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17: Busquen mis labios 💄

En el pasado, también había querido a Rafael hasta el extremo de perder la cabeza cuando estábamos juntos. Es más, pasaron varios años antes de que mi pulso dejase de acelerarse en su presencia.

Y sí, admito que muchas cosas se mantuvieron. La diferencia es que empezamos siendo amigos y nada más eso. Todos, incluyendo a Rafael, conocían mis sentimientos, pero aquello no cambiaba los términos de nuestra relación.

Para entonces, mi cumpleaños número dieciséis se acercaba.

—¿Realmente vais a hacerlo? —cuestionó Rafael mientras avanzábamos hacia la farmacia—. Es que no te veo con alguien así.

Me reí divertida de escuchar sus absurdas divagaciones.

—Es un pijo y, además, nunca se calla. El tío puede pasarse horas y horas hablando que terminará contándote lo mismo —enlistó todas las razones por las que mi primer novio no era un buen prospecto—. ¡Venga! Puedes aspirar a algo mejor. Eres mucho muy guapa.

Esta vez, las carcajadas brotaron ensordecedoras. Tuve que frenar en seco para que no ahogarme con mi propia risa.

—Rafa, ¿no te recuerda a nadie?

Entrecerré los ojos con la esperanza de que captase la indirecta. El chico bufó indignado y siguió su camino como si no me hubiese escuchado.

A decir verdad, me entusiasmé muchísimo con la idea de haberlo puesto celoso. Nos conocíamos desde la ESO y jamás tuvimos un solo momento de intimidad romántica. Además, había dicho mucho muy guapa para referirse a mi aspecto.

—Vale, me quedo con lo de pijo, pero no con lo de aburrido.

Asentí sonriente. Me gustaba escucharlo, pese a lo idiota que llegaba a ser.

¿Qué mi novio era otro? Sí.

Después de coleccionar cientos de rechazos, decidí olvidarme de Rafael. Tenía que aprender a quererlo como una amiga.

—Eso sí, no soy tan presuntuoso como él.

—Cállate de una vez, no puedo creer que seas tan cínico —lo corté y masajeé las sienes de mi cabeza—. Eres de lo peorcito. Nadie es más presumido, ni egocéntrico, ni tiquismiquis. Le llevas ventaja a todos los pijos que conozco.

Rafael dio media vuelta y empezó a avanzar en sentido contrario. Lucía molesto, sin embargo, no iba a permitir que se fuera. Después de todo el trabajo que me llevó convencerlo...

—Eh, ¡no seas crío! —exclamé detrás de él.

—Vete con tu novio, el aaaa–buuuu-rriiii-do —alargó la última palabra de manera perezosa—. ¡Ah cierto! Que no tienes condones.

Miré hacia todos lados con un gesto dramático. Por suerte, éramos los únicos en esa calle. Habría muerto si alguno de mis vecinos llegaba a escucharlo.

Quizás era una exageración, pero aquella iba a ser mi primera experiencia sexual y lo último que quería era enterar a todo el mundo de lo que iba a hacer.

—Tranqui, monstruo, que me he fijado que no haya nadie.

—¡Vete a la mierda!

—Venga, no te enfades —rogó—. ¿Qué otro va a comprarte los dichosos...? —silenció y dibujó la siguiente palabra con sus labios—. Que vale, sería todo un detalle que lo hiciera él, pero...

—Puede que lo haga.

—¿Puede? ¡Joder! —se alarmó y se estampó el rostro con la palma de la mano—. Menudo novio es ese.

Al menos en eso tenía razón.

Pasaría un fin de semana en casa de alguien sin estar segura de cuan responsable sería. Realmente debí estar jodida para aceptar una relación de ese tipo, pero llegué a pensar que solo así me olvidaría de Rafael.

—Llegamos —avisé apuntando a la farmacia.

Mi barrio no se caracterizaba por tener mucho comercio, así que era la única opción en veinte quilómetros a la redonda. Otro de las desventajas que tenía era su proximidad a la terraza más transitada en época de verano.

Y era verano, por si no lo mencioné antes.

—Vale, iré a comprarlos —sacó su billetera y le dio algunos golpecitos con la mano—. Tú espérame aquí.

Asentí y me fui corriendo en cuanto tuve la oportunidad. Me daba igual abandonar a Rafael, la mitad de mis vecinos estaban sentados frente a ese lugar.

—Eres una cabrona —me acusó al salir.

—Venga, no es para tanto —Junté ambas manos y le dediqué una mirada de arrepentimiento—. ¿Podemos comer en mi casa?

A Sylvia parecía no importarle a quiénes invitaba, por ende, no me molesté en llamarla. Rafael, por otro lado, no parecía convencido.

—Vale, —suspiró— pero solo porque me muero de hambre.

Asentí.

Después, al llegar a casa, descubrí que Sylvia no estaba. Gonzalo tenía programado un viaje de fin de curso, así que la soledad se había convertido en el nuevo inquilino de ese piso.

—Tenemos agua y cereales —le indiqué a Rafael.

En consecuencia, teníamos dos opciones; o pedir comida, o cocinar por nosotros mismos. La primera opción nos llevaba a una discusión de media hora, mientras que la segunda prometía un desastre de proporciones mayores. Elegimos la segunda. Al finalizar, el fregadero rebozaba su capacidad, y en torno a la mesa quedaban restos de comida. Por supuesto, aquella imagen no se ajustaba a la armonía visual a la que Rafael estaba acostumbrado, así que se vio obligado a alargar su estancia.

—Creo que voy a dejar el insti —confesé observándolo—. De todos modos, no voy a ir a la universidad, he reprobado la mitad de las asignaturas y ya estoy hasta el coño de tanto examen.

—Bah... No lo dejes, —habló serio— ¿sino con quien voy a competir por el último lugar? Igual y sacas algo.

—Dudo que el bachillerato me sirva de nada.

—¿Algo tiene que gustarte?

—Me gustan muchas cosas, —Tú, por ejemplo— pero ninguna se me da bien.

—Podrías hacer cocina, —sugirió sereno— a mí me gusta lo que preparas.

Intenté reírme, no obstante, la idea brilló delante de mis ojos.

—¿Y qué tal esto? —Me senté en la encimera—. Yo me convierto chef y tú puedes ser mi ayudante.

Rafael paró lo que estaba haciendo y me miró con desagrado.

—Pídeselo a Don Aburrido.

—¿Por qué tanto tema con mi novio?, ¿es que estás celoso?

—¡Já! —exclamó irónico a la vez que se aproximaba— Me has hecho comprar su "protección" . Tendría que estar tonto para celar a alguien así.

—Si los hubieses traído de tu casa, no habrías tenido que comprarlos.

Lo miré acallando los gritos de emoción que se atoraron en mi garganta.

—¡Que no tengo nada, joder!

—Ya claro —respondí teniéndolo demasiado cerca—. ¿Me vas a decir que coges los individuales que ponen en el metro?

Rafael bufó divertido.

—Es que tampoco lo he hecho —señaló con desinterés. Aquello era absurdo de todas las formas posibles—. Es cierto —reafirmó—. Nunca he tenido sexo.

Me permití dudar, pero parecía seguro de lo que decía.

—¿Y no quieres hacerlo?

—Claro que quiero hacerlo, pero sin los rollos del compromiso —explicó mientras descansaba sus brazos a centímetros de mis piernas—. El problema es que a todo el mundo le interesa tener tema y no quiero que me claven la etiqueta del cabrón del año.

Aquella revelación me transportó a un mundo de posibilidades.

Rafael seguía hablado, sin embargo, apenas escuchaba sus palabras. El volumen de mis palpitaciones acallaba cualquier ruido a mi alrededor. Ni siquiera nos habíamos rozado cuando me sobresalté emocionada.

¿Cómo podía gustarme tanto? No lo sé.

Pero al final, no me importaba entenderlo.

—Rafa —reclamé su atención.

El chico se regresó a verme y por un momento pareció que pensábamos lo mismo.

Me acerqué solo un poco y mis acciones consiguieron sorprenderlo. Pese a ello, no se apartó.

Necesitaba una señal, la que sea.

El chico que me gustaba había dicho que era guapa, y no conforme, analizaba mis labios con curiosidad. Puede que lo hiciese sin razón, pero preferí alimentar mis esperanzas.

Me dije a mí misma que si nos tocábamos (por más mínimo que fuese el contacto), lo besaría y le confesaría todo.

La tensión crecía a grandes palmos sin que nada hubiese cambiado.

Y tras un abismo de silencio decidí olvidarme de las condiciones. Me bajé de la encimera y apenas le di tiempo a reaccionar cuando le entregué mis labios. Y con ellos, todo lo que restaba de la persona que fui hasta ese momento.

Fue allí donde me di cuenta de que sí le gustaba. Quizás no tenía sentimientos por mí, pero estaba tan desesperado como yo.

—De verdad, no quiero nada serio —Me recordó por última vez a modo de disculpa.

—Bah... Las relaciones son aburridísimas —dije lo que él quería escuchar. Era consciente de que nunca quise tener una relación abierta, pero creí que ya tendría otra oportunidad de corregirme—. En cierto modo, buscamos lo mismo.

Rafael reflexionó un corto instante antes de subirme de nuevo a la encimera. Estaba tan ansioso como yo y su capacidad de percepción era nula, sobre todo porque su cuerpo se erguía en medio de mis piernas.

En ese momento, nos entregamos uno al otro olvidándonos de los muros que nuestra amistad levantó. Rafael era locura, desesperación y un interminable sinsentido.

De alguna forma, nunca me habría atrevido a entregarle tanto a nadie como lo hice con él.

Puede que aplastase mi cabello o que se metiese de manera brusca antes de acostumbrarse a la estrechez, pero me dio igual. Aquello era todo lo que había deseado.

Nunca fui el tipo de persona que pensara que el sexo debía tener un significado, no obstante, compartir aquella experiencia con la persona en quien más confiaba superó todas mis expectativas.

Al despertar, nuestros cuerpos permanecían entrelazados y su respiración acurrucaba mis sueños. Aquel momento sería inolvidable. Era el capítulo uno para Lula y Rafael.

O al menos así fue hasta que abrió la boca para despedirse. Recuerdo que sus palabras literales fueron; "pásatela bien con Don Aburrido".

Puede que llorase cuando se fue.

Y puede también que tratase de hacerle caso.

De cualquier forma, todas mis decisiones cambiaron el curso de mi vida.

El día siguiente desperté diez minutos antes de que sonase la alarma. Afuera se oía la discusión entre Sylvia y Gonzalo, sin embargo, permanecí en silencio.

Lo había pensado con cuidado y concluí que a lo mejor sí se merecían esa oportunidad.

Sylvia esperaba comprensión, y desde luego yo no podía dársela, pero no tenía derecho a decidir por Gonzalo. Tras lo ocurrido el día anterior, me quedó claro que él la seguía necesitando. Y eso era difícil de digerir.

Mi influencia sobre Gonzalo había sido tal que jamás se atrevió a decirme lo que de verdad sentía respecto a Sylvia. Una y otra vez cambié el curso de su vida. Primero, diciéndole que estábamos bien sin ella. Luego, odiándola en voz alta. Y finalmente, recordándole por qué debía hacerme caso.

De todas formas, me dolió que pensase que no iba a aceptar que teníamos ideas diferentes.

—Hola ¿Olivia?

La mujer en la otra línea articuló un "espera". Supuse que debía tratarse de Jessica pues no conocía a nadie capaz de exasperarme vía telefónica.

—Olivia, —volví a hablar cuando ésta contestó— ahora mismo estoy muy liada con algunos asuntos familiares, quería disculparme por faltar ayer. Hoy tampoco creo que iré, pero puedes descontarlo de mi sueldo. Da igual, solo...

"¿Estás bien? ¿Le ha pasado algo a tu hermano?".

—Sí. Bueno, más o menos —respondí nerviosa.

La llamada se extendió algunos minutos, sin embargo, no le conté la versión extendida de la historia (tan solo la parte que involucraba a Gonzalo). Para acabar, la tranquilicé aclarándole que ya se había solucionado el problema.

En fin...

Lo único que quería era encerrarme durante horas. Esperaba que, de ese modo, me hubiese olvidado de todos.

De Sylvia porque era Sylvia.

De Gonzalo porque era Gonzalo.

De Rafael porque era Rafael.

Y de Theo... Porque no tenía razones.

Durante el resto de la semana limité mi rutina a las "cosas importantes".

Ignoré los predecibles mensajes de Rafael, ni siquiera me había molestado en leerlos (los iba borrando a medida que llegaban a mi buzón). Lo mismo hice con los mensajes de Theo, aunque en su caso sí que los leía.

En algunos hablaba de lo mucho que me quería. En otros me preguntaba cómo estaba y por qué no respondía. Y en otros tantos, se disculpaba por lo que sea que me hubiese molestado.

Está de más decir que esos últimos consiguieron arrancarme unas cuantas lágrimas.

Él no se merecía mis secretos.

Lo correcto era terminar con él, sin embargo, necesitaba tiempo. Incluso llegué a hacer una cantidad inconcebible de esfuerzo con tal de evitarlo.

Había notado que Theo esperaba hasta mi hora de salida, de manera que opté por dar vueltas hasta que se hubiese hecho lo bastante tarde. Esa táctica me ayudó un par de días, pero él siguió prolongando su tiempo de espera hasta que ya no pude ignorarlo más.

Como las anteriores veces pude dar la vuelta y dejarlo allí. El problema es que era tarde, hacía frío y es posible que no se hubiese movido en horas.

—¿Qué haces aquí? —inquirí viendo cómo se incorporaba de un sobresalto. Trató de besar mis labios, sin embargo, retrocedió cuando esquivé la mano que condujo hacia mis mejillas—. ¿Llevas mucho rato?

Theo negó con la cabeza para luego responder: —He quedado con algunas ¿personas?

Mentía. Miraba hacia todos lados con la esperanza de dar con algún nombre que respaldase su historia, pero no tenía intenciones de hacerle un interrogatorio.

—Seguro —pronuncié agotada—. Theo, creo que tenemos que hablar.

La jodida frase se deslizó por mis labios antes de que mi cerebro la procesase. Prácticamente, le estaba advirtiendo que la conversación iría a mal.

—Yo... —me interrumpí nerviosa.

De repente, un vacío vertiginoso se abrió en mi interior.

La vergüenza avanzó agresiva y aunque lo tenía asumido, no me había preparado para la sensación que estaba experimentando.

No quería lastimarlo. No quería lastimarme.

Sacudí mi cabeza para enfriar esas ideas y retomé lo que había empezado: —Ahora mismo, no te conviene tenerme cerca, quizás deberíamos dejarlo.

Theo palideció aún más. Mordí mis labios y crucé mis brazos a la espera de una contestación que me enviase a llorar. Merecía lo peor así que no me importó quedarme a escuchar sus reclamos.

—Vale —murmuró con la boca seca. En su rostro permanecía el gesto de asombro, sin embargo, no había indicios de furia en sus expresiones— no sigas, no hace falta. Solo necesito saber si me quieres.

Fue mi turno para petrificarme. Hasta ese momento, nunca se lo había dicho por propia iniciativa. Las veces que la frase salió de mi boca, fue como respuesta a sus declaraciones, pero, ahora, necesitaba decirlo por última vez.

—Te quiero. —Lejos de lo que esperé sentir, el alivio cruzó por mis labios y liberó mi corazón.

¿Realmente te quiero?

Es decir, me mentalicé para llegar a hacerlo un día, pero no esperé que ese día llegase después de haberla cagado tanto.

¿¡Como es que no te llegan avisos de esas cosas!? Los corazones son peores que los bancos, ellos solo te avisan cuando ya no tienes nada...

—Lula, sabía en qué me estaba metiendo —habló a pesar de que la tristeza se instaló en cada una de sus palabras—. Nunca esperé que te enamores de mí. A decir verdad, cuando me enamoré de ti pensé; "hala, estoy jodido", pero quiero seguir intentando. No te pido que me elijas, sino que me dejes estar hasta que no quieras más opciones en tu vida.

Tan pronto acabó de hablar, Theo me envolvió en sus brazos, y mi cuerpo se entregó a él como si lo hubiese esperado toda una vida. No obstante, me obligué a recordar lo abusiva que era por consentir la posibilidad de quedarme a su lado.

De inmediato, la ansiedad se presentó ante mí.

—No, ¡joder! —Lo aparté con ambas manos— ¿Has escuchado algo de lo que he dicho?

Y entones terminamos...

Ni siquiera hacía falta más crueldad, pero mi consciencia requirió un final que le hiciese justicia.

Estaba harta de que las cosas pareciesen ir bien. Quería que los estruendos, las lágrimas y el dolor fuese proporcional al daño que había causado.

Aquel era uno de esos momentos en que prefería el castigo antes que la comprensión. De otra forma, mi corazón no recordaría sus errores y los repetiría hasta la saciedad.

—Vale, lo diré con otras palabras, he estado a esto —Cerré un diminuto espacio entre mis dedos— de acostarme con otro tío, y ha sido cosa de él que no pasara nada. ¡Es una putada! Pero ¿sabes qué es lo que más me cabrea? Que siempre trates de entenderme.

Me negaba a ser una roca incapaz de sentir emoción alguna, esperaba un reclamo que reflejase mi maldad, o un lamento que doblegase mis rodillas en señal de arrepentimiento, sin embargo, tenía que conformarme con un "está bien".

La condescendencia estaba rompiendo mi humanidad.

—No soporto sentirme como una mierda al lado tuyo, quiero poder mirar a mi novio sin sentirme mal cada vez que lo hago, pero eso no va a pasar si nunca me dices qué sientes de verdad. Necesito que te enojes, que pelees y que te indignes, porque tal como estamos no sé si es una relación o un control mental que ejerzo sobre ti.

Al finalizar, solté todo el aire contenido. Mis pulmones habían crecido tanto que dolían dentro de mi pecho.

Nunca creí llegar tan lejos, no obstante, allí comenzaba la historia.

Era absurdo, totalmente inexplicable, pero nuestras miradas convergieron larga y tendidamente en una conversación silenciosa. Éramos dos personas tratando de explicar el motivo de sus heridas.

Y en ese momento entendí qué había pasado, pero ya era tarde.

Mis reclamos no eran solo para él sino para cada persona que tomó los golpes que me correspondían. Me habían acostumbrado a salir exenta de mis errores hasta el punto de no entender cómo funcionaba el mundo.

—Es increíble que hayas escogido esto para ser sincera —señaló echándome una mirada de decepción, sus ojos lucían cristalinos tras las gafas y el gesto de sus labios abatió con fuerza dentro de mi pecho—. Siempre te cierras a mí y ¿quieres terminarlo siendo "sincera"?

Theo comenzó a perderse en la desértica noche. Es probable que no quisiese coger el mismo autobús, pero el próximo pasaría a medianoche. Pensé en detenerlo, sin embargo, se regresó furioso.

—¿Has dicho que quieres terminar conmigo? —Planteó la pregunta como si fuese una sucia ironía—. Olvídalo. Soy yo quien pasa de ti, pero no porque te guste otro tío, eso ya lo tengo asumido hace mucho. Sino porque ni una sola vez has tratado de darme una oportunidad.


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CURIOSIDAD 17

Qué pensáis??

A decir verdad, yo sí que me siento mal por Lula

También por Theo, obvio

Y el Rafa, porque why not xD

En esta historia los villanos son ellos mismos.

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