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Parte I: A capa y espada.

En los pueblos alrededor de las tierras Élficas de Sian, los vándalos y grupos organizados del crimen estaban a la orden del día. Estos mismos aterrorizaban poblados enteros. Se dedicaban a robar pertenencias, secuestrar mujeres y niños para después venderlos.

Entre las rutas más seguras conocidas por los comerciantes, estaban los senderos del bosque de los Nigromantes. Quienes a menos que viajarás de noche no te atacaban, y si lo hacían, con solo darles algo que les interesara, se quitaban del camino, y si les dabas una paga considerable, te guiaban por los senderos, para evitar las bestias que habitaban en las espesas malezas esperando a atacar.

Antes de la caída del atardecer, una cuadrilla de mercaderes, liderada por Gastón de Brumhil se movilizaba por los senderos que muy bien conocían del bosque, para tratar de evitar a los malandros y así ahorrarse el hecho de tener que defender su cargamento.

A lo lejos, justo antes de los cinco senderos, Gastón observó una carreta de madera con cajas desparramadas y abiertas, se las señaló a sus subordinados. Y disminuyendo el galopar de sus corceles es, al pasar cerca del vehículo, se podía ver los cuerpos sin vida de cuatro hombres que vestían de pantalones negros y camisas blancas, los cuales habían sido despojados de sus zapatos y armas.

Por las marcas en el terreno arenoso, se podía deducir que faltaban dos vehículos más, eran los de los asaltantes, algo que era inusual en aquel lugar.

—Estén atentos, podrían estar cerca— Gastón dio la señal y sus hombres asintieron, y rompiendo fila para formar alrededor de él un rombo de guardia a la espera de cualquier ataque.

Mucho más adelante, entre la espesa vegetación de un lado del camino, se encontraba otro carruaje tumbado y a lo lejos se escuchaba como una mujer pedía ayuda, al mismo tiempo se oía reír e imitar a una par de personas.

—¡Ayuda! ¡Ayuda! — gritó un hombre en tono burlón.

Las cosas dentro del carruaje estaban revueltas y el cuerpo del hombre que conducía yacía sin vida, parecía que sabían que se encontraba sola y sin seguridad, algo que lo hacía sospechar, como si los hubieran mandado a buscar algo. O a ella era una carnada.

Enganchado en un arbusto seco que se adentraba al bosque, había una prenda blanca femenina. Gastón y sus hombres se adentraron siguiendo el rastro de arbustos macheteados, pero antes analizaron bien a sus alrededores, sin levantar sospechas, revisando de ante mano también el vehículo tumbado. Querían por lo menos tener indicios de quién era el dueño asaltado, pero no había pista alguna, se lo llevaron todo y el vehículo no tenía banderas o insignias grabadas. No encontraron nada.

Siendo guiados por el rastro que habían dejado los hombres que, probablemente, se llevaron a la mujer al bosque para aprovecharse de ella.

Y teniendo en mente el lugar en donde se encontraban, que solo fueran tres hombres con esa mujer habiendo visto el estrago qué hicieron, era una posibilidad que todo esto sea un señuelo para poder emboscarlos a ellos de sorpresa, por lo que solo se dedicaron a mirar mientras su joven amo estudiaba la escena.

En el claro del bosque donde habían llegado, el hombre gordo que llevaba a rastras a la mujer casi desnuda la empujo haciendo que ella cayera como trapo mojado al suelo.

—¡Corre, pequeña gacela! — se burló de nueva cuenta el nefasto gordinflón, y a los pocos segundos una sombra los cubrió desde el cielo llamando su atención.

Una enorme ave sobrevolaba el claro en círculos, todos, incluidos Gastón y sus hombres, quienes estaban aún escondidos, miraron hacia arriba y escucharon como el enorme pájaro graznaba cerrando su vuelo. La mujer, al percibir al ave, se echó a correr, y el animal alado descendió levantando polvareda, impidiendo el paso de los bárbaros, para que ella escapara sin ser perseguida.

—¡¿Por qué dejaste ir a la perra?, Inútil! — le gritó el hombre castaño al gordo que había soltado a la mujer.

—Pagarán por su irreverencia — habló interrumpiendo el jinete del pájaro, el cual era un enano pelirrojo vestido con una armadura, que empuñaba su espada contra los agresores.

—¿Y quién nos hará pagar? ¿Tu chiquitín? — El castaño, quien parecía ser el líder, no pudo evitar su comentario y los tres rieron burlándose, ignorando lo que pasaba a su alrededor.

Al momento en el que la joven salió corriendo, Gastón, con ademanes, indicó a sus hombres que vayan a buscarla, ya que, siguió más allá de la luz que marcaba el claro y era peligroso dejarla sola. Ellos obedecieron al instante y él se acercó en sigilo para averiguar porque el trío no salió corriendo detrás de su víctima.

Al estar lo suficiente cerca se quedó sorprendido ante la escena, una mujer encapuchada con un prendedor que portaba la insignia de la casa del Lord Graham tenía a punta de espada a uno de los asaltantes.

—Me temo que no. Ahora díganme imbéciles ¿Quién fue el idiota que los envió? — la voz de la mujer en ningún momento busco ser amable mientras se hacía presente la punta de su espada en la espalda del rubio del grupo.

—¿En serio son tan idiotas como para interceptar mi comanda? —Los otros dos hombres giraron cuando escucharon a la mujer detrás de ellos, y sus rostros se pusieron pálidos al reconocer la insignia de su gremio.

—Los hubiera dejado vivir si solo hubieran robado mi cargamento, pero no creo que mi Lord me perdone si logran escapar ilesos después de tocar a su Doncella favorita —

—¡Yo solo seguía órdenes! ¡No sabía que ella era una Doncella! ¡Por favor, tengo hijos que alimentar! — desesperado buscaba excusas, mientras sentía la presión del filo contra su cuerpo.

Se acercó al oído de su rehén y susurró —Me temo que yo también sigo órdenes — y lo atravesó, topando la guarda de su la espada contra la espalda de agredido, seguido de eso abrió el corte hacia afuera y sus vísceras cayeron. La víctima de la mujer busco por instinto retener su contenido, pero a los pocos segundos su cuerpo se rindió y cayó arrodillado.

El corte y punzón fue tan rápido y limpio, que las palabras no tenían lugar; el rubio mientras miraba al castaño con sus intestinos en mano, sus labios intentaban en vano moverse para pedir ayuda. Los hombres retrocedieron algunos pasos. Porque cuando él al fin iba logrando poder entonar una palabra, vieron como el filo del arma volvió a aparecer, pero esta vez se abrió paso en su garganta, quitándole la vida de la manera más cruda y vil que había visto. Ella se dedicaba a observarlos con una cínica expresión de tranquilidad. Ante la escena se taparon la boca intentando no vomitar.

Y como si le molestara el líquido qué ella misma había liberado, sacudió la espalda para quitar el exceso qué la untaba, y sin querer ni imaginarlo, algunas gotas alcanzaron al espía qué los observaba desde la vegetación estepa.

Finalmente, con el peso de su pie, invitó a la inercia del cuerpo a caer al suelo —Ve a buscarla — le ordenó al jinete, que emprendió vuelo, dejándoles paso libre a los perpetradores que se echaron a correr.

Sin embargo, ella se tomó su tiempo, buscó algo en los restos del hombre, lo guardó en su bolsillo para después empezar a perseguir a los torpes que le faltaba atrapar.

Mientras corrían tan rápido como podían y empujándose entre sí, el gordo tropezó con su propio pie cayendo al suelo, se giró arrastrándose con su trasero y la desesperación no cabía en él mientras veía avanzar de frente a la mujer. A poco menos de dos metros, tomó impulso levantando su espada dándole ángulo a su muñeca para insertarla clavarla en donde sus ojos apuntaban

Él intentó cubrirse con su brazo, pero de nada le sirvió al igual que a su compañero, de una sola estocada penetró y abrió su cuello atravesando también su antebrazo con facilidad, dejándolo morir ahogado por su propia sangre.

El que restaba se metió entre las estepas y quedó enganchado en una enredadera seca. El castaño, al ver la figura de la femenina revisando el cuerpo de su empleado, se propuso a intentar liberarse dando tirones fervientes, pero solo logró ceñir aún más el agarre en sus tobillos. La desesperación aumentó cuando ella lo encontró con su mirada y apuntando a su dirección con su espada silbó. Él, que no entendió el accionar de la mujer por los nervios y la adrenalina, su mente le jugó en contra y rio a la espera de un chiste y con un suave movimiento involuntario, liberó el agarre de su pie, cosa que comprobó mirando hacia abajo.

Ante su llamado el ave, rompió ramas con su robusto cuerpo, descendió para tomar al hombre con una de sus patas y ascendió llevándoselo mientras el contrario gritaba de horror desesperado.

Una voz gruesa a la espalda de la joven aclaró su garganta y al voltear su rostro se encontró con un hombre alto de piel color canela, hombros anchos, ojos celestes y cabello obscuro que lo acompañaban un par de hombres que se acercaban desde los mantos del bosque, cerca del primer cadáver qué dejó.

Ahí estaba Gastón con una de sus manos alzada, abogando que no era hostil, sosteniendo con su otro brazo los hombros de la mujer que estaba cubierta por lo que parecía ser su capa, la femenina que había sido secuestrada temblaba de pavor abrazada al torso del hombre intentando encontrar consuelo.

Ella, con ímpetus, alzo su espada amenazando sin gesticular palabra alguna y a pesar de que la rodeaban, mantuvo su empeño en proteger a quien había ido a buscar.

Mientras analizaba la circunstancia, observó a sus alrededores para confirmar lo que era obvio, detrás de ella, al igual que a sus lados, varios hombres empezaron a iluminar el lugar con antorchas, ya que la tarde noche estaba cayendo, la tenían rodeada. La superan en número y siendo más razonable decidió acortar que iba a soltar su espada para negociar; no iba a lograr salir ilesa de otra manera y mucho menos iba a poder llevarse a la otra mujer consigo.

—Está bien, me rindo, dejen ir a la señorita, tomaré su lugar — alzando sus manos arrojando el arma a un paso de su posición, inició la negociación.

Cuando la empecinada mujer habló, la rehén reconoció la voz de inmediato y con sus ojos aún inundados en lágrimas buscó su mirada encontrándose con la versión más vulnerable y cooperativa que aquella mujer podía brindar. Sus manos estaban en alza sobre la línea de su cabeza, su tan adorada espada tirada a menos de un metro de ella y su semblante tan serio y desanimado dejaba al descubierto que no tenía más opción que cumplir lo que había sugerido.

—Bajen sus armas — Gaston, cuando bajó su guardia al girar a ver a sus hombres la doncella que estaba a su lado, cortó el contacto físico y se liberó. Se apresuró hacia la mujer encapuchada, que la resguardó a sus espaldas, usándose a sí misma como escudo, mientras le susurraba que cuando ella le dé la orden se aferre lo más fuerte a de su cuerpo sin dudarlo.

La mujer que antes estaba a capa y espada jugando cuál depredador sin hambre con su comida, ahora lo miraba con tanto desdén qué juraba estar frente a un lobo salvaje. Sus brazos estaban hacia atrás, rodeando como podía a la antes rehén, su cuerpo en total sintonía y alerta a todos los movimientos y sonidos de la cuadrilla, inclinada hacia adelante, preparada para atacar a quien se moviera sin dudarlo.

Ni tonto ni quedado, Gaston a los pocos segundos tomó una posición diferente a la de la femenina, alzó sus brazos mostrando que no portaba armas, con sus palmas a la vista sus pies pedían permiso al otro para avanzar procurando mostrarse confiable y cuando estuvo a un paso del arma. La mujer tragó saliva y se dejó en evidencia al observar con rapidez a sus pies. Él, al notar su reacción, agachó su cabeza y observó lo que el instinto defensivo de la mujer deseaba.

Con su dedo índice señaló en silencio la espada, como preguntando si la quería y sin tener respuesta alguna, se propuso a agacharse lento, formando en su accionar una reverencia ante la dueña del arma que aún lo observaba con desprecio y desconfianza.

Durante esos segundos que duró el contacto visual, él estaba distraído, mantenido en un trance, no era digno de un Dragón bajar la guardia. Borroso, como fondo nublado, el ave había aparecido de nuevo, pero solo se percató de esto cuando la mujer cortó a mirada. Ella, tomo a la otra de la cintura, levantó su brazo y sin señalar o pedir el ave, se las llevó dejando desconcertado al galán empedernido qué intentaba ganarse la confianza de aquellos ojos salvajes.

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