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Los trabajadores y el puerto.

El tirano Emperador de los elfos Malaxhi Dinval Lamcet el príncipe heredero del difunto emperador Hernes van Lamcet, estaba abriendo los puertos y las políticas económicas para que los mercaderes arriben en sus tierras intentando poder consolidar una ruta comercial constante y fluctuante con la capital para poder cortar las raíces que el tío Xavier Lin Lamcet tiene en el ministerio de economía con el fin de dejar evidencias del robo de granos y bonos aristocráticos que realizaba a través de terceros.

En los muelles donde arriban los grandes navíos de los mercaderes, se comerciaba directamente con ellos, en los cuales se encontraban diferentes tipos de mercaderías, alimentos de todo tipo incluidas las especias del exterior, indumentaria textil, joyas, perfumes, bebidas afrodisíacas, medicamentos y pociones mágicas entre otras.

Sobre el andén de los barcos típicos de manera antes de los muelles, las diferentes embarcaciones se utilizaban directamente como almacén y desplegaban uno a uno con su estandartes correspondientes con una carpa de lona para poder cubrirse del abrasador sol de verano que estaba cursando en esa época del año.

En total eran 18 carpas de campañas atribuidas cada una a los navíos con un color distintivo el cual marcaba el inicio y el fin entre los puestos.

Cerca del mediodía alrededor de las once de la mañana, una mujer con un grupo de quince hombres a caballo desmontó en el embarcadero número 9 el cual todavía no tenía ni siquiera la carpa armada.

El notario de la embarcación parecía un papel ante la mujer de la cuadrilla, él estaba tan nervioso que parecía desfallecer ante su presencia. La mujer empezó a dar órdenes utilizando un tono imponente mientras suspiraba y maldecía por lo bajo mientras los hombres entraban y salían cargando cajas, que primero pasaban por la revisión personal de la mujer y su asistente, realizando el trabajo de una hora en menos de veinte minutos.

-Joven amo -Klement, el asistente de Gastón lo codeó y señaló con su cabeza a la mujer que estaba dando órdenes con papeles en mano -. ¿No tiene un parecido a la mujer de días atrás, a la del ave fénix? -cuestionó dando chispa al capricho del niño interior de su jefe.

Gaston giro su mirada disimuladamente, pero no podía ver su rostro por el sombrero de alas largas que cubría su cabeza y parte de su cabello. Se dispuso a hacer lo mismo que ella para poder cerciorarse si era o no la dama de la capa y espada del bosque.

Al acercarse pudo observar como vestía, tenía un vestido con cuello alto, corto de la parte de adelante, guantes largos, medias altas y ligeros color beige, corset gris que entallaba su cintura y en su pierna izquierda un arnés en cual usaba para portar la daga del gremio, el cual Gastón no podía diferenciar ya que su falda la cubría.

A los pocos minutos cuando la carpa ya estaba colocada y la mujer estaba revisando unos documentos que le había entregado su asistente y segundo al mando, un grupo de hombres vestidos de pantalón negro, camisa blanca con la una placa de plata que los identificaba como empleados de mercader se acercaron donde la mujer de sombrero y se pusieron a cargar las cajas a un carruaje que estaban preparando para hacer entregas.

-¿Qué creen que están haciendo? -increpó la mujer sin levantar la vista de los documentos, el tono de voz llamó la atención de Gastón quien observó como la mujer le entregó los papeles al notario del barco y otro hombre de largo cabellos negros le entregó unas planillas.

-Trabajar, ¿qué más? -respondió un viejo con arrogancia.

Por su altanería la mujer levantó la vista dejando ver su rostro el cual llamaba mucho la atención por sus rasgos extranjeros, los ojos almendrados de iris obscuros y la cicatriz en el inicio de su ceja izquierda llamaba tanto la atención como sus labios pomposos que estaban secos por la falta de agua en ese caluroso día. El mercader creyó reconocerla de inmediato sin necesidad de observarla demasiado, el timbre de voz era igual al de la mujer del claro del bosque, y las comisuras de sus labios se tensaron igual que aquella tarde noche al arrojar su espada a sus pies por encontrarse rodeada y sin opciones.

-Pues retírense, no los necesito mis hombres ya están haciendo el trabajo que les correspondía -resolvió volviendo su mirada a los papeles y sacudiendo la pluma naranja en su mano, demando -. Entreguen sus placas y váyanse, no me son de utilidad -se caminó en dirección a unas cajas que había mandado a abrir, en donde cerca estaba Gastón "Contando el stock".

-¿Qué fue lo que dijo? -preguntó ofendido e incrédulo el viejo altanero acercándose apresuradamente a la mujer siendo detenido por los hombres subordinados, ante la mirada de Gastón quien observaba como ella solo se dedicaba a contar el contenido de la caja mientras uno de sus empleados le mostraban uno por uno los productos.

-Lo que escuchó -asintió al trabajador y él empezó a guardar todo de vuelta, ella tachó y escribió en la planilla, al levantar ligeramente la mirada se encontró con la de Gastón y la de su asistente, este último no pudo ocultar su nerviosismo y empezó a removerse en su lugar incomodo, logrando que la mujer lo observara de arriba abajo generándole un nudo en la garganta que no podía tragar.

-Buenos días caballeros -saludó y Gaston sonrió coqueto en respuesta e hizo una reverencia acto repetido por Klement quien se tranquilizó al poder centrar su mirada en sus tripulantes a cargo quienes habían dejado caer una caja cerca de ellos.

-¡¿Qué están haciendo?! Tengan más cuidado con el cargamento -reclamó el hombre de pequeña estatura dejando atrás a su amo.

-¿Cómo que no nos va a pagar, nos trajeron para trabajar gratis? Que bribona -dijo el viejo dándose vuelta hablándole a los demás hombres. Los caballeros de la cuadrilla detuvieron su andar propiciándole una mirada de desdén al viejo y la mujer que lo notó por el cese de su andar, volteó ligeramente su rostro y con el gesto de su mano indicó que le resten importancia y siguieran, obedeciendo de inmediato.

Por otro lado, el mercader pidió y prendió un habano ante la cercanía de la mujer quien por el rabillo del ojo observó al hombre que obviamente al igual que ella a él la reconoció y ahora se estaba pavoneando, intentando llamar su atención seguramente para intentar hablar de lo ocurrido días atrás.

-Debería de darle vergüenza -soltó en un tono despreocupado aun escribiendo en el trozo de papel, alertando a Klement quien interpretó lo dicho por ella como un ataque hacia su amo mirando temeroso al joven quien aún mantenía su mirada firme en la mujer con su habano en mano.

-Sabe, siempre me pregunté, ¿el cómo o el por qué? Mejor dicho -gesticulo con su mano y Klement suspiró aliviado al entender que ella ignoraba a su jefe -. ¿Por qué un solo empleado de la señorita Elena gana lo que tres de mis caballeros? -los hombres soltaron al cano ante la señal de la mujer -. Por breves instantes creí, ilusamente he de admitir, que los "Barbaricos humanos de la tripulación del Este de Cayo" eran incluso mejores que Los Lobos del sur de Moonddiner.

-Señorita -Khan abrió una sombrilla para que pudiera quitarse el sombrero, ya que se dio cuenta que ya estaba muy acalorada por la gruesa prenda en su cabeza. Cosa que ella ignoró por el hecho de que estaba intentado controlar su mal genio ante el atrevimiento de los empleados.

-A ver, explíquenos. ¿Qué los hace tan extraordinarios? -manoteó en un claro arranque de sarcasmo.

-Pues somos excelentes navegantes, leemos las estrellas y nos guiamos con ellas a nuestro destino -exclamó valeroso el cano.

-¿Y eso es todo? -expresó con desagradó haciendo palpitar la vena en su frente -. ¿Esa es su especialidad? ¿Interpretar los astros? En ese caso son más económicas las sirenas -caminó en dirección a la carreta seguida por el alto hombre de cabellos largos y negros que contrastaba con la mujer que se veía diminuta a la par de él.

-Que sea rápido -entregó los papeles al repartidor y al darse vuelta hay estaba su fan observándola de manera disimulada con una planilla en mano mientras sus propios tripulantes ni sabían cómo interactuar con él.

-Además, somos...

-No me interesa -se quitó el sombrero dejando caer su ondulada cabellera castaña casi rubia -. Para no pasar por encima de la autoridad de la señorita Elena le voy a pagar a cada uno de ustedes la mitad de lo que cobra uno de mis empleados, y creo que es demasiado teniendo en cuenta su ineptitud -los observó por unos instantes de brazos cruzados esperando a que alguno se negara -. Como veo que ninguno tiene algo que decir, por favor, entreguen sus placas y retiren su pago si son tan amables -se volteó en dirección al barco y antes de que pudiera dar un paso el viejo habló.

-¿Quién se cree que es? Usted niña mal... -temió terminar su frase al ver que el par de jinetes del reino que patrullaban los muelles detuvieron su galope al escuchar al viejo alzar la voz, al darles un vistazo reconocieron al grupo de hombres ya que la noche anterior atendieron las quejas de su ruidosa presencia en una de las cavernas del lugar.

Ella giró sobre sus talones posicionando sus manos entrelazadas con sus dedos detrás de su espalda, agachándose levemente mirándolo directo a los ojos para burlarse -. ¿Disculpe, que estaba por decir? -volvió a incorporarse al ver que el ojo del viejo titilaba -. Continue, sin vergüenza -pidió y notó como el contrario miraba a su alrededor tragando saliva -. No tema de ellos al hablar en mi presencia, creo que ellos no van a actuar a menos que les diga que me ofendieron -cuestionó mirando a los caballeros reales que asintieron a la mujer y al notar la desventaja el viejo se dejó vencer y se arrodilló ante ella y ellos siguieron su recorrido.

El asistente de Gaston se acercó a la par de su jefe y le entregó una carta, y como niño curioso se puso a observar detenidamente a la mujer imitando a su amo, recibiendo un bastonazo en el estómago de parte de Gastón que lo dejó sin aire al darse cuenta de lo que miraba tan entusiasmado.

-Emm yo... Usted- intento terminar nervioso ante la amenazante mirada de los hombres de la cuadrilla de la femenina quienes rodeaban al grupo de hombres ya que estaban causando problemas descartando las peticiones de la dama.

-Si no va a decir algo que justifique por qué recibí una carta de parte del comodoro en donde expresó su descontento al llegarle la notificación de que se observaba desde la mañana a el navío solo y sin el despliegue de telas característicos del mercado de la isla de Cayo a cargo de la Mercante Elena de Troindband perteneciente a la casa del señor Graham mejor cállese y presente su renuncia -Khan le pasó el documento que le había entregado antes de que ellos llegaran, el viejo observaba a la mujer intentado pensaran rápido como podía excusarse para mantener su trabajo.

-Se lo puedo expl...

-¿Enserio no conoce su lugar? No intente demostrar algo que no es, señor. Si sigue faltándole el respeto a la señorita sus hombres van a llevarlos a patadas hasta donde Lord Graham, y no tengo la autoridad para detenerlos, aunque quisiera. Ahorremos nos los problemas y solo conteste lo que le preguntan de ahora en adelante, ¿sí? -sentencio desde la derecha de la mujer Khan quien a pesar de sostener la sombrilla de encaje blanco cual perro faldero para la mujer se veía intimidante.

Mientras tanto ella hojeaba entre los documentos y al encontrarlo lo leyó en voz alta-"Por la presente dejo notificado el desacato al acuerdo del mercado de parte de la costa Cayo, queda asentado a través de esta carta que es tomada como directiva por la autoridad que se me confiere así que deberá de abonar 500 kerk de bronce o 25 piezas de plata para saldar la multa impuesta y acordada en el contrato previsional" bla bla bla, ahora la pregunta. ¿Usted tiene veinticinco piezas de plata?

El viejo agachó la cabeza en sumisión ante el poder de la mujer.

-Sea piadosa mi señora - pidió arrepentido el hombre quien estaba postrado a sus pies implorando por su vida.

-Eso no me va a solucionar el problema -giró su rostro encontrándose con los ojos atentos de Khan quien con una sola mirada la colocó de nuevo en sus cabales, dejándose a sí misma replantearse todo en segundos-. Hasta que consiga trabajadores que los reemplacen van a seguir bajo el contrato firmado, pero van a recibir menos de lo acordado -los hombres levantaron su cabeza al escuchar que les estaba dando otra oportunidad, mientras ella se negaba a dirigirles siquiera la mirada, manteniendo sus brazos cruzados y sus ojos cerrados de perfil en dirección a Khan quien los observaba en su lugar.

-¿Qué están esperando? ¿Qué hagan su trabajo por ustedes otra vez? Levántense y pónganse a trabajar -ordenó Khan y sin esperar un segundo más se levantaron para perseguir al notario del barco para que le encomiende a cada uno su labor.

Mientras tanto ella se dispuso a retirarse acompañada de su asistente quien la ayudó a subirse al corcel en el que había llegado.

-Su sombrero, y su pluma, hoy estuvo mucho tiempo bajo el sol, cuando llegué tome agua señorita -dijo Khan mientras sostenía las riendas del caballo, en lo que la mujer acomodaba su cabello dentro del sombrero un niño se acercó y tironeo del pantalón del Lobo llamando su atención.

-¿Mmm? -estiró su mano libre, el niño le entregó una carta y una rosa roja, con una mano señaló a la mujer y con la otra señaló a Gaston a lo lejos, después de eso el niño salió corriendo en dirección contraria. Khan al ver al mercader a lo lejos cambio el semblante serio a uno de molestia e irritación.

-¿Qué es eso? -preguntó burlona ante el hecho que Khan siempre recibía ese tipo de flores de parte de mujeres lugareñas al ver a un Lobo de su porte.

-No empiece, señorita. es para usted. Lo envía el señor del navío vecino -Señaló a Gastón indicando con la cabeza mientras extendió lo enviado a ella y volteó a ver dónde le indicó encontrándose con Gaston quien levantó su mano en saludo.

Dirigió su mirada a Khan quien aún observaba al hombre de mala manera y al mirar nuevamente al otro hombre se dio cuenta que estaban intercambiando miradas como si estuvieran peleando por comida y al parecer ella el último trozo de carne.

-patéticos -exclamó en voz alta para que Gaston también escuchara y le quitó las riendas al pelinegro para empezar su galope dejándolos atrás sin importarle lo que el hombre le había encomendado al niño.

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