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24: A veces insospechados 🌊

Al cabo de un rato, todos los amigos de Rafael se instalaron en el salón. Eran las nueve de la noche de entre semana, por ende, solo debía esperar que pasasen cuatro horas (cinco como mucho).

¡Jesús! ¡Qué mal se me da socializar!

Por suerte, mi móvil comenzó a vibrar y hallé la excusa perfecta para separarme del grupo.

—Dime —contesté alejándome del ruido.

Desde luego, había atendido la llamada para tomarme un respiro. En la mesa, me sentía fuera de lugar. Todos bebían, apostaban, gritaban y hablaban de quien sabe qué.

"Vale. Tengo una buena y una mala noticia" habló mi hermano. Valentino no era muy dado a las conversaciones largas, de modo que no me asombró que se saltase el saludo y el interrogatorio. "¿Cuál quieres primero?"

—Es lo mismo —respondí con un suspiro.

¿Qué podía ser peor?

"Primero la buena, entonces" proclamó tras pensárselo en silencio. "Dylan y yo hemos reunido poco más de mil euros. Te lo daremos todo".

Reprimí el deseo de dar volteretas. Quizás el dinero no iba a servirme para toda la vida, pero sumado a lo que tenía me alcanzaba para salir corriendo de ahí.

El problema es que aún quedaba una mala noticia por oír:

"Mamá retiró los fondos de tu universidad" reveló antes de que saliese a despedirme como un idiota que cree haber ganado la lotería. "Está empeñada en hacerte volver, ahora quiere cortarte el grifo y ambos sabemos que va a seguir".

Mi madre amaba sentirse necesitada y por mucho que le costase verlo, me estaba asfixiando. De pronto, ya no pude seguir justificándola.

"A lo mejor deberías hacerle caso, o fingir que se lo haces. Te cubriré si hace falta" sugirió en su intento por apoyarme.

Lo cierto es que ya lo había pensado como plan de emergencia, pero la quería y no iba a dejar que ese sentimiento se empañase.

—Déjalo —dije soltando una exhalación. Había estado tan distraído que cuando me di cuenta, Lula estaba delante de mí—. Ya me apañaré solo.

La chica se me quedó viendo con los párpados entrecerrados a la vez que alargaba su cuello hacia mi móvil.

—¿Qué ha pasado?

—Nada.

Ésta no pareció convencida, sin embargo, elevó sus hombros.

—Hagamos una cosa —propuso caminando hacia atrás—. Yo finjo que te creo si tú sales un rato.

El grupo, por supuesto, continuó repartiéndose cartas, haciendo comentarios vacíos y dejando que la atmósfera se colmase de gritos y mofas poco coherentes. Me dediqué a observar. Rafael había perdido cinco rondas seguidas. Era el único que siempre se quedaba sin nada. No era novedad que Lula estuviese haciendo trampa, pero el chico apilaba los mismos números con una expresión de sospecha.

¿Se había dado cuenta?

Me eché para atrás, de todos modos, no era asunto mío.

Al final, cogió una carta. La miró sin cambiar la expresión de su rostro, la estudió con cuidado y cuando por fin la soltó, sus ojos brillaban de manera siniestra: —Hay cartas repetidas.

Bajé la cabeza y también sonreí.

¿Qué si debí advertirle? Todavía no estoy del todo seguro.

Rafael se la llevó fuera mientras los demás trataban de adivinar lo que iba a pasar. Pensé que solo sería una broma, pero ¿y si no?

—Saldré a ver cómo están.

Pero no llegué más lejos del recibidor. De los labios de ninguno se había borrado esa risita cómplice. Se miraban con hambre. La conocía, y en cierto modo también lo estaba conociendo a él.

Si no hubiese estado tan atontado por el alcohol, habría dado media vuelta. No obstante, mis ojos no se separaron de ellos.

—Eres un pésimo jugador, —dijo— eres un pésimo perdedor, y todos...

Dejó su frase inconclusa (o al menos yo no la escuché) porque lo siguiente que hizo fue pegarse a su oído.

Rafael la empujó contra la pared, agachó su cabeza y depositó un corto beso sobre sus pechos.

Reconocí que era SU momento. Pero mis pies seguían clavados al suelo.

Ella se veía tan dócil.

Y jodidamente sexy. Atropellé esa idea con espanto.

Lula no presentó objeciones, en cambió arañó su espalda, motivándolo. Puede que hasta urgiéndolo. No obstante, él se separó y se la quedó mirando en silencio.

—Me repites lo que has dicho.

—Te odio.

—No eso, lo otro —siguió acorralándola. Aspiró su aliento y apenas ésta se acercó, volvió a apartarla—. Prometo comerme esa boquita después de que retires tus palabras.

—No necesito que me beses.

Rafael sonrió presionando todo su cuerpo contra el suyo. —Por mucho que lo digas no va a ser verdad.

Entonces le acarició lenta y tortuosamente la mejilla.

Llené mis pulmones y conseguí girar hacia el interior de la casa. Era obvio que todos iban a sospechar, así que me dediqué a beber como si nada hubiese pasado. Y es que era eso, tanto dentro como fuera se hacía la normalidad.

Al cabo de un rato, volvieron uno detrás del otro. Completaron el círculo y se acoplaron a una conversación llena de nimiedades.

—¿A dónde habéis ido? —preguntó una voz femenina. No alcancé a ver de quién se trataba, pero me pareció la persona más irritante del mundo.

—Bah. Nos hemos quedado en el portal —respondió la chica encogiéndose de hombros.

—¿Ah sí? —intervino Dominico con auténtica sorpresa—. Theo ha dicho que no los hallo por ninguna parte.

Evadí el contacto visual con ambos.

Tal vez no debí hacerlo.

La chica levantó la cabeza con resolución. No dije ni una palabra. ¿Cómo diablos iba a explicarle, de manera convincente, que no tenía que preocuparse tanto?

Y por un segundo reinó el silencio.

—Ven conmigo —dijo arrastrándome a uno de los cuartos vacíos.

Los demás, incluyendo a Rafael, nos miraron curiosos. Era como si todos intuyesen qué iba a pasar.

Me moví, y apenas hube dado un paso la cabeza comenzó a darme vueltas. Había tomado un par de vasos, no obstante, mis ideas estaban revueltas.

—Todavía estamos a tiempo de parar.

¿Parar qué? Pensé algo ido.

—Theo, mírame —exigió tomándome de las mejillas.

Al verla, así de hermosa y así de cerca me eché a reír sin razón. Mi sangre burbujeaba repartiendo una efímera sensación de júbilo por todo mi cuerpo.

Vale, respira hondo. Me dije preso del pánico. ¡Jesús! Creo que estoy teniendo arcadas.

Empecé a dar tumbos hasta que conseguí sentarme en una silla. Lula, por otro lado, siguió cada uno de mis pasos con tal de que no me estrellase. Me fijé en su cabello, le había crecido lo suficiente para cubrir su cuello.

—Creo que estoy un pooooco —Incliné la cabeza sintiéndome idiota—. Joder, ¿qué coño me he tomado?

No me gustaba usar palabrotas delante de las personas, pero mi boca había cobrado vida propia.

—Estarás bien —me tranquilizó la chica antes de acuclillarse delante de mí—. Se te pasará en un rato, pero primero tienes que decirme la verdad.

¿Qué verdad?

—Yo no sé nada —respondí exaltado. De repente, me sentía como uno de esos soldados a los que tratan de sacarles todo tipo de información a base de tortura psicológica.

Lula soltó una carcajada haciéndome ver lo ridículo que sonaba.

—Vale, Theo. Admito que me estoy aprovechando de ti —reanudó su interrogatorio—. Pero es la única forma de que me digas la verdad.

—Y dale con la puñetera verdad —me quejé enarcando una ceja a modo de desafío—. La verdad es que me pone mucho imaginar cómo te lo haría en esta casa. Su casa.

Dios no. Que alguien me calle. Rogó mi parte sensata.

De nuevo, Lula soltó otra risita. —No es un mal comienzo, pero necesito que te centres.

Sus ojos se quedaron fijos en los míos. Quizás esperaba un poco de sobriedad detrás del numerito que estaba protagonizando. Asentí.

—Vale. ¿Realmente no te incomoda verme con Rafael?

Concentré la poca lucidez que me restaba en armar una frase coherente, y con suma tranquilidad contesté: —Sacude la cabeza y di que estás bien.

Mierda. Cuando era niño aprendí a pensar cada acción y cada palabra. Nada se escapaba de mi control milimétrico, el problema era que ya no filtraba esas acotaciones de mi mente.

Al mismo tiempo, Lula reía desbordada, le hacía gracia que estuviese equivocándome todo el rato.

Joder, sí que era Don Perfecto. Incluso en ese estado me estaba esforzando por ser del todo correcto.

—Vale, vale, ya paro —recitó agitada—. Hombre, tienes que dejar que te grabe. Apuesto que tendríamos muchísimas visualizaciones.

—No me incomoda vuestra relación. Tú y él no son mi asunto, tú y yo sí —hablé con escasa elocuencia—. Te juro que eres uff.

¿Uff? Me preocupó la cantidad de neuronas que había matado.

—Vale guapito, —señaló sentándose en el suelo, conservaba algunas lagrimillas (causadas por la risa), pero las limpio con el dorso de su mano— ¿entonces no quieres parar?

—No voy a terminar contigo.

—No me refiero a eso —replicó en un susurro de terciopelo quedándose muy quieta—. Theo, quiero que me prestes atención.

Su mentón fue a parar a mi rodilla al mismo tiempo que me vigilaba con sus dos enormes ojos. Pensé que lucía como una muñeca, y ella sonrió al leer ese pensamiento.

—No iba a decírtelo todavía, pero...

Se movió de pronto. Tenía una expresión sombría, intentó sonreír otra vez, pero el gesto se transformó en una mueca ambigua.

—¿Estás terminando conmigo?

—¿Alguna vez vas a dejar de preguntarme lo mismo? —Me amonestó con el ceño fruncido—. El punto es que ya no tiene sentido ocultártelo —pausó unos breves segundos a la vez que jugueteaba con su pulsera—. Rafael y yo no hemos regresado.

La mitad de mi organismo recobró el sentido, aunque estaba más confundido que antes. Me sentía inmerso. Luego, literalmente me hallaba inmerso. Estallé en toses antes de carraspear con fuerza.

—¿Estás bien? —quiso saber a lo que asentí, Lula se apartó insegura, mirándome de arriba abajo—. Perdona, debí esperar a mañana, es solo que...

—¡Joder!

—Exacto. Es la palabra que estaba buscando —bromeó sin entusiasmo—. En fin, quise ver cómo lo llevas antes de hacer nada.

¡Jesús! Estaba demasiado borracho para pensar con claridad. Tenía muchas preguntas. Quise olvidarlo. Además, qué podía hacer.

—Pero... —balbuceé separándome de ella—. ¿Lo de antes?

—Tampoco estamos del todo sobrios —reconoció bajando la cabeza. Grabé su expresión en mi memoria, parecía avergonzada, o puede que triste. No tenía motivos para sentirse de ninguna de las dos formas—. Vamos a ver, no pretendo engañarte. Rafa y yo nos hemos besado, pero ya está. Desde que estoy contigo no me he acostado con él ni he cruzado el umbral de la monogamia.

Me levanté casi arrastrado por la silla.

—Y ¿qué sigue?

—No lo sé —reconoció en voz baja—. Al principio, creí que te arrepentirías al cabo de unos días. Supuse que volveríamos a la normalidad antes de que te lastimases con todo esto. Incluso se lo explique a Rafael.

¿Cómo es que no lo anticipé? Ella era ese tipo de persona, a veces impredecible, a veces equilibrada.

—¿Qué pasa con vosotros?

Lula resopló agotada antes de aclarar. —Lo sigo queriendo. Es un idiota que se ha empeñado en intentarlo. Me confunde y me estresa. A este punto ya debería tenerlo superado. Lo odio.

—¿Qué pasa conmigo?

—También te quiero, con la diferencia de que no quiero volarme los sesos cada vez que estamos juntos —Abrazó sus piernas—. ¿Sabes? Intento ser la novia que te mereces, pero no me sale. Hay muchísima presión en todo. Y jode que no veas.

Aspiré una bocanada de aire y contemplé al techo. Se oían ruidos de todo tipo desde el salón. Tal vez le estaba dando muchas vueltas, pero no me sentía real (o al menos, no desde la perspectiva de Lula).

—Besé a Micaela —confesé bruscamente. Sus ojos se cristalizaron al instante y no supe cómo reaccionar. Había conseguido que nos viese de la misma forma, sin embargo, la sensación se extendió repulsiva—. No pretendía hacerte daño, es solo que tenía curiosidad. No sé, puede que quisiese averiguar si es diferente a cuando nosotros lo hacemos.

—¡Dios mío! —exclamó rascándose la cabeza—. ¿A esto hemos llegado? Me molesta, pero al mismo tiempo no tengo derecho a reclamarte nada. Agh. De hecho, me siento todavía más cabrona por enfadarme.

—No, no, no, no, no, no —negué repetidas veces blandiendo el dedo—. Al final yo tenía razón, me gusta besarte a ti.

—¿Y qué vas a hacer cuando quieras saber si de verdad te gusta hacerlo conmigo?

Vale, reconozco que lo expliqué de forma desastrosa, pero los mareos iban en aumento y ya no podía recuperar mis palabras.

—No creo que esto funcione. Dejemos las cosas como están, tú y yo.

Abrió la puerta sin mirar atrás. Observé cómo se alejaba.

No me ha dejado, reflexioné. No, sí que lo ha hecho, contradije mi primer pensamiento. Era una ruptura a largo plazo.

Hundí mi cara en el escritorio. La resentía un poco.

Creí que el sueño no tardaría en visitarme, es más, mis recuerdos de aquella noche se estancaron en ese momento. Acogedor, oscuro, y musical. Le había adjudicado ese delirio al alcohol, aunque había demasiada coherencia alrededor de aquel sonido. Los acordes pulcros y bien sincronizados, el ambiente lleno de sugerencia y excitación. Desconocía la canción, no era ningún clásico, o éxito de temporada. Me quedé en silencio tratando de adivinar las siguientes notas. Tarareé un poco. No falló en ningún momento, sin embargo, la melodía se tornó predecible. De repente, la perfección me pareció ruinosa. Detrás de esa técnica elogiable, había un músico sin arte. La pieza parecía corriente sin serlo.

Quizás exageraba. La composición era muchísimo mejor que decenas de números unos, pero había tanto potencial que resultó insatisfactoria, como el sexo sin orgasmos.

Abandoné el despacho hallándome solo en el salón. La fiesta se había trasladado a la habitación de Rafael. Subí sin vacilar, según yo, todo era producto de mi imaginación. Mi verdadero cuerpo descansaba sobre el escritorio de abajo.

De nuevo, fui sorprendido por la inmensidad de su riqueza. En ese cuarto (además de la cama) había un mini salón con todo tipo de comodidades. Hasta ese día creí que pertenecía a la clase media, pero tuve que aceptar que a su lado era un pobre desgraciado muerto de hambre.

Y no conforme, sabía tocar el teclado. Me fijé que también había una guitarra sobre su cama, así que me enfrentaba al vivo ejemplo de la injusticia divina.

—¿Todo bien? —inquirió uno de los chicos. Tal vez Ángel, o Dominico, o el mismo Rafael—. Creímos que dormías, por eso no te llamamos.

Asentí buscando a Lula.

—Vale, es tu decisión —levanté la voz. La chica se había sentado en la cama mientras los demás ocupaban el amplio sofá—. Estás con los dos o rompes con los dos. Reconozco que evitaba el tema, pero me da igual que os acostéis. De todos modos, ya lo hacíais y no eráis nada. Quiero esa parte de la relación en la que sabes que tienes a alguien con quien estás cómodo.

Me balanceé agotado. Deseaba que todo cobrara sentido a fuerza de fe. Aquella noche pedí una señal (la que fuese). Mi vida no paraba de avanzar, pero me estaba quedando rezagado.

Al final conseguí que el tiempo se evaporase en un pestañeo. Abrí los ojos y la luz nació cegadora. Me incorporé sobre mis codos. Sacudí la cabeza descubriendo que estaba acostado sobre el sofá del salón.

Me ardía la boca del estómago. Respiré hondo.

Pequeñas gotitas de sudor se deslizaron por mi frente e hice el esfuerzo de una tonelada por ordenar mis ideas. Por un lado, estaba la realidad. Y por el otro, el sueño del que acababa de despertar. Aún conservaba la erección, más firme y vigorosa que nunca. Vale, podía descartar las relaciones sexuales de mis lagunas mentales.

"Últimamente Lula está en todas partes". pensé

Joder —bramé luego de un par de segundos. Al pensar en ella, recordé gritos.

¿Nos habíamos peleado?, ¿por qué motivo?, ¿estaría enfadada?, ¿qué dije?

Un zumbido me atravesó los tímpanos. Presioné mis oídos con la punta de los dedos y concentré mi energía en relajarme.

Uno, dos. Uno, dos. Uno... Cerré los ojos. Inhalé y expiré. Utilicé todos y cada uno de los trucos para lidiar con el estrés.

De repente, me quedé estático. Rafael cruzó el salón tratando de apagar su aspiradora robot. Era la primera vez que veía uno de esos trastos y la estupefacción impidió que mi cerebro funcionase como de costumbre.

"Coño que tienes un modelo a escala de la torre de pisa entre las piernas" recordé cubriéndome con los cojines. No se me ocurría nada.

Rafael era ese tipo de persona a la que no podía leer. Casi todos teníamos un par de rasgos distintivos, así que evaluaba el comportamiento de cada uno para adaptarme a su entorno. Él era insufrible. Todo lo que aprendía de su conducta, cambiaba al día siguiente.

—Hala, si sigues vivo y todo.

Permanecí callado buscando mis gafas en la mesa de centro. Quería ser educado, sin embargo, no sabía cómo.

Él estaba allí delante; con ropa de chándal y una botella de agua entre las manos, tal como el día anterior. Me alarmé. Si Rafael era constante en su rutina de ejercicios, debían ser pasadas las seis de la tarde.

—¿Qué hora es? —pregunté angustiado.

Éste arqueó una ceja y verificó su reloj con desinterés.

—Las tres —contestó monótono, después sonrió—. De sábado.

Levantó la botella. Pude oír el sonido de su garganta al tragarse el agua. Dejé de mirar. También necesitaba hidratarme y verlo avivaba mi sed. ¿Cómo era posible que me hubiese perdido todo un día?

—Es coña —se anticipó tras un resoplido—. Realmente no eres nada divertido.

Ignoré su comentario y me levanté del sillón.

—Gracias por dejar que me quede. Buscaré otro lugar, —dije— ya se lo explicaré yo a Lula.

—¡Pero vamos! ¿En serio te piensas que voy a dejar que se vaya a vivir contigo a yo qué sé dónde?

Masajeé mis sienes. El zumbido aún se oía en la lejanía y lo último que quería era enfrentarme a nadie.

—No lo va a hacer, tan solo lo ha dicho para que me quede aquí.

Rafael soltó una carcajada. Su voz resonó en mi cabeza haciéndome cerrar los ojos con fuerza. La resaca me estaba matando. ¡Jesús! Que poco lo aguantaba.

—Insisto. Hablas como si la conocieras mejor que nadie y eso es bastante arrogante.

¿Arrogante? Nunca nadie me había llamado así y resultaba irónico que la primera persona que lo hiciese fuese él. Quise reírme, pero todavía me quedaba algo de amabilidad.

—Francamente no puede importarme menos lo que hagas —dijo poniendo sus ojos en blanco—. Pero hablamos de Lula. ¿De verdad crees que no es capaz de seguirte solo para demostrar que iba en serio?

El silencio se tornó desafiante. Él tenía razón. Había algo siniestro en su forma de ser.

—Quitándole esa jodida impulsividad, es alucinante. No dudo que le va a ir bien —comentó dándose la vuelta—. Así que no te metas en su camino.

Lejos a sonar agresivo, tenía una forma peculiar de decir las cosas.

Más allá de las facciones y la fisonomía él te retaba a mantener la mirada. Luego exigía verlo otra vez, y otra vez, y a medida que seguías viendo se formaba una simetría acojonante. Al final, se alzaba imponente sin que pudiera alcanzarlo.

—Le he pedido a Alba que se encargue de la habitación de abajo. Vendrá más tarde, después te dirá cómo acomodar las cosas.

Se mantuvo de pie esperando una réplica. Confiado.

No me gustaba perder, pero me armé de valor y le di la razón. —Gracias.

En sus labios flotaba una sonrisa de medio lado. ¿Me había equivocado?

—Si estas agradecido puedes decirle a Lula que he sido amable. No se fía de mí e intento ganar puntos ahora que os peleasteis.

Estuve a punto de preguntar, pero él fue más rápido:

—Ni siquiera he comentado el asunto del cojín —apuntó divertido—. Así que no olvides añadir prudente. Merezco más reconocimiento del que recibo ¿a que sí?

Si su objetivo era que yo me sonrojase y rehuyese a sus ojos. Listo. Lo había conseguido.

—Se lo haré saber, gracias —mascullé con rabia a la vez que me sentaba a toda prisa.

¡Joder! ¿Por qué no se estaba acabando el mundo?

—Bah. No te preocupes. Todavía te debo una por dejar que me una a esto, aunque está claro que la situación no durará mucho.

Le regresé la mirada. Supe enseguida que él no creía que Lula hubiese dejado de quererlo con exclusividad absoluta. Y no lo envidié en lo más mínimo.

—Tienes razón, tampoco creo que va a estar con los dos para siempre —murmuré forzando un gesto amable.

No le había llevado la contraria y aun así conseguí trastocar esa insoportable chulería. Casi pude escuchar la incredulidad detrás del resoplido que soltó.

—Presumes mucho para ser alguien que algún día será irrelevante.

Abrí la boca. ¿Rafael conocía esa palabra?

—Le di un lugar —dije en un tono perezoso—. Parece un detalle sin importancia, pero cuenta. Y desde entonces la he elegido todas las veces que han sido necesarias.

Rafael regresó en sus pasos posicionándose delante de mí. No había ningún atisbo de furia sino de melancolía, como si hubiese tocado un botón que no debía.

—También la elegí, me olvidé de todo lo demás, y lo pagué muy caro.

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Seamos honestos, en la vida real saldríais con alguno de ellos?

OwO *jalo chisme*





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