2: ¿Por qué no lo haces? 💄
Comencé a trabajar desde los diecisiete años. Y a decir verdad, me gustaba, es decir, veía a gente famosa (de vez en cuando), practicaba algunas recetas y me entretenía con las conversaciones ajenas. Siendo justa, tomé una buena decisión entonces.
—Olivia —llamé en mi descanso. La mujer era bastante carismática, a pesar de ser la dueña de ese y otros diez restaurantes—. Necesito un adelanto.
Enmudecí. Ni siquiera me atreví a levantar la cabeza. Ya era la sexta vez que le pedía lo mismo en lo que iba del año, y sentía que me estaba aprovechando de su amabilidad.
—Claro —contestó ella—. Pero quiero que me hagas un favor.
—Te escucho.
—Óscar acaba de renunciar y me preguntaba si puedes reemplazarlo por un tiempo.
Imposible. Óscar era el sous chef y mis habilidades no se acercaban ni por asomo a las suyas.
—Coño, que apenas tengo un cursillo de mierda —hablé en un tono bromista que obligó a Olivia a reír conmigo—. Si tu familia se entera es que se caga en mí ¡Joder!
—Mi familia no tendría por qué cuestionar mis decisiones —Su tono se oía relajado, no obstante, había respondido muy en serio a una de mis bromas.
—Lo siento.
—No te estoy obligando a nada —dijo encogiéndose de hombros—. Confío en que algún día te animes a trabajar en mi cocina. ¡O en alguna cocina! Que lo haces muy bien, niña.
Al cabo de un rato, volvió a sonreír. El problema era que ya no me sentía cómoda. Le debía tantos favores que mi pecho se contrajo en un puño.
—Espero que encuentres a alguien.
—¡Que carga! Entrevistas, recursos humanos, período de prueba, ¡buah!
—Me siento fatal, si te sirve de consuelo.
—No creo —dijo antes de deshacerse del cigarrillo.
Ya en casa, lo que menos esperé es que nuestro arrendador dijese que mi hermano le había pagado todo.
No recuerdo cuales fueron mis primeros pensamientos, pero sé que ninguno era agradable.
—Podemos hablar —entré en su habitación. Gonzalo asintió confundido—. Escuché que pagaste el alquiler. ¿De dónde sacaste el dinero?
Me fui sin rodeos, quería extirparme todas las ideas que habían pululado en mi cabeza de una vez por todas. Gonzalo, a su vez, soltó una risita escéptica.
—¿¡Tú también!? —bramó disgustado—. También piensas que soy un camello. Hay muchas teorías por ahí, dime ¿cuál es la que más te gusta?
—Gonzalo, sólo quiero saber de dónde sacaste el dinero.
No iba a dejarme amedrentar por su rudeza.
—Eres como ella —me acusó con desdén—. El dinero lo trajo tu amiga, no sé cómo se llama.
Me dedicó una última mirada de desprecio antes de sacarme de su habitación.
¡Joder, Linds! El teléfono sonó dos veces antes de que me contestara:
: "¿Qué pasó?"
—¿Le has dejado dinero a Gonzalo?
: "Sí".
Solté un grito exasperado. Estaba cansada de que todos actuaran como les daba la gana. En el fondo, me sentía como una obra de caridad.
—No importa, deja que te lo devuelva.
: "No es necesario".
—Ya, claro.
: "¡Que pesada eres! El dinero ni siquiera es mío, te dije que Rafael no te dejaría sola".
Quería cagarme en todo. Nada me estaba saliendo bien, y me negaba a aceptar el dinero de Rafael después de todo lo que pasó.
—¿Y él te lo dijo con esas palabras? Que lo hacía porque yo le preocupaba.
: "Aún está enfadado, pero algo es algo, ¿no?"
—Ni leches, lo hace para humillarme.
Colgué con la idea de enfrentar a Rafael.
Él no era un tipo que olvidaba fácilmente los rencores, tenía claro que siguiendo al pie de la letra mis palabras me estaba dando dinero para demostrar que podía hacerlo, y que no le importaba ser una billetera andante.
Por supuesto, tenía un par de cosas que decirle, así que fui hasta su edificio. Sin embargo, estando allí lo único que deseaba era dar la vuelta e irme.
La idea de perderlo... Dios, ¿qué cojones estoy haciendo?
Giré sobre mis pies hasta que la música de su teclado me detuvo. Lo más probable era que estuviese con alguien.
Mi intención de marcharme seguía vigente, pero solo iba a verlo desde la distancia. Enseguida rodeé el edificio y me senté debajo de su ventana.
Entonces lo oí con atención. Su técnica había desmejorado mucho, tampoco es que lo hiciera mal, pero cada acorde era frío (tan perfectamente calculado que carecía de arte).
Fue extraño.
Y un minuto más tarde, se hizo el silencio. A la mierda. Me puse en pie y lo vi saliendo del edificio.
Maldita sea —pensé.
—¿Qué haces aquí? —preguntó de mala gana.
Por un segundo me planteé la posibilidad de disculparme y dar por terminada nuestra pelea. Mas cuando descubrí que no me había equivocado (respecto a su acompañante), me sentí estúpida y fuera de lugar.
—No tenías por qué pagar mis deudas, —comencé sin saber adonde nos llevaría esa pelea— No quiero que te sigas metiendo en mis asuntos.
—No sé de lo que me estás hablando —negó cínicamente.
—Lindsay me ha contado que tú le has dado el dinero.
—No sabía que era para ti.
—Sabes que no es cierto.
Tenía una mueca de desprecio. Tal vez estaba jugando, tal vez seguía enfadado, pero no tenía derecho a tratarme de esa forma. Aun si fingía no darse cuenta, era imposible que no estuviera al tanto de mis sentimientos por él.
—Da igual, voy a transferirte de vuelta tu dinero.
Saqué mi móvil para que me viese ejecutando la acción, pero sujetó mi brazo y lo elevó sobre mi cabeza. Después se presionó contra mí a la vez que mi espalda impactaba con las persianas.
—¿Por qué hacerlo? Dijiste que solo salías conmigo por dinero —me recordó. Confirmé entonces que aún estaba enojado—. Yo salgo contigo solo porque eres guapa. Acéptalo y volvamos a estar como antes. Tal como te gusta.
Lo odié tanto que mi pecho se contrajo.
Acepté una relación abierta porque quería estar con él. Aunque quizás me había equivocado y, con quien realmente quería estar era con el recuerdo que tenía de él.
Aquello era una mierda, pero no podía detenerme.
—Lula no tienes que... —Se echó para atrás al percatarse de mis lágrimas, lucía confundido.
—Haces daño —murmuré.
Me fui sin añadir más palabras. Estaba harta, y al mismo tiempo no sabía cómo parar. Puede que tampoco quisiera parar.
—¿Linds? —la nombré alzando la cabeza.
La chica estaba a un par de metros del lugar. Al parecer llevaba un rato esperándome.
—No quise interrumpir —señaló guardándose el móvil en los vaqueros—. Cuando me hablaste creí que asesinarías a Rafael.
—¿Has venido a impedírmelo?
—He venido por si necesitabas ayuda para enterrar el cadáver —Reí con tristeza y asentí—. Supongo que todavía no hay reconciliación.
Un par de lágrimas salieron de mis ojos. Ella lo entendió y yo me dediqué a no pensar. Necesitaba poner mi mente en blanco.
De este modo, fuimos hacia el autobús sin decir una sola palabra. Lindsay me miraba de vez en cuando, yo a cambio le regresaba tenues sonrisas para tranquilizarla.
Nos sentamos y si el universo no fuese una perra, nos hubiésemos quedado calladas hasta el final. Pero dos paradas más adelante se subió el chico de la chaqueta roja. De creer en el destino, habría jurado que este encuentro se dio por una de sus maquinaciones.
—Dos veces en un día, debe ser una señal —murmuró Lindsay cuando lo vio sentarse delante de nosotras.
El chico me había visto pues, al hacerlo, quiso sentarse en otro lugar.
Me parecía increíble esa idea de gustarle a alguien. No porque no le hubiese gustado a nadie, sino porque no me consideraba un muro impenetrable.
—¿Sabes Lindsay? —la mencionada me miró con sorpresa. Estaba preparada para dormirse cuando la llamé—. Me gustaría salir con alguien.
No hablaba en serio. Era una broma inocente (que con suerte haría que él también sonriese).
Mi amiga seguía sin comprender el porqué de mi repentino interés por mantener una conversación, así que le hice señas para indicarle que estaba hablando del chico de en frente. Una parte de mí deseaba olvidarse de todos mis problemas.
Al principio pareció sorprendida, pero no tardó en seguirme la corriente.
—Hmmm ya... —ahogó una risa para después improvisar: —¿Y qué tipo de chicos te gustan?
¡Joder! La pregunta no era nada natural. Más que una conversación de amigas parecía una entrevista para el telediario.
Por un minuto, quise morir de la vergüenza y olvidarme del asunto. No obstante, un impulso divino me obligó a continuar:
—Si son altos estaría de lujo —en la mañana me había percatado de que me llevaba varios centímetros de altura—. También me gusta que sean rubios y muy, muy delgados, si llevan gafas mejor —quise ser lo más específica posible—. ¡Ah, sí! Que tenga cara de chico bueno, de esas que parecen sacadas de cuentos infantiles ¿sabes? A ver si me olvido algo...
Lindsay me miraba escéptica.
No le estaba lanzando indirectas, le estaba lanzando una puta declaración de intenciones.
—¡Tímido! —exclamé recordando otra de sus características más obvias—. Me parece muy atractivo que un chico sea así. Ya sabes, en plan que finge no mirarte cuando es obvio que lo está haciendo.
Hubiese añadido; "y que usen una chaqueta roja, por favor", pero me compadecí de él y esperé.
Creí que el chico se animaría a hablarme después de todos los "empujoncitos" que le había dado, sin embargo, no lo hizo.
Lindsay mordió sus labios y me miró con un gesto compasivo. Tampoco se podía creer que estaba siendo rechazada por un chico en el autobús.
—Lula, ¿y si al chico no le gustas? —cuestionó en un tono culpable, después de todo, había sido ella la que me metió todas esas ideas en la cabeza.
Al menos, espero que él no haya sido tan idiota de creer que en serio estaba hablando de un tipo ideal sin tener a nadie en mente.
—Lula.
—Da igual.
☼❥ツ✪ ツ❥☼❥ツ✪
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro