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16: En el que tus ojos 💄

Había aprovechado la llamada para explicarle la situación a Rafael, de modo que, estuvimos hablando sobre posibles soluciones incluso antes de vernos. Al final concluimos que lo mejor sería visitar el lugar donde ocurrió el robo.

Según Rafael, podíamos solucionar el problema a puertas cerradas.

Desde luego, no quería que Gonzalo se enfrentase a una sanción policial, sin embargo, temí estar equivocándome. De alguna forma, íbamos a sepultar los problemas sin que nadie aprendiese nada. Ni castigos ni moralejas.

La vida era caprichosa. Pero pese a mis reticencias, fuimos hasta la empresa perjudicada.

Desde el exterior solo se podía apreciar la sencilla fachada.

Por dentro no era mucho más grande, los ordenadores se apilaban uno junto a otro en dos hileras, y la oficina principal apenas tenía espacio para contener las certificaciones de la pared. También había un piso subterráneo, aunque no llegamos a verlo.

Era una pequeña empresa de distribución, así que no era extraño que la amplitud se limitara a lo estricto y necesario.

Cerca de las seis de la tarde, no quedaban más que tres personas; la secretaria, quien hablaba en un español rancio y descortés; un repartidor bastante joven; y el viejo que los dirigía.

Por la apariencia senil del anciano deduje que tendría al menos setenta y pico de años. La puerta de la oficina destacaba su nombre, de modo que no tendría que preguntar por Julio Ayala.

—Soy Lula, la hermana del chico que estuvo anoche —declaré con la esperanza de que mi voz no se fracturase—. Quería hablar sobre lo que pasó.

—¿¡Hablar!? —se quejó furioso— Entráis a mi empresa, robáis mi dinero, y ahora queréis hablar, ¿es que todas las mujeres son así de tontas?

Tras ese insulto tuve que hacer el esfuerzo de una tonelada para no dejar de sonreír, y al mismo tiempo me vi en la necesidad de apaciguar la furia de Rafael, quien se irguió furioso a mi lado.

—Gonzalo me lo ha contado todo, dice que no tiene nada que ver, y le creo. Es decir, sé que tiene parte de culpa, pero sigue siendo mi hermano.

—Bah —bramó propinándole un golpe a la mesa—. Para mí que todos vosotros estáis metidos en esto.

Y con aquella acusación, me hundí avergonzada.

Rafael, por otro lado, lucía más tenso que nunca. Quizás porque nadie lo había reprendido tanto, o quizás porque ya no podía soportar la charlatanería de ese anciano.

Julio se estaba aprovechando de nuestra predisposición para declarar su odio hacia el gobierno, su postura antirrefugiados y sus creencias ultra patriarcales. Si es que lo tenía todo, pero en parte era lógico si lo asociaba a los tiempos en que vivió, sin embargo, decidí callar por Gonzalo.

—Vale, —Rafael aprovechó un momento de silencio para interrumpir el discurso— nosotros esperábamos resolver esto sin tantos rollos.

Había soportado dos horas de tortura y no iba a permitir que lo echase a perder con su engreimiento. —Se refiere al dinero, queremos saber cuánto os falta. A decir verdad, nadie va a sacar nada si nos echamos tierra entre nosotros.

Por un minuto, el silencio se encargó de congregar los ánimos.

Julio emitió una pesada exhalación hacia la nada y comenzó a escribir sobre un post it amarillo. Para cuando terminó, sus dedos llenos de artritis dibujaron varios números mal caligrafiados.

Miré el pedazo de papel y levanté la cabeza escéptica. La cantidad era abusiva e irreal. Es decir, el edificio apenas se mantenía en pie y los ingresos no parecían corresponder con la cifra que escribió en ese post it.

Estaba claro que pretendía estafarnos.

—Es mucho —observó Rafael en un tono seco e impasible. Sus labios se movían, pero su rostro no generaba expresión alguna.

—Desde luego —indicó el viejo levantándose con soberbia—. Así que no pienso seguir hablando con vosotros mientras mi dinero continúa desaparecido. Decidle al tal Gonzalo que tiene hasta el final del día o iré a la policía.

Rafael cogió el bolígrafo de la mesa y empezó a escribir en el reverso del papel.

Supuse que negociaría las exigencias del anciano, después de todo, ese era el plan. Sin embargo, Rafael era la personificación del mismísimo demonio.

Ahora, ese papel tenía el doble de ceros y mis ojos buscaban piedad en la mirada de ese chico. Es posible que me hiciese falta otra vida para saldar aquella deuda. Ni siquiera quise calcular a cuántos años de trabajo equivalían esos números.

—¿Y qué tal si ahora escucha mis condiciones? —Le entregó el mismo papel sin moverse ni un solo milímetro. Estaba convencido de que el viejo lo tomaría de sus manos—. En primer lugar, quiero que borren todas las imágenes CCVT. Haremos un contrato para asegurarnos. En segundo lugar, ni mi novia ni su hermano son ladrones. Si hacemos esto es porque es mucho más barato que ir a los juzgados, pero nos da igual lo uno o lo otro, sobre todo, si no se disculpa con ambos. Y, en tercer lugar, nadie tiene por qué saber nada de esto. Hablaré con alguien para que transfiera el dinero y firme los papeles en mi lugar.

El hombre rodeó el escritorio con un esfuerzo doloroso. Sus piernas temblaban en cada paso y la rigidez de sus rodillas dificultó aún más su trayecto.

—¿Y dices que tienes todo este dinero? —preguntó para asegurarse a lo que Rafael asintió orgulloso—. Te felicito muchacho, pero te recuerdo que soy viejo. No necesito tanto para el tiempo que me falta. Mis hijos se quedarán con esta empresa y ya ellos se buscarán la vida.

No me gustaba nada el giro que había tomado la conversación. De repente, éramos nosotros quienes se hallaban en desventaja.

Otra vez, el viejo tenía la sartén por el mango.

—Puede que tengas razón con la señorita, pero su hermano SÍ estuvo aquí y nadie más que él tenía la tarjeta de acceso. Bastó que abriese la puerta para convertirse en cómplice —dijo con inteligencia—. Habéis venido a insultarme, el problema es que los años no pasan en vano. Con el tiempo te vuelves más orgulloso y menos visionario, de hecho, si mi esposa siguiese con vida estaría histérica ahora mismo. Mi trato es el mismo, me devolvéis el dinero que robaron, y tú y Gonzalo os disculpáis conmigo.

Parecía un final feliz. En resumidas cuentas, no tendríamos que gastarnos la exorbitante cantidad que había ofrecido Rafael y lo único que debíamos hacer era traer a Gonzalo.

Pero Julio Ayala quería que el tipo más arrogante del universo se disculpara con él. Así que preveía un desenlace más trágico que el de Titanic.

Con dificultad, Rafael apenas se había disculpado cuatro veces desde que nació y ¿ahora? Casi me echo a llorar cuando descubrí la turbación en el rostro de mi compañero. A él también le había llamado la atención ese pequeño detalle.

—Vale, —tomé la palabra antes de que Rafael volviese a cagarla— llamaré a mi hermano y haré que se arrodille si es necesario, lo siento en serio.

—No pasa nada, también me disculpo por cómo te hablé. Eran los ahorros de mi vida y, en fin, perdona. —Finalizó a la vez que giraba su rostro hacia el chico.

Probablemente debí disculparme cincuenta veces en su lugar.

—Desde donde yo lo veo, Gonzalo no es el único que va a tener problemas si involucramos a las autoridades. Él es menor de edad, y seamos honestos, no le va a pasar nada —volvió a hablar. Quise cortarlo y frenar su absurdo análisis, pero continúo: —La policía va a investigar fraudes y evasión de impuestos, así que les llevará un tiempo concluir algo. Tengo entendido que el servicio de limpieza no consta en la seguridad social. Yo lo pensaría mejor.

—¿Es que me estáis amenazando? —inquirió disgustado.

A decir verdad, no me sorprendió que la soberbia de Rafael nos hubiese regresado al principio. Pero seguía acompañándome y eso era algo. Aunque hubiese sido un bonito detalle que sacrificase su gran ego.

—Vale, olvidadlo, llamaré a la policía ahora mismo —avisó al tener el teléfono entre sus arrugadas manos.

Me resigné a seguir el plan de Rafael, después de todo, confiaba en él. Lo único que llegó a preocuparme era Leo Hummel. Seguramente, iba a matarlo.

En tanto, la secretaria de escaso léxico apareció en la puerta, nos miraba como si nos odiase a todos. Dijo algo acerca del trabajo, y luego le dio paso a sus dos acompañantes y se marchó sin más.

Eran Gonzalo y Sylvia.

Quise tirarme por una ventana cuando la gélida mirada de esa mujer atravesó mi rostro. Mi único deseo era que no estuviese enterada del giro que había tomado nuestra intervención.

En tanto, Sylvia se presentó con agilidad e instó a Gonzalo a hacer lo mismo. Conocía a esa mujer, así que no me sorprendieron sus dotes artísticas. Si hasta puedo decir que quedó como una madre devota y sacrificada. Quien sí me impresionó fue Gonzalo, vestía de manera formal y sus palabras no eran más que monosílabos.

—Hemos venido a disculparnos. Mi hijo no ha robado nada, pero eso no quita que se equivocó.

Julio carraspeó varias veces mientras Gonzalo recitaba sus disculpas. Aquella faceta suya era muy distinta a la que nos tenía acostumbrados, por lo cual sentí estar delante de otra persona.

—Entiendo, Sylvia. Y a ti también muchacho —habló condescendiente—. Tal como está el país no podemos fiarnos de nadie. En mis tiempos dejabas todo abierto porque cada uno miraba por lo suyo, pero las cosas han cambiado. Los políticos roban más, las personas roban más, y la cadena sigue. El problema es que ha desaparecido una cantidad considerable y...

—Sí, a eso quería llegar —interrumpió la mujer dando un paso hacia adelante. De inmediato, Rafael se levantó de su sitio para cederle el lugar—. Tampoco me interesa que el futuro de mi hijo quede manchado por esto, así que hemos descartado meter a la policía en esto.

¡Joder! Entonces, sí que habían escuchado nuestra estrategia de mierda.

—Le devolveremos el dinero que perdió, Gonzalo ya me habló de la cantidad, así que he tenido tiempo de hablar con algunas personas —señaló solemne. Esa mujer no vacilaba ante nadie, y admito que me sentí orgullosa de tenerla de mi lado—. Todavía nos hace falta una parte, pero no hay de qué preocuparse, tan solo necesito un par de meses...

—Puedo completarlo —sugirió un Rafael más cohibido.

—En realidad tenía otra propuesta —ignoró la intervención del chico y añadió: —Gonzalo podría trabajar lícitamente en estos meses. Me he informado y no habrá problema si yo doy mi consentimiento. Quiero que aprenda algo.

El resto del tiempo lo emplearon hablando de hijos, de trabajo y de política. Sylvia mostró un rostro de interés, sin embargo, aquello no era lo suyo. La conocía lo suficiente para saber que fingía.

Admirable, he de decir. Y quizás la única pega de ese final era la actitud con la que amonestó a Rafael cuando se ofreció a prestarnos el dinero. Su frase (y cito) fue; "Gracias, pero no es asunto tuyo".

A él le dolió. A mí me dolió. Y ni siquiera quise mirarlo a la cara.

—No tenía por qué ser tan hiriente —Le hice ver apenas salimos de la oficina—. Él solo quería ayudar.

—¿¡Metiendo a la policía!? —cuestionó tan despiada como siempre—. No era su futuro el que peligraba, pero me parece que pudo ser más empático allí dentro.

Miré a Gonzalo solo para descubrir que estaba de acuerdo con Sylvia. Ambos eran injustos.

Rafael no buscaba un desenlace perjudicial. Él podía ser muchas cosas, pero llegaría hasta el final del todo por sus amigos. Y sé que era su "amiga".

—Que sepáis que no se lo pensó ni un segundo cuando le llamé.

—Te voy a decir a quién tenías que llamar —me reclamó histérica—. ¡A mí! No puedes ser tan cría toda la vida.

La acusación hizo hervir mi sangre. De todas las personas, jamás esperé que ella tuviese el descaro de decirme aquello.

—Mira quién habla —ironicé echándole una mirada a Gonzalo. Esperaba que me apoyase, pero esquivó mis ojos con un gesto culpable.

Y en ese momento supe que estaba por mi cuenta. Que caería tan bajo como ellos quisiesen.

—Es verdad —afirmó venenosa. Ahora sus facciones eran más intimidantes y su expresión intensificaba la rigidez de sus palabras—. Pero mi esposo murió y para mi hija nunca fui suficiente. Crece y entérate de una vez cómo funciona el mundo. A nadie le toca lo que quiere y eso es una realidad que sí o sí te tocará vivir.

—Pero ¿qué dices? ¿Es que te parece suficiente lo que haces?

Reconozco que había sido un golpe bajo de mi parte, sin embargo, los suyos no fueron menos letales.

Sylvia sonrió y yo me acobardé.

—¡Hice lo que pude! —señaló la oficina de Julio y se nos quedó viendo imponente—. Alguna vez te planteaste que quizás sí me importáis. No, Lula. Tú siempre esperaste que te lo dieran todo, y como no fue así, me sacaste de tu vida.

—El dinero nunca me ha importado.

Cuando la necesité, yo era una niña. A las dos nos hacía falta algo, pero ella se fue. De lo que me culpaba era de sus propios miedos. La odiaba.

—Me despidieron —reveló de imprevisto—. Sé que últimamente me he retrasado con vuestras mensualidades, ¡y aquí estoy!

Luego pasó lo que menos esperé en la vida, ella se rompió. Por primera vez en la vida, Sylvia se mostró vulnerable delante de nosotros.

Esperé en silencio a que se recompusiese. No me consideraba la mejor persona del mundo, pero no me gustaba ver a la gente llorar. A nadie.

Y aunque su presencia seguía afectándome, le ofrecí volver como si aquello no me afectase.

De cualquier modo, sigue siendo su casa. Pensé mientras trataba de explicárselo a mi hermano.

—Parece que va a quedarse con nosotros. En realidad, ya se lo he dicho, pero quería saber ¿qué piensas?

Gonzalo se encogió de hombros y respondió: —Me da igual.

Era mentira. El brillo en su mirada demostró que no lo conocía bien.

Asentí ausente a la vez que buscaba a Rafael. El chico había salido media hora antes que nosotros, pero reposaba tranquilo dentro de su coche.

Al menos, tenía una constante en medio de tantos cambios.

Fui hasta donde estaba sin dar ninguna explicación. Me di cuenta de que Gonzalo no quería lastimarme, y que, por ende, jamás admitiría que las acciones de Sylvia lograron conmoverlo.

Él necesitaba creer en ella. Yo no.

Sea que quisiese darle una oportunidad, o no, solucioné en darle espacio para pensarlo. Mi presencia no volvería a influir en sus decisiones.

—¿Estás bien? —cuestionó tras detenerse en la puerta.

Rafael pretendió seguirme, sin embargo, no pudo ignorar el desorden que dejaba a mi paso. De hecho, si tuviese que destacar alguna diferencia entre nosotros, elegiría su obsesión por todo.

Para Rafael, las cosas debían colocarse en números pares. Los colores debían clasificarse según su intensidad. Y la decoración debía ser lo más minimalista posible.

—¿En serio pagaste miles de dólares por ellos? —Analicé con escepticismo la pecera que había instalado en el salón. Los dos peces ondearon soberbios, como si fuesen conscientes de su cotización en el mercado.

No esperé ninguna respuesta. Me daba igual lo que hubiese gastado.

—¿Puedo? —inquirí antes de abrir la nevera.

Por supuesto, no me sorprendió hallar zumos azucarados, bebidas energéticas y cerveza de casi todas las marcas. El organismo de ese chico terminaría hecho pedazos algún día.

Rafael se volvió a mí con la esperanza de detenerme.

Era evidente que buscaba la cerveza, y yo odiaba la cerveza. Sin embargo, aquella era la ocasión perfecta para envenenarme a base de alcohol.

—Voy a darme una ducha, —avisó mientras cogía otra lata— puedes dormir abajo si quieres.

Estuve a nada de derramar el líquido de mi boca. La risa casi consiguió aliviar la presión en mi cuerpo.

—¡Hala!, pero que caballero —ironicé apuntando al sofá. Abajo no había ninguna cama y estaba claro que no se esforzaría por ser un buen anfitrión—. Ni siquiera has sugerido compartir cama. ¡Eso es nuevo!

Rafael ladeó una media sonrisa antes de hablar: —¿Tanto me extrañas?

—¿Por qué no?

Fui consciente que aquello no era un ni un no, pero estaba cansada de darle vueltas a todo. A veces prefería la superficialidad de una respuesta sencilla antes que las verdades súper reveladoras.

Aunque es probable que Rafael previese una negativa ya que su primer instinto fue retroceder. Ahora rascaba su nuca con nerviosismo, como si el asombro hubiese sacado su otra faceta.

Yo por mi lado, tenía un gesto de quemeimportismo en cada una de mis expresiones.

—Pensé que ibas en serio con tu... —se cortó y a sus palabras le siguió un silencio incómodo.

Carraspeé repetidas veces para disipar la tensión en el ambiente, pero solo conseguí obviar la incertidumbre.

—Ya —dije con simpleza—. Le he jodido la vida a todos, ¿qué más da si son tres, o cuatro, o cinco? Está claro que la cifra no cambia lo que soy.

Rafael me quitó la cerveza de las manos y bebió el contenido hasta vaciarlo por completo. En parte, agradecí que lo hiciese. No me gustaba el sabor que le dejaba a mi boca ni la cantidad de procesados con los que se fabricaba.

—¿Y qué eres?

Resoplé agotada. Tenía innumerables opciones en la cabeza y ninguna era digna de presumir.

De acuerdo con las críticas, yo era egoísta, inmadura, irresponsable, desordenada y un largo etcétera le seguía a la lista. Así que sí, el pudor se hizo presente.

¡Dios! ¿No podíamos reírnos de los problemas y ya?

—¿Por qué no me echas un cable?

Rafael levantó la mirada y pude notar ese gesto de lástima que tanto dolía.

De inmediato, forcé una sonrisa agarrotada. Habría escapado, pero Rafael bloqueaba la única salida.

—Eres fuerte.

La profundidad de su contestación me hizo sentir aliviada, tal vez porque esperé algo malo.

—Gracias.

—No hay por qué —Elevó sus hombros y continúo: —A ver si me pones preguntas más difíciles, que esa me la sé a ojo cerrado.

—¡Jo! No quiero que tu cerebro se canse —reí sentándome en el borde del sillón.

Rafael tiró las dos latas al bote de basura y luego caminó en mi dirección. A su rostro le acompañó una sonrisa de suficiencia, como si no tuviese suficiente con la imponente simetría de sus facciones.

Fingí haberme distraído con mis pensamientos para no tener que mirarlo directamente. Todo él me hacía temblar.

—¿Y cuál de los dos es el narcisista? —me acusó sarcástico—. Dije fuerte porque es lo menos cursi que tengo, pero hay más de donde salió.

Puto Rafael.

Ahora sentía curiosidad de lo que pudiese agregar, no obstante, terminaría dándole la razón si preguntaba.

—Eres Lula —afirmó perspicaz.

—Juro que no entiendo porque no te has hecho científico, o tocapelotas.

—Calma monstruo —rio y puso un dedo sobre sus labios como señal para que me callase—. Quiero decir que no eres un montón de palabras sino una persona, y ya está. Pero si de verdad quieres saber lo que los demás piensan de ti, empieza por impaciente, irritable y tozuda —enumeró con malicia—. El problema es que no te sirve de nada saber lo que los demás piensan porque cada uno te ve de un modo distinto.

»Por ejemplo, yo pienso que eres un poco tonta. Y ahí va, no te enojes antes de tiempo, me refiero a que eres demasiado buena con todo el mundo. Me frustra que siempre quieras ayudar a todos, incluso a los gilipollas que te hacemos daño, pero también reconozco que es lo que más me gusta de ti. No porque te lastimes a lo tonto, sino porque haces que los demás queramos dar la talla. ¡Joder! Si ya decía yo que iba a ser cursi —se quejó rascándose la nuca—. Como sea, eres la persona con menos maldad que conozco. Lo paso bien siempre que estoy contigo. Te dejas impresionar con cualquier cosa y puede que hasta yo me haya esforzado un poco por llamar tu atención. Y es mentira que no te importa lo que los demás dicen de ti, si eres como eres es porque no quieres que te dejen de lado ¿Puedo acabar o quieres que siga?

Por un momento, no fui capaz de apartar la mirada de él.

La intensidad de sus palabras consiguió darme alcance y esto era todo lo lejos que podía llegar.

No tenía sentido que lo negase o huyese, al final del día, Rafael era capaz de arrasar con todo.

Mantuve a mi corazón en un suspenso de infinitos finales.

¿Qué debía responder?

¿Qué era lo que significaban sus confesiones?

¿Debía besarlo?

Vale, reconozco que ese último pensamiento llegó demasiado tarde.

Para cuando fui consciente de mí misma, estaba moviendo mis labios sobre los suyos. Buscando aliento en su boca e internándome a por nuestra historia.

Rafael respondió con la misma ferocidad. Recordaba mi boca, mis puntos débiles, mis gustos y todo lo que hacía falta para arrancarme la ropa.

Abracé su cuello permitiendo que él hiciera lo mismo con mi cintura.

Al cabo de algunos minutos, comenzaron los tocamientos. Ya no solo éramos dientes, lenguas y mordiscos. Sus manos habían liberado el botón de mis vaqueros provocando que los jadeos se colasen en medio de aquel beso desesperado.

—Para, para, para —habló sin atreverse a abandonar mis labios. Poco después, me apartó inseguro—. Está mal.

Por supuesto que está mal.

Caminé en cortos pasos con la esperanza de recuperar la sobriedad. Pero se trataba de Rafael. Él seguía en el centro de todo, y era ingenua si creía haberlo superado.

Me regresé lentamente.

Esta vez puse mis manos sobre su cara, Rafael se aferró a ellas mientras aspiraba el aroma con un gesto de satisfacción. Lo había extrañado y aquella proximidad me ayudó a descubrirlo.

¿Qué mierda me pasa? Me pregunté una y otra vez, pero, lo tenía demasiado claro.

Antes de que pudiese apartarme, me apresuré a hablar: —Que te quiero, ¡joder! Puedes enterarte de una vez.

Éste sonrió y sus labios se estamparon contra los míos. Había determinación en su forma de besar, aunque no era ninguna novedad viniendo de él. Lo que me inquietó fue esa sensación de ser observada más allá de la desnudez.

Siempre había leído a Rafael sin ningún esfuerzo, sus ojos solían hablar de lujuria y afecto, pero en aquel instante transformó esa sencillez en una tonelada de emociones.

—Tranquila, tenemos toda la noche —Apresó mi muñeca y, tras ello, me giró con un solo movimiento.

Sus hábiles manos amasaron mi piel apretándola contra sí. Sentía cada músculo duro friccionándose encima de mí. Enseguida, elevé la cabeza esperando que su lengua recorriese mi cuello, pero Rafael era más astuto que eso. Él no iba a dejar que le arrebatase el control tan fácilmente.

—¿Solo la noche? —Lo provoqué en un tono vicioso.

Su risita de suficiencia no tardó en aparecer e instado por ese desafío, dirigió mis piernas hasta haberme acostado boca abajo en el sofá. Ni siquiera me dio tiempo a protestar porque mis manos fueron a parar en mi espalda.

Toda yo estaba a su entera disposición.

—Como la primera vez —mencioné.

De repente, Rafael soltó mis muñecas y mi primer impulso fue llevarlas hacia los costados para tomar una posición más cómoda, no obstante, él se recostó junto a mí y se limitó a mirarme largamente.

—Sabes que no va a terminar bien.

El susurro de mi consciencia replicó un "te lo dije", el cual se insertó mortal en medio de mis pensamientos. Las dudas y el rechazo crearon un enorme vacío.

—¿Desde cuándo te importan los demás? —reclamé histérica.

Otra vez me había puesto en bandeja de plata, dándole la certeza de que podía persuadirme cuanto quisiera.

—No es que me importen los demás, ¡me importas tú!

—Estoy hasta el coño de estas idas y venidas. Si te preocupas por mí, se consecuente por una vez en tu puñetera vida —hablé irritada a la vez que subía mis vaqueros—. Pero vale, que yo tengo la culpa. Eres peor de lo que la gente se piensa y es increíble que aun sabiéndolo te haya defendido.

Rafael frunció el ceño bajo sus oscuros ojos. La indignación había tomado forma sin que ninguno previese el desenlace de esta nueva pelea.

—¿¡Y qué mierda esperas que haga!? —bramó a la vez que movía sus manos en un gesto de furia incontenida—. Quieres que te folle y, vale, no tengo problema con eso, pero también me pides que finja que no sé por qué lo haces.

—¡Que te jodan, puto cabrón comemierda! —Lo aparté de mi camino para buscar las cosas que habían caído de mi bolso.

—¿Te piensas que me afectan tus insultos de guardería? —inquirió llevándose una mano al pecho de forma sarcástica—. Quieres utilizarme para no responsabilizarte de lo que de verdad te está jodiendo.

—¡Esto es nuevo! —espeté regresándome hasta él—. ¿Ahora te crees psicólogo?

—Theo... —habló de repente, y tras ese segundo, se interrumpió para comprobar mi reacción—. ¿Sabes qué cara has puesto ahora? Le quieres y te da miedo reconocerlo porque te piensas que se va a ir cuando más le necesites.

—¿Y tú qué sabrás de lo que siento si desde siempre has pasado de mí? —Suspiré agotada antes de continuar: —Te lo voy a decir por última vez, no tienes derecho a ponerle nombre a mis sentimientos ni a decidir quién me gusta y quién no. Está claro que contigo cometí un error, pero lección aprendida. Gracias. Tuve que golpearme cincuenta veces con la misma piedra hasta conseguirlo.

Así, le sostuve una mirada cargada de impotencia, la cual supo interpretar de inmediato. Quería remediar el daño, sin embargo, ya había hecho bastante.

—Y una mierda —Me detuvo cogiéndome del brazo. Su otra mano sostenía mi mentón a la vez que inclinaba su cabeza.

Parecía dispuesto a besarme, es más, la calidez de su aliento me advirtió que estábamos a un respiro de cerrar la distancia.

Hazlo. Detente. Las contradicciones dolían.

Su calor me estaba quemando la piel, y al mismo tiempo me dedicaba una mirada agresiva, luego triste, luego vacilante.

Al final se separó lenta y dolorosamente. Centímetro a centímetro. Recuerdo a recuerdo.

Él nunca fue pasado, tampoco me ofreció un futuro, así que vivíamos el presente sabiéndonos insensatos. Nos estábamos despedazando sin anestesia alguna.

Las lágrimas que contuve rodaron una tras otra, sin calma ni desvíos. En pocos segundos, mi rostro se hizo de una expresión atroz gracias a los restos de llanto liberado.

Rafael fue la gota que derramó el vaso, sin embargo, pasó mucho tiempo y pasaron muchas personas antes de que el agua colapsase ese vaso.

Necesitaba sacarlo todo.

—¿De verdad no puedes amarme? —Mi voz se quebró en medio de la pregunta.

Cientos de respuestas atestaron mi mente, y en medio de esas voces acusadoras reconocí el murmullo de un karma diabólico.

Le estaba haciendo lo mismo a alguien más...

Acallé un sollozo y recogí mi bolso antes de golpear la puerta.


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El capítulo sigue, pero qué tal??

Aquí hay mucho Rafa, así que me voy lentamente ;)

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