Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

14: Y de lo que somos juntos 💄

Al volver a casa, descubrí que los problemas de Rafael tenían que ver con una fiesta. Y vale, soy consciente de a qué suena, pero siempre había algo más.

La fiesta era en su casa, ¿el problema? Que era en su casa.

Cuando su padre lo invitaba a pasar tiempo con ellos, Rafael solía subirse en una nube de inconsciencia; conectaba con quien fue en el pasado y rebosaba de una ingenuidad poco convencional, pero la magia desaparecía antes de que volvieran a exiliarlo.

Lo más probable es que pensase que trataría de detenerlo. Y sí. Está claro que jamás hubiese apoyado esa idea.

Él tenía conceptos bastante errados acerca de la familia, le daba igual ser menos que nada si a cambio podía pasar más tiempo con ellos. Padre es padre, le enseñaron, y con el tiempo su visión de la realidad fue haciéndose menos objetiva.

En teoría, solo reclamaban su presencia cuando había beneficios de por medio.

—Tía, olvídalo ya —habló, Lindsay, agitada por rutina que habíamos emprendido—. Si Rafael no ha llamado es porque lo está pasando bien. Con lo llorica que es, dudo que no nos hubiese pedido ayuda.

Tosí ahogada a la vez que el estómago me subía por la garganta. Había seguido a Lindsay durante una hora, después accedí a hacer abdominales a su lado, sin embargo, mi sedentarismo me estaba pasando factura.

—Es que no entiendo porque no fue más claro conmigo.

—Rafael es un subnormal —expresó brevemente consiguiendo que sus manos tocasen la punta de sus pies—. Puede que te invitase porque siempre le estas llevando la contraria.

—¿Eso qué tiene que ver?

Lindsay me miró con desaprobación al notar cómo me movía de mi sitio para relajarme. Di gracias pues no me obligó a repetir todo desde cero.

—Se pensaría que ibas a dejar de darle la lata si te mostraba lo bien que se lo pasaba, o yo que sé. Ya te dije que es un subnormal —explicó contenta de haber cumplido la segunda fase de su entrenamiento.

—Es que no me creo que su padre no tenga segundas intenciones en esto.

—Y qué más da. Leo es una versión más vieja de Rafael, no puede ser tan malo.

Hice una mueca para mostrarle mi desacuerdo. Leo era un clasista desagradable con complejo de Dios omnipotente. Mientras que Rafael era... ¿inmaduro?

—Pero, Dominico...

—Dominico se siente culpable —me cortó después de haberse bebido medio litro de agua—. Y perdona que te lo diga así, pero mañana grabaremos el entrenamiento, así que si vas a seguir hablando de Rafael, prefiero que te vayas.

Su sutileza encendió una lucecita dentro de mí.

—Tienes razón, iré a buscarle.

La mandíbula de Lindsay cayó hasta el piso. Probablemente pensaba que era una idiota por haberla malinterpretado, no obstante, la idea ya circulaba por mi mente y no había modo de extirparla.

—Lula, ¿está todo bien allí dentro?

Bufé sin responder a su retórica. Después comencé a alejarme sabiendo que me arrepentiría de mis acciones.

—¡Joder! Si te presentas allí, va a ser muy raro.

No seguí rebatiendo el tema ya que, Lindsay solía ser muy convincente y temí que lograse persuadirme.

Habían pasado dos días desde que vi a Rafael. Lindsay tenía razón.

Era raro que me pasase por esa casa. Y era todavía más raro que lo hiciese sin avisar.

La primera persona en recibirme fue la esposa de su padre. Ella no era tan mala. En su versión, se enamoró de un hombre. No preguntó, no dudó y no huyó. He allí sus tres errores.

—¿Lula?

Asentí a la vez que me adentraba en su hogar. Recordaba aquella casa como un palacio, y ahora en mi adultez, no me atreví a corregir esa memoria. La distancia entre mi cabeza y el techo hacía que me sintiese diminuta, como si apenas estuviese descubriendo que el mundo era más grande de lo que veían mis ojos.

Subí las escaleras apoyándome en el lujoso cristal de la barandilla mientras otra decena de habitaciones esperaba por mí.

—Bajaré primero —aviso cuando estuvimos frente a la puerta de su hija—. Voy a poner los platos sobre la mesa. Podéis bajar en diez minutos.

—No hace falta, me iré enseguida.

A decir verdad, agradecía no haberme encontrado con su esposo y quería preservar esa suerte hasta el final.

—Venga, has venido hasta aquí. —Pretendió convencerme, no obstante, planteé una pequeña posibilidad para satisfacer sus súplicas. Después de todo, no quería ser grosera.

En tanto, abrí la puerta con un movimiento rápido. Me dije a mí misma que no había nada de que preocuparse, pero una parte de mí sabía que sí.

—¿Hola?

Rafael se levantó con los ojos bien abiertos. Después se volvió a sentar y dio un golpecito sobre el suelo para que lo acompañase.

—Eh, no te distraigas —demandó hacia Vera, la cual obedeció de inmediato.

—¿Haces de profesor?

—Me gusta ser el más listo de aquí.

—Tu rival es una cría de seis años, no creo que cuente —dije con una sonrisa sarcástica mientras me iba acomodando a su lado—. ¿Qué le estás enseñando?

—Multiplicaciones —terció una Vera orgullosa, pero devolvió su atención a los libros antes de que Rafael volviese a echarle la bronca.

—¿Qué haces aquí?

Apoyé mis codos sobre el escritorio observando cómo ejercía su tan habitual tiranía. Rafael no le concedía treguas a nadie.

—Vamos a casa.

Vera levantó la vista, aunque esta vez lucía lastimada. Ni siquiera se dejó llevar por la estricta presión que Rafael mantuvo sobre ella. —No quiero que estés aquí.

Auch.

Ahora tenía una enemiga en el colegio. Bien hecho, Lula.

—Vera, como no termines, me voy de verdad —la amenazó consiguiendo que la niña se echase a llorar. Suspiré agotada y me levanté de mi sitio para rodear a Vera.

—Ya está, no voy a revisar nada.

Rafael abandonó la mesa y caminó hacia la puerta tratando de manipular la dócil mente de su hermana. Fue arriesgado, sin embargo, Vera cayó redonda en la trampa.

—¿Por qué no me has dicho que venías?

—Estoy bien —sonrió mostrándome todos sus dientes—. Además, si te lo hubiese dicho, ¿habrías preferido acompañarme?

Vacilé. La tensión se estaba manifestando no solo en mi forma de esquivar su mirada, sino también en la recitación de monosílabos desprovistos de coherencia.

—Supongo que no quería verte hacer eso —dijo sacando un plumón rojo para corregir los errores de Vera—. El resultado habría sido el mismo, pero tu cabecita no habría parado de dar vueltas. No soy de los que arruina cosas.

Mantuve la respiración sin saber qué decir. Ahora su atención ya no me era exclusiva.

Mal, comenzó inhumano. ¿¡Qué es esto!?, dibujó una cruz enorme sobre la operación que había resuelto la niña. No, no, no. Has sumado los resultados desde la misma fila, indicó tras dejar todo el cuaderno marcado de rojo.

Su hermana lo miró con los ojos acuosos. Las hojas en las que había escrito lucían débiles después de gastarlas con goma, y gracias a Rafael tendría que arrancarlas para repetir la tarea.

—Seguimos después del almuerzo.


—¿Te quedas a comer?

—¿Que si nos quedamos a comer? —lo corregí mientras bajábamos.

—¡Lula!

—Siempre quedas echo polvo.

—No va a pasar esta vez.

Quería creerle, sin embargo, la experiencia me había demostrado que yo tenía razón.

¿Cuántas veces tendría que lastimarse?

¿Y cuántas veces tendría que seguirlo?

Sin que él lo advirtiese, habíamos entrado en una cuenta regresiva. Algo iba a romperse, de eso no tenía duda.

Al final, reuní el valor necesario para sentarme con ellos e ignorar a su padre.

—He estado pensando —pronunció Leo a medida que nuestros platos se iban vaciando—. Pronto cumplirás veintiuno. ¿no?

Decidí quedarme al margen de la conversación del mismo modo que hicieron Christa y su hija. El temporizador se había puesto en cero.

—Lo has visto en la fiesta, no es fácil mantener los negocios —explicó tendiéndole una carpeta.

Rafael la cogió y la abrió desconfiado. Dentro había cuatro o cinco hojas.

—He pedido a mis abogados que redactaran este contrato.

De nuevo, estaba en el momento incorrecto, en el lugar equivocado.

Rafael parecía decepcionado y supe enseguida que se sintió avergonzado delante de mí. Pude visualizar el cambio desde que sus ojos apresaron la ardiente lágrima hasta que empuñó su mano debajo de la mesa.

—Parece que lo tienes bastante claro —dijo tras comprender que dicho documento estaba escrito hace meses—. Y agradezco que me hayas hecho un resumen, pero me tomaré un tiempo para pensarlo.

—Como si hubiera algo que pensar —ironizó en un tono sarcástico—. Puedes quedarte toda la semana, así lo analizamos juntos. No es como si fueses a retrasarte en ninguna de tus clases. Asumo que las has dado por perdidas de todos modos.

El señor Hummel soltó una carcajada logrando que los demás nos sintiésemos fuera de lugar.

—Vale, cariño —intervino su esposa—. Dejemos que los chicos terminen de comer.

—Si lo dices de ese modo, da la impresión de que quiero hostigarlos.

La mujer irguió su espalda tratando de mantener la compostura. —Sabes que no ha sido mi intención.

—Ya no importa —terció Rafael extendiendo los papeles sobre la mesa— me llevaré esto y nos iremos después —me señaló y asentí. Por más grande que fuese aquella casa, la sensación de agobio crecía a cada segundo—. Tengo algo que hacer.

Esa excusa desgarró el aire. Su respiración reclamaba vidriosa por libertad.

—No será nada importante —volvió a atacar su padre. Hacía uso de un tono irónico para disfrazar la solemnidad con la que planteaba sus exigencias—. Si el problema es la señorita, hablaré con alguien para que la acerque a su casa.

Después de su escrutinio, tuve la impresión de que limpiaría cualquier lugar que hubiese tocado, mirado o imaginado siquiera. Leo me veía con suficiencia. Bajo su punto de vista no era diferente a un bicho de la calle.

—Yo mismo acercaré a la señorita —adoptó el mismo estilo pomposo para burlarse de la presuntuosidad de su padre—. Y no te preocupes, terminaré de leer esto antes del otro año. Como has dicho, el tiempo me sobra.

—Como quieras, pero estarás por tu cuenta si no firmas.

Solté el tenedor sin importar que alguien se ofendiese. Estaba cansada de llenar mi boca para no participar en aquella carnicería.

—¡Qué fino! Casi me ha conmovido esta escena tan... —callé. Rafael había puesto su mano sobre mi pierna para impedir que continuase.

Lo miré tratando de comprenderlo, sin embargo, su ceño me dio una pista de lo que haría. —Que poco ha faltado para convencerme.

Se levantó de su sitio y abrió mi silla. Podían estar en medio de una guerra, no obstante, ninguno iba a despeinarse un solo cabello. Así era como se enfrentaban los demonios de alta cuna.

—Te doy un año, máximo dos —sentenció sin levantar la vista—. Gastarás todo y vendrás aquí pidiendo mi ayuda. Rafael, te estoy dando la oportunidad de seguir viviendo como hasta ahora. Si me cedes tu parte de la empresa, no tendrás que preocuparte de nada.

Por un lado, Leo tenía razón. Ellos eran dueños de una sociedad tenedora. Se habían hecho con las acciones de varios grupos empresariales, así que la responsabilidad no era poca cosa.

Suspiré frustrada. Hasta ese momento, Leo se había hecho cargo de la herencia de Rafael, pero poco faltaba para que todo pasase a manos de su legítimo dueño. 

—¿Es que me estoy equivocando? —Esta vez se dirigió a su esposa, quien evadió hábilmente la pregunta—. Porque tus gastos de este mes no dicen mucho a tu favor.

—Ya, claro. Porque la comida y la ropa no son importantes.

—Vale, olvidémonos de la comida y la ropa —se puso en pie a la vez que revisaba el móvil—. Aquí dice que has comprado doce botellas de exportación, viajes de los que no tenía ni idea, hay algo sobre un juego, y ¿te has metido en las apuestas en línea?

—¡No he perdido nada!

Su defensa era de risa.

—No sé cuál sea tu definición de nada porque tengo entendido que compraste dos peces chinos.

Estuve a punto de reír por aquella acusación. Y es que vamos a ver, ¡eran dos putos peces! ¿Quién se enfada por eso?

Claro que, creí que hablaban de humildes pececitos dorados. No de peces millonarios utilizados en el tráfico de especies.

—¿¡Es que estás mal de la cabeza!? —critiqué. Es más, estuve a punto de cambiar de bando.

—Hay un concurso, creí que sería interesante.

—Interesante sería verte aprobar alguna asignatura —habló Leo apocando la distancia que lo separaba de su hijo—. He trabajado mucho por todo lo que tengo y no voy a permitir que un niñato estúpido lo eche por tierra.

—Hostia, que mala vida —ironicé en voz alta.

—Lula.

—No, déjala que termine. Quiero empaparme de la cultura que tienen las crías sin estudios.

—Esto se te está yendo de las manos... —se oyó desde el otro extremo de la mesa. Sin embargo, la intervención de Christa no duró más de unos segundos.

—Lula, espérame fuera —pidió Rafael tras el portazo que rugió en la distancia, pero no me moví—. ¡Joder, sal de una vez!

Me estremecí al instante. Rafael había sacudido su brazo en dirección a la puerta.

La habitación contigua era una pequeña sala que mediaba entre el comedor y el salón principal. Desde allí se podía oír todo, pero la experiencia me recordó que era una mala idea.

En ese lugar hubo un piano incluso más imponente que toda la decoración actual. Rafael pasó horas practicando, dejándose envolver por la musicalidad de los acordes y reclamando al instrumento, la representación más fiel de sus emociones.

No obstante, un error sumó otros diez.

—Si no existiese nada que firmar, ¿yo estaría aquí? —La voz de Rafael sobrepasó las barreras que nos separaban. Era un lamento entrecortado.

Rápidamente cerré la puerta.

Aquello no era algo que me correspondía escuchar.

Antes, hace muchos años...

Ese chico oyó lo que no debía.

En la misma habitación, sentados frente a un colosal piano marrón. El dolor ya había comenzado a perforar su alma. Tenía los ojos hinchados y las manos le temblaban.

Todo seguía siendo tan reciente que no advertí el cambio. Y no lo supe hasta que se convirtió en una verdad incuestionable.

Rafael se estaba despidiendo de sus sueños. De la vida que había planeado. Y de la persona que deseaba ser.

Me quedé en silencio observando cómo sus lágrimas dejaban de caer. Mi propia ignorancia me había enseñado que era una buena señal.

Siendo jóvenes nos consuelan hasta que el llanto cesa. Tal vez por ello, me alegré al verlo endurecer su rostro. Rafael había contenido el aliento para cerrar con decisión el piano.

Fue la última vez que se acercó a él.

—Olivia, tienes que quedarte.

De pronto, el gran salón fue ocupado por otras personas. Rafael no se movió en lo absoluto y no me quedó más opción que imitarlo. Después de todo, acababa de enterrar a su madre y poco importaban los debates de moralidad.

—¡Ya te lo he dicho, no puedo hacerme cargo del chico!

El pánico se extendió rápidamente por todo mi cuerpo. Era injusto, aunque nadie estaba al tanto de nuestra presencia.

Así, miré a Rafael sin hallar ningún indicio de expresividad. Lucía calmado y, sus ojos reposaron tranquilos mientras callábamos.

—Necesito que te aclares lo antes posible, voy a redactar una petición para que puedas...

Quienes hablaban no eran otras que Olivia y la abogada de Irina. Aquella mujer era bastante cercana a la familia, no obstante, el tiempo marchitó los lazos que la unía a ellos. Luego se convirtió en un recuerdo difuso, sin un nombre tan siquiera.

—¡Joder, para de una vez! —chilló Olivia haciendo que todos mis sentidos se crispasen. Nosotros no debíamos estar allí, pero no supe qué hacer—. Aun soy joven, no necesito un lastre en mi vida.

—Es el hijo de Irina —le recordó la otra voz.

Incluso yo sentí la amargura de esa declaración. Si bien no debíamos estar allí, ellas no debieron ser tan descuidadas.

—Sé que es el hijo de Irina ¿vale? —le hizo ver con arrogancia—. Pero ella no es ninguna santa y tampoco le debo nada.

»Menuda sorpresa me he llevado cuando me dijeron que me puso a mí como guardiana. Tiene su gracia porque siempre se ha avergonzado de lo que soy, pero ahora resulta que hace esto. ¡Venga ya! Si cuando me echaron de casa no hizo nada para impedirlo. Era igual que nuestros padres y esto solo prueba que no tenía a nadie más. Que tampoco me sorprende, Irina era egoísta como nadie.

—¡Acabamos de enterrarla! —exclamó la abogada. Debía sentirse frustrada porque el tono de su voz surgió desesperado—. Olivia, no le puedes dar la espalda a tu propio sobrino.

Entonces sí que hubo una reacción por parte de Rafael. El chico se levantó hasta la puerta y posó su mano sobre el pomo, pero no pudo hacer otra cosa.

Se quedó estático.

Tenía una concentración dolorosa en la mirada, como si le hubiesen arrancado todas las emociones.

—¿Podemos irnos? —pregunté, aunque Rafael hizo caso omiso de mi sugerencia.

Bajé la mirada y permanecí en mi sitio.

—¿Qué hay de su padre? —inquirió Olivia con audacia. Estaba claro que no quería asumir ninguna responsabilidad, aunque lo estuviese destrozando sin piedad—. Vi a Leo en el funeral, es quien tiene prioridad en estos casos.

—Abandonó a su esposa e hijo por una muchachita de veintitantos —continúo, solo que esta vez ya no lo hacía de manera condescendiente—. Irina tardó casi un año en conseguir la custodia completa como para tirar todos sus esfuerzos a la basura. Además, no sabemos si Leo quiera hacerse cargo de Rafael.

—Has dicho que le ha dejado todo al crío, pues entonces no hay nada de qué preocuparse —comentó inconsciente pues, esa frase se convertiría en uno de sus mayores miedos—. Tú háblale de dinero y te aseguro que le nacerá el amor paternal.

Rafael finalmente consiguió girar el pomo de la puerta haciendo que ambas mujeres lo mirasen petrificadas.

—Siento haberte hablado de ese modo —Fue lo primero que dijo cuando salió de su casa.

Negué con la cabeza.

—Eres una buena persona —murmuré.

Me sentía culpable. Quizá porque advertí este desenlace. O quizá porque sugerí, en algún momento, que el dinero influía en quienes lo rodeábamos.

Pronto, llegamos hasta su coche y lo convencí de dejarme las llaves. Rafael no iba a admitirlo, pero se sintió aliviado de no tener que conducir durante la próxima hora.

—Me ha dado un año, creo que me subestima un poco —recordó forzando una sonrisa—. Un mes me basta para eso. Es más, ese es mi propósito, seré pobre para cuando cumpla veintiuno.

—No lo dudo, sigue comprando pececitos y podrás tachar ese propósito de tu lista.

—¿Te da miedo que me quede sin nada? —cuestionó en un tono juguetón.

Rafael quería mantener su orgullo intacto, a pesar de que el decaimiento era obvio.

—Es tu problema, no veo cómo podría afectarme.

—Quizás te dé miedo descubrir que solo te gusté por eso.

Después de su francesita, me miró con la esperanza de que arremetiese contra él. Su intención no era otra más que evitar que le hiciese preguntas acerca de lo que había visto en su casa.

—Me has pillado, —suspiré cediendo a su evasiva— pero tranquilo. No tenemos que hablar de esto si no quieres.

Rafael asintió frustrado, había querido restarle importancia a lo ocurrido, sin embargo, sus gestos no coordinaban con sus palabras.

—¿Sabes lo que sigue?

—¿Adivino o vas a decírmelo?

Sonrió dejándose el brazo en el marco de la ventana. Adoptaba posturas estúpidas cada vez que fanfarroneaba, y debo decir que era divertido escuchar sus divagaciones sobre la vida. No tenía idea de nada, pero hablaba como si lo supiese todo.

—Van a cambiar muchas cosas —respondió orgulloso—. A decir verdad, suena a cuento chino, pero la mayoría no son capaces de llevarlo a cabo. Culpan a la fuerza de voluntad, pero la verdad es que la gente es muy pudorosa al hablar del dinero que no tienen.

Contuve una risita para no tener que aprobar su comentario engreído. Solo Rafael sabía lo difícil que era vivir con ese nivel de narcisismo.

—Piénsalo un poco —me pidió subiendo los pies sobre sus carísimos asientos—. Si la vida de los pobres cambia con dinero, no tiene por qué ser diferente si inviertes los factores.

—Felicidades, veinte millones de personas acaban de indignarse con ese gran dilema que has planteado, yo incluida.

—¡Qué va! Si no lo decía por ofender —se justificó apagando el GPS para que me detuviera en la gasolinera—. En fin, no creo que vosotros cambiéis demasiado conmigo.

—Agradezco el voto de confianza.

—Supongo que ahora no queda tan bien que utilice un, pero.

Lo miré mal mientras se deshacía del cinturón de seguridad.

—Las cosas contigo ya están cambiando.

—Funcionamos mejor como amigos —solucioné.

—¿Te parece?

—¿A ti no?

Salió del coche y lo rodeó hasta quedarse frente a mi ventana. —Funcionamos porque nos vemos menos. Para este punto ya te debes haber dado cuenta de que nunca estuviste enamorada de mí.

De repente, tenía la boca seca.

Ni un solo pensamiento asomó por mi cabeza.

Era como si la situación me obligase a estar enojada, pero por dentro había otra emoción esperando a ser descubierta. Restregué mi cara con rabia, sabiendo que esa frustración no se convertiría en tristeza sino en curiosidad.

Nunca me había gustado que otros hablasen de mis sentimientos. Me hacían sentir superficial, y a veces descubierta.

—¿Crees que he estado obsesionada contigo? —pregunté tan pronto regresó.

Rafael me echó una mirada atenta antes de abrir la guantera para sacar el desinfectante y los pañuelos. Su gesto de angustia me confirmó que se arrepentía de haberse bajado en esa gasolinera.

—No he sido yo quien ha utilizado la palabra obsesión.

—Ya, es verdad, ha salido de mi boca —convine esperando a que me mirase—. Pero no sé si te has enterado, eres molesto e hiriente. No habría estado contigo si no estuviese colada de ti.

Puso sus ojos sobre mí, cortándome el aire en el acto.

—Vale, quizás porque lo dices como si nada, pero nunca me ha parecido que ibas en serio con eso.

Refunfuñé presa de la impotencia.

En otras palabras, perdí credibilidad por no vacilar en ningún momento. Me estaba cansando de forzar palabras que sonasen sinceras, porque no era mi obligación convencer a nadie.

—Es decir, nunca te planteaste la posibilidad de que fuese en serio.

—Eh... —balbuceó sabiendo que no había sido el momento más oportuno para hablar de ello—. De todas formas, estamos bien ahora.

—¡Cállate de una vez! —demandé agobiada. En un minuto, pareció que mi cabeza acogió todas las verdades del universo—. A ver si me entero, —Bufé— tengo que hacer como si nada porque resulta que mi sinceridad es demasiado brusca para ti, pero si la situación hubiese sido al revés, tendría que creerte sin pestañear.

—Te estás alterando, vamos a dejarlo así.

—Estoy bien —mentí en un chillido—. Es que no me aclaro, ¿por qué piensas que he estado contigo sino?

—Si nos vamos ahora, puede que evitemos el atasco —indicó tratando de ser astuto, pero no le quedó más remedio que exhalar rendido—. Está bien. Cuando las personas se confiesan normalmente hay dudas y todo ese rollo de no ser correspondidos. Y no sé, la sensación es más parecida a kilómetro 666 que a verano en los prados. Nunca sabes qué va a pasar ni si te van a despellejar en el acto.

—Sabes mucho de eso, eh.

Ignoré el pinchazo y me propuse conducir sin darle importancia.

En cierto modo, ya no tenía que molestarme por algo así. Estaba cómoda con lo que estaba logrando y, no solo me refería a Theo sino también a la distancia habida entre nosotros, no obstante, una marea de inestabilidad desajustaba las piezas que tanto me había costado ordenar.

—Espera un momento —me detuvo al ver cómo encajaba la llave en su coche—. Lula, nunca le he dicho a nadie que le quiero y si tuviese que empezar a hacerlo, lo haría contigo ¿vale?

¡Joder!

Ese imbécil tenía un talento nato para desestabilizarme emocionalmente. Estaba tan sorprendida que mi corazón se contrajo en un puño.

—¿Soy como kilómetro 666?

Genial. Otra vez, refugiándome en las gracias sin chiste.

Rafael dejó escapar una risita mientras se acercaba a mí.—La primera vez que intenté decírtelo no había dormido nada porque me rechazabas en todos mis sueños.

Sus palabras fueron letales. Corrieron por mis venas con la agilidad de una ilusión que se desvanece después de haber intoxicado la realidad. Un segundo después, su boca reclamaba el tacto de la mía.

No me moví.

Sus labios en cambio se enfrentaban a la inmovilidad de todo mi cuerpo. Empezó capturando mi labio superior, pero eso fue todo lo que logró hacer antes de separarse.

Recordaba sus besos como una posesión que no descansaba hasta haberse satisfecho. Pero esto era diferente.

—Perdona, se me ha ido la olla por un momento.

Mentiroso.

—Rafa, esto...

—Sé que ha estado fuera de lugar —se precipitó a cortarme. Era de las pocas veces que su temple se trastocaba y sus movimientos surgían torpes a partir de ese desliz—. Ni siquiera me creo que lo haya hecho.

Respiré profundo.

—Puede que mis confesiones hayan sido como verano en los prados, pero valían lo mismo que las de cualquier otro —dictaminé—. Y esto es molesto por muchas razones.

—Lo pillo. ¿Podemos irnos?

—Primero, yo nunca te hubiese rechazado.

—Lula, lo mío iba en plan serio y no te haces una idea de lo incómodo que...

—Y segundo, lo que más me molesta es que aun si hubiese aceptado tu beso y volviésemos a estar juntos, seguirías pensando como antes.

—No te creas, intento cambiarlo todo —murmuro como un niño incapaz de aceptar una crítica.

—Necesitas ayuda —Por fin me había atrevido a decírselo sin que otros tuviesen que estar presentes para respaldarme—. Te crees que no es justo ser feliz porque tu mamá está muerta, pero ya está, no puedes llevar el duelo durante toda tu vida.

—No lo hago.

—Vale, no voy a llevarte la contraria —dije sincera—. Haz lo que creas correcto, pero lo que no es justo es que me digas todo esto porque esperas que te rechace.

Rafael enmudeció. Lo había calado tan hondo que permití que la calma reemplazase todo lo demás.

☼❥ツ✪ ツ❥☼❥ツ✪

En fin, ¿qué tal la historia?

——CONTINUARÁ——

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro