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36: Debería levantarme 🍀

—Rafa

Llega un momento en la vida en el que simplemente lo sabes, has tocado fondo. Ya no puedes caer más bajo.

A mí me pasó después de nuestra sexta ruptura. Y sí, con seis idas y vueltas lo más lógico habría sido dar carpetazo y seguir adelante. Pero no podía. Pensaba en ella todo el tiempo; en su cabello, en sus ojos, en su piel, en sus labios, en...

Coño, ¿qué estoy haciendo? —detuve mis pensamientos—. A la mierda, ella es un virus que debo erradicar.

Por desgracia, ya lo había intentado todo...

—Podemos dejarlo para otro día.

Desvié la mirada y me vestí lo más rápido que pude.

—Quizás estás cansado.

Me reí en silencio. Joder, nunca imaginé que iba a experimentar este tipo de humillación. Y es que había sido víctima de un "gatillazo".

Lo más jodido es que aquel era mi tercer intento.

¡Me cago en todo! Después de tres personas seguía siendo incapaz de mantener una erección.

—Vale, déjalo —hablé disperso—. Tengo que irme, pero puedes quedarte si quieres —El chico me miró confundido—. Cuando te vayas, dile a recepción que pida un Uber a mi nombre. Ya no me da tiempo de llevarte a casa.

Ni siquiera me paré a ver su expresión. Si él estaba cabreado, contento o decepcionado, no lo supe. Lo usual es que no fuese un gilipollas con quienes pretendía acostarme, pero me urgía salir corriendo.

Al final, fui al único lugar en donde no iban a juzgarme (no en voz alta, al menos).

Era la casa de mi terapeuta, la doctora Isabel Calvet, una mujer de cincuenta y pico de años que vivía sola en una finca rural. Era una zona antigua, por esta razón la fachada parecía sacada de un libro de historia.

—¿Te das cuenta de lo inapropiado y grosero que es esto?

Alcé los hombros. No es que no me importara, es que no sabía cómo contestar.

—Necesito tu ayuda. Es urgente.

Isabel entrecerró los ojos. No le hacía ninguna gracia verme allí, pero después de tanto tiempo se había acostumbrado a mis rarezas (quizás yo le agradaba, o quizás era lástima). Como sea, no me moví ni un centímetro.

Valeee —dijo abriéndome paso—. Te recuerdo que cobro el doble por las consultas fuera de horario —Asentí sin detenerme—. Y el triple en tu caso.

Reí sin hacer contacto visual. Luego, me tendí en el sofá.

—Sabes que no hace falta que hagas eso, ¿verdad?

—Ya, es que estoy muerto.

La mujer frunció el ceño mientras arrastraba una silla del comedor. Un minuto más tarde se sentó con las piernas cruzadas. —¿De qué se trata esta vez?

—¿No se supone que debes hacerme preguntas hasta encaminar la sesión?

—Se supone que debería estar durmiendo. Así que, ¿tú dirás?

—Ya... —vacilé con la vista en el techo—. Es sobre cierta actividad que usualmente se me da muy bien, y que ahora no puedo hacer. ¿Sabes lo que te quiero decir?

—Tendrás que ser más específico.

Apreté los dientes y negué. No sé si era venganza o una parte importante de su tratamiento, de todos modos, fue frustrante decirlo en voz alta. —Sexo.

—¿Has ido con el médico de cabecera?

—Estoy sano —respondí sereno—. Me hice unos análisis y al parecer no es un problema físico.

—Vale, entonces no tienes de que preocuparte —Bostezó mirando el reloj—. Eres joven, estas cosas pasan. Suele estar relacionado con los problemas de pareja. Pero si el problema persiste, te recomiendo que optes por un especialista en sexología.

—¿No quieres ayudarme?

—No es mi campo, y considerando que no hemos avanzado nada desde que comenzamos, a lo mejor también deberías buscar a otro terapeuta.

Me petrifiqué imaginando un millón de motivos por los que ya no quería tratarme.

—¿Es que piensas dejarme? —Mi voz se oyó alterada.

De repente, me sentía expuesto. Era como si todos hubiesen acordado ponerse en mi contra.

—Rafael —Levanté la cabeza, incrédulo—. Digo que no estás poniendo de tu parte, y tal vez sea porque no te sientes cómodo conmigo. ¿Estoy en lo correcto?

Me puse en pie dispuesto a irme. Qué se jodan, pensé. Nadie debería ser indispensable.

—Rafael.

—Da igual —Mi cerebro aún estaba procesando la información—. Le diré a mi padre que busque a otra persona. Y me aseguraré de que recibas una gratificación por todas las molestias.

Caminé dando largas zancadas. La casa no era muy grande, pero por alguna razón me hallé desorientado.

—Esa actitud no funcionará para siempre —dijo como si le hablase al aire—. Algún día tendrás que enfrentar lo que te pasa.

—¿Y qué es lo que me pasa?

—¿Quieres mi respuesta profesional?

Esperé algunos segundos antes de asentir.

—No lo sé —admitió—. Tengo la teoría que vienes a mí porque está en tu lista de quehaceres. O porque es un requisito para que sigan administrándote fármacos.

Ni siquiera yo me entendía. —Vale.

Ella resopló y cerró los párpados. Daba por hecho que volvería a mi sitio, y sí. Lo hice. No quería irme con las manos vacías, así que tallé mi cara adentrándome en el silencio.

Se supone que debía relajarme.

—¿Has pensado en Irina?

Negué rápido y la mentira se hizo obvia.

—¿Por qué todo tiene que ver con mi madre? —pregunté a la defensiva—. Está muerta, ¿no deberíamos dejarla descansar?

—¿Crees que insultamos su memoria hablando de ella?

¡Ocho años! Ningún duelo es tan largo.

—No sé qué más decir —musité—. Ya sabes lo que pasó. A mi madre se le fue la olla y un día se suicidó. Antes de eso no hay nada interesante. Era buena madre y ya.

—¿Y ya?, ¿es todo lo que recuerdas de ella?

—¿¡Es en serio!? —exclamé en un tono grave—. No esperarás que te diga algo malo o súper traumático. Ella era normal.

—¿Y qué es lo normal para ti?

—Normal, ya sabes —contesté inquieto—. En plan, ayudarme con mis tareas y acompañarme a mis prácticas de piano. Hay muchas cosas.

—Vale, si eso es lo único que...

En cierto modo, sentí que debía defenderla. Odiaba la imagen que la gente se hacía de ella.

—Le diagnosticaron un trastorno narcisista post muerte —dije, interrumpiéndola—. Se equivocan. Ellos no la conocían.

—Tengo entendido que solo es una hipótesis.

—Ya. Pero se equivocan.

—De acuerdo, ¿y por qué crees que llegaron a esa conclusión?

—Imagina esto —le pedí inclinándome hacia adelante—. Eres la leche en tu trabajo, solo que nadie reconoce lo que vales. Vuelves a tu casa, y más de lo mismo. En ese entonces era demasiado joven para entender lo que pasaba...

>>Mi padre se estaba follando a la secretaria delante de sus narices. Todos lo sabían, menos ella. Incluso estaba viviendo en nuestra casa sin que nos pareciese raro. ¿Ahora entiendes como de humillada se sintió?

—Sin embargo, no fue allí cuando... —divagó—. Perdona, no estás obligado a seguir si no quieres.

Sonreí. Ella pensaba que yo tenía otra versión de la historia que todos sabían.

—Cuando comenzó el divorcio no supe de qué lado ponerme. O sea sí, pero fue difícil porque mi padre también era mi héroe. Me llevaba a su club y me enseñaba el golf. Hasta íbamos a pescar de vez en cuando.

—La peor parte de los divorcios suelen llevársela los hijos.

—Aun así, me quedé con mi madre —expresé orgulloso—. Claro que luego comenzaron una guerra en la que lo único que les importaba era quedarse con la mayor tajada. Ella se volvió alcohólica y eso terminó por enloquecerla.

A aquel instante le acompañó un largo y respetuoso silencio.

—Vale, hoy no es el día.

—¿¡Sigue sin ser suficiente!?

—No se trata de que sea suficiente —me corrigió—. Los sucesos como tal no son importantes aquí. Me interesa saber cómo te sientes y cómo te sentiste.

—¿Cómo me sentí? —Pasé un dedo por mi barbilla y la miré con sarcasmo—. No lo sé. ¿Cómo se siente un crío cuando su madre se sube a un coche y lo estrella contra un árbol?

—Había ido a buscarte al instituto.

—Sí, y si no me subí es porque iba borracha —declaré alzando la voz—. No fue mi culpa.

—Sé que no fue tu culpa —me aseguró en un tono conciliador—. Pero ¿tú lo sabes?

—Por supuesto.

—Rafael, eras un niño —dijo tratando de tranquilizarme—. Absolutamente nada fue tu culpa. Y no solo quiero que lo sepas, también quiero que te lo creas.

Bajé la cabeza. Nadie conocía la verdad.

Cuando llegué a casa lo único en lo pensaba era en dormir. Ya nada podía ser peor, excepto Lula. Ella era mi cruz. Era injusto, pero su presencia dolía. Cerca de ella, los recuerdos aparecían. Y lo odiaba.

Joder, la odiaba. La odiaba de verdad.

—¿Has cambiado la clave de acceso?

Pasé de largo sin mirarla.

—Rafael, —pausó al ver cómo alguien salía de su departamento— ¿podemos hablar dentro?

—¿Te da vergüenza que nos escuchen? —Me burlé alzando la voz— ¿o que sepan el tipo de persona que eres?

Lula bajó la cabeza y se quedó en silencio.

—No he venido a discutir —murmuró—. Solo quiero que me escuches.

—Te escucho ahora.

—Que va —Suspiró llevándose ambas manos a los bolsillos—. De todas formas, diré que lo siento hasta que estes satisfecho.

—¡Hala qué sacrificio! —ironicé mientras abría la puerta.

Por otro lado, su persistencia jamás dejaba de sorprenderme.

Recordé las innumerables veces en las que intenté dejarla. No nos hacíamos ningún bien, el problema es que nos necesitábamos. Era ella quien seguía creyendo en mí. Y era ella quien seguía lastimándose.

—Rafa.

—Olvídalo —solté sin más—. Hemos hecho esto tantas veces que se ha vuelto patético. Quiero decir, ¿no sientes como si nos hubiésemos atascado? —Lula hizo una mueca—. Es un ciclo de no acabar y resulta aburrido.

—¿Qué significa?

—Que me la suda todo —respondí encogiéndome de hombros—. Que a partir de ahora deberíamos saltarnos esa parte en la que nos enfadamos. Está claro que no vamos a cambiar y sinceramente no tengo la energía ni las ganas para soportar toda esta mierda.

—Sigues con ese rollo de hacerte el guay.

Forcé una sonrisa y me acerqué a ella. Nuestros ojos se vieron incómodos, así que la abracé. Ella colocó las palmas sobre mi pecho.

—Hagamos como si nada.

—No quiero esto —replicó sin apartarse—. Realmente espero que me perdones.

—¿Por qué tanta obsesión con complicar las cosas?

Fui el primero en retroceder. Lula exhaló, y me di cuenta de que había estado conteniendo la respiración.

—No se trata de complicar nada. Lo único que te pido es que me dejes explicarlo.

Resoplé. —¿Y qué es lo que quieres explicarme?

Ella cruzó un brazo por delante del otro.

—Todo lo hice por ti.

Lo dijo con una extraña mezcla de dolor y orgullo. Estaba nerviosa, y al mismo tiempo estaba convencida de lo que decía.

De pronto, una imagen vino a mi cabeza. Era la escena de una película cualquiera en la que un psicópata comete un crimen, luego hacen un plano de su cara, y se lo ve satisfecho (cree haber contribuido con la sociedad). Al final, no es su culpa. Tan solo tiene una visión retorcida del mundo.

Lula es lo opuesto. Ella es buena, pero a veces actúa como ese tipo de personajes.

—Si me meto a una casa, la quemo y después le digo al dueño que se puede quedar conmigo porque quiero hacerme cargo de él. ¿Entonces no hice nada malo? —pregunté y sin esperar respuesta, añadí: —Supongamos que le quiero. Tendría buenos motivos, además de que fue por su propio bien.

—No lo lleves a ese extremo —pidió—. Hay que estar muy jodidos para creer que es lo mismo.

—¡Es lo mismo!

Me resistí a tomarla en serio. El problema es que comenzaba a irritarme.

—Por Dios, asumo mi responsabilidad. Lo que no acepto es que me compares con un pirómano fetichista. A menos que eso te ponga.

Respiré hondo y me tranquilicé. Está claro que no me hallaba de humor para sus juegos.

—¿Quieres saber cómo de jodido estoy? —bramé dando un paso hacia atrás—. Ahora mismo no sé nada. Siento que todo lo que he hecho ha sido en vano. Porque en algún punto pensé; "Lula se merece algo mejor que un capullo las veinticuatro siete", pero resulta que no. Eres lo peor que me ha pasado en la vida.

—Estás molesto y dices cualquier...

—Es lo que siento.

Estuve a punto de decirle que mentía y que debíamos aplazar la conversación. Pero no fui capaz. Era demasiado orgulloso para reconocer que me dominaba el miedo.

—Cuando pasó lo del vídeo ni siquiera pensaba en mí —continué disperso—. Me pasaron cosas muy chungas, pero nunca dejé de preocuparme por ti. Joder, sabías que me sentía culpable y te quedaste callada.

—No quería perderte.

—No querías perderme —repetí escéptico. Tras esto, me desplomé en el sofá riendo—. ¿Recuerdas esa ruptura en la que te dejé sola?

Lula pasó la lengua por sus labios. Aquella mención la había contrariado (y no es para menos). La ruptura de la que hablaba fue dolorosa en palabras mayores.

—No sabía que te dieron una citación judicial —dijo sincera—. Y cuando me enteré, ya nos habíamos reconciliado. Solo era cuestión de pasar página.

—Nunca me lo perdoné —reconocí en un murmullo—. Hiciste que me sintiera como basura.

En el silencio que siguió, vi el miedo impregnando sus ojos. Lula me quería. El problema es que rozábamos lo enfermizo.

—Vete a casa, ¿vale?

—Rafa, lo siento. Te juro que no lo sabía.

Me encogí de hombros e intenté aparentar quemeimportismo. A fin de cuentas, ella había reaccionado a mis numerosos desplantes. Nuestra historia no tenía inocentes.

—¿Sabes? —dije poniéndome en pie—. Es la primera vez que escucho esas palabras en boca de alguien más. Lo siento y te juro que no lo sabía —Le di la espalda y tuve la sensación de que me siguió con la mirada—. No me había dado cuenta de que son unas disculpas de mierda, así que lamento si alguna vez tuviste que escuchar esto.

—No pretendía ofenderte.

—Da igual, solo era una observación —sonreí desde las escaleras. Al cabo de un rato, me senté—. El caso es que en serio estoy muy cansado.

—Tranquilo, ya me iba —afirmó.

Entonces se acercó, paso a paso. Pude detenerla, es más, debería haberlo hecho. Pero en su lugar permití que avanzase, que se inclinase a donde estaba sentado y que me besase en los labios. Al principio, me deje llevar. Su boca siempre había sido como una droga para mí. Luego recordé. Fue como si mis nervios chocasen entre sí.

Otra vez, la ira ganaba la partida.

—¿Qué coño crees que estás haciendo? —Tomé sus brazos y la aparté.

Lula se quedó pálida y pestañeó tres veces seguidas.

—Solo quería despedirme. Creí que... —medió balbuceó—. Perdona, ha sido impulsivo de mi parte. Lo que pasa es que no imaginé que íbamos a tener una conversación tan civilizada y me ha gustado. Siento que "esto" está yendo por buen camino.

—¿Buen camino?

—Sí —Se movió sin ton ni son—. No digo que me hayas perdonado, pero que podamos hablar de esta manera es perfecto. Me refiero a que hemos progresado y la situación promete.

—¿Situación? ¿Progreso? —Me reí para mis adentros—. ¡No me toques los cojones y sal de una puta vez!

Ya está. Pretendí ser mejor, y en el fondo seguía siendo el mismo patán de siempre. Estaba harto.

—Que no veas lo que me has hecho solo demuestra que soy un imbécil por haberme enamorado de ti —escupí con rabia—. Es que es de locos decir que ésta es una situación prometedora cuando me has jodido la vida. ¡Maldita sea! No tienes ni puñetera idea de nada.

Lula soltó a llorar. Fui el causante, por ende, no me molesté en consolarla.

—Perdona. Debería ser más cuidadosa con lo que digo.

—Se te da bien hacer de víctima —La felicité con desprecio—. De todos modos, ya te he pedido que te vayas, y si no quieres que te saque...

—Vale, —me interrumpió en un tono bajo— pero quiero que sepas que estoy dispuesta a hacer lo que sea con tal de arreglarlo.

—Es una afirmación muy imprudente, ¿lo sabes?

—No me importa.

Lo que me gustaba de Lula era su imprevisibilidad. Ahora, por ejemplo, había pasado de las lágrimas a la confianza. Sin embargo, no iba a retractarme. Mi mal humor estaba justificado. Puede.

—De acuerdo —enarqué una ceja y la fui acorralando hasta que no hubo más espacio tras los escalones—. Entonces realmente estás dispuesta a hacer lo que sea.

—Si se trata de arreglar algo que yo arruiné, sí.

—Me arruinaste a mí —dije sereno—. Por alguna razón, he tenido ciertas dificultades en cuanto al sexo. No entraré en detalles porque es vergonzoso, pero considerando que eres la última persona con la que lo hice, ¿no deberías encargarte?

Por supuesto, no hablaba en serio. Mi intención no era otra más que ser hiriente.

—Claro que el que lo hagas no significará que te perdono —continúe mirando sus labios—. En esencia es lo de siempre. Nada de compromisos.

Arrugó el entrecejo y podría jurar que cerró los puños. Tal vez quería golpearme, y no la culpo (me lo merecía).

Suspiré retrocediendo. Después la ayudé a incorporarse.

—Por última vez, o te quitas la ropa o te largas.

Subí un par de escalones convencido de que se había acabado.

—LO HARÉ.

Me quedé más frío que una piedra. Ninguno de mis músculos estaba obedeciéndome.

—Dije que lo haré —volvió a gritar.

Mordí el interior de mis mejillas. Aquello no solo me cabreaba, sino que también me entristecía.

—¿Eres consciente de lo que te estoy pidiendo?

—Sí, y quiero hacerlo.

No respondí. Apenas podía creérmelo. No sé a dónde demonios se había ido mi capacidad de hacer como si nada me afectase. Mi cara delataba cada una de mis emociones: confusión, impotencia e incluso excitación.

Ella no era así.

Yo no era así.

—¡Última vez! —exclamé de repente—. Sal de mi puta casa.

—Rafa...

Antes de que pudiera seguir hablando, bajé los escalones y la levanté en peso. Comprendía que me estaba excediendo, pero no quería oír otra palabra suya.

—Joder, ya te dije que puedo irme sola.

Hice caso omiso y cargándola sobre mis hombros, la eché. Al final, cerré la puerta delante de sus narices.

Respiré hondo.

¡¡Ya está, a joderse y aguantarse!!

☼❥ツ✪ ツ❥☼❥ツ✪

Hi, qué tal? Alguna teoría?

❥Qué pensáis del primer POV Rafa?

❥Qué es o que más te ha gustado o molestado?

❥Le preguntaríais algo en plan spoiler? ^O^

Theo detrás de escena: Ya me toca?

NOS VEMOS

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