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27: Si estamos preparados 🌊

Llegué antes de que comenzara a llover. Fui directo a la ducha, me puse ropa limpia y completé todas las tareas inconclusas. Al final, me senté junto a la ventana. Contemplaba el paisaje sin más hasta que descubrí algo impactante. Allí mismo. En medio de esa tranquilidad.

No había herida ni nada que se le pareciese.

Puede que todavía fuese muy pronto, pero no me estaba ahogando en un vaso de agua. Decidido, saqué el ordenador de la mochila y salí del dormitorio. Rafael solía quedarse frente a la televisión. Tardaba una eternidad eligiendo qué ver, aunque siempre escogía lo mismo.

Avancé poco a poco y hablé:

—Hay una copia en el disco duro. También revisé los antivirus, y la seguridad de la nube. Hice algunos cambios en el programa, pero no tienen mayor importancia. De momento está bien, pero sería aconsejable que lo revisara alguien más.

—Vale.

Tomó el portátil, se desperezó y volvió a lo que estaba haciendo (que por supuesto, era nada).

—Vale —repetí imitando su calma.

—¿Te pasa algo?

—Que va —moví la cabeza de lado a lado—. Solo he hablado con dos de mis profesores, he trasteado por más de ocho horas seguidas, y he...

Callé. ¿Por qué me molestaba tanto?

¿Era la respuesta insípida? ¿el vídeo? ¿o el hecho de que nuestras diferencias se acentuaban cada vez más?

—Olvídalo.

—¿Y por qué estás enfadado ahora? —gruñó masajeándose las sienes—. Esta dinámica de un día bien, el otro no tanto, se ha vuelto...

—¿Aburrida? —lo interrumpí con mi sonrisa más falsa—. Ya lo has dicho antes.

—Vale, hoy no estás de humor —comentó enarcando ambas cejas—. Creí que podíamos tener conversaciones normales, pero lo pillo. Yo el malo, tú el bueno. De vuelta al principio.

Tras pensármelo, decidí sentarme en el extremo opuesto del sofá. Me quité las gafas, crucé las piernas y lo miré sin decir una sola palabra. Al principio, no le dio importancia, sin embargo, su rostro se fue tensando de forma gradual.

—¿Sabes por qué no podemos tener conversaciones normales? —Rafael abrió la boca, pero fui más rápido que él: —Porque es tu casa. Da igual que seas majo, voy a sentirme incómodo, como si me observaran todo el tiempo.

—Yo no voy por ahí vigilando a la gente.

—Lo sé.

Me levanté haciendo el esfuerzo de una tonelada. Mis músculos se volvieron rígidos y el sueño acudió por sorpresa.

—¿Y si decimos las cosas que nos molesten del otro? Puede que ayude.

—Lo dudo.

—Inténtalo —me animó de repente.

Carraspeé confundido a la vez que acomodaba mis gafas. En la voz del chico no había ni mofa ni humor.

—Así a bote pronto. Sería un detalle que dejaras de tocar por la madrugada.

—Imposible. Es cuando más me inspiro.

—¿Lo dices en serio? —cuestioné escéptico—. Vamos a ver, puede que tus "conciertos" comiencen bien, pero siempre acabas aporreando las teclas como si no hubiese mañana. He llegado a pensar que intentas torturarme.

—Puede.

Solté una carcajada y di media vuelta. Estaba claro que él no conocía el diálogo ni la amabilidad.

—Que yo también tengo quejas, eh —pronunció en un tono jocoso—. ¿Podrías no despertar tan temprano? Cada vez duermo menos por tu culpa.

¿¡Temprano!? Me despertaba a las ocho de la mañana. Además, era irónico que se quejara de no dormir cuando era lo único que hacía.

—Iré a que me dé el aire. No voy a dar un portazo, pero imagina que sí.

Rafael no añadió más sinsentidos, en cambio, me siguió con la mirada. Torció los labios, e incluso llegó a resoplar por lo bajo.

Al cabo de un rato, la puerta se abrió de golpe.

Me quedé de piedra. A poca distancia, éramos observados por un hombre de mediana edad. Tenía hombros anchos, un rostro fuerte y el porte de una aplanadora.

—Papá ¿qué haces aquí? —Rafael fue el primero en hablar.

—No me cogías el teléfono, así que te he traído el nuevo contrato. La última vez no pudimos comentarlo, y estoy para eso —explicó entregándole una carpeta negra—. Leo Hummel, por cierto.

—Theo... ¿Lersundi? —le cogí la mano creyendo que iba a extenderla.

¡Jesús! Dos segundos y ya me había avergonzado.

Lo miré por segunda vez. El señor Hummel era diferente en varios aspectos. Su apariencia era mucho más "nórdica", y su acento revelaba una procedencia extranjera.

Dejó la chaqueta en el perchero y pasó directo al salón. Desde luego, ahora tenía más razones para salir de la casa. Saqué mi móvil dirigiéndome, otra vez, hacia la salida.

—Tienes que quedarte —sentenció Rafael en voz baja—. ¡Venga! Solo hasta que le agobies. Es algo que se te da de cine, y no te llevará mucho tiempo.

Mi piel volvió a erizarse. Me había asaltado una emoción tan violenta que tuve que morderme los labios.

—Como se nota que nunca has pedido favores.

Hice girar suavemente el pomo de la puerta.

—¿Y qué tal esto? —sugirió con urgencia—. Si me ayudas, estaremos en paz. Ya no me deberás nada.

—¿En serio?

—Quizás solo un ochenta por ciento.

Me giré sobre mis talones. —Prefiero vender mis órganos.

—Vale, vale, tú ganas —me detuvo al borde del pánico—. Solo sígueme la corriente y no digas nada.

El señor Hummel tomó el vaso de whisky y bebió un sorbo.

—De modo que vivís juntos.

Asentí. El hombre guardó silencio. Estaba estudiando lo que acababa de decir. Su rostro no dejó pistas, y por un instante temí lo peor.

¿Por qué es tan aterrador?

—Vale —musitó aclarándose la garganta—. Me da igual lo que hagáis dentro de esta casa. Lo único que os pido es que evitéis escándalos. Al menos hasta que firmes eso.

—Todavía no lo he decidido.

Me removí incómodo. Las miradas confluían desafiantes, a la vez que aumentaba la tensión.

—No sé por qué le das tantas vueltas. Tus opciones son "ceder, o arruinar a tu familia".

—Probablemente.

—Rafael, escúchame bien. Si no haces esto, podría perder la presidencia. Nadie va a invertir en una empresa en la que su mayor accionista es un niñato que ni siquiera tiene planes de acabar la universidad —espetó tajante—. Incluso si no comprendes el problema, sabes que las cosas no van bien.

El aludido retrocedió con obstinación. Luego, juntó las palmas y respiró hondo —¿Podemos dejarlo para otro día? Supongo que ya lo has notado, pero me pillas en mal momento.

Permanecí callado. Los ojos de ambos me escrutaron. No quería decepcionar a nadie, y reconozco que era un sentimiento contradictorio. O contentaba a Rafael, o contentaba a Leo.

¿Qué coño me pasa?

—Sí, ya lo veo —pronunció el mayor—. Supongo que sois pareja ¿no?

Quise contestar, pero Rafael fue más rápido. —Exacto.

La adrenalina se disparó de inmediato. Miré al chico. Evidentemente, tenía un gesto culpable.

—Entiendo —dijo a la vez que se levantaba del sillón. Después, puso con suavidad una mano sobre mi hombro—. ¿De qué os conocéis?

—Tinder.

—Esta vez hablaba con él —apuntó amable— ¿Estudias?

—Sí —respondí breve, pero sus ojos no se apartaron de mí—. Hago un grado en datos e inteligencia artificial.

Su expresión no cambió, sin embargo, hizo un ademán para denotar admiración.

—Eres inteligente —observó sentándose a mi lado—. ¿Qué piensas de esto?

Su cabeza apuntaba hacia la carpeta negra. Rafael, por supuesto, tomó silenciosas bocanadas de aire. No lucía preocupado. Rascó su nuca, y a continuación, hizo un leve movimiento.

¿Qué quería decir?

¿Es que ahora confiaba en mí?

¿O, por el contrario, ya no le importaba si metía la pata?

—No conozco la situación a fondo.

—¿Y si el fondo es tan inofensivo como la superficie?

—Todavía no es asunto mío —solucioné tras meditar mis palabras—. Los temas familiares tienen la particularidad de nunca ser objetivos. Y dependiendo la perspectiva, sé que voy a equivocarme. El verdadero dilema es con quién.

—Puede que tengas razón —expresó hastiado. Al instante, tensó la mandíbula, de lado a lado, y prosiguió: —Hoy en día lo censuráis todo. Vuestra generación es un fiasco.

No tardé en oír una risita a mi costado. Rafael me felicitó sin disimulo. Quizás había previsto ese desenlace, o quizás se estaba burlando de mí. Sea lo que sea, su padre resopló irritado.

¡Jesús! ¿De verdad agobio a las personas?

—¿Desde cuándo estáis juntos?

—No estamos juntos —mascullé indignado. Segundos más tarde, tomé consciencia del gran error que había cometido.

Mordí mis labios y esperé a que nos salvase una inundación (o cualquier plaga del apocalipsis).

—¡Venga ya, papá! —intervino Rafael—. Las relaciones ya no son como en tus tiempos. Hoy en día se puede hacer de todo sin la necesidad de etiquetarnos.

Asentí, de nuevo. La habilidad con la que reaccionó fue impresionante.

—¿De todo?

—Vivir juntos, ir a viajes, pasar la noche...

—Vale, vale —lo interrumpió masajeándose el puente de la nariz—. ¿Y tú qué piensas?

Mi corazón se contrajo en un puño. Prometí seguirle la corriente, pero ¿cuál era el límite?

—Me gusta —afirmé.

Leo no pareció convencido. Entrecerró los parpados y se me quedó viendo en silencio. Habría huido sino fuera porque odiaba estar en deuda con la gente. Conociéndome, no habría dejado de arrepentirme.

No podía abandonar. Tenía que hacer algo.

Pero ¿qué? Y sobre todo ¿cuál era el límite?

¡Joder! No entendía nada.

—Quizás me explique mejor si...

Así, sin más, cometí la peor equivocación de mi vida.

Impulsé mi cara a tal distancia que los ojos de Rafael me vieron desconcertados. No hubo respuesta. La respiración le había sido arrancada de cuajo. Abrió la boca, pero volvió a cerrarla con la misma brevedad. Al cabo de un rato, se apartó sutilmente.

Lo había llevado demasiado lejos. Lo supe nada más verlo.

—Perdona. A veces se nos olvida que no estamos solos —se dirigió a su padre, pese a que su rostro había perdido todo el color.

A ese momento le siguió una extraña calma. Leo caminó despacio, carraspeó repetidas veces y encendió un cigarrillo junto a la ventana. —Es tarde. Me iré primero.

—Eh... sí —balbuceé a modo de despedida. El hombre respondió con un gesto educado y se giró hacia Rafael—. Te llamaré al móvil, no olvides cogerlo.

Tras esa declaración, dio largas zancadas en dirección contraria. Rafael no tardó en acompañarlo, y lo siguiente que oí fueron mis propias pulsaciones.

¿¡Por qué tengo que ser tan extremista!

Quería demostrar que no era una persona hermética, y lo único que conseguí fue avergonzarme.

¡He fracasado como ser humano!

Rafael volvió al salón, pero no regresé a mirarlo. En cambio, me quedé allí. Durante un tiempo, ni siquiera pestañeé. Mi mente todavía estaba en blanco. Era como si otra persona hubiese tomado el control.

—Que carga —soltó un largo suspiro antes de desplomarse sobre la alfombra.

Cuando el chico cerró los ojos, relajé mi espalda y subí las piernas.

El tiempo no se detuvo. Estuvimos así por más de media hora.

—Eh, tío —llamé en voz baja. Tuve la sospecha de que se había dormido, no obstante, respondió con un sonido incomprensible—. Perdona por lo de antes. No pretendía...

—Lo sé.

Siempre me había limitado a respuestas vagas, y ese "lo sé" daba por finalizada una de las conversaciones más incómodas de mi vida. Pese a ello, no me moví de mi sitio.

Alcé la mirada y descubrí un cielo recubierto por nubes negras. Pronto, la lluvia comenzó a impactar contra las ventanas mientras los relámpagos destellaban consecutivos. Tal vez fuese el ambiente, o tal vez fuese un arranque de valor, pero me erguí cómodo frente a él.

—¿Sabes una cosa? —El chico se incorporó con cuidado—. No tenía humor para una charla, y la he librado gracias a ti. Los problemas me agotan.

Solté una risa involuntaria.

—No esperaba que fuese gracioso —reconoció confundido.

—Es gracioso porque lo dices tú precisamente. Vamos a ver, has tenido tantas facilidades que tus problemas parecen sacados de un artículo de Vanity Fair. Pero tranquilo, es culpa del sistema.

—¿Y qué problemas has tenido tú? —inquirió con saña. No lucía enfado, aunque quién sabe—. Hasta donde yo sé, casa, comida y estudios son facilidades —Enarcó las cejas—. Vamos, la única diferencia entre nosotros es que yo sí reconozco mis privilegios.

—¿¡Privilegios!? Para mí, nada es fácil. Tengo que pensar las cosas si no quiero que mi vida se vaya a la mierda.

Por un instante, la escena quedó desenfocada. Yo no entendía el por qué de las cosas. ¿Por qué había tocado ese tema con él?, ¿por qué no me sentía amenazado?, ¿por qué...?

—Sí que pienso las cosas. No me gusta ofender a nadie —dijo al cabo de un rato—. Excepto cuando lo hago a propósito. Allí sí que espero que se ofendan.

Asentí. Él asintió a su vez.

Miré de reojo hacia la carpeta. El primer contrato era un borrador con muchas líneas subrayadas. Las cifras eran tan largas que ni siquiera pude contarlas. Estiré mi cuello, sin embargo, fui atrapado en el acto.

—¿Qué piensas? —preguntó tras haber tocado sus párpados.

Pretendí no entender a qué se refería, pero su persistencia estaba a otro nivel.

—De momento no parece un mal trato —dije tras haber hojeado las primeras páginas—. No es que sepa nada de esto, pero quiere comprarte las acciones por dos veces su valor. 

—No me importa.

—Ya, claro. Tendrás otro plan ¿no? —probé a adivinar. Rafael, desde luego, movió la cabeza—. Entonces lo tuyo es necedad, tío.

El chico sonrió. Tal vez porque sabía que me estaba equivocando.

—O hago un plan, o quedo como un necio —reflexionó en voz alta—. Se te da bien sacar conclusiones.

—Aunque vaya con sarcasmo, gracias.

—No es necedad —añadió en voz baja—. Simplemente no creo que sea correcto.

—¿Por qué?

—Fueron de mi madre y no sé si ella habría querido que lo hiciera.

—Tu madre está...

—¿Muerta? —se atrevió a completar en un tono sereno—. Sí, y ya ha pasado mucho tiempo, así que no nos pongamos plastas. Lo único que digo es que no quiero hacer algo que ella hubiese desaprobado.

Bajé la mirada. Una parte de mí odiaba humanizarlo, pero la otra buscaba saber más. —Dudo que sus intenciones hayan sido agobiarte. Estará bien, mientras tú lo estés.

Sus labios dibujaron un gesto dubitativo. Tomó los papeles y recorrió las letras, con la yema de los dedos, a medida que iba leyéndolas.

—Paso —se rindió tras unos pocos minutos. Talló su cara con ambas manos y, por segunda vez, se tendió sobre la alfombra—. ¡Vamos! Otra cosa que no se me da bien.

—No lo haces tan mal con el teclado.

—¿Me estás animando? —cuestionó irónico. Enseguida, apoyó su peso sobre los codos y me dedicó uno de sus gestos más arrogantes—. ¿No habías dicho que se oye como si te estuviesen torturando?

—¿Qué sabré yo? La música es complicada.

—La música no es complicada —replicó alegre—. Es cierto que necesitas algo de práctica para entender cada variación y contraste, pero definitivamente no es complicada.

—Ya, lo dudo —objeté ensimismado—. Eso no lo dice nadie. Tampoco cuenta si estás haciendo la carrera.

—Pero si no hago la carrera.

—¿Lo dices en serio?

—No vayas a sorprenderte —me advirtió blandiendo el dedo—. Hago un doble grado en derecho y administración de empresas. Universidad privada, por supuesto.

Solté una carcajada escéptica. Rafael cumplía con todos los tópicos asociados a su posición social. Y aun cuando se estaba burlando de sí mismo, hallé un deje de frustración en él.

—Creí que los ricos no tenían que preocuparse por las carreras sin futuro.

—Cierto. Pero no tengo ninguna aspiración con la música.

—Pensaba que sí.

—Ya —pausó para revisar la hora. Miró los dígitos y volvió a recostarse—. Yo pensaba que hacías algo de informática.

Me abstuve de rodar los ojos. Si bien era algo obvio, no tenía sentido que fuese engreído. —La inteligencia artificial es todo informática. De hecho, los primeros semestres se parecen bastante a las demás ingenierías.

—¡Hala! —exclamó posicionando sus manos detrás de la cabeza—. Parece importante.

—Espero que sí —hablé para mí mismo—. Nunca tuve claro qué carreras me gustaban.

—¿Y cómo sabes que no vas a arrepentirte?

—Ni idea. Por primera vez, estoy dejando que la suerte haga todo el trabajo.

Rafael no dijo nada más. Cerró los ojos y aspiró con calma. De pronto, el cansancio se convirtió en una bomba de emociones: relajación, agrado, e infinitud.

—¿Qué hay de ti? ¿Cómo sabes que no vas a arrepentirte?

—Sé que lo haré —habló impasible—. Es un rollo mío, pero lo prefiero. Me ayuda a no obsesionarme con nada.

—¿Siempre eres así de enigmático?

—Que va —su mirada se quedó fija en el techo—. Es solo que huyo del aburrimiento. Quizás por eso me gusta Lula, con ella siempre tengo algo en qué pensar. Está mal que lo diga, pero no podría estar en una relación cero por ciento tóxica.

—Sin duda, es la segunda persona más complicada que conozco.

Rafael rio en voz alta. —Dime una cosa, ¿qué la hace especial para ti?

—¿Por qué? ¿Volverás a renunciar a ella para que estemos juntos?

—Puede. Pero solo si me lo pide.


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Qué pensáis? O.O

De Theo? de Rafa? de Lula? Idk...

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