25: A veces radiantes 🌊
—No puedo hacerlo, lo he prometido. —Fueron las palabras de Lula antes de que perdiese el control de mi boca.
Lula me miraba de una forma rara. Su piel comenzó a matizarse de un tono rojizo y sus mejillas se inflaron. Lucía impotente. Puede que indignada.
—Es que no soporto lo tonta que eres —Le dije. Todavía no estaba seguro de la nitidez de esa memoria, aun así, era consciente de que excedí los límites—. ¿¡Qué es exactamente lo que quieres demostrar, que eres sensible y abnegada!? Porque no eres ninguna de las dos cosas, y empiezo a aburrirme de esto. No te pega esforzarte tanto, no te pega ser una buena novia. Y ya deberías saberlo, pero tampoco pega llorar. ¡Joder! Para de una vez.
La imagen de mi novia llorando logró que desease enterrarme a diez metros bajo el suelo.
Me bajé de la cama. El sol estaba a punto de salir, y había tenido mucha suerte evitando a Rafael. Él dormía la mayor parte del tiempo, así que no era una tarea complicada.
De pronto, se oyó el tenue ruido de alguien calzándose. Pude haberme ido sin problema, pero tenía algo que preguntarle. Algo importante.
—¿Me estabas esperando?
Alcé la vista, Rafael lucía impecable. Cabello, ropa y accesorios me avisaron que no dejaba nada al azar. Además, llevaba el mismo portátil que utilizó durante la "reunión" con sus amigos.
—Sí —contesté.
Sus labios dejaron escapar un sonido sarcástico.
¿Es que estoy tonto? Pensé.
Rafael pasó por mi lado, cogió una bolsa de granulado y lo aderezó con gotas vitamínicas.
—Pregunta —dijo como si me estuviese concediendo permiso. Sin saber qué hacer, apreté los dientes e inhalé con fuerza.
—Se trata de Lula.
—Vaaale... ¿Y crees que soy adivino? —rio dejando el portátil sobre la vitro. Después llevó la mezcla hasta la pecera—. Lamento decepcionarte. No tengo esa habilidad.
—Ya, claro. Dudo que puedas decepcionar a nadie —dije lo más sereno posible. El chico, por otro lado, se quedó en un limbo tratando de averiguar si había sido insultado, o no—. Básicamente quiero saber lo que pasó la noche que estuvo aquí. ¿Sabes por qué peleamos?
Éste amplió su sonrisa. No sabría cómo explicarlo, pero hubo algo. Como si me advirtiese que otro Rafael saldría a la luz.
Me miró sin decir nada y el silencio se prolongó más de lo que había durado esa conversación. Tal vez estaba reflexionando. O tal vez quería molestarme.
—¿Por qué te lo diría? —habló por fin.
¿Así que también puedes ser protector?
—Quiero arreglar las cosas.
—Claro.
Se sacudió perezoso antes de encender el ordenador. Enseguida noté que el sistema tenía un bucle de inicio. A Rafael, en cambio, no pareció sorprenderle.
—Es importante. Le he soltado cosas que han estado fuera de lugar, y ya la conoces. Se lo toma todo muy en serio.
—¿Quieres saber qué pienso? —dijo de forma retórica. Tras esto se acomodó en la isla del comedor—. Pienso que te esfuerzas demasiado. Y no digo que ella no lo merezca, sino que no hay nada auténtico en eso que haces.
—¡Impresionante!
—¡Y que lo digas! Lula encaja con el tipo de chicas que te gusta, así que haces cualquier cosa por impresionarla.
Erguí mi espalda. Ya no estaba nervioso. De hecho, me alivió haber llegado a ese nivel de confianza. Ahora podía criticarlo a la cara sin cohibirme.
—En primer lugar, me alaga que pienses que soy impresionante —hablé. Rafael no se dio la vuelta, sin embargo, noté cómo enarcaba una ceja—. Y, en segundo lugar, eso de los tipos se ha quedado obsoleto. Pasamos de las chicas Gibson a un canon mucho más inclusivo.
El chico tardó en procesar la información. No solía ser tan rebuscado con las referencias, pero mereció la pena cuando lo oí resoplar.
—¿Entonces Lula no es tu tipo?
Giró la cabeza hallándome con sus gélidos ojos. Tenía una mirada inflexible.
—No lo sé —respondí. Rafael, por su lado, entrecerró lo párpados con escepticismo—. Supongo que sí, pero eso no tiene na...
—Ya, claro.
Ni siquiera esperó a que rectificara mis palabras, ya que —de nuevo— estaba hipnotizado frente a la pantalla. Esta vez me acerqué un poco más. Él parecía preocupado, aunque la distancia me impidió corroborarlo.
Por alguna razón quise tener un ángulo más claro e incliné la mitad del cuerpo.
—¿Y cuál es tu tipo? —pregunté al ser atrapado. Él me miró con un gesto de incertidumbre, pero no retrocedí.
En consecuencia, Rafael se cruzó de brazos, ladeó una sonrisa y decidió seguirme la corriente:
—¿De tías o de tíos?
Hablaba con tal naturalidad que me sentí ridículo al romper el contacto visual. Tosí en el puño y respondí igual de calmado. —Tías.
El chico se rascó la nuca. Parecía bastante concentrado en sus pensamientos, tanto así que caminó cortos pasos antes de abrir la boca: —Básicamente me van todas, pero tengo especial debilidad por cabellos cortos y cuellos largos.
Lula. Di por hecho que la estaba describiendo.
Luego nació una pequeña duda. Inocente, cual blanca nevada.
—¿Y tíos?
—Lo mismo, pero con gafas.
Contuve la respiración. Sus ojos permanecían fijos en el bucle del ordenador, estaban vacíos. Pero su mente no. La sonrisa arrogante me advirtió que llevaba muchísima ventaja. Tenía que espabilar o perdería cada vez que lo tuviese delante.
—¿Lo has hecho a propósito?
Rafael soltó a reír como si fuese lo más obvio del mundo. Enseguida, acompañó sus carcajadas con palmadas al aire. Mientras tanto, yo lo observaba. Él era consciente de ello, de modo que tiró su cabeza hacia atrás fingiendo simpatía. —Estoy jugando. No te enfades.
—Ya, entiendo —comenté sarcástico—. Entonces ¿vas a ayudarme o tiro por una alternativa más inteligente?
La indirecta era más que clara. Pese a ello, no me reconocí en ninguna de esas palabras.
—¿Y qué saco yo de todo esto?
—Un curso básico de cómo apagar ordenadores —presioné algunas teclas y el bucle se cerró—. Di tutorías en verano, así que tengo experiencia con... ¿principiantes?
—Ni de coña —respondió sin inmutarse e hizo un ademán para restarle importancia—. Aunque puedes arreglar esto. Iba a pedírselo a Alba, pero paso de que cotillee mis cosas.
Resoplé por lo bajo. —¿Sabes que primero debería revisarlo un técnico?
No parecía ser un problema físico, sin embargo, era importante descartar ese riesgo.
—No lo sabía —reconoció con una mueca de disgusto (lo cual era lógico considerando que me estaba metiendo con su intelecto)—. Pero no me interesa el cacharro ese, es más, puedes tirarlo, venderlo, o quedártelo. Me da igual mientras consigas una copia de todo lo que hay dentro.
Mordí el interior de mis mejillas. Sabía que era una de sus famosas rabietas, y a pesar de ello me vi afectado por ese nivel de presunción. —Has encontrado la forma de alardear sin quedar como un cretino. Menuda habilidad.
—Qué va. Me lo he copiado de ti. —Puso su mano sobre mi hombro—. Te has estado chuleando de que no pillo nada de lo que dices. Y lo entiendo. Al final, todos jugamos nuestras mejores cartas.
Llevé una mano a mi frente y di media vuelta. —No quiero llegar tarde.
—No está enfadada —dijo en un tono impasible—. Al menos hasta donde recuerdo. No sé qué os llevó a pelearos, pero sé que no estaba enfadada cuando se fue.
—¿Entonces por qué no contesta mis llamadas?
—También le perdí el rastro. Supongo que estará liada con ese concurso. Es muy típico que desconecte cuando comienza a agobiarse.
A las nueve en punto arrancó mi primera clase. Anabel se sentó a mi lado, descargó las prácticas de esa semana y se dedicó a explicarme todo lo que me había perdido. Hubo un instante en el que dejé de seguirle el ritmo, pero no la detuve. ¡Dios me libre! Me habría matado con total seguridad. Odiaba que la hiciesen repetir las cosas.
Tras una hora continuada, la sala se había quedado casi vacía. El nuevo horario tenía muchos huecos, de modo que los descansos podían extenderse hasta dos horas.
—Joder —dijo luego de revisar mi mochila— ¿Debería preguntarte de dónde has sacado eso? Uno de esos vale más que mis riñones.
Me encogí de hombros y puse el portátil en sus manos.
—Me han pedido que lo arregle.
—Te lo tienes bastante creído ¿eh?
—Qué va. Le he explicado que debería mirarlo un técnico por si hacía falta cambiar piezas, pero me miró como si le estuviese hablando en chino.
—¿Tu novia o Rafael?
—Rafael.
Exhaló un ligero suspiro y comenzó a teclear varios comandos.
—Aparecen algunos códigos encriptados —señalé viéndola—. Es posible que se halla bloqueado para proteger datos confidenciales. ¿Puedes pedirle a Mica que lo mire por mí?
Micaela se estaba especializando en seguridad cibernética, trabajaba en una tienda de electrónicos y, por si fuera poco, era la persona más discreta que conocía. Desde luego, no había mejor opción que ella.
—¿Por qué? Ve y díselo tú.
Vacilé un instante, pero al final decidí ser cauto. Existía una remota posibilidad de que Lula estuviese enfadada por lo que pasó, y lo último que quería era darle más motivos para evitarme. —No puedo. Ya tengo suficientes problemas por ahora.
—¡Venga ya! Lo que pasó entre vosotros fue una tontería. Además, seguís siendo amigos ¿no?
—Ehm...
En sus ojos brilló una luz neutra. O callaba o iba buscando cómo financiar mi propio funeral.
—Sois amigos ¿no?
—Que sí, que sí —acepté a presión.
La verdad es que no habíamos aclarado eso, pero más me valía no llevarle la contraria.
—Vale, entonces pásate por su trabajo y pídele que te ayude con eso.
Asentí soltando un suspiro.
—Después de lo que hice, prefiero no arriesgarme.
Anabel realizó un pequeño movimiento con las manos. Estaba furiosa. La ira transformó sus gestos en una tajante sentencia de muerte.
—Joder ¿¡se lo has dicho!? —estalló.
—Es mi novia, tenía que hacerlo.
—Eres un jodido idiota —bramó levantándose del sitio—. ¡No me creo que todavía tengas cara para pedirnos ayuda!
—No entiendo a qué viene esto.
—A que no soporto que tu novia se sienta mejor que mi hermana. Y tampoco soporto lo fácil que te resulta pasar de todo con tal de contentarla.
—¿¡Es que todos vais a decirme los mismo!? —me quejé siguiéndola al pasillo—. Ana, para un minuto.
La chica obedeció. Se quedó quieta, cruzó los brazos y me dedicó una mueca.
—Vale, perdona si te ha dado esa impresión —le dije acercándome a ella—. Quería ser honesto con Lula, y ahora me doy cuenta de que metí la pata. Primero debí hablarlo con vosotras, por si os incomodaba.
—Aj. Olvídalo. Iré a tomarme un café.
—¿Te acompaño?
—Ahora mismo prefiero socializar con otras personas —respondió tajante—. De todas formas, hablaré con Mica acerca de ese ordenador.
Reconozco que ese rechazo me sentó peor de lo que hice ver. Uno de mis mayores miedos era quedarme solo, y Anabel y Pascual eran mis únicos amigos. Puede que fueran una red de seguridad, pero me martirizaba un sentimiento de abandono.
—No hace falta.
Anabel movió la cabeza de arriba a abajo y giró sobre sus talones. Tomé su brazo. Las palabras se atoraron en mi garganta cuando hallé su mirada inquisitiva.
—¿Nos vemos mañana?
—Jope. Que cursi eres —se quejó acariciándose el puente de la nariz—. Solo voy a la cafetería.
Después de uniformarme, me paré delante de Lula. Ella me ignoró. O siendo justo, retrocedió unos pasos con infinitas preocupaciones. En adelante, lo único que hizo fue realizar su trabajo como de costumbre. De vez en cuando hacía alguna observación, pero sus ojos no mostraban ninguna calidez. La vi de cerca. Lucía cansada, su maquillaje apenas ocultaba las ojeras, y por su camiseta asomaban costuras del revés. No era usual que descuidase esos detalles.
—¿Estás enfadada?
—Ahora no —me dijo haciendo un ademán para que me quedase quieto.
Pensé con cuidado. Incluso si era muy pesimista, yo no podía ser la única razón por la que suspiraba de esa manera. Además, sus larguísimos dedos estaban rascando las cutículas sin percatarse del hilillo de sangre que comenzó a borbotar.
Me sentí mal, puede que culpable.
No podía hacer otra cosa más que esperar. En total atendimos cuatro mesas distintas. El protocolo era estricto; nos quedábamos en el vestíbulo, nombrábamos al comensal y lo acompañábamos durante toda la comida.
Al quedarnos solos, volví a preguntar:
—¿Vas a perdonarme?
La chica se giró asombrada. Agucé el oído a los latidos que pasaron. El sonido era leve, puede que solo fuese una imaginación, pero sonaban holocausticos en su pecho.
—No recuerdas nada ¿no?
Negué de lado a lado y callé. A nuestro lado pasó uno de sus compañeros. Era un sujeto de estatura media, delgado, y con rostro anodino. El sujeto en cuestión no paraba de lanzar pullas, pero deseché la posibilidad de acoso cuando ésta lo empujó contra las bandejas.
—De acuerdo, no hace falta que te agobies. Fue una discusión y ya.
Mordí mis labios y la seguí hasta los aseos. Quizás había sido una pésima idea considerando que deseaba causar una buena impresión.
—Hablemos, por favor.
Lula alzó la mirada, dejó escapar una profunda exhalación y continúo cambiándose de ropa. Hubo un momento en el que su figura quedó del todo expuesta, en consecuencia, giré la cabeza. Lo hice por consideración. O puede que por miedo. Siendo honesto, no quería ser ese tipo de persona que antepone la tensión de su ingle a todo lo demás.
—Vale, sé que te pasa algo, pero necesito que me des una pista —hablé demandante. Lula se dio media vuelta observándome atenta—. Lamento haberte gritado, y lamento no acordarme de nada. Juro que sí.
Ésta dibujó una línea recta con sus labios mientras se sentaba en el suelo. Subió sus rodillas y bufó.
—No tenía derecho de hablar como te hablé.
—Sí que lo tenías. Fui una estúpida, y al parecer no dejo de arruinarte la vida.
Me acuclillé delante de ella y le tendí la mano. Si no salíamos pronto, la gente comenzaría a especular.
—Lo que sea podemos arreglarlo.
—¡Ya para! —exclamó en un chillido que atravesó la puerta—. Lo siento, lo siento. Trataba de hacer las cosas bien, pero...
Entonces se echó a llorar. Esperé en silencio a la vez que abrazaba sus hombros.
—¿Estás mejor? Siento haberme pasado de la raya.
Lula se separó con un gesto afirmativo.
—Ya no importa —murmuró con la respiración entrecortada—. Reaccionaste como cualquiera en tu lugar.
—Eso no es cierto. Las cosas...
—Hablé con tu madre —dijo. Y por un breve segundo, mi sangre heló—. La busqué antes de que te instalaras con Rafael. Creí que estaría preocupada, así que le dije dónde te ibas a quedar. Supongo que lo malinterpretó todo porque acabó quitándote el dinero de tu universidad.
Tardé algunos minutos en procesar. Tenía sentido que me hubiese enfadado. Era una razón estúpida, sin embargo, yo también era estúpido.
—No tienes de que preocuparte, voy a solucionarlo, solo te pido que me des más tiempo. —Sus lágrimas volvieron a acumularse, y antes de que pudiera seguir hablando la cubrí con mis brazos por segunda vez.
—Pensé que era una buena idea. De todos modos, le he prometido que no voy a seguir con lo de Rafael. Iré a verla y se lo explicaré mejor —De nuevo otro recuerdo. Ocurrió casi al final de la "fiesta/reunión".
—Hazme un favor, no tengas ideas.
¡Maldita sea! ¿De verdad le había dicho eso? Retrocedí un paso preguntándome cómo es que tenía tanta suerte. Lula no estaba enfadada, de hecho, noté algo parecido al recelo.
—Todo saldrá bien.
No lo sabía con certeza, pero opté por tranquilizarla. Lo más probable era que mi madre se hubiese excedido con ella.
—Es demasiado pronto para saberlo —gruñó a la nada—. Pero es agradable escucharlo de ti.
Tras oír eso, mi cerebro hizo "ding". Recordé el día en que comenzamos la relación. Tenía esa misma expresión.
—Te pasa algo más ¿verdad?
Ésta me miró sorprendida. Lo cierto es que no esperaba que me lo contase. Tal vez porque no me sentía capaz de apoyarla.
—Estoy harta —pronunció de repente. Movió los hombros e hizo el esfuerzo de esclarecer la voz—. Me molesta que Gonzalo se lleven tan bien con Sylvia. Sé que suena egoísta, pero no dejo de pensar que es injusto. Yo llevo más tiempo con él, pero jamás hemos cuchicheado a las tantas de la noche. En cambio, aparece esa mujer y ya la trata como si... ¡Agh! Soy despreciable por no alegrarme de eso.
No dije nada. Lo más seguro es que ella tampoco esperase una contestación. En cualquier caso, me conmovió que confiase en mí.
—Lo siento.
—No pasa nada.
Limpio su cara con papel y soltó un profundo suspiro. Luego se quedó viendo su reflejo. Apenas fueron unos segundos, sin embargo, pude ver cómo transformaba esa vulnerabilidad en rigidez. Y con un gesto endurecido, sonrió.
—Lula, —la detuve cuando posó su mano sobre el pomo de la puerta— de verdad que lo siento. No soy capaz de animarte porque sigo pensando las palabras exactas. Lo lógico sería decirte que te quiero y que estoy de tu lado. Pero eso es evidente, si pudiera, te llevaría muy lejos. Adonde no pudieran lastimarte.
La chica soltó una risita en el puño. Me miró. Y se quedó absorta en la nada.
—A veces pienso en eso. Irme, comprar un gato, poner un minihuerto en la terraza, leer un libro de lo más cursi y hacer yoga frente a la televisión —divagó sin parar. Al final, volvió a la realidad con las mejillas enrojecidas—. Ya va, estoy peor de lo que imaginaba.
—Quizás no sea tan descabellado.
—Claro.
—Lo digo en serio, vámonos a cualquier parte.
Lula abrió la boca. Lo consideró brevemente antes de palidecer aterrada.
—¿Y cuál es el plan? ¿Nos escapamos, lamentamos las cosas que dejamos atrás y morimos odiando este momento para siempre? ¡Joder! Creo que terminaríamos tan hastiados del otro que nos refugiaríamos en bares y páginas de citas. A los cincuenta buscaríamos a gente más joven tratando de olvidar lo desperdiciadas que están nuestras vidas.
El comportamiento neurótico de Lula se asemejaba al mío. Me gustaba influir en ella, pero había copiado una de mis peores cualidades.
Por otro lado, la noche seguía avanzando (sin reservas y sin piedad). Todo iba muy deprisa. La sensación de desagrado crecía en cada músculo y en cada hueso de mi cuerpo. Ella estaba igual.
—Yo hablaba de un descanso —rescaté luego de revisar el saldo de mi cuenta—. Solo por hoy. Mañana volvemos a que nos sigan machacando ¿Te parece?
—Me parece —asintió.
Como ya era entrada la noche fuimos directamente a un hotel. Habíamos acordado no hablar de temas incómodos, así que permanecimos en silencio. Allí, totalmente callados, no éramos más que un par de siluetas descoloridas. Sin historia y sin objetivos.
"Escapar dejó de ser una opción". Lo supimos cuando el reloj dio las tres y media. Para ese punto, deseábamos más. Puede que incluso lo deseáramos todo.
Por supuesto, hicimos el amor hasta el amanecer. Era una de esas veces en las que urgíamos conectar. En el sentido físico, eyaculé dos veces. La primera sobre su vientre. El resultado fue lo más artístico que presencié en toda mi existencia. Sin lugar a duda, había algo erótico en ver mi semen sobre su cuerpo después de llenarla. Después de no hallar otro sonido más que el de nuestras intimidades. La segunda vez conseguí correrme dentro del condón. Contuvimos alientos, nos dimos placer mutuo, y al final conectamos en uno solo. El alivio estaba allí, era un invitado que se abrió paso con la esperanza de liberarnos.
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