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12: De lo que soy 💄

Después de casi dos semanas sin hablar del tema, solucioné que debía hacer algo. Theo utilizó el pretexto de la universidad para evitarme, y había agotado la credibilidad de dicha excusa.

Incluso si terminaba conmigo, lo superaría. El problema es que no nos habíamos dicho nada a la cara.

Al final, tuve que recurrir a Pascual, su mejor amigo.

—Creo que va a dejarme.

—Qué raro, porque no me ha dicho nada. Aunque literal, no me ha dicho nada de nada —Su voz se cargó de un rencor apenas descubierto—. Ya va, Theo ha pasado de mí últimamente.

Me obligué a sonreír. Mi intento por recuperar la confianza de Theo había provocado que Pascual cuestionase su amistad con él. Y es que vamos a ver, no hice ni dije nada, pero tendría que asumir la responsabilidad si es que esos dos peleaban.

—Estaría ocupado.

De repente, la situación se invirtió, ya no era yo quien pedía consejos sino quien los daba.

—Sí, claro —farfulló molesto—. Ahora es demasiado guay para decirme nada. Y yo ayudándole...

Pascual me habló de una convención a la que asistiría la facultad de Theo. Era una feria abierta, así que no tendría problemas para entrar.

Al instante, sacó su móvil con la intención de avisarle al chico.

—¿Y?

—Ehm...

—¿No quiere que vaya? —murmuré decepcionada.

Me había saltado mis clases e iba a pasar de mi trabajo. Olivia no me lo perdonaría nunca. Y al parecer, Theo tampoco.

—Hostia no. Ha sido error mío —se disculpó para luego aclarar: —Olvidé que su ex también va a estar.

—No pasa nada, ya he conocido a Anabel.

—¡Ana no es su ex! —exclamó, primero asombrado, y luego divertido por mi suposición—. Diría que tiene una personalidad demasiado agresiva, pero eres igual. Igual y sí que deberías cuidarte de ella.

¿¡Tan popular es Theo!? —pensé sorprendida.

—Anabel es la hermana menor de Micaela. Su ex —procedió a explicarse—. De Mica no tengo idea, pero sé que Ana quiere que ellos vuelvan.

Pascual se enrolló otra media hora hablando de su amistad con Anabel. De lo concienzuda que era, de lo buena hermana que era, de lo buena amiga que era, de lo genial que era. Y otra cosa no sé, pero la chica seguía sin agradarme.

Respecto a Micaela, se limitó a decir que era maja.

—Vale Pascu, —lo detuve— tengo que irme.

Lula: Estoy en la entrada

Theo: Vale, no te muevas

Entre nosotros se instaló un silencio lleno de interrogantes. Así como yo tenía cientos de preguntas, él también las tenía. Lo supe por su forma de mirarme, y por lo mucho que le costó integrarme al grupo.

En fin, a todos parecía fastidiarles mi presencia.

Empezando por Anabel, quien se valió de artimañas para demostrar que no tenía nada que hacer allí. Ridiculizó y menospreció mis escasos conocimientos para lo que sea de lo que estuviesen hablando. Su táctica se resumía en decir; "Lula, ¿qué piensas de esto?" o "no te preocupes, no tienes que avergonzarte por no saberlo". Como si me importase una mierda nada de lo que dijese. Si no fuera por Theo, le habría respondido como se merecía desde el primer ataque.

Víctor, desde luego, era una marioneta de Anabel. Reía cuando su dueña le indicaba y hablaba después de que ella lo hiciera.

Y finalmente estaba Micaela, que era tal como la había descrito Pascual; amable, pero distraída. Además, era delgada y morena como su hermana.

—Nuestra clase tiene una conferencia en el ala izquierda —aviso Anabel, feliz porque iban a dejarme atrás.

—No os preocupéis, —habló la siempre oportuna, Micaela— yo seguiré viendo los stands.

—Igual.

Mi intervención debió hacer sentir mal a Theo, pues le tomó menos de tres segundos decidir que se quedaría a mi lado.

—He venido por ti —lo tranquilicé—. No voy a irme hasta que hablemos ¿vale? Ve con tu clase.

El chico se lo pensó un largo rato antes de integrarse al grupo.

Esperé algunos minutos y me giré hacia la salida.

Fingí no ver a Micaela cuando pasé a su lado, pero el olor de su perfume me hizo estornudar. A esa chica le faltaba un par de adornos navideños para llamar aún más la atención.

—¿Kleenex? —me ofreció el pañuelo con un gesto incómodo.

No tomé el objeto.

—¿Puedo hablar contigo?

—No.

Seguí avanzando por un stand, con Micaela detrás de mí.

—No sabía que ya estuviese con alguien.

De pronto, una azafata salió a explicarnos las funcionalidades del sistema que estaban exponiendo. Tal vez tenía buenas intenciones, pero estaba sobrecargando mi cerebro con tecnología que no comprendía.

—¡Qué aburrida! —dijo Micaela apenas salimos del lugar—. Prometo irme, pero escúchame primero.

Me paré en seco. Si mis opciones se reducían entre escuchar a la chica o escuchar otro monólogo interminable, la elección era simple.

—Vale, de verdad que no sabía que ya tuviese novia —repitió sincera—. Ana es quien no se desprende de mí, y sí, es verdad que quería verle, pero no hay más.

—De acuerdo ¿Eso es todo?

—¿Debería decir algo más? —cuestionó con un gesto de asombro—. En fin, no quiero que tengáis problemas por mi culpa.

—¿Es que deberíamos tener problemas por tu culpa?

¡Noooo! Solo quería estar bien contigo.

Solté un largo suspiro sin llegar a mirarla. Por alguna razón, la chica cargaba una nube de positivismo capaz de fundir todas mis ideas. —Vale, estamos bien entonces.

Pensé que se iría enseguida, pero continuó parloteando de cosas que no podían importarme menos. Habló de su carrera, habló de mi trabajo, trató de elogiarme unas cuantas veces y, cuando por fin comprendió que no buscaba hacer amistad con nadie, sacó un tema que sí me interesaba.

—A Theo le ha encantado que vinieses, —comentó de repente— sino Anabel no estaría tan molesta.

¿Cómo coño habíamos terminado hablando de Theo? Con ella animándome que era lo peor.

—¿No deberías ser tú quien actuase así?

Llegué a pensar que la atraparía en un sin salida, después de todo, las personas normales eran reacias a hablar de su familia con desconocidos.

—Es su forma de cuidarme, —respondió breve— puede que sea inmadura y entiendo que estés molesta con ella, pero está asustada. Dejé a Theo por alguien que no merecía la pena, y Anabel debe pensar que estoy expuesta a imbéciles de ese tipo sino regreso con él.

—¿Es así?

Admito haberme preocupado. No obstante, nada había cambiado, ella seguía siendo una extraña para mí.

—Claro que no —me dedicó una sonrisa antes de posicionarse frente a mí—. Eres una buena persona.

—Desde luego —ironicé dejándola atrás.

—Lo eres en serio y me alegra por Theo.

Entrecerré los ojos al volverme hacia Micaela, y no hallé ningún indicio de burla o mofa. Esa chica era peor que mi novio. Encajaban de una forma a la que yo nunca podría aspirar.

—Gracias —murmuré contentándola.

No fui demasiado lejos, me senté en uno de los lugares que habían situado frente a la entrada. Y a mi alrededor, había personas que (como yo) lucían agobiadas por la atmósfera intelectual.

Una hora después, Theo salió de la feria de exposiciones. Parecía desorientado, pero respiró aliviado al verme. En ese momento aparté mis ojos de él.

—¿Vas a terminar conmigo? —murmuré inquisitiva cuando sentí su presencia—. Es comprensible que quieras eso.

Theo se sentó a mi lado. Los silencios siempre habían sido una mala señal y aquella no era la excepción. Se instalaban a nuestro lado con sinvergonzonería, nos quitaban todo, y se marchaban sin previo aviso.

—¿Es lo que quieres tú?

—No.

Él esbozó una sonrisa para después apoyar su cabeza en mi hombro: —Pensé que sí.

—¿¡Qué dices!? —me separé de él para enfrentarlo—. Me he comido la cabeza toda esta semana, que vale que habría tenido sentido, pero necesitaba explicarte las cosas antes de que lo hicieras.

Theo volvió a sonreírme. Su rostro estaba condenado a mostrar el mismo gesto por el resto de sus días.

—Me he pasado mucho ¿sabes? —le recordé a la espera de recibir una acusación que me hiciese sentir menos culpable. Tampoco quería desperdiciar las disculpas que había ensayado. Él merecía escucharlas y yo necesitaba decirlas.

Sin embargo, me tomó por sorpresa con un beso. Fue fugaz e improvisado. Cauto, casi imperceptible. Apenas había rozado sus labios con los míos, pero el gesto alcanzó para que mi corazón marcase un ritmo lleno de irregularidades. Sobre todo, porque tras ese sencillo contacto me abrazó con todas sus fuerzas.

A poca distancia. Cubriendo mi cuerpo con el calor del suyo. Éramos inercia pura. Podía vivir una eternidad y no olvidar nunca ese momento. Recordaría la intensidad de su abrazo, la urgencia con la que me dejaba envolver, su respiración en mis oídos, su aroma, su todo.

¿Cómo podía sentirme tan entregada con algo así de insignificante? ¿cómo podía sentirme tan satisfecha con solo eso? Dentro de mí, corrían cientos de impulsos que, ahora, se sometían a sentimientos extraños. Y es que no reconocía las lágrimas en mis ojos ni el miedo a que me soltase.

—Oye, —murmuró— me encanta que hayas venido.

Me desprendí de él, temerosa. Creía que la sensación agradable escaparía de mi piel, que bastarían segundos para que desapareciera, y que no quedaría nada de lo que había experimentado.

—Ibas a terminar conmigo ¿cierto?

Theo agachó su cabeza confirmando mis sospechas. Guardé silencio. Ya lo había visto venir, pero necesitaba saber si seguía en pie su decisión.

—No quiero que te presiones a hacer nada que no quieras y, siento que es lo que haces —habló sincero, mirándome pese a que yo no hacía lo mismo—. Y vale que esforzarse está bien, pero actúas como si debiera gustarte sí o sí.

—Eres muy estúpido. ———

No tenía sentido que en lugar de sentirse indignado por lo que había hecho, estuviese pensando en mi bienestar. O era muy estúpido como ya dije, o lo era yo, porque no alcanzaba a comprender su forma de ser.

Nadie era así de bueno. Aunque quién sabe. Tal vez él era una persona normal, y yo una persona horrible. Bajo esa condición, los contrastes entre nosotros adquirían mayor lógica.

—Lula, siempre dices que te parezco un chico bueno ¿no?

—Presumido.

—Ya, es que pienso lo mismo de ti.

—No cuela.

—Es que voy totalmente en serio —defendió su postura ayudándome a apartar los mechones que resbalaban por mi frente.

Parecía un día cualquiera. Con la pequeña diferencia de que no lo era.

—Siento no haber cumplido mi palabra —retomé el tema. A juzgar por cómo se resolvía todo, Theo aceptaría que nos olvidemos del asunto, y no quería que fuese así. Si lo había lastimado, él tenía derecho a saber por qué—. Tuve algunos problemas con mi hermano antes de que llegases y sé que no es excusa porque lo había prometido, pero...

—Pero no me debes nada, no es tu obligación decir y hacer todo lo que yo quiera, y ni siquiera te das cuenta de que lo haces.

Valeee —me burlé de mí misma—. Honestamente, ese día me enojé contigo porque tenías una familia que presentar...

»Vamos a ver, ha sonado fatal. Me alegra que tengas todo eso, y no quiero que tengas una mierda de vida para que me entiendas. Tampoco espero que nos pongamos en plan melancólico porque paso. Es solo que a veces envidio cosas que no tengo y, me enfado sin razón con quienes sí las tienen. Reconozco que no está bien, pero es un poco frustrante. Y lo siento, lo que te hice fue un asco, no hay más. Ojalá hubiese conocido a tu familia ese día, así no me habría sentido como basura todo este tiempo.

Cuando terminé, me di cuenta de que tenía los ojos acuosos.

Las comidas que para Theo eran algo tan común, nunca lo fueron para mí. A Gonzalo poco le importaba comer en la misma mesa, o no, y después de tantos años había desistido de pedírselo a Sylvia. Lo intenté hasta que fracasar pasó a ser una costumbre. Hasta que meter platos en mi habitación dejó de ser raro. Y hasta que mi corazón dejó de arrugarse al escuchar cómo vivían los demás.

—Gracias —Mirarlo me hacía sentir expuesta, tanto que podía sentir cómo se me escapaban las verdades de los silencios—. Por tratarme mejor de lo que merezco.

Theo sacudió la cabeza.

—La vida de nadie es así de perfecta —sonrió cuando me senté sobre sus piernas—. Hasta mi familia tiene lo suyo, jurao'.

—¿Es que no te dejan salir hasta muy tarde? —me burlé

—Tampoco me dejan ver la televisión mientras como.

Solté una risotada. Me pregunté si Theo tenía las mismas conversaciones con otras personas. Era increíble que supiese qué decir.

—No quería restarle importancia o comparar las situaciones —se justificó con pequeños besos sobre mi cuello. Se estaba esforzando hasta el grado de distraerme—. Me gusta la persona que eres.

—Dame otra oportunidad de conocer a tu familia.

—No hace falta, —respondió amable— estoy bien así.

—¿Tan mal se tomaron mi desplante? —inquirí girando mi cara—. Que lo entiendo, ¿eh? Pero quiero ir preparada.

Theo se me quedó viendo. Estaba delante de él, sin embargo, se tomaba el tiempo de contemplarme en la cercanía. Sus ojos no dejaron de bailar, de un lado a otro, sobre cada centímetro de mi rostro.

—Les he dicho que trabajaste horas extra —expresó con la mirada sobre mis labios—. Valentino trabajó en verano así que no les pareció raro que te avisasen a última hora.

Aparté mi cara con un poco de malicia. Estaba claro que Theo quería besarme, pero tenía otros planes en mente. —¿Y se lo han tragado?

Dudó por un segundo antes de confesar: —Mi papá y mis hermanos, no lo dudo. Mi mamá se metió a mi habitación y no salió hasta sacarme toda la verdad. Es como un poli.

—Vale —solté sin más. No iba a crucificarlo por aquello, él mismo se estaba mortificando y, ansiaba disipar la pesadez del ambiente—. Me cambiaré de nombre. Ya puedes decirle que sales con otra chica, ¿te parece Juana? Espero que no conozca mi cara. No me veo haciéndome ninguna cirugía.

Theo se quedó absorto en su propio mundo. Decidí no darle importancia, aunque conociéndolo, más me valía rezar para que no tomase mis palabras en sentido literal.

—Es una dictadora, pero sabe que te quiero.

Mis músculos se quedaron rígidos mientras buscaba la respuesta idónea. Quería no lastimarlo y quería no mentirle. Sin embargo, ambos deseos chocaban en sentimientos confusos. Sentimientos que no alcanzaba a comprender.

—Yo también —correspondí en voz baja. Luego, abrí la boca dejando salir un aliento.

—Tú no me quieres —sonrió feliz de poder robarme el beso que le había negado. Observó con detalle, evaluó todas sus opciones y, conmigo distraída, se hizo finalmente con mi boca. Ni siquiera pude quejarme por la estrategia que había utilizado pues, tenía mi labio entre sus dientes—. Todavía.

—¿Cómo que no? —seguí besándole. Acaricié su lengua con la mía sin pararme a recuperar la estabilidad de mi respiración.

—He dicho todavía —enfatizó la última palabra con chulería.

—Vale, si de sinceridad se trata, ¿por qué no estás con la señorita simpatía? —señalé hacia el pabellón donde supuse que estaba Micaela y el resto del grupo.

Theo elevó la comisura de sus labios a la vez que sus ojos me miraban encantados. Yo, por otro lado, torcí una sonrisa y el chico se echó a reír.

—Ella me dejó —habló sin abandonar la carcajada. Los tintes de su voz contenían una mezcla entre diversión y honestidad.

—Puede ser, pero no respondes a mi pregunta —De antemano, conocía los detalles de quién terminó a quién, pero el pasado era una cosa y el presente otra—. Está claro que ella quiere volver contigo.

—Me gustas tú.

Meneé la cabeza. Oírlo era una tortura que, si bien producía un vuelco en mi pecho, también engendraba las preguntas más aterradoras: —¿Y si no estuviera yo?

—No lo sé, podría ser.

Ignoré la punzaba y amarré mis brazos a su cuello. Quería zanjar esa conversación por mi propio bien.

—¿Sabes lo que me gusta de ti?

Él esperó intrigado por la que iba a ser mi respuesta, no obstante, estaba segura de que no adivinaría.

—Venga, te daré tres intentos —rogué en un tono infantil.

Theo pareció pensárselo. Pronto sus amigos me descubrirían sentada sobre sus piernas, y a pesar de que me encantase la idea, no quería socializar con todos ellos.

—¿Mis ojos?

—Eso es lo segundo —aclaré. Había tirado por lo fácil, pues eran su rasgo más llamativo.

—Me rindo.

—¡Joder! —me quejé con diversión—. Prueba un poco más.

—Dudo que sea mi cabello ¿o lo es? —lo peinó con sus dedos—. Ya está, no quiero seguir.

Dio un vistazo a la entrada para comprobar que el grupo seguía dentro del recinto.

—Vale, te daré una pista —le susurré y tan pronto como acabé de decirlo, anclé con más fuerza mi cuerpo. Theo saltó levemente por la sorpresa para luego, esconder la rojez de su rostro dando a entender que había captado mis insinuaciones, pero, no me quedaría quieta hasta decírselo con todas sus letras—. Lo tienes entre las piernas.

Era predecible que actuase tímido por una declaración como aquella, sin embargo, la reacción de su cuerpo sí que llamó mi atención. Se dejaba estimular con una sencillez enternecedora y la erección fehaciente constaba como prueba.

—Vale, también me trae recuerdos esta posición —volví a susurrar en su oído, después me aparté para hacerle ver algo de lo que no se había percatado—. Tus amigos están viniendo.

Theo giró la cabeza en la dirección que señalé y, confirmó con pesar que Anabel, Víctor y Micaela caminaban hacia nosotros. Había otros grupos cerca, así que la huida habría sido un suicidio. Sus pantalones de chándal, por más cómodos que le hubiesen parecido al elegirlos, se habían convertido en unos traidores dispuestos a exponerlo.

—Voy a levantarme —hice el intento de ponerme en pie, no obstante, me devolvió a mi lugar frente a todos.

Desde luego, era una psicópata por hacerle eso sin sentir ningún remordimiento.

—Vamos a comer —aviso Anabel visiblemente molesta por lo que creía estar presenciando. Theo se había aferrado a mí, lo que en su cabeza (y puede que en la de los demás, también) se podía interpretar como un acto en el que remarcaba mi estatus como su novia.

—Yo no voy, —intervino rápidamente Micaela con la intención de suplir la brusquedad de su hermana— pero quería despedirme de vosotros.

Me lamenté que no fuese una bruja. Ella era racional, agradable y, se parecía muchísimo a mi novio.

—Adiós, —dijo Theo y se fue levantando, poco a poco. Sus palabras sonaron vacilantes, sin embargo, nadie era capaz de entender por qué— ya nos veremos.

No me quejé de su escueta despedida, puesto que corríamos un riesgo demencial de movernos un solo centímetro.

—No, no, aun puedo acompañaros hasta el metro —apuntó el camino que hacía falta y Theo tragó saliva ante aquella especificación. Micaela no lo sabía, pero, casi mata a mi novio de un paro cardíaco cuando la escuchó decir que tendría que ocultar su asuntito por más de dos quilómetros.

—Podéis adelantaros, he perdido un pendiente dentro. Lo buscaremos un rato —nos señalé a mí y a Theo.

La excusa flojeaba por todos lados. Primero, porque a ninguna de mis orejas le faltaba dicho pendiente, y, segundo, porque si de verdad lo había perdido era ilógico pensar que lo encontraría entre tanto trajín.

—Ya comprarás otro —solucionó Anabel tras echarle una mirada al lugar de donde habíamos salido. Su arrogancia me tocaba la fibra sensible, y, entre tantos méritos, se estaba ganando una de mis famosas contestaciones.

—Son un regalo —expresé con fingida amabilidad. Ocultar el desdén de mi voz no era tan fácil como se esperaría. Esa chica podía jactarse de estirar mi límite al máximo.

—Haberte fijado un poco más —se atrevió a criticar, aunque entendiendo su error, ofreció su ayuda para buscar el pendiente.

Por suerte, a Víctor no le hizo ninguna gracia la idea y, Micaela pareció comprender que esto no tenía nada que ver con un pendiente pues, se marchó con un gesto incómodo en la cara.

Me juego todo a que nuestras respiraciones compartieron el mismo alivio viéndolos marchar. La pesada exhalación de Theo bien pudo oírse hasta la estación de metro adonde pensaban arrastrarlo.

—Acompáñame al aseo —se inclinó para hablarme al oído.

Ya todos se habían ido, pero supuse que la situación lo había puesto aun más. El miedo servía de muchas formas, y, ahora mismo, Theo me estaba apuntando con una de sus funcionalidades. Lo tenía duro contra mí.

La forma de su miembro rozaba mis glúteos con una fricción endemoniada.

No creí que necesitara estar tan cerca para taparse, sin embargo, no me quejé.

Permití que me tentara. Que me utilizara para su beneficio. Daba igual lo que hiciese mientras rompiera las fronteras del chico dulce y el monstruo hambriento.

—¿Lo haremos allí?

Theo soltó un suspiro para no reírse de mi absurda proposición. —Solo quiero que me acompañes, saldré cuando baje.

—¿Es que piensas utilizarme de ese modo? —me quejé medio en broma. Tenía claro que no existía forma de que aquello pasase, pero no me molestaba juguetear con la posibilidad en mi cabeza—. Me niego totalmente.

—Hazte cargo de lo que has hecho —demandó firme y, empujó mi pierna con la suya para que me moviese—. Por favor, por favor, por favor.

Nada le había durado el personaje de chico duro y, con todo, admito que me excitó su pobre intento por parecer más exigente.

—Que sepas que los favores no se hacen gratis —le advertí sabiendo que disfrutaría de mi comentario.

Así, tomó mi cintura para no enredarse con mis pies mientras avanzábamos hacia los aseos.

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Lula sería la villana si no fuese quien narra?

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