3: Quiero ser 💄
No daba igual.
Aquella mañana me había propuesto dejarme de "indirectas", el chico no las entendía y, no iba a dejar que el destino me impusiese su voluntad. Subí al autobús decidida.
"¿Quién dijo que había que dejar que todo fluya?" Las cosas se hacían a mi modo o no se hacían, el puto destino podía comerme el coño mientras tanto.
Ya en este punto, no comprendía el porqué de mis motivaciones, lo que sí tenía claro es que pensar en ese chico evitó que me comiera la cabeza toda la noche.
Había ideado más de cincuenta situaciones en las que terminábamos en mi cama y, aunque solo fuese yo quien lo creyera, teníamos un vínculo. Uno lo suficientemente conveniente como para impedir que Rafael, Gonzalo y Sylvia se apropiasen de mi cerebro.
Cuando el autobús hizo su quinta parada, noté cómo el chico ocupaba uno de los asientos de la primera fila.
No había nadie a su lado, de manera que, lo único que debía hacer era sentarme junto a él y hablarle. Dos pasos, sin más.
"Es fácil" me dije para alentarme. Estaba determinada a hacerlo, sin embargo, NO ERA FÁCIL.
Al final decidí improvisar sobre la marcha.
—Hola.
El chico miró hacia todos lados buscando una razón que justificara mi presencia. Probablemente creyendo que no había más asientos vacíos, no obstante, el autobús iba a la mitad de su capacidad.
Cuando por fin comprendió que estaba allí por él, tomó una posición rígida e incómoda.
—Soy Lula —inicié y esperé que él también se presentara.
—Theo —habló con las mejillas enardecidas.
De modo que Theo. Sonó agradable tras repetirlo en mi cabeza.
Y allí estaba de nuevo, la sonrisa tonta en mi cara. Era la primera vez que veía sus ojos y recuerdo haber pensado que no podían ser más lindos, a pesar de que había visto ojos verdes hasta el aburrimiento.
Dejé de mirarlo tan fijamente, pues lo último que quería era zamparme una trufa blanca como si se tratase de cualquier hongo. Me tomaría mi tiempo para degustar, aunque antes tendría que comprobar si la trufa estaba dispuesta a dejarse comer.
—Theo, ¿te molesta que te hable? —pregunté y anticipando que no comprendería, aclaré: —Estoy a años luz de ser una acosadora, por eso quiero estar segura de no molestarte.
—Yo tampoco soy un acosador ni nada —se precipitó a decir.
Al instante, estaba riendo sin poder creer las ideas que se había hecho en un segundo. No pensé que se lo tomaría como una acusación.
—Perdona, me explico del asco, —tomé la responsabilidad de su confusión— quise decir que me gustaría hablar contigo, pero sin que eso sea razón para que te cambies de vecindario.
Esta vez no me dijo nada.
—Uhmm ¿vives hace mucho por aquí?
Hizo el intento de apagar los cascos, pero en su lugar terminó subiéndoles el volumen hasta que no le quedó más remedio que arrancarlos de sus oídos. Pude escuchar "Let it die" de Starset gracias a él.
La reconocí porque era una de las canciones favoritas de Rafael y, me había hecho escuchar cientos de veces cómo la adaptaba a su teclado. ¡Joder! ¿Por qué debían tener cosas en común?
Esa canción era demasiado personal para él. Por un momento me hizo pensar que estaba frente a la versión buena de ese capullo.
—¿Te gusta Starset?
—¿Conoces la banda? —me miró sorprendido antes de recordar que estaba haciendo el papel de chico mudo.
Al parecer, necesitaba más que un par de "empujoncitos" para responder a mis preguntas.
—Bueno, no del todo. A mí solo me va Bad Bunny, Rauw, J Balvin —bromeé para hacer que se relajara—. Lo que pongan en la disco y que sea bailable.
—Ya veo.
"¡Mierda! ¿Se lo creyó en serio?".
Golpeé mi cara con escepticismo. Allí quedó confirmado que, no pilló mis indirectas y que, no lo hubiese hecho ni aunque dijera que me gustan los chicos que se llaman "Theo".
—Solo bromeaba —aclaré con una sonrisa. Sentí que le estaba perdonando la vida por el modo en que se puso—. Conozco a alguien que le gusta esta banda y re-compone las canciones para adaptarlas a sus covers.
Hice una mueca para mí misma. No podía creer que le estaba hablando de Rafael con esa tranquilidad cuando pretendía ligármelo. Era tan cretina como él.
No estoy segura si llegó a responderme, sin embargo, yo callé. Me vi a misma y no me gustó comprobar que estaba cayendo así de bajo. Iba a utilizar a alguien, que era mejor que nosotros dos juntos, solo para molestar a un imbécil como Rafael.
El viaje finalizó entre silencios incómodos.
Estaba convencida de que lo correcto habría sido olvidarme de este asunto, pero fue el mismo Theo quien decidió meterme en su vida pues, armado de un valor desconocido, se atrevió a pedir mi WhatsApp.
Quizás debí negarme por su propio bien, sin embargo, era lo que más odiaba que hicieran conmigo y, no lo iba a hacer yo por los demás. Que cada quien elija si las personas que entran en su vida son buenas o malas.
Le dicté mi número, casi hipnotizada por su cara de chico bueno.
Para este punto, tal vez ya no sea necesario dar una larga introducción sobre mi rutina diaria. No obstante, es necesario aclarar que mi humor —en el trabajo— no fue el acostumbrado.
—Lula, ¿puedes salir un momento? —Olivia aprovechó que todavía no era la hora de la comida—. Ayer estuve con un amigo...
En el instante que Olivia mencionaba a sus amigos, comenzaba a divagar hasta ponerme al tanto de cada detalle sus vidas. Que si lo conoció en la universidad. Que si está soltero. Que si trabajó al lado de un chef de fama mundial. En fin, una hora después, sabía más de ese amigo que de mí misma.
—Entonces Enrique me dijo que trabaja en una Academia de Gastronomía.
—Hombre, ¡qué bien! —exclamé fingiendo estar más interesada que ella—. Pero no creo que eso tenga nada que ver conmigo.
—Déjame terminar, necia —me detuvo con la esperanza de hacerme cambiar de idea—. La especialidad de Enrique es la cocina molecular. Y he pensado que es lo que necesitas para ganar confianza. Con toda esta moda de la cocina vanguardista, seguro te animas a...
—Lo siento Olivia —Sacudí la cabeza de lado a lado—. Hostia, que es un detallazo que hayas pensado en mí, pero no puedo hacerlo.
—Dime una razón.
—Te digo veinte si quieres, pero da igual porque no puedo —le respondí mirando hacia el restaurante.
—Le he dicho a Carlo que tome tus mesas —me informó—. Lula, voy a ser honesta contigo. Te veo y sigues siendo una niña, intento ayudar, aunque veo que no tiene sentido.
—Lo sé y...
—Voy a despedirte si no aceptas —dijo con firmeza—. Si vas a echar a perder tu vida, al menos, no quiero tener algo que ver.
—¡Joder!
No podía creer que Olivia fuese capaz de llegar tan lejos. En la situación que estaba, no podía perder el trabajo y seguir como si nada. Comprendía también que perdería su amistad si dejaba que las cosas llegasen más lejos.
—Ya le dije a Enrique que irías a verlo.
—Olivia. No puedo pagar las clases, mi madre...
—No tienes que pagar nada —me cortó y agradecí que me ahorrase esa explicación—. Enrique me habló de unas becas. Que no te la dan, pues ya vemos que hacemos.
No me gustaba deberle favores. Ni a ella ni a nadie. Las personas me trataban como una obra de caridad, y poco favor le hacían a mi orgullo.
Al entrar de nuevo, Carlo me recibió con un gesto de suficiencia. Ya bastante había hecho intentando tirarse a Rafael como para tratarme de ese modo.
—Sal de mi camino.
—¿Problemas en el paraíso, Marín?
Me planté frente a Carlo, no era tan alto, así que tenía sus ojos a la misma altura que los míos y le dije: —Te jode que Rafael te haya dado plantón ¿cierto?
—¿Sabes que es tu novio del que hablamos?
—Ajá —respondí. ¡Rafael era un bruto! No podía creer que estuviera pasando por esta situación por su culpa—. Él puede hacer lo que le venga en gana, aunque me alegra que no sea contigo.
De nuevo en casa, lo primero que vi fue el coche de Rafael. Tenía un Maserati bastante llamativo, de modo que no pude pasar de largo sin notarlo primero. Sólo él podía hacerme sentir pequeña, y a la vez importante.
Verlo frente a mi puerta hizo que mis piernas flaquearan.
No era ciega, sabía identificar una relación tóxica a quilómetros de distancia. Y poco me importaba. Lo correcto no me hacía feliz, tampoco esto, pero al menos hacía lo que quería con quien quería.
Nos dañábamos hasta no dejar nada, luego empezábamos de cero. Siempre acompañándonos. Siempre testigos de la monstruosidad del otro.
—Lula —llamó inseguro.
Él solía rascarse la nuca cuando no sabía qué decir, estaba claro que las disculpas no eran lo suyo.
—¿Podemos hablar?
Suspiré agotada como afirmación, después abrí la puerta y lo invité a pasar: —Le hubieras dicho a Gonzalo que te deje entrar.
—Le dije —se quejó siguiéndome el paso.
Durante varios minutos lo único que hizo fue mirarme sin pronunciar otra palabra. Tal vez pensando que yo iniciaría la conversación, tal vez pensando que su presencia alcanzaba para arreglarlo todo, tenía varias teorías pero dejé que fuese él mismo quien diese las explicaciones.
Lo que era innegable, es que me estaba muriendo por leer su mente. No podía hallar ninguna pista en su forma de vestir ni en el aroma que desprendía.
En otras circunstancias habría presupuesto que trataría de seducirme. La camisa a medio desabrochar, el remangado hasta la mitad del brazo, ese aroma intenso que me invitada a inhalarlo desde la cercanía de su piel. Todo aquello no era algo nuevo para él, así que aguardé un poco más.
—¿Vas a mirarme toda la noche? —le reclamé.
—No suena mal —respondió inocente antes de rendirse: —Los últimos días han sido una mierda.
Estaba esperando una cantidad de tiempo incalculable, pues Rafael pensó que yo continuaría la frase por él.
—Eh... —volvió a empezar—. Nada iba en serio. Al menos de mi lado.
No me sorprendió que tratase de echarme en cara mi error. Los que lo conocíamos, sabíamos que era más raro que se disculpase a que hiciese una escena de este tipo.
—Lo siento —finalizó sus pobres disculpas con una de sus sonrisas.
—Olvídalo.
También sonreí.
Entendía qué era lo que Rafael estaba dispuesto a ofrecer y no valía la pena sufrirlo una vez más. Nunca hubo mentiras.
Pero aun así duele —pensé.
—Hay otra cosa que quiero decirte.
De pronto, el silencio me resultó aterrador. Ya no quería leer su mente.
Tenía la guillotina a centímetros del cuello y lo único en que podía pensar es; "estoy enamorada".
—No tiene nada que ver con lo que ha pasado en los últimos días, ya lo venía pensando de antes.
—¡Coño! No me asustes, —bromeé para escapar de la realidad— que tú pensando es algo serio.
Recibí otra puta sonrisa compasiva.
—Lula, ¿y si lo dejamos de verdad? —propuso de tal forma que, sentí drenada una mitad de mí—. No como las otras veces.
El dolor se ciñó a mi cuerpo como si me estuvieran arrancando el aire.
Actuaba como si yo nunca hubiese intentado alejarme. Esta maldita relación me había llevado al límite en muchas ocasiones, y si llegamos tan lejos fue porque ignoré todas las veces en las que mi corazón se rompió.
—Yo... —continuó—. No sé cómo decirlo.
—No lo digas.
No estaba dispuesta a escuchar que lo hacía por mí. Si ese fuera el caso, habría terminado conmigo antes de llegar a este punto.
—No te amo y tampoco quiero llegar a hacerlo —afirmó algo tan evidente como innecesario, a menos que el objetivo haya sido lastimarme—. Es difícil explicar.
—¿Por qué explicarlo? —solté en un tono irónico—. Rafael, no voy a tratar de convencerte de nada. Si quieres terminar, está bien.
—No es eso... —murmuró volviendo a rascarse la nuca—. Una vez dijiste que teníamos fecha de caducidad.
¡Joder! De nuevo, no. Ese hombre era un estudiante pésimo, no obstante, tenía una memoria digna de reconocimientos. No sé cómo reprobaba tanto si era un Einstein recordando gilipolleces.
—¿Entonces crees que hemos pasado la fecha de expiración? —bromeé por segunda vez.
—No puedo enamorarme de nadie —cambió el quiero por el puedo. Rafael era capaz de enloquecer a cualquiera con sus líos mentales. De momento no sabía si estaba haciendo un juego de palabras o solo presumía de su escasa capacidad de oratoria—. ¿Seguirás siendo mi amiga?
Elevé mis hombros. No era lo que realmente quería decirme y lo supe por la manera en que me miraba.
—No puedo enamorarme de ti. Sería injusto.
Enmudecí. Mientras tanto, Rafael tomaba una gran cantidad de aire para, por fin, relajarse.
—Me has perdonado ¿cierto?
—Si digo que no, ¿qué vas a hacer?
—¿Quieres mi coche? —lo miré mal y rápidamente se retractó—. Entonces, ¿quieres unos zapatos?, ¿un bolso? ¡Venga, no estás colaborando! —protestó de manera infantil—. Ya sé, ¡voy a presentarte a tu próximo novio! Decente y follable, ¿me apunto algo más?
Solté un bufido antes de revisar el mensaje que me había llegado al móvil.
"Hola, soy Theo. El del autobús por la mañana ;)" Me reí imaginando qué había motivado a ese chico a utilizar aquel emoji. No lo veía mal, es solo que viniendo de él me pareció un acto de valentía increíble.
—Puede que ya haya conocido a alguien así.
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DE NUEVO, RAFAEL. ¿Qué pensáis de él? :3
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