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31: Y la cuenta comienza 🌊

*OMG*

Por alguna razón, me sobreexcitaba la proximidad de un peligro real. ¿Qué va a pasar conmigo?, ¿qué tan lejos voy a llegar?, ¿cuánto más voy a entregar?

Mi corazón latía muy fuerte.

Ni siquiera pensaba en ganar o perder. La adrenalina lo era todo.

Ahora tenía un lugar al que trasladarme, creía saberlo todo de todos y por mucho que intentaba entender qué me pasaba, no lo lograba. Cada vez que profundizaba en mis pensamientos, mis circuitos desconectaban. Como si apagasen una luz en medio de una tormenta.

Salí del lavabo y la inmensa calma se cernió dentro de las paredes.

—Entonces te vas.

No era una pregunta. Estuve a punto de soltar una frase cualquiera (cortesía sin la más mínima intimidad). Pretendía llenar los vacíos, no obstante, un leve ruido rasgó el silencio.

Cogí mi móvil y abrí la llamada.

—¿Qué pasa?

Valentino no dijo nada. Quizás no se había dado cuenta de que contesté de inmediato.

—¿Dónde estás?

Alcé la mirada y me ruboricé.

—¿Por qué?

No es nada grave. Pero quise avisarte por si acaso —contestó breve—. A mamá la han ingresado. Se desmayó esta tarde y han dicho que es por la hipoglucemia.

—Vale.

¿Vas a venir?

—No puedo. Hoy me traslado y paso de todos sus rollos.

Va a estar aquí dos días, tal vez...

Siguió hablando, pero dejé de prestarle atención. Lo más extraño era el interés de Rafael. Se había quedado de pie ante el sofá. Entrecerré los ojos en dirección contraria, como si hubiese una persona imaginaria en ese punto.

De repente, Valentino se detuvo y soltó una exhalación.

—Que no. Si mamá quiere verme, pues que me lo pida ella. No es como si estuviese agonizando ni nada.

—¡Hostia! No cabe duda de que eres su hijo.

Colgué. Rafael aguzó el oído. Por un momento, me pareció ver una ligera sombra en su rostro. Tal vez me equivocaba. Pero, de todos modos, lucía preocupado (puede que hasta inquieto).

—No hace falta que te mudes hoy mismo. Si quieres puedo acercarte al hospital.

Negué con la cabeza. —Gracias, tío. No hace falta.

—Ya.

Es probable que nada hubiese cambiado de haber seguido mi plan original. En cambio, me planté frente a él.

—No te preocupes. Con algo de suerte, se hace más humana y menos Hitler.

El chico bufó y levantó la vista.

—Vale que seas una imitación mía, pero relaja un poco.

No esperaba esa contestación. Y menos aún que me doliese tanto.

—¿Imitación?

—Tienes razón, he tirado por lo alto llamándote imitación —me escrutó de arriba abajo—. Para empezar, yo no usaría un Casio de veinte pavos, ni me tiraría dos horas delante de una ventana. Es raro que te cagas. Tampoco hago dormir a la gente, ni divago en voz alta. Podría seguir, pero el punto ha quedado claro.

Oh, Dios. Experimenté una sensación de vértigo. Fue como si despertara de un coma profundo.

—Me has pillado, en esta vida aspiro a ser como tú —me defendí atónito—. El sueño de mi vida es levantarme todas las mañanas teniendo la certeza de que soy un puto asco para todos. ¡Hostia! Si no veo la hora en que eso pase.

—¡Vaya! Sí que le has echado ganas al personaje. Diría que eres mi versión ¿humilde? —dudó—. Ahora mismo no sé qué palabras se pueden y no se pueden utilizar.

Apreté mis puños y di la vuelta.

—Paso.

—Puede que no lo parezca, pero yo no paso de todo.

—Pues yo sí. Así que felicitaciones, ya nos has encontrado la primera diferencia.

Entorné los ojos, dispuesto a no verlo nunca más.

—¿Eso significa que debería morirse? —inquirió con desdén—. Tu madre, ¿debería morirse?

—¡Cierra la boca!

—Dices que pasas de todo —prosiguió—. Pues eso haría tu vida más sencilla. Lula, la universidad, tus hermanos...

Inhalé y exhalé. Ya no controlaba la bomba dentro de mi cabeza.

—¡Cierra la boca! —repetí molesto—. Es la última vez que te lo advierto.

—El problema es que ni siquiera estás escogiendo a Lula. Solo te importa seguir follando con ella.

Desde luego, debí irme de inmediato. Sin embargo, lo empujé con todas mis fuerzas y Rafael trastabilló antes de empujarme de vuelta.

—¡Qué paté...!

No lo dejé acabar. Mi mente estaba en blanco cuando cerré el puño y lo estampé contra su mejilla. Mis nudillos ardieron al instante. Abrí la boca, listo para disculparme, pero el aire salió disparado de mis pulmones. Rafael había golpeado mi vientre provocando que me arrodillase adolorido.

La escena era absurda. Rafael tenía la contextura de un deportista de alto nivel, aun así, no me di por vencido. Jalé su pierna, y éste calló de culo. Sin demora, aproveché ese desconcierto para atinarle algunas patadas. Claro que, la fuerza de mi ataque no era mayor a la de un crío de diez años. Traté de levantarme y Rafael me devolvió al suelo con facilidad.

Di manotazos de ahogado y él los esquivó uno tras otro. Al cabo de un rato, inmovilizó mis manos, se subió a mi pecho y me miró largamente. Solo entonces comprendí que no iba a golpearme.

En última instancia, desistí. El chico se apartó agotado tendiéndose junto a mí.

El sudor me bajaba por la frente. Tenía la camiseta húmeda y mi respiración surgía frenética. Extendí los brazos ansiando algo de calma.

Rafael, por otro lado, gruñía sinsentidos. Su expresión rebosaba conflicto. Lo miré unos instantes y, al notarlo, parpadeó repetidas veces.

—Es diabética y le gusta el vino —expliqué en un tono perezoso—. No es la primera vez que le pasa, y tal vez hago mal, pero doy por hecho que estará bien.

Rafael se mantuvo en silencio. Por segunda vez, pareció hipnotizado.

—Es evidente que la quiero —añadí furioso—. Sea como sea, es mi madre y sigue siendo la persona más importante en mi vida.

Lo oí resoplar antes de cubrirse la cara con ambas manos. Era un comportamiento desconcertante.

—Podías haber utilizado esas palabras desde el principio.

—¡Vamos! Que a ti no te va eso de reconocer errores ¿no?

—Tendrá que ver con esa teoría en la que soy un gilipollas de manual.

—Seguro que sí.

—Seguro que sí —repitió con la voz apagada—. Escucha. Incluso para ser un gilipollas hay normas.

»Puedo decir que no sé porque hice lo que hice, pero ambos sabríamos que miento. Así que puedes elegir; pasó porque estoy celoso, porque he tenido un día de mierda, o porque me he reflejado en la situación. El punto es que...

—¡Lo siento! —pronuncié en voz alta—. No debí golpearte primero.

Enseguida, el ambiente cambió por completo. Transcurrió un minuto, luego otro. Llegué a escuchar los alientos que escaparon de su boca.

—¿¡Por qué lo has dicho!? —habló mientras se restregaba la cara. Tras esto, arrugó el entrecejo y clavó sus ojos en mí—. Ahora yo también tendré que disculparme.

—Vale, no lo hagas. Me da igual.

—¿Es que te pone eso de ser un mártir?

Quise estallar en carcajadas, sin embargo, algo oprimió mi garganta. No era dolor. Al menos no uno físico. Pasé la lengua por mis labios y bajé la mirada.

—Si fuese el caso ¿te sorprendería?

—No soy de los que juzga. Hay gente muy rara que se pone cachonda por cosas todavía más raras. Pero, sí. Resulta que tiene algo de gracia viniendo de ti.

—Déjalo —sentencié con la voz ronca—. Aún tengo que irme y se me ha hacho tarde.

Me incorporé poco a poco. Rafael no dejaba de observarme. Fingí no saberlo, no obstante, aquello provocó que la situación se tornase más incómoda.

Acto seguido, palpé un hilo de sangre y lo miré mal. Rafael abrió los ojos, asustado. Lo cierto era que yo mismo me di ese golpe tratando de zafarme. 

—Mi madre murió justo después de que peleásemos.  

Lo miré atónito. Mis pies estaban pegados al suelo.

—Recuerdo que, el día de su divorcio ella me dijo: "elígeme a mí" —explicó con un gesto distraído—. Y lo hice. La elegí muchas veces.

—Tío, no hace falta que...

—Hablar de la muerte tiene un poder extraño —murmuró—. Da sentido a las cosas, aunque nadie la entiende.

—Lo siento.

—No lo sientas. Si te lo digo es porque me he pasado.

De pronto sacó una bolsa del sofá. No era necesario ser un genio para saber qué contenía. 

Me regresé con cautela. Mi ritmo cardiaco era irregular. Tal vez porque no entendía su actitud. Y entonces, como si se le hubiese ocurrido de súbito la idea, me sonrió.

Todo él era excesivamente complejo.

—Es difícil contentar a nuestros padres —pausé para mirarlo—. La ventaja de ser los hijos es que no dejan de querernos. Las familias funcionan así. A veces son los padres los que se equivocan. Y a veces nosotros, claro que en esos casos acaban castigándonos, pero nunca dejan de querernos...

Durante un instante reinó el silencio.

—Pues a mi madre se le fue la mano con el castigo —soltó sin más—. Murió y me dejó todo lo que tenía. No sé qué esperaba que aprendiese. ¡Pero vamos! Nunca dejo de quererme ¿no?

Esa indiferencia consiguió que me estremeciese. Él no fingía.

—Perdona, no sabía, yo...

—Corta el rollo ¿vale? —dijo y asentí—. Esto te viene grande. Además, no es algo reciente ni soy tan blando como supones.

—Lo siento.

—¿Lo ves? La muerte tiene un efecto extraño en las personas. Te has disculpado dos veces, pese a que yo inicié la pelea —reflexionó encogido de hombros.

No respondí. Y él, sin previo aviso, encendió la televisión. No le interesaba el programa. Lo único que quería era que hubiese ruido.

—Lo siento. No sé qué más debería decir en estos casos.

—Un "no volverá a repetirse ayuda mucho".

Intercambiamos una risa muda. Desde luego, no me sorprendió su alivio.

—Vale, no volverá a repetirse —declaró más animado—. ¿Así está bien? Para ser honesto no tiendo a disculparme, prefiero compensar a las personas con lo que sea que pidan.

Me llevé la mano a la frente de forma dramática.

—Es que ibas a ofrecerme un Rolex, o algún cochazo de lujo, porque acepto. Ni siquiera hubieses tenido que disculparte.

—¿Vas en serio?

—Totalmente —respondí—. Soy listo. Y no tengo razones para hacerme el digno delante de ti.

La confusión en su rostro equilibró la balanza. Traté de mantener la inexpresividad, pero se me escapó una carcajada.

—¡Joder, macho! Empezaba a arrepentirme de la mayor parte de esta conversación.

—Pues ahora sí que estamos a mano. Yo empezaba a arrepentirme de las últimas semanas.

Él movió la cabeza con resignación y dijo: —Si te sirve de algo, no sabía de donde coger para insultarte. Fue como meterme con Jesús. Ya sabes, el de amaos los unos a los otros y no forniquéis con la mujer de vuestro prójimo. Seguro que ese tío se caga en nosotros.

Hice el esfuerzo de una tonelada para no reírme. Solo por si acaso.

¿Y qué era lo siguiente que debíamos decir? ¿Adiós? ¿Hasta pronto? ¡Pero si no quería moverme!

En parte, por culpa de la pereza.

—Lo de Lula tampoco es cierto —murmuré de improviso—. Intento acercarme, pero entre que estamos ocupados y que apenas tenemos cosas en común, las opciones son muy limitadas.

Él asintió. Al parecer, pensábamos lo mismo.

—No le des tantas vueltas. Vuestra relación, vuestro asunto, ya está. Mi opinión no importa.

—Es que, en parte tienes razón.

Rafael se volvió a mí con un gesto intrigado. Abrió la boca varias veces antes de articular una frase completa: —Podéis buscaros otras actividades.

—¿Cómo cuáles?

—¿En serio me estás pidiendo consejos?

—Tómalo como una especie de compensación —repliqué astuto—. ¿Qué hacéis vosotros, por ejemplo?

—No lo sé. Son cosas demasiado aleatorias. Si salimos, vamos a tiendas o a las salas de arcade —dijo con los dedos en la frente—. Y si nos quedamos, vemos realities, a veces jugamos a los lyp sinc battle o me ayuda con mi música. Lo cierto es que nunca planeamos nada.

—Lo de los lyp sinc battle parece divertido.

Bajé la mirada. No estaba seguro de tener ese nivel de espontaneidad. 

—Es una tontería que se nos ocurrió para YouTube —explicó sereno—. Antes lo grabábamos todo.

Sonreí sin darme cuenta.

—Lo sé.

Él afirmó con la cabeza, triunfante. Más que eso, estaba eufórico. Había tendido una trampa y yo había caído en ella. Maldije mi inconsciencia. Y me mantuve en vilo durante un minuto entero.

—¿Entonces sí que lo has visto?

Mordí mi labio inferior.

—Ah... ¿Recuerdas que me pediste que lo arreglara? —balbuceé con la intención de ganar tiempo—. Vale. Apareció spam y lo abrí por error, luego, no vi tanto. A Lula le dio igual. No podía dormir, tampoco estaba pensando con claridad...

—Y el vídeo apareció sin más.

—¿Estás molesto?

—Qué va. 

Cogió el encendedor y jugueteó como si esperase que algo pasara. Al menos eso me pareció. Después dijo con calma:

—Está recetado.

—Sí, ya, claro —ironicé al mismo en que cruzaba los brazos—. Vamos, que sí o sí tienes que marcar todos los tópicos de los pijos.

—No todos, pero sí la mayoría.

—No creí que te fuesen los porros.

—Y no me van, es solo que ahora mismo necesito uno de estos —apuntó con un ademán de manos—. Es para relajarme. No soy un drogata.

—Eso es lo primero que diría uno.

Rio divertido observando cómo el humo se dispersaba por el salón.

—Tranquilo. Lo tengo todo controlado.

—Y eso es lo segundo.

Rafael dio un par de caladas más, sumiéndose por completo. No nos parecíamos en lo absoluto. Supuse que él coincidía conmigo.

—¿Qué hora es?

Empequeñecí los ojos. Luego exhalé despacio y miré el reloj de mi muñeca. —Las dos menos veinte.

Saqué mi móvil para verificarlo. Incluso si echaba a correr, lo más probable era que ya hubiesen cerrado las estaciones de metro.

Definitivamente mi suerte es deprimente —pensé— ¿Qué hago?

—Si no vuelves con tu familia, quédate —dijo leyéndome la mente—. Estaré tranquilo a partir de ahora. Lo juro

—¿Tan rápido te ha dado el colocón?

—Espero que no.

—Entonces, ¿a qué se debe esta repentina amabilidad? —indagué. Él se rascó la nuca mientras yo le tomaba el pelo: —¿Miedo a los fantasmas?

—El silencio es más aterrador.

Apreté los labios. No estaba hablando como yo mismo. Ni él como de costumbre.

—Creí que te gustaba relajarte.

—Quizás tenemos conceptos distintos acerca de la relajación, chaval.

¿Chaval? Era obvio que se estaba burlando de mí. En su rostro habían tatuado la arrogancia más pura y perversa.

—Relajación. Acción y efecto de relajarse. Ocurre cuando el sujeto disminuye la tensión a la que se ha sometido —recité orgulloso—. Está en los diccionarios.

—¡Venga ya! ¿Es que eres un robot?

Contuve la emoción cubriéndome la boca. Estaba convencido de que no hallaría nada de eso en el diccionario, pero eso no era importante.

Al final, sí que soy masoquista.

—Si yo viviera aquí. "Sólo" —puntualicé—. Probablemente haría todo lo que nunca he hecho en mi casa. No sé el qué, pero hallaría el modo de sacarle partido. Eso seguro.

Rafael tenía un gesto de concentración en la mirada.

—Odio este lugar. A veces parece que un montón de gente que no existe te susurra al oído. Es asqueroso. Sabes que nada es real: ni la respiración, ni la saliva, ni el agobio. Luego vuelves a tus cinco sentidos y es todavía peor.

Recordé que él no estaba en ese lugar por elección propia, y cerré la boca.

—¿Sabes si los porros estaban caducados?

—Joder. Te abro mi corazón y te burlas de mí.

Vi de reojo su perfil. A un lado de la oreja hallé un moratón. El resto de su cara estaba intacta, pero tenía un aspecto horrible. O todo lo horrible que podía verse un sujeto con esas facciones.

Enseguida, giró la cabeza y aparté la vista, avergonzado.

—Siempre puedes compartir un piso.

—Gente que no conozco con hábitos que podrían cuestionarse en base a su educación. Paso —comentó. El lado bueno es que recapacitó al instante, y añadió: —Me ha quedado un poco clasista ¿no?

—Qué va.

Rafael arrugó el ceño. No respondía bien al sarcasmo, sin embargo, eso lo hacía más entretenido.

—Bueno. Te arriesgaste conmigo.

—No es un riesgo si sabes qué esperar —dijo sereno. Yo chasqueé la lengua e hice una mueca hacia el techo—. Quiero decir que no juzgas, y si juzgas, no lo haces en voz alta, además de que te adaptas. Un poco como la selección natural.

—¿Qué?

—Ya sabes, Darwin y ese rollo de la supervivencia.

Ahogué una risita. Le había puesto mucho empeño a esa referencia, y no quería llevarle la contraria.

—Ya. No sé si algún día llegaré a adaptarme a todo esto.

—¿Esto? ¿Te refieres a mi relación con ella?

—No —contesté inseguro—. Hablo de mi cabeza. Estos días, me está costando mucho aclararme. 

—Igual que a todos.

Permanecí callado. El alzó las cejas e insistió:

—A todo esto, ¿te gusta cómo van las cosas?

—Quizás ese sea el problema —repuse tras un suspiro—. Me da miedo que el morbo sea mi motivación principal. Sé que la quiero, pero no estoy seguro de lo demás.

—¿Y qué es lo demás?

—Lo vuestro. Tú. El hecho de que no eres un capullo las veinticuatro siete. Y en general, tú de nuevo —dije resignado. Rafael era persuasivo, al extremo de lo irritante—. Me he dado cuenta de que me gusta que estéis juntos. Lo que no me termina de encajar es el por qué. ¿Demasiada información o seguimos?

—Seguimos —contestó animado. Acto seguido, impulsó su cuerpo hacia delante y dejó el cigarro sobre un adorno de cristal—. ¿Estás seguro de lo que has dicho?

—Pues últimamente estoy como una moto, así que alguna relación tendrá ¿no?

Me arrepentí al instante. De hecho, estuve a punto de decir que era un chiste.

—¿Crees que sea una filia rara?

—Déjalo ya —resoplé.

—Es que solo puedo pensar en dos opciones —señaló audaz—. O tiene que ver con alguna filia en la que imaginas a otras personas haciéndolo para excitarte.

—Vale, si la primera opción es que estoy enfermo. ¿Cuál es la segunda?

Enarcó una ceja creando mayor expectación. —Que te gusto yo.

—Vamos, que opción uno u opción dos, estoy enfermo de todos modos.

Se rio con ganas, sin siquiera plantearse que yo no bromeaba. Tal vez mis respuestas eran ambiguas, a pesar de que me estaba tomando la conversación demasiado en serio.

—¿Entonces descartamos opciones?

Bufé y por primera vez dejó de sonreír.

—Si se te ocurre algo, dímelo.

Me devané los sesos buscando una corrección coherente. Pero nada.

¿Huyo? —pensé—. Pues claro que sí. Ya debería estar cruzando el océano atlántico.

Rafael se levantó, rodeó el sofá y evalúo su próximo movimiento. Era una persona temeraria, incluso a simple vista. Al cabo de un rato, habló:

—Vale, quizás pueda ayudarte.

Ya de pie, recargó sus brazos sobre el espaldar. No necesité mirarlo para saber que sonreía. Oh, Dios. No me estaba ayudando en lo absoluto. Cada vez me sentía más ansioso.

Giré mi cuello enfrentándome a sus pupilas. Allí residía el caos. Éste enarcó una ceja, y descendió la mirada de forma pausada. Al final, las comisuras de sus labios se extendieron.

—¿Ya lo sabes?

Negué sin aliento.

De pronto, fue desapareciendo la distancia. Pude detenerlo. De hecho, él me retó a que lo hiciera. Su cara se aproximaba con tal lentitud que oía el tiempo y sentía la noche.

Al cabo de un rato, la punta de su lengua estaba tocando mi labio. Se entretuvo con mi perplejidad. Tomó mi mentón y se alejó para comprobar mi reacción.

Desde luego, estaba jugando.

Y desde luego, no me gustaba ser la broma de nadie.

Aparté su mano de mi cara y volví a su boca. Me adentré en esa posibilidad. Inspiré hasta llenar mis pulmones. Cada movimiento recibía respuesta. Sin embargo, desconocía la sensación que estaba experimentando. Segundos más tarde, roté mi cuerpo y él dio un paso atrás.

De ese modo, rompió el beso. Su gesto lucía desconcertado. 

Fue un golpe duro, he de reconocerlo. 

—¿Culpamos al chisme ese?

Permanecí en silencio. Su dedo apuntaba al porro que dejó sobre la mesa.

—¡Lo llevo claro! —exclamó luego de una profunda exhalación—. Ahora sí que me está afectando esta mierda.

Tragué saliva. Rafael hizo como si nada. Subió los pies en la mesita de centro y me miró largamente.

¿Qué debía decir?

El caso era que yo estaba asaltado de dudas, mientras que él vivía el presente.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—No.

—¿Por qué no?

—Porque tengo la impresión de que no va a gustarte mi respuesta. Y creo que hoy hemos tenido bastante.

—Qué rápido se te suben los humos, eh —dije de forma concisa—. Pero no es nada de eso.

—¿Ah no?

—Es que no respondiste la última vez.

—¿El qué exactamente?

—La diferencia entre el sexo normal y hacer el amor —contesté. De nuevo, mi lengua se movía por su cuenta—. Sé que me estoy pasando, pero también te has pasado antes, así que...

—Si no digo nada —me cortó riéndose—. Las hostias ya están dadas, y si vamos a tocarnos las narices, ¿qué mejor momento que este?

—Ya. El punto es que no sé si solo es una forma de hablar o si es algo a lo que debería aspirar.

Rafael puso una mano detrás de su cabeza y se recostó poco a poco. —No tengo ni la más puñetera idea. Creo que Lula alucina de vez en cuando. Sospecho que son las drogas.

—Sospecho que te ama.

—También. Aunque mi teoría mola más.

Elevé mis hombros con simpleza. Estaba delante de una contradicción absoluta. A ese chico le asustaba el silencio, le asustaba que las personas se acercasen demasiado y le asustaba ser honesto. A pesar de ello, conseguía que todos nos sintiésemos intrigados.

Lo poseía todo, de allí que fuese un narcisista.

Respiré por la boca tratando de no tragarme el humo que había expulsado. A continuación, me levanté y recogí mis cosas.

—¿Te vas?

—A dormir, claro.

—Eso ya lo sé. Me refiero a que no nos hemos puesto de acuerdo acerca de lo que vamos a decir sobre los golpes que tenemos.

—¿La verdad no es opción?

—Ni hablar. Me echarán toda la culpa a mí.

—También podemos reservarnos las explicaciones.

—¡Podemos decir que nos asaltaron! —sugirió de repente. Sus ojos brillaban como si de verdad creyese que era una buena idea.

—¿Tú de qué vas?

—Decimos que cinco tíos se metieron aquí y vaciaron la casa. Lo malo es que, si decimos eso, tendremos que vaciarla de verdad y menuda faena nos cargamos.

—¿En serio ese es el único problema que ves?

—Ya. Tenemos que hacer una denuncia para que sea más creíble.

Sacudí la cabeza, escéptico. Podía culpar al colocón y, aun así, él seguiría careciendo de sentidos.

—Hasta mañana, Rafael.

Avancé despacio en la oscuridad. Mi mano sostuvo el pomo de la puerta cuando oí su respuesta:

—Hasta mañana, Theo.

Me estremecí.

Confieso que al día siguiente me fui rápido. Me salté las primeras horas de clase para ir al hospital, y no, no hubo sorpresa (solo malas caras).

Después fui al trabajo y me quedé hasta el cierre, pero esa noche Lindsay y Dominico habían ido a ver a mi novia.

Llevaban más de una hora en la calle.

—¿Qué tal?

Todos enmudecieron. Saltó a la vista que interrumpí una conversación importante.

—Theo, si quieres puedes irte a casa —sugirió Lula—. Cerraré en un rato.

—No pasa nada. Es solo que hace frío y he pensado que podíais conversar adentro —señalé el restaurante—. Me quedaré en la cocina para que tengáis...

—No hace falta. Puedes quedarte si quieres, aunque la conversación no es de lo más agradable.

—¿¡Vas en serio!? —inquirió Dominico.

—Coincido. No creo que Theo quiera escuchar esto —terció Lindsay.

—Ya le he contado todo.

Los miré desorientado.

—Joder —dijo el chico—. Tú sí que sabes cómo cagarla.

Me tensé. Estaba más perdido que un dos en un código lineal.

—Lula, tienes que tomarte las cosas más en serio —habló su amiga—. Esto no es ninguna broma. Angie te amenaza para que renuncies y tú se lo cuentas a todo Dios.

Por fin entendí de qué hablaban. El tema del vídeo volvía a ser relevante porque a excepción de Rafael, todos sabían que fue ella quien lo difundió. Confió en sus amigos, incluso en Angie, creyendo que la ayudarían a esconder el secreto. Y al parecer, fue error tras error.

—Da igual, lo dejo. Mañana llamaré al programa para avisarles.

Miré a todos lados frunciendo los labios. Las expresiones de los demás iban desde el alivio hasta el quemeimportismo. Presioné mis párpados y respiré hondo.

—¡Olvídalo! —bramó Lindsay.

Estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por mantenerme al margen.

—Es la única solución —participó Dominico. Luego se cruzó de brazos y bajó la mirada—. Para empezar, es problema de Lula y es normal que tenga que hacerse cargo de sus cagadas.

La aludida asintió con una sonrisa sarcástica.

—No creo que debas decidir ahora —opiné en voz baja.

—¡Genial! Puedes dejar tu voto en esa papelera de allá.

Ignoré el comentario. Lula, por otro lado, me dedicó un gesto culpable y chilló: —¡Córtate un poco! Ya he dicho que lo solucionaré.

—Vale, lo siento. Pero estaremos de acuerdo en que no necesitamos opiniones de... ¿aparecidos?

Ladeé una sonrisa y entorné los ojos.

—Cierra el pico si no quieres que te lo cierre yo —dijo la otra chica—. Hemos venido a hablar, no a hacer una caza de brujas. Todavía podemos explicárselo a Rafael y solucionarlo.

—Ya, claro y las cosas nos van a salir de putísima madre —ironizó Dominico—. En el mejor de los casos nos perdona, pero pasa de todos nosotros. ¿Y sabes qué significa? Que somos una mierda de personas con alguien que nos ha ayudado siempre. A todos, eh.

Esa última frase me la dedicó a mí. Lo supe por la intensidad de su mirada.

—Algún día tendrá que enterarse —rebatió.

—Mejor que sea por boca de Lula. Claro que omitiendo la parte en que nos vuelve cómplices a todos.

Lindsay se abalanzó sobre él, lo tomó por el cuello y lo sacudió como si nada. Entendí por qué imponía tanto. Era como si metiesen la fuerza de un pitbull en un bichón maltés.

—¡Parad ya! —gritó mi novia—. He tomado una decisión y no va a perjudicaros a ninguno de vosotros.

—¿Y esa decisión tiene que ver con renunciar a tus sueños?

Lula alzó los hombros con indiferencia.

—Vale, ¿qué pasa si de nuevo tienes que elegir? —cuestionó su amiga en un tono desafiante—. ¿Seguirás poniendo tu vida en segundo plano?

—No volverá a repetirse porque se lo diré en dos meses.

—¡Dos meses! ¿Renuncias a todo por dos meses? Si te soy sincera, no sé si reírme ahora mismo.

—Queréis que sea responsable ¿¡o no!? —Sus dos amigos asintieron—. Pues ya está. ¡Dejad de tocarme los cojones y seguid con vuestras vidas!

Dominico rodó los ojos marchándose. Estaba tan molesto como ella.

Lindsay, por otro lado, dijo: —Tienes un problema y se llama ser "subnormal". Nadie abandona sus sueños por dos meses con un chico.

—No es cualquier chico. Lo único que quiero es estar con él cuando las cosas se compliquen —replicó—. Es lo que hacen los amigos, supongo. Pero no lo sé porque no tengo ninguno.

—¿Vas en serio?

La chica suspiró.  —No lo sé. Ahora mismo no lo sé...

—Coño, intento entenderte.

—Vale.

—Lula. Creía que teníamos la confianza para ser sinceras una con la otra. Está claro que me equivoqué.

—Vamos a ver Linds, sois vosotros quienes me estáis tratando como una puta mierda. Y no, no pretendo irme de rositas, pero esperaba más apoyo.

—Ya te he dicho que no renuncies.

—Después de llamarme imbécil.

—Que ganas de darte dos hostias —musitó por lo bajo—. Me rayé por tu actitud. Y vale, tienes razón, no debí criticarte a la ligera. Así como tampoco deberías ser tan radical con nosotros.

—Vas a decir que no preferís a Rafael.

—¿Es que es una competencia?, ¿quieres que firmemos un papel que diga "propiedad de Lula"?

—Déjalo.

—De dejarlo nada —sentenció con firmeza—. Que no te guste nuestra amistad, te lo compro y hasta te entiendo. Pero no vayas diciendo que no nos importas.

—Me reservo el derecho a dudarlo.

—Venga ya. Eres la primera a la que le escribo cuando me pasa algo —dijo irritada—. Dominico, lo mismo, siempre tratará de compensar a Rafael por todas las que ha liado. Y desde que os enrollasteis, lo mínimo que puede hacer es mantener la distancia contigo.

Enmudecí anonadado.

—¿¡Vas en serio!? —repuso Lula.

Esta vez, no se trataba de un secreto que Rafael desconociese, pese a ello, hizo que me sintiera extraño.

Ellos tenían una relación en la que uno lanzaba una piedra y el otro la devolvía con más fuerza.

—¡Mierda! —exclamó al reparar en mí—. No ha sido con mala intención.

—Es que no te creo.

—Joder, lo siento.

—Adiós, Linds.

La tensión era tangible. Es más, sus miradas convergían en un diálogo sanguinario.

—¿Sabes qué? Te quedas sola.

Dio la vuelta y avanzó hacia el coche de su amigo.

El ruido cesó, pero mi mente seguía atrapada en una vorágine.

—Lula —llamé y ella respondió con un sonido incomprensible—. Voy a irme. No en mal plan, es solo que me llevo muchas horas despierto.

Ésta movió la cabeza de arriba abajo, luego quiso asegurarse de algo: —¿Las cosas siguen bien entre nosotros?

—Espero que sí —dije en un tono conciliador.

—Vale. Te escribiré cuando llegue a casa.

De repente, tuve la urgencia de abrazarla y lo hice. Ella no supo cómo reaccionar. Al principio se quedó estática, me preguntó qué me pasaba y al cabo de un rato correspondió a mi abrazo.

Fue entonces cuando emergió esa parte de mí que detestaba, el Theo llorica. El que era susceptible a todo. Odiaba esa versión de mí.

—Para, por favor —le pedí.

—Cariño, ¿qué dices?

Lula intentó moverse, pero se lo impedí. Estaba llorando y no deseaba que me vieran así. Mucho menos ella.

—Lo llevas todo demasiado lejos.          

Ella permaneció en silencio. Alargó la mano y tocó mi cabello con calma. Era consciente de mi estado, así que esperó a que se me pasase el numerito.

—Venga. Ve a descansar.

Sorbí mi nariz con una sonrisa. Lula no era fría, tan solo era malísima resolviendo este tipo de situaciones.

—Quiero seguir, pero si seguís con este rollo de haceros daño acabaré siendo igual que vosotros. Me conozco y sé que en algún punto trataré de imitaros. Y no quiero que eso sea lo normal para mí.

—¿Ya se te ha pasado?

Asentí sobre su hombro y ella retrocedió.

—Sólo sé una cosa. A partir de ahora, no volveré a ligar con chicos en los autobuses.

Me reí y desapareció la incertidumbre.

—Me parece bien. Casi mejor si no vuelves a ligar con nadie.

Me dio la razón con un rápido beso en los labios.

—Perdóname. Nada de esto tendría importancia si tuviésemos una relación más convencional.

La agarré por los hombros y volví a besarla. Es posible que también acariciase su culo.

—A decir verdad, empieza a gustarme lo de no ser convencionales.

—¿Lo dices porque te has besado con Rafael? —inquirió en un tono inocente—. Me lo contó él mismo.

—Joder.

Mis labios se tensaron por inercia. Y las inseguridades no tardaron en plagar mi mente: "¿Es que me había utilizado?, ¿este era otro de sus enfrentamientos con Lula? ¿qué tan destructivos planeaban ser el uno con el otro?".

Solté un resoplido.

—Tranquilo. Solo estaba preocupado —habló al cabo de un rato—. Sabe que te agobias por todo y no quería que se te fuese la olla estando conmigo.

Dudé, sin embargo, tampoco tenía razones para no creerle.

—¿Realmente te da igual?

—Nada de ti me da igual, pero esto no es algo que me preocupe.

—¿Ni siquiera por el contexto?

—¿¡Es que hay un contexto y todo!? —exclamó divertida—. ¿Velas románticas y Ed Sheeran dando ambiente?

—¡Ja! ¡Ja! Me parto de risa.

—Venga no te enfades conmigo. Has sido tú el que ha besado a Rafael.

—Porque estaba confundido.

Se produjo un silencio embarazoso. No tardé en darme cuenta de que había sido mi culpa. A continuación, ella se sentó, meditó un momento y preguntó:

—Theo, ¿te gustan los chicos?

Mordí mis labios. —Me gustas tú.

—Vale, seré más clara ¿te gustan los chicos "además" de las chicas?

Mi primer instinto fue negar con la cabeza. Después comprendí que no estaba siendo del todo sincero.

—Nunca me había planteado mi sexualidad de esa forma.

—¿Y ahora?

—Lo mismo. Ahora estoy contigo y no tengo razones para plantearme algo como eso. Podría ser y podría no ser.

Era una respuesta pobre, pese a ello, Lula me concedió una tregua y se despidió.

—Lula. Has lo que quieras.

—¿Qué?

—Era lo que quería decirte cuando hablabas con tus amigos. Has lo que quieras. Si quieres seguir en ese concurso, adelante. Estaré contigo las veces que hagan falta. Y si quieres acompañar a Rafael porque crees que te necesitará, pues ya está. Merece la pena tomar tus propias decisiones.

Su rostro fue enrojeciéndose de forma gradual. Trató de hilar una respuesta hasta que se vio interrumpida por mi risa.

—Te estás pillando más de mí, ¿no?

—Vete a casa, pesado.

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Siempre tarde nunca intarde xD

¿Qué pensáis de este capítulo?

❥¿Momento destacado?

❥¿Rafa acertó con sus teorías? Y a todo esto, ¿qué pensó él?

❥¿Qué pensó Lula?

❥¿Qué harán ahora?

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