leo Hummel nunca tiraba la toalla, de cualquier modo, me sentí mal por él. Contrario a lo que Lula pensaba, él no era un mal padre. A mí me había protegido muchas veces, y a Vera (mi hermana) igual. Jamás olvidaré el día en que me dijo; "siempre estaré contigo, tenlo por seguro".
¡Ah, maldita sea! ¿Era buen actor o yo era demasiado ingenuo?
—Si ya no tienes nada nuevo que...
—Renuncia a las acciones —demandó—. Rafael, no has aguantado ni una hora. ¿En serio crees que será más fácil cuando te den un cargo?
Bufé. Era consciente de mis limitaciones, no obstante, mi madre habría desaprobado que le cediese sus bienes al hombre que la abandonó.
—Esto no es lo tuyo —dijo en un tono grave—. Venga, quiero que te dediques a lo que te gusta.
Sonreí sarcástico. —¿Esperas que crea que haces esto por mí?
—También es por mí —admitió frustrado—. Trabajé mucho por lo que tengo, y no quiero ver cómo lo destruyes. ¿Hago mal? —Me miró, y sin esperar respuesta continuó: —¿Se supone que debo quedarme quieto mientras mi hijo y mi empresa se hunden?
Una gota de sudor se deslizó desde mi frente hasta mi mejilla.
Mi padre era tan estricto que sus muestras de afecto podían contarse con los dedos de una mano. En consecuencia, estaba desorientado. Tuve que hacer el esfuerzo de una tonelada para volver a la realidad.
—Lula me está esperando afuera —señalé un punto al azar—. Paso de despedirme, ¿podrías...?
—Hazlo tú —me cortó, inclemente—. Si no vas a renunciar, al menos ve asumiendo tus responsabilidades.
Tomé aire. No tenía caso contradecirlo, él siempre creía tener la razón.
—Es lo más lógico —afirmó—. Eres un adulto, y ya que estás tan empeñado en llevarme la contraria, sal allí y diles que te vas porque prefieres pasar la noche... —pausó. Iba a hablar de Lula, pero mi gesto le sirvió de advertencia—. La donación todavía no se ha hecho, y necesitamos una foto tuya entregando ese cheque, o mañana miles de empleados marcharán para que nos echen —sentenció—. Deberías saber que tu imagen no es la mejor.
—Sí, sí, lo que tú digas.
Avancé impasible hasta la puerta. Solo tenía que bajar, estrechar la mano de quienes se me pusieran delante y sacarme la jodida foto. No era difícil. El problema es que mi padre ya había perdido la paciencia conmigo.
—¡Venderé la casa!
Frené en seco. Mi estado de alerta había sido activado.
—¿Qué?
Tenía dos opciones: tranquilizarme o ceder a la irracionalidad.
—Christa ya no quiere vivir aquí. Lo he reflexionado y es lo mejor para todos —dijo serio—. También he hablado con un agente inmobiliario. Será cuestión de días, semanas como mucho.
—No puedes hacer eso, mamá...
—¡Ella ya no está! —Levantó la voz—. Rafael, no ha sido una decisión fácil y...
Sé que siguió hablando, pero dejé de escuchar. De repente, mi pecho se contrajo en un puño. Palpé mi cara, y la noté húmeda. ¿Eran lágrimas? ¿Por qué me sentía tan miserable? Negué con la cabeza aferrándome a la idea de que no hablaba en serio.
—Papá, no es justo. —Repetí esa frase varias veces, sin embargo, él siguió ignorándome—. Dame un poco de tiempo y pensaré en algo.
Esa casa lo era todo para mí, por desgracia, él tenía la última palabra. ¿Qué más podía hacer? Las cosas nunca estaban a mi favor.
—Papá, ¿es en serio? —Ni siquiera se molestó en mirarme—. Vale... Si es lo que quieres.
Rodé los ojos y fui directo al balcón. No estaba razonando. Lo único que deseaba era mandar todo a la mierda. Así pues, aclaré mi garganta antes de hablar.
—¡Eh! ¿Podéis escucharme un segundo? —Los músicos dejaron de tocar y los invitados se giraron en mi dirección—. No pienso renunciar a nada, y si queréis manifestaros retirando vuestras inversiones, hacedlo. Será difícil, pero lo superaré —dije con ironía—. Ahora, por favor, salid de mi puta casa ya mismo.
En efecto, la indignación no se hizo esperar. La mayoría de los asistentes recogió sus pertenencias, marchándose enseguida. El resto se quedó a cotillear.
—Esto no es un juego, Rafael —De alguna manera, su tono se oyó más intimidante que de costumbre—. La economía de medio país depende de lo que hacemos. No puedes simplemente enfadarte y despedirlos al azar.
—Pues ya lo he hecho.
Él torció los labios contemplando cómo la gente se iba de allí. —Renunciaré después de la lectura del testamento.
—¿Es una amenaza?
—Es mi límite —contestó—. También puedes quedarte con la casa. He fracasado contigo.
No me moví. Una parte de mí era consciente de la magnitud de aquella declaración, pero la otra solo buscaba algún tipo de entretenimiento. Joder, qué palabra tan desagradable. Lo cierto es que seguía pensando en Lula, y no porque quisiese distraerme. Dios, lo único que quería era estar con alguien que se sintiese feliz de acompañarme en mi cumpleaños.
Ya lo arreglaré más tarde —me dije mientras caminaba.
La cuestión aquí es que esos problemas solían juntarse en los momentos menos oportunos.
Así, al dar las doce de la noche comenzaron a llegar los mensajes de felicitación. No abrí ninguno, excepto uno.
Theo: Feliz cumpleeeeee
Theo: Pásala bien, y disfruta de tu día
Rafael: ¿?
Rafael: ¿Va en serio? El mensaje de mi abuela fue más creativo
Theo: De nada c:
Rafael: Pero si ni siquiera me has dado un regalo
Theo: Para ser justos tampoco me diste un regalo en mi cumple
Rafael: Ya pasó. Supéralo
Theo: Fue hace dos meses
Rafael: Una eternidad para mí
Theo: Pues no sé yo
Rafael: ?????
Theo: Vale...
Theo: Compraré algo, pero no esperes gran cosa
Rafael: Es una broma, no tienes que comprar nada
Theo: Ya no lo quieres porque soy pobre ¿?
Rafael: Deja de rayarte. La felicitación es más que suficiente
Rafael: Cada año recibo unas cuántas, y no todas me alegran como esta
Theo: Ahhh... Ahí vas de nuevo!!!
Rafael: Qué?
Theo: Me confundes
Rafael: Ve a dormir
Rafael: Gracias, de todos modos
Llevaba un rato preguntándome cuál podía ser mi regalo. Tal vez me equivocaba, pero tenía una leve sospecha. Las pistas estaban a mi favor.
Menos mal que estacioné lejos.
—Creí que no...
Calló al ver cómo me arrodillaba. Y sin darle tiempo a quejarse, tracé un camino sobre el interior de sus muslos.
—Envoltorio blanco —murmuré apartando el elástico de sus braguitas—. Y está... aquí.
Tenía tatuados los dígitos; 1604 seguido de una pequeña estrella. Justo en la parte baja de su cadera.
—¿Qué significa?
—Es tu cumpleaños —Me hizo ver.
—Lula.
—Lo sé, lo sé —me interrumpió acomodándose el vestido—. Fue un poco impulsivo, pero ya está —suspiró medio avergonzada—. No sabía qué darte, lo pensé muchísimo, y de pronto se me ocurrió una idea... —pausó—. El tatuaje no es el regalo, lo que de verdad quiero darte es un día.
Fruncí el ceño sin comprender.
—Dios. Vamos a ver, a partir de hoy, y hasta que sea muy muy vieja, cada dieciséis de abril pediré un deseo. Será algo para ti —dijo como si nada—. Y ya está. El día de tu cumpleaños estarás en mi cabeza. No importa si me odias, o si perdemos el contacto. Llegada la noche, miraré cada puñetera estrella pidiéndoles el mismo deseo. Alguna tendrá que hacerme caso —sonrió—. Soy bastante pesada cuando me lo propongo.
—Es lindo.
Lula se giró para buscar algo dentro de su bolso. Sacó una tarjeta y se sonrojó. —Preparé otro regalo por si esto te parecía cutre. Es un bono para el Teatro Real.
Sorprendido, cogí la tarjeta. Lo cierto es que ya me había regalado varias de esas.
—¿Te das cuenta de que has roto tu propia norma?
Ella parpadeó confundida.
—Has dicho que los regalos que nos hacemos no pueden sobrepasar el límite.
Esa regla la impuso luego de que le regalase un juego de cubiertos de plata esterlina. Eran piezas únicas en el mundo, sin embargo, tras averiguar el precio me obligó a devolverlas. Al final, hicimos la promesa de no gastar más de cien euros en el otro. Y a pesar de que la tarjeta tenía un saldo exacto de la cantidad pactada, había que sumarle el valor del tatuaje.
—Venga ya...
—Son tus reglas.
—¡Rafael!
La miré con engreimiento. —Este año mi regalo va a ser la hostia.
☼❥ツ✪ ツ❥☼❥ツ✪
Hola de nuevo ^^\\
Momento random de "¿Quién es el más probable:
❥ que se convierta en stripper?
❥ y que se vaya y no regrese?
Nos vemos pronto, bbs
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